Cuentos Completos

Edgar Allan Poe


Cuento


William Wilson
El pozo y el péndulo
Manuscrito hallado en una botella
El gato negro
La verdad sobre el caso del señor Valdemar
El retrato oval
El corazón delator
Un descenso al Maelström
El tonel de amontillado
La máscara de la Muerte Roja
Un cuento de las Montañas Escabrosas
El demonio de la perversidad
El entierro prematuro
Hop-Frog
Metzengerstein
La caja oblonga
El hombre de la multitud
La cita
Sombra
Eleonora
Morella
Berenice
Ligeia
La caída de la Casa Usher
Revelación mesmérica
El poder de las palabras
La conversación de Eiros y Charmion
El coloquio de Monos y Una
Silencio
El escarabajo de oro
Los crímenes de la calle Morgue
El misterio de Marie Rogêt
La carta robada
La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall
Von Kempelen y su descubrimiento
El cuento mil y dos de Scheherazade
El camelo del globo
Conversación con una momia
Mellonta tauta
El dominio de Arnheim, o el jardín-paisaje
El cottage de Landor
La isla del hada
El alce
La esfinge
El Ángel de lo Singular
El Rey Peste
Cuento de Jerusalén
El hombre que se gastó
Tres domingos por semana
«Tú eres el hombre»
Bon-Bon
Los anteojos
El diablo en el campanario
El sistema del doctor Tarr y del profesor Fether
Nunca apuestes tu cabeza al diablo
Mixtificación
Por qué el pequeño francés lleva la mano en cabestrillo
El aliento perdido
El duque de l’Omelette
Cuatro bestias en una
Autobiografía literaria de Thingum Bob, Esq.
Cómo escribir un artículo a la manera del Blackwood
Una malaventura
Los leones
El timo
X en un suelto
El hombre de negocios

William Wilson


«¿Qué decir de ella?
¿Qué decir de la torva conciencia,
de ese espectro en mi camino?».

(Chamberlayne, Pharronida)
 

Permitidme que, por el momento, me llame a mí mismo William Wilson. Esta blanca página no debe ser manchada con mi verdadero nombre. Demasiado ha sido ya objeto del escarnio, del horror, del odio de mi estirpe. Los vientos, indignados, ¿no han esparcido en las regiones más lejanas del globo su incomparable infamia? ¡Oh proscrito, oh tú, el más abandonado de los proscritos! ¿No estás muerto para la tierra? ¿No estás muerto para sus honras, sus flores, sus doradas ambiciones? Entre tus esperanzas y el cielo, ¿no aparece suspendida para siempre una densa, lúgubre, ilimitada nube?

No quisiera, aunque me fuese posible, registrar hoy la crónica de estos últimos años de inexpresable desdicha e imperdonable crimen. Esa época —estos años recientes— ha llegado bruscamente al colmo de la depravación, pero ahora sólo me interesa señalar el origen de esta última. Por lo regular, los hombres van cayendo gradualmente en la bajeza. En mi caso, la virtud se desprendió bruscamente de mí como si fuera un manto. De una perversidad relativamente trivial, pasé con pasos de gigante a enormidades más grandes que las de un Heliogábalo. Permitidme que os relate la ocasión, el acontecimiento que hizo posible esto. La muerte se acerca, y la sombra que la precede proyecta un influjo calmante sobre mi espíritu. Mientras atravieso el oscuro valle, anhelo la simpatía —casi iba a escribir la piedad— de mis semejantes. Me gustaría que creyeran que, en cierta medida, fui esclavo de circunstancias que excedían el dominio humano. Me gustaría que buscaran a favor mío, en los detalles que voy a dar, un pequeño oasis de fatalidad en ese desierto del error. Me gustaría que reconocieran —como no han de dejar de hacerlo— que si alguna vez existieron ten

Fin del extracto del texto

Publicado el 27 de octubre de 2017 por Edu Robsy.
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