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Viajes


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  Viajes.
14 págs. / 26 minutos / 114 KB.
14 de mayo de 2019.


Fragmento de Viaje al Vesubio

¿Quién puede describir el grande, el magnífico, el aterrador espectáculo que se presentó a nuestra vista? Quedamos mudos, inmóviles, extasiados, confundidos... Todas las fatigas, todos los peligros de la subida se nos olvidaron, y los hubiéramos arrostrado cien veces gustosos por vemos allí, por gozar de aquel indescriptible prodigio.

Es el cráter del Vesubio una conca circular de más de trescientas varas de diámetro y de unas ciento de profundidad, y hace el efecto de una plaza de toros vista desde el tejado, cuando el, su centro se quema de noche un árbol de pólvora. El fondo de esta conca es una costra que cubre el abismo, formada de lavas ya frías y petrificadas, ya encandecentes y de inmensas masas de azufre. Las paredes, de violento y desigual declive, son peñascos inmensos de lava, escorias, cenizas y materias carbonizadas. En medio de esta conca se alza un montecillo cónico de unas setenta varas de altura, con laderas lisas, negras y muy empinadas, y termina con una boca casi circular de unas veinte varas de diámetro, por la que vomitaba sin cesar una columna de humo espeso y un vivísimo resplandor. En lo profundo, y como si dijéramos en las entrañas de la tierra, se oía un ronco hervor, semejante a la respiración de un coloso aherrojado, y de rato en rato, con un intervalo muy corto, después de una detonación horrenda, como la descarga cerrada de un batallón o el estruendo de una pieza de grueso calibre, lanzaba un río de llamas, que se perdían entre el humo de cuarenta o cincuenta varas de altura, iluminando en torno los horizontes, y con ellas millares de piedras de todos tamaños encendidas, que, abriéndose como un plumero y elevándose a grande altura, caían luego como un granizo y con horrible ruido en las laderas del montecillo; rodando por ellas hasta apagarse o perderse en los arroyos de lava que lo circundan, hacían el efecto de las chispas de un fuego de artificio de gigantes.


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