Al hacer esta narración, la barbilla de Esclavitud temblaba como la de
los niños cuando reprimen la emoción que precede al llanto. Los ojos no
se veían, porque los bajaba, según costumbre.
—Serénese—ordenó afectuosamente la señora. Iba entrándole una simpatía
irresistible por aquella muchacha, de porte tan modesto y de corazón al
parecer tan sensible. ¡Qué poco se parecía á las descocadas de Madrid, á
las charranas de los barrios, chulapas sin pudor que no pueden estar en
una casa decente! Justamente no hacía hora y media que la Pepa, la
doncella, por un quítame allá ese polvo, se había desvergonzado
poniéndose como una verdulera. Esta galleguita podría haber tenido...
qué sé yo... cualquier desliz... porque lo de la escapatoria de su
tierra no resultaba claro; pero el tipo era tan... vamos, tan de mujer
de bien... Sabe Dios lo que le habría sucedido á la pobrecilla.
—Mire—declaró adelantando la cabeza por la portezuela—lo que es ahora
mismo no le puedo contestar fijamente si la tomo ó no. Dése V. una
vuelta mañana á estas mismas horas, y llame en el entresuelo. Me
alegraría de que... pero hay que pensarlo. Si yo no pudiese, haré por
descubrir alguna casa gallega... Dígame V. las condiciones, por si otra
persona quisiese saber...
Este texto no ha recibido aún ninguna valoración.