El Cascanueces y el Rey de los Ratones

E.T.A. Hoffmann


Cuento infantil



Nochebuena

Durante todo el día 24 de diciembre, los hijos del consejero médico Stahlbaum no pudieron entrar en ningún momento en la sala, y menos aún en el salón de gala contiguo. Fritz y Marie estaban juntos, encogidos, en un rincón de la habitación del fondo. Era ya de noche, pero aún no habían traído ninguna luz, como solían hacer siempre en ese día señalado; así que sentían miedo. Fritz, susurrando en secreto, reveló a su hermana menor (acababa de cumplir siete años) que desde las primeras horas de la mañana había estado oyendo ruidos, murmullos y suaves golpes en las habitaciones cerradas. Le contó también que poco antes había pasado por el pasillo, a hurtadillas, un hombrecillo oscuro con una gran caja bajo el brazo, pero él sabía bien que no era otro que el padrino Drosselmeier. Marie comenzó a dar palmas de alegría y exclamó:

—¡Ay! ¿Qué nos habrá hecho el padrino Drosselmeier? ¡Seguro que es algo muy bonito!

El consejero jurídico superior Drosselmeier no era un hombre apuesto: era pequeño y delgado, su rostro estaba lleno de arrugas, en el ojo derecho tenía un gran parche negro y carecía de pelo, por lo que llevaba una bellísima peluca blanca de cristal, una pieza muy artística. En realidad, el padrino en sí ya era un hombre muy artístico, que entendía hasta de relojes e incluso sabía construirlos. Por ello, cuando alguno de los hermosos relojes de la casa de los Stahlbaum se ponía enfermo y no podía cantar, llegaba el padrino Drosselmeier, se quitaba su peluca de cristal y su chaqueta amarilla, se ponía un delantal azul y comenzaba a pinchar con instrumentos muy puntiagudos el interior del reloj, algo que a la pequeña Marie le hacía auténtico daño, pero que no ocasionaba ninguno en el reloj; bien al contrario, en seguida recuperaba su vitalidad y reemprendía sus susurros, sus toques y cantos, lo que causaba en todos gran alegría. Siempre que venía llevaba en el

Fin del extracto del texto

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.
Leído 81 veces.