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Edición física «Las Aventuras de Arthur Gordon Pym»
Cuando hube satisfecho en cierto grado la sed, Augustus sacó del bolsillo tres o cuatro patatas cocidas, que devoré con la mayor avidez. Traía una linterna sorda, y los gratos rayos de su luz me causaban no menos gusto que la comida y la bebida, Pero yo estaba impaciente por saber la causa de su prolongada ausencia, y comenzó a contarme lo que había sucedido a bordo durante mi encarcelamiento.
El bergantín se hizo a la vela, como me había imaginado, a eso de una hora después de haberme dejado Augustus el reloj. Esto sucedía el 20 de junio. Se recordará que por entonces llevaba yo tres días en la cala; y, durante este período, reinó tan constante agitación a bordo, especialmente en la cámara y en los camarotes, que mi amigo no había tenido tiempo de visitarme sin riesgo de que se descubriese el secreto de la trampa. Cuando al fin pudo venir, le aseguré que yo estaba lo mejor que podía estar, y por eso durante dos días no se inquietó mucho por mi situación, aunque acechase siempre una ocasión para bajar. Ésta no la pudo hallar hasta el cuarto día. Varias veces durante este período había pensado contarle a su padre la aventura, para que subiese enseguida; pero nos hallábamos aún a corta distancia de Nantucket y, por ciertas expresiones que se le habían escapado al capitán Barnard, no era dudoso que me devolviese a tierra sí se enteraba de que yo iba a bordo. Además, meditando sobre esto, Augustus, según me dijo, no se imaginaba que yo me hallase en tan gran necesidad, ni de que yo vacilase, en tal caso, de acercarme a gritar junto a la trampa para que me oyesen. Así, pues, tomando en consideración todo esto, decidió dejarme allí hasta que tuviera ocasión de visitarme sin que lo advirtieran. Esto, como dije antes, no sucedió hasta el cuarto día después de traerme el reloj, y el séptimo desde que entré por vez primera en la bodega. Bajó entonces sin llevar agua ni provisiones, pues sólo se proponía en esta primera ocasión llamarme la atención para que fuese desde la caja hasta la trampa, al tiempo que él subía al camarote y desde allí me tiraba unas provisiones. Cuando descendió con este propósito me encontró dormido, roncando estrepitosamente. Por los cálculos que me hice sobre este punto, éste debió de ser el sopor en que caí precisamente después de mi regreso desde la trampa de recoger el reloj, y que, consiguientemente, debió de durar más de tres días con sus noches, por lo menos. Posteriormente he tenido razones tanto por mi propia experiencia como por el testimonio de los demás, para enterarme de los poderosos efectos soporíferas del hedor que despide el aceite de pescado rancio en sitios cerrados; y cuando pienso en el estado de la cala en que me hallaba aprisionado y el largo período durante el cual el bergantín había sido utilizado como ballenero, me inclino aún más a maravillarme de haberme despabilado de mi sueño, después de caer dormido, que no de haber permanecido durmiendo ininterrumpidamente durante el tiempo arriba especificado.
206 págs. / 6 horas, 1 minuto.
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Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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