El Paraíso de las Mujeres

Émile Zola


Novela



I

Denise fue andando desde la estación de Saint-Lazare, adonde había llegado con sus dos hermanos en el tren de Cherburgo, tras viajar toda la noche en el duro asiento corrido de un vagón de tercera. Llevaba a Pépé cogido de la mano y a Jean pegado a los talones, tan derrengados como ella del viaje e igualmente atónitos y perdidos en medio de aquel París inmenso, que recorrían fijándose en todas las fachadas y preguntando en cada cruce por la calle de la Michodiére, en la que vivía su tío Baudu. Cuando desembocaron por fin en la plaza de Gaillon, la joven se paró en seco, sorprendida.

—¡Huy! ¡Mira, Jean! —dijo.

Y allí se quedaron, apiñados en medio de la calle, vestidos con los trajes negros y raídos del luto de su padre, que aún no habían acabado de gastar. Denise, muy poquita cosa, muy aniñada a pesar de sus veinte años, llevaba un hatillo ligero en un brazo y a su hermano Pépé, de cinco años, colgado del otro; el mayor, Jean, estaba de pie detrás de ella con los brazos caídos, en el esplendor de sus dieciséis años.

—¡Hay que ver! —volvió a decir Denise, al cabo de un rato—. ¡Menuda tienda!

Se trataba de un comercio de novedades situado en la confluencia de las calles de la Michodiére y Neuve-Saint-Augustin, cuyos llamativos escaparates parecían horadar la suave palidez de aquel día de octubre. Daban las ocho en el campanario de Saint-Roch, y aún no andaba por las calles sino el París más madrugador, oficinistas presurosos y amas de casa que recorrían los comercios del barrio. Delante de la puerta, dos dependientes, subidos en una escalera doble, estaban acabando de colgar unos géneros de lana, mientras otro, arrodillado y de espaldas, disponía, con artísticos pliegues, una pieza de seda azul en un escaparate de la calle Neuve-Saint-Augustin. El interior del establecimiento, aún vacío de clientes y al que empezaban a llegar los empleados, zumbaba com

Fin del extracto del texto

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
Leído 44 veces.