Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él
agasajaron a la Chula y al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas
las rodillas, lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá. El
señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañar al de Ulloa en la
excursión cinegética, para lo cual tenía prevenido lo necesario, pues
rara vez salía del Pazo de Limioso sin echarse la escopeta al hombro y
el morral a la cintura.
Cuando partieron los dos hidalgos, ya se había calmado la efervescencia
de la discusión sobre la gracia, y el médico, en voz baja, le recitaba
al notario ciertos sonetos satírico-políticos que entonces corrían bajo
el nombre de belenes. Celebrábalos el notario, particularmente cuando
el médico recalcaba los versos esmaltados de alusiones verdes y
picantes. La mesa, en desorden, manchada de salsas, ensangrentada de
vino tinto, y el suelo lleno de huesos arrojados por los comensales
menos pulcros, indicaban la terminación del festín; Julián hubiera dado
algo bueno por poderse retirar; sentíase cansado, mortificado por la
repugnancia que le inspiraban las cosas exclusivamente materiales; pero
no se atrevía a interrumpir la sobremesa, y menos ahora que se
entregaban al deleite de encender algún pitillo y murmurar de las
personas más señaladas en el país. Se trataba del señorito de Ulloa, de
su habilidad para tumbar perdices, y sin que Julián adivinase la
causa, se pasó inmediatamente a hablar de Sabel, a quien todos habían
visto por la mañana en el corro de baile; se encomió su palmito, y al
mismo tiempo se dirigieron a Julián señas y guiños, como si la
conversación se relacionase con él. El capellán bajaba la vista según
costumbre, y fingía doblar la servilleta; mas de improviso, sintiendo
uno de aquellos chispazos de cólera repentina y momentánea que no era
dueño de refrenar, tosió, miró en derredor, y soltó unas cuantas
asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea. Don
Eugenio, al ver aguada la sobremesa, optó por levantarse, proponiendo a
Julián que saliesen a tomar el fresco en la huerta: algunos clérigos se
alzaron también, anunciando que iban a echar completas; otros se
escurrieron en compañía del médico, el notario, el juez y Barbacana, a
menear los naipes hasta la noche.
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