Prueba al Canto

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Discutíamos una noche en el saloncito verde del Circulo de pensadores trascendentales (sociedad que murió joven por falta de cuotas), acerca de socialismo y comunismo, y el buen Zenón Veleta, siempre amigo de contradecir, porfiaba que ninguno, ni aún los mismos que echan bombas de dinamita o clavan puñales y suben al patíbulo, es comunista de verdad, en el fondo de su alma.

—A mí no me digan —argüía Zenón—. No existe el tal comunismo; es una farsa, moralmente hablando: obras son amores y no buenas razones.

—¿Y no llama usted obras —exclamó el excelentísimo señor D. Tristán Molinillo, individuo correspondiente de la Ciencias históricas de Estocolmo—, a dejarse apretar el pescuezo? Quisiera yo verle a usted…

—¡Antes ciegue usted que tal vea! —saltó furioso Zenón.

—Entiéndame usted bien: yo sostengo que todos los días aparecen gentes que se juegan la vida por un quítame allá esas pajas. Cada novillada, en los pueblos, cuesta dos o tres muertos y diez o doce heridos graves. Que se encienda ahora una guerra civil al grito de… lo que ustedes gusten, y sobrarán voluntarios. Arme usted un motín, por consumo va o consumo viene, y se echarán a la calle como fieras innumerables ciudadanos ayer pacíficos, sin temor a que les rompan la crisma. Por unas copas; pro diez céntimos; por una palabra más alta que otra; por cualquier futesa, se desmondongan los chulos en tabernas y fandangos. Créalo usted; de la vida hace poco caso el hombre; fácilmente la tira por la ventana: el morir en aras de una doctrina ni siquiera indica que el mártir la profesa sinceramente. El caso, señores, no es morir por una doctrina, sino vivir por ella y según ella.

Ahí está como yo juro y perjuro que no existan tales comunistas ni anarquistas; que son un mito, engendrado por el miedo burgués. Y si no, a la prueba.

¿Dónde encuentren ustedes un comunista que, poseyendo bienes, los ponga en común, sin reservar para sí especialmente nada que los demás no disfruten? ¿Dónde se oculta el anarquista que, si le dan un mandillo, no lo ejerza, y si puede subir prefiera bajar? ¿Por qué será que no hay millonarios comunistas, ni ministros y generales a quienes les seduzca y extravíe el anarquismo? ¿Quién, de dos gabanes, entrega uno al prójimo? Cuando se me presenten ejemplos, confesaré que el comunismo es una idea y no un estado de exasperación causado por la necesidad.

—Amigo Veleta —le interrumpí— yo conozco, no a uno solo, sino a muchos comunistas y anarquistas como los que usted describe y dice que no ve por ninguna parte. Son comunistas de pies a cabeza, porque sin dejar de hallarse dispuestos a arriesgar la vida, y arriesgándola y perdiéndola muchas veces por sus convicciones, a toda hora se regulan por ellas, a ajustan a ellas sus actos más insignificantes, y hasta sus pensamientos. Nada quieren poseer individualmente; el ejercicio del poder les repugna; la propiedad les enfada, y son tan partidarios de la igualdad, que ni en vestir ni en comer, ni en casa y lecho, se diferencia una línea. Son tan exaltados en sus creencias, que para servirlas mejor renuncian al amor y a la mujer, y andan descalzos…

—¡Bah! —exclamó Veleta—. Adivino quiénes son esos comunistas a que usted alude. Se trata de los frailes… ¿Y no sabe usted por qué los frailes parecen excepción de la regla que afirmó? Porque ésos se muestran comunistas en vida, sin otro fin que ser los más refinados individualistas… después de la muerte. Bajo el supuesto colectivismo, cada cual busca su propio bien, la salvación de su alma, inconfundible con las otras, y la alegría de su cuerpo bienaventurado; una mayor ración de gloria, comparada a precio de la igualdad y la renuncia a toda propiedad y a todo interés mundano… Sí; llámeles usted tontos: conversación. Nadie se inmola diariamente por el bien ajeno. Individualistas prácticos aquí o en el Paraíso… pero siempre individualistas.

No se es comunista más que por fuera, porque no hay teoría económica ni social capaz de suprimir el yo. ¿Quieren ustedes que les cite un hecho que prueba esta terrible verdad en toda su desnudez y su espantosa crudeza? En dos palabras lo cuento.

Conocí íntimamente a un socialista-comunista muy ardoroso, persuadido, de buena fe, y además propagandista. Mil veces había arrostrado la muerte este hombre, y por último, a consecuencia de una de sus algaradas insensatas, echáronle el guante y le empaquetaron para Fernando Póo. Por casualidad iba yo en el mismo barco… Sobrevino una borrasca deshecha; el buque, combatido por el oleaje furioso, amenazaba hundirse, y se echaron al agua los botes.

Uno de ellos, el más chico, estaba atestado de niños y mujeres, y con la excesiva carga se iba a fondo. Ideamos sostenerlo con cables, mientras se pasaba alguna gente al esquife mayor. En aquel momento de vértigo y de confusión indescriptible, el comunista fue el encargado de sostener la cuerda. La agarró con ahínco, y al principio sólo notó un ligero escozor; luego empezó a arderle la palma de la mano como si tuviera en ella ascuas encendidas. Si soltaba, eran perdidos los del botecillo: había que sufrir, que dejarse arrancar la piel y la carne. Pero el dolor crecía, la sensación era tremenda, y el comunista, lanzando un terno, aflojó el cable y vio que el bote, como una piedra, descendía al abismo.

Quedó tristón —¿a qué negarlo?— pero me confesó que si cien veces le arde la mano así, otras cien deja hundirse el bote. Esto es el pan nuestro de cada día. Veinte existencias apenas no pesan lo que un verdadero tormento propio.

Calló Veleta, y todos le imitamos. Y al mirar su rostro repentinamente pálido y contraído, pensé sin querer que él era el comunista deportado, y busqué en la palma de su mano derecha la señal de la llaga.


Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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