Los Apóstoles

Ernest Renan


Historia, religión



Introducción

Crítica de los documentos originales.


El primer libro de nuestra Historia de los orígenes del cristianismo, refiere los acontecimientos hasta la muerte y enterramiento de Jesús, y es preciso ahora reanudar el hilo de la narracion desde el punto en que la dejamos, es decir, desde el sábado 4 de Abril del año 33, lo cual será continuar en parte la vida de Jesús. Pasados los meses de alegre embriaguez durante los cuales asentó el gran fundador las bases de un nuevo órden de cosas para la humanidad, fueron los años siguientes los más decisivos en la historia del mundo; y de nuevo encontramos á Jesús, quien por el fuego sagrado, cuya chispa depositó en el corazon de algunos amigos, crea instituciones de la más elevada originalidad, y conmueve y transforma las almas, imprimiendo en todas las cosas un sello divino. Ahora nos toca demostrar como bajo aquella influencia siempre creciente y victoriosa de la muerte, se propagó por la resurreccion, la fé, la influencia del Espíritu Santo, el don de las lenguas y el poder de la Iglesia; daremos á conocer la organizacion de la Iglesia de Jerusalem, sus primeras pruebas, sus primeras conquistas, las más antiguas misiones que salieron de su seno, y seguiremos en fin al cristianismo en su rápido progreso desde Siria hasta Antioquía, donde se forma una segunda capital, más importante en cierto modo que Jerusalem, á la cual debia reemplazar más tarde. En aquel nuevo centro donde los paganos convertidos forman la mayoría, veremos al cristianismo separarse definitivamente del judaismo y recibir un nombre; veremos nacer la idea de las grandes misiones lejanas, cuyo objeto era dar á conocer el nombre de Jesús en el mundo de los gentiles; nos detendremos en el momento solemne en que Pablo, Bernabé y Juan Márcos parten para llevar á cabo su elevado designio, é interrumpiendo entonces nuestra narracion á fin de echar una ojeada sobre el mundo que tratan de conquistar los atrevidos misioneros, trataremos de darnos cuenta del estado intelectual, político, moral, religioso y social del imperio romano, hácia el año 45, fecha probable de la partida de San Pablo á su primera mision.

Tal es el objeto de este segundo libro, que titularemos Los Apóstoles, porque expone el período de la accion comun durante el cual la pequeña familia creada por Jesús marcha de concierto y se agrupa moralmente al rededor de un punto único, de Jerusalem. En nuestro próximo libro, que será el tercero, saldremos de este cenáculo para ver presentarse casi solo en escena al hombre que representa mejor que otro ninguno al cristianismo conquistador y viajero, es decir á San Pablo.

Aun cuando éste se haya dado desde cierta época el título de Apóstol, no lo era con el mismo título que los Doce, y solo debe considerarse como un obrero de segundo órden, y hasta puede decirse como un intruso.

Segun se desprende de los documentos históricos que han llegado hasta nosotros, y como sabemos muchas más cosas de San Pablo que de los Doce, y tenemos sus escritos auténticos, y memorias originales de notable precision sobre algunas épocas de su vida, se ha incurrido en el error de darle una importancia de primer órden, casi superior á la de Jesús. Pablo es ciertamente un gran hombre y desempeñó en la fundacion del cristianismo un papel de los más importantes, pero no se le debe comparar ni á Jesús ni aun á los discípulos de éste. Pablo no vió á Jesús ni probó la ambrosía de la predicacion de Galilea, y siendo así, el hombre más insignificante que tuvo su parte en el maná celestial, era por esto mismo superior al que apenas lo habia probado. Nada más falso que la opinion que está en boga en nuestros dias, segun la que se supone que Pablo fué el primer fundador del cristianismo. Esto no es exacto: el verdadero fundador del cristianismo es Jesús, y despues de éste deben figurar en primer término sus fieles y apasionados amigos, esos grandes hombres que fueron los oscuros compañeros de Jesús y que creyeron en él aun despues de su muerte. En el primer siglo pudo considerarse á Pablo como una especie de fenómeno aislado, pues en vez de una escuela organizada, solo dejó ardientes adversarios que despues de su muerte quisieron desterrarle en cierto modo de la Iglesia, comparándoles con Simon el Mágico. Se le negó que hubiese llevado á cabo la conversion de los gentiles, que es lo que consideramos como su propia obra; la Iglesia de Corinto, que él solo habia fundado, dijo que debia tambien su orígen á San Pedro; en el siglo II, Papias y San Justino no pronuncian su nombre, y solo más tarde, cuando la tradicion oral ya no fué nada y tuvo que ceder su puesto á la Escritura, llegó Pablo á ocupar un lugar preferente en la teología cristiana. Pablo en efecto fué teólogo, lo cual no puede decirse de Pedro y María de Magdala; Pablo ha dejado obras considerables, y los escritos de los demás Apóstoles no pueden competir con los suyos ni en importancia ni en autenticidad.

Á primera vista, los documentos referentes al período que comprende este volúmen, son escasos y de todo punto insuficientes, pues los testimonios directos se reducen á los primeros capítulos de las Actas de los Apóstoles, capítulos cuyo valor histórico da lugar á graves objeciones. Pero la luz que proyectan en este oscuro intervalo los capítulos de los Evangelios, y sobre todo las epístolas de San Pablo, disipan en cierto modo las tinieblas. Un escrito antiguo, no solo sirve para dar á conocer la época en que se redactó sino tambien la anterior, y sugiere seguramente inducciones retrospectivas acerca de la sociedad que lo produjo. Las epístolas de San Pablo compuestas en el período comprendido desde el año 53 al 62, poco más ó menos, contienen infinitos datos sobre los primeros años del cristianismo y como se trata aquí principalmente de las grandes fundaciones sin fechas precisas, lo esencial es demostrar en qué condiciones se formaron aquellas. Debo pues advertir una vez para siempre que la fecha corriente inscrita al principio de cada página solo es aproximada, pues en la cronología de los primeros años no se cuenta sino un escaso número de datos fijos. Sin embargo, gracias al cuidado que ha tenido el autor de las Actas de no alterar la série de los hechos; gracias á la epístola de los Galatas, donde se encuentran algunas indicaciones numéricas de inestimable precio, y merced en fin á Josefo que nos da la fecha de los acontecimientos de la historia profana, enlazados con algunos hechos referentes á los Apóstoles, se llega á crear para la historia de estos últimos un conjunto muy verosímil donde las probabilidades del error flotan entre los límites de la exactitud.

Repetiré nuevamente al empezar este libro lo que ya he dicho al principio de mi Vida de Jesús: en historias como esta, donde solo el conjunto es cierto, y donde los detalles se prestan más ó menos á la duda, á causa del carácter legendario de los documentos, la hipótesis es indispensable. Tratándose de épocas de que no sabemos nada, no hay hipótesis posible. Intentar reproducir tal ó cual grupo de la escultura antigua, que ha existido ciertamente pero del cual no se conserva resto alguno, ni la menor noticia escrita, es ciertamente hacer una obra arbitraria; pero ¿no será acaso legítimo é indispensable tratar de reedificar los frontis del Parthenon con los restos que se encuentren, consultando además los textos antiguos, los dibujos hechos en el siglo XVII, todos los datos en fin con que pueda uno inspirarse en el estilo de aquellas inimitables obras, tratando de reproducir su alma y su vida? No diremos por esto que se ha encontrado la obra del escultor antiguo, pero se ha hecho lo posible por imitarla; y á fé que este procedimiento es tanto más legítimo en la historia, cuanto que el lenguaje permite las formas dubitativas, que no admite el mármol. Nada impide además al lector elegir entre diversas suposiciones. La conciencia del escritor, debe quedar tranquila desde el momento en que ha presentado como cierto lo que es cierto, como probable lo que es probable, como posible lo que es posible, y en los puntos en que el pensamiento se desliza entre la historia y la leyenda, lo que debe buscarse es el efecto general. Nuestro tercer libro, para la confeccion del cual contamos con documentos absolutamente históricos, y en el que debemos describir los caractéres con precision, refiriendo los hechos con claridad, ofrecerá una narracion más exacta, aun cuando se vea que la historia de aquel período no se conoce más á fondo. Los hechos consumados hablan más alto que todos los detalles biográficos: sabemos muy poco de los artistas inimitables que crearon las obras maestras del arte griego, pero esas obras nos dicen más acerca de sus autores y del público que las apreció, que lo que pudieran decirnos las narraciones más circunstanciadas, los textos más auténticos.

Para el conocimiento de los hechos decisivos que pasaron en los primeros dias despues de la muerte de Jesús, los documentos son los últimos capítulos de los Evangelios, que dan cuenta de las apariciones de Cristo resucitado; y no es necesario repetir aquí lo que he dicho en la introduccion de mi Vida de Jesús acerca del valor de tales documentos. Para este libro tenemos felizmente un comprobante de que careciamos en nuestra primera obra, y al decir esto, me refiero á un pasaje capital de San Pablo (I Cor., XV, 5-8), que establece: 1.º la realidad de las apariciones; 2.º la larga duracion de estas, contrariamente á lo que refieren los evangelios sinópticos, y 3.º la variedad de los lugares, donde tuvieron lugar aquellas, en contraposicion á lo que dicen Márcos y Lucas. El estudio de este texto fundamental, y otras muchas razones, nos confirman en las opiniones que habiamos anunciado acerca de la relacion recíproca de los sinópticos y del 4.º Evangelio, y en lo que se refiere á la resurreccion y á las apariciones, es notoria la superioridad del último, por lo que hace á la vida de Jesús. Si se quiere encontrar una narracion seguida, lógica, que permita conjeturar con verosimilitud lo que se ocultó tras las ilusiones, allí es donde es preciso buscarlo, y aquí vengo á tocar la más difícil de las cuestiones que se refieren á los orígenes del cristianismo: ¿Cuál es el valor histórico del cuarto Evangelio? El uso que de este he hecho en mi Vida de Jesús, es precisamente lo que ha dado lugar á que me dirijan más objeciones los críticos ilustrados, pues todos los sabios que aplican á la historia de la teología el método racional, rechazan el cuarto Evangelio como apócrifo en todos conceptos. He reflexionado mucho nuevamente en este problema, y apenas he podido modificar mi primera opinion, mas como en este punto no soy del parecer de la generalidad, creo un deber mio exponer en detalle los motivos de mi persistencia, y lo haré en un Apéndice que aparecerá al fin de una edicion revisada y corregida de la Vida de Jesús, que ha de ver la luz pública próximamente.

Las Actas de los Apóstoles, constituyen el documento más importante para la historia que vamos á referir, y por lo tanto debo dar algunas explicaciones acerca del carácter de esa obra y de su valor histórico, así como tambien del uso que de ella hice.

No cabe la menor duda que el autor de las Actas es el mismo que el del tercer Evangelio, y que aquellos son la continuacion de este último. Nadie se detendrá á probar esta proposicion, que por lo demás no se ha discutido sériamente pero los prefacios que encabezan ambos escritos, la dedicatoria de uno y otro á Teófilo y la perfecta semejanza del estilo y de las ideas, ofrecen sobre este punto abundantes demostraciones.

Hay una segunda proposicion que aunque no ofrece la misma seguridad, puede considerarse sin embargo como muy probable, y es que el autor de las Actas es un discípulo de Pablo que le acompañó en muchos de sus viajes. Á primera vista, esta proposicion no admite duda. En muchos párrafos á partir del versículo 10 del capítulo XVI, el autor de las Actas, emplea en la narracion el pronombre nosotros, indicando así que por entonces formaba parte de la compañía apostólica que rodeaba á San Pablo. Esto es evidente; y en efecto; solo queda una salida para rebatir tan fuerte argumento, y esta es, suponer que los pasajes donde se halla el pronombre nosotros, han sido copiados por el último redactor de las Actas de un escrito anterior, de memorias originales de un discípulo de Pablo, por ejemplo, de Timoteo, y que el redactor habrá olvidado, por inadvertencia, sustituir al nosotros el nombre del narrador. Esta explicacion, sin embargo, no es muy admisible, pues si bien se comprenderia semejante descuido en una recopilacion vulgar, no así en el tercer Evangelio y en las Actas, que forman una obra muy bien redactada, escrita con reflexion y hasta con arte por una misma mano y segun un plan. Ambos libros reunidos forman un conjunto donde se observa exactamente el mismo estilo, las mismas locuciones favoritas y hasta el mismo modo de citar la Escritura. Una falta tan chocante como la que queriamos suponer seria inexplicable, y por lo tanto todo nos induce poderosamente á creer que uno mismo es el que ha escrito el fin de la obra y el principio, y que el narrador de todo es el que dice nosotros en los pasajes precitados.

Todo esto llama aún más la atencion si se observa en qué circunstancias aparece el narrador en compañía de Pablo: el uso del nosotros comienza en el momento en que este último marcha á Macedonia por la primera vez (XVI, 10) y cesa cuando Pablo sale de Filipos; repitiéndose la frase cuando aquel hace el segundo viaje á los mismos puntos (XX, 5, 6). Desde entonces el narrador no se separa de Pablo hasta el fin, y si se observa además que los capítulos en que el primero acompaña al segundo tienen un carácter particular de precision, no puede ponerse ya en duda que el narrador no fuera un macedonio ó más bien un filipense que sale al encuentro de Pablo en Troas, durante la segunda mision; que permanece en Filipos despues de la partida del Apóstol, y que al pasar éste por última vez por dicha ciudad (tercera mision), se une á él para no abandonarle nunca. ¿Cómo se explica que un hombre que escribió sobre una época lejana se dejase dominar de tal modo por los recuerdos de otra? Estos recuerdos perjudicarian al conjunto: el narrador que dice nosotros tendria su estilo, sus frases especiales y seria más Pauliniano que el redactor principal, y esto no es así, puesto que en la obra hay una perfecta homogeneidad.

Se extrañará acaso que una tésis en apariencia tan evidente haya encontrado contradictores, pero la crítica de los escritos del Nuevo Testamento, ofrece muchos puntos, que claros en un principio, presentan numerosas dudas al proceder á su exámen. Por lo que hace al estilo, á los pensamientos y á las doctrinas, las Actas, no son lo que podria esperarse de un discípulo de Pablo, ni se parecen en nada á las epístolas de este último, pues no se encuentra ni el menor vestigio de las atrevidas doctrinas que constituyen la originalidad del Apóstol de los gentiles. El carácter de Pablo parece ser el de un protestante brusco y severo; el autor de las Actas se nos presenta como un buen católico, dócil, optimista, que no habla de un sacerdote sin usar el adjetivo santo, ni de un obispo sin llamarle grande, y que se halla dispuesto á aceptar todas las ficciones, antes que reconocer que esos santos sacerdotes y grandes obispos, disputan entre sí, haciéndose á veces la más cruda guerra. Sin dejar de admirar á Pablo, el autor de las Actas evita en lo posible darle el título de Apóstol y quiere que la iniciativa de la conversion de los gentiles sea de Pedro, lo cual podria hacer creer que dicho autor es en suma un discípulo de Pedro más bien que de Pablo. Bien pronto demostraremos que en dos ó tres circunstancias sus principios de conciliacion le han inducido á falsear gravemente la biografía de Pablo, cometiendo inexactitudes y sobre todo omisiones verdaderamente extrañas en un discípulo de este último puesto que no habla de una sola de las epístolas, y reduce de una manera sorprendente relatos de la mayor importancia. Aun en las partes en que debe aparecer como compañero de Pablo, el autor de las Actas, usa un lenguaje muy seco y no da pruebas de hallarse muy bien informado. Por último, la dejadez y vaguedad que se notan en ciertas narraciones, la parte convencional que se descubre, darian que pensar á un escritor que no hubiese tenido relacion alguna directa ó indirecta con los Apóstoles, y que escribiese hácia el año 100 ó 120.

¿Podrán tener estas objecciones alguna importancia? Á mí me parece que no, y persisto en creer que el último redactor de las Actas no es otro sino el discípulo de Pablo que dice nosotros en los últimos capítulos. Por difíciles de resolver que parezcan todas las dudas, debemos suspender nuestro juicio en el caso de no resolverse aquellas ante un argumento tan decisivo como el que resulta de la palabra nosotros; y á esto añadiremos que atribuyendo las Actas á un compañero de Pablo, se explican dos particularidades importantes: por un lado la desproporcion de las partes de la obra, en la que se habla preferentemente de Pablo, y por otro la desproporcion que se nota en la biografía misma de éste, de cuya primera mision se habla muy poco en tanto que de la segunda y tercera, sobre todo en los últimos viajes, se da cuenta con minuciosos detalles. Un hombre completamente extraño á la historia apostólica no habria incurrido en estas faltas, y á no dudarlo estaria mejor concebido el conjunto de su obra. Uno de los caractéres que distingue la historia compuesta con documentos, de la historia original, es precisamente la desproporcion; el historiador de gabinete, toma por cuadro los sucesos mismos, en tanto que el autor de memorias solo se sirve de sus recuerdos ó cuando menos de sus relaciones personales. Un historiador eclesiástico, una especie de Eusebio, escribiendo hácia el año 120, nos hubiera legado un libro distribuido de otro modo á partir del capítulo XIII. La manera extraña con que las Actas salen despues de la órbita donde giraban hasta entonces, no se explica, en mi concepto, sino por la situacion particular del autor y sus relaciones con Pablo. Este resultado se confirmará naturalmente si encontramos entre los colaboradores conocidos del Apóstol el nombre del autor á quien la tradicion atribuye nuestra historia.

Esto es precisamente lo que sucede: los manuscritos y la tradicion nos dan como autor del tercer Evangelio, á un tal Lucanus, ó Lucas, y de lo dicho resulta que si Lucas es verdaderamente el autor del tercer Evangelio, lo es igualmente de las Actas. Ahora bien, el nombre de Lucas aparece precisamente como el de un compañero de Pablo en la epístola de los Colosenses, IV, 14; la de Filemon, 24, y en la segunda de Timoteo, IV, 11. La autenticidad de esta última es muy dudosa, y aunque no lo sea tanto la de las dos últimas, no puede afirmarse, sin embargo, con toda seguridad que sean de San Pablo. De todos modos, los tales escritos son del primer siglo, y esto basta para probar evidentemente que entre los discípulos de Pablo existió un Lucas. El que confeccionó las epístolas de Timoteo, no es en efecto el mismo que compuso las de los Colosenses y Filemon, (suponiendo contrariamente á nuestra opinion que estas sean apócrifas). Admitir que un falsario hubiese atribuido á Pablo un compañero ficticio, seria ya poco verosímil; pero menos lo es aún que falsarios distintos hubieran elegido el mismo nombre. Dos observaciones pueden hacerse que dan á este razonamiento una fuerza particular: la primera es que el nombre de Lucas ó Lucanus es entre los primeros cristianos un nombre raro que no se presta á confusiones anónimas, y es la segunda que el Lucas de las epístolas no adquirió nunca celebridad. Inscribir un nombre célebre al principio de un escrito, como se hizo para la segunda epístola de Pedro, y muy probablemente para las de Pablo, en Tito y Timoteo, no era en nada contrario á las costumbres de la época; pero encabezar un escrito con un nombre falso y oscuro, es una cosa que no se concibe. ¿Seria la intencion del falsario patrocinar el libro con la autoridad de Pablo? Pero si es así ¿por qué no tomaba el nombre mismo de Pablo, ó cuando menos el de Timoteo ó de Tito, discípulos más conocidos del Apóstol de los gentiles? Lucas no ocupaba ningun lugar en la tradicion, en la leyenda, ni en la historia, y los tres pasajes precitados de las epístolas no podian bastar para reconocer en aquel una garantía admitida, pues todas las epístolas á Timoteo se han escrito probablemente despues de las Actas, y las citas de Lucas en las epístolas á los Colosenses y Filemon equivalen á una sola, de tal modo, que estos dos escritos forman un solo cuerpo. Creemos pues que el autor del tercer Evangelio y las Actas, es real y efectivamente Lucas, discípulo de Pablo.

El nombre de Lucas y la profesion de médico que ejercia el llamado discípulo de Pablo, convienen bien con las indicaciones que dan ambos libros sobre su autor. Hemos demostrado en efecto que el autor del tercer Evangelio y de las Actas era probablemente natural de Filipos, colonia romana donde dominaba el latin y además de esto debe notarse que el autor del tercer Evangelio y de las Actas no conoce bien el judaismo ni la historia de Palestina ni sabe tampoco el Hebreo pero está muy al corriente de las ideas del mundo pagano y escribe el griego de una manera bastante correcta. La obra se ha compuesto lejos de la Judea por personas poco entendidas en geografía que no se cuidaban ni de poseer la ciencia rabinica á fondo, ni de los nombres Hebreos; reduciéndose la idea dominante del autor á que si se hubiera permitido al pueblo seguir su inclinacion habria abrazado la fé de Jesús, á lo cual se opuso la aristocracia judía. La palabra Judío se toma siempre en la obra en sentido despreciativo y como sinónimo de enemigo de los cristianos; por el contrario se habla muy favorablemente de los herejes samaritanos.

¿En qué época podrá haberse compuesto aquel escrito notable? Lucas aparece por primera vez en compañía de Pablo cuando éste hizo su primer viaje á Macedonia hácia el año 52. Supongamos que contara entonces veinte y cinco años, y en este caso nada más natural que hubiese vivido hasta el año 100, pero la historia de las Actas no llega más que hasta el año 63 y como quiera que su redaccion es evidentemente posterior á la del tercer Evangelio, y la fecha de la composicion de este se fija de una manera bastante precisa en los años inmediatos que siguieron á la ruina de Jerusalem (año 70), no se puede suponer que se redactaran las Actas antes del 71 ó 72.

Si fuera seguro que esta obra se compuso seguidamente al Evangelio, podriamos detenernos aquí, mas en este punto está permitida la duda: algunos hechos inducen á creer que ha transcurrido un intervalo entre la composicion del tercer Evangelio y la de las Actas, y esto es tanto más verosímil cuanto que se nota entre los últimos capítulos del Evangelio y el primero de las Actas una singular contradiccion. Segun el último capítulo de los Evangelios parece que la ascension tuvo lugar el mismo dia de la resurreccion, y el primer capítulo de las Actas dice que aquella no ocurrió sino al cabo de cuarenta dias. Claro es que esta segunda version nos presenta una forma más avanzada que la leyenda, forma adoptada cuando se vió que era necesario dejar un intervalo para las diversas apariciones, y dar á la vida de Jesús despues de salir de la tumba un cuadro completo y lógico. Podria pues suponerse que al autor no le ocurrió interpretar así las cosas sino en el intervalo que medió entre la redaccion de ambas obras; y de todos modos es muy extraño que aquel se crea obligado á pocas líneas de distancia á desarrollar su primera historia aumentando el número de datos. Si aún tenia entre manos su primer libro ¿por qué no hacia las adiciones, que separadas como aparecen luego, causan tan mal efecto? Esto no es sin embargo una prueba decisiva, y hay una circunstancia grave que induce á creer que Lucas concibió al mismo tiempo el plan y el conjunto. El prefacio que encabeza el Evangelio es el que parece comun á los dos libros. La contradiccion que acabamos de indicar se explica acaso por el poco cuidado que se tuvo de dar una cuenta exacta del empleo del tiempo, y á esto se debe seguramente que todas las relaciones de la vida de Jesús, despues de salir de la tumba, estén en un completo desacuerdo acerca de la duracion de esta vida. Importaba tan poco ser histórico, que el mismo narrador no tenia el menor escrúpulo en proponer sucesivamente dos sistemas inconciliables: las tres relaciones que acerca de la conversion de Pablo se encuentran en las Actas ofrecen tambien pequeñas diferencias que prueban igualmente cuán poco se ocupaba el autor de la exactitud de los detalles.

Parece pues que nos aproximariamos á la verdad suponiendo que las Actas se escribieron hácia el año 80, pues por una parte el espíritu del libro conviene muy bien con la primera época de los Flavios, y por la otra, el autor parece evitar todo aquello que hubiera podido ofender á los romanos. En efecto, vemos que se complace en demostrar que los funcionarios de Roma no solo eran favorables á la nueva secta sino que la abrazaron algunas veces que la defendieron contra los judíos, y que la justicia imperial era equitativa y superior á las pasiones locales. El autor insiste particularmente en enumerar las ventajas que obtuvo Pablo merced á su título de ciudadano romano y corta justamente su narracion en el momento de la llegada de Pablo á Roma, quizá para no verse obligado á referir las crueldades de Neron contra los cristianos. El contraste entre las Actas y el Apocalipsis es en extremo notable: escrito este en el año 68, recuerda á cada paso las infamias de Neron, rebosando un ódio profundo contra Roma, y en la primera obra aparece el tirano como un hombre afable que vive en una época tranquila. Desde el año 70, poco más ó menos, hasta los últimos años del primer siglo, la situacion fué bastante buena para los cristianos, pues hasta hubo personajes de la familia Flaviana que pertenecieron al cristianismo. ¿Quién sabe si Lucas no conoció á Flavio Clemente, si no fué de su familia, y si las Actas no se escribieron por este poderoso personaje cuya posicion oficial exigia ciertas consideraciones? Algunos indicios dan lugar á suponer que el libro se compuso en Roma, y diríase en efecto que los principios de la iglesia romana dominaban al autor. Esta iglesia tuvo desde los primeros siglos el carácter político y gerárquico que la distinguió siempre, y el buen Lucas pudo dejarse llevar de este espíritu, pues sus ideas sobre la autoridad eclesiástica son muy avanzadas, y en ella se descubre el gérmen del episcopado. Lucas escribió la historia como apologista, imitando á los escritores oficiales de la corte de Roma, é hizo lo que hacia un historiador ultramontano de Clemente XIV, que ensalzando á la vez al Papa y á los jesuitas, trataba de persuadirnos en un discurso lleno de compuncion que por ambas partes se observaban las reglas de la caridad. Dentro de doscientos años se consignará tambien que el cardenal Antonelli y el señor de Mérode se amaban como dos hermanos. El autor de las Actas, fué el primero de esos narradores complacientes que con una ingenuidad sin igual y una beatitud que revela su satisfaccion se empeñan en demostrar que todo se hace en la Iglesia de una manera evangélica. Demasiado leal para condenar á su maestro Pablo, ortodoxo en exceso para no participar de la opinion oficial que prevalecia, prescindió de las diferencias de doctrina para no dejar ver sino el objeto comun que todos aquellos grandes fundadores prosiguieron en efecto por vias tan opuestas y á través de tan enérgicas rivalidades.

Fácilmente se comprenderá que un hombre que se coloca por sistema en semejante situacion, es el menos á propósito para referir los hechos tal como pasaron: la fidelidad histórica es para él una cosa indiferente; todo lo que le importa es la edificacion, y Lucas no lo oculta, pues escribe para que Teófilo reconozca la verdad de lo que le han enseñado sus catequistas. Se habia pues convenido en un sistema de historia eclesiástica que se enseñaba oficialmente y cuyo cuadro, así como el de la misma historia evangélica es probable estuviera ya fijado. El carácter dominante de las Actas, así como el del tercer Evangelio es una tierna piedad, una viva simpatía hácia los gentiles, su espíritu conciliador, una preocupacion extrema acerca de lo sobrenatural, el amor á los pequeños y los humildes, un gran sentimiento democrático, ó más bien, la persuasion de que el pueblo es naturalmente cristiano y que son los grandes los que le impiden seguir sus buenos instintos. Además predomina una idea exaltada del poder de la Iglesia y de sus jefes, un gusto muy marcado por la vida en comun. Los métodos de composicion son iguales en ambas obras, de tal modo que lo mismo nos sucederia con la historia de los Apóstoles, que con la historia Evangélica, si para analizar esta última no tuviéramos más texto que el Evangelio de Lucas.

Fácil es comprender las desventajas de semejante situacion: la vida de Jesús, compuesta por el tercer Evangelio solamente, seria en extremo defectuosa é incompleta, y nosotros lo sabemos porque para la vida de Jesús, la comparacion es posible. Al mismo tiempo que Lucas, tenemos (sin hablar del cuarto Evangelio) á Mateo y á Márcos, quienes relativamente á Lucas, son al menos en partes originales. Damos á conocer los medios violentos por medio de los cuales Lucas desfigura ó mezcla las anécdotas; la manera con que modifica el colorido de ciertos hechos segun sus miras personales, y vemos en fin las piadosas leyendas que añade á las tradiciones más auténticas. ¿No es evidente que si pudiéramos hacer semejante comparacion para las Actas llegariamos á encontrar defectos de un género análogo? Las Actas nos parecerian, á juzgar por los primeros capítulos, inferiores al tercer Evangelio, sin duda porque estos capítulos se compusieron probablemente con documentos menos numerosos y menos universalmente aceptados.

Aquí debe hacerse en efecto una distincion fundamental: bajo el punto de vista del valor histórico, el libro de las Actas se divide en dos partes: la una que comprende los doce primeros capítulos y refiere los hechos principales de la historia de la Iglesia primitiva, y la otra que contiene los diez y seis capítulos restantes consagrados todos á las misiones de San Pablo. En esta segunda parte hay dos clases de relatos; uno en que el narrador aparece como testigo ocular y otro en que no hace más que referir lo que le han dicho, pero aun en este último caso, claro está que su autoridad es grande. Con frecuencia se vé que las conversaciones de Pablo son las que han facilitado las noticias, y hácia el fin, sobre todo, la narracion adquiere un carácter de precision notable. Las últimas páginas de las Actas son las únicas históricas que tenemos sobre los originales cristianos; las primeras por el contrario son las más atacables de todo el Nuevo Testamento. Al hablar de los primeros años, es particularmente cuando el autor obedece á ideas preconcebidas semejantes á las que le preocuparon en la composicion de su Evangelio. Su sistema de los cuarenta dias, su modo de referir la ascension, terminando con una especie de rapto final y de solemnidad dramática la vida fantástica de Jesús; su manera de contar la bajada del Espíritu Santo y las predicaciones milagrosas, y su modo en fin de comprender el don de las lenguas, tan diferente del de San Pablo revelan las preocupaciones de una época relativamente atrasada, en que predomina la leyenda sin oposicion. Todo se representa con un gran aparato escénico, desplegando las formas de lo maravilloso, y es preciso recordar que el autor escribe medio siglo despues de ocurrir los acontecimientos, lejos del país donde tuvieron lugar, y fundándose en hechos que no ha visto, ni él, ni su maestro, y en tradiciones en parte fabulosas ó desfiguradas. No solamente Lucas es de otra generacion que la de los primeros fundadores del cristianismo, sino que es de otro mundo, es Helenista, muy poco judío, casi extraño á Jerusalem y á los secretos de la vida judaica, y apenas ha conocido de la primitiva sociedad cristiana más que á los primeros representantes. En los milagros que él refiere, se ven más bien invenciones á priori, que hechos transformados; los milagros de Pedro y de Pablo forman dos séries que se relacionan: sus personajes se asemejan; Pedro y Pablo no difieren en nada y por último los discursos que pone en boca de sus héroes, aunque hábilmente apropiados á las circunstancias, son todos del mismo estilo, y pertenecen más bien al autor que á las personas á que los atribuye: acabaremos diciendo que hasta se encuentran errores fáciles de reconocer. Las Actas en una palabra, constituyen una historia dogmática, arreglada para apoyar las doctrinas ortodoxas de la época ó inculcar las ideas que más sonreian á la piedad del autor. Añadamos á esto que no podia ser de otro modo: no se conoce el orígen de cada religion sino por las relaciones de los creyentes; solo el escéptico escribe la historia ad narrandum.

Estas no son simples sospechas, conjeturas de un crítico desconfiado en extremo; son sólidas inducciones, y siempre que nos sea permitido comprobar la narracion de las Actas, la encontraremos defectuosa y sistemática. En efecto, aunque no podamos hacer la comprobacion con los textos sinópticos, tenemos para ello las Epístolas de San Pablo, sobre todo la de los Galatas y claro es que en el caso en que las Actas y las epístolas no estén acordes, debe darse siempre la preferencia á las últimas que son textos de una autenticidad absoluta y más antiguas; de una sinceridad completa y sin leyendas. Tratándose de historia, los documentos son de tanta más autoridad, cuanto menos afectan la forma histórica: la autoridad de todas las crónicas debe ceder ante la de una inscripcion, de una medalla, de un mapa, de una carta auténtica. Bajo este punto de vista, las epístolas de autores verdaderos y de fechas fijas, son la base de toda la historia de los orígenes cristianos; sin ellas, la duda alcanzaria á todo, dejando en la oscuridad hasta la misma vida de Jesús. Ahora bien, en dos circunstancias muy importantes, las epístolas ponen en relieve las tendencias particulares del autor de las Actas y su deseo de borrar la huella de las divisiones que habian existido entre Pablo y los Apóstoles de Jerusalem.

Además de esto, el autor de las Actas, quiere que Pablo, despues del incidente de Damasco (IX, 19 y sig.; XXII, 17 y sig.), haya ido á Jerusalem en una época en que apenas se conocia su conversion; que le presentaran á los Apóstoles y viviera con ellos y los fieles en la más afectuosa cordialidad, que haya disputado públicamente contra los judíos Helenistas, y por último, que un complot de estos y una revelacion del cielo, le hayan inducido á marcharse de Jerusalem. Ahora bien, Pablo nos dice que las cosas pasaron de muy distinto modo, y para probar que no habia tomado nada de los Doce y que debe al mismo Jesús su mision y su doctrina, asegura (Gal., I, 11 y sig.) que despues de su conversion evitó tomar consejo de ninguno y de presentarse en Jerusalem á los que eran Apóstoles antes que él; que fué á predicar al Haurán por su propia voluntad y sin encargo de nadie; que es cierto que tres años más tarde hizo un viaje á Jerusalem para conocer á Céfas con quien permaneció quince dias, pero que no vió á ningun Apóstol como no fuera á Jacobo, hermano del Señor, y que esto es tan cierto que su semblante no era conocido en las iglesias de Judea. El esfuerzo que se hace para dulcificar el estilo brusco del rudo Apóstol, á fin de presentarle como colaborador de los Doce, trabajando de concierto con ellos en Jerusalem, aparece aquí de una manera evidente. En efecto, se quiere que Jerusalem sea su capital y punto de partida, que su doctrina sea tan idéntica á la de los Apóstoles, que haya podido reemplazarla ó sustituirla con la de aquellos en la predicacion; se reduce su primer Apostolado á las sinagogas de Damasco; se quiere que haya sido discípulo y oyente, lo cual no es cierto; se reduce el tiempo que trascurrió entre su conversion y su primer viaje á Jerusalem, se prolonga su permanencia en esta ciudad; se supone que predicó á satisfaccion de todos; se sostiene que vivió íntimamente con todos los Apóstoles, aunque él mismo asegura que no ha visto más que á dos, y se asegura, en fin, que los hermanos de Jerusalem velaban sobre él, siendo así que Pablo declara que su semblante les era desconocido.

El deseo de hacer creer que Pablo visitaba continuamente á Jerusalem, es lo que ha inducido á nuestro autor á prolongar su permanencia en aquella ciudad despues de su conversion, suponiendo con esto, que hizo un viaje más. Segun él, Pablo fué con Bernabé á Jerusalem á llevar la ofrenda de los fieles cuando se experimentó el hambre del año 44 (Act., XI, 30; XII, 25), pero Pablo declara terminantemente que en el intervalo que medió entre el viaje que hizo tres años despues de convertirse, y el que verificó para el asunto de la circuncision, no fué á Jerusalem (Gal., I y II). En otros términos; Pablo excluye formalmente todo viaje entre Act., IX, 26 y Act., XV, 2. Si se negara, contra toda razon, la identidad del viaje que se refiere en Gal., II, 1 y sig., con el de que se da cuenta en Act., XV, 2 y sig., no se opondria seguramente la menor contradiccion. «Tres años despues de mi conversion, dice San Pablo, fuí á Jerusalem para conocer á Céfas, y volví catorce años despues...» Se ha podido dudar si el punto de partida de esos catorce años es la conversion ó el viaje que tuvo lugar tres años más tarde: tomemos la primera hipótesis, que es la más favorable al que defiende la narracion de las Actas, y tendremos que segun San Pablo, trascurrieron lo menos doce años entre su primer y segundo viaje á Jerusalem, siendo así que no mediaron ni once, segun lo que dice el Act., IX, 26 y sig., y el Act., XI, 30. Aun cuando se sostuviera lo contrario, vendriamos á caer en otra imposibilidad: en efecto, lo que se refiere en el Act., XI, 30, es contemporáneo de la muerte de Jacobo, hijo del Zebedeo, la cual nos da la única fecha fija de las Actas de los Apóstoles, puesto que precede en muy poco tiempo á la muerte de Herodes Agrippa I, acaecida en el año 44. Habiendo hecho Pablo su segundo viaje lo menos catorce años despues de su conversion, y suponiendo que aquel tuvo lugar en el año 44, la conversion debió ser en el año 30, lo cual es absurdo. Es imposible pues creer en el viaje á que se refiere Act., XI, 30 y XII, 35.

El autor incurre en una grave inexactitud al dar cuenta de estas idas y venidas, pues comparando Act., XVII, 14-16; XVIII, 5 con I Tes., III, 1-2 se encuentra otra contradiccion, pero como no se relaciona con puntos dogmáticos, no hablaremos aquí de ella.

La que es muy principal para el asunto que nos ocupa, lo que arroja un rayo de luz para la crítica en esta cuestion del valor histórico de las Actas, es la comparacion de los pasajes relativos á la circuncision, que se encuentran en dicha obra (Cap. XV.) y en la epístola de los Galatas (Cap. II.). Segun las Actas, habiendo llegado á Antioquía varios hermanos de Judea, los cuales sostuvieron que era necesaria la circuncision para los paganos convertidos, nombróse una diputacion compuesta de Pablo, de Bernabé, y otros varios para que pasaran á Jerusalem á fin de consultar con los Apóstoles y los ancianos sobre este punto. Una vez llegados allí son recibidos por todo el mundo con la mayor alegría; reúnese una gran asamblea donde si hay algun parecer contrario, se pierde entre las efusiones de una caridad recíproca y de la felicidad de que se sienten todos poseidos al verse juntos; Pedro enuncia la opinion que se esperaba emitiria Pablo: á saber, que los paganos convertidos no están sujetos á la ley de Moisés; Jacobo no hace más que una ligera restriccion; Pablo no habla, y á decir verdad, no necesita hacerlo, puesto que su doctrina se pone aquí en boca de Pedro; la opinion de los hermanos de Judea no es apoyada por nadie; y por último, conforme al parecer de Jacobo, se expide un decreto solemne el cual se comunica á las iglesias por medio de diputados elegidos al efecto.

Comparemos ahora la narracion de Pablo en la epístola á los Galatas: Pablo quiere que el viaje que hizo aquella vez á Jerusalem sea la consecuencia de un movimiento espontáneo, y hasta el resultado de una revelacion. Llegado á dicha ciudad, comunica su Evangelio á quien corresponde de derecho; celebra conferencias particulares con personas que parecen ser de consideracion; no se le critica ni se le comunica nada, y solo se le pide que se acuerde de los pobres de Jerusalem. Si Tito, que le acompañó, consiente en dejarse circuncidar, es por consideracion á falsos hermanos intrusos, y aunque Pablo les hace esta concesion pasajera, no se somete á ellos. En cuanto á los hombres importantes, Pablo no habla de ellos sino con cierto viso de amargura é ironía, y dice que no le han enseñado nada. Además de esto, habiendo llegado más tarde Céfas á Antioquía, Pablo se indispone con él porque no obra bien; y en efecto, Céfas comia con todos indistintamente. Llegan luego emisarios de Jacobo, y Pedro se oculta para no ver á los incircuncidados. Viendo que no marchaba por la senda de la verdad del Evangelio, Pablo apostrofa á Céfas delante de todo el mundo y le reprende amargamente su conducta.

Vemos, pues, cuanta es la diferencia: por una parte, una solemne concordia, una especie de concilio, un decreto formal expedido por una autoridad reconocida; y por la otra, arranques de cólera mal contenida, susceptibilidades extremas, nada que se parezca á un concilio, y por último, pareceres contrarios que no se convienen sino para guardar las formas. Inútil es decir qué version merece la preferencia: la narracion de las Actas es apenas verosímil, puesto que segun ella, el concilio tiene por objeto ventilar una disputa de que ya no queda recuerdo una vez terminado aquel; los dos oradores pronuncian discursos muy contrarios á lo que de ellos podia esperarse, y por lo tanto, el decreto que se supone expedido por el concilio es seguramente una ficcion. Si este decreto, cuya redaccion se atribuye á Jacobo, se hubiera promulgado realmente, ¿á qué venian esos apuros del bueno y tímido Pedro ante las gentes enviadas por Jacobo? ¿por qué se ocultaba, puesto que él y los cristianos de Antioquía, cumplian religiosamente con las disposiciones fijadas por el mismo Jacobo en el decreto? La cuestion relativa á la circuncision ocurrió hácia el año 51, y vemos que algun tiempo despues, hácia el año 56, la disputa que debió quedar ventilada en virtud del decreto, es más viva que nunca, y que la iglesia de Galacia se vé agitada por nuevos emisarios del partido judío de Jerusalem. Pablo contesta á este nuevo ataque de sus enemigos con su furibunda epístola: si el decreto á que se refiere el Act., XV, hubiese existido en realidad, Pablo tenia medio muy sencillo de terminar el debate, pues le bastaba citarlo, pero vemos que todo lo que dice supone la no existencia de aquel. En el año 57, al escribir Pablo á los Corintios, no parece tener conocimiento de tal decreto, y hasta infringe sus prescripciones por una de las cuales se manda á todos abstenerse de las carnes inmoladas á los ídolos. Pablo por el contrario, opina que se pueden comer dichas carnes, si con ello no se escandaliza nadie, mas que es preciso abstenerse en el caso contrario. En el año 58, cuando Pablo hizo su último viaje á Jerusalem, Jacobo se muestra más obstinado que nunca. Uno de los rasgos característicos de las Actas, rasgo que prueba claramente que el autor se propone menos presentar la verdad histórica ó satisfacer la lógica, que edificar á los lectores piadosos, es el decir siempre que la admision de los incircuncidados es cuestion resuelta. Esto no es verdad sino por lo que toca al bautismo del eunuco y del centurion Cornelio, ambos milagrosamente ordenados, por la fundacion de la Iglesia de Antioquía (XI, 19 y sig.) y por el pretendido concilio de Jerusalem, lo cual no impide que en las últimas páginas del libro (XXI, 20-21) quede aún la cuestion en suspenso. Á decir verdad, la cuestion permaneció siempre en ese estado, pues las dos fracciones del cristianismo naciente no se fusionaron jamás; solamente una de ellas, la que conservó las prácticas del judaismo, fué infecunda y se extinguió oscuramente. Tan lejos estuvo Pablo de ser admitido por todos, que despues de su muerte, una gran parte del cristianismo le anatematiza y le persigue con sus calumnias.

En nuestro libro tercero es donde tendremos que tratar en detalle la cuestion de fondo enlazada con estos curiosos incidentes; solo hemos querido dar aquí algunos ejemplos de la manera con que el autor de las Actas entiende la historia, de su sistema de conciliacion y de sus ideas preconcebidas. ¿Deduciremos de aquí en conclusion que los primeros capítulos de las Actas carecen de autoridad, como lo piensan algunos críticos célebres y que la ficcion llega hasta crear toda clase de personajes, tales como el eunuco y el centurion Cornelio, y hasta el diácono Estéban y la piadosa Tabitha? Yo no lo creo de ningun modo. Es probable que el autor de las Actas no haya inventando personajes pero es un abogado hábil que escribe para probar y que trata de sacar partido de los hechos de que oyó hablar para demostrar sus tésis favoritas, que son la legitimidad de la vocacion de los gentiles y la institucion divina de la gerarquía. Al hacer uso de semejante documento se debe tener mucha precaucion, pero rechazarlo en absoluto es tan poco razonable, como fiarse de él ciegamente. Hay algunos párrafos, sin embargo, aun en esta primera parte, cuyo valor es conocido de todos, y que constituyen memorias auténticas extractadas por el último redactor. El capítulo XII, en particular, es muy bueno y procede al parecer de Juan Márcos.

Se comprenderá pues en qué apuro nos veriamos si no tuviéramos para formar esta historia más documentos que un libro tan legendario. Felizmente poseemos otros, que se refieren, es verdad, directamente al período que será el objeto de nuestro libro tercero, pero que arrojan ya sobre este mucha luz. Nos referimos á las Epístolas de Pablo: la Epístola de los Galatas sobre todo es un verdadero tesoro, la base de toda la cronología de aquella edad, la llave que lo abre todo, el testimonio, en fin, que debe bastar á los más escépticos para creer en la realidad de las cosas que pudieran ponerse en duda. Á los lectores que me juzguen demasiado atrevido ó demasiado crédulo, yo les ruego que vuelvan á leer los dos primeros capítulos de este libro singular, pues son seguramente las dos páginas más importantes para el estudio del cristianismo naciente. Las Epístolas de San Pablo tienen en efecto una ventaja sin igual en esta historia, y esta es su autenticidad absoluta. La crítica más grave no ha puesto jamás en duda la autenticidad de la epístola á los Galatas, de las dos á los Corintios y de la dirigida á los Romanos. Las razones que se han tenido para atacar las dos epístolas á los Tesalonicenses y la epístola á los Filipenses, no tienen valor alguno. Al principio de nuestro libro tercero tendremos que discutir las objeciones más especiosas, aunque poco decisivas, que se han elevado contra la epístola á los Colosenses y la carta á Filemon; el problema particular que ofrece la epístola á los Efesios, y las fuertes pruebas en fin que inducen á desechar las dos epístolas á Timoteo y la dirigida á Tito. La autenticidad de las epístolas de que haremos uso en este volúmen es indudable, ó cuando menos las inducciones que sacaremos de las otras son independientes de la cuestion de saber si se han dictado ó no por San Pablo.

No es necesario sujetarnos aquí á las reglas de la crítica que hemos observado para la composicion de esta obra, pues ya lo hicimos en la introduccion de la Vida de Jesús. Los doce primeros capítulos de las Actas, son en efecto un documento análogo á los Evangelios sinópticos, con el cual es preciso proceder del mismo modo, porque esta clase de documentos medio históricos y medio legendarios no pueden tomarse ni como historia ni como leyenda, atendido que todo es falso en el detalle y no pueden inducirse preciosas verdades. Traducir pura y simplemente estas narraciones, no es hacer historia, puesto que con frecuencia se encuentran textos más autorizados que contradicen lo que se refiere en aquellas, y por consiguiente, aun dado el caso de que no tuviéramos más que un solo texto, hay motivos para creer que si hubiese otros resultaria la contradiccion. En la Vida de Jesús, la narracion de Lucas difiere á cada paso de las de los otros dos Evangelios sinópticos y la del cuarto: ¿no es por lo tanto probable que si tuviéramos para las Actas un término de comparacion análogo, encontrariamos en dicha obra notables diferencias ó faltas en una infinidad de puntos sobre los cuales no tenemos ahora más testimonio que el suyo? En nuestro libro tercero, observaremos otras reglas, pues allí vamos á entrar en plena historia positiva y tendremos entre manos noticias originales á veces autobiográficas. Cuando San Pablo nos dé él mismo el relato de un episodio de su vida, que no tenia interés en presentar tal ó cual dia, claro es que nos bastará copiar sus palabras una á una, segun el método de Tillemont; pero cuando se trate de un narrador preocupado por un sistema, que escribe para hacer prevalecer ciertas ideas con ese estilo infantil de contornos vagos y suaves y marcado colorido, propio tan solo de la leyenda, el deber del crítico no es sujetarse al texto, sino tratar de descubrir lo que puede haber en este de verdad sin creerse jamás seguro de haberla encontrado. Prohibir á la crítica semejantes interpretaciones seria tan poco razonable como mandar al astrónomo que no se ocupase sino del aspecto del cielo: ¿no consiste acaso la astronomía en conseguir que el paralaje formado por la posicion del observador, llegue á crear una situacion real y verdadera por otra aparente y engañosa?

¿Y quién pretenderia que se deben copiar á la letra documentos donde se encuentran imposibilidades? Los doce primeros capítulos de las Actas son un tejido de milagros; y una regla absoluta de la crítica, es no citar en las relaciones históricas hechos milagrosos. Esta no es la consecuencia de un sistema metafísico; es sencillamente una observacion. Todos los hechos que se suponen milagrosos y que pueden estudiarse de cerca, se convierten en ilusion ó en impostura: si se hubiera probado un solo milagro, no se podrian desechar en masa todos los de las historias antiguas, porque despues de todo, admitiendo que un gran número de estos fueran falsos, se podria creer que algunos son verdaderos. Pero no es así: todos los milagros discutibles se desvanecen, y en este caso, ¿no estaremos autorizados para deducir de aquí que los milagros que ocurrieron hace muchos siglos, y sobre los cuales no hay medio de provocar un debate contradictorio, no son reales y verdaderos? En otros términos; no hay milagro sino cuando se cree en él; lo que constituye lo sobrenatural es la fé. El catolicismo que pretende que no se ha extinguido aún en su seno la fuerza milagrosa, está sujeto él mismo á la influencia de esta ley: los milagros que pretende hacer no se ven en los sitios donde debieran ocurrir, y si se tiene un medio tan sencillo de probarlos ¿por qué no se hace uso de él á la luz del dia? ¡Un milagro en París, ante sabios competentes pondria fin á todas las dudas! Pero ¡ay! ¡esto no sucede nunca! Jamás se ha verificado un milagro ante el público á quien convendria convertir, es decir, ante los incrédulos. La condicion del milagro es la credulidad del testigo. No ha ocurrido ningun milagro ante aquellos que podrian discutirlo y criticarlo, y de esto no hay una excepcion. Ciceron lo dijo muy bien con su buen criterio y acostumbrada sutileza: «¿Desde cuándo ha desaparecido esa fuerza secreta? ¿Será acaso desde que los hombres han llegado á ser menos crédulos?»

«Pero, se dice, si es imposible probar que haya ocurrido nunca un hecho sobrenatural, tambien lo es probar que no haya ocurrido; luego el sabio positivista que niega lo sobrenatural procede, tan gratuitamente como el creyente que admite.» Esto no es exacto: el que afirma una proposicion es quien debe probarla; el que la escucha no tiene que hacer más que esperar la prueba, y ceder si esta es buena. Si hubieran ido á exigir á Buffon que asignara un lugar en su Historia natural á las sirenas y á los centauros, Buffon habria respondido: «Mostradme uno de esos séres y los admitiré; hasta entonces no existirán para mí.—Pero probadme que no existen.—Probadme á mí lo contrario.» En la ciencia, corresponde dar la prueba á los que alegan un hecho. ¿Por qué no se cree en los ángeles y en los demonios, siendo así que innumerables textos históricos suponen su existencia? Porque la existencia de un ángel ó de un demonio, no se ha probado jamás.

Para sostener la realidad del milagro, se apela á fenómenos que se pretende no pueden ocurrir segun el curso de las leyes de la naturaleza. «La creacion del hombre, dicen, no ha podido llevarse á cabo sino por una intervencion directa de la Divinidad; ¿por qué no habia de producirse esa intervencion en los otros momentos decisivos del desarrollo del universo?» No insistiré sobre la extraña filosofía y la mezquina idea de la divinidad que razona de tal modo, pues la historia debe tener su método, independiente de toda filosofía, y sin entrar para nada en el terreno de la teodicea: fácil es demostrar cuán defectuosa es semejante argumentacion. Equivale á decir que todo lo que no sucede en el estado actual del mundo, que todo aquello que no podemos explicar en el estado actual de la ciencia, es milagroso. De este modo tendremos que el sol es un milagro, porque la ciencia está muy lejos de haber explicado el sol; la concepcion de cada hombre es un milagro, porque la fisiología se calla sobre este punto; la conciencia es un milagro, porque es un misterio absoluto, y todo animal, en fin, es un milagro, porque el orígen de la vida es un problema sobre el cual apenas tenemos dato alguno. Si se responde que toda vida, que toda alma, es en efecto de un órden superior á la naturaleza, esto equivale á un juego de palabras. Aun cuando lo admitamos así, preciso es explicarnos la palabra milagro. ¿Qué es un milagro que ocurre todos los dias y á todas horas? El milagro no es lo inexplicable; es una derogacion formal, en nombre de una voluntad particular, á leyes conocidas. Lo que nosotros negamos es el milagro por excepcion, son las intervenciones particulares, como la de un relojero que hubiese hecho un reloj, muy hermoso en verdad, pero al que tendria que tocar de vez en cuando para suplir la insuficiencia de las ruedas. Que Dios esté en todas las cosas de una manera permanente, sobre todo en lo que vive, es precisamente nuestra teoría; nosotros solo decimos que nunca se ha probado ninguna intervencion particular de una fuerza sobrenatural, y negaremos la realidad de lo sobrenatural hasta que un hecho venga á probarnos lo contrario. Buscar este hecho antes de la creacion del hombre, alejarse de la historia, remontándose á épocas en que toda comprobacion es imposible para no tener que citar milagros históricos, es lo mismo que refugiarse detrás de la nube, es probar una cosa oscura con otra más oscura aún, es establecer una ley conocida, en virtud de un hecho que no conocemos. Se citan milagros que tuvieron lugar antes de que existiese ningun testigo para presenciarlos, y no se habla de uno solo que pueda probarse con buenos testimonios.

No cabe duda que en épocas remotas han ocurrido en el universo fenómenos que no se han vuelto á presentar, al menos en la misma escala, en la actualidad; pero esos fenómenos tuvieron su razon de ser cuando se manifestaron. En las formaciones geológicas, por ejemplo, se encuentra un gran número de minerales y piedras preciosas que segun parece no se producen hoy en la naturaleza; y sin embargo, los Sres. Mitscherlich, Ebelmen, de Sénarmont y Daubrée, han compuesto artificialmente la mayor parte de esos minerales y piedras preciosas. Si es dudoso que se consiga jamás producir artificialmente la vida, esto consiste en que la reproduccion de las circunstancias en que aquella comenzó no está al alcance de los medios humanos. ¿Cómo clasificar un planeta que ha desaparecido hace miles de años? ¿Cómo verificar un experimento para el cual se necesitan siglos enteros? Hé aquí lo que se olvida cuando se llama milagros á los fenómenos que han ocurrido en otro tiempo y que no se verifican ya hoy. La formacion de la humanidad es seguramente la cosa más absurda y más extraña del mundo si se la supone súbita é instantánea, pero entra en las analogías generales (sin dejar de ser misteriosa), si se vé en ella el resultado de un progreso lento y continuado durante períodos incalculables. No deben aplicarse á la vida del embrion, las leyes de la vida de la edad madura; pues el embrion desarrolla unos tras otros todos sus órganos, y el hombre adulto por el contrario no los crea porque ya no está en la edad de crearlos; así como el lenguaje no se inventa porque ya no se puede inventar. ¿Pero á qué seguir á unos adversarios que se salen de la cuestion? Nosotros pedimos un milagro histórico probado, y se nos contesta que este debió ocurrir antes de la historia. Ciertamente que si hubiera que probar que son necesarias las creencias sobrenaturales para ciertos estados del alma, bastaria, para hacerlo, el hecho de que espíritus dotados en todas las demás cosas de cierta penetracion, han fundado el edificio de su fé en un argumento tan desesperado.

Hay otros, que abandonando el milagro del órden físico, se parapetan en el milagro del órden moral, sin el cual pretenden que no pueden explicarse estos acontecimientos. No cabe duda que la formacion del cristianismo es el hecho más grande de la historia religiosa del mundo, mas no por esto es un milagro. El budismo y el babismo han tenido mártires tan numerosos, tan exaltados, tan resignados, como los tuvo el cristianismo. Los milagros de la fundacion del islamismo son de una naturaleza muy distinta, y confieso que no me conmueven, pero es preciso observar, sin embargo, que al hablar los doctores musulmanes del establecimiento de aquel, de su difusion como por un rastro de fuego, de sus rápidas conquistas y de la fuerza que le da en todas partes un reinado tan absoluto, hacen los mismos razonamientos que los apologistas cristianos sobre el establecimiento del cristianismo. Concedamos si se quiere que la fundacion de este sea un hecho único: tambien lo es en absoluto el helenismo, si se entiende por esta palabra el ideal de la perfeccion en la literatura, en el arte, en la filosofía, ideal que la Grecia ha realizado. El arte griego sobrepuja á todos los demás artes, así como el cristianismo sobresale sobre todas las demás religiones, y el Acropolis de Atenas, coleccion de obras maestras, al lado de las cuales todas las demás no son sino una imitacion más ó menos perfecta, es acaso el que mejor puede someterse á la comparacion. En otras palabras: el helenismo es un prodigio de belleza, así como el cristianismo es un prodigio de santidad.

Espero que un intervalo de dos años y medio trascurridos desde la publicacion de la vida de Jesús, inducirá á ciertos lectores á ocuparse de estos problemas con más calma.

La controversia religiosa es siempre de mala ley sin quererlo y sin saberlo: no se trata de discutirla con independencia, de buscar con ansiedad; se trata de defender una doctrina establecida, de probar que el disidente es un ignorante ó un hombre de mala fé. Calumnias, contrasentidos, ideas y textos falsos, razonamientos triunfantes sobre cosas que el adversario no ha dicho, gritos de victoria por errores que no se han cometido; nada de esto es ilegal para aquel que cree tener en sus manos los intereses de la verdad absoluta. Preciso era que yo hubiese conocido poco la historia para no esperar semejante cosa, pero tengo suficiente sangre fria para no disgustarme por esto y una aficion bastante decidida á las cosas de la fé, para que me sea dable apreciar debidamente lo que hay á veces de sensible en el sentimiento que pueda inspirar á mis detractores. Con mucha frecuencia, al ver tanta ingenuidad, tan piadosa firmeza; al comprender cuanta cólera rebosa en esas hermosas y buenas almas, he dicho como Juan Huss, al ver una anciana que sudaba para llevar un madero á su leñera: ¡O sancta simplicitas! Segun la hermosa frase de la Escritura, «Dios no está en la tormenta.» ¡Ah! sin duda; si todas estas tribulaciones ayudasen á descubrir la verdad, podria uno consolarse al menos; pero no es así; la verdad no se ha hecho para el hombre apasionado; se reserva para los espíritus que buscan con imparcialidad, sin una opinion persistente, sin un sentimiento de ódio, con una libertad absoluta y sin una segunda intencion. Estos problemas no son sino una de las innumerables cuestiones que se suscitan en el mundo y que los curiosos examinan: no se ofende á nadie enunciando una opinion teórica; los que profesan una fé y la guardan como un tesoro, tienen un medio muy sencillo de defenderla, y este consiste en no hacer aprecio de las obras escritas en un sentido que difiere de sus opiniones. Lo mejor que pueden hacer los tímidos es no leerlas.

Hay personas prácticas, que tratándose de una obra científica, preguntan qué objeto político se ha propuesto el autor, y quieren que una obra de poesía encierre una leccion de moral. Esas personas no admiten que escriba más que para una propaganda: la idea del arte y de la ciencia, que no aspira sino á encontrar la verdad y á realizar lo bello, prescindiendo de todo asunto político, es para ellas una cosa extraña, y por lo tanto, entre nosotros y esas personas, no puede haber conformidad. «Esas gentes, como decia un filósofo griego, toman con la mano izquierda lo que les damos con la derecha.» Ya he recibido una porcion de cartas, dictadas por un sentimiento de honradez, cuyo contenido puede resumirse en estas palabras: «¿Qué habeis querido? ¿Qué objeto os habeis propuesto?» ¡Dios mio! el mismo que uno se propone al escribir cualquiera historia. Si yo dispusiera de varias vidas, emplearia una en escribir una historia de Alejandro, otra en escribir una historia de Atenas, y una tercera en escribir, ya una historia de la Revolucion francesa, ya una historia de la órden de San Francisco. ¿Y qué objeto me propondria yo al escribir esas obras? Uno solo: hallar la verdad y darle vida; trabajar para que los grandes acontecimientos del pasado sean conocidos con la mayor exactitud posible y expuestos de una manera digna. Lejos de mí la idea de combatir la fé que cada uno profesa: estas obras deben componerse con una indiferencia suprema; como si se escribiese para un planeta desierto. Toda concesion á los escrúpulos de un órden inferior, constituyen una falta al culto del arte y de la verdad. ¿Quién no vé que la ausencia del proselitismo es la cualidad y el defecto de las obras compuestas bajo semejante espíritu?

El primer principio de la escuela crítica en efecto, es que cada uno admita en materia de fé lo que necesita admitir, y establezca sus creencias segun su propia opinion. ¿Cómo nos atreveriamos nosotros á intervenir en lo que depende de circunstancias contra las cuales nadie puede hacer nada? Si alguno se adhiere á nuestros principios será porque tiene suficiente talento y educacion para hacerlo, y á fé que todos nuestros esfuerzos no podrian dar ni la una ni el otro al que no posea esas cualidades. La filosofía difiere de la fé, en que esta obra por sí misma, independientemente del conocimiento que se tiene de los dogmas. Nosotros por el contrario creemos, que una verdad no tiene valor sino cuando uno la descubre por sí mismo; cuando se vé todo el órden de ideas que con ella se enlaza: nosotros no nos creemos obligados á no emitir las opiniones que no estén de acuerdo con la creencia de una porcion de nuestros semejantes; nosotros no nos sacrificamos á las exigencias de las diversas ortodoxias, y lejos en fin de atacarlas ó provocarlas, procedemos como si no existiesen. En cuanto á mí, el dia que comprendiese que se habia hecho el menor esfuerzo para inducir á cualquiera á que participase de mis ideas, tendria un gran sentimiento; y me pareceria, ó que mi espíritu se hallaba turbado al escribir este libro, ó que pesaba sobre mí alguna cosa que me impedia regocijarme ante la alegre contemplacion del universo.

¿Quién no vé por otra parte, que si mi objeto fuese hacer la guerra á los cultos establecidos, deberia proceder de otro modo, limitándome únicamente á demostrar las imposibilidades y las contradicciones de los textos y de los dogmas que se tienen por sagrados? Esta penosa tarea se ha hecho mil veces y se ha hecho muy bien. En 1856 escribia ya lo que sigue:


«Protesto para siempre contra la falsa interpretacion que se dé á mis trabajos, si se consideran como obras de polémica los diversos ensayos que he publicado, ó que pudiera publicar en lo sucesivo, sobre la historia de las religiones. Soy el primero en reconocer que tomados como obras de polémica, esos ensayos serian muy pobres, pues la polémica exige una estratégia á la que soy completamente extraño, porque es preciso saber elegir el lado débil de sus adversarios, no tocar jamás las cuestiones inciertas, y abstenerse de toda concesion, es decir, renunciar á lo que constituye la esencia misma del espíritu científico. Ese no es mi método: la cuestion fundamental sobre la que debe girar la discusion religiosa, es decir, la cuestion de la revelacion y de lo natural, yo no la toco nunca; no porque esta cuestion no se haya resuelto por mí con entera certeza, sino porque la discusion de ella no es científica, ó mejor dicho, porque la ciencia independiente la supone resuelta con anterioridad. Á no dudarlo, si yo me propusiese entablar una polémica sobre un punto cualquiera, incurriria en un defecto capital al trasladar al terreno de los problemas delicados y oscuros una cuestion que se puede discutir con más claridad en los términos vulgares que para ello emplean por lo general los amantes de la controversia y los apologistas. Aun cuando conozca cuantas son las ventajas que al decir esto concedo á mis enemigos, me complazco en darlas si con ello consigo convencer á los teólogos que mis escritos tienen un carácter muy distinto de los suyos, y que no se debe ver en ellos sino puras investigaciones de erudicion, atacables como tales, y en las que se trata de aplicar á la religion judía y á la religion cristiana los principios de crítica que se siguen en los demás ramos de la historia y de la filología. En cuanto á la discusion de las cuestiones puramente teológicas, no tomaré en ella parte alguna, siguiendo en esto el ejemplo de los Sres. Burnouf, Creuzer, Guigniaut y otros tantos historiadores críticos de las religiones de la antigüedad, que no se han creido obligados á encargarse de la refutacion ó apología de los cultos de que se ocupaban. La historia de la humanidad es para mí un vasto conjunto donde todo es esencialmente desigual y diverso, pero donde todo es del mismo órden: sale de las mismas causas y obedece á las mismas leyes. Estas son las que yo busco sin más objeto que descubrir cuando menos la aproximacion de la verdad. Nada me hará dejar mi papel oscuro, aunque útil para la ciencia, por el de controversista, cargo fácil de desempeñar, porque asegura al escritor el apoyo de las personas que creen deber oponer la guerra á la guerra. En esta polémica, cuya necesidad no trataré de negar, pero que no está ni en mis gustos ni en mis principios, basta Voltaire. No se puede ser á la vez buen controversista y buen historiador; Voltaire, tan débil como erudito, Voltaire, que nos parece tan poco iniciado en la escuela de la antigüedad á nosotros que observamos un método mejor, Voltaire alcanzaria siempre la victoria sobre adversarios que se juzgaran tan fuertes como él. Seria necesaria una nueva edicion de las obras de aquel grande hombre para satisfacer la necesidad del momento y contestar á los ataques de la teología de la manera conveniente á la que se trata de discutir. Pero hagamos una cosa mejor, nosotros que somos tan amantes de lo verdadero como de satisfacer la curiosidad, dejemos estos debates á los que se complacen en ellos; trabajemos para ese pequeño número que marcha por la gran senda del espíritu humano. Ya sé que la popularidad se inclina en favor de los escritores que en vez de seguir la forma más elevada de la verdad, se consagran á luchar contra las opiniones de su tiempo, pero en justa compensacion, aquellos quedan oscurecidos cuando la opinion que combatieron deja de existir. Los que han refutado la mágia y la astrologíap. liii en los siglos XVI y XVII, han prestado un servicio inmenso á la razon; y sin embargo, sus escritos son desconocidos hoy; su victoria misma es causa de que se les haya olvidado.»


Yo me atendré invariablemente á esta regla de conducta, la única conforme con la dignidad del sabio. Yo sé que las investigaciones de la historia religiosa se ponen en contacto con ciertas cuestiones que parecen exigir una solucion; las personas poco familiarizadas con la libre especulacion no comprenden la calma y lentitud del pensamiento; los hombres prácticos se impacientan contra la ciencia que no satisface pronto sus deseos. No nos dejemos dominar por esa inútil impaciencia; guardémonos bien de fundar nada; permanezcamos en nuestras iglesias respectivas aprovechándonos de su culto secular y de su tradicion de virtud, tomando parte en sus buenas obras y disfrutando de la poesía de su pasado. No rechacemos sino su intolerancia, mas sin dejar de perdonarla, porque es, como el egoismo, una necesidad de la naturaleza humana. Suponer que se pueden fundar en lo sucesivo nuevas familias religiosas ó que la proporcion de las que existen hoy cambie mucho, es ir contra las apariencias: el catolicismo se verá bien pronto minado por grandes cismas; los tiempos de Avignon, de los antipapas, de los clementes y de los urbanos van á volver; la Iglesia católica podrá reconstruir su siglo XIV, mas á pesar de sus divisiones, siempre será la Iglesia católica. Es probable que dentro de cien años no haya variado sensiblemente la relacion entre el número de protestantes, de católicos y de judíos, pero se habrá verificado un gran cambio, sensible á la vista de todos; cada una de esas familias religiosas tendrá dos clases de fieles, los unos creyentes absolutos como en la Edad media, los otros que prescindirán de la letra para no fijarse sino en el espíritu. Este segundo grupo, se irá aumentando poco á poco, y atendido á que el espíritu enlaza tanto como la letra divide, los espiritualistas de cada comunion irán reuniéndose insensiblemente sin intentarlo siquiera. El fanatismo se perderá en una tolerancia general; el dogma llegará á ser un arca misteriosa que convendrá no abrir jamás si bien esto no seria necesario estando aquella vacía. Yo temo que solo una religion resistirá á este movimiento dogmático; me refiero al islamismo. Entre algunos musulmanes y hombres eminentes de Constantinopla, se conserva la escuela antigua, y en Persia sobre todo, se encuentran gérmenes de un espíritu conciliador, pero si estos se ven ahogados por el fanatismo de los Ulemas, el islamismo perecerá, y para creerlo así, tenemos dos razones evidentes; la primera es que la civilizacion moderna no desea que los antiguos cultos mueran del todo; la segunda es que no tolerará que entorpezcan su marcha las antiguas instituciones religiosas. Á estas no les queda más recurso sino ceder ó morir.

En cuanto á la religion pura, que pretende precisamente no ser una secta ni una iglesia aparte, ¿por qué se ha de colocar en una posicion que puede ofrecerle muchos inconvenientes y ninguna ventaja? ¿Por qué ha de enarbolar bandera contra bandera, sabiendo que la salvacion es posible á todos y por todas partes, y que depende del grado de virtud de cada uno? No es extraño que el protestantismo provocara una encarnizada guerra en el siglo XVI: el protestantismo partia de una fé muy absoluta, y lejos de debilitar el dogmatismo, la reforma señaló un renacimiento del espíritu cristiano, el más rígido que pudiera conocerse. El movimiento del siglo XIX, por el contrario, parte de un sentimiento que es la inversa del dogmatismo, y conducirá, no á formar sectas ó iglesias separadas, sino á dulcificar aquellas. Las divisiones aumentan el fanatismo de la ortodoxia provocando reacciones: los Luteros y los Calvinos produjeron los Caraffa; los Ghislieri dieron ejemplo á los Loyolas y á Felipe II. Si nuestra iglesia nos rechaza, no hagamos recriminaciones; sepamos apreciar la dulzura de las costumbres modernas que ha hecho impotentes esos ódios; consolémonos al pensar en esa iglesia invisible que encierra los santos excomulgados, las más hermosas almas de cada siglo. Los desterrados de una iglesia, son siempre los elegidos porque se anticipan á los tiempos; el hereje de hoy es el ortodoxo del porvenir. ¿Y qué es por otra parte la excomunion de los hombres? El Padre celestial no excomulga más que á los corazones duros y mezquinos: si el sacerdote rehusa admitirnos en su cementerio, prohibamos á nuestras familias reclamar; Dios es quien juzga; la tierra es una buena madre que no establece diferencias; el cadáver del hombre honrado que se entierra en un rincon no bendecido, lleva la bendicion consigo.

Á no dudarlo hay situaciones en que es difícil la aplicacion de estos principios: hay personas adictas en cierto modo á la fé absoluta, y al decir esto, quiero hablar de los hombres sujetos á las órdenes sagradas ó revestidos de un órden sacerdotal, pero aun en este caso, un alma noble y hermosa puede salir de apuro. Si un digno cura de aldea llega á comprender, merced á sus estudios solitarios ó á la pureza de su vida, las imposibilidades del dogmatismo literal ¿por qué ha de contristar á los que ha consolado hasta entonces, explicando á las gentes sencillas cambios que estas no pueden comprender? ¡No quiera Dios que así suceda! No hay dos hombres en el mundo que tengan precisamente los mismos deberes que cumplir. El buen obispo Colenso dió una prueba de honradez, sin ejemplo en la iglesia, al escribir sus dudas tan pronto como le ocurrieron; pero el humilde sacerdote católico que se halla en un país donde predomina un espíritu apocado y tímido, debe callarse. ¡Oh, cuántas tumbas discretas de las que se encuentran al rededor de las iglesias de un pueblo, ocultan poéticos secretos y angelicales silencios!

La teoría no es la práctica: lo ideal debe ser siempre lo ideal; debe temer contaminarse al contacto de la realidad. No se hacen grandes cosas sino teniendo ideas estrictamente fijas, pues la capacidad humana es una cosa limitada; el hombre que no tuviese ninguna preocupacion seria impotente. Disfrutemos de la libertad de los hijos de Dios, pero no seamos cómplices de la disminucion de virtud que amenazaria á nuestras sociedades si el cristianismo llegara á debilitarse. ¿Qué seriamos sin esto? ¿Quién reemplazaria á esas grandes escuelas tales como la de San Sulpicio; á ese ministerio de abnegacion de las Hijas de la Caridad? ¿Cómo no temer la ceguedad del corazon y los males que invadirian el mundo? Nuestra disidencia con las personas que creen en las religiones positivas, no es, despues de todo, sino puramente científica; por el corazon, estamos con ellas; solo tenemos un enemigo que tambien es el suyo, y al decir esto, me refiero al materialismo vulgar, á la bajeza del hombre interesado.

Así pues, ¡paz en el nombre de Dios! Que vivan el uno al lado del otro los diversos órdenes de la humanidad, no falseando su propio genio para hacerse concesiones recíprocas, que los debilitarian, sino apoyándose mútuamente. Nada debe reinar aquí bajo exclusivamente; ninguna fuerza debe hallarse en estado de suprimir las demás. La armonía de la humanidad resulta de la libre emision de las notas más discordantes; que la ortodoxia consiga matar á la ciencia, y ya sabemos lo que sucederá; el mundo musulman y la España mueren por haber contribuido harto concienzudamente á la realizacion de este hecho. Si el mundo se dejara gobernar por el racionalismo, sin consideracion á las necesidades religiosas del alma, ahí está la experiencia de la Revolucion francesa para decirnos cuáles serian las consecuencias de semejante falta. El instinto del arte llevado al último extremo, pero sin honradez, convirtió á la Italia del renacimiento en un lugar peligroso. El fastidio, la vanidad y el atraso, son el castigo de ciertos países protestantes donde, bajo el pretexto del buen sentido y del espíritu cristiano, se ha suprimido el arte y reducido la ciencia de una manera mezquina. Lucrecia y Santa Teresa, Aristófanes y Sócrates, Voltaire y Francisco de Asís, Rafael y Vicente de Paul, tienen igualmente su razon de ser, y la humanidad seria defectuosa si faltara uno solo de los elementos que la componen.

I

Formacion de las creencias relativas á la resurreccion de Jesús. — Las apariciones de Jerusalem.


Año 33

Aunque Jesús hablaba continuamente de resurreccion y nueva vida, no habia dicho nunca claramente que resucitaria en su carne. Durante las primeras horas que siguieron á su muerte, sus discípulos no sabian á qué atenerse fijamente sobre este punto, pero segun la opinion que ingénuamente emitieron, suponian que todo estaba acabado. Lloran y entierran á su amigo, si no como á un muerto vulgar, al menos como á una persona cuya pérdida es irreparable; están tristes y abatidos; pierden la esperanza que tenian de que su maestro redimiese á Israel, y diríase en fin, que se desvanecia la más querida ilusion de aquellos hombres.

Pero el entusiasmo y el amor no conocen las situaciones sin salida: se burlan de la impostura, y antes que renunciar á la esperanza, violentan la realidad. Algunas palabras que se recordaba habia dicho el maestro, sobre todo, aquellas por las cuales predijo su futuro advenimiento, podian interpretarse en el sentido de que saldria de la tumba, y semejante creencia era por otra parte tan natural, que la fé de los discípulos hubiera bastado para confirmarla en todas sus partes. Segun la opinion general, Enoc y Elías no habian muerto, y ya se empezaba á creer que los patriarcas y los hombres de primer órden de la antigua ley, no habian muerto tampoco realmente, y que sus cuerpos se hallaban en sus sepulcros, en Hebron, vivos y animados. Debia suceder con Jesús lo que con todos los hombres que han cautivado la atencion de sus semejantes; acostumbrado el mundo á suponerles virtudes sobrehumanas, no puede admitir que se hallen sujetos á la ley injusta é inícua de la muerte comun. En el momento de expirar Mahoma, Omar salió de la tienda sable en mano y declaró que cortaria la cabeza al que se atreviese á decir que el profeta ya no existia. La muerte es una cosa tan absurda cuando hiere al hombre de genio ó de gran corazon, que el pueblo no cree en la posibilidad de semejante error de la naturaleza. Los héroes no mueren: ¿no es acaso la verdadera existencia la memoria que se conserva en el corazon de los que nos aman? Aquel adorado maestro habia llenado de alegría y de esperanza durante algunos años al pequeño mundo que se agrupaba á su alrededor. ¿Habria de dejársele pudrir en su tumba? No; habia vivido demasiado en el recuerdo de sus oyentes, para que no se afirmase despues de su muerte que vivia aún.

El dia que siguió al enterramiento de Jesús (sábado, 15 de nisan) todos se entregaron á estas reflexiones, y nadie trabajó porque era dia de sábado, pero jamás el descanso pudo ser tan fecundo, pues el pensamiento cristiano no tuvo que ocuparse aquel dia sino del maestro depositado en la tumba. Las mujeres, sobre todo, le prodigaban mentalmente sus más tiernas caricias, sin poder olvidar por un instante al dulce amigo que reposaba sobre su mirra, despues de haber sido muerto por los malos. ¡Ah! ¡sin duda los ángeles que le rodeaban, se cubrian la faz con su sudario! Bien decia él que iba á morir, que su muerte seria la salvacion del pecador, y que resucitaria en el reino de su Padre. Sí, él resucitará. ¡Dios no puede permitir que su hijo sea presa de los infiernos; no consentirá que su hijo vea la corrupcion! ¿Qué importa que le cubra la losa de la tumba? Él la levantará; él subirá á la diestra de Dios Padre de donde ha bajado; le volveremos á ver, oiremos su voz deliciosa y su palabra divina, y en vano le habrán dado muerte.

La creencia en la inmortalidad del alma, que por la influencia de la filosofía griega ha llegado á ser un dogma del cristianismo, permite consolarse fácilmente ante la idea de la muerte, puesto que con la destruccion del cuerpo, en esta hipótesis, queda el alma en libertad y no está ya sujeta por los lazos sin los cuales puede existir. Pero esta teoría, que considera al hombre como un compuesto de dos sustancias, no era muy clara para los judíos. El reinado de Dios y el del espíritu, consistia para ellos en una completa transformacion del mundo y en el aniquilamiento de la muerte. Reconocer que la muerte podia vencer á Jesús, al que venia á suprimir su imperio, era el colmo del absurdo: solo la idea de que el maestro pudiera sufrir, habia indignado á sus discípulos, los cuales no pudieron luego elegir entre la desesperacion ó una afirmacion heróica. Á un hombre penetrante le hubiera sido dable anunciar desde el sábado que Jesús resucitaria, y en efecto, la pequeña sociedad cristiana hizo aquel dia el verdadero milagro; al resucitar á Jesús en su corazon, por el amor intenso que le profesaban, resolvió que Jesús no muriera: el amor en aquellas almas apasionadas fué en verdad más fuerte que la muerte, y como la cualidad de la pasion es ser comunicativa, encendiendo cual una antorcha un sentimiento que se le asemeja, y se propaga luego indefinidamente, Jesús ha resucitado ya bajo cierto punto de vista. Que un hecho material é insignificante nos permita creer que su cuerpo no está aquí abajo, y se funda para la eternidad el dogma de la resurreccion.

Esto fué precisamente lo que sucedió, en circunstancias, que aunque en parte oscuras, á causa de la incoherencia de las tradiciones, se pueden apreciar con un grado suficiente de probabilidad.

El domingo por la mañana muy temprano, las mujeres galileas, que el viernes por la noche habian embalsamado apresuradamente el cuerpo, se dirigieron al sepulcro donde se habia depositado aquel provisionalmente. Entre aquellas mujeres, iban María Magdalena, María Cleofas, Salomé, Juana, mujer de Kouza, y otras varias, siendo probable que llegasen cada una por su lado, pues es difícil poner en duda la tradicion de los tres Evangelios sinópticos, segun la cual llegaron al sepulcro varias mujeres, aunque es cierto, por otra parte, que en los dos relatos más auténticos que tenemos de la resurreccion, María Magdalena desempeña por sí sola un papel importante en aquel momento solemne. Á ella pues, debemos seguir paso á paso, porque aquel dia, y durante una hora, cargó con todo el peso de la conciencia cristiana: su testimonio decidió la fé del porvenir.

Recordemos que el sepulcro donde se habia encerrado el cuerpo de Jesús, se acababa de abrir en la roca, y estaba situado en un jardin cerca del lugar de la ejecucion por cuya circunstancia se eligió con preferencia este sitio en vista de que era sábado y no se queria infringir la ley que mandaba no trabajar en este dia. El primer Evangelio, no obstante, añade una circunstancia, y es que el sepulcro pertenecia á José de Arimatea, pero en general las circunstancias anecdóticas que nos da el primer Evangelio para el fondo comun de la tradicion, no tienen valor alguno, sobre todo al tratarse de los últimos dias de la vida de Jesús. El mismo Evangelio nos dice tambien que se puso una guardia en el sepulcro, pero atendiendo al silencio que guardan los demás, este dato no tiene visos de probabilidad.—Recordemos tambien que las tumbas funerarias, eran una especie de habitaciones bajas, abiertas en una roca inclinada, cortada verticalmente, y que la puerta, por lo general, se formaba con una piedra muy grande y pesada que encajaba en un hueco. Estos recintos no se cerraban con llave ni cerradura; el peso de la piedra era la única garantía de seguridad contra los ladrones ó profanadores de las tumbas, y por esto se hacia de modo que fuera necesaria una máquina para mover la piedra ó los esfuerzos reunidos de varios hombres.—Todas las tradiciones están conformes en que la piedra se habia colocado en el orificio del sepulcro el viernes por la noche.

Ahora bien; cuando llegó María Magdalena el domingo por la mañana, la piedra no se encontraba en su sitio; hallábase el sepulcro abierto y el cuerpo ya no estaba allí. María Magdalena aún no tenia una idea muy clara acerca de la resurreccion; lo que llenaba su alma era un tierno sentimiento y el deseo de hacer las honras fúnebres á su divino amigo, y así es que sus primeras impresiones fueron la sorpresa y el dolor. La desaparicion de aquel cuerpo querido, le arrebataba su último consuelo y alegría; ¡ya no le tocaria más con sus manos!... ¿Y qué habria sido de él?... La idea de una profanacion cruzó por su mente, pero al mismo tiempo, concibió una vaga esperanza. Sin perder momento, corre á una casa donde se hallaban reunidos Pedro y Juan y les dice: «Se han llevado el cuerpo del maestro y no sabemos dónde le han puesto.»

Los dos discípulos se levantan apresuradamente y echan á correr: Juan, el más jóven, llega primero y se inclina para mirar en el interior del sepulcro; María tenia razon: el sepulcro estaba vacío, y los lienzos que sirvieron para amortajar el cuerpo, se hallaban diseminados por el suelo. Poco despues llega Pedro, entra con su compañero, examina los lienzos, manchados sin duda de sangre, y observan que el sudario que rodeara la cabeza de Jesús está tirado en un rincon. Pedro y Juan se retiran á su casa muy agitados; si no pronuncian aún la palabra decisiva «ha resucitado,» bien puede decirse que deducian esta consecuencia y que estaba ya fundado el dogma generador del cristianismo.

Cuando Pedro y Juan hubieron salido del jardin, María permaneció sola al borde del sepulcro llorando amargamente. Un solo pensamiento la preocupaba: ¿dónde habrian puesto el cuerpo? Su corazon de mujer solo anhelaba tener una vez más en sus brazos el cadáver querido. De pronto oye un ligero rumor á su espalda: un hombre está de pié delante de ella: María cree que es el jardinero y exclama: «¡Oh!, si eres tú quien se le ha llevado, dime dónde le has puesto para ir á buscarle.» Por toda respuesta oye que pronuncian su nombre «¡María!» Era la misma voz que tantas veces la conmoviera: era el acento de Jesús. «¡Oh mi maestro!» exclama ella tratando de tocarle; pero por un movimiento instintivo se inclina como para besarle los piés. Entonces la vision se aparta con ligereza y dice: «¡No me toques!» Poco á poco desaparece la sombra, pero el milagro de amor se ha consumado ya. Lo que Céfas no habia podido hacer, lo ha hecho María: ha sabido sacar del sepulcro vacío la vida y la dulce y penetrante palabra de Jesús. Ya no se trata de deducir consecuencias ni de hacer conjeturas: María ha visto y ha oido: la resurreccion tiene su primer testigo ocular.

Loca de amor, embriagada de alegría, entra María en la ciudad y dice á los primeros discípulos que encuentra «Le he visto; me ha hablado.» Su agitacion extremada, sus frases entrecortadas y sin hilacion, hicieron creer á algunos que estaba loca. Pedro y Juan por su parte, cuentan lo que han visto; otros discípulos van al sepulcro y ven lo mismo, y bien pronto todo aquel grupo conviene en que Jesús ha resucitado. Aún quedaban muchas dudas, pero la seguridad de María, Pedro y Juan, se comunicó á los demás, y más tarde se llamó á esto la vision de San Pedro. Pablo, particularmente, no habla de la vision de María y hace recaer en Pedro el honor de la primera aparicion, pero esto no es exacto, puesto que aquel solo vió el sepulcro vacío, el lienzo y el sudario. Solo María amó lo bastante para vencer las leyes de la naturaleza y resucitar el fantasma del maestro. En esta especie de crísis maravillosas, ver despues de los otros, no es nada: todo el mérito está en ser el primero, porque los otros modelan despues la vision segun lo que se les ha dicho. Es condicion de las organizaciones privilegiadas, concebir la imágen con precision é inmediatamente, por una especie de intuicion del dibujo. La gloria de la resurreccion pertenece pues á María Magdalena: despues de Jesús, María es quien ha hecho más por la fundacion del cristianismo; la sombra creada por los delicados sentidos de Magdalena se cierne aún sobre el mundo; reina y patrona de los idealistas, Magdalena ha sabido mejor que nadie realizar su sueño, é imponer á todos la santa vision de su alma apasionada. Su firme resolucion al decir: «¡ha resucitado!» ha sido la base de la fé de la humanidad. ¡Lejos de aquí razonamientos impotentes! No apliquemos un frio análisis á esa obra maestra del idealismo y del amor. Si la sabiduría renuncia á consolar á esa pobre raza humana, dejad á la locura que lo intente. ¿Dónde está el sabio que ha dado al mundo tanta alegría como la poseida María Magdalena?

Sin embargo, las demás mujeres que habian ido al sepulcro, circularon diversos rumores: ellas no habian visto á Jesús, pero hablaban de una figura blanca que divisaron en el sepulcro y que les dijo: «Ya no está aquí: volved á Galilea, á donde os precederá.» Acaso fueran los lienzos blancos la causa de esta alucinacion; puede ser tambien que no vieran nada y que no hablasen de su vision sino cuando María Magdalena hubo referido la suya. En efecto segun uno de los textos más auténticos, guardaron silencio por algun tiempo, silencio que se atribuyó despues al terror. Como quiera que sea, estos relatos iban aumentándose á cada momento y sufrian extrañas transformaciones: se dijo que la figura blanca era el ángel de Dios; que su vestido era deslumbrador como la nieve y que su semblante resplandecia como un relámpago; otros hablaban de dos ángeles, uno de los cuales apareció á la cabeza del sepulcro y otro á los piés, y por último llegada la noche, muchas personas creian ya acaso que las mujeres habian visto bajar un ángel del cielo, levantar la piedra, y á Jesús lanzarse fuera con estrépito. Ellas mismas variaban sin duda sus declaraciones; sometidas á la influencia de la imaginacion de los otros, como sucede siempre á las gentes del pueblo, prestábanse á todos los embellecimientos imaginables y contribuian á crear la naciente leyenda. Aquel dia, en que reinó la mayor agitacion, puede decirse que fué decisivo, pues la pequeña sociedad comenzó á dispersarse. Algunos se habian marchado ya á Galilea, y otros se ocultaron por temor: la deplorable escena del viernes, el espectáculo desgarrador que todos presenciaron al ver morir á aquel de quien tanto esperaban, sin que su Padre fuera á salvarle, bastó para hacer vacilar la fé de muchos. Las noticias dadas por las mujeres y por Pedro, fueron oidas con una incredulidad mal disimulada; circulaban rumores á cual más diversos; las mujeres iban de un punto á otro refiriendo cuentos extraños, y comenzaban á experimentarse diversos sentimientos. Los unos lloraban aún el triste acontecimiento de la víspera; mostrábanse otros triunfantes; todos estaban dispuestos á escuchar los relatos más extraordinarios; y sin embargo, la desconfianza que inspiraba la exaltacion de María Magdalena, la poca autoridad que tenian los asertos de las mujeres y la incoherencia de sus noticias, inspiraban grandes dudas. Esperábanse nuevas visiones que no podian menos de presentarse; el estado en que se hallaba la secta era completamente favorable á la propagacion de los rumores extraños; si toda la pequeña iglesia hubiese estado reunida, habria sido imposible la creacion legendaria, pues los que sabian el secreto de la desaparicion del cuerpo, hubieran protestado probablemente contra el error, si bien la situacion de los ánimos era lo más á propósito para admitir toda clase de noticias por inverosímiles que fuesen.

Las almas en que se produce el éxtasis ó el sentimiento de las apariencias, tienen el don de contagiar á las demás. La historia de todas las grandes crísis religiosas, prueba que esta especie de visiones se comunican: en una reunion de personas que abundan en las mismas creencias, basta que un individuo de la sociedad afirme ver ú oir alguna cosa sobrenatural, para que los demás lo oigan y vean tambien. Cuando entre los protestantes perseguidos circulaba el rumor de que se habia oido á los ángeles cantar salmos en las ruinas de un templo acabado de destruir, todos iban y oian el mismo salmo; en casos de este género, los más exaltados son los que hacen la ley y regulan el grado de la atmósfera comun. La exaltacion de los unos se comunica á los otros; nadie quiere quedarse atrás, ni creer que es menos favorecido que sus compañeros, y los que no ven nada acaban por creer, ó que son menos inteligentes ó que no se dan cuenta de sus sensaciones, pero de todos modos se guardan muy bien de confesarlo, pues turbarian la fiesta, y contristarian á los demás, poniéndose en mal lugar. Cuando se produce una aparicion en semejantes reuniones, es por lo tanto regular que todos la vean ó acepten, y aquí debemos recordar cuál era el grado de instruccion de los discípulos de Jesús. Ellos creian en los fantasmas; imaginábanse estar rodeados de milagros, y no participan en nada de la ciencia positiva de la época, de esa ciencia que solo existia entonces entre algunos pocos hombres, hijos del país donde habia penetrado la cultura griega. La Palestina era en este concepto uno de los países más atrasados, pero aún lo era más la Galilea, y los discípulos de Jesús podian considerarse como los más ignorantes de todos y á su misma sencillez debieron ser los elegidos. En semejante sociedad, era extraordinariamente fácil propagar la creencia en los hechos maravillosos; una vez emitida la opinion de que habia resucitado Jesús, debieron producirse numerosas visiones, y se produjeron en efecto.

El mismo dia del Domingo, á una hora bastante avanzada de la mañana, y cuando ya habian circulado los relatos de las mujeres, dos discípulos uno de los cuales se llamaba Cleofas, emprendieron un corto viaje á una aldea llamada Emmaus, situada á poca distancia de Jerusalem. Por el camino, hablaban de los últimos acontecimientos, poseidos de tristeza cuando se les apareció un desconocido preguntándoles la causa de su afliccion. «¿Has estado tan poco en Jerusalem, le dijeron, que ignoras lo que acaba de suceder? ¿No has oido hablar de Jesús de Nazaret, que fué un hombre profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y el pueblo? ¿Ignoras por ventura de qué modo los sacerdotes y los grandes le han hecho condenar y crucificar? Nosotros esperábamos que él redimiria á Israel, y ahora ya hace tres dias que todo está acabado. Algunas de nuestras mujeres nos han hecho concebir esta mañana extrañas dudas, pues han ido al sepulcro antes de amanecer y no han encontrado el cuerpo, si bien afirman haber visto ángeles que les han dicho que vivia. Algunos de los nuestros fueron tambien luego al sepulcro y hallaron ser así como las mujeres habian dicho, mas no le vieron á él». El desconocido era un hombre piadoso, que versado en las Escrituras citaba á Moisés y á los profetas, y aquellos tres hombres comenzaron á departir amistosamente. Al aproximarse á Emmaus, y como quiera que el desconocido se mostrase dispuesto á continuar su marcha, suplicáronle los discípulos que se quedara á cenar con ellos. Declinaba el dia y los recuerdos de Cleofas y su compañero iban siendo más dolorosos, porque aquella hora de la noche era la que les inspiraba más melancolía. ¡Cuántas veces habian visto en tales momentos al maestro querido descansar de las tareas del dia y conversar agradablemente con ellos, hablándoles del fruto de la viña que tomaria con ellos en el reino de su Padre! El ademan que hacia al cortar el pan y ofrecérselo, segun la costumbre del jefe de la casa entre los judíos, estaba profundamente grabado en su memoria; poseidos de una dulce tristeza, olvidaban al extranjero y no veian más que á Jesús ofreciéndoles el pan que tenia en la mano. Preocupados con estos recuerdos, no se aperciben que su compañero, que sin duda estaba de prisa, se habia marchado, y cuando hubieron vuelto en sí de sus reflexiones se dijeron: «¿No has experimentado alguna cosa extraña? ¿No recuerdas que nuestro corazon parecia abrasarse cuando nos hablaba ese desconocido?»—«Y las profecías que citaba, prueban bien que el Mesías debe padecer para entrar en su gloria. ¿No le has reconocido tambien al partir el pan?»—«Sí, nuestros ojos estaban cerrados, y se han abierto ahora que acaba de desaparecer.» Los dos discípulos se convencieron de que habian visto á Jesús y volvieron presurosos á Jerusalem.

El grupo principal de los discípulos se hallaba precisamente reunido en aquel momento al rededor de Pedro, y era ya muy entrada la noche. Cada uno comunicaba sus impresiones y lo que habia oido decir, siendo la creencia general que Jesús habia resucitado. Al entrar los dos discípulos, se les habló de lo que se llamaba la vision de Pedro, y ellos por su parte contaron lo que les sucediera en el camino, y como acababan de reconocer al maestro al cortar el pan. Entonces la imaginacion de todos se sobrescitó vivamente: las puertas estaban cerradas porque se temia á los judíos, y como las ciudades Orientales están mudas cual la tumba despues de la puesta del sol, el silencio era cada vez más profundo en el interior y todos los más leves rumores que se producian por casualidad, inducian á creer que iba á realizarse la esperanza de todos. La ilusion crea por lo general su objeto. Durante un momento de silencio, pasó sin duda entre los concurrentes un soplo de la brisa, pero en instantes como aquel, una corriente de aire, una ventana que rechina, un murmullo fortuito, bastan para fijar la creencia de los pueblos por espacio de varios siglos. Al mismo tiempo de soplar la brisa, creyéronse oir ciertos sonidos, y algunos dijeron que acababan de percibir entre aquellos la palabra schalom «felicidad ó paz», que era la frase que por lo general empleaba Jesús para indicar su presencia. No cabia duda; Jesús estaba presente entre la asamblea, aquella era su voz querida, todos la reconocian con tanta más razon cuanto que el maestro les habia dicho que siempre que se reunieran en su nombre se hallaria entre ellos. Quedó pues sentado que el Domingo por la noche, se habia aparecido Jesús á sus discípulos; algunos aseguraban haber observado en sus manos y piés la señal de los clavos, y en su costado la herida de la lanza. Segun una tradicion muy conocida, aquella noche misma fué cuando sus discípulos percibieron el soplo del Espíritu Santo, idea que fué generalmente admitida.

Tales fueron los incidentes de aquel dia en que se fijó la suerte de la humanidad: la opinion de que Jesús habia resucitado, quedó fundada irrevocablemente, y la secta que se habia tratado de extinguir dando muerte al maestro, dejó entonces asegurado un porvenir inmenso.

Sin embargo, aún quedaban algunas dudas: el apóstol Tomás, que no asistió á la reunion que tuvo lugar el domingo por la noche, confesó que envidiaba la suerte de los que habian visto la señal de la lanzada y de los clavos, y aunque se dice que ocho dias despues quedó satisfecho, conservó un ligero á la par que dulce resentimiento. Por una consideracion instintiva de exquisita precision, comprendíase que el ideal no debe tocarse con las manos ni se le debe sujetar tampoco á la experiencia. Noli me tangere, es la palabra de los grandes amores. El tacto no es necesario para la fé; la vista, órgano más puro y noble que la mano, la vista que no mancha nada ni se mancha tampoco, llegó á ser bien pronto un testigo supérfluo; luego dominó á todos un sentimiento particular; toda vacilacion pareció una falta de lealtad y de amor, se tuvo vergüenza de quedarse atrás, y ninguno, en fin, deseó ya ver. La frase «¡felices los que no han visto y creen!» se puso en boga; comprendióse que era más generoso creer sin pruebas, y los verdaderos amigos de corazon no sentian no haber tenido visiones, así como más tarde San Luis rehusaba ser testigo de un milagro eucarístico, para no rebajar el mérito de la fé. En efecto, desde entonces se produjo á porfía una especie de emulacion que rayaba en delirio: el mérito consistia en creer sin haber visto; la fé á toda costa, la fé gratuita, la fé que llegaba hasta la locura, se exaltó como el primero de los dones del alma. El credo quia absurdum está fundado; la ley de los dogmas cristianos será una extraña progresion que no se detendrá ante ningun obstáculo; una especie de sentimiento caballeresco, impedirá que se mire hácia atrás; los dogmas más queridos de la piedad, aquellos á los cuales se enlazará más estrechamente, serán los más repugnantes á la razon á causa de esa idea sublime de que el valor moral de la fé aumenta en proporcion de la dificultad de creer, y de que no se prueba el amor, admitiendo lo que es claro y evidente.

Así pues, los primeros dias fueron como un período de fiebre intensa durante el cual los fieles, embriagados de alegría, se comunicaban entre sí sus sueños dejándose dominar por las más exaltadas ideas. Multiplicábanse las visiones que se producian regularmente durante las reuniones de la noche: cuando las puertas estaban cerradas, y se hallaban todos poseidos de su idea fija, el primero que creia oir la dulce palabra schalom «Salud ó paz,» daba la señal, y entonces todos escuchaban y oian bien pronto la misma cosa; y era de ver la alegría de aquellas almas sencillas, que sabian que su maestro se hallaba entre ellos. Cada uno saboreaba aquel dulce pensamiento, creyéndose favorecido en particular con algun coloquio; producíanse tambien otras visiones distintas recordando la de los viajeros de Emmaus, y á la hora de la cena, se veia á Jesús aparecer, coger el pan, cortarle y bendecirle, y ofrecerle despues al que favorecia con su vision. En pocos dias reunióse una coleccion de relatos, muy distintos en los detalles, pero inspirados todos por un mismo espíritu de amor y fé absoluta; es un grave error creer que la leyenda necesite mucho tiempo para formarse; la leyenda se produce á veces en un solo dia. El domingo por la noche (16 de nisan, 5 de Abril), teníase por una realidad la resurreccion de Jesús: ocho dias despues la vida que se le suponia despues de la tumba, se consideraba como un hecho evidente.

II

Salida de los discípulos de Jerusalem. — Segunda vida galilea de Jesús.


Año 33


El más ardiente deseo de los que han perdido una persona querida, es ver de nuevo los sitios donde vivieron con ella: este sentimiento sin duda fué el que indujo á los discípulos algunos dias despues de la Pascua á volver á Galilea. Desde el momento en que tuvo lugar el arresto de Jesús, é inmediatamente despues de su muerte, es de presumir que muchos se encaminaran á las provincias del Norte, mas al verificarse la resurreccion circuló el rumor de que se le volveria á ver en Galilea. Algunas de las mujeres que fueron al sepulcro, volvieron diciendo que el ángel las dijo que Jesús las precederia en Galilea; otras manifestaron que era el maestro quien habia mandado que fuesen allí, y no faltó quien creyese recordar que dijo lo mismo en vida. De todos modos, es lo cierto que al cabo de algunos dias, acaso despues de terminar completamente las fiestas de Pascua, los discípulos creyeron recibir la órden de volver á su patria, y volvieron en efecto. Quizá comenzaban á disminuir las visiones en Jerusalem; é iba predominando una especie de nostalgia; las cortas apariciones de Jesús, no eran ya suficientes para compensar el inmenso vacío que dejara su ausencia, y todos pensaban melancólicamente en aquel lago y hermosas montañas, donde disfrutaron del reino de Dios. Las mujeres, sobre todo, querian volver á toda costa al país donde habian sido tan felices, y aquí es preciso observar que la órden de marcha procedia especialmente de ellas. Aquella ciudad odiosa les pesaba; ansiaban ver de nuevo la tierra donde disfrutaban de continuo de la presencia de aquel á quien amaban, y estaban muy seguras de encontrarle allí aún.

La mayor parte de los discípulos marcharon pues llenos de alegría y esperanza, quizás acompañados de la caravana que conducia á los pelegrinos de la fiesta de Pascua. No solo esperaban encontrar en Galilea las visiones, sino ver de continuo al mismo Jesús como sucedia antes de su muerte. La duda llenaba sus almas: ¿iria acaso el maestro á restablecer el reino de Israel, á fundar definitivamente el reino de Dios, y segun se decia, á «revelar su justicia?» Todo era posible: representábanseles ya los risueños paisajes donde disfrutaban de su compañía; creian muchos que les habia dado una cita en una montaña, probablemente la misma en que fijaban sus más dulces recuerdos, y á no dudarlo nunca hicieron los discípulos un viaje más alegre, pues todos eran sueños de felicidad en vísperas de realizarse. ¡Iban á ver á Jesús!

Y le vieron en efecto: apenas entregados á sus pacíficas quimeras, creyéronse en pleno período Evangélico. Era llegado entonces el mes de abril: la tierra estaba sembrada de esos anémonas rojos, que son probablemente esos «lises de los campos,» de los cuales gustábale á Jesús sacar sus comparaciones. Á cada paso se encontraban sus parábolas, como enlazadas con los mil accidentes del camino; aquí el árbol, allí la flor, la semilla de donde sacó su parábola; más lejos, la colina donde pronunció sus conmovedores discursos, y allá, en fin, la barca donde enseñó. Aquello era como un hermoso sueño, era la realizacion de una esperanza perdida; el encanto parecia renacer; el dulce «reino de Dios» seguia su curso. Aquel aire trasparente, aquellas mañanas pasadas en la orilla del rio ó en la montaña, aquellas noches en el lago, guardando las redes, eran otras tantas visiones. Veíanle en todos los sitios donde habian estado con él; sin duda no era aquella alegría completa; acaso el lago les pareciese á veces solitario, pero el verdadero amor se contenta con poca cosa; ¡si tuviéramos el privilegio de ver todos los años á las personas queridas que hemos perdido, con el tiempo suficiente para decirles tan solo dos palabras, puede decirse que no existiria la muerte!

Tal era el estado del alma de aquella tropa de fieles durante el corto período en que el cristianismo pareció volver por un momento á su cuna, á fin de despedirse luego para siempre. Los principales discípulos, Pedro, Tomás, Natanael, y los hijos de Zebedeo, se volvieron á encontrar en las orillas del lago donde vivieron en adelante juntos, trabajando en su antiguo oficio de pescadores en Betsaida y en Capharnahum. Sin duda estaban con ellos las mujeres galileas, que eran las que principalmente habian contribuido á esta vuelta, á fin de satisfacer una necesidad de su corazon. Aquel fué su último acto en la fundacion del cristianismo. Á partir de este momento, ya no se las vé aparecer; fieles á su amor no quisieron abandonar el país donde fueran en otro tiempo tan felices. Bien pronto se las olvidó, y como el cristianismo galileo no tuvo posteridad, perdióse su recuerdo completamente en ciertas partes de la tradicion; aquellas pecadoras convertidas, aquellas verdaderas fundadoras del cristianismo, María Magdalena, María Cleofas, Juana y Susana, pasaron al estado de santas retiradas. San Pablo no las conoce. La fé que ellas habian creado fué causa de que quedasen oscurecidas, y no se les hizo justicia hasta la edad media; una de ellas, María Magdalena, ocupaba entonces un lugar principal en el cielo cristiano.

Parece que las visiones á orillas del lago, habian sido harto frecuentes: ¿Cómo era posible que sobre aquellas ondas donde habian tocado á Dios, no volviesen á ver los discípulos á su divino amigo? Bastaban las más sencillas circunstancias para que se les presentase. Una vez habian remado toda la noche sin coger un solo pescado, mas de repente se llenan las redes; aquello fué un milagro. Parecióles que alguno les habia dicho desde la orilla: «Echad vuestras redes á la derecha.» Pedro y Juan se miraron, y como este último dijera: «Es el Señor», el primero, que estaba desnudo, cubrióse apresuradamente con su túnica y se lanzó al agua para ir á buscar al invisible consejero. Otras veces, Jesús tomaba parte en las colaciones de sus discípulos: cierto dia, en que acababan de pescar, sorprendióles encontrar la lumbre encendida y cerca de ella un pescado y un pedazo de pan; aquello fué para los discípulos un dulce recuerdo, porque era este alimento el que Jesús tenia la costumbre de ofrecerles. Despues de comer, quedaron persuadidos que Jesús se habia sentado entre ellos para ofrecerles aquel manjar que consideraban ya eucarístico y sagrado.

Juan y Pedro eran los que sobre todo se veian favorecidos por el amado fantasma: cierto dia, Pedro, quizás soñando, (¡pero qué digo! ¿No era entonces acaso su vida un sueño perpétuo?), creyó oir á Jesús preguntarle: «¿Me amas?» La pregunta se repitió tres veces, y Pedro poseido á la vez de un sentimiento de ternura y tristeza, se imaginó que respondia: «¡Oh! sí Señor, tú sabes que te amo»; y cada vez decia la aparicion: «Apacienta á mis ovejas». Otra vez, Pedro confió á Juan un sueño extraño: habia soñado que se paseaba con el maestro, seguido á corta distancia por Juan, y que Jesús, hablándole en términos muy embozados, con los cuales parecia anunciarle la prision ó una muerte violenta, le repitió varias veces: «Sígueme.» Entonces Pedro, señalando con el dedo á Juan que le seguia, repuso: «Señor ¿y ese?—Si yo quiero que se quede aquí hasta que tú vuelvas, replicó Jesús, ¿qué te importa á tí? Sígueme.» Despues del suplicio de Pedro, Juan recordó aquel sueño, viendo en él una prediccion de la muerte de su amigo: refiriólo á sus discípulos, y estos creyeron ver en ello la seguridad de que su maestro no moriria hasta el advenimiento final de Jesús.

Aquellos grandes sueños melancólicos, aquellos coloquios con el muerto querido, interrumpidos de continuo y vueltos á empezar, ocupaban los dias y los meses. La simpatía de Galilea hácia el Profeta, á quien los Jerosolimitas habian dado muerte, se despertaba con más fuerza que nunca: más de quinientas personas se habian agrupado ya alrededor del recuerdo de Jesús, y á falta del maestro perdido, obedecian á sus discípulos más autorizados; sobre todo á Pedro. Cierto dia, que siguiendo á sus jefes espirituales, habian subido los fieles galileos á una de aquellas montañas donde Jesús acostumbraba á llevarlos creyeron volverle á ver. Á cierta altura, la luz tiene extraños reflejos, y la misma ilusion que se produjo entonces para los discípulos más íntimos, volvió á repetirse de nuevo; la multitud reunida creyó ver dibujarse en el espacio etéreo el espectro divino, y entonces todos cayeron de rodillas, la faz contra tierra y le adoraron. El despejado horizonte de aquellas montañas, inspira la idea de la inmensidad del mundo, con el deseo de conquistarle: sobre uno de aquellos picos, segun dicen, Satán mostrando con la mano á Jesús los reinos de la tierra y toda su gloria, se los ofreció con la condicion de que se inclinara ante él: pero esta vez fué Jesús quien desde lo más alto de las elevadas cimas, mostró á sus discípulos toda la tierra asegurándoles el porvenir. Todos bajaron de la montaña persuadidos de que el hijo de Dios les habia ordenado convirtiesen al género humano, prometiendo á la vez estar con ellos hasta la consumacion de los siglos. Desde entonces, sintiéronse poseidos los fieles, de un ardor extraño, de un fuego divino, y se consideraban como los misioneros del mundo, capaces de hacer toda clase de prodigios. Despues de haber transcurrido veinte y cinco años, San Pablo, vió á varios de los que habian asistido á tan extraña escena, y sus impresiones eran tan vivas y fuertes como el primer dia.

Observando aquella vida en que todos parecian hallarse suspendidos entre el cielo y la tierra, pasó cerca de un año y el encanto lejos de disminuir aumentaba, que es propiedad de las cosas santas, engrandecerse y purificarse siempre. El sentimiento que se tiene por la pérdida de una persona amada, es mucho más fecundo al cabo de cierto tiempo que al dia siguiente. Cuanto más tiempo pasa, más poderoso es dicho sentimiento, pues á la primera tristeza, que en cierto modo aminora el dolor, sucede una compasion tranquila; la imágen del difunto se transfigura, se idealiza, llega á ser el alma de la vida, el principio de toda accion, el orígen de toda alegría, el oráculo que se consulta, el consuelo, en fin, que se busca en las horas de abatimiento, en los dias de tribulacion. La muerte, es condicion principal de toda apoteosis; Jesús, tan amado durante su vida, lo fué así mucho más despues de exhalar el último aliento, ó más bien, este fué el principio de su verdadera vida en el seno de la Iglesia, pues llegó á ser el amigo íntimo, el confidente, el compañero de viaje, el huésped, en fin, que se sienta á la mesa y se da á conocer desapareciendo. La falta absoluta de rigor científico en la imaginacion de los nuevos creyentes, era causa de que no se entablase discusion alguna sobre la naturaleza de su existencia: cada cual se le representaba como un ser imposible dotado de un cuerpo sutil, que atravesaba las paredes, tan pronto visible como invisible, pero siempre vivo, y algunas veces se pensaba que su cuerpo carecia de materia, que era una pura sombra en las apariencias. Otras veces, suponíanle materialidad, y por un ingénuo escrúpulo, y como si la alucinacion hubiera querido tomar precauciones contra sí misma, se queria que bebiese y comiese y que se dejara tocar. En este punto, flotaban las ideas en un completo vacío.

Apenas nos hemos atrevido hasta aquí á plantear una cuestion espinosa y de difícil resolucion. En tanto que Jesús resucitaba verdaderamente, es decir, en el corazon de los que le amaban, mientras se robustecia la conviccion de los Apóstoles para consolidar la fé del mundo, ¿en qué punto consumian los gusanos el cuerpo inanimado que se depositó la noche del sábado en el sepulcro? Siempre se ignorará este detalle, porque naturalmente, nada pueden decirnos las tradiciones cristianas sobre este punto. Lo que vivifica es el espíritu; la materia no es nada; la resurreccion fué el triunfo de la idea sobre la realidad; una vez fijada la idea sobre la inmortalidad, ¿qué importa el cuerpo?

Hácia el año 80 ú 85, al recibir el texto actual del primer Evangelio sus primeras adiciones, los judíos habian fijado ya su idea sobre este punto. Á juzgar por lo que dijeron, los discípulos habian robado el cuerpo durante la noche; la conciencia cristiana se alarmó con tal rumor, y para rechazar semejante objecion, imaginóse la circunstancia de los guardas y del sello puesto en el sepulcro; pero como este dato no se encuentra sino en el primer Evangelio mezclado con leyendas de muy poca autoridad no es de ningun modo admisible. La explicacion de los judíos sin embargo, aunque irrefutable, está muy lejos de satisfacer todas las dudas, pues no se puede admitir que aquellos que con tal conviccion creyeron en la resurreccion de Jesús, sean los mismos que sustrajeron el cuerpo. Por poco precisa que fuese la reflexion en semejantes hombres, apenas puede imaginarse esta ilusion, y conviene recordar que en aquel momento la pequeña iglesia se hallaba dispersada completamente. Las creencias nacian aisladamente para reunirse despues como les era posible, y las contradicciones que se encuentran en los relatos que conservamos acerca de los incidentes del Domingo por la mañana, prueban que los rumores se extendieron por conductos muy distintos, y que no hubo interés en ponerse de acuerdo. Es muy posible que el cuerpo fuese sustraido por algunos discípulos y trasladado á Galilea en tanto que los otros permanecian en Jerusalem sin tener conocimiento del hecho; y por otra parte es de presumir que los discípulos que se llevaron el cuerpo, no sabiendo lo que se contaba en Jerusalem, quedaron sorprendidos al tener conocimiento de la creencia en la resurreccion. En este caso no era probable que protestaran, y aun cuando lo hubiesen hecho nada importaba, pues tratándose de milagros, toda rectificacion tardía es inútil. Jamás una dificultad material impide á una idea desarrollarse y crear las ficciones que necesita: en la reciente historia del milagro de la Salette se ha demostrado el error hasta la evidencia, lo cual no impide que se haya elevado la basílica y que la fé crea en aquel.

Es permitido suponer tambien que la desaparicion del cuerpo de Jesús fuese obra de los judíos, pues acaso creyeron que con esto evitarian las escenas tumultuosas que pudieran originarse sobre el cadáver de un hombre tan popular como Jesús. Acaso quisieron impedir que se le hicieran pomposos funerales ó que se elevara un monumento á su memoria; y últimamente, ¿quién sabe si la desaparicion del cadáver no fué obra del dueño del jardin ó del jardinero? El propietario, á lo que parece, era extraño á la secta; se escogió aquel sepulcro, por ser el que estaba más cerca del Gólgota y porque se tenia prisa. Es probable que no agradándole á dicho propietario que se tomara posesion de su terreno, hiciese sustraer el cadáver, pero á decir verdad, los detalles que da el cuarto Evangelio al hablar de los lienzos que se encontraron en el sepulcro y del sudario doblado cuidadosamente en un rincon, no se convienen con semejante hipótesis. Esta última circunstancia haria suponer que habia intervenido en ella la mano de una mujer. Los únicos relatos acerca de la visita de las mujeres al sepulcro son tan confusos y contradictorios, que nos autorizan á suponer que encierran una falsa interpretacion. La conciencia femenina, dominada por la pasion, puede experimentar las más extrañas alucinaciones, y á veces es cómplice de sus propios sueños. María Magdalena se habia visto poseida, segun el lenguaje de la época, de «siete demonios», y al decir esto se comprenderá cuán escasa era la inteligencia de las mujeres de Oriente, su falta absoluta de educacion y su ingénua sinceridad. La conviccion exaltada no permite mudar de parecer, ni admitir otras ideas que las que á uno le dominan. Corramos un velo sobre estos misterios: en los estados de crísis religiosa, en que todo se considera como divino, las causas más pequeñas pueden producir los más grandes efectos. Si fuéramos testigos de los extraños hechos de que tomaron su orígen todas las obras de la fé, veriamos circunstancias que no nos parecerian proporcionadas con la importancia de los resultados, en tanto que otros nos harian sonreir. Nuestras antiguas catedrales se cuentan entre las cosas más hermosas del mundo, y no se puede entrar en ellas sin sentirse dominado por la divinidad; pero esas espléndidas maravillas tienen con frecuencia un orígen profano. ¿Y qué importa esto en definitiva? Solo debe tenerse en cuenta el resultado, la fé lo purifica todo. El incidente material que ha hecho creer en la resurreccion, no ha sido la causa verdadera de aquella; lo que ha resucitado á Jesús es el amor, y este fué tan poderoso, que una pequeña casualidad bastó para levantar el edificio de la fé universal. Si Jesús no hubiera sido tan amado, si la fé en la resurreccion hubiese tenido menos motivos para fundarse, inútiles habrian sido esta especie de casualidades. Un grano de arena basta para que se derrumbe una montaña cuando ha llegado el momento de que esto suceda. Los más importantes acontecimientos provienen á veces de causas muy grandes ó muy pequeñas; las primeras son las únicas reales; las segundas no hacen más que determinar la produccion de un efecto que estaba preparado mucho tiempo antes.

III

Vuelta de los apóstoles á Jerusalem. — Fin del período de las apariciones.


Año 34


Las apariciones, sin embargo, como hijas que eran de un exceso de entusiasta credulidad, comenzaron á disminuir; las imaginaciones populares se asemejan á las enfermedades contagiosas; fermentan pronto y cambian de forma; la actividad de las almas ardientes se inclinaba ya en otro sentido; lo que se creia oir de boca del divino Resucitado, era la órden de precederle, predicando su doctrina para convertir al mundo. Mas, ¿por dónde empezar? Naturalmente por Jerusalem. En su consecuencia los jefes de la secta resolvieron la vuelta á dicha ciudad, y como estos viajes se hacian comunmente en caravana, en la época de las fiestas, es de suponer que la vuelta de que se trata tuvo lugar por la fiesta de los Tabernáculos, á fines del año 33, ó por la Pascua del 34.

De este modo quedó abandonada la Galilea por el cristianismo, y acaso para siempre, pues si bien es probable que la pequeña sociedad que quedó allí se conservara aún algun tiempo, no se vuelve á oir hablar de ella, y á no dudarlo, fué destruida, como todo lo demás, al ocurrir el espantoso desastre que sufrió el país cuando la guerra de Vespasiano. Los restos de la dispersa comunidad se refugiaron más allá del Jordan. Despues de la guerra, no dominó pues en Galilea el cristianismo, sino el judaismo; la Galilea era el centro judáico del país de Talmud: la Galilea no figuró pues sino por espacio de una hora en la historia del cristianismo, pero fué la hora santa por excelencia, que dió á la nueva religion lo que necesitaba para ser duradera, es decir, su poesía, su encanto penetrante. «El Evangelio», así como los sinópticos, fué una obra galilea, y nosotros trataremos de demostrar luego, que «el Evangelio», así entendido, ha sido la causa principal del triunfo del cristianismo y es la más segura garantía de su porvenir.

Es probable que permaneciera en Jerusalem una fraccion de la pequeña escuela que rodeaba á Jesús en sus últimos dias, y como en el momento de la separacion se creia ya en la resurreccion de Jesús, no es extraño que esta creencia se desarrollase por ambas partes bajo un aspecto muy distinto, lo cual á no dudarlo dió lugar á las diferencias que se notaban en el relato de las apariciones. Habíanse formado dos tradiciones, una Galilea y otra Jerosolimita; segun la primera, todas las apariciones, excepto las del primer momento, habian tenido lugar en Galilea, y con arreglo á la segunda, todas se presentaron en Jerusalem; el acuerdo de las dos fracciones de la pequeña secta sobre el dogma fundamental, confirmó naturalmente la creencia humana; todos abrazaron la misma fé; todos repitieron con efusion «¡ha resucitado!», y quizás la alegría y el entusiasmo produjeron otras visiones. Puede suponerse que hácia esta época tuvo lugar la vision de Jacobo, de que habla San Pablo: Jacobo, era hermano, ó al menos pariente de Jesús, y como no aparece que le haya acompañado durante su última permanencia en Jerusalem, es probable que se fuera con los apóstoles cuando estos marcharon de Galilea. Como todos los grandes apóstoles tuvieron su vision, es difícil que á éste «hermano del Señor» no se le presentase la suya, que debió ser una de las llamadas eucarísticas, es decir, aquellas en que se aparecia Jesús cortando y ofreciendo el pan. Más tarde los grupos de la familia cristiana que se unieron á Jacobo, y se llamaban los hebreos, supusieron que esta vision tuvo lugar el dia mismo de la resurreccion, y quisieron que fuese la primera de todas.

Es muy notable, en efecto, que la familia de Jesús, algunos de cuyos miembros fueron durante su vida incrédulos y hostiles á la mision de aquel, forme ahora parte de la iglesia, figurando en el puesto más elevado. Debe suponerse que la reconciliacion se hizo durante la permanencia de los apóstoles en Galilea; la celebridad que adquirió bien pronto el nombre de su pariente, aquellas quinientas personas que creian en él y aseguraban haberle visto resucitado, son circunstancias que pudieron causar cierta impresion en el ánimo de los miembros de la familia del divino Maestro. Desde el establecimiento definitivo de los apóstoles en Jerusalem, se vé con ellos á María, madre de Jesús y á los hermanos de éste, y por lo que respecta á María, parece ser que Juan, creyendo obedecer con esto á una recomendacion de su Maestro, la habia adoptado y llevado consigo, siendo probable que la condujera á Jerusalem.

Esta mujer, de cuyo carácter y circunstancias no se sabia nada, desempeña desde entonces un papel importante, y empezaban á ser conocidas las palabras que el Evangelista pone en boca de una desconocida: «¡Bendito sea el vientre que te ha llevado y los pechos que te han alimentado!» Es probable que María sobreviviese pocos años á su hijo.

En cuanto á los hermanos de Jesús, la cuestion es aún más oscura: Jesús tuvo hermanos y hermanas, mas parece, no obstante, que en la clase á que se daba el nombre de «hermanos del Señor» hubo parientes en segundo grado, si bien esto no es de importancia por lo que respecta á Jacobo. Este que se titula hermano del Señor, y á quien vamos á ver figurar en primer término en los treinta primeros años del cristianismo, ¿era Jacobo hijo de Alfeo, que parece haber sido primo hermano de Jesús, ó un verdadero hermano de éste? Los datos que tenemos para aclarar este punto, son tan inciertos como contradictorios, pues lo que sabemos de Jacobo nos ofrece una imágen tan distinta de la de Jesús, que se le resiste á uno creer sean tan distintos dos hombres nacidos de la misma madre. Si Jesús es el verdadero fundador del cristianismo, Jacobo fué un peligroso enemigo que estuvo á punto de perderlo todo por su mezquino espíritu; más tarde se creyó ciertamente que Jacobo el Justo, segun le llamaban, era un verdadero hermano de Jesús, pero es probable que hubiese alguna confusion en este punto.

Como quiera que sea, los apóstoles no se separaron en lo sucesivo sino para emprender sus viajes; Jerusalem era su centro; parecian temer dispersarse, y ciertos hechos revelaban que era su deseo no volver á Galilea, lo cual acaso hubiera ocasionado la disolucion de la pequeña sociedad. Se supuso que una órden particular de Jesús les prohibia abandonar á Jerusalem, al menos hasta que se hiciesen las grandes manifestaciones que esperaban; las apariciones iban siendo cada vez más raras; se hablaba mucho menos de ellas, y empezábase á creer que no se veria ya al Maestro hasta que apareciese solemnemente en las nubes. El pensamiento de todos se preocupaba con una promesa que se suponia hecha por Jesús: decíase que durante su vida, el divino Maestro habia hablado con frecuencia del Espíritu Santo, concebido como una personificacion de la sabiduría divina; habia prometido á sus discípulos que este espíritu seria su fuerza en la lucha que iban á emprender, su inspiracion en las dificultades y su abogado, en fin, si tuvieran que hablar ante el público. Cuando comenzaron á disminuir las visiones, fijáronse todos en aquel espíritu considerándole como un consuelo, como otro Jesús que el maestro enviaria á sus amigos; algunas veces figurábanse los fieles que apareciendo Jesús repentinamente en medio de sus discípulos, habia circulado entre ellos una corriente de aire vivificador salida de su propia boca, y otras se consideraba la desaparicion del Maestro como precursora de la venida del espíritu prometida en sus apariciones. Muchos establecian una union íntima entre esta venida y la redencion de Israel; toda la actividad mental que la secta desplegara para crear la leyenda de Jesús resucitado, iba ahora á consagrarse á la formacion de un conjunto de creencias piadosas sobre la venida del espíritu y sus maravillosos dones.

Parece, no obstante, que aún tuvo lugar una gran aparicion de Jesús en Betania ó en el monte de los Olivos, y ciertas tradiciones aseguran que en aquella dió el Maestro á sus discípulos las últimas instrucciones y reiteró la promesa de enviar al Espíritu Santo, revistiéndoles al propio tiempo del poder de redimir los pecados. Los rasgos característicos de estas apariciones iban siendo cada vez más vagos; confundíanse los unos con los otros; se acabó por no pensar mucho en aquellas; y quedó sentado que Jesús estaba vivo, que se habia aparecido suficiente número de veces para probar su existencia, y que podia aparecerse aún en visiones parciales hasta la gran revelacion final en que todo quedaria concluido. La vision que tuvo San Pablo en el camino de Damasco es del mismo género de las que ya hemos hablado. De todos modos admitíase en un sentido idealista que el Maestro estaba con sus discípulos y estaria hasta el fin. En los primeros dias, cuando las apariciones eran muy frecuentes, considerábase á Jesús como un habitante de la tierra que estaba en ella continuamente, llenando más ó menos las funciones de la vida terrestre; pero cuando aquellas disminuyeron, pensóse que Jesús habia entrado en la gloria para sentarse á la diestra de su Padre, y todos decian: «Ha subido al cielo.»

Esta frase se redujo para la mayor parte á una imágen vaga ó de induccion, pero para otros indicaba una escena material. Suponíase que despues de la última vision, comun á todos los apóstoles, en la cual les dió sus instrucciones supremas, Jesús habia subido al cielo; y más tarde se desarrolló la escena, transformándose en una leyenda completa. Refirióse que ángeles celestiales, rodeados del aparato de manifestaciones divinas, muy brillantes, aparecieron entre una nube para consolar á los discípulos, asegurándoles que volverian á verlos; la imaginacion popular, atribuia á la muerte de Moisés las mismas circunstancias, y acaso se recordaba con este motivo la ascension de Elías.—Una tradicion supone que esta escena tuvo lugar cerca de Betania en la cima del Monte de los Olivos, sitio que era muy querido de los discípulos sin duda porque Jesús habitó allí.

La leyenda asegura que despues de aquella escena maravillosa entraron los discípulos en Jerusalem «con alegría;» pero nosotros daremos á Jesús el último adios poseidos de tristeza, y á fé que volver á encontrarle vivo, aunque vagando como una sombra, nos sirve de gran consuelo. ¡Esa segunda vida de Jesús, imágen pálida de la primera, está aún llena de encanto, por más que se haya perdido su perfume en el espacio y que al elevarse en la nube para sentarse á la diestra de su Padre, nos haya dejado aquí entre los hombres! ¡El reinado de la poesía ha concluido; María Magdalena vive retirada con sus recuerdos, y por esa eterna injusticia por la que el hombre se apropia él solo la obra en que la mujer tuvo tanta parte como él, Céfas la eclipsa y es causa de que la olviden! No más sermones en la montaña, no más poseidas curadas, no más cortesanas arrepentidas, no más mujeres extrañas á la obra de redencion, pero que Jesús no rechazó. El Dios ha desaparecido verdaderamente; la historia de la Iglesia será con frecuencia en lo sucesivo la historia de las traiciones de que fué víctima Jesús; pero tal como es, esta historia puede considerarse como un himno á su gloria; las palabras y la imágen del ilustre Nazareno, vivirán en medio de las miserias infinitas como un ideal sublime, y se comprenderá mejor cuán grande fué; cuando se haya visto cuán pequeños eran sus discípulos.

IV

Bajada del Espíritu Santo. — Fenómenos extáticos y proféticos.


Año 34


Los discípulos de Jesús eran en efecto pequeños, mezquinos, ignorantes é inespertos en alto grado; su sencillez de espíritu era extremada; su credulidad no reconocia límites, pero tenian una cualidad buena: amaban con delirio á su Maestro. El recuerdo de Jesús habia pasado á ser el único móvil de su vida, una preocupacion perpétua, y era indudable que solo pensaban en el que tanto habian querido y que de tal modo les habia cautivado durante dos ó tres años. Para las almas vulgares que no pueden amar á Dios directamente, esto es, hallar lo verdadero, crear lo bello y hacer el bien por sí mismas, su salvacion consiste en amar á alguien en quien se refleje lo verdadero, lo bello y el bien. La mayoría de los hombres necesita dos cultos distintos. La multitud de adoradores busca siempre un intermediario entre ellos y Dios.

Cuando muere una persona que ha logrado reunir á su alrededor á varias otras por un lazo moral elevado, sucede, casi generalmente, que los que la sobreviven aunque hayan estado divididos por rivalidades y resentimientos, se profesan más amistad que antes. Mil queridas imágenes del pasado que echan de menos, forman entre ellos una especie de tesoro comun. Es una manera de manifestar su cariño al muerto, el querer á los que se han conocido por él, y procurar encontrarse juntos para recordar los tiempos dichosos que ya no existen. En este caso se confirma la verdad de las profundas palabras de Jesús cuando dijo que el muerto está presente entre los que se han reunido en memoria suya.

El afecto que los discípulos se tenian en vida de Jesús se multiplicó, por decirlo así, despues de su muerte. Formaban una pequeña sociedad muy retraida y vivian completamente aislados. En Jerusalem contábanse ciento veinte. Su piedad era grande y guardaba las formas de la piedad judía. El Templo era el lugar preferido para consagrarse á sus devociones. Cierto es que trabajaban para vivir; pero el trabajo manual, en la sociedad judía de entonces, ocupaba muy poco. Cada cual tenia un oficio, lo que era obstáculo para ser un hombre instruido ó bien educado. En nuestros dias, las necesidades materiales son tan difíciles de satisfacer, que el que vive de sus manos ha de trabajar doce ó quince horas diarias. Únicamente el hombre acomodado puede ocuparse de las cuestiones del alma, porque la adquisicion de la instruccion es rara y cara; pero en aquellas antiguas sociedades, de las que el Oriente de nuestra época nos da todavía una idea, en donde la naturaleza es tan pródiga para el hombre y tan poco exigente, la vida de trabajador dejaba mucho tiempo libre. Cierta instruccion comun ponia á todo el mundo al corriente de las ideas de aquel tiempo. Solo debia atenderse al alimento y á vestirse, lo cual se proporcionaba cada uno con pocas horas de trabajo, y así es que los hombres podian dedicarse á la meditacion. Las pasiones habian alcanzado en aquellas almas un grado de energía para nosotros inconcebible. Los judíos de entonces nos parecen unos verdaderos poseidos, obedeciendo cada cual ciegamente á la idea que se habia apoderado de él.

La idea dominante, en la comunidad cristiana, en el momento de que hablamos y en que las apariciones habian cesado, era la venida del Espíritu Santo. Creian recibirlo bajo la forma de un soplo misterioso que pasaba sobre la concurrencia. Muchos eran los que creian que era el aliento mismo de Jesús. Todo consuelo interior, cualquier movimiento de valor, todo impulso de entusiasmo ó el menor sentimiento de alegría viva y dulce que se experimentase sin saber de dónde procedia, era considerado como obra del Espíritu. Aquellas buenas conciencias atribuian, como siempre, á una causa exterior los delicados sentimientos que nacian en ellas. Estos extraños fenómenos de iluminismo se presentaban más especialmente en las asambleas. Cuando todos se hallaban reunidos aguardando en silencio la inspiracion de lo alto, un murmullo ó cualquier ruido les hacia creer en la venida del Espíritu. Así era como se producian las apariciones de Jesús durante los primeros tiempos; mas luego cambió el curso de las ideas. Era el soplo divino que se esparcia sobre la pequeña Iglesia y la llenaba de emanaciones celestes.

Estas creencias procedian de las concepciones sacadas del Antiguo Testamento. Los libros hebreos suponen que el espíritu profético es un soplo que penetra en el hombre y le exalta. En la hermosa vision de Elías, Dios pasa bajo la figura de un viento ligero que produce un zumbido apenas percibible. Estas antiguas imágenes habian originado, en las primeras épocas, creencias muy análogas á las de los espiritistas de nuestros dias. En la Ascension de Isaías la venida del Espíritu se anuncia por cierta frotacion en las puertas. Sin embargo, la mayor parte de las veces se concebia esta venida como otro bautismo, á saber «el bautismo del Espíritu» superior en mucho al de Juan. Siendo muy frecuentes las alucinaciones del tacto en sujetos tan nerviosos y exaltados, la menor corriente de aire, acompañada de un estremecimiento en medio del silencio, era atribuido á la presencia del Espíritu. Creia uno sentir, y al momento sentian todos, comunicándose el entusiasmo de uno á otro. Estos fenómenos guardan la más completa analogía con los que han experimentado los visionarios de todas épocas. Se presentan diariamente, en gran parte bajo la influencia de la lectura de la obra «las actas de los Apóstoles,» en las sectas inglesas ó americanas de los quakeros, jumpers, shakers, é irvingianos, entre los mormones, los camp-meetings y los revivals de América. Han vuelto á aparecer entre nosotros en la secta llamada de los «espiritistas;» pero debe establecerse una gran diferencia entre aberraciones sin importancia ni porvenir, y las ilusiones inherentes al establecimiento de un nuevo código religioso para la humanidad.

Entre todas aquellas bajadas del Espíritu que se supone fueron bastante frecuentes, hubo una que hizo una profunda impresion en la naciente Iglesia. Un dia estalló una tempestad cuando estaban congregados los hermanos. Un viento muy fuerte abrió las ventanas y el cielo parecia de fuego. En aquellos países las borrascas van acompañadas de una cantidad prodigiosa de luz, porque la atmósfera está continuamente surcada por relámpagos. Sea que el fluido eléctrico hubiese penetrado en el mismo local, ó que un rayo deslumbrador hubiera iluminado repentinamente el rostro de todos, lo cierto es que creyeron que habia entrado el Espíritu y que se habia cernido sobre la cabeza de todos en forma de lenguas de fuego. Era opinion general en las escuelas teúrgicas de Siria, que la insinuacion del Espíritu se verificaba por medio de un fuego divino y bajo la forma de una luz misteriosa. Creyeron haber asistido á todos los esplendores del Sinaí, á una manifestacion divina análoga á la de los tiempos antiguos. El bautismo del Espíritu fué tambien desde entonces un bautismo de fuego, y este bautismo del Espíritu y del fuego, fué opuesto y preferido al del agua, el único que Juan habia conocido. Raras veces se produjo el bautismo del fuego. Solo los apóstoles y los discípulos del primer cenáculo se vanagloriaron de haberlo recibido; pero la creencia de que el Espíritu habia bajado sobre ellos en forma de llamas semejantes á lenguas ardientes, dió orígen á una multitud de ideas singulares que ocuparon preferentemente las imaginaciones de aquel tiempo.

Se suponia que la lengua del hombre inspirado habia recibido una especie de sacramento; que varios profetas habian sido tartamudos antes de su mision; que el ángel de Dios habia pasado por sus labios un carbon que los purificaba y les conferia el don de elocuencia y que en la predicacion, el hombre no hablaba por sí mismo, siendo considerada su lengua como el órgano de la Divinidad que lo inspiraba. Esas lenguas de fuego parecieron un símbolo portentoso, creyendo que Dios habia querido significar con ellas que derramaba sobre los apóstoles sus dones más preciosos de elocuencia y de inspiracion. No paró aquí esto. Jerusalem era, como casi todas las grandes ciudades de Oriente, una poblacion muy poliglota. La diversidad de idiomas era reputada una de las mayores dificultades que se oponian á una propaganda de un carácter tan universal, y como una de las cosas que más arredraba á los apóstoles, al principio de una predicacion destinada á abarcar el mundo, era el número de lenguas que se hablaban en él, no atinando en la manera de aprender tantos dialectos, el don de las lenguas llegó á ser con este motivo un privilegio maravilloso. Desde aquel momento se consideró la predicacion del Evangelio libre del obstáculo creado por la diversidad de idiomas, figurándose que en algunas circunstancias solemnes cada uno de los concurrentes oia la predicacion apostólica en su propia lengua, ó en otros términos, que la palabra apostólica se traducia por sí misma á cada uno de los concurrentes. En otras ocasiones, se concebia esto de un modo algo diferente. Se atribuia á los apóstoles el don de saber, por infusion divina, todos los idiomas y de hablarlos cuando querian.

Habia en ello un pensamiento liberal; querian significar que el Evangelio no tiene lengua propia, que puede traducirse en todos los idiomas y que la traduccion vale tanto como el original. No era esta la creencia del judaismo ortodoxo. El hebreo era para el judío de Jerusalem la lengua santa, y en su opinion ningun idioma podia comparársele. Las traducciones de la Biblia eran poco apreciadas porque se permitian en ellas varios cambios y modificaciones, al paso que el texto hebreo era escrupulosamente conservado. Bien es cierto que los judíos de Egipto y los helenistas de Palestina practicaban un sistema más tolerante, puesto que empleaban el griego para la oracion y acostumbraban á leer las traducciones griegas de la Biblia, pero la primera idea cristiana fué todavía más lata; segun ella, la palabra de Dios no tiene lengua propia; es libre de toda traba, pertenece á todos los idiomas y no exige intérprete. La facilidad con que el cristianismo se separó del dialecto semítico que hablaba Jesús, la libertad que concedió á cada pueblo para crearse su liturgia y sus versiones de la Biblia en dialecto nacional, procedia de esta especie de emancipacion de lenguas. Generalmente se admitia que el Mesías reduciria los idiomas y los pueblos á la unidad. El uso comun y la promiscuidad de los lenguajes eran el primer paso dado hácia aquella grande era de pacificacion universal.

Sin embargo, el don de las lenguas se transformó luego considerablemente y produjo efectos muy extraños. La exaltacion de las cabezas originó el éxtasis y la profecía. En los momentos de éxtasis, el fiel, inspirado por el Espíritu, proferia sonidos inarticulados y sin conexion, que se tomaban por palabras de un idioma extranjero y que se procuraba interpretar con la mayor candidez. Otras veces se creia que el extático hablaba una lengua nueva y desconocida hasta entonces ó el lenguaje mismo de los ángeles. Tan extrañas escenas, que fueron causa de muchos abusos no se generalizaron sino algun tiempo despues, aunque es probable que ya tendrian lugar desde los primeros tiempos del cristianismo. Las visiones de los antiguos profetas habian ido acompañadas de fenómenos de excitacion nerviosa. El estado ditirámbico de los Griegos originaba hechos de la misma clase; la Pitia empleaba con preferencia aquellas palabras extranjeras ó inusitadas, llamadas como en el fenómeno apostólico, glosas. Muchas palabras empleadas como santo y seña por el cristianismo primitivo, las cuales son justamente bilingües ó formadas de anagramas, tales como Abba pater, anathema Maranatha procedian quizás de estos accesos extraños, mezclados de suspiros, de gemidos ahogados, de jaculatorias, oraciones y de arrebatos que se tenian por proféticos. Eran como una música vaga del alma, compuesta de sonidos indistintos, que los oyentes procuraban traducir en imágenes y en palabras determinadas ó mejor dicho, plegarias del Espíritu dirigidas á Dios en un lenguaje conocido de Dios solo, y que él sabia interpretar. El extático, efectivamente, ignoraba lo que decia sin tener siquiera conciencia de ello. Los concurrentes escuchaban con avidez y atribuian á estas sílabas incoherentes pensamientos que traducian en seguida. Cada cual las aplicaba á su dialecto y procuraba comprender con la mayor candidez estos sonidos ininteligibles por lo que sabia de los demás idiomas. El oyente siempre lograba explicárselo, porque en último resultado, daba á estas palabras entrecortadas un sentido conforme á lo que pensaba.

La historia de las sectas de iluminados abunda en hechos de la misma clase. Los predicadores de las Cevenas ofrecieron varios casos de «glosolalia»; pero el más notable es el de los «leyentes» suecos ocurrido en los años de 1841 á 1843. Palabras sin sentido para los que las pronunciaban y acompañadas de convulsiones y desmayos, fueron durante largo tiempo el ejercicio diario de aquella pequeña secta, lo que pasó á ser contagioso y originó un gran movimiento popular. Entre los irvingianos, el fenómeno de las lenguas se presentaba con caractéres que reproducian exactamente las relaciones de las Actas y de San Pablo. Nuestro siglo ha visto escenas de ilusion del mismo género que no creemos deber mencionar, porque no es justo comparar la credulidad inherente á un gran movimiento religioso, con la credulidad que únicamente reconoce por causa la torpeza de imaginacion.

En ciertos casos, estos fenómenos se verificaban en público. Algunos extáticos, en el momento de sus extravagantes iluminaciones, se atrevian á salir y á presentarse ante la gente, que los tomaba por borrachos. Aunque sóbrio en cuestion de misticismo, Jesús habia ofrecido más de una vez los fenómenos ordinarios del éxtasis. Durante dos ó tres años, sus discípulos estuvieron embargados por estas ideas. El profetismo era frecuente y considerado como un don análogo al de las lenguas. La oracion, mezclada de convulsiones, de modulaciones cadenciosas, de suspiros místicos, de entusiasmo lírico, de cantos en accion de gracias, era un ejercicio cotidiano. Esto dió nacimiento á un considerable número de «cánticos», «salmos» é «himnos» imitados á los del antiguo testamento. Unas veces la boca y el corazon se acompañaban mútuamente, y otras el corazon cantaba solo, acompañado interiormente por la gracia. Como no habia ninguna lengua que pudiese expresar las sensaciones nuevas que se experimentaban, se usaba un tartamudeo indistinto, á la vez sublime y pueril, en el que flotaba, en estado de embrion, lo que podriamos llamar «la lengua cristiana». No encontrando el cristianismo en las lenguas antiguas un instrumento adecuado á sus necesidades, las eliminó; pero antes que la religion nueva se hubiese formado un idioma para su uso, se pasaron algunos siglos de esfuerzos oscuros y de gemidos. El estilo de San Pablo, y en general, de los escritores del Nuevo Testamento, ¿qué es, bien considerado, sino la improvisacion ahogada, jadeante é informe del «glosolalio»? Carecian de lengua. Lo mismo que los profetas, principiaban con el a a a del niño. No sabian hablar, ni producirse ni en griego ni en semítico. De ahí provino la enorme violencia hecha al lenguaje por el cristianismo naciente. Diríase que eran tartamudos, en cuya boca los sonidos se chocaban, se ahogaban y producian una pantomima confusa, pero soberanamente expresiva.

Todo esto distaba mucho del sentimiento de Jesús; pero para unos entendimientos penetrados de la creencia en lo sobrenatural, dichos fenómenos tenian una grande importancia. El don de las lenguas, particularmente, era considerado como un sello esencial de la nueva religion y como una prueba de su verdad. Sea como fuere, ello es que producia abundantes frutos de edificacion, y hacia convertir á muchos paganos. Hasta el siglo III la «glosolalia» se manifestó de una manera análoga á lo que describe San Pablo, y fué considerada como un milagro permanente. Algunas de las palabras sublimes del cristianismo, han salido de aquellos suspiros entrecortados. El efecto general era tierno y penetrante. Este modo de reunir sus inspiraciones y de abandonarlas á la interpretacion de la comunidad, debia establecer entre los fieles un profundo lazo de fraternidad.

Conforme sucede con todos los místicos, los nuevos sectarios llevaban una vida de ayuno y de austeridad. La mayor parte de los orientales comian muy poco, lo que contribuia á mantenerlos en la exaltacion. La sobriedad del Sirio, causa de su debilidad física, lo ponia en un estado perpétuo de calentura y de susceptibilidad nerviosa. Nuestros grandes y continuos esfuerzos de imaginacion serian imposibles con semejante régimen; pero esta debilidad cerebral y muscular, les ocasionaban, sin causa aparente, vivas alternativas de tristeza y de alegría, que hacian elevar su alma hácia Dios. Lo que llamaban la «tristeza de Dios» pasaba por un don del cielo. Toda la doctrina de los Padres de la vida espiritual, de Juan Clímaco, Basilio, Nilo y Arsenio, todos los secretos del grande arte de la vida interior, una de las creaciones más gloriosas del cristianismo, germinaban en la fantástica disposicion de ánimo que atravesaron durante sus dias de expectacion extática, aquellos antepasados ilustres de todos los «hombres de deseos». Su estado moral no era regular; vivian en lo sobrenatural. Solo obraban por visiones; los sueños y las circunstancias más insignificantes les parecian avisos del cielo.

Bajo el nombre de dones del Espíritu Santo, se ocultaban las más raras y exquisitas efusiones del alma: amor, piedad, temor respetuoso, suspiros sin objeto, languidez súbita, ternuras espontáneas. Todo lo que nace bueno en el hombre, sin esfuerzo de éste, se atribuia á un soplo divino. Las lágrimas, especialmente, eran consideradas como una gracia del cielo. Este don precioso, privilegio únicamente de las almas buenas y puras, se producia con dulzuras infinitas. Nadie ignora la fuerza que sacan las naturalezas delicadas, sobre todo las mujeres, de la divina facultad de poder llorar mucho: es su plegaria, sin duda alguna, la más santa de las plegarias. Es preciso transportarse á la edad media y considerar la piedad tan regada con lágrimas de San Bruno, San Bernardo, y San Francisco de Asís, para volver á encontrar las castas melancolías de aquellos primeros tiempos en los que verdaderamente se sembraran lágrimas para recoger alegrías. Entonces, llorar era un acto piadoso; los que no sabian predicar, hablar idiomas, ni hacer milagros, lloraban.—Se lloraba orando, predicando, amonestando; en una palabra, aquella época era el advenimiento del reino de las lágrimas. Hubiérase dicho que las almas se unian y querian en ausencia de un lenguaje que pudiese traducir sus sentimientos, manifestarse exteriormente por medio de una expresion viva y abreviada de todo su ser interior.

V

Primera Iglesia de Jerusalem, enteramente cenobítica.


Año 35


La costumbre de vivir juntos, en una misma fé y una misma confianza, creó naturalmente hábitos comunes. Pronto se adoptaron varias reglas que dieron á esta Iglesia primitiva alguna analogía con los establecimientos de vida cenobítica que el cristianismo instituyó más adelante. Muchos preceptos de Jesús tendian á este fin; el verdadero ideal de la vida evangélica es un monasterio: no un monasterio cerrado con rejas, una cárcel al estilo de la edad media con separacion de ambos sexos, sino un asilo en medio del mundo, un espacio reservado para la vida del espíritu, una asociacion libre, ó pequeña congregacion íntima, trazando á su alrededor un vallado para que no entren en ella zozobras que perjudican á la libertad del reino de Dios.

Todos vivian, por consiguiente, en comunidad, no formando más que un cuerpo y un alma. Nadie tenia nada suyo. Cuando entraban á ser discípulos de Jesús, vendian sus bienes y hacian donacion de su importe á la sociedad. Los jefes de esta distribuian luego el bien comun á cada uno segun sus necesidades. Habitaban en un solo barrio;, comian juntos y continuaban aplicando á la comida el sentido místico que Jesús habia prescrito. Pasaban muchas horas orando; sus plegarias eran á veces improvisadas en alta voz, pero más á menudo meditadas en silencio. Los éxtasis eran frecuentes y cada cual se creia estar siempre favorecido por la inspiracion divina. La concordia que reinaba entre ellos era perfecta; nunca tenian ninguna discusion dogmática ni la menor disputa de amor propio, y la querida memoria de Jesucristo borraba todos los resentimientos. La alegría estaba en todos los corazones viva y profunda. Su moral era austera, pero penetrada de un sentimiento dulce y tierno. Se agrupaban por casas para orar y entregarse á los ejercicios extáticos. El recuerdo de aquellos dos ó tres primeros años, fué como el de un paraiso terrestre que nunca más volverá para el cristianismo, por más esfuerzos que haga. Efectivamente, ¿quién no comprende que semejante organizacion solo podia aplicarse á una pequeña Iglesia? Á pesar de esto, la vida monástica persiguió más adelante por su cuenta este ideal primitivo, que la Iglesia universal no se cuidó mucho de realizar.

Posible es que el autor de las Actas, á quien debemos la descripcion de esta primera cristiandad de Jerusalem, haya recargado algo los colores y exagerado especialmente la comunidad de bienes que hemos citado. El autor de las Actas, hace como el autor del tercer Evangelio, que en la vida de Jesús, acostumbra á desfigurar los hechos segun sus teorías y que deja traslucir muy claramente su tendencia á las doctrinas del ebionismo, es decir, de la pobreza absoluta. No obstante, la relacion de las Actas no puede considerarse infundada respecto á este particular. Aun cuando Jesús no hubiese pronunciado ninguno de los axiomas comunistas que se leen en el tercer Evangelio, no hay duda que el renunciar á los bienes mundanales y la práctica de la caridad llevada hasta el punto de despojarse de todo lo que se poseyese, constituian el espíritu de su predicacion. La creencia del fin del mundo ha producido siempre el desprecio de los bienes terrenales y la vida en comunidad. Por otra parte, lo que manifiestan las Actas está completamente de acuerdo con lo que sabemos del orígen de las otras religiones ascéticas, por ejemplo, del budismo. Esta clase de religiones principian siempre por la vida cenobítica. Sus primeros adeptos son una especie de frailes mendicantes. El seglar no figura entre ellos sino cuando estas religiones han conquistado sociedades enteras en las que la vida monástica solo puede existir por excepcion.

Admitimos, pues, en la Iglesia de Jerusalem, un período de vida cenobítica. Dos siglos despues, los paganos todavía tenian al cristianismo por una secta comunista. Debe recordarse que los esenios ó terapeutas habian dado ya el modelo de este género de vida, el cual provenia del mosaismo. Como el código mosaico era esencialmente moral y no político, su resultado natural era la utopia social, la iglesia, la sinagoga, el convento y no el estado civil, la nacion, ni la ciudad. El Egipto tenia, desde muchos siglos, reclusos y reclusas mantenidos por el Estado, probablemente en ejecucion de legados caritativos, cerca del Serapeo de Menfis. Tambien debe tenerse en cuenta que semejante vida no es en Oriente lo que ha sido en nuestro Occidente. En Oriente, se puede disfrutar de la naturaleza y de la existencia sin poseer nada. El hombre es siempre libre porque tiene pocas necesidades y por lo tanto, la esclavitud del trabajo es completamente desconocida. Aunque el comunismo de la Iglesia primitiva no haya sido tan rígido ni tan universal como lo supone el autor de las Actas, lo cierto es que en Jerusalem habia una gran comunidad de pobres, gobernada por los apóstoles, á la que se hacian donativos de todos los puntos de la cristiandad. Esta comunidad se vió obligada á establecer reglamentos bastante severos, y algunos años más tarde, hasta hubo de emplearse el terror para gobernarla. Se contaban de ella leyendas espantosas, segun las cuales el solo hecho de haberse apropiado algo de lo que hubiese sido dado para la comunidad, era señalado como un crímen capital y castigado con la muerte.

Los pórticos del templo, sobre todo el pórtico de Salomon, que dominaba el valle de Cedron, eran el lugar en donde acostumbraban á reunirse los discípulos durante el dia, recordando las horas que Jesús habia pasado en dicho sitio. En medio de la extrema actividad que reinaba al rededor del templo, debian ser estos muy poco notados. En las galerías que formaban parte de aquel edificio, habia varias escuelas y sectas y eran teatro de infinitas disputas. Además, los fieles de Jesús pasaban por muy devotos, porque todavía observaban escrupulosamente las prácticas judías, orando á las horas fijadas y observando todos los preceptos de la Ley. Eran judíos que únicamente diferian de los demás en que creian que ya habia venido el Mesías. Los que no les conocian mucho, y estos eran el mayor número, los miraban como una secta de hasidim ó gentes piadosas. Para afiliarse á ellos no era uno cismático ni griego, así como se puede ser discípulo de Spener sin dejar de ser protestante, ó de la órden de San Francisco ó de San Bruno, sin dejar de ser católico. El pueblo los amaba á causa de su piedad, su sencillez y dulzura, si bien los aristócratas del templo, los miraban quizás con desagrado. La secta, sin embargo, vivia tranquila, merced á su poco deseo de brillar.

Al volver por la noche los hermanos á su casa, cenaban, divididos en grupos, en señal de fraternidad y en recuerdo de Jesús á quien veian siempre entre ellos. El jefe de la mesa cortaba el pan, bendecia la copa, y la circulaba como un símbolo de union con Jesús, y de este modo, el acto más vulgar de la vida, convertíase en el más augusto y más santo. En estas cenas en familia, á que eran muy aficionados los judíos, rezábanse oraciones, reinaba una dulce alegría y todos creian hallarse aún en el tiempo en que el divino Maestro les animaba con su presencia, imaginándose verle, hasta el punto de que muy pronto circuló el rumor de que Jesús habia dicho: «Cada vez que corteis el pan hacedlo en memoria mia.» El mismo pan, llegó á ser en cierto modo Jesús, concebido como orígen único de fortaleza para los que le habian amado y vivian aún de él. Aquellas cenas, que fueron siempre el símbolo principal del cristianismo y el alma de sus misterios se celebraban en un principio todas las noches, pero bien pronto la costumbre se practicó solo el domingo por la noche y más tarde, empezó á tomarse por la mañana la mística colacion. Es probable que en aquel período de la historia á que nos referimos fué aún para los cristianos dia feriado el sábado.

Los apóstoles elegidos por Jesús y que se suponia habian recibido de él una órden especial para anunciar al mundo el reino de Dios, gozaban en la pequeña comunidad de una superioridad incontestable. Uno de los primeros cuidados de la secta, tan pronto como se vió establecida tranquilamente en Jerusalem, fué llenar el vacío que habia dejado Judas en su seno; la opinion de que este último vendiera á su Maestro siendo la causa de su muerte, se iba generalizando cada vez más. El hecho pasaba al dominio de la leyenda, y todos los dias se averiguaba alguna nueva circunstancia que pintaba con más negros colores su traicion. Judas habia comprado un campo cerca de la antigua necrópolis de Hakeldama, al Sur de Jerusalem, y allí vivia retirado. Tal era la ingénua exaltacion de la pequeña Iglesia, que para reemplazar á Judas se resolvió echar suertes: en las grandes emociones religiosas, es general emplear este medio, pues se admite como principio que nada es fortuito, que uno es el objeto principal de la atencion divina y que la parte que Dios toma en un hecho, es tanto mayor cuanto que la del hombre es más débil. Exigióse tan solo que los candidatos se eligieran en el grupo de los discípulos más antiguos que habian sido testigos de todos los acontecimientos desde el bautismo de Juan, y como esta circunstancia reducia mucho el número de aquellos, solo quedaron dos aspirantes, José Bar-sabá, por sobrenombre el Justo y Matías, sobre el cual recayó la suerte y fué contado desde entonces en el número de los Doce. Pero ya no volvió á darse otro caso de semejante sustitucion, pues se consideró que los apóstoles nombrados por Jesús no debian tener sucesor. Evitóse tambien con sabia prudencia el peligro que ofrecia establecer un colegio permanente, donde se conservara toda la vida y la fuerza de la asociacion. La concentracion de la Iglesia en una oligarquía, no vino hasta más tarde.

Por lo demás, es necesario precaverse contra los errores á que ha dado lugar y puede dar el nombre de apóstol. En una época muy remota, por algunos pasajes de los Evangelios, y sobre todo por la analogía de la vida de San Pablo, se supuso que los apóstoles eran una especie de misioneros, especialmente viajantes, que se habian repartido el mundo de antemano y recorrian como conquistadores todos los reinos de la tierra. Formóse sobre esta opinion una série de leyendas para la historia eclesiástica, pero nada hay más contrario á la verdad. El cuerpo de los Doce permaneció por lo general en Jerusalem hasta el año 60, poco más ó menos, y los apóstoles no salieron de la ciudad santa sino para misiones temporales, lo cual explica la oscuridad en que estuvieron la mayor parte de los miembros del consejo central, pues muy pocos de ellos tuvieron representacion. Formaban una especie de colegio sacro ó senado destinado únicamente á representar la tradicion y el espíritu conservador. Como no desempeñaban funcion alguna, no tenian que hacer otra cosa sino predicar y rogar; apenas se conocian sus nombres fuera de Jerusalem y hácia el año 70 ú 80, las listas que se daban de estos Doce elegidos primitivos, no estaban de acuerdo sino en los nombres principales.

Los «hermanos del Señor» aparecen con frecuencia al lado de los «Apóstoles» aunque fuesen distintos, y su autoridad era inferior á la de los segundos, pero estos dos grupos constituyen en la iglesia naciente fundada tan solo en las relaciones más ó menos íntimas que sus miembros tuvieron con el Maestro. Aquellos eran los hombres que Pablo llamaba «las columnas de la Iglesia de Jerusalem,» y vemos, por lo tanto, que las distinciones de la gerarquía eclesiástica no existian aún. El título no era nada; la importancia personal lo era todo; el principio del celibato eclesiástico estaba sentado, pero necesitábase algun tiempo para el completo desarrollo de todos aquellos gérmenes. Pedro y Felipe estaban casados y tenian hijos é hijas.

El término usado para designar la reunion de los fieles, era la palabra del hebreo kahal que se sustituyó por la frase esencialmente democrática ἐκκλησία. Ecclesia es la convocacion del pueblo en las antiguas ciudades griegas, el llamamiento al Pnyx ó al ágora. Á partir del siglo II ó III antes de Jesucristo, las palabras de la democracia ateniense pasaron en cierto modo al dominio de la lengua helénica, y algunos de estos términos, á consecuencia del uso que hacian de ellos las cofradías griegas, se adoptaron en la lengua cristiana. Esto era efecto del movimiento popular, que comprimido hacia siglos, seguia de nuevo su curso bajo formas enteramente distintas como querian serlo las antiguas repúblicas, pero menos exigente y desconfiada que aquellas ciudades, la Iglesia delegaba con gusto su autoridad: como toda sociedad teocrática trataba de abdicar en manos de un clero y era fácil prever que no pasarian más de dos siglos sin que toda aquella democracia se transformara en oligarquía.

El poder que se suponia á la Iglesia reunida y á sus jefes era inmenso, pues la primera conferia todas las misiones, guiándose únicamente para su eleccion de los signos que daba el Espíritu, llegando su autoridad hasta el punto de poder decretar la muerte. Referíase que solo á la voz de Pedro, algunos delincuentes habian caido en el suelo y expirado en el acto; San Pablo no teme un poco más tarde excomulgar á un incestuoso «entregándole á Satanás para que muera su carne y se pueda salvar su alma en el gran dia del Señor.» Considerábase la excomunion como el equivalente de una sentencia de muerte, y no se dudaba que toda persona á quien los apóstoles, ó los Jefes de la Iglesia, habian separado del gremio de los santos, entregándole al espíritu maligno, no estuviese perdida. Suponíase á Satanás autor de las enfermedades; abandonarle el miembro gangrenado era como entregarlo al ejecutor natural de la sentencia; una muerte prematura se tenia por el resultado de uno de esos decretos ocultos, que segun la fuerte expresion hebráica, «extirpaba una alma de Israel.» Los apóstoles se creian revestidos de poderes sobrenaturales, y al pronunciar semejantes condenas, pensaban que sus anatemas no dejarian de caer sobre los culpables.

La terrible impresion producida por las excomuniones, y el ódio que inspiraban á todos los cofrades los miembros así separados del gremio de la Iglesia, podia en efecto en muchos casos producir la muerte ó al menos obligar al culpable á expatriarse. El mismo terrible equívoco se encontraba en la antigua Ley: «la extirpacion» implicaba á la vez la muerte, la expulsion de la comunidad, el destierro, un retiro solitario y misterioso; y matar al apóstata ó al que blasfemaba, herir el cuerpo para salvar el alma, era una cosa legítima. Debemos recordar que hablamos de la época de los zelotas, que consideraban como un acto de virtud dar de puñaladas al que faltase á la ley, y es preciso tener en cuenta que algunos cristianos eran ó habian sido zelotas. Casos como el de la muerte de Ananías y de Safira, no causaban el menor escrúpulo. La idea del poder civil era tan extraña á todo aquel mundo, que no se hallaba al alcance del dominio romano, ó estaba tan persuadida que la Iglesia era una sociedad completa que se bastaba á sí misma, que ninguno consideraba que un milagro fuese un atentado punible ante la ley civil por más que causara la muerte ó la mutilacion de una persona. El entusiasmo es una fé ardiente que lo cubre todo y todo lo excusa; pero comprendíase fácilmente cuán grave era el peligro que indicaban para el porvenir aquellas máximas teocráticas. La Iglesia está armada de un puñal; la excomunion será una sentencia de muerte; en lo sucesivo habrá en el mundo además del Estado otro poder que disponga de la vida de los ciudadanos; y á fé que si la autoridad romana se hubiese limitado á reprimir entre los cristianos y los judíos principios tan condenables, habria tenido mil veces razon. Pero en su brutalidad confundia la más legítima de las libertades, la de adorar cada uno á su modo, con abusos que ninguna sociedad ha podido jamás tolerar impunemente.

Pedro gozaba entre los apóstoles de cierta superioridad debida principalmente á su actividad y celo: en los primeros años, apenas se separa de Juan, hijo de Zebedeo; ambos van casi siempre juntos, y su buena armonía fué á no dudarlo la piedra angular de la nueva fé. Jacobo, hermano del Señor, les igualaba casi en autoridad, al menos en una fraccion de la Iglesia, y en cuanto á ciertos amigos íntimos de Jesús, tal como las mujeres galileas y la familia de Betania, ya hemos dicho que no hay para que hablar de ellos. Menos deseosas de organizar y de fundar, las fieles compañeras de Jesús se contentaban con amar muerto al que adoraran en vida; alimentándose con su esperanza, las nobles mujeres que fundaron la fé del mundo, permanecian casi desconocidas de los hombres notables de Jerusalem, y cuando murieron, quedaron enterradas en el sepulcro con ellas los caractéres más importantes de la historia del cristianismo naciente. Los que desempeñan un papel activo son los que se llevan la fama; aquellos que se contentan con amar en secreto permanecen oscuros, pero seguramente les corresponde la mejor parte.

Inútil es decir que aquel pequeño grupo de gente sencilla, no tenia la menor idea de la teología especulativa, pues Jesús rehuyó siempre con la mayor prudencia toda cuestion metafísica, y no tuvo más que un dogma, su propia filiacion divina y la divinidad de su mision. Todo el símbolo de la Iglesia primitiva podia encerrarse en esta sola línea: «Jesús es el Mesías, hijo de Dios.» Esta creencia se fundaba en un argumento perentorio, en el hecho de la resurreccion, de la que figuraban como testigos los discípulos, por más que ninguno en realidad, ni aun las mujeres galileas, asegurará haber visto la resurreccion; pero la ausencia del cuerpo y las apariciones que se siguieron despues, parece que equivalen al hecho mismo. Atestiguar la resurreccion de Jesús, era la mision que todos creian deber llevar á cabo ante todos, é imagináronse bien pronto que el Maestro habia pronosticado este acontecimiento. Recordábanse algunas de sus palabras que se creyó no haberse comprendido bien, y esto indujo á suponer que se habia anunciado la resurreccion. La creencia en la próxima manifestacion gloriosa de Jesús era universal; la palabra secreta que los cofrades se decian entre sí para reconocerse y fortificarse, era Maran atha, «el Señor va á venir». Creíase tambien recordar una declaracion de Jesús, segun la cual, no habia tiempo para que la predicacion alcanzara á todas las ciudades de Israel, antes que el hijo del hombre apareciese en su majestad; pero entre tanto Jesús resucitado está sentado á la diestra de su Padre, y allí descansa hasta el dia solemne en que vendrá envuelto entre las nubes á juzgar á los vivos y á los muertos.

La idea que tenian de Jesús era la misma que aquel les diera: Jesús habia sido un profeta poderoso en obras y en palabras, un hombre elegido de Dios que recibiera una mision especial para la humanidad, mision que probó por sus milagros y su resurreccion. Dios le ungió del Espíritu Santo revistiéndole de fuerza; ha pasado haciendo bien y curando á los que estaban poseidos del demonio, porque Dios era con él; es el Hijo de Dios, un representante de Dios en la tierra; es el Mesías, el salvador de Israel anunciado por los profetas. La lectura de los libros del Antiguo Testamento, especialmente el de los Profetas y de los Salmos, era habitual en la secta, y al proceder á dicha lectura, fijábanse todos en la idea de encontrar siempre el tipo de Jesús; y persuadidos de que los antiguos libros hebreos estaban llenos de él, formóse desde los primeros años una coleccion de textos, sacados de los Profetas, de los Salmos y de ciertos libros apócrifos en los cuales, segun conviccion general, se predecia y describia de antemano la Vida de Jesús. Este método de interpretacion arbitraria estaba adoptado en todas las escuelas judías; las alusiones mesiánicas eran una especie de juego de imaginacion, análogo al que hacian antiguos predicadores con los pasajes de la Biblia, trastornando su sentido natural y tomándolos como simples adornos de retórica sagrada.

Jesús, merced á su tacto exquisito de las cosas religiosas, no habia instituido ningun nuevo ritual, y por lo tanto, la nueva secta no tenia aún ceremonias especiales. Las prácticas de piedad eran las prácticas judías; las reuniones no tenian nada de litúrgicas en el sentido preciso; eran sesiones de cofrades donde se rezaba, practicándose tambien los ejercicios de la profecía y la lectura de la correspondencia. Allí no habia nada de sacerdotal: no hay sacerdote (cohen ó ἱερεύς); el presbyteros, es el anciano de la comunidad y nada más; el único sacerdote es Jesús; ó en otro sentido, todos los fieles lo son. Considerábase el ayuno como una práctica muy meritoria; el bautismo era la señal de entrada en la secta siendo su rito el mismo observado con Juan, pero se administraba en nombre de Jesús.

De todos modos, el bautismo no se creia una iniciacion suficiente si no era seguido de la colacion de los dones del Espíritu Santo, que se hacia prévia una oracion pronunciada por los apóstoles sobre la cabeza del neófito con la imposicion de las manos.

Esta imposicion ya tan familiar á Jesús, era el acto sacramental por excelencia; conferia la inspiracion, la iluminacion interior, el poder de hacer prodigios, de profetizar y de hablar las lenguas, era lo que se llamaba el bautismo del Espíritu. Creíase recordar las siguientes palabras de Jesús: «Juan os ha bautizado por el agua, pero vosotros os habeis bautizado por el espíritu». Poco á poco formóse un conjunto de todas estas ideas y el bautismo se confirió, «en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo;» pero no es probable que esta fórmula se emplease en los primeros dias de la época á que nos referimos. Vemos, pues, cuanta era la sencillez del primitivo culto cristiano, que no habian inventado ni Jesús ni los apóstoles, toda vez que fueron adoptadas antes por ciertas sectas judías estas graves y solemnes ceremonias que proceden al parecer de la Caldea, donde se practican aun con liturgias especiales para los Sabianos ó Mendaitas. En la religion de Persia se encuentran tambien muchos ritos del mismo género.

Las creencias en la medicina popular, que tanto prestigio dieron á Jesús, se continuaban en sus discípulos: el don de curar era una de las gracias maravillosas que concedia el Espíritu. Los primeros cristianos, así como casi todos los judíos de aquel tiempo, veian en las enfermedades el castigo de una falta ó la obra de un demonio maligno, y los apóstoles eran considerados del mismo modo que Jesús, como poderosos exorcistas. Creíase que las oleaciones que hacian con la imposicion de las manos, invocando el nombre de Jesús, redimian los pecados, causa de la enfermedad y curaban estas; el aceite ha sido siempre en Oriente el medicamento por excelencia, pero de todos modos, creíase que solo la imposicion de las manos de los apóstoles bastaba para producir los mismos efectos. Esta imposicion se hacia por el contacto inmediato, y no es imposible que en ciertos casos, el calor de las manos, comunicándose vivamente á la cabeza, proporcionase algun alivio al enfermo.

Siendo jóven y poco numerosa la secta, no se entabló sino más adelante la cuestion de los muertos. Los primeros fallecimientos que ocurrieron entre los cofrades causaron un efecto extraño. Preocupáronse de la suerte de los difuntos; pues deseaban saber si aquellos serian más favorecidos que los que sobrevivieran para ver por sus propios ojos el advenimiento del Hijo del hombre. Llegóse por fin á considerar generalmente el intervalo entre la muerte y la resurreccion como una especie de vacío en la conciencia del difunto. La idea presentada en el Phedon, de que existe el alma, antes y despues de la muerte, de que la muerte es un bien, y aun de que es el estado filosófico por excelencia, pues entonces se encuentra el alma totalmente libre y desprendida, esta idea, repito, no era opinion decididamente admitida en los primeros cristianos; siendo lo más frecuente que considerasen no podia existir el hombre sin cuerpo. Y este modo de ver subsistió mucho tiempo sin que cambiara, hasta que la doctrina de la inmortalidad del alma, en el sentido de la filosofía griega, fué acogida en la Iglesia y se combinó bien ó mal con el dogma de la resurreccion y de la renovacion universal. Empero en la época á que nos referimos ahora, la creencia en la resurreccion reinaba casi exclusivamente. El rito de los funerales era segun las apariencias el rito judío. No se le daba importancia alguna, y ninguna inscripcion indicaba el nombre del difunto, considerando tal vez que habia de ser pronta la resurreccion y que el cuerpo de aquel fiel cristiano habia de permanecer poco tiempo en la roca donde le depositaron. Cuidáronse muy poco de avenirse en cuanto á la cuestion de saber si la resurreccion seria universal, es decir, si comprenderia á los buenos y á los malos, ó si se aplicaria únicamente á los elegidos.

Uno de los fenómenos más notables de la nueva religion fué la reaparicion del profetismo. Hacia ya mucho tiempo que casi no se hablaba más de profetas en Israel; pero este género particular de inspiracion pareció renacer en la pequeña secta. La Iglesia primitiva tuvo muchos profetas, y tambien profetisas análogos á los del Antiguo Testamento. Aparecieron igualmente los salmistas; y el modelo de los salmos cristianos lo encontramos seguramente en los cánticos que Lucas se complace en esparcir por su Evangelio, y que están basados sobre los cánticos del Antiguo Testamento. Estos salmos y estas profecías carecen de originalidad en cuanto á su forma; pero están animados y henchidos de un admirable espíritu de dulzura y de piedad; vienen siendo un eco amortiguado de las últimas melodías que produjo la sagrada lira de Israel; y no parece sino que fueron los salmos el cáliz de la flor, donde la abeja cristiana hizo presa de su primer jugo. El Pentateuco, era segun las apariencias, poco leido y poco meditado, sustituyéndolo con alegorías, á estilo de los midraschim judíos, en que se suprimia todo el sentido histórico de los libros.

El canto con que se acompañaban los himnos nuevos era probablemente esa especie de sollozo sin notas bien marcadas y perceptibles, que continúa siendo el canto de los griegos, de los maronitas y de los cristianos de Oriente en general. No es debido á modulaciones musicales, sino á un modo peculiar de forzar la voz, emitiendo por la nariz una especie de gemido en que todas las inflexiones se suceden con rapidez unas á otras. Ejecútase esta singular melopea, en pié, con la vista fija, la frente arrugada, las cejas fruncidas y con un esfuerzo aparente. Pronúnciase sobre todo con voz temblorosa la palabra amen, la cual hacia gran papel en la liturgia. Á imitacion de los judíos usábanla los nuevos cristianos para manifestar la adhesion de la muchedumbre á la palabra del profeta ó del sochantre. Acaso atribuíanse ya virtudes secretas á esta palabra, y por eso la pronunciaban con cierto énfasis. Ignoramos si este canto eclesiástico primitivo iba acompañado de instrumentos. Respecto al canto íntimo, el que los fieles «cantaban en el fondo de su corazon,» y que no era más que la expansion y desahogo de aquellas almas tiernas, fervorosas y contemplativas, es de presumir que lo ejecutaban á media voz como las cantilenas de los lolardos de la edad media. Por lo general aquellos himnos eran la manifestacion de la alegría que rebosaba en sus corazones. Una de las máximas de los sabios de la secta era: «Si estás triste, ora; si estás alegre, canta.»

Por lo demás, destinada simplemente á la edificacion de los fieles congregados, aquella primera literatura cristiana no se escribia. Componer ó escribir libros era una idea que á nadie se le ocurria, pues que Jesús habia hablado y recordaban sus palabras. ¿No habia prometido que la generacion de sus oyentes no pasaria antes que él reapareciera?

VI

Conversion de judíos helenistas y prosélitos.


Año 36


Hasta aquí, se ha presentado á nuestra vista la Iglesia de Jerusalem como una pequeña colonia galilea. Los amigos que habia adquirido Jesús en Jerusalem y en las cercanías, tales como Lázaro, Marta, María de Betania, José de Arimatea y Nicodemo, habian desaparecido de la escena. El grupo galileo, estrechado en derredor de los doce, fué el único que subsistió compacto y activo. Más adelante, despues de la destruccion de Jerusalem, y lejos de la Judea, imagináronse que los sermones de los apóstoles eran escenas públicas que se representaban en las plazas y á presencia del gentío que en ellas se reunia. Semejante pensamiento debiera relegarse entre las supuestas imágenes que tanto abundan en las leyendas. Las autoridades que condenaron á muerte á Jesús, no hubieran consentido que semejantes escándalos se renovasen. El proselitismo de los fieles se comunicaba de uno á otro. Sus predicaciones bajo el pórtico de Salomon, habian de dirigirse á muy pocos oyentes; pero su efecto, por lo mismo, no habia de ser sino más profundo. Consistian principalmente sus discursos en citas del Antiguo Testamento con las cuales creian probar que Jesús era el Mesías. Su razonamiento era sutil y débil; pero todos los comentarios de los Judíos de aquella época eran por el mismo estilo, y las consecuencias que deducen de la Biblia los doce de la Mischna, no son tampoco satisfactorias.

Mucho más débil aún era la prueba invocada para sostener sus argumentos, deducida de los pretendidos prodigios. Imposible fuera dudar que los apóstoles hayan creido hacer milagros. Estos eran considerados como la señal de toda mision divina, y San Pablo, cuyo entendimiento era ciertamente el más claro y adelantado de la primitiva escuela cristiana, creyó obrar milagros. Se consideraba como indudable que Jesús los habia hecho, y era natural que se continuase la série de las manifestaciones divinas. Efectivamente, la taumaturgia aparece como un privilegio de los apóstoles hasta el fin del siglo primero. Los milagros de los apóstoles son de igual índole que los de Jesús, y consisten sobre todo, aunque no exclusivamente, en curas de enfermedades y en exorcismos de poseidos. Así es que se pretendia que bastaba la sombra para operar curas maravillosas. Reputábanse estos prodigios por dones del Espíritu Santo, y eran justipreciados de igual valor que el don de ciencia, de predicacion ó de profeta. En el siglo III, la Iglesia creia todavía poseer los mismos privilegios y ejercer como por una especie de derecho permanente, el poder de curar las enfermedades, echar fuera á los demonios y predecir el porvenir; siendo todo esto posible para los ignorantes. ¿No vemos en la actualidad personas honradas y de probidad, pero que carecen de espíritu científico, firmemente engañadas con las quiméricas ideas del magnetismo y por otras ilusiones?

Empero no debemos valernos de esos errores candorosos, ni de los mezquinos discursos que vemos en las Actas, para calificar los medios de conversion de que pudieran disponer los fundadores del cristianismo. La verdadera predicacion estribaba en las conversaciones de aquellos hombres buenos y convencidos; consistia en el reflejo, todavía sensible en sus discursos, de la palabra de Jesús, y sobre todo en su piedad y dulzura. El atractivo de la vida en comun que llevaban tenia tambien mucha influencia, siendo su casa como un hospicio en que todos los pobres, todos los que se vieran abandonados, encontraban asilo y auxilios.

Uno de los primeros que se afiliaron en aquella sociedad naciente, fué un chipriota llamado José Hallévi ó el Levita. Este vendió su campo como los demás, y fué á postrarse á los piés de los Doce ofreciéndoles el precio de la venta. Era un hombre inteligente, de un afecto á toda prueba y que usaba fácilmente de la palabra; así que uniéronse estrechamente con él los apóstoles, y le llamaron Bar-naba, es decir «el hijo de la profecía» ó «de la predicacion;» pues se le contaba efectivamente en el número de los Profetas, es decir, de los predicadores inspirados. Verémosle más tarde figurar en primera línea, porque despues de San Pablo, fué el misionero más activo del primer siglo. Un tal Mnason, su compatriota, se convirtió por aquel mismo tiempo. Los judíos ocupaban muchos barrios de Chipre, y Bernabé y Mnason eran sin duda judíos de raza. Las relaciones íntimas y prolongadas de Bernabé con la Iglesia de Jerusalem hacen creer que el siro-caldeo le era familiar.

Una conquista casi tan importante como la de Bernabé, fué la de cierto Juan que llevaba el sobrenombre romano de Marcus. Era primo de Bernabé, y circunciso. Su madre, María, debia gozar de cierto bienestar y comodidades: convirtióse del propio modo que su hijo, y su morada fué más de una vez el sitio donde se reunian los apóstoles. Parece que estas dos conversiones fueron obra de Pedro. En todo caso, Pedro mantenia estrechas relaciones de amistad con la madre y con el hijo, de tal modo, que en casa de ellos se consideraba como en la suya propia. Y aun admitiendo la hipótesis de que Juan Márcos no fuera idéntico al autor verdadero ó supuesto del segundo Evangelio, el papel que desempeñó seria siempre de suma importancia; pues le veremos más tarde acompañar en sus excursiones apostólicas á Pablo, Bernabé, y probablemente al mismo Pedro.

Propagóse así el primer fuego con gran rapidez. Los hombres más célebres del siglo apostólico se sintieron casi todos arrastrados en dos ó tres años por una especie de impulso simultáneo. Fué una segunda generacion cristiana paralela á la que se habia formado, cinco ó seis años antes, á orillas del lago de Tiberiade. Esta segunda generacion no habia visto á Jesús y no podia igualar á la primera en autoridad; pero habia de sobrepujarla por su actividad y por su aficion á las misiones lejanas. Uno de los más conocidos entre los nuevos adeptos, era Stephanus ó Estéban, que no fué, segun parece, más que un simple prosélito, antes de su conversion. Era un hombre ardiente y apasionado; su fé, de las más vivas; y creíasele favorecido de todos los dones del Espíritu Santo. Felipe, quien como Stephanus, fué diácono y evangelista celoso, se agregó á la comunidad hácia el mismo tiempo, y confundiósele frecuentemente con su homónimo el apóstol. Por último, en aquella época, convirtiéronse Andrónico y Junía, dos esposos, probablemente, que ofrecieron, como más tarde Aquila y Priscila, el modelo de una pareja apostólica, consagrada á todos los afanes y cuidados del misionero. Eran de la sangre de Israel, y tuvieron estrechísimas relaciones con los apóstoles.

Los nuevos convertidos eran todos judíos por su religion, cuando les tocó la gracia; pero pertenecian á dos clases de judíos muy distintas. Eran los unos «hebreos», es decir, judíos de Palestina, que hablaban hebreo ó más bien arameo, y leian la Biblia en el texto hebreo; los otros eran «helenistas», es decir, judíos que hablaban griego y leian la Biblia en griego. Subdividíanse todavía estos últimos en dos clases; los unos eran de sangre judía y los otros eran prosélitos; es decir, gentes que no eran de orígen israelita, pero afiliados al judaismo en distintos grados. Estos helenistas, procedentes casi todos de Siria, del Asia Menor, de Egipto ó de Cirene, habitaban en distintos barrios en Jerusalem. Tenian sus sinagogas separadas y formaban aparte pequeñas comunidades. Contaba Jerusalem gran número de estas sinagogas particulares; y allí es donde la palabra de Jesús encontró preparado el terreno para recibirla y hacer que fructificara.

Todo el núcleo primitivo de la Iglesia se componia de «hebreos»; el dialecto arameo, que fué la lengua de Jesús, era el único que se usaba entonces. Empero, se vé que desde el segundo ó el tercer año, despues de la muerte de Jesús, invadió el griego aquella pequeña comunidad, donde debia enseñorearse y predominar. Á consecuencia de sus relaciones cotidianas con aquellos nuevos hermanos, Pedro, Juan, Jacobo, Judas, y generalmente todos los discípulos galileos, aprendieron el griego tanto más fácilmente, cuanto que probablemente ya sabian algo de aquella lengua. Un incidente del que hablaremos muy en breve, acredita que esa diversidad de idiomas introdujo en un principio cierta division en la comunidad, y que no se entablaban muy fácilmente las relaciones entre ambos bandos. Consumada la ruina de Jerusalem, veremos á los «hebreos» retirados más allá del Jordan, á la altura del lago de Tiberiade, formando una Iglesia separada, que tuvo distinta suerte; pero en el intervalo de estos dos hechos no parece que la diversidad de lenguaje produjera consecuencia alguna en la Iglesia. Los Orientales tienen gran facilidad para aprender las lenguas; así que, en las ciudades cada uno habla habitualmente dos ó tres idiomas. Es por lo tanto probable que aquellos de los apóstoles galileos que desempeñaron algun papel importante, adquirieran la práctica del griego, y aun llegaran á servirse de él con preferencia al siro-caldeo, cuando aumentó mucho el número de los fieles que hablaban en griego. Fué pues preciso renunciar al dialecto palestino, desde el dia en que se proyectó una propaganda que habia de extenderse á lo lejos; y además, como dialecto provincial, que apenas se usaba por escrito y que no se hablaba fuera de la Siria, era tambien poco á propósito para semejante empresa. El griego, por lo contrario, fué impuesto en cierto modo al cristianismo. Era la lengua universal de la época, la que se hablaba al menos en todas las poblaciones situadas en la parte oriental del Mediterráneo. Era, con especialidad, la lengua de los judíos dispersos por todo el imperio romano; pues entonces, como ahora, los judíos adoptaban muy fácilmente los idiomas de los países que habitaban. No se picaban de purismo, y por eso aparece tan defectuoso el griego del cristianismo primitivo. Los judíos, aun aquellos más instruidos, pronunciaban mal la lengua clásica. Calcaban su frase sobre el siriaco, y nunca se deshicieron de los dialectos groseros que les llevó la conquista alcanzada por los macedonios.

Las conversiones al cristianismo tardaron poco en ser más numerosas entre los «helenistas» que entre los «hebreos». Los viejos judíos de Jerusalem sentian poco atractivo hácia una secta de provinciales, medianamente versados en la única ciencia que un fariseo apreciara, la ciencia de la Ley. La posicion de la pequeña Iglesia respecto al judaismo, era algo equívoca, cual lo fué la del mismo Jesús. Empero, todo partido religioso ó político lleva en sí mismo una fuerza que le domina y le obliga, á pesar suyo, á recorrer su órbita. Los primeros cristianos, cualquiera que fuese su aparente respeto al judaismo, no eran realmente judíos sino por su nacimiento ó por sus hábitos exteriores; el verdadero espíritu de la secta traia otro orígen. El Talmud era el que germinaba en el judaismo oficial, y el cristianismo no tenia afinidad alguna con la escuela talmúdica. Hé ahí por qué encontraba favorable acogida el cristianismo en las partes menos judías del judaismo. Los ortodoxos rígidos adheríanse poco á él; los recien llegados, gentes apenas catequizadas, que no habian cursado en las grandes escuelas, exentos de la rutina y que no estaban iniciados en la lengua santa, eran los que prestaban atento oido á los apóstoles y á sus discípulos. Medianamente considerados por la aristocracia de Jerusalem, estos advenedizos del judaismo tomaban así una especie de desquite, y siempre son las partes más jóvenes, y nuevamente adquiridas en una comunidad, las que menos se cuidan de la tradicion y más se inclinan á las novedades.

En estas clases, poco sujetas á los Doctores de la Ley, la credulidad era tambien, segun parece, más candorosa y más completa y firme. Lo que choca en el judío talmudista, no es la credulidad. El judío crédulo y afecto á lo maravilloso, que conocieron los satíricos latinos, no era el judío de Jerusalem, sino el judío helenista, muy religioso, á la par que poco instruido y por consiguiente muy supersticioso. Ni el saduceo medio incrédulo, ni el fariseo rigorista, se conmovian sensiblemente con la teurgia, que tan grande boga alcanzaba en el círculo apostólico; pero que el Judæus Apella, del cual se sonreia Horacio, estaba allí para creer. Por otra parte, las cuestiones sociales interesaban particularmente á los que no sacaban provecho alguno de las riquezas que el templo y las instituciones centrales de la nacion atraian con afluencia á Jerusalem, y por eso sucedió que, combinándose con necesidades análogas á la que actualmente se llama «Socialismo», la nueva secta echó los sólidos cimientos en que habia de asentar el edificio de su porvenir.

VII

La Iglesia considerada como una asociacion de pobres. — Institucion del diaconato. — Las diaconesas y las viudas.


Año 36


La historia comparada de las religiones, nos revela una verdad general; todas las que han tenido un principio y que no son contemporáneas del lenguaje mismo, se han establecido más bien por razones sociales que teológicas. Así sucedió seguramente con el budismo; pues, la suerte prodigiosa de esta religion, no fué debida á la filosofía nihilista en que se basaba, sino á su parte social. Proclamando la abolicion de las castas, y estableciendo segun su expresion «una ley de gracia para todos», es como Çakya-Mouni y sus discípulos arrastraron en pos de ellos, á la India primero, y luego á la mayor parte del Asia. Del propio modo que el cristianismo, fué el budismo un movimiento de pobres. El grande atractivo que les hizo adherirse á él, fué la facilidad que se ofreciera á las clases desheredadas de rehabilitarse, profesando un culto que les enaltecia y les presentaba infinitos recursos de asistencia y de compasion.

En el primer siglo de nuestra era, abundaban muchísimo los pobres en Judea, careciendo aquella comarca, por su naturaleza, de los recursos que proporciona el bienestar. En aquel país sin industria, casi todas las fortunas debian su orígen á instituciones religiosas ricamente dotadas, ó á los favores del gobierno. Las riquezas del templo eran desde luengos años herencia exclusiva de un corto número de nobles. Los Asmoneos habian constituido en derredor de su dinastía un grupo de familias ricas; así como los Herodes aumentaron muchísimo el lujo y el bienestar en determinada clase de la sociedad; pero el verdadero judío teócrata, al volver la espalda á la civilizacion romana, hízose cada vez más pobre. Formóse entonces una clase numerosa de hombres santos, piadosos, fanáticos, y rígidos observadores de la Ley, pero totalmente miserables en su exterioridad, y en aquella clase fué donde se reclutaron las sectas y los partidos fanáticos tan considerables en aquella época. El delirio universal era conseguir el predominio del judío proletario que habia permanecido fiel, y la humillacion del rico, considerado como un tránsfuga, como un traidor que habia pasado á la vida profana y á la civilizacion en la exterioridad. Jamás hubo ódio alguno que igualara al de los pobres de Dios, en contra de las espléndidas construcciones con que el país empezaba á cubrirse, no menos que contra las obras de los Romanos. Precisados, para no perecer de hambre, á trabajar en aquellos edificios que les parecian monumentos de orgullo y de lujo prohibido, creíanse víctimas de ricos malvados, corrompidos é infieles á la Ley.

Concíbese con cuanto apresuramiento seria acogida una asociacion de socorros mútuos, en semejante estado social. La pequeña Iglesia debió parecerles un paraiso; así fué que aquella familia de hermanos, sencillos y unidos, de todas partes se atrajo afiliados. En cambio de lo que llevaban á la comunidad; aseguraban su porvenir, una confraternidad dulcísima y lisonjeras esperanzas. Era costumbre general que convirtieran sus bienes de fortuna en dinero antes de entrar en la secta, consistiendo comunmente esos bienes en pequeñas haciendas rurales poco productivas y cuya explotacion era incómoda. Las gentes solteras no encontraban sino ventajas en cambiar aquellos terrones por una colocacion de su valor en una sociedad de seguros, con pérdida del capital, pero con la esperanza de alcanzar el reino de los cielos. Algunos matrimonios solicitaron igualmente su participacion en este órden de cosas; pero tomáronse precauciones para que los asociados llevasen real y verdaderamente todo su haber á la comunidad, y no guardasen nada para sí, fuera del fondo comun. Efectivamente, como cada cual no recibia en razon de la apuesta que habia hecho, sino proporcionalmente á sus necesidades, toda reserva de propiedad hubiera sido en realidad un robo hecho á la comunidad. En esto se vé la sorprendente semejanza de los tales ensayos de organizacion del proletariado con ciertas utopias que surgieron en una época no muy distante de nosotros. Empero nótase una profunda diferencia, que consiste en que el comunismo cristiano estribaba en una base religiosa, mientras que el socialismo moderno carece de ella. Claro está que una asociacion en que el dividendo se hace en razon de las necesidades de cada uno, y no en proporcion del capital abonado al fondo comun, no puede apoyarse sino en un sentimiento exaltadísimo de abnegacion, en una ardiente fé y en un ideal religioso.

Con semejante constitucion social, las dificultades administrativas habian de ser numerosísimas, cualquiera que fuese el grado de fraternidad que reinara en la asociacion. Entre las dos fracciones de la comunidad, cuyo idioma era distinto, los malentendidos eran inevitables. Difícil era que los judíos de raza no se mostrasen algo desdeñosos con aquellos de sus correligionarios, que eran menos nobles. Efectivamente no tardaron en oirse quejas y murmuraciones; lamentábanse los «helenistas,» cuyo número iba aumentando diariamente, de que sus viudas fuesen menos bien tratadas en las distribuciones que las de los «hebreos». Hasta entonces habian cuidado los apóstoles de la administracion de caudales; pero en vista de semejantes reclamaciones, conocieron les era preciso delegar esta parte de sus poderes. Propusieron por lo tanto á la comunidad, que confiase el cuidado de la administracion á siete hombres entendidos y considerados; y habiendo sido aceptada la proposicion, procedióse á elegirlos. Los siete nombrados para aquel cargo fueron Stephano ó Estéban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timon, Pármenas y Nicolás. Este último era natural de Antioquía y simple prosélito, y Estéban era tal vez de igual condicion. Parece que procediendo inversamente de la práctica observada en la eleccion del apóstol Matías, se impusieron la obligacion de elegir los siete administradores, no ya en el grupo de los discípulos primitivos, sino entre los nuevos convertidos y especialmente entre los helenistas; así es que todos ellos tienen nombres puramente griegos. Estéban era el más importante de los siete, y en cierto modo su jefe. Los presentaron á los apóstoles, quienes, segun mérito consagrado ya, oraron sobre sus cabezas, posando sus manos en ellas.

Dióse á los administradores así designados el nombre sirio de Schammaschin, en griego Διάκονοι. Llamábanlos á veces «los Siete» para oponerlos á los «Doce». Tal fué pues el orígen del diaconato, que viene siendo el empleo eclesiástico más antiguo en las sagradas órdenes. Todas las iglesias que con el tiempo se organizaron, tuvieron sus diáconos, á imitacion de la de Jerusalem. La fecundidad de esta institucion fué maravillosa: representaba la asistencia del pobre elevada al nivel de un servicio religioso; era la proclamacion de esta verdad, que las cuestiones sociales son las primeras de que hay que preocuparse; viniendo á ser tambien la fundacion de la economía política en cosas religiosas. Los diáconos fueron los mejores predicadores del cristianismo, y pronto veremos cuál fué su oficio como evangelistas; siendo mucho más importante todavía el que les cupo como organizadores, ecónomos y administradores. Aquellos hombres prácticos, que se hallaban en perpétuo contacto con los pobres, los enfermos y las mujeres, penetraban en todas partes, todo lo veian, y exhortaban y convertian con la mayor eficacia. Hicieron más que los apóstoles, inmóviles en Jerusalem, en su puesto de honor. Ellos fueron los verdaderos creadores del cristianismo en su parte más sólida y duradera.

Admitióse desde luego á las mujeres en este empleo; llevando como en la actualidad el nombre de «hermanas». Al principio lo desempeñaban las viudas; pero dióse más adelante la preferencia á las vírgenes para este oficio. El tacto que guió en todo esto á la primitiva Iglesia fué admirable. Aquellos hombres buenos y sencillos asentaron con profunda ciencia, porque emanaba del corazon, las bases de la gran cosa cristiana por excelencia; la caridad. En ninguna parte hubieron de encontrar el modelo de estas instituciones, y sin embargo, de aquellos dos ó tres primeros años de afanes y trabajo, surgió una santa creacion, un vasto ministerio de beneficencia y de socorros mútuos, en el que empleando los dos sexos sus diversas cualidades, concertaban sus esfuerzos para aliviar las miserias humanas. Aquellos fueron los años más fecundos en la historia del cristianismo. Concíbese que el pensamiento todavía palpitante de Jesús inspirara á sus discípulos y los dirigiera en todos sus actos con maravillosa lucidez. Obrando en justicia, es efectivamente á Jesús á quien debemos tributar el honor de cuanto bueno y grande hicieron los apóstoles, siendo muy probable que durante su vida asentara las bases de los establecimientos que surgieron y se desarrollaron con tan feliz éxito, poco tiempo despues de su muerte.

Las mujeres acudian naturalmente presurosas á una comunidad en que el débil se encontraba amparado con tantas garantías, pues la posicion que venian ocupando en la sociedad de aquella época era harto humilde y precaria; la viuda, sobre todo, á pesar de algunas leyes protectoras, veíase frecuentemente entregada á la miseria y poco respetada. Muchos doctores pretendian que no habia de darse á la mujer ninguna educacion religiosa. El Talmud pone al mismo nivel, entre las calamidades públicas, á la viuda habladora y curiosa que pasa su vida chismeando y murmurando con la vecindad, así como á la vírgen que malgasta su tiempo en oraciones. La nueva religion creó para aquellas pobres desheredadas un asilo honroso y seguro. Algunas mujeres ocupaban un rango muy elevado en la Iglesia, sirviendo su casa de punto de reunion. En cuanto á las que no tenian casa, las constituyeron en una especie de órden, ó de cuerpo presbiteral femenino, que comprendia tambien, probablemente, á las vírgenes, y cuyo oficio fué de la mayor importancia en la organizacion de la limosna. Las instituciones que se consideran como el fruto tardío del cristianismo, como son las congregaciones de mujeres, ciertas beatas (beguines), y las hermanas de la caridad, fueron una de sus primeras creaciones, el principio de su fuerza y la más perfecta expresion de su espíritu. Observaremos aquí particularmente que es completamente cristiana la admirable idea de consagrar con una especie de carácter religioso, y de sujetar á una disciplina regular á las mujeres que no están sujetas por los lazos del matrimonio. La palabra «viuda» vino á ser sinónima de persona religiosa, entregada á Dios, y por consiguiente «Diaconesa». En aquellos países donde la esposa de veinticuatro años está ya ajada, donde no hay casi intermedio entre la niña y la vieja, era como una nueva vida que se creaba para la mitad de la especie humana más capaz de afecto.

El tiempo de los Seleúcidas habia sido una época terrible de desenfreno femenino. Jamás se habian visto tantos dramas domésticos, tantas envenenadoras y adúlteras. Los sabios de entonces debieron considerar á la mujer como un azote de la humanidad, como un principio de bajeza y de vergüenza, como un genio malévolo cuyo oficio era únicamente combatir todas las nobles aspiraciones del otro sexo. Empero el cristianismo lo cambió todo; pues en la edad que para nosotros es todavía la juventud, y que en la vida de la mujer de Oriente es tan triste, tan fatalmente entregada á las sugestiones del mal, sin más que rodear su cabeza con un chal negro, podia la viuda convertirse en una persona respetable, dignamente ocupada, una diaconesa, que igualaba á los hombres más estimados. El cristianismo elevó, é hizo santa la posicion tan espinosa de la viuda sin hijos, pues esta vino á ser casi igual á la de la vírgen. Fué la calogría ó «bella anciana», venerada, útil, tratada como madre. Esa clase de mujeres que iban y venian incesantemente, eran admirables misioneras para el nuevo culto, y los protestantes se equivocan, queriendo apreciar estos hechos con nuestro espíritu moderno de individualidad. Cuando se trata de historia cristiana, ha de reconocerse que el socialismo y el cenobitismo fueron primitivos.

El obispo y el sacerdote, tales como el tiempo los ha hecho, no existian todavía; pero, el ministerio pastoral, esa íntima familiaridad de las almas, independiente de los lazos de la sangre, estaba ya fundado. Ese ha sido siempre el don especial de Jesús, y como una herencia legada por él. Jesús repitió frecuentemente que él era para cada uno más que su padre, más que su madre, y que era preciso para seguirle, separarse de los séres más queridos. Por encima de la familia colocaba el cristianismo una cosa, creaba la fraternidad y el consorcio espirituales. El matrimonio antiguo, que entregaba la esposa al esposo, sin contrapeso alguno, era una verdadera esclavitud. La libertad de la mujer data del dia en que la Iglesia le dió un confidente, un guia en Jesús, quien la dirige y la consuela, quien la escucha siempre y á veces la invita á la resistencia. La mujer necesita ser gobernada, y no es dichosa sino cuando está gobernada; pero, es preciso que ame á quien la gobierna. Hé aquí lo que las sociedades antiguas, el judaismo, y el islamismo, nunca han podido conseguir. La mujer no ha tenido hasta ahora una conciencia religiosa, una individualidad moral, una opinion suya propia, sino profesando el cristianismo. Gracias á los obispos y á la vida monástica, una Radegunda sabrá encontrar los medios de sustraerse de los brazos de un esposo bárbaro. Siendo lo más importante la vida del alma, es justo y racional que el sacerdote que sabe hacer vibrar las cuerdas divinas, el consejero secreto que tiene la llave de las conciencias, sea más que el padre, más que el esposo.

En cierto modo, el cristianismo fué una reaccion contra la constitucion demasiado mezquina de la familia en la raza ariana. No solamente las viejas sociedades arianas no admitian casi más que al hombre casado, sino que comprendian el matrimonio en el sentido más estricto. Era una cosa análoga á la familia inglesa, un círculo estrecho, cerrado, sofocante, un egoismo entre varios, que desecaba tanto el alma, como el egoismo de uno solo. El cristianismo, con su divina nocion de la libertad del reino de Dios, corrigió esas exageraciones, y en primer lugar se guardó bien de hacer pesar sobre todos los deberes de la generalidad de los hombres. Comprendió que la familia no es el marco absoluto de la vida, ó por lo menos el marco en que han de encerrarse todos, que el deber de reproducir la especie humana, no habrá de imponerse á todos, que ha de haber personas exentas de esos deberes, bien que sean sagrados, pero no convenientes para todos. La excepcion que hizo la sociedad griega en favor de las héteras, á la manera de Aspasia; que la sociedad italiana admitió para la cortigiana, á la manera de Imperia, para satisfacer las necesidades de la sociedad culta; hízola el cristianismo para el sacerdote, la religiosa y la diaconesa, proponiéndose el bien general, admitiendo diversos estados en la sociedad; pues hay almas que encuentran más dulzura y satisfaccion en amarse entre quinientos, que entre cinco ó seis, y para las cuales la familia, en sus condiciones ordinarias, seria insuficiente, fria y fastidiosa. ¿Por qué pues aplicar á todos las exigencias de nuestras empañadas y medianas sociedades? La familia temporal no satisface completamente al hombre; necesita hermanos y hermanas fuera de los lazos carnales.

Con su gerarquía de los diferentes empleos sociales, la Iglesia primitiva pareció conciliar por el pronto estas exigencias opuestas. Nunca podremos comprender cuán felices fueron los que se sujetaron á aquellas reglas santas, que sostenian la libertad sin restringirla, haciendo posibles á la vez las dulzuras de la vida en comunidad y las de la vida privada. Era lo contrario de la mezcolanza de nuestras sociedades artificiales y destituidas de amor, en las que el alma sensible se encuentra á veces tan cruelmente aislada. La atmósfera era cálida y suave en aquellos pequeños asilos que se llamaban iglesias. Vivíase en comunidad, animados de la misma fé y de las mismas esperanzas; pero claro es tambien que semejantes condiciones no eran aplicables á una gran sociedad. Cuando países enteros se hicieron cristianos, convirtióse la regla de las primeras iglesias en una utopia, refugiándose en los monasterios. La vida monástica no es en este sentido sino la continuacion de las iglesias primitivas. El convento es la consecuencia necesaria del espíritu cristiano, y no hay cristianismo perfecto sin convento, puesto que solo allí puede realizarse el ideal evangélico.

Habrá de concederse seguramente una gran participacion al judaismo en estas magnas creaciones; pues cada una de las comunidades judías, dispersas en las costas del Mediterráneo, era ya una especie de Iglesia con su caja de socorros mútuos. La limosna recomendada siempre por los hombres caritativos y virtuosos y por los sabios, se habia convertido en precepto y se levantaba un templo en las sinagogas y era considerada como el primer deber del prosélito. En todos tiempos el judaismo se distinguió por el cuidado de sus pobres y por el sentimiento de caridad fraternal que inspira.

Es una suprema injusticia oponer el cristianismo al judaismo, puesto que todo lo que está dentro del cristianismo primitivo ha sido como complemento del judaismo. Examinando el mundo romano, es cuando se notan los milagros de caridad y de asociacion libre operados por la Iglesia. Jamás sociedad humana que solo haya reconocido por base la razon, ha producido efectos tan admirables. La ley filosófica de toda sociedad profana, en lo antiguo, ha sido la libertad y perfecta igualdad, pero jamás la fraternidad. La caridad, bajo el aspecto del derecho, nada tiene obligatorio; no mira á los individuos, encuentra en ellos ciertos inconvenientes y se deshace de los mismos. Toda tentativa para aplicar los fondos públicos al bienestar de los proletarios, parece el comunismo. Cuando un hombre muere de hambre, cuando clases enteras languidecen en la miseria, la política declara que es inevitable; que no puede existir estado civil ni político sin la libertad y que consecuencia de la libertad es que aquel que nada tiene y que nada puede ganar, muera de hambre: esto es lógico y nadie puede atentar contra los abusos de la lógica. Los deseos de las clases numerosas acaban siempre por sofocarlos, y demuestran que las aspiraciones sociales y religiosas tienen tambien derecho á una legítima satisfaccion, ya que las instituciones puramente políticas y civiles no son suficientes.

La gloria del pueblo judío, es haber proclamado este principio con toda energía, saliendo de la postracion en que se hallaban los Estados antiguos. La ley judía es social y no política; los profetas, los autores del Apocalipsis son promovedores de las revoluciones sociales, no motores de revoluciones políticas. En la primera mitad del primer siglo, colocados en presencia de la civilizacion profana, veremos que los judíos no tienen más que una idea, esto es, la de rehusar los beneficios del derecho romano, de este derecho filosófico, ateo, igual para todos y proclamado por la excelencia de su ley teocrática, que forma una sociedad religiosa y moral. La ley constituye la felicidad; hé aquí la idea de todos los pensadores judíos tales como Philon y Josefo. Las leyes de los otros pueblos procuran que se cumpla la justicia; poco les importa que los hombres sean buenos y felices: la ley judía desciende á los últimos detalles de la educacion moral. El cristianismo no es más que el desarrollo de esta misma idea. Cada iglesia es un monasterio y todos tienen derecho sobre todos, no pudiendo haber pobres ni malos ya que todos velan los unos por los otros. El cristianismo primitivo puede definirse diciendo que es una grande asociacion de pobres, un esfuerzo heróico contra el egoismo fundado sobre la idea de que cada uno solo tiene derecho sobre lo que necesita y que lo supérfluo pertenece á los que no tienen. Se vé sin dificultad, que entre semejante espíritu y el espíritu romano, se establecerá una lucha á muerte y que el cristianismo, por su lado, no llegará á reinar, á dominar el mundo más que á condicion de modificar profundamente sus tendencias naturales y su programa original. Sin embargo, los deseos que representa durarán eternamente. La vida comun, desde la segunda mitad de la edad media, ha servido para los abusos de una Iglesia intolerante, y habiéndose transformado con frecuencia el monasterio en un castillo feudal donde existia la guardia de una milicia perjudicial y fanática, el espíritu moderno se ha demostrado demasiado severo al aspecto del cenobitismo. Nosotros hemos olvidado que en la vida comun es donde encuentra el alma humana el más grato placer. Aquel cántico que dice «¡oh qué bueno y agradable es á los hermanos vivir juntos!» ha dejado de ser el nuestro; mas cuando el individualismo moderno haya dado sus últimos frutos, cuando la humanidad entristecida y pisoteada sea impotente, renacerán las grandes instituciones y las estrechas disciplinas; cuando nuestra mezquina sociedad, digo mal, nuestro mundo de pigmeos haya sido dispersado á latigazos por los individuos heróicos é idealistas de la humanidad, entonces recobrará todo su valor la vida comun. Una multitud de grandes cosas, tales como la ciencia, se reorganizarán bajo la forma monástica, recobrada en una herencia de sangre: la importancia que nuestro siglo atribuye á la familia disminuirá; el egoismo, ley esencial de la sociedad civil, no ahogará á las grandes almas: todas desde puntos opuestos se unirán contra la vulgaridad: se encontrará el verdadero sentido á las palabras de Jesús y á las ideas de la edad media acerca de la pobreza; se comprenderá, en fin, que poseer cualquier cosa, ha podido considerarse como una inferioridad, ya que los fundadores de la vida mística, han disputado varios siglos para saber si Jesús poseia, al menos, «las cosas que se consumen por el uso». Estas sutilezas franciscanas volverán á ser grandes problemas sociales. La espléndida idea trazada por el autor de las Actas, será inscrita, como una revelacion profética, á la entrada del paraiso de la humanidad: «¡La multitud de los fieles solo poseia un corazon y un alma y ninguno de ellos miraba lo que poseia como propiedad suya ya que de ello gozaban todos en comun. No habia pobres entre ellos; los que tenian campos y casas las vendian y llevaban el precio á los piés de los apóstoles y despues se distribuian segun las necesidades de cada uno, y cada dia comian el pan en medio de la mayor tranquilidad y sencillez de corazon!»

No adelantemos el tiempo: hemos llegado, poco más ó menos, al año 36. Tiberio en Capri no apercibia al enemigo del imperio. En dos ó tres años la nueva secta habia hecho sorprendentes progresos. Contaba ya muchos miles de fieles. Era fácil preveer que sus conquistas se efectuarian sobre todo entre los helenistas y prosélitos. El grupo galileo que habia oido al Maestro, guardando su primacia, era incomprensible y podia fácilmente preveerse que la victoria pertenecia á los últimos. Á la hora en que estamos, ningun pagano, es decir, ningun hombre sin lazo anterior con el judaismo, habia entrado en la Iglesia, pero desempeñaban en ella papeles importantes varios prosélitos. El círculo de los discípulos se habia tambien alargado y no era ya un simple colegio de Palestinos, sino que habia varios hijos de Chipre, Antioquía y Cirene y en general de casi todos los puntos de las costas orientales del Mediterráneo, donde se habian establecido colonias judías. El Egipto solo faltaba á esta primitiva Iglesia, y es probable le falte mucho tiempo. Los judíos de este país estaban en lucha con la Judea. Vivian de su vida propia, superior bajo todos conceptos á la de Palestina, y les afectaba débilmente el impulso de los movimientos religiosos de Jerusalem.

VIII

Primera persecucion. — Muerte de Estéban. — Destruccion de la primera Iglesia de Jerusalem.


Año 36


Era inevitable que las predicaciones de la nueva secta, aunque se verificaran con toda reserva, despertasen los ódios que se habia conquistado su fundador, y acabaron por amenazarle con la muerte. Reinaba todavía la familia de Hanan que habia hecho matar á Jesús. José Kaiapha ocupó, hasta el 36, el soberano pontificado, cuyo poder efectivo abandonó á su abuelo Hanan y á sus parientes Juan y Alejandro. Estos hombres altivos y sin piedad, veian con impaciencia un cuerpo de personas buenas y santas ganar, sin título oficial, el favor de la multitud. Una ó dos veces, Pedro, Juan y los principales miembros del colegio apostólico, fueron puestos en la cárcel y condenados á ser azotados. Este era el castigo que se imponia á los herejes, para el cual no era necesaria autorizacion de los romanos. Estas brutalidades no hacian más que excitar el ardor de los apóstoles, saliendo de aquellos lugares llenos de gloria por haber sido juzgados y sufrido una afrenta por aquel al cual amaban y defendian. ¡Eterna puerilidad de las represiones penales aplicadas á las cosas del alma! Eran tenidos por hombres de órden, sabios y prudentes, y sin embargo, los alborotadores del 36, creyeron acabar á latigazos con el cristianismo.

Estas violencias provenian principalmente de los saduceos, es decir, del alto clero, que rodeaba el templo y sacaba de ello inmensos beneficios. Los fariseos no desplegaron tanta animosidad contra la secta como la habian desplegado contra Jesús. Los nuevos creyentes eran gentes piadosas, rígidas, de un género de vida análogo al de los mismos fariseos.

La rabia que estos últimos sintieron contra el fundador, provenia de la superioridad de Jesús, superioridad que éste no tenia cuidado de disimular. Sus finas atenciones, su espíritu, su talento, su aversion contra los falsos devotos, habian alimentado ódios crueles. Por el contrario, los apóstoles estaban limpios de corazon y jamás emplearon la ironía. Los fariseos les fueron favorables por momentos, y hubo muchos que hasta se hicieron cristianos. Los terribles anatemas de Jesús contra el fariseismo no estaban escritos todavía, y la tradicion de las palabras del Maestro no era ni general ni uniforme.

Estos primeros cristianos eran entonces tan inofensivos que muchas personas de la aristocracia judía, sin formar precisamente parte de la secta, estaban bien dispuestos en su favor. Nicodemo y José de Arimatea, que habian conocido á Jesús, permanecieron unidos á la iglesia con lazos fraternales. El doctor judío más célebre de aquel tiempo, Rabino Gamaliel el Viejo, nieto de Hillel, hombre de ideas avanzadas y tolerantes, dícese que en el sanhedrin opinó en favor de la libertad de los predicadores evangélicos. El mismo autor de las Actas, presenta un raciocinio que deberia ser la regla de conducta de todos los gobiernos, siempre que se encuentran en presencia de novedades en el órden intelectual ó moral. «Si esta obra es frívola, dejadla, que ya caerá por sí sola; si es seria ¿cómo os atreveis á oponeros á la obra de Dios? En todo caso no podreis detenerla». Gamaliel no fué escuchado. Los espíritus libres colocados en medio de fanatismos opuestos son siempre rechazados.


Año 37


El diácono Estéban con su predicacion, que obtuvo inmenso éxito, dió lugar á un hecho terrible. La multitud se agrupaba á su alrededor y sus contrarios entablaban vivas discusiones. Sobre todo los helenistas y los prosélitos acostumbrados á la sinagoga llamada de los Libertini, gentes de Alejandría, Cilicia y Éfeso, se animaban con estas disputas. Estéban sostenia con pasion que Jesús era el Mesías, que los sacerdotes habian cometido un crímen condenándole á muerte, que los judíos eran rebeldes, hijos de rebeldes y personas que negaban la evidencia. Las autoridades resolvieron perder á este audaz predicador: fueron apostados testigos para coger en su discurso alguna palabra contra Moisés y naturalmente encontraron lo que buscaban. Estéban fué arrestado y se le llevó á presencia del sanhedrin. La palabra de que se le acusó era casi la misma que condenó á Jesús. Se le acusó de decir que Jesús de Nazaret destruiria el templo y cambiaria las tradiciones que se atribuian á Moisés. Es efectivamente posible que Estéban usara semejante lenguaje, por más que un cristiano de esta época no hubiese tenido idea de hablar directamente contra la ley, ya que todos la observan todavía; pero en cuanto á las tradiciones podia muy bien combatirlas, como lo habia hecho el mismo Jesús, ya que estas tradiciones se referian con entusiasmo á Moisés por los ortodoxos y se las atribuia igual valor que á la ley escrita.

Estéban se defendió exponiendo la tésis cristiana con gran lujo de citas de la Ley y salmos de los profetas, y terminó echando en cara á los miembros del Sanhedrin el homicidio de Jesús. «Cabezas duras, corazones insensibles, les dijo, ¿resistireis todavía el Espíritu Santo, como lo hicieron vuestros padres? ¿Á cuál de los profetas no han perseguido vuestros antecesores? Han castigado á los que anunciaron la venida del Justo, que vosotros habeis librado y del cual habeis sido despues los verdugos. ¡Esta ley que vosotros habeis recibido de la boca de los ángeles, y no la habeis guardado!...» Al oir estas palabras interrumpiéronle con un grito de rabia, y Estéban exaltándose más, entró en uno de esos accesos de entusiasmo que llamaban la inspiracion del Espíritu Santo. Sus ojos se fijaron en el cielo; vió la gloria de Dios y á Jesús al lado de su Padre y exclamó: «¡Yo veo el cielo abierto y al Hijo del hombre á la derecha de Dios!» Todos los asistentes taparon sus oidos y se lanzaron sobre él rechinando los dientes: atáronle, condujéronle lejos de la poblacion y empezó el martirio. Los testigos que segun la ley debian arrojarle las primeras piedras, arrancáronle los vestidos y los pusieron á los piés de un jóven fanático llamado Saulo ó Pablo, el cual consideró con una especie de secreta alegría los méritos que adquiria contribuyendo á la muerte de un blasfemador.

En todo esto se observaron las prescripciones del Deuteronomio, c. XIII; pero mirado bajo el aspecto civil, esta tumultuoria ejecucion llevada á cabo sin el concurso de los romanos, no era regular. Para Jesús, hemos visto que era necesaria la aprobacion del procurador. Tal vez tambien se obtuvo esta rectificacion para Estéban y la sentencia no tuvo lugar tan pronto como dice el autor de las Actas, ó quizás la autoridad romana se habia relajado en Judea. Pilatos habia sido ó iba á ser suspendido en sus funciones. La causa de su desgracia fué casualmente la firmeza que habia mostrado en su administracion. El fanatismo judío le habia hecho insoportable la vida: tal vez habia rehusado á esos frenéticos las violencias que le pedian, y la familia de Hanan habia llegado á no tener necesidad de permiso para pronunciar sentencias de muerte. Lucio Vitelio, el padre de aquel que fué emperador, era entonces legado imperial de Siria. Procuraba ganar la gracia de las poblaciones, é hizo devolver á los judíos los vestidos pontificales que desde Herodes el Grande, estaban guardados en la torre Antonia. Lejos de apoyar á Pilatos en sus actos de rigor, atendió á las quejas de los indígenas y mandó á Pilatos á Roma para contestar á las acusaciones de sus administrados (principio del año 36.) La queja principal era que el procurador no se prestaba de buena gana á sus deseos de intolerancia. Vitelio le reemplazó provisionalmente con su amigo Marcelo, que tuvo sin duda más cuidado de no descontentar á los judíos y por consiguiente no se opuso á concederles muertes religiosas. La muerte de Tiberio (16 marzo del año 37) comunicó nuevo valor á Vitelio para proseguir esta política. Los dos primeros años del reinado de Calígula solo sirvieron para disminuir el poder de la autoridad romana en Siria. La política de este príncipe, antes de perder su razon, fué devolver á los pueblos de Oriente su autonomía y sus jefes indígenas. Por esto estableció los reinados de Antíoco, Comagena, Herodes Agrippa, de Soheym, de Cotys, y de Polemon II, permitiendo que se engrandeciese el de Hareth. Cuando Pilatos llegó á Roma, acababa de empezar el nuevo reinado. Es probable que Calígula le dejara burlado, puesto que confió el gobierno de Jerusalem á un nuevo funcionario llamado Marulo, el cual parece que no excitó por parte de los judíos las violentas recriminaciones que pusieron en apuros al pobre Pilatos y le colmaron de disgustos.

En todo caso, lo que importa hacer notar, en la época en que estamos, es que los perseguidores del cristianismo, no eran los romanos, sino los judíos ortodoxos. Los romanos, en medio de su fanatismo, conservaban un principio de tolerancia y de razon. Si se puede censurar algo á la autoridad imperial, es haber sido demasiado débil y no haber limitado las consecuencias civiles de una ley sanguinaria, ordenando la pena de muerte por delitos religiosos. Sin embargo, la dominacion romana no era todavía un poder completo como lo fué más tarde; era solo una especie de protectorado ó de soberanía. Llevóse la condescendencia de no poner el busto del emperador en las monedas acuñadas bajo el poder de los procuradores á fin de no chocar con las ideas judías. Roma, al menos en Oriente, no intentaba todavía imponer sus leyes, sus dioses y sus costumbres, á los pueblos vencidos, sino que les dejaba con sus prácticas locales prescindiendo del derecho romano. Su media independencia probaba su inferioridad. El poder imperial de Oriente en aquella época, se asemejaba bastante á la autoridad turca; y el estado de las poblaciones indígenas al de los raias. La idea de los derechos y garantías iguales para todos, no existia. Cada grupo provincial tenia su jurisdiccion como la tienen hoy las diversas iglesias cristianas y los judíos en el imperio otomano. Hace pocos años que en Turquía los patriarcas de diversas comunidades de raias, por poco que se entendieran con la Puerta, eran soberanos delante de sus subordinados y podian pronunciar contra ellos las más crueles penas.

Habiendo ocurrido la muerte de Estéban por los años 36, 37 ó 38, no sabemos si Kaiapha debe ser el responsable de la misma. Kaiapha fué depuesto por Lucio Vitelio el año 36, poco tiempo despues de Pilatos, pero el cambio fué poco considerable. Tuvo por sucesor á su buen hermano Jonatán, hijo de Hanan. Este á su vez tuvo por sucesor á su hermano Teófilo, hijo de Hanan, el cual continuó el pontificado en la casa de Hanan hasta el año 42. Hanan vivia todavía y dueño del poder, mantenia contra los innovadores los principios de orgullo, de dureza y de ódio que eran bajo cierto aspecto hereditarios en la familia.

La muerte de Estéban produjo una grande impresion. Los prosélitos le hicieron funerales acompañados de llanto y gemidos. La separacion entre los nuevos sectarios y el judaismo, no era todavía absoluta. Los prosélitos y los helenistas, menos severos en cuanto á la ortodoxia que los judíos puros, creyeron su deber rendir público testimonio á un hombre que honraba su corporacion y que sus particulares creencias no habian colocado lejos de la ley.

De esta manera se abrió la era de los mártires del cristianismo. El mártir no era una cosa enteramente nueva. Sin hablar de Juan Bautista y de Jesús, el judaismo en la época de Antíoco Epifano, tuvo sus testigos fieles hasta la muerte; pero la série de animosas víctimas, que empiezan en San Estéban, ha ejercido una influencia particular sobre la historia del espíritu humano: ha introducido en el mundo occidental un elemento que le faltaba, la fé exclusiva y absoluta: la idea de que hay una sola religion buena y verdadera. Bajo este supuesto los mártires empezaron la era de la intolerancia. Puede afirmarse que aquel que da la vida por su fé, seria intolerante si fuera jefe. El cristianismo que habia atravesado trescientos años de persecuciones, fué dominador á su vez y fué más perseguidor que no lo habia sido religion alguna. Cuando se ha derramado la sangre por una causa, se vé uno inclinado á hacer derramar la de los otros para conservar el tesoro que se ha conquistado.

La muerte de Estéban no fué un hecho aislado, sino que aprovechándose los judíos de la debilidad de los funcionarios romanos, hicieron pesar sobre la Iglesia una verdadera persecucion. Parece que las vejaciones se dirigieron principalmente sobre los helenistas y los prosélitos cuyos libres actos exasperaban á los ortodoxos. La Iglesia de Jerusalem, fuertemente organizada, tuvo necesidad de dispersarse. Los apóstoles segun un principio que parece grabaron profundamente en su espíritu no abandonaron la poblacion, y lo mismo haria el grupo puramente judío, es decir, el que llamaban los hebreos, pero la gran comunidad, con sus comidas en compañía, sus servicios de diáconos y sus ejercicios variados, cesó desde entonces y no se volvió á formar bajo su primer modelo. Habia durado tres ó cuatro años y fué una fortuna sin igual para el cristianismo naciente que sus primeros ensayos de asociacion esencialmente comunista fracasaran tan pronto. Los ensayos de este género, engendran tan extraños abusos que los establecimientos comunistas están condenados á hundirse en poco tiempo si no quieren desconocer pronto el principio que los ha creado. Gracias á la persecucion del año 37, la Iglesia cenobítica de Jerusalem no tuvo que sufrir tan ruda prueba, pues murió en flor antes de que la hubiesen minado los contratiempos interiores, convirtiéndose en un espléndido sueño cuyo recuerdo animó la vida de todos aquellos que formaron parte de ella, en un ideal al que aspirará volver el cristianismo sin conseguirlo jamás. Aquellos que comprenden el inapreciable tesoro que es todavía para los miembros existentes de la Iglesia Sansimoniana, el recuerdo de Ménilmontant, qué amistad ha criado entre ellos, qué alegría brilla en sus ojos cuando hablan del mismo, comprenderán cuán poderoso fué el lazo que se creó entre los nuevos hermanos por haber amado y sufrido juntos. Las grandes vidas han tenido casi siempre por principio algunos meses durante los cuales se ha sentido á Dios y cuyo perfume ha bastado para llenar años enteros de fuerza y de suavidad.

El primer papel en la persecucion de que acabamos de hablar pertenece al jóven Saul, que hemos encontrado ya tomando parte, tanto como podia, en la muerte de Estéban. Este furioso, provisto de un permiso de los sacerdotes, entraba en las casas donde se sospechaba que habia cristianos, se apoderaba violentamente de las mujeres y de los hombres y les reducia á prision presentándolos al tribunal. Saul se vanagloriaba de que ninguno de su generacion habia sido tan celoso como él de las tradiciones. Es verdad que con frecuencia la dulzura y la resignacion de sus víctimas le espantaban y sentia terribles remordimientos, imaginándose oir á las mujeres piadosas que esperaban el reino de Dios, repetirle durante la noche con voz dulce: «¿Por qué nos persigues?» La sangre de Estéban que habia casi caido sobre él, empañaba su vista: varias cosas que habia oido decir de Jesús herian directamente su corazon. Este sér humano que al parecer abandonaba la region eterna algunas veces para presentársele en cortas apariciones, le espantaba como un espectro. Sin embargo, Saul rechazaba con horror tales pensamientos y se afirmaba con una especie de frenesí en la fé de sus tradiciones y soñaba nuevas crueldades contra aquellos que la atacaban. Su nombre era el terror de los fieles; temíanse por su parte las más duras violencias, las perfidias más repugnantes.

IX

Primeras misiones. — El diácono Felipe.


Año 38


Como sucede siempre, la persecucion del año 37 dió por resultado que se propagara la doctrina que se queria suprimir. Hasta aquí la predicacion cristiana no se habia oido lejos de Jerusalem; no se habia emprendido mision alguna; encerrado en su comunismo más estrecho, la Iglesia madre no habia esparcido sus rayos ni formado sucursales. La dispersion del buen cenáculo lanzó á los cuatro vientos la santa semilla. Los miembros de la Iglesia de Jerusalem, arrojados de su casa, se extendieron por todas las partes de la Judea y de Samaria y predicaron el reinado de Dios. Los diáconos particularmente, libres de sus ocupaciones administrativas á causa de la ruina de la comunidad, se convirtieron en excelentes evangelistas. Fueron el elemento activo y jóven de la secta contra el elemento un poco rudo constituido por los apóstoles y los hebreos. Una sola circunstancia, la del lenguaje, era suficiente para que se considerasen estos últimos como inferiores con respecto á la predicacion. Como lengua habitual, hablaban un dialecto que ni siquiera los judíos distantes á algunas leguas de Jerusalem podian entenderlo. Por eso fué á los helenistas á los que se debió el éxito de la gran conquista cuyo relato va á ser objeto de este capítulo.

El teatro de estas primeras misiones, que pronto debian abrazar todas las costas del Mediterráneo, fué la vecina region de Jerusalem en un espacio que podia recorrerse en dos ó tres jornadas. El diácono Felipe fué el héroe de esta primera y santa expedicion. Evangelizó con grande éxito la Samaria, aunque los samaritanos eran cismáticos, pero á imitacion de su jóven maestro, la nueva secta era menos rigorista que los judíos con respecto á la ortodoxia. Jesús, decian que se habia mostrado distintas veces favorable á los samaritanos.

Parece que Felipe era uno de los hombres apostólicos que más se ocupaban de la teurgia. Las relaciones que tenemos sobre esto, nos trasportan á un mundo extraño y fantástico, pues se explicó mediante prodigios las conversiones que hizo entre los samaritanos y particularmente en Sebastia, su capital. Este país estaba lleno de supersticiones sobre la mágia. El año 36, es decir dos ó tres años antes de la llegada de los predicadores cristianos, un fanático habia causado á los samaritanos una profunda emocion predicando la necesidad de profesar el primitivo mosaismo del cual pretendia haber encontrado los sagrados atributos. Cierto Simon, de la poblacion de Gitta, ó Gitton que adquirió más tarde una gran reputacion, empezó por entonces á hacerse conocer por sus prestigios. Es sensible ver que el Evangelio encuentre un apoyo en tales quimeras. Una inmensa multitud se hizo bautizar en nombre de Jesús, Felipe tenia el poder de bautizar pero no de conferir el Espíritu Santo: este privilegio se reserva para los apóstoles. Cuando en Jerusalem se supo la formacion de un grupo de fieles en Sebastia, se resolvió mandar allí á Pedro y Juan para completar su iniciacion. Llegaron los dos apóstoles; impusieron sus manos á los nuevos conversos: oraron sobre su cabeza y á esto fueron debidos sus poderes animados por el Santo Espíritu. Los milagros, la profecía, todos los fenómenos del iluminismo se produjeron y la Iglesia de Sebastia no tuvo bajo este aspecto nada que envidiar á la de Jerusalem.

Si ha de creerse en la tradicion, encontrábase entonces en relacion con los cristianos Simon de Gitta. Convertido, á lo que parece, por la predicacion y los milagros de Felipe, se hizo bautizar y se unió á este evangelista. Despues, cuando los apóstoles Pedro y Juan llegaron y vió los poderes sobrenaturales que procuraba la imposicion de sus manos, les ofreció dinero para que le dieran tambien la facultad de conferir el Espíritu Santo. Pedro le dirigió entonces esta admirable contestacion: «¡Perezca tu dinero contigo ya que has creido que se compran los dones de Dios! Tú no tienes parte ni herencia en todo esto, pues tu corazon no es puro delante de Dios.»

Que fueran ó no pronunciadas, estas palabras trazan exactamente la situacion de Simon ante la secta naciente. Veremos efectivamente que, segun todas las apariencias, Simon de Gitton fué el jefe de un movimiento religioso paralelo al del cristianismo que puede mirarse como una especie de adulteracion samaritana de la obra de Jesús. ¿Habia ya Simon empezado á dogmatizar y á hacer prodigios cuando Felipe entró en Sebastia? ¿Entró desde luego en relacion con la Iglesia cristiana? La anécdota que le ha convertido en padre de toda simonia ¿tiene alguna realidad? ¿Puede admitirse que el mundo estuvo un dia frente á frente de los dos taumaturgos, de los cuales era el uno un charlatan y el otro la piedra que ha servido de base á la fé de la humanidad? ¿Habrá podido un embaucador balancear los destinos del cristianismo? Hé ahí lo que ignoramos por falta de documentos, ya que la reseña de las Actas es aquí demasiado débil, ya que Simon fué desde los primeros siglos de la Iglesia el héroe de las leyendas. En la historia solo es pura la idea general y seria injusto detenerse en lo que tiene de chocante esta triste página de los orígenes del cristianismo. Para los auditorios ignorantes el milagro prueba la doctrina; para nosotros la doctrina hace olvidar el milagro. Cuando una creencia ha consolado y mejorado la humanidad, es excusable que haya empleado pruebas proporcionadas á la debilidad del público al cual se ha dirigido, pero cuando se ha probado el error por el error mismo, ¿qué excusa puede oponerse? Esto no es una condena que profiramos contra Simon de Gitton, nos explicaremos más tarde sobre su doctrina y el papel que se desempeñó bajo el reinado de Claudio. Solamente conviene hacer constar aquí que un principio importante parece haberse introducido desde entonces en la teurgia cristiana. Obligados á admitir que los impostores hicieran tantos milagros, la teología ortodoxa los atribuyó al demonio. Para conservar á los prodigios algun valor demostrativo, fué necesario dictar reglas para discernir los milagros verdaderos de los falsos: para esto se descendió á un órden de materias muy trivial.

Pedro y Juan despues de haber confirmado la Iglesia de Sebastia, regresaron á Jerusalem, evangelizando las poblaciones del país de los samaritanos. El diácono Felipe, continuó sus excursiones evangélicas dirigiéndose por el Sur, hácia el antiguo país de los Filisteos. Este país despues del advenimiento de los Macabeos, se vió fuertemente oprimido por los judíos; debe por esto tenerse en cuenta que dominaba allí el judaismo. Durante su viaje, Felipe realizó una conversion que hizo algun ruido y de la cual se habló mucho á causa de una circunstancia particular. Un dia que se dirigia hácia Jerusalem, viniendo de Gaza, cuyo camino es muy desierto, encontró á un rico viajero, evidentemente extranjero, pues iba en una especie de carro vehículo desconocido entonces en la Syria y Palestina. Regresaba de Jerusalem y segun costumbre entonces bastante general leia la Biblia en alta voz. Felipe que en todo queria descubrir la inspiracion de Dios creyóse atraido hácia el desconocido; le saludó y entró en conversacion con el opulento personaje ofreciéndose á explicarle los pasajes que no comprendia. Esta fué para el evangelista una oportuna ocasion para desarrollar la tésis cristiana bajo las figuras del Antiguo Testamento. Probó que en los libros proféticos todo se referia á Jesús, que Jesús era la palabra enigmática, y que era de él particularmente de quien se hablaba en aquel bello pasaje: «Ha sido conducido á la muerte como una res; como un manso cordero delante de aquel que le guia sin abrir la boca.» Creyóle el viajero y á la primera agua que encontraron le dijo: «Hé aquí el agua, ¿podré ya ser bautizado?» Hizo detener el carro; bajaron Felipe y el viajero y éste fué bautizado.

El viajero era un personaje poderoso; era un eunuco de la reina de Etiopía; era su ministro de hacienda, guardian de sus tesoros, que habiendo ido á adorar á Jerusalem, volvia entonces á Napata por el camino de Egipto. Candace ó candaoce era el título que se daba á las reinas de Etiopía hácia el tiempo de que hablamos. El judaismo habia ya entonces penetrado en Nubia y en Abisinia; muchos indígenas se habian convertido ó á lo menos contaban entre sus prosélitos á algunos que sin ser circuncidados adoraban al Dios único. Tal vez el eunuco era de esta última clase, un simple pagano piadoso como el centurion Cornelio que figurará bien pronto en esta historia. Es imposible en todo caso suponer que estuviese iniciado en el judaismo de una manera completa. Hasta entonces no se habia oido hablar del eunuco; pero Felipe contó el incidente y más tarde se le dió importancia. Cuando á la admision de los paganos en la Iglesia cristiana llegó á ser una cuestion capital, consideróse el incidente referido como un precedente grave. Felipe creia haber obrado en todo por inspiracion divina. Este bautismo suministrado por órden del Espíritu Santo á un hombre apenas judío, notoriamente incircunciso, que solo creia en el cristianismo hacia pocas horas, tuvo un alto valor dogmático. Esto fué un argumento para los que creian que las puertas de la nueva Iglesia debian estar abiertas para todos.

Felipe despues de esta aventura volvióse á Aschdod ó Azote. Era tal el nuevo estado de entusiasmo en que vivian los misioneros que á cada paso creian oir la voz del cielo, recibir direcciones del Espíritu Santo. Cada uno de ellos creia obrar por una voluntad superior y al ir de una poblacion á otra, pensaban obedecer á una inspiracion sobrenatural. Varias veces creian hacer viajes aéreos y Felipe era con respecto á este particular uno de los más exaltados. Por indicacion de un ángel creia haber venido de Samaria y haber pasado por el sitio donde encontró al eunuco; despues del bautismo de éste, se imaginaba que el Espíritu Santo, le habia trasladado en un momento á Azote.

Azote y el camino de Gaza fueron el término de la primera predicacion evangélica hacia el Sur. Al otro lado estaban el desierto y la vida nómada en la cual no adelantó mucho el cristianismo. Desde Azote, el diácono Felipe se volvió hácia el Norte y evangelizó toda la costa hasta Cesarea. Tal vez las iglesias de Joppe y de Lydda, que veremos pronto florecientes fueron tambien fundadas por él. Fijóse en Cesarea y fundó una iglesia importante. Nosotros le volveremos á encontrar veinte años más tarde. Cesarea era una ciudad nueva, la más considerable de Judea, que se habia construido en el sitio que antes ocupara una fortaleza sidoniana llamada «torre de Abdastarté, ó de Straton,» por Herodes el Grande, el cual la dió, en honor de Augusto, el nombre que aún llevan hoy sus ruinas. Cesarea era por todos conceptos el mejor puerto de Palestina, y por sus rápidos adelantos comprendíase que deseaba convertirse en capital, y no es extraño, por lo tanto, que las personas notables de Judea pensaran en fijar allí su residencia habitual. Era sobre todo un pueblo pagano; sin embargo, abundaban en él los judíos, entablándose con frecuencia crueles rivalidades entre las dos clases de la poblacion. Hablábase únicamente la lengua griega, y hasta los judíos recitaban en griego varios trozos de la liturgia. Los austeros rabinos de Jerusalem pintaban á Cesarea como una morada profana, perjudicial, donde el individuo se volvia casi pagano. Por todas las razones que se acaban de exponer, dicha poblacion representará un papel importante en el transcurso de nuestra historia. Ella fué, bajo cierto aspecto, el puerto del cristianismo, el punto desde el cual la Iglesia de Jerusalem se comunicó con todo el Mediterráneo.

Otras muchas misiones, cuya historia nos es desconocida, se hicieron paralelamente á la de Felipe. La misma rapidez con que se llevó á cabo esta primera predicacion, fué la causa de su éxito. En el año 38, cinco años despues de la muerte de Jesús y uno poco más ó menos de la de Estéban, toda la Palestina, al otro lado del Jordan, habia escuchado la buena nueva de boca de los misioneros salidos de Jerusalem. La Galilea por su parte guardaba la santa semilla y probablemente la extendia á su alrededor, aunque nada se sepa de las misiones salidas de aquel país. Tal vez la poblacion de Damasco, que en la época á que nos referimos contenia varios cristianos, recibia la fé de los predicadores galileos.

X

Conversion de San Pablo.


Año 38


El año 38 valió á la Iglesia naciente una conquista notable. Fué en efecto en el transcurso de este año cuando debió tener lugar, poco más ó menos, la conversion de aquel Saulo que hemos encontrado como cómplice de la lapidacion de Estéban, agente principal de la persecucion del año 37, y que acababa de transformarse, por un misterioso efecto de la gracia, en el más ardiente de los discípulos de Jesús.

Saulo, nació en Tarso, en Cilicia el año 10 ó 12 de nuestra era. Segun la moda del tiempo se habia latinizado su nombre con el de Paulo y no llevó este nombre de una manera continua, hasta que hubo tomado el calificativo de apóstol de los gentiles. Pablo era de la más pura sangre judía. Oriunda su familia, tal vez de la poblacion de Giscala, en Galilea, pretendia pertenecer á la tribu de Benjamin. Su padre poseia el título de ciudadano romano. Sin duda alguno de sus antecesores habia comprado este título, ó lo habia adquirido con sus servicios. Puede suponerse que lo habia obtenido su abuelo por haber ayudado á Pompeyo cuando la conquista romana (63 años antes de J.-C.); su familia, como todas las buenas y antiguas casas judías, pertenecia al partido de los fariseos. Pablo fué educado en los principios más severos de esta secta y si repudió más tarde sus rígidos dogmas, guardó su ardiente fé y su entusiasta exaltacion.

Tarso era en la época de Augusto, una poblacion muy floreciente. Los habitantes pertenecian en su gran parte á la raza griega y armenia, pero los judíos abundaban mucho como en todas las poblaciones mercantiles. Era muy extendida la aficion á las ciencias y á las letras y ninguna poblacion del mundo, sin exceptuar Atenas y Alejandría, poseia tantas escuelas é institutos científicos. El número de los sabios que produjo ó que hicieron sus estudios en Tarso, es verdaderamente notable. De esto no debe deducirse que Pablo recibiera una educacion helénica señalada. Los judíos frecuentaban raras veces los establecimientos de instruccion profana. Las escuelas más célebres de Tarso eran las escuelas de retórica. Lo primero que se aprendia en ellas era el griego clásico, y no es creible que un hombre que hubiese aprendido aunque fuese elementalmente la gramática y retórica de una lengua tan elegante, hubiese escrito tan incorrectamente como lo hizo bajo el aspecto helénico las epístolas de San Pablo. Él habla habitualmente y con facilidad en griego; él escribe, ó mejor dicho, dicta en esta lengua, pero su griego es el de los judíos helenistas; un griego cargado de hebraismos y de siriacismos que apenas debe ser inteligible para un literato de la época y que no se comprende más que haciéndose cargo de la construccion siriaca que Pablo, al dictar, formaba en su espíritu. Él mismo reconoce el carácter popular y grosero de su lengua. Cuando podia hablaba el hebreo, es decir, el siro-caldeo de aquel tiempo. En esta lengua pensaba; en esta lengua le habló la voz íntima del camino de Damasco.

Su doctrina no tiene ninguna relacion directa, ni copia nada de la filosofía griega. La cita de un verso de Thais de Menandro que se encuentra en sus escritos, es uno de los proverbios monósticos que sabia todo el mundo y que podian citarse muy bien sin haber leido los originales. Otras dos citas, una de Epiménides y otra de Arato, que figuran bajo su nombre aunque seguramente no son suyas, se explican tambien como copiadas de segunda mano. La cultura de Pablo es casi exclusivamente judía; es más bien en el Talmud, que en la Grecia clásica donde deben buscarse sus análogos. Algunas ideas generales que la filosofía habia extendido por todas partes, y que podian conocerse sin haber abierto un solo libro de los filósofos, las hace tambien suyas. Su manera de raciocinar es de las más extrañas. Ciertamente ignora por completo la lógica peripatética. Su silogismo no es como el de Aristóteles, y por el contrario, su dialéctica tiene la mayor semejanza con la del Talmud. En general, se deja Pablo conducir más bien por las palabras, que por las ideas. Una palabra que tenga en su espíritu le domina y le lleva á un órden de ideas distintas del punto principal. Sus transiciones son bruscas; sus demostraciones interrumpidas; sus períodos con frecuencia cortados. Ningun escritor ha sido más desigual. Inútilmente se buscaria en todas las literaturas un fenómeno tan notable como el capítulo 13 de la primera epístola á los Corintios, página sublime, al lado de débiles argumentos de penosas reticencias, de fastidiosas sutilezas.

Su padre le destinó desde muy jóven á ser rabino, pero segun la costumbre general, dióle una profesion. Pablo fué tapicero, ó si se quiere trabajador en aquellas telas ordinarias de Cilicia que se llamaban cilicium. En distintas épocas dedicóse á este trabajo, pues carecia de fortuna patrimonial y tuvo una hermana, cuyo hijos vivieron en Jerusalem. Los indicios que se tienen de un hermano y de otros parientes que abrazaron el cristianismo, son muy vagos y muy inciertos.

Si hemos de creer que los buenos modales y la finura están en relacion con la fortuna de cada uno, debemos figurarnos á Pablo como un hombre del pueblo mal educado y sin distincion. No obstante, esta apreciacion no es exacta, porque era extremada su finura y sus manos delicadas cuando él queria. Á pesar de su incorreccion de estilo, sus epístolas revelan un hombre de grande imaginacion, encontrándose en sus elevados pensamientos expresiones muy felices. Jamás correspondencia alguna, ha revelado atenciones más rebuscadas, maneras más finas, reconvenciones más amables. Una ó dos de sus fórmulas nos desagradan, pero ¡qué facilidad! ¡qué riqueza de frases deliciosas! ¡qué naturalidad! Se comprende bien que su carácter en los momentos en que la pasion no le volvia irascible y duro, debia ser el de un hombre fino, emprendedor, afectuoso, perfectamente susceptible y un poco celoso. Inferiores ante el público, estos hombres tienen, en el seno de las pequeñas iglesias, inmensas ventajas por el respeto que inspiran por su aptitud y su práctica y por su hábil manera de salir de las más grandes dificultades.

El aspecto de Pablo era repugnante y su semblante no correspondia á la grandeza de su alma. Era feo, de baja estatura y medio jorobado. Sus fuertes hombros sostenian una cabeza pequeña y calva; su semblante ostentaba una barba poblada y espesa; tenia la nariz aguileña; los ojos penetrantes y eran negras las cejas que delineaban su frente. Su palabra no ofrecia nada de particular ni imponia: una especie de temor, de embarazo, de incorreccion, daba frecuentemente una pobre idea de su elocuencia. Como hombre de tacto, insistia él mismo sobre sus defectos exteriores, sacando de ellos ventajas. La raza judía tiene de notable que presenta tipos de la más grande belleza y de una fealdad completa; pero la fealdad judía es una cosa completamente especial. Unas facciones extrañas, que con frecuencia excitan la sonrisa, y toman, cuando se iluminan, una especie de resplandor profundo y de majestad.

El temperamento de Pablo, no era menos singular que su exterior. Su contextura vigorosa y fuerte, se hallaba alterada por una vida llena de fatigas y de sufrimientos. Sin cesar alude él mismo á su debilidad corporal y se presenta como un hombre demacrado, enfermo, tímido, sin esperanza, sin prestigio, sin nada de lo que hace efecto, si bien tiene el mérito de no hacer aprecio de estas miserias. Á veces habla con misterio de una prueba secreta, «de una espina clavada en su carne,» que compara á un ángel de Satán, ocupado en molestarle y al cual Dios ha permitido que se le uniera para que no se enorgulleciese. Tres veces ha pedido al Señor que le librara de esta pena; tres veces el Señor le ha contestado: «Mi gracia te basta.» Esta era sin duda una debilidad suya, pues el atractivo de las voluptuosidades carnales no pareció agitarle nunca puesto que él mismo nos enseña á ser insensible á las mismas. Parece que no se casó; la frialdad de su temperamento, consecuencia de los ardores espirituales de su cerebro, se muestra durante toda su vida; se envanece de ello con tanta seguridad que es probable no esté exenta de cierta afectacion y que en todo caso tiene para nosotros algo repugnante.

Fué muy jóven á Jerusalem y dícese que entró en la escuela de Gamaliel el Viejo. Gamaliel era el hombre más ilustre de Jerusalem. Como el nombre de fariseo se aplicaba á todo judío notable que no era de familia sacerdotal, Gamaliel pasaba por un miembro de esta secta, pero no era exclusivista ni pobre de espíritu como aquella. Era un hombre liberal, ilustre, que comprendia á los paganos y sabia el griego. Tal vez las grandes ideas que profesó San Pablo al convertirse, fueron una reminiscencia de lo que le enseñó su primer maestro; es necesario, sin embargo, confesar que no fué la moderacion lo que del mismo aprendió. En la atmósfera cálida de Jerusalem llegó á un grado extremo de fanatismo. Figuraba á la cabeza del jóven partido fariseo, rigorista y exaltado que estaba unido á su pasado nacional hasta el último extremo. Él no conoció á Jesús ni asistió á la escena sangrienta del Gólgota, pero le hemos visto tomando una parte activa en la muerte de Estéban y figurar en primera línea entre los perseguidores de la Iglesia. Solo respiraba muerte y amenazas y corrió á Jerusalem escudado de una órden que autorizaba todos sus excesos. Iba de sinagoga en sinagoga, forzando á los tímidos para que renegaran del nombre de Jesús, y haciendo apalear ó encerrar á los otros. Cuando la Iglesia de Jerusalem se dispersó, las poblaciones vecinas fueron víctimas de su rabia, desesperándole los progresos de la nueva fé, hasta que habiendo sabido que un grupo de fieles se habia constituido en Damasco, pidió al gran sacerdote Teófilo, hijo de Hanan, cartas para la sinagoga de esta poblacion, que le confiriesen el poder de prender á las personas creyentes y de llevarlas atadas á Jerusalem.

El desórden de la autoridad romana en Judea, despues de la muerte de Tiberio, explica estas arbitrarias vejaciones que tenian lugar bajo el mando del insensato Calígula. La administracion estaba desarreglada en todas partes, y el fanatismo habia ganado lo que habia perdido el poder civil. Despues del mando de Pilatos, y las concesiones hechas á los indígenas por Lucio Vitelio, se adoptó el principio de dejar al país abandonado á sus leyes especiales, y entonces se ejercieron mil tiranías locales aprovechando la debilidad de un poder insuficiente. Por aquella época Damasco habia pasado al poder del rey Hartat ó Hareth cuya capital era Petra.

Este príncipe poderoso y valiente, despues de haber derrotado á Herodes Antipas y puéstose al frente de las fuerzas romanas mandadas por el legado imperial Lucio Vitelio, se habia visto maravillosamente favorecido por la fortuna. La noticia de la muerte de Tiberio (16 marzo 37) habia detenido repentinamente á Vitelio. Hareth, aprovechando esta oportunidad se apoderó de Damasco, estableciendo en esta poblacion un etnarca ó gobernador. Cuando tuvo lugar esta conquista, la mayor parte de los habitantes de dicha ciudad eran judíos que ejercian el proselitismo y muy particularmente las mujeres. El modo de contentarles, el medio de ganarles, era hacer siempre concesiones á su autonomía; y toda concesion á su autonomía era un permiso para entregarse á violencias religiosas. Castigar y matar á los que no pensaban como ellos: hé aquí lo que llamaban independencia y libertad.

Pablo salió de Jerusalem, siguiendo sin duda el camino ordinario y pasó el Jordan por el puente llamado de las Hijas de Jacob. No tenia límites la exaltacion de su cerebro y por momentos parecia estar loco y desvanecido. La pasion no puede ser una regla de fé: el hombre apasionado va de una creencia á otra distinta llevando á ella únicamente el mismo fuego. Como todas las almas fuertes, Pablo estaba muy cerca de amar lo que odiaba. Por otra parte, ¿estaba seguro de no contrariar la obra de Dios? Las ideas mesuradas y justas de su maestro Gamaliel, le venian sin duda á la memoria y es de advertir que almas ardientes como la de Pablo sienten á veces terribles remordimientos. Debia tener presentes las lágrimas de los que torturaba; el cariño de sus buenos sectarios, quienes le amaban tanto más á medida que iban conociéndole; y sin embargo, nadie les conocia tanto á ellos como su perseguidor. Por momentos creia ver la figura de su Maestro, que tanta paciencia inspiraba á sus discípulos, mirarle con aire de piedad y reconvenirle dulcemente. Lo que se explicaba de las apariciones de Jesús, concebido como un sér aéreo y perfectamente visible, le afectaba mucho, pues en las épocas y en los países en que se cree lo maravilloso, las narraciones de milagros imponen igualmente á los de partidos opuestos, teniendo por ejemplo, miedo los musulmanes de los milagros de Elías y pidiendo como los cristianos curaciones sobrenaturales á San Jorge y á San Antonio. Pablo, despues de haber atravesado la Iturea, entró en la llanura de Damasco, aproximóse á la poblacion y estaba ya probablemente á la entrada de los jardines que la rodean. Era medio dia y viajaba á pié en union de varios compañeros.

El camino de Jerusalem á Damasco no ha cambiado todavía: es el que partiendo de esta última ciudad en la direccion del Sud-oeste, atraviesa la hermosa llanura regada á la vez por los rios afluyentes del Abana y de Farfar y sobre la cual se extienden hoy las poblaciones de Dareya, Kaukab y Sasa. No puede buscarse el punto de que hablamos, y que fué teatro de uno de los hechos más importantes de la historia de la humanidad, sino cerca de Kaukab á cuatro horas de Damasco. Tambien es probable que el punto en cuestion fuera más cercano á la poblacion y en este caso se estaria en lo cierto colocándolo cerca de Dareya, hora y media de Damasco, ó entre Dareya y el último confin de Meidan. Pablo tenia delante de sí la poblacion cuyos edificios debian ya divisarse por entre los árboles; detrás la majestuosa altura del Hermon con sus nevadas crestas que le asemejaban á la cabeza de un anciano; á su derecha el Haurán, las dos pequeñas cordilleras paralelas que cierran el camino inferior de Farfar y los túmulos de la region de los lagos; á su izquierda los contrafuertes del Ante-Líbano que se unen al Hermon. La impresion que se siente al divisar aquellos campos ricamente cultivados, y aquellas deliciosas vegas separadas unas de otras por frondosos árboles, cargados de sabrosos frutos, es la de la calma y la felicidad. Figuraos un camino sombrío abriéndose paso entre la enramada, cruzado sin cesar por canales de riego, serpenteando al través de olivares, nogales, albaricoques, y otros árboles unidos entre sí por las ramas de espesas cepas, y tendreis una idea del lugar donde aconteció el hecho extraño que ha ejercido tanta influencia sobre la fé del mundo. Apenas se cree el viajero estar en Oriente al cruzar los alrededores de Damasco, y sobre todo al salir de las ásperas y cálidas regiones de la Gaulanítide y de la Iturea lo que más satisface al alma es la alegría de encontrar los trabajos del hombre y las bendiciones del cielo. Desde la más remota antigüedad hasta nuestros dias, toda aquella zona que rodea á Damasco de frescura y bienestar, no ha tenido más que un nombre, no ha inspirado más que un sueño, el de paraiso de Dios.

Si Pablo encontró allí visiones terribles, es que las llevaba en su espíritu. Cada paso que dirigia hácia Damasco despertaba en él curiosas incertidumbres. El odioso papel de verdugo que iba á representar se le hacia insufrible: las casas que empezaba á divisar eran tal vez morada de sus víctimas y este pensamiento le detenia, le agitaba; queria no avanzar, le parecia resistir á un aguijon que le oprimia. La fatiga del camino uniéndose á esta preocupacion le venció: tenia segun parece los ojos inflamados, tal vez un principio de oftalmia. En las marchas prolongadas, las últimas horas son las más penosas, ya que se acumulan en ellas todas las causas debilitantes de los dias pasados y las fuerzas nerviosas se extinguen, verificándose una sensible reaccion. Tal vez tambien la brusca transicion de pasar de una llanura caldeada por el sol, á las frescas sombras de los jardines, determinó un acceso en su organismo enfermo y quebrantado por su fanático viaje. Las calenturas perniciosas acompañadas de ataques cerebrales, aparecen de una manera rápida en aquellos lugares. En pocos minutos se encuentra el viajero delirando: cuando ha pasado el ataque se conserva la impresion de una noche oscura y parece que se han visto dibujarse imágenes en su negro fondo. Lo cierto es que una conmocion terrible quitó á Pablo lo que le restaba de conciencia distinta y le derribó por tierra privado de conocimiento.

Es imposible conocer, por las narraciones que tenemos de este hecho singular, si alguna otra causa exterior dió lugar á la crísis que valió al cristianismo su más ardiente apóstol; sin embargo, el hecho exterior significa aquí poca cosa. El estado del alma de san Pablo, sus remordimientos, el acercarse á la poblacion donde iba á cometer sus abusos, fueron las verdaderas causas de su conversion. Por mi parte prefiero la hipótesis de un hecho personal á Pablo; de una cosa sentida por él solo. No es por esto inverosímil que estallara de repente una tempestad: las faldas del Hermon son el punto de formacion de los temporales cuya violencia nada puede igualar. Las almas más frias, no atraviesan sin terror esas espantosas lluvias de fuego. En la antigüedad, los accidentes de este género se consideraban como revelaciones divinas, toda vez que por la idea que se formaban entonces de la Providencia, nada era fortuito, y cada individuo debia atribuir como dirigidos á él los fenómenos naturales que tenian lugar á su alrededor. Para los judíos en particular, los truenos eran la voz de Dios, el rayo, el fuego de Dios. Pablo estaba dominado por la mayor agitacion y era natural que prestara oido á la voz de la tormenta y á la de su propio corazon. Que un delirio febril, causado por el sol ó por una oftalmia se apoderó de repente de Pablo; que una luz produjera su desvanecimiento; que un rayo le derribara y le causara una conmocion cerebral que le hiciera olvidar por un momento el sentido de la vida, poco importa. Los recuerdos del Apóstol, acerca de este particular, parecen estar algo confusos; estaba persuadido de que el hecho habia sido sobrenatural, y semejante opinion no le permitia tener conciencia plena de las circunstancias materiales. Estas conmociones cerebrales producen á veces una especie de efecto retroactivo y turban completamente los recuerdos de los momentos que han precedido á la crísis. Desde luego el mismo Pablo nos dice que estaba sujeto á visiones y cualquiera circunstancia insignificante á los ojos de otro, debe bastar para que él la dé importancia.

En medio de las alucinaciones contrarias á todo buen sentido, ¿qué vió? ¿qué oyó? Vió la figura que le perseguia hacia dias, vió el fantasma acerca del cual se explicaban varias historias, vió á Jesús mismo que le decia en hebreo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Las naturalezas impetuosas pasan violentamente de un extremo á otro. Para ellas hay lo que no existe para las naturalezas frias, momentos solemnes, minutos que deciden todo el resto de su vida. Los hombres reflexivos no cambian jamás y solo se transforman. Por el contrario los hombres ardientes cambian y no se transforman nunca. El dogmatismo es como un vestido de Nesso que no puede arrancarse. Les falta pretexto para amar y odiar: solo nuestras razas occidentales han podido producir estos espíritus delicados, fuertes y flexibles que ninguna ilusion momentánea tiraniza, que ninguna vana afirmacion seduce. El Oriente no ha producido jamás hombres de esta especie. En pocos segundos se agolparon á la imaginacion de Pablo todos sus más profundos pensamientos. Se le mostró vivamente el horror de su conducta: se vió cubierto con la sangre de Estéban, mártir que se le apareció como su padre, su iniciador: conmovióse su fibra más sensible y se operó en él un cambio, pero este cambio no fué más que para abrazar otro fanatismo. Su sinceridad, su deseo de fé absoluta le privaban de aceptar el término medio y es claro que debia desplegar algun dia en la defensa de Jesús el celo ardiente que empleara antes para perseguirle.

Pablo entró en Damasco con la ayuda de sus compañeros que le llevaban de la mano, y le dejaron en casa de un tal Judas que vivia en la calle Derecha, grande via de columnas de más de una milla de largo y cien piés de ancho, que cruzaba la poblacion de este á oeste y cuyo trazado forma todavía hoy, salvo algunas desviaciones, la principal arteria de Damasco. El desvanecimiento y la agitacion cerebral no disminuian de intensidad. Durante tres dias, abatido por la fiebre, Pablo no comió ni bebió. Lo que pasó durante esta crísis en una cabeza ardiente, agitada por una violenta conmocion se adivina fácilmente. Hablóse delante de él de los cristianos de Damasco y particularmente, de cierto Hanania que parecia haber sido el jefe de la comunidad. Pablo habia oido hablar del poder milagroso de los nuevos creyentes, para curar las enfermedades, y la idea de que la imposicion de las manos de aquel, le sacaria del estado en que se hallaba se apoderó de su espíritu. Sus ojos estaban siempre muy inflamados, y entre las imágenes que se sucedian en su cerebro creyó ver á Hanania que entraba y le saludaba familiarmente segun costumbre de los cristianos, y se persuadió que á él solo deberia su curacion. Hanania fué llamado y fué á hablar cariñosamente al enfermo; le llamó hermano suyo y le impuso las manos. Desde este momento renació la calma en el alma de Pablo, creyóse curado, y la enfermedad, siendo principalmente nerviosa, desapareció. Algunas lágrimas cayeron de sus ojos, comió y recobró sus fuerzas.

Casi al momento recibió el bautismo y eran tan sencillas las doctrinas de la Iglesia que nada nuevo tuvo que aprender: marchó al campo cristiano perfectamente convertido. ¿De quién habia entonces de recibir lecciones? Jesús mismo se le apareció: tuvo la vision de Jesús resucitado, como Jacobo, como Pedro. Todo lo aprendió por revelacion inmediata: la ruda é indomable naturaleza de Pablo reaparece aquí. Abatido en medio del camino, quiso someterse, pero someterse á Jesús solo, á Jesús, que habia abandonado la derecha de su padre para venir á convertirle é instruirle. Tal es la base de su fé; tal será un dia el punto de partida de sus pretensiones. Él sostendrá que no tuvo intencion de ir á Jerusalem despues de su conversion para entrar en relaciones con aquellos que eran apóstoles antes que él; que ha recibido su revelacion particular y que nada debe á persona alguna; que es apóstol como los Doce por institucion divina y por intervencion directa de Jesús, y que su doctrina es la buena sin que un ángel siquiera pueda decir lo contrario. Al oir á este orgulloso, un inmenso temor se apoderó de la pequeña sociedad de pobres de espíritu que ha constituido hasta aquí el cristianismo. Será un verdadero milagro si sus violencias y su inflexibilidad personal no lo destruyen todo; pero tambien su atrevimiento, su fuerza de iniciativa, su decision, van á ser un elemento precioso al lado del espíritu mezquino, tímido, é indeciso de los santos de Jerusalem. Seguramente que si el cristianismo no hubiera salido de entre aquellas buenas gentes, permaneciendo encerrado en un círculo de iluminados, que vivian en comunidad, se hubiera extinguido sin dejar apenas recuerdo.

Pero el indómito san Pablo es quien contribuirá á su engrandecimiento y desafiando todos los peligros se dirigirá atrevidamente á través de los mares para propagar su doctrina. Al lado del fiel sumiso, recibiendo su fé del superior sin decir una palabra, estará el cristiano desprovisto de toda autoridad que solo creerá por conviccion personal. El protestantismo existió ya cinco años despues de la muerte de Jesús. San Pablo fué su ilustre fundador. Jesús, sin duda no habia previsto tales discípulos que son tal vez los que más contribuyeron á dar vida á su obra y le aseguraron la eternidad.

Las naturalezas violentas conducidas al proselitismo no cambian más que el objeto de su pasion. Tan entusiasta por la nueva fé como lo habia sido por la antigua, san Pablo, lo mismo que Omar, trocó en un dia el papel de perseguidor por el de apóstol. No volvió á Jerusalem donde su posicion cerca de los Doce hubiera sido muy delicada, sino que permaneció en Damasco y en el Haurán predicando durante tres años (38-41) que Jesús era hijo de Dios. Herodes Agrippa I era soberano de Haurán y de los países vecinos, pero su poder era inferior en varias partes al del rey nabateano Hareth. La decadencia del poder romano habia cedido al ambicioso árabe la grande y rica poblacion de Damasco, así como una parte de las orillas del Jordan y del Hermon que nacian entonces á la civilizacion. Soheym, otro emir y tal vez pariente ú oficial de Hareth, se hacia dar por Calígula la investidura de la Iturea. En medio de aquella grande efervescencia de la raza árabe en aquel extraño suelo, donde una raza enérgica desplegaba su actividad febril, Pablo dió á conocer la fogosidad de su alma de apóstol. Tal vez el movimiento material y brillante que transformaba al país se debia al éxito de una predicacion completamente idealista y fundada sobre la creencia de un cercano fin del mundo. No se encuentra en la Arabia vestigio alguno de Iglesia fundada por san Pablo. Si la region de Haurán fué hácia el año 70 uno de los centros más importantes del cristianismo, lo debe á la emigracion de cristianos de la Palestina, que son justamente los enemigos de san Pablo, los ebionitas que tienen en aquella comarca su principal establecimiento.

En Damasco donde habia muchos judíos, Pablo era más escuchado: entraba en las sinagogas presentando vigorosas argumentaciones para probar que Jesús era el Cristo. La sorpresa de los fieles era extremada al ver que el que habia perseguido á sus hermanos y que iba á encadenarles, acababa de convertirse en su primer apologista. Su audacia y su singularidad tenian algo que les espantaba: estaba solo y no se aconsejaba de nadie; no formaba escuela y le miraban con más curiosidad que simpatía: conocian que era un hermano pero un hermano de una especie particular. Creíasele incapaz de una traicion, pero las tímidas naturalezas experimentan todavía un sentimiento de desconfianza y de temor al lado de las naturalezas poderosas y originales porque conocen que algun dia dejarán de tenerlas á su lado.

XI

Paz y desarrollos interiores de la Iglesia de Judea.


Año 38


Desde el año 38 al 44 parece que no sufrió persecucion alguna la Iglesia. Tomaron los fieles precauciones que sin duda descuidaran antes de la muerte de Estéban y evitaron hablar en público. Tal vez tambien las desgracias de los judíos, que durante todo el segundo período del reinado de Calígula, estuvieron en lucha con este príncipe, contribuyeron á favorecer la secta naciente. Efectivamente, los judíos perseguían más cuanto mayor era la armonía que reinaba entre ellos y los romanos. Para asegurar ó recompensar su tranquilidad, estos les aumentaron sus privilegios y en particular el que más querian, el derecho de castigar á las personas que miraban como infieles á la Ley. Ahora bien, los años á que hemos llegado fueron de los más tempestuosos para la historia, siempre turbulenta de aquel pueblo singular.

La antipatía que los judíos por su superioridad moral, por sus nobles costumbres y tambien por su dureza, excitaban en las poblaciones en medio de las cuales vivian, habia llegado á su colmo, sobre todo en Alejandría, y estos ódios acumulados pudieron al fin satisfacerse al subir al imperio uno de los mayores locos que hayan reinado. Calígula, despues de la enfermedad que alteró sus facultades mentales (octubre, 37) daba el espantoso espectáculo de un furioso gobernando el mundo con el poder más enorme que jamás hombre alguno ha tenido en sus manos. La desastrosa ley del cesarismo hacia posibles é incurables semejantes horrores, que duraron tres años y tres meses. Dá vergüenza narrar en una historia séria lo que vamos á decir: antes de entrar en la reseña de estas saturnales, es necesario repetir con Suetonio: Reliqua ut de monstro narranda sunt.

El más inofensivo pasatiempo de aquel insensato, era ocuparse de su propia divinidad, demostrando una especie de amarga ironía, una mezcla de gravedad cómica (pues al mónstruo no le faltaba talento), y de irrision profunda al hablar del género humano. Los enemigos de los judíos comprendieron la inmensa ventaja que podian sacar de esta manía. Era tal el estado religioso del mundo, que no se levantaba una sola protesta contra los actos sacrílegos del César; y cada culto se apresuró á conferirle los títulos y honores reservados á sus dioses. La eterna gloria de los judíos es haber levantado el grito de la conciencia indignada en medio de esta innoble idolatría. El principio de intolerancia que les dominaba y que les conducia á tantas crueldades aparecia aquí bajo su verdadero aspecto. Afirmando que era absoluta su religion no se humillaron ante el odioso capricho del tirano y esto fué el orígen de tantas persecuciones sin fin. Bastaba que hubiese en una poblacion un solo hombre descontento de la sinagoga, malvado ó simplemente espía, para sentir espantosas consecuencias. Un día se encontraba un altar en honor de Calígula en sitio donde no podian tolerarlo los judíos: otro una multitud de chiquillos escandalizaban porque sólo los judíos rehusaban colocar la estátua del emperador en sus lugares de oracion; corríase entonces á las sinagogas y á los oratorios; poníase en ellas el busto de Calígula y colocaban á los infelices en la alternativa de renunciar á su religion ó de cometer un crímen de lesa majestad. De ahí originábanse espantosas vejaciones.

Habíanse renovado varias veces semejantes actos, cuando se le sugirió al emperador una idea todavía más diabólica, y fué la de colocar una colosal estátua de oro en el santuario del templo de Jerusalem y hacer dedicar el templo mismo á su divinidad. Esta odiosa intriga aumentó por treinta años la revolucion y ruina de la nacion judaica.

La moderacion del legado imperial, Publio Petronio y la intervencion del rey Herodes Agrippa, favorito de Calígula, previnieron la catástrofe; pero hasta el momento en que la espada de Querea libró á la tierra del tirano más execrable que habia sufrido, los judíos vivieron por todas partes bajo el terror. Philon ha conservado los detalles de la inaudita escena que tuvo lugar, cuando una diputacion, de la cual aquel era presidente, fué admitida á presencia del emperador. Calígula les recibió mientras visitaba las poblaciones de Mecenas y de Lamia, cerca del mar en los alrededores de Pozzuoli. Era un dia en que estaba de buen humor: Helicon su primer bufon acababa de contarle toda clase de bufonadas sobre los judíos. «¡Ah! ¿sois vosotros, les dijo con amarga sonrisa y enseñándoles los dientes, los únicos que no quereis reconocerme por Dios y preferís adorar á uno que ni siquiera os atreveis á nombrar?» y acompañó estas palabras con una horrible blasfemia. Los judíos temblaron y sus adversarios alejandrinos tomaron la palabra: «Vos aborreceriais más, señor, á toda esa gente y á su nacion si supierais la aversion que os profesan, pues son los únicos que no han sacrificado por vuestra salud, cuando todos los demás pueblos lo han hecho.» Á estas palabras, contestaron los judíos que aquello era una calumnia y que ellos habian ofrecido tres veces para la prosperidad del emperador los sacrificios más solemnes que les permitia su religion. «Sí, dijo Calígula con seriedad cómica, habeis sacrificado muy bien pero no es á mí á quien habeis sacrificado; ¿qué ventaja he sacado yo?» y en seguida volvióles la espalda, empezó á recorrer las habitaciones, dando órdenes para su reparacion, subiendo y bajando sin cesar. Los desdichados diputados (entre los cuales figuraba Philon, de ochenta años de edad, el más venerable de aquel tiempo despues de la muerte de Jesús), le seguian por todas partes jadeantes, temblando, ridiculizados por los criados. Calígula volvióse de repente y dijo: «Á propósito, ¿por qué no comeis cerdo?» Los bufones se echaron á reir y los oficiales con tono severo les advirtieron que faltaban á la majestad del emperador con sus risas inmoderadas. Los judíos balbucearon y uno de ellos dijo sencillamente: «Pero hay personas que no comen cordero.—¡Ah! en esto, repuso el emperador, tienen razon, pues es manjar que no tiene gusto alguno.» Fingió entonces querer enterarse de su negocio, mas apenas empezaron la explicacion interrumpióles su discurso, se fué á dar órdenes para la decoracion de una sala que queria adornar con piedra lapidaria. Regresó afectando cierta moderacion, preguntó á los enviados si tenian algo que añadir y como estos reanudaran el discurso interrumpido, volvióles de nuevo la espalda para ir á ver otra sala que hacia adornar con pinturas. Este juego del tigre que se divierte con su víctima, duró horas: los judíos solo esperaban la muerte, pero en el último momento la fiera escondió sus garras: «¡Vamos! dijo Calígula decididamente, estas gentes son más dignas de compasion que culpables por no creer en mi divinidad.» Véase pues cómo se trataban las cuestiones más graves bajo el horrible régimen que la humillacion del mundo habia creado, que una soldadesca y una poblacion igualmente viles querian, y que la bajeza de todos sostenia.


Año 39


Se comprende que esta situacion tirante hubiese hecho perder á los judíos del tiempo de Marulo mucha audacia de aquella que les hacia hablar tan atrevidamente de Pilatos. Los cristianos, arrojados del templo, debian estar menos espantados que los judíos de los proyectos sacrílegos de Calígula ya que eran entonces poco numerosos para que Roma pudiera conocer su existencia. La tempestad del tiempo de Calígula, como la que precedió á la toma de Jerusalem por Tito, pasó sobre su cabeza sin tocarles y aun á muchos de ellos les favoreció. Todo lo que debilitaba la independencia judía les era favorable, puesto que les libraba del poder de una ortodoxia supuesta apoyando sus pretensiones con severas penas.

Este período de paz, fué fecundo en desarrollos interiores. La Iglesia naciente se dividia en tres provincias: Judea, Samaria y Galilea, á la cual sin duda pertenecia Damasco. Jerusalem tenia su primacia, absolutamente incontestable. La Iglesia de esta ciudad cuyos habitantes se habian dispersado despues de la muerte de Estéban se reconstituyó pronto: los apóstoles no abandonaron jamás la poblacion y los hermanos del Señor continuaban ejerciendo y gozando grande autoridad. Parece que esta segunda Iglesia de Jerusalem no se organizó de una manera tan rigurosa como la primera; la comunidad de bienes no fué estrictamente restablecida y solamente se fundó una gran caja para los pobres, donde debian depositarse las limosnas que las iglesias particulares remitian á la Iglesia madre orígen y fin permanente de su fé.


Año 40


Pedro verificaba distintos viajes apostólicos alrededor de Jerusalem y gozaba todavía de una grande reputacion de milagrero. En Lydda sobre todo, pasaba por haber curado á un paralítico nombrado Eneas, milagro que le valió numerosas conversiones en la llanura de Saron. De Lydda se volvió á Joppe poblacion que parece haber sido un centro para el cristianismo. Las poblaciones de obreros, de marinos, de gente pobre, donde los judíos ortodoxos no dominaban eran los que ofrecian mejores disposiciones para la nueva secta. Pedro permaneció mucho tiempo en Joppe en casa de un curtidor llamado Simon que vivia cerca del mar. La industria del cuero era demasiado impura y no se visitaba á los que la ejercian, aunque los blanqueadores estaban ya reducidos á vivir en un barrio separado. Escogiendo Pedro semejante morada, da una prueba de su indiferencia por las preocupaciones de los judíos y trabaja para el ennoblecimiento de las pequeñas industrias que entran por mucho en la obra del espíritu cristiano.

La organizacion de las obras de caridad se proseguia con ardor. La Iglesia de Joppe poseia una mujer admirable llamada en armenio Tabitha (señorita) y en griego Dorcas, que consagraba todos sus cuidados á los pobres. Parece que era rica y distribuia sus bienes en limosnas. Esta respetable señora habia formado una sociedad de viudas piadosas que se dedicaban á tejer vestidos para los pobres. Como la excision del cristianismo y judaismo no se habia consumado, es probable que los judíos bendijeran estos actos de caridad. «Los santos y las viudas» eran piadosas personas que hacian bien á todos, especie de mendicantes que solo eran sospechosos á los rigoristas de una ortodoxia pedantesca, unos fraticelli amados del pueblo, devotos, caritativos y llenos de piedad.

El gérmen de estas asociaciones de mujeres que son una de las glorias del cristianismo, existió de esta suerte en las primeras iglesias de Judea. En Jaffa empezó la generacion de estas mujeres vestidas de lino, que al través de los siglos debian continuar la tradicion de la caridad secreta. Tabitha fué la madre de una familia que no acabará mientras existan miserias que consolar, buenos deseos de mujer que deban satisfacerse. Más tarde se dijo que Pedro la habia resucitado. ¡Ah! la muerte por insensata que sea, por injusta que fuese en este caso, es inflexible. Cuando el alma más sublime se ha exhalado, el decreto permanece irrevocable; la mujer más excelente, como la más vulgar, no responde á las voces amigas que la llaman. Pero la idea no está sujeta á las condiciones de la materia. La virtud y la bondad escapan de las garras de la muerte: Tabitha no tenia necesidad de resucitar. Por pasar algunos dias más en esta triste vida, ¿habia necesidad de hacerla salir de su dulce é inmutable eternidad? Dejadla descansar en paz, ya llegará el dia de los justos.

En aquellas poblaciones tan mezcladas, el problema de la admision de paganos al bautismo se ofrecia á cada momento y convenia resolverlo con urgencia. Esto preocupaba mucho á Pedro. Estaba un dia orando sobre el terrado de la casa del curtidor, viendo ante él aquel mar que iba á llevar pronto la fé nueva á todo el imperio y tuvo un éxtasis profético. En medio de aquel débil sueño á que se hallaba entregado, creyó experimentar una sensacion de hambre y pidió alguna cosa. Mientras se lo estaban preparando, vió el cielo abierto y una canasta atada por sus cuatro lados que descendia. Habiendo mirado al interior de la canasta, vió animales de toda especie y creyó oir una voz que le decia: «Mata y come.» Objetando que varios de estos animales eran impuros, le repuso la voz: «No llames impuro lo que Dios ha purificado.» Esto le fué repetido tres veces seguidas. Pedro se persuadió de que estos animales representaban simbólicamente la masa de los gentiles, que Dios mismo acababa de declarar aptos para la comunion de su santo reino.

Pronto se presentó la ocasion de aplicar estos principios. Desde Joppe, Pedro se volvió á Cesarea, donde se puso en relacion con un centurion llamado Cornelio. La guarnicion de Cesarea estaba formada en gran parte por una de aquellas cohortes compuestas de voluntarios italianos que se llamaban Italicæ. El nombre completo de esta ha podido ser cohors prima Augusta Italica civium romanorum. Cornelio era centurion de esta cohorte y por consiguiente italiano y ciudadano romano. Era un buen hombre, que despues de largo tiempo se sentia atraido por el culto monoteista de los judíos, oraba, hacia limosnas, y en una palabra, practicaba todos los preceptos de la religion natural que supone el judaismo; pero no habia sido circuncidado y por esto no era prosélito de grado alguno; era solo un pagano piadoso, un israelita de corazon, y nada más. Toda su casa y algunos soldados de su compañía estaban, segun se decia, en las mismas disposiciones. Cornelio quiso entrar en la nueva Iglesia, y Pedro cuyo carácter era franco y bondadoso acordóle lo que deseaba, y el centurion fué bautizado.

Tal vez Pedro no encontró de pronto dificultad alguna; sin embargo, á su regreso á Jerusalem se le dirigieron graves cargos. Habia faltado abiertamente á la ley, habia estado entre los incircuncisos y habia comido con ellos. La cuestion era efectivamente capital; se trataba de saber si la ley estaba abolida, si era permitido violarla por proselitismo y si los gentiles podian ser recibidos de hecho en la Iglesia. Para defenderse contó Pedro su vision de Joppe y más tarde el hecho del centurion sirvió de argumento para el bautismo de los incircuncisos. Á fin de darle más fuerza se supuso que en este grave asunto mediaba la intervencion del cielo; se explicó que Cornelio, despues de fervientes oraciones, habia visto á un ángel que le habia ordenado fuese á Joppe á llamar á Pedro; que la vision simbólica de Pedro, tuvo lugar á la misma hora en que llegaban los emisarios de Cornelio, y que desde entonces se habia encargado Dios de legitimar todo lo que se habia hecho, puesto que el Espíritu Santo, habiendo descendido sobre Cornelio y sobre las personas de su casa, estos habian hablado la lengua, y recitado los salmos á la usanza de los otros fieles. Y ¿era natural rehusar el bautismo á las personas que habian recibido el Espíritu Santo?

La Iglesia de Jerusalem estaba todavía compuesta de judíos y de prosélitos: que el Espíritu Santo descendiera sobre los incircuncisos, antes del bautismo, parecia un hecho muy extraordinario y es probable que desde entonces existiera un partido opuesto, en principio, á la admision de los gentiles, y que no todo el mundo aceptara las explicaciones de Pedro. El autor de las Actas quiere que la aprobacion haya sido unánime; pero dentro de algunos años, veremos renacer la cuestion con mayor empeño. Tal vez se acepta el hecho del buen centurion como el del eunuco de Etiopía, á título de hecho excepcional justificado por una revelacion y una órden expresa de Dios, pero el asunto está lejos de quedar resuelto. Esta fué la primera controversia en el seno de la Iglesia; el paraiso de la paz interior habia durado seis ó siete años.

Desde el año 40, poco más ó menos, la grande cuestion, de la cual dependia el porvenir del cristianismo, parece haber quedado resuelta. Pedro y Felipe con su buen juicio, entrevieron la verdadera solucion y bautizaron á los paganos. Sin duda en las dos reseñas que el autor de las Actas nos da sobre este asunto y que están en parte calcadas la una sobre la otra, es difícil desconocer su sistema. El autor de las Actas pertenece á un partido de conciliacion favorable á la entrada de los paganos en la Iglesia y no quiere confesar las divisiones que la violencia de la cuestion ha producido. Se conoce perfectamente que este autor, al narrar los episodios del eunuco, del centurion y de las conversiones de los samaritanos, no quiere dar más que los detalles referentes á una sola opinion; y por otro lado tampoco podemos admitir que invente los hechos que explica. Las conversiones del eunuco y del centurion Cornelio, son probablemente hechos reales presentados y transformados segun las exigencias de la tésis, en vista de la cual ha sido compuesto el libro de las Actas.


Año 41


Aquel que diez ú once años más tarde debia dar á este debate un golpe decisivo era Pablo, el cual no se habia mezclado en ello todavía ya que se hallaba predicando en Haurán y en Damasco, refutando á los judíos y defendiendo á la nueva fé con tanto entusiasmo cuanto mayor era el que habia desplegado para combatirla. El fanatismo del cual habia sido instrumento, á su vez, no tardó en perseguirle. Los judíos resolvieron perderle obteniendo del etnarca que gobernaba en Damasco en nombre de Hareth, una órden para prenderle. Pablo se escondió: al saberse que habia de salir de la poblacion, el gobernador que queria complacer á los judíos, puso guardias en todas las puertas con órden de arrestarle, pero los hermanos le hicieron escapar de noche bajándole por una ventana que caia al otro lado de la muralla. Libre de este peligro, Pablo dirigió sus pasos hácia Jerusalem. Hacia tres años que era cristiano y aún no habia visto á los apóstoles. Su carácter duro, poco expansivo, y retraido, le habia hecho volver la espalda, bajo cierto aspecto, á la grande familia en la cual á su pesar acababa de entrar, y prefirió para su apostolado un país nuevo donde no pudiese encontrar colega alguno. Sin embargo, el deseo de ver á Pedro se habia apoderado de él, reconocia su autoridad, y como todo el mundo, le designaba con el nombre Kepha, «la piedra». Regresó pues á Jerusalem siguiendo en sentido contrario el camino que tres años antes habia recorrido bajo disposiciones muy distintas.

Su posicion en Jerusalem fué extremadamente falsa y embarazosa. Habíase dicho en esta poblacion que el perseguidor se habia convertido en el más celoso de los evangelistas y en el primer defensor de la fé que intentara antes combatir, pero existian contra él notables prevenciones: muchos le suponian algun horrible proyecto. Se le habia visto tan encolerizado y tan cruel penetrar en las casas, violando los secretos de familia para encontrar alguna víctima, que se le creia capaz de representar semejante papel para perder mejor á los que odiaba. Parece que vivió en casa de Pedro: pero varios discípulos permanecian sordos á su voz y se separaban de él. Bernabé, hombre de corazon y de voluntad, desempeñó en aquella ocasion un papel importante.

En su calidad de chipriota y de nuevo convertido comprendió mejor que los discípulos galileos la posicion de Pablo. Presentósele delante; cogióle la mano de algun modo, le presentó á los más reticentes y salió garante de él. Por este acto de sabiduría y de penetracion, Bernabé mereció el más elevado puesto en el cristianismo. Él fué el que comprendió á Pablo; á él es á quien la Iglesia debe el más extraordinario de sus fundadores. La fecunda amistad de estos dos hombres apostólicos, amistad que no empañó nube alguna, á pesar de sus divergencias, fué más tarde causa de la asociacion para las misiones contra los gentiles. Esta grande asociacion data de la primera permanencia de Pablo en Jerusalem. Entre las causas de la fé del mundo es necesario contar el generoso movimiento de Bernabé tendiendo la mano á Pablo sospechoso y despreciado; la profunda intuicion que le hizo descubrir un alma de apóstol bajo aquel aspecto humilde, la energía con que venció los obstáculos que presentaban los repugnantes antecedentes del converso, y tal vez ciertos rasgos de su carácter, que se habian interpuesto entre él y sus nuevos hermanos.

Por otra parte, Pablo evitaba sistemáticamente ver á los apóstoles. Él mismo dice, y lo afirma bajo juramento, que solo veia á Pedro y á Jacobo, hermano del Señor. Su permanencia allí, solo duró dos semanas. Es posible que cuando Pablo escribió la epístola á los Galatas (vers. 56) se hubiese encontrado, por las circunstancias del momento, obligado á falsear un poco el carácter de sus relaciones con los apóstoles y les presentara más secos, más imperiosos de lo que fueron en realidad; pero el versículo 56 tiende esencialmente á probar que nada habia recibido de Jerusalem y que en manera alguna era el mandatario del consejo de los Doce establecido en aquella poblacion. Su actitud en Jerusalem era la de un maestro altivo que evita las relaciones con los otros maestros para no estar subordinado á ellos, y no la actitud humilde de un culpable arrepentido de su pasado, como supone el autor de las Actas. Nosotros no podemos creer que desde el año 41 estuviera Pablo animado de esta especie de celo de conservar su propia originalidad que mostró más tarde. La rareza de sus entrevistas con los apóstoles y la brevedad de su permanencia en Jerusalem, reconocian por causa probablemente la cortedad que experimentaba delante de personas de naturaleza distinta á la suya y llenas de prejuicios contra de él, más bien que una política sagaz que le hubiese hecho comprender con quince años de anticipacion los inconvenientes que podia encontrar en sus relaciones.

En realidad lo que debia levantar una barrera entre los apóstoles y Pablo, era sobre todo la diferencia de carácter y de educacion. Los apóstoles eran todos Galileos y no habian estado en las grandes escuelas judías; habian visto á Jesús y se acordaban de sus palabras; eran de naturaleza buena y piadosa, y á veces ingénuos y graves. Pablo era un hombre de accion, lleno de fuego, medianamente místico, impulsado como por una fuerza superior á formar parte de una secta que no era en manera alguna la de su primitiva adopcion. La revolucion, la protesta, eran sus habituales sentimientos. Su instruccion judía era mucho más profunda que la de todos sus nuevos hermanos; pero no habiendo oido á Jesús, no habia sido instituido por él; en esto era muy inferior, segun las doctrinas cristianas, y sin embargo, Pablo no habia nacido para aceptar un lugar secundario: su altiva individualidad exigia un sitio á parte. Probablemente por aquel tiempo concibió la atrevida idea de que despues de todo nada tenia que envidiar á aquellos que habian conocido á Jesús y que habian sido elegidos por él, puesto que tambien él mismo habia visto á Jesús, habia recibido una revelacion directa y el mandato de su apostolado. Aun aquellos que fueron honrados con una aparicion personal de Cristo resucitado, podian suponerse más privilegiados que él, pues por haber sido su vision la última, no por eso valia menos, puesto que se produjo en circunstancias que le daban un carácter particular de importancia y de distincion. ¡Oh error! el eco de la voz de Jesús se encontraba en el discurso del más humilde de sus discípulos. Con toda su ciencia judía, Pablo no podia salvar la inmensa desventaja que resultaba para él de su tardía iniciacion. El Cristo que habia visto en el camino de Damasco no era, como decia, el Cristo de Galilea; era el Cristo de su imaginacion, de su propio sentido. Aunque estuviera atento para recoger las palabras de su Maestro, es evidente que no era más que un discípulo de segundo órden. Si Pablo hubiese encontrado á Jesús en vida, puede dudarse que se le hubiese unido. Su doctrina será la suya propia, no la de Jesús; las revelaciones de que habla con entusiasmo son el fruto de su cerebro.

Estas ideas que aún no se atreve á propagar le hacen incómoda su estancia en Jerusalem. Á los quince dias se despide de Pedro y parte. Habia visto tan poca gente que se atreve á decir que nadie en las iglesias de Judea habia visto su semblante y que lo que sabian de él, era solo de oidas. Más tarde atribuyó él mismo á una revelacion esta brusca partida. Contó que un dia orando en el templo, tuvo un éxtasis y que vió á Jesús en persona y recibió la órden de abandonar pronto á Jerusalem «puesto que no estaban dispuestos á recibir su testimonio.» En cambio de la ciudad, Jesús le prometia el apostolado de las naciones lejanas y un auditorio sumiso á su voz. Los que quieren ahogar el recuerdo de las disensiones y disgustos que la entrada de este indócil discípulo causó en la Iglesia, aseguran que Pablo pasó largo tiempo en Jerusalem viviendo con los hermanos bajo la más completa libertad, pero que habiendo querido predicar á los judíos helenistas, fué amenazado de muerte por ellos, y los hermanos que velaban por su seguridad le hicieron conducir á Cesarea.

Es probable que de Jerusalem fuese á Cesarea, pero estuvo allí poco, pues marchó á recorrer en seguida la Siria y despues la Cilicia. Sin duda desde entonces empezó á predicar, pero solo por cuenta propia y sin acuerdo de persona alguna. Tarso, su patria, fué su morada habitual durante este período de su vida apostólica, que puede graduarse en dos años. Es posible que las iglesias de Cilicia le deban sus primicias; sin embargo, la vida de Pablo no fué en esta época tal como la vemos más tarde. Él no tomó el título de apóstol, reservado únicamente á los Doce. Á partir de su asociacion con Bernabé (año 45) es cuando entra en esta carrera de peregrinaciones sagradas y de predicaciones, que le convierten en un tipo del misionero viajante.

XII

Fundacion de la Iglesia de Antioquía.


Año 41


Poco á poco la fé nueva realizaba sorprendentes progresos. Los miembros de la Iglesia de Jerusalem que se habian dispersado despues de la muerte de Estéban, llevando sus conquistas á lo largo de la costa Fenicia, dominaron en Chipre y Antioquía: tenian entonces por principio inconcuso predicar tan solo á los judíos.

Antioquía, «la metrópoli del Oriente», la tercera poblacion del mundo fué el centro de la cristiandad de la Syria del Norte. Esta era una poblacion de unas quinientas mil almas, casi más grande que París antes de que se le diera más extension, residencia del legado imperial de Syria. Merced á los Seleúcidas que habian sabido aprovechar la ocupacion romana, Antioquía habia alcanzado el más alto grado de esplendor, pues en general los Seleúcidas estaban más adelantados que los romanos en punto á decoraciones teatrales aplicadas á las grandes poblaciones. Templos, acueductos, baños, basílicas, nada faltaba á Antioquía de lo que constituia una poblacion siria de aquella época. Adornadas las calles con columnatas y los recodos con estátuas, habia allí más simetría y regularidad que en otras partes. Un Corso adornado de cuatro líneas de columnas formando dos galerías cubiertas con una larga avenida en medio, atravesaba la poblacion en una línea de treinta y seis estadios (más de una legua). Pero Antioquía no tenia solamente inmensas construcciones de utilidad pública; tenia tambien lo que poseian pocas poblaciones sirias, obras maestras del arte griego, admirables estátuas, obras clásicas de una delicadeza que el siglo no sabe todavía imitar. Desde su fundacion habia sido Antioquía una poblacion completamente helénica. Los Macedonios de Antígono y de Seleuco habian llevado á esta region del bajo Oronte los recuerdos más vivos, los cultos y los nombres de su país. La mitología griega se habia entronizado allá como su segunda patria; habia en el país el afan de enseñar lugares santos relacionados con esta mitología. La poblacion se entregaba al culto de Apolo y de las ninfas. Dafne, lugar encantador á dos horas de distancia de la poblacion, recordaba á los viajeros las más risueñas ficciones.

Era una especie de imitacion de los mitos de la madre patria, análoga á esos transportes atrevidos por los cuales las tribus primitivas hacian viajar consigo su geografía mítica, su Berecinto, su Arvanda, su Ida, su Olimpo. Estas fábulas griegas constituyen una religion muy antigua y apenas más formal que las Metamórfosis de Ovidio. Las antiguas religiones del país, y especialmente la del monte Casio, la daban cierto carácter de gravedad; pero la ligereza siria, el charlatanismo babilónico, todas las imposturas del Asia, se confunden en este límite de los dos mundos, y prueban que era Antioquía la capital de la mentira, la sentina de todas las infamias.

Al lado de la poblacion griega que (exceptuando Alejandría) en ninguna parte del Oriente fué tan densa como allí, Antioquía contó siempre en su seno un número considerable de indígenas sirios, que hablaban el siriaco. Estos indígenas que constituian la clase baja, habitaban los barrios de la gran ciudad y los pueblos populosos que formaban á su alrededor un vasto extrarradio, tales como Charandama, Ghisira, Gandigura y Apate (nombres sirios la mayor parte). Los matrimonios entre los sirios y griegos eran comunes, pues habiendo establecido Seleuco por una ley que el extranjero que se estableciera en la poblacion seria considerado como ciudadano, Antioquía, despues de tres siglos y medio de existencia, fué uno de los puntos donde la raza estaba más mezclada. El envilecimiento de las almas era espantoso. La propiedad de esos focos de corrupcion moral, es nivelar todas las clases. La ignominia de ciertas poblaciones tumultuosas, dominadas por la intriga y entregadas á los más viles pensamientos, apenas puede darnos una idea de la degradacion moral y de la corrupcion á que en Antioquía habia llegado la especie humana. Era una reunion de marineros, de charlatanes, de ladrones, de almacenistas, de embaucadores, de sacerdotes impostores: una poblacion que solo pensaba en carreras, en juegos, en bailes, en procesiones, en fiestas y bacanales: desplegábase un lujo desenfrenado; dábase cabida á todas las locuras del Oriente; predominaban las supersticiones más malvadas y el fanatismo de la orgía. Á la vez serviles é ingratos, altivos é insolentes, eran los naturales de Antioquía el modelo completo de esas turbas adictas al cesarismo, sin patria, sin nacionalidad, sin honor de familia, sin nombre que guardar. El gran Corso que atravesaba la poblacion era una especie de teatro, donde representaban todo el dia los grupos de un populacho locuaz, variable, levantisco, ingenioso á veces, ocupado de los cantos, de las parodias, de las diversiones, de las impertinencias de toda especie. La ciudad era muy letrada, pero de pura literatura de retores. Los espectáculos eran de lo más extraño; habia juegos en los cuales tomaban parte coros de jóvenes desnudas que llevaban solo una sencilla banda; en la célebre fiesta de Maïouma, veíase una tropa de cortesanas nadando en público en unos estanques llenos de agua cristalina. Esto era una especie de embriaguez, un sueño de Sardanápalo, donde se desarrollaban poco á poco todas las voluptuosidades, todos los delirios, sin excluir por esto ciertas delicadezas. El torrente de lodo que, saliendo por la embocadura del Oronte, iba á inundar á Roma, tenia allí su foco principal. Doscientos decuriones estaban ocupados en arreglar las fiestas. La municipalidad poseia vastos dominios públicos, de los cuales los duumviros compartian el usufructo con los ciudadanos pobres. Antioquía, como todas las poblaciones del placer, tenia una plebe ínfima, que vivia á costa del público ó de sórdidas especulaciones.

La belleza de las obras de arte y el infinito atractivo de la naturaleza hacian que este abatimiento moral degenerara en vulgaridad. La posicion de Antioquía es una de las más bellas del mundo, pues ocupa el intervalo que media entre el Oronte y las faldas del monte Silpio, uno de los agregados al monte Casio.

Nada iguala á la abundancia y á la claridad de sus aguas. Rodeada á una altura considerable por una muralla de elevadas rocas que la fuerza de la arquitectura militar ha cortado á pico, aparece coronada con un cerco labrado de efecto maravilloso. Esta clase de fortificaciones fué la preferida por los gobernadores de Alejandría como se vé en Seleucia, en Éfeso, en Esmirna y en Tesalónica: de esto resultan magníficas perspectivas. Antioquía tenia dentro de sus muros montes de más de setecientos piés de elevacion, peñascos escarpados, torrentes, precipicios, hondonadas y cascadas, grutas inaccesibles y en medio de todo esto, hermosos jardines. Una espesura de mirtos, de bojes, de laureles, de plantas siempre verdes, de rocas tapizadas de yedra, y de jacintos, daban á estas salvajes alturas el aspecto de parterres suspendidos. La variedad de flores, la frescura de sus praderas, cubiertas de pequeñas gramíneas, la belleza de las plantas que rodean el Oronte, respiran la poesía y suave perfume con el cual se animaron los génios de Juan Crisóstomo, Libanio y Juliano. Sobre la orilla derecha del rio extiéndese una vasta llanura adornada por un lado por el Amano y otros montes, y por el otro por la llanura de la Cirréstica, detrás de la cual está la peligrosa poblacion de la Arabia y del desierto. El valle de Oronte, que se descubre al oeste, pone en comunicacion al lago con el mar, ó mejor dicho, con el vasto mundo, en cuyo seno el Mediterráneo ha constituido en todo tiempo una especie de camino neutral y de enlace federal.

Entre las diversas colonias á quienes las leyes liberales de los seleúcidas atraen á la capital de la Syria, la de los judíos fué la más numerosa; data de Seleuco Nicator y poseia los mismos derechos que los griegos. Aun cuando los judíos tenian su etnarca particular, sus relaciones con los paganos eran muy frecuentes. Allí, como en Alejandría, estas relaciones degeneraban muchas veces en riñas y en agresiones, y por otro lado daban lugar á una activa propaganda religiosa. Siendo cada dia más insuficiente para los espíritus graves el politeismo oficial, la filosofía griega y el judaismo atrajeron á todos aquellos á los cuales no satisfacian las vanas pompas del paganismo. El número de los prosélitos era considerable. Desde los primeros dias del cristianismo, Antioquía habia dado á la iglesia de Jerusalem uno de sus hombres más influyentes, á uno de sus diáconos, á Nicolás. Allí habia gérmenes excelentes que solo esperaban un rayo de la gracia para dar los buenos frutos que hemos visto.

La iglesia de Antioquía debe su fundacion á algunos creyentes oriundos de Chipre y de Cirene que habian predicado mucho. Hasta entonces solo se habian dirigido á los judíos; pero en una poblacion donde los judíos puros, los judíos prosélitos, las «gentes temerosas de Dios» ó paganos medio judíos, y los paganos puros, vivian juntos, las predicaciones dirigidas á un solo grupo eran imposibles. El sentimiento de la aristocracia religiosa que llenaba de orgullo á los judíos de Jerusalem, no existia en aquellas grandes ciudades donde la civilizacion era profana y estaban menos arraigadas las preocupaciones. Los misioneros chipriotas y cirineos tuvieron pues que apartarse de su regla, y predicaron indiferentemente á los griegos y á los judíos.

Las disposiciones recíprocas de la poblacion judía y de la pagana eran, por lo visto, muy malas en aquel entonces, pero circunstancias de un órden distinto favorecieron acaso las nuevas ideas. El temblor de tierra que maltrató la ciudad el 23 de marzo del año 37 daba mucho que pensar á los habitantes, y no se hablaba sino de un charlatan llamado Deborio que pretendia impedir la repeticion de semejantes accidentes, valiéndose para ello de talismanes ridículos. Esta circunstancia inclinaba á muchos á creer en las cosas sobrenaturales; pero sea como fuere, ello es que la predicacion cristiana obtuvo un éxito notable, y que se fundó en poco tiempo una jóven Iglesia, ardiente, innovadora, y llena de porvenir, porque se componia de elementos muy diversos. Extendiéronse todos los dones del Espíritu Santo, y desde entonces fué fácil preveer que aquella nueva Iglesia, libre ya del estrecho mosaismo que rodeaba á Jerusalem como una barrera inespugnable, seria la segunda cuna del cristianismo. Jerusalem será siempre seguramente la capital religiosa del mundo, pero el punto de partida de la Iglesia de los gentiles, el foco primordial de las misiones cristianas, fué verdaderamente Antioquía. Allí es donde se constituye por la primera vez una Iglesia cristiana libre de los lazos del judaismo; allí es donde se establece la gran propaganda de la edad apostólica; allí donde se forma definitivamente San Pablo; Antioquía marca la segunda etapa de los progresos del cristianismo; tratándose de nobleza cristiana, ni Roma, ni Alejandría, ni Constantinopla, podrian tomarse como puntos de comparacion.

La topografía de la vieja Antioquía está ya tan confusa, que en vano se buscaria sobre aquel suelo algun vestigio de la antigüedad, algun punto donde evocar tan grandes recuerdos. Allí, como en todas partes, el cristianismo debió establecerse en los barrios más pobres, entre la gente del pueblo. La basílica que llamaban «Antigua» y «Apostólica» en el siglo IV, estaba situada en la calle titulada Singon, cerca del Panteon, pero no se sabe dónde se hallaba este: la tradicion y ciertas vagas analogías inducirian á buscar el barrio cristiano primitivo hácia la puerta que conserva aún hoy el nombre de Pablo, Bab Bolos, y al pié de la montaña que Procopio llamó Stavrin, situada hácia el sudeste de las murallas de Antioquía. Era aquella una de las partes de la ciudad menos rica en monumentos paganos, y aún se ven allí los restos de santuarios antiguos dedicados á San Pedro, San Pablo y á San Juan; aquel parece haber sido el punto donde se mantuvo más tiempo el cristianismo despues de la conquista musulmana; aquel fué tambien al parecer el barrio de los «Santos,» pues se encuentran las rocas taladradas y como formando una especie de grutas que sin duda sirvieron para los anacoretas. Cuando se camina por aquellas escarpadas pendientes, desde donde en el siglo IV, los buenos stylitas, discípulos á la vez de la India y de la Galilea, de Jesús y de Çakya-Mouni, contemplaban con desden la ciudad voluptuosa al salir de sus cavernas floridas, de creer es que no se esté muy lejos de los sitios donde vivieron Pedro y Pablo. La Historia de la Iglesia de Antioquía es la que mejor puede estudiarse y contiene menos fábulas: la tradicion cristiana en una ciudad donde el cristianismo tuvo tan vigorosa continuidad puede ser de algun valor.

La lengua dominante de la Iglesia de Antioquía era el griego, mas no obstante es problable que los distritos que hablaban sirio diesen á la secta numerosos adeptos. En su consecuencia, Antioquía contenia ya el gérmen de dos iglesias rivales y más tarde enemigas; una que hablaba el griego, representada ahora por los griegos de Siria, ya ortodoxos ó ya católicos; y la otra cuyos representantes actuales son los maronitas, que hablaban en otro tiempo el sirio y le conservan aún como lengua sagrada. Los maronitas, que á pesar de su catolicismo moderno, tienen una remota antigüedad, son acaso los últimos descendientes de aquellos sirios anteriores á Seleuco, de aquellos pagani de Ghisira, Charandama, etc., que formaron desde los primeros siglos Iglesia á parte, y que viéndose perseguidos como herejes por los emperadores ortodoxos huyeron al Líbano, donde, á causa de su aversion á la Iglesia griega y por otras afinidades más profundas, hicieron alianza con los latinos.

En cuanto á los judíos convertidos de Antioquía fueron tambien muy numerosos, pero debe creerse que se unieron fraternalmente con los gentiles. En las orillas del Oronte fué donde llegó á ser una realidad la fusion religiosa de las razas, soñada por Jesús, ó mejor dicho por seis siglos de profetas.

XIII

Idea de un apostolado de los gentiles. — San Bernabé.


Año 42


Cuando se supo en Jerusalem lo que habia pasado en Antioquía, fué grande la emocion de todos. Á pesar de la buena voluntad de algunos de los principales miembros de la Iglesia de Jerusalem, en particular de Pedro, dominaban en el colegio apostólico las más mezquinas ideas y cada vez que se sabia que se habia anunciado á los paganos la buena nueva, notábanse en algunos ancianos muestras de descontento. El hombre que en aquella ocasion triunfó de tan miserable envidia impidiendo que las máximas exclusivas de los «hebreos» arruinaran el porvenir del cristianismo, fué Bernabé, el hombre más ilustrado de la iglesia de Jerusalem; Bernabé, que era jefe del partido liberal y queria el progreso de la Iglesia, habia contribuido ya poderosamente á desterrar la desconfianza que inspiraba Pablo; y esta vez ejercia todavía una gran influencia, pues habiendo ido á Antioquía como delegado del cuerpo apostólico, vió y aprobó cuanto se habia hecho, declarando que la nueva Iglesia no tenia más que continuar por la senda que se habia trazado. Las conversiones se multiplicaban diariamente: la fuerza vivificante y creatriz del cristianismo parecia haberse concentrado en Antioquía, en cuyo punto permaneció Bernabé, cuyo celo le impulsaba á estar allí donde la accion fuese más viva. Antioquía pues será su Iglesia en lo sucesivo; desde allí va á ejercer el ministerio más fecundo; el cristianismo ha sido injusto con ese grande hombre al no colocarle en primera línea entre sus fundadores; todas las buenas y grandes ideas fueron patrocinadas por Bernabé, y su inteligente osadía fué el contrapeso contra las funestas consecuencias que hubiera podido producir la obstinacion de los judíos que formaban parte del partido conservador de Jerusalem.

Hallándose Bernabé en Antioquía concibió una magnífica idea: Pablo estaba en Tarso sumido en una inaccion que para un hombre tan activo debia ser un suplicio; su falsa posicion, su rudeza y sus pretensiones exageradas hacian olvidar sus buenas cualidades, y se consumia sin ser útil á nadie. Bernabé supo aplicar á su obra esta fuerza que se aniquilaba en una soledad peligrosa por su clima, y por segunda vez tendió la mano á Pablo, y despues de domeñar su salvaje carácter hízole presentarse de nuevo en la sociedad de los hermanos de quienes trataba de alejarse.

El mismo Bernabé fué á Tarso, le buscó y le condujo á Antioquía: esto ciertamente no lo hubieran hecho los obstinados judíos de Jerusalem; apoderarse de aquella grande alma tan indomable como susceptible; doblegarse ante las debilidades y rarezas de un hombre lleno de fuego, suponerse inferior á él y preparar el campo del modo más favorable para que se desarrollara la actividad de aquel hombre, olvidándose de sí mismo, es indudablemente llegar al colmo de la virtud, y esto es lo que Bernabé hizo por San Pablo. La mayor parte de la gloria de éste recae en el hombre que se anticipó á él en todas las cosas, que le hizo figurar en primer término descubriendo lo que valia, que le dió á conocer, impidiendo en más de una ocasion que sus defectos perjudicasen á la santa causa y que las mezquinas ideas de otros le indujesen á obrar mal. Todo esto lo hizo Bernabé en beneficio de la obra de Dios.


Año 43


Durante un año entero, Bernabé y Pablo estuvieron unidos por una activa colaboracion, y este fué el período más brillante, y sin duda más feliz de la vida de Pablo. La fecunda originalidad de aquellos dos grandes hombres elevó á la Iglesia de Antioquía á una altura á que no habia llegado ninguna otra hasta entonces, y la capital de Siria era uno de los puntos del mundo donde habia más movimiento; las cuestiones religiosas y sociales, así en la época romana como en nuestro tiempo, se discutian principalmente entre las grandes aglomeraciones de hombres, y ya iba observándose una especie de reaccion contra la inmoralidad general, á cuyas circunstancias se debió que más tarde fuese Antioquía la patria de los stilitas y solitarios. Así pues, la buena doctrina contaba en aquella ciudad con las mejores condiciones de éxito.

Una circunstancia principal prueba por lo demás que la secta tuvo por primera vez en Antioquía plena conciencia de lo que hacia. En dicha ciudad recibió por primera vez un nombre distinto: hasta entonces los agregados se habian llamado entre sí los «creyentes», los «fieles», los «santos», los «hermanos», ó los «discípulos», y como no tenian un nombre oficial y público para designarles, se les dió el de christianus. La terminacion es latina y no griega, lo cual parece indicar que se creó por la autoridad romana, así como herodiani, pompeiani, cæsariani. De todos modos, es lo cierto que la poblacion pagana formó este nombre que indica un error, pues suponia que Christus, traduccion del hebreo Maschiah (el Mesías), era un nombre propio. Aun muchos de aquellos que estaban poco al corriente de las ideas judías ó cristianas, debian creer al ver aquel nombre que Christus ó Chrestus era un jefe de partido que aún vivia. La pronunciacion vulgar en efecto era chrestiani.

En todo caso los judíos no adoptaron, al menos de una manera continuada, el nombre dado por los romanos á sus correligionarios cismáticos, y siguieron llamando á los nuevos sectarios «Nazarenos» ó «Nazorenos,» sin duda porque tenian costumbre de llamar á Jesús Han-nasri ó Han-nosri, el Nazareno. Este nombre se ha conservado hasta nuestros dias en todo el Oriente. Llegamos á un punto importante: la hora en que una creacion nueva recibe un nombre es solemne, porque el nombre es el signo definitivo de la existencia. La formacion de la palabra «cristiano» señala tambien la fecha precisa en que la Iglesia de Jesús se separó del judaismo. Por mucho tiempo se confundirán aún las dos religiones, mas esta confusion no ocurrirá sino en los países donde el crecimiento del cristianismo, si así puede decirse, esté muy atrasado. Por lo demás, la secta aceptó al momento el nuevo dictado que se la daba, considerándolo como un título honroso. Cuando se piensa que diez años despues de la muerte de Jesús adquirió su religion un nombre en las lenguas griega y latina en la capital de Syria, asombra el progreso alcanzado en tan poco tiempo. El cristianismo se ha desprendido completamente del seno de su madre; el verdadero pensamiento de Jesús ha triunfado de la indecision de sus primeros discípulos; la Iglesia de Jerusalem, que apenas conoce el arameo, el lenguaje de Jesús, queda oscurecida; el cristianismo habla griego, y se ha lanzado decisivamente en el gran torbellino del mundo griego y romano, de donde ya no saldrá más.

La actividad, la fiebre de ideas que se produjo en aquella jóven Iglesia debió ser extraordinaria; las grandes manifestaciones espiritistas eran muy frecuentes; todos se creian inspirados de distinto modo; los unos eran «profetas,» los otros «doctores,» y Bernabé, como lo indica su nombre, pertenecia sin duda á la clase de los primeros. Pablo no tenia título especial. Citábanse tambien entre los notables de la Iglesia de Antioquía, á Simon, llamado Niger, Lucio Cirineo, y Manahem, que habia sido hermano de leche de Herodes Antipas y que por consecuencia debia ser de edad muy avanzada. Todos estos personajes eran judíos. Entre los paganos convertidos se contaba acaso ya aquel Evodio que, segun parece, figuró en primer término en cierta época en la Iglesia de Antioquía. Es indudable que los paganos que acudieron á la primera predicacion serian en cierto modo inferiores á los demás, y debieron brillar poco en la predicacion y la profecía.

En medio de aquella sociedad tan activa y animada, Pablo se dejó arrastrar por la corriente. Más tarde se mostró contrario á la glosolalia, y es probable que nunca la practicara. Pero tuvo muchas visiones y revelaciones inmediatas, y probablemente fué en Antioquía donde cayó en aquel éxtasis profundo que refiere en estos términos: «Yo conozco un hombre en Cristo que hace catorce años, (¿la cosa pasó corporalmente ó fuera del cuerpo? No lo sé. Dios lo sabe), fué arrebatado hasta el tercer cielo; y yo sé que este hombre (si en el cuerpo ó fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), fué arrebatado al paraiso, donde oyó palabras inefables que no es permitido decir á un mortal». Sóbrio y práctico, en lo general, Pablo participaba sin embargo de las ideas de su época acerca de lo sobrenatural; creia hacer milagros como todo el mundo, y era imposible que los dones del Espíritu Santo, considerados como un privilegio comun á la Iglesia, le fueran negados á él.


Año 44


Pero almas poseidas de una llama tan ardiente no podian satisfacerse con las quimeras de una exuberante piedad: bien pronto se pensó en los medios de accion, y apoderóse de todos la idea de las grandes misiones destinadas á convertir á los paganos, empezando por el Asia Menor, idea que seguramente no se habria realizado si hubiese nacido en Jerusalem, porque aquella Iglesia no contaba con recursos pecuniarios. Para establecer convenientemente la propaganda necesitábanse suficientes fondos, y como toda la caja comun de Jerusalem servia para alimentar á los pobres, y á veces no bastaba, hacíase preciso que de todas las partes del mundo se enviaran socorros para que aquellos nobles mendigos no muriesen de hambre. El comunismo habia producido en Jerusalem una miseria irremediable hasta el punto de que no era posible emprender empresa alguna, pero la Iglesia de Antioquía se hallaba libre de semejante azote. En estas ciudades profanas, los judíos, que vivian por lo general en comodidad, habian llegado á poseer grandes fortunas; los fieles ingresaban en la Iglesia á veces con bienes considerables, y Antioquía fué la que facilitó los capitales para la fundacion del cristianismo. Fácil es comprender la completa diferencia de costumbres y de ideas que semejante circunstancia debió establecer entre las dos iglesias: Jerusalem siguió siendo la ciudad de los pobres de Dios, que soñando con las promesas del reino de los cielos, estaban como embriagados y aturdidos; Antioquía, casi extraña á la palabra de Jesús, que nunca oyera, fué la Iglesia de la accion y del progreso. Antioquía fué tambien la ciudad de Pablo; Jerusalem, la antigua ciudad del colegio apostólico, sumida en sus sueños, impotente ante los nuevos problemas que se presentaban, pero deslumbrada por su incomparable privilegio, rica por sus inapreciables recuerdos.

Una circunstancia dió á conocer á poco tiempo el verdadero carácter y situacion de esta última: tal era la imprevision de aquella pobre Iglesia famélica de Jerusalem, que el menor accidente trastornaba á toda la comunidad; y en un país donde no hay organizacion económica, donde el comercio se hacia en pequeña escala, y donde los recursos eran muy escasos, no podia menos de declararse el hambre, que es precisamente lo que sucedió en el cuarto año del reinado de Claudio, año 44. Cuando se dejaron sentir los primeros síntomas, los ancianos de Jerusalem acordaron recurrir á sus hermanos de las iglesias más ricas de Siria, y en su consecuencia marchó á Antioquía una embajada compuesta de profetas hierosolimitas. Uno de ellos, llamado Agab, que pasaba por hombre muy ilustrado, se sintió de pronto poseido del espíritu y anunció lo que iba á suceder. Los fieles de Antioquía se mostraban muy sensibles á los males que amenazaban á la madre Iglesia, de la que se consideraban aún tributarios, é hicieron una colecta, en la que cada uno contribuyó segun sus alcances, encargando á Bernabé fuese á llevar el producto á los hermanos de Judea. Jerusalem será aún por mucho tiempo la capital del cristianismo; las cosas únicas están allí centralizadas; no hay apóstoles más que allí; pero se ha dado un gran paso, pues si durante varios años no ha habido más que una Iglesia completamente organizada, que es la de Jerusalem, centro absoluto de la fé, de donde toda vida emana y á donde toda vida refluye, ya no es así, pues contamos con Antioquía que es una Iglesia perfecta con toda la gerarquía de los dones del Espíritu Santo. Las misiones salen de ella y á ella vuelven, es una segunda capital, ó mejor dicho, un segundo corazon, que tiene su accion propia y cuya fuerza se ejercita en todas direcciones.

Por lo demás, fácil es preveer desde ahora que la segunda capital eclipsará á la primera: la decadencia de la Iglesia de Jerusalem fué en efecto rápida, que es condicion de las instituciones fundadas sobre el comunismo tener un período brillante, pues el comunismo supone siempre una gran exaltacion; pero degenerará muy pronto porque aquel es contrario á la naturaleza humana. En sus arranques de virtud, el hombre cree poder dispensarse por completo del egoismo y del interés propio; pero el egoismo tomará la revancha probando que el absoluto desinterés engendra males mucho más graves que los que se creyeron evitar suprimiendo la propiedad.

XIV

Persecucion de Herodes Agrippa I.


Año 44


Bernabé encontró la Iglesia de Jerusalem sumida en el mayor desórden. El año 44 le fué fatal, porque además del hambre, vió encenderse de nuevo el fuego de la persecucion, que se habia amortiguado á la muerte de Estéban.

Herodes Agrippa, nieto de Herodes el Grande, habia logrado, desde el año 41, reconstituir el reino de su abuelo. Merced al favor de Calígula, habia podido reunir bajo su dominacion la Batanea, la Traconítide, una parte del Haurán, la Abilene, la Galilea y la Perea. El ignoble papel que desempeñó en la tragicomedia que elevó á Claudio al imperio, culminó su fortuna. Ese vil oriental, en recompensa de las lecciones de bajeza y de perfidia que habia dado á Roma, obtuvo para él la Samaria y la Judea, y para su hermano Herodes el pequeño reino de Calcis. Habia dejado en Roma los más tristes recuerdos, y se atribuian en gran parte á sus consejos las crueldades de Calígula. Era muy poco querido de su ejército y de las ciudades paganas de Sebastia y Cesarea, que sacrificaba á Jerusalem. Pero los judíos lo encontraban generoso, magnífico y deseoso de aliviar sus males. Procuraba hacerse popular entre ellos, y seguia una política enteramente diferente de la de Herodes el Grande, que se habia inclinado más á favor de los griegos y romanos que de los judíos. Herodes Agrippa, al contrario, amaba á Jerusalem, observaba exactamente la religion judía, afectaba ser muy escrupuloso, y ni un solo dia dejaba de hacer sus devociones. Hasta escuchaba con dulzura las observaciones de los rigoristas, y se tomaba el trabajo de justificarse de sus reprehensiones. Perdonó á los Jerosolimitas el tributo que le debia cada casa y, en una palabra, los ortodoxos tuvieron en él un rey á su gusto.

Era inevitable que un príncipe con semejante carácter habia de perseguir á los cristianos. Sincero ó no, Herodes Agrippa, era un soberano judío en toda la extension de la palabra. La casa de Herodes, á medida que se debilitaba, se hacia más devota y se separaba más y más de la elevada idea profana del fundador de su dinastía, aspirando á que viviesen juntos, bajo el imperio comun de la civilizacion, los cultos más opuestos. Cuando Herodes Agrippa, proclamado rey, entró por primera vez en Alejandría fué recibido como rey de los judíos, cuyo título irritó al pueblo y dió lugar á muchas burlas. Ahora bien, ¿qué habia de ser un rey de los judíos, sino un guardian de la ley y de las tradiciones, un soberano teócrata y perseguidor? Desde Herodes el Grande, durante cuyo reinado se reprimió enteramente el fanatismo, hasta estallar la guerra que originó la ruina de Jerusalem, hubo siempre una progresion creciente de ardor religioso. La muerte de Calígula (24 de Enero de 41) habia producido una reaccion favorable á los judíos. En general Claudio fué muy benévolo para ellos á causa de la influencia que tenian con él Herodes Agrippa y Herodes, rey de Calcis. No solo dió la razon á los judíos de Alejandría en sus disensiones con los habitantes de dicho país, otorgándoles el derecho de elegir un etnarca, sino que hasta publicó, segun parece, un edicto por el que concedia á los judíos, en toda la extension del imperio, como lo habia hecho en favor de los de Alejandría, la libertad de vivir segun sus leyes, con la única condicion de no ultrajar los demás cultos. Algunas tentativas de vejaciones análogas á las que habian tenido lugar en tiempo de Calígula, fueron reprimidas. Jerusalem se ensanchó mucho, uniéndose con la ciudad el barrio de Bezetha. Apenas se hacia sentir allí la autoridad romana, por más que Vibius Marsus, hombre prudente, de mucha experiencia, adquirida en los elevados cargos que desempeñara, de un talento muy cultivado, y que habia sucedido á Publio Petronio en las funciones de legado imperial en Siria, advertia de cuando en cuando á Roma que eran peligrosos aquellos reinos semi-independientes de Oriente. La especie de feudalismo que desde la muerte de Tiberio tendia á establecerse en Siria y en las comarcas vecinas, debilitaba en efecto la política imperial, y casi siempre dió malos resultados. Los «reyes» cuando iban á Roma eran personajes que ejercian allí una influencia detestable. La corrupcion y la desmoralizacion del pueblo, sobre todo en el reinado de Calígula, eran debidas en gran parte al ejemplo dado por aquellos miserables á quienes se veia arrastrar la púrpura en el teatro, en el palacio del César, y en las cárceles. En cuanto á los judíos, ya hemos visto que para ellos autonomía significaba intolerancia. El pontificado supremo pasaba únicamente y aún por cortos períodos de la familia de Hanan á la de Boethus, no menos altanera y cruel. El soberano que queria complacer á los judíos no podia dejar de decretar lo que más deseaban, es decir, severidades contra todo lo que se separase de la más rigurosa ortodoxia.

Herodes Agrippa fué por la misma razon al fin de su reinado un perseguidor violento. Algun tiempo antes de la Pascua del año 44, hizo cortar la cabeza á uno de los principales miembros del Colegio Apostólico, á Jacobo, hijo del Zebedeo y hermano de Juan. Este asunto no se consideró como religioso, y por lo tanto no hubo proceso inquisitorial ante el Sanhedrin; la sentencia fué dictada en virtud del poder arbitrario del soberano, como sucedió con Juan Bautista. Animado por el buen efecto que dicha muerte produjo entre los judíos, Herodes Agrippa no quiso detenerse en tan fácil via de popularidad. Eran los primeros dias de la fiesta de Pascua, época ordinaria del acrecentamiento de fanatismo, y aprovechando la ocasion, Agrippa hizo encerrar á Pedro en la torre Antonia, á fin de que se le juzgara y ejecutara con grande aparato ante la masa de pueblo que se reunia con motivo de las fiestas.

Una circunstancia que ignoramos, y que fué considerada como milagrosa, puso á Pedro en libertad. Una tarde en la que varios fieles se habian reunido en casa de María, madre de Juan Márcos, en donde acostumbraba á vivir Pedro, se oyó llamar de repente á la puerta. La criada, llamada Rhodé, fué á ver quién era y reconoció la voz de Pedro. Embargada por la alegría, en vez de abrir, corre á anunciar que Pedro estaba allí. La tratan de loca, pero ella jura y vuelve á asegurar que es él. «Es su ángel,» dicen algunos. Vuelve á oirse llamar varias veces; era él. La alegría fué infinita. Pedro hizo participar enseguida su libertad á Jacobo, hermano del Señor, y á los demás fieles. Se creyó que el ángel del Señor habia entrado en el calabozo del apóstol y habia hecho caer las cadenas y cerrojos. Pedro contaba que todo esto habia sucedido mientras estaba en una especie de éxtasis; que despues de haber pasado la primera y segunda guardia y atravesado la puerta de hierro que daba á la ciudad, el ángel lo acompañó hasta una calle y lo dejó: que entonces volvió en sí y reconoció la mano de Dios, que habia enviado un mensajero celeste para libertarlo.

Agrippa sobrevivió poco á estas violencias. Á mediados del año 44, pasó á Cesarea para celebrar juegos en honor de Claudio. La concurrencia fué extraordinaria; los habitantes de Tiro y de Sidon, que tenian algunas disensiones con él, fueron á pedirle gracia. Estas fiestas disgustaban mucho á los judíos, tanto porque se efectuaban en la ciudad impura de Cesarea, como porque se daban en el teatro. Una vez que el rey habia salido de Jerusalem con igual motivo, cierto rabino Simeon habia propuesto que se declarase que dejaba de pertenecer al judaismo y que se le excluia del templo; mas entonces el rey llevó su condescendencia hasta el punto de colocar al rabino á su lado en el teatro, á fin de probarle que allí nada se hacia contrario á la Ley. Creyendo haber satisfecho de este modo á los rigoristas, Herodes Agrippa se dejó arrastrar por su aficion á las pompas profanas. El segundo dia de la fiesta, entró muy de mañana en el teatro, vestido con una túnica de tejido de plata, de un brillo incomparable. Fué extraordinario el efecto causado por esta túnica que resplandecia á los rayos del sol saliente y los fenicios que rodeaban al rey le prodigaron adulaciones imbuidas de paganismo. «Es un Dios, decian, y no un hombre.» El rey no manifestó indignacion ni vituperó esta palabra, pero falleció cinco dias despues. Judíos y cristianos atribuyeron su muerte al no haber rechazado con horror una lisonja tan blasfematoria. La tradicion cristiana supuso que este era el castigo reservado á los enemigos de Dios, puesto que murió de una enfermedad vermicular. Sin embargo, los síntomas de que habla Josefo harian creer más bien en un envenenamiento, y viene á confirmar esta opinion lo que dicen las Actas de la conducta equívoca de los fenicios y del cuidado que tuvieron en ganar á Blastus, ayuda de cámara del rey.

Con la muerte de Herodes Agrippa I desapareció la independencia de Jerusalem, que volvió á ser gobernada por procuradores. Este régimen duró hasta la gran sublevacion, lo que fué un bien para el cristianismo, porque debe observarse que esta religion que debia sostener más tarde una lucha tan terrible contra el imperio romano, creció á la sombra del principio de aquel y bajo su proteccion. Roma era, conforme lo hemos dicho repetidas veces, quien impedia que el judaismo se entregase completamente á sus instintos de intolerancia y de destruccion de los gérmenes de libertad que se producian en su seno. Toda restriccion de la autoridad judía era un beneficio para la secta naciente: Cuspius Fadus, el primero de esta nueva série de procuradores, fué otro Pilatos, de mucha firmeza ó por lo menos de buena voluntad; pero Claudio continuaba mostrándose favorable á las pretensiones judías, á causa sobre todo de las instigaciones del jóven Herodes Agrippa, hijo de Herodes Agrippa I, que vivia á su lado y á quien amaba mucho. Despues de la corta administracion de Cuspius Fadus, las funciones de procurador fueron confiadas á un judío, á aquel Tiberio Alejandro, sobrino de Philon é hijo del alabarca de los judíos de Alejandría, que tuvo grandes empleos y desempeñó un papel importante en los asuntos políticos de su siglo. Verdad es que no era amado de los judíos, que lo miraban, no sin razon, como un apóstata.

Para poner fin á estas continuas disputas, se recurrió al medio más conforme con los buenos principios. Se hizo una especie de separacion entre lo espiritual y lo temporal, y se dejó el poder político á los procuradores; pero Herodes, rey de Calcis y hermano de Agrippa I, fué nombrado Prefecto del templo, guardian de los vestidos pontificales, y tesorero de la caja sagrada, revistiéndose del derecho de nombrar los grandes sacerdotes. Á su muerte (año 48), Herodes Agrippa II, hijo de Herodes Agrippa I, sucedió á su tio en dichos cargos, que conservó hasta la gran guerra. Claudio continuaba mostrándose en todo esto lleno de bondad. Los altos funcionarios romanos en Siria, bien que menos inclinados á las concesiones que el emperador, emplearon tambien mucha moderacion. El procurador Ventidius Cumanus llevó su condescendencia hasta el caso de hacer decapitar, en medio de los judíos que formaban el cuadro, á un soldado que habia destrozado un ejemplar del Pentateuco. Todo fué inútil; Josefo achaca con razon á la administracion de Cumanus los desórdenes que solo concluyeron con la destruccion de Jerusalem.

El cristianismo no tomaba la menor parte en estos disturbios, que eran, como el mismo cristianismo, uno de los síntomas de la fiebre extraordinaria que devoraba al pueblo judío y del trabajo divino que se verificaba en él. Nunca habia hecho tantos progresos la fé judía. El templo de Jerusalem era uno de los santuarios del mundo cuya fama se extendia más y al que más donativos se hacian. El judaismo habia llegado á ser la religion dominante de la mayor parte de la Siria. Los príncipes asmoneos habian convertido violentamente á poblaciones enteras (Idumeos, Itureos, etc.). Hubo al mismo tiempo muchos ejemplos de circuncision impuesta por la fuerza, porque se tenia un grande empeño en hacer prosélitos. La misma casa de Herodes contribuia poderosamente á la propaganda judía. Para casarse con princesas de esta familia, cuyas riquezas eran inmensas, se hacian judíos los príncipes de las pequeñas dinastías vasallas de los romanos, de Emesa, de Ponte, y de Cilicia. La Arabia y la Etiopía poseian tambien un gran número de convertidos, entre los que se contaban, sobre todo por parte de las mujeres, las familias reales de Meseno y de Adiabene, tributarias de los Partos. Se creia que se hallaba la dicha conociendo y practicando la Ley, y aun cuando no se hiciesen circuncidar, modificaban su religion en sentido judío; el espíritu general de la religion en Siria era una especie de monoteismo. En Damasco, ciudad que nada tenia de israelita, casi todas las mujeres habian adoptado la religion judaica. Detrás del judaismo farisaico, se formaba así una clase de judaismo libre, menos violento, que ignoraba algunos secretos de la secta, pero que tenia más porvenir y en el que únicamente se llevaba buena voluntad y puro corazon. La situacion era, á corta diferencia, la del catolicismo de nuestros dias, en donde vemos, por una parte, teólogos ignorantes y orgullosos que por sí solos no convertirian más almas al catolicismo que las que ganaron los fariseos para el judaismo; y por otra, piadosos seglares, heréticos mil veces sin saberlo, pero llenos de tierno celo, ricos en buenas obras y en sentimientos poéticos, ocupados siempre en disimular ó en atenuar con complacientes explicaciones las faltas de sus doctores.

Uno de los ejemplos más extraordinarios de la corriente que arrastraba hácia el judaismo á las almas religiosas, fué el que dió la familia real de Adiabene en el Tigris. Esta casa, en su orígen y costumbres, bien que iniciada en parte en la cultura griega, se hizo judía casi toda y se distinguió por su extrema devocion; porque, conforme hemos manifestado, estos prosélitos eran regularmente más piadosos que los judíos de nacimiento. Izate, jefe de la familia, abrazó el judaismo á consecuencia de las predicaciones de un mercader judío llamado Ananías, que al entrar, para su pequeño comercio en el serrallo de Abennerig, rey de Meseno, habia convertido á todas las mujeres y se habia constituido su director espiritual. Las mujeres pusieron á Izate en relaciones con él. En la misma época, Elena, su madre, se hacia instruir en la verdadera religion por otro judío. Izate, en su celo de nuevo convertido, queria tambien hacerse circuncidar, pero su madre y Ananías lo disuadieron de ello. Ananías le demostró que más importante era la observacion de los mandamientos de Dios que la circuncision, y que se podia ser muy buen judío sin esta ceremonia. Semejante tolerancia era debida á un corto número de inteligencias superiores. Algun tiempo despues, un judío de Galilea llamado Eleazar, encontró al rey que leia el Pentateuco y le probó con el texto, que no podia observar la Ley sin ser circunciso. Izate quedó persuadido de ello y mandó que le hicieran en seguida la operacion.

La conversion de Izate fué seguida de la de su hermano Monobaze y de casi toda la familia. En el año 44, Elena pasó á fijarse en Jerusalem, en donde hizo construir para la casa real de Adiabene un palacio y un mausoleo de familia que todavía existe. Se hizo querer de los judíos por su afabilidad y sus limosnas. Daba gozo verla, como una piadosa judía, frecuentar el templo, consultar á los Doctores, leer la Ley, y enseñarla á sus hijos. En la peste del año 44, aquella santa mujer fué la providencia de la ciudad, pues mandó comprar una gran cantidad de trigo en Egipto, y de higos secos en Chipre. Izate, por su parte, envió sumas considerables para ser distribuidas entre los pobres. Las riquezas del Adiabene se gastaban en parte en Jerusalem, donde vinieron los hijos de Izate para aprender los usos y la lengua de los judíos. La familia citada fué un gran recurso para aquel pueblo de mendigos. Habian tomado como un derecho de ciudadanía en Jerusalem, en donde se encontraron varios de sus miembros durante el sitio de Tito, al paso que otros figuran en los escritos talmúdicos como modelos de piedad y de desprendimiento.

Así es como la familia real de Adiabene vino á figurar en la historia del cristianismo. Sin ser cristiana, como han supuesto varias tradiciones, esta familia representó bajo diferentes conceptos las primicias de los gentiles. Abrazando el judaismo, obedeció al sentimiento que debia llevar al cristianismo al mundo pagano entero. Los verdaderos israelitas para con Dios lo eran más bien aquellos extranjeros, animados por un sentimiento religioso tan profundamente sincero, que no el fariseo soberbio y perverso, para quien la religion no era más que un pretexto de ódios y desdenes. Aquellos buenos prosélitos no eran fanáticos en lo más mínimo porque eran verdaderamente santos. Admitian que la verdadera religion podia practicarse con los códigos civiles más diversos; separaban completamente la religion de la política. La distincion entre los sectarios sediciosos que se proponian defender rabiosamente á Jerusalem, y los pacíficos devotos que, al primer rumor de guerra, habian de refugiarse en las montañas, se manifestaba cada dia más.

Vemos, pues, que la cuestion de los prosélitos se presentaba del mismo modo en el judaismo que en el cristianismo. De una y otra parte, se sentia la necesidad de tener más tolerancia, y para los que consideraban la cuestion bajo este punto de vista, la circuncision era una práctica inútil ó perjudicial, y las observancias mosáistas una simple señal de raza, que solo tenia valor para los hijos de Abraham. Antes de ser una religion universal, el judaismo se veia obligado á limitarse á una especie de deismo, que únicamente imponia los deberes de la religion natural. Habia de cumplirse con ello una mision sublime, y una parte del judaismo, en la primera mitad del siglo I, lo hizo de una manera muy inteligente. Por un lado, el judaismo era uno de los innumerables cultos nacionales que llenaban el mundo y cuya santidad no reconocia otra causa que la de haber sido practicado por sus antepasados; por otro, el judaismo era la religion absoluta, hecha para todos, y destinada á ser adoptada por todos. El espantoso desbordamiento de fanatismo que se desarrolló en Judea y que originó la guerra de exterminio, destruyó este porvenir. El cristianismo fué el que se encargó de proseguir por su cuenta la tarea que la sinagoga no habia sabido llevar á cabo. Dejando aparte las cuestiones rituales, el cristianismo continuó la propaganda monoteista del judaismo. Lo que favoreciera el éxito del judaismo con las mujeres de Damasco, en el serrallo de Abennerig, con Elena y otros tantos prosélitos piadosos, fortaleció al cristianismo en el mundo entero. En tal concepto, la gloria del último se confunde verdaderamente con la del primero. Una generacion de fanáticos privó al judaismo de su recompensa, y le impidió recoger la cosecha que habia preparado.

XV

Movimientos paralelos al cristianismo ó imitadores del cristianismo. — Simon de Gitton.


Año 45


El cristianismo está ahora realmente fundado. En la historia de todas las religiones, solo se encuentran obstáculos durante los primeros años; mas cuando una creencia ha resistido las duras pruebas por que ha de pasar toda nueva fundacion, está asegurado su porvenir. Los fundadores del cristianismo, más hábiles que los otros sectarios del mismo tiempo, esenianos, baptistas y partidarios de Judas el Gaulonita, que no salieron del mundo judío y perecieron con él, se lanzaron bien pronto al mundo con la mayor resolucion y ocuparon en aquel su puesto. Las pocas citas que sobre cristianos encontramos en Josefo, en el Talmud, y en todas las obras de los autores griegos y latinos, no debe sorprendernos. Josefo ha llegado hasta nosotros por los copistas cristianos que han sabido suprimir todo lo que era contrario á su creencia; pero podemos suponer que hablaba con más extension de Jesús y de los cristianos, que la edicion que ha llegado hasta nosotros. El Talmud sufrió tambien durante la edad media y despues de su primera publicacion, varias supresiones y alteraciones, pues se ejerció la censura cristiana sobre el texto con mucha severidad, y fueron quemados una multitud de desdichados judíos por haber tenido en su poder un libro conteniendo páginas consideradas como blasfematorias. No es tampoco sorprendente que los escritores griegos y latinos se preocupen poco de un movimiento que no pueden comprender y que tuvo lugar en un pequeño mundo cerrado para ellos. El cristianismo se pierde á sus ojos sobre el oscuro fondo del judaismo; esto fué una querella de familia en el fondo de una nacion abyecta; ¿á qué ocuparse de ello?

Los dos ó tres pasajes en que Tácito y Suetonio hablan de los cristianos, prueban que algo extraordinaria debia ser la secta nueva, cuando traspasó el círculo ordinario de la publicidad, y al poco tiempo, á través de las nubes de la indiferencia general, comenzó á destacarse vigorosamente.

Por lo demás, lo que contribuyó á borrar un poco las formas del cristianismo en la historia del mundo judío en el primer siglo de nuestra era, es que no fué un hecho aislado. Philon, en la hora á que hemos llegado, habia concluido su carrera, consagrada enteramente al amor del bien. La secta de Judas el Gaulonita dura todavía: el agitador tuvo como continuadores de su pensamiento á sus hijos Jacobo, Simon y Menahem: pero los dos primeros fueron crucificados por órden del procurador Tiberio Alejandro. En cuanto al tercero, desempeñará en la catástrofe final de la nacion un importante papel. El año 44, un entusiasta llamado Teudas se presentó anunciando una próxima libertad, é invitó á la multitud á que le siguiera al desierto, prometiendo, cual otro Josué, hacerle pasar el Jordan á pié enjuto; ya que este pasaje era segun él el verdadero bautismo que debia iniciar á cada uno de sus fieles en el reino de Dios. Siguiéronle más de cuatrocientas personas; pero el procurador Fado, mandó contra él á la caballería, dispersólos y le hirió. Algunos años antes se habia levantado toda la Samaria á la voz de un iluminado que pretendia haber tenido una revelacion en el lugar de Garissim, donde Moisés habia ocultado los instrumentos sagrados del culto. Pilatos habia reprimido con gran rigor este movimiento. En cuanto á Jerusalem, la paz habia acabado para ella, pues á contar desde la llegada del procurador Ventidio Cumano (año 48), los trastornos no cesaron; la excitacion habia llegado á tal punto, que la vida era insufrible y las circunstancias más insignificantes producian estallidos. Sentíase una extraña fermentacion, una especie de turbacion misteriosa; por todas partes se multiplicaban los impostores; los terribles zelotas (Kenaïm) ó sicarios, empezaban á aparecer; y varios miserables armados de puñales se metian entre la multitud, herian á sus víctimas, y eran los primeros que gritaban al asesino. No se pasaba dia sin que se cometiera alguno de estos asesinatos; extendiéndose el terror de una manera extraordinaria. Josefo presenta los crímenes de estos sicarios como cometidos por bribones, pero no es dudoso que el fanatismo se mezclaba en ello: para defender la ley aquellos miserables se armaron del puñal: el que faltaba segun ellos á las prescripciones legales, veia pronto pronunciada y ejecutada su sentencia. Con ello creian llevar á cabo la obra más meritoria y más agradable á Dios.

Escenas análogas á las de Teudas, renovábanse por todas partes. Varios personajes pretendiéndose inspirados sublevaban el pueblo y le arrastraban consigo al desierto, bajo el pretexto de hacerle ver por signos manifiestos que Dios iba á librarles. La autoridad romana deseaba exterminar á estos agitadores que reunian las gentes á millares, en términos de que en el año 56, un judío que vino de Egipto á Jerusalem, con su prestigio consiguió atraer más de treinta mil personas, entre las que habia cuatro mil sicarios. Desde el desierto, queria llevarles al monte Olivete, para ver desde allí, segun decia, caer las murallas de Jerusalem á su solo mandato. Félix, que era entonces procurador, marchó contra él y dispersó á su gente, pero el egipcio se salvó y no pareció más. Sin embargo, así como en un cuerpo enfermizo los males se suceden unos á otros, viéronse pronto partidas mandadas por mágicos y ladrones que conducian claramente al pueblo á revolucionarse contra los romanos, amenazando de muerte á los que continuaran obedeciéndoles. Bajo este pretexto maltrataban á los ricos, decomisaban sus bienes, quemaban sus casas, dejando en toda la Judea huellas de su furor. Anunciábase una guerra espantosa: reinaba fuerte agitacion por do quier, y las imaginaciones se mantenian en un estado cercano á la más completa locura.

No era imposible que Teudas se inspirara en el espíritu de imitacion á la vista de Jesús y de Juan Bautista. Á lo menos esta imitacion se evidenció con Simon de Gitton, si merecen alguna fé las tradiciones cristianas acerca de este personaje. Le hemos visto ya en relacion con los apóstoles á propósito de la primera mision de Felipe en Samaria. Bajo el reinado de Claudio es cuando conquistó su celebridad. Sus milagros eran considerados como permanentes, y en Samaria le miraba todo el mundo como un personaje sobrenatural.

No eran solo sus milagros los únicos fundamentos de su reputacion. Segun parece usaba una doctrina que nos es imposible juzgar, ya que la obra intitulada La Grande Exposicion que se le atribuye, y que ha llegado hasta nosotros por extracto, no es tal vez otra cosa más que una síntesis modificada de sus ideas. Simon, durante su permanencia en Alejandría, parece haber fomentado en sus estudios de filosofía griega un sistema de teosofía sincrética y de exégesis alegórica semejante á la de Philon. Este sistema tiene su grandeza: pues tan pronto recuerda la cábala judía, como las teorías panteistas de la filosofía indiana; y bajo cierto punto de vista parece una imitacion del budismo y del parsismo. Al frente de todas las cosas está «Aquel que es, que ha sido y que será,» es decir el Jahveh samaritano, entendido segun la fuerza etimológica de su nombre, el Sér eterno, único engendrado por sí mismo, aumentando por sí mismo, encontrándose á sí mismo, padre, madre, hermana, esposo, é hijo de sí mismo. En el seno de este infinito, todo poder existe eternamente; todo pasa á la accion y á la realidad por la conciencia del hombre, por la razon, la lengua y la ciencia. El mundo se explica ya por una gerarquía de principios abstractos, análogos á los Eones del gnosticismo y al árbol sefirótico de la cábala, ya por un sistema de ángeles que parece tomado de las creencias de la Persia. Estas abstracciones se presentan algunas veces como traducciones de hechos físicos y psicológicos: otras veces, los poderes divinos, considerados como sustancias separadas, se realizan en encarnaciones sucesivas, ya masculinas, ya femeninas, cuyo fin es el libertar á los séres encadenados por los lazos de la materia. El primero de estos poderes es el que por excelencia se llama «el Grande,» y que es la inteligencia de este mundo, la Providencia universal. Es masculina y se considera á Simon como su encarnacion. Al lado de ella está la syzigia femenina, «el Gran Pensamiento.» Habituado Simon á revestir sus teorías de un extraño simbolismo, imagina interpretaciones alegóricas para los antiguos textos sagrados y profanos, á los cuales el autor de la Grande Exposicion, da el nombre de Helena, significando con esto que era el objeto del deseo universal, la eterna causa de discusion entre los hombres, la que se venga de sus enemigos y les ciega, hasta el momento en que consienten cantar la palinodia; teme que mal comprendido é interpretado torcidamente por los padres de la Iglesia da lugar á cuentos pueriles. El conocimiento de la literatura griega que posee el autor de la Grande Exposicion, es en todo caso, muy notable. Él sostiene que cuando se saben comprender los escritos de los paganos bastan para el conocimiento de todas las cosas; su eclectismo abraza todas las revelaciones y procura refundirlas en un solo órden de verdades.

En cuanto al fondo de su sistema, hay mucha analogía con el de Valentin y con las doctrinas sobre las personas divinas que se encuentran en el cuarto Evangelio, en Philon, y en los Targums. Este «Metatrono» es el que los judíos colocaban al lado de la Divinidad y hasta en su sentido se parece mucho al «Gran poder.» En la teología de los samaritanos se vé figurar un Gran ángel, jefe de los demás, y una especie de manifestaciones, ó virtudes divinas, análogas á las que la cábala judía se figuraba por su parte. Por esto parece que Simon de Gitton fué una especie de teósofo en el mismo género de Philon y de los cabalistas. Tal vez se acercó alguna vez al cristianismo, pero no se acercó á él de una manera decisiva.

Si tomó algo de los discípulos de Jesús, es muy difícil probarlo. Si la Grande Exposicion es suya, vemos que en algunos pasajes se adelanta á las ideas cristianas, y en otros se relaciona mucho con ellas. Lo que parece es que ensayó un eclecticismo análogo al que practicó más tarde Mahoma, y que intentó fundar su religion aceptando la mision divina de Juan y de Jesús, á fin de ponerse en mística relacion con ellos. Él sostuvo que el mismo Simon se habia aparecido á los samaritanos, como Pedro á los judíos, para la crucifixion visible del Hijo, y á los gentiles para la infusion del Santo Espíritu. Segun parece, preparó tambien el terreno para la doctrina de los Docetas, pues decia que era él quien habia sufrido en Judea en la persona de Jesús, pero que este sufrimiento fué solo aparente. Su pretension de ser la misma Divinidad y de hacerse adorar ha sido probablemente exagerada por los cristianos que solo han procurado hacerle odioso.

Por lo demás se vé que la doctrina de la Grande Exposicion es casi la de todos los escritos gnósticos, y si verdaderamente Simon ha profesado estas doctrinas, han tenido mucha razon los padres de la Iglesia en considerarle como un fundador del gnosticismo. Nosotros creemos que la Grande Exposicion no tiene más que una autenticidad relativa, y es poco más ó menos á la doctrina de Simon, lo que el cuarto Evangelio al pensamiento de Jesús; que se refiere á los primeros años del siglo II, es decir, á la época en que las ideas teosóficas de Logos dejaron de predominar. Estas ideas que encontramos en gérmen en la Iglesia cristiana el año 60, pudieron ser conocidas de Simon cuya vida acaso se prolongara hasta fines del siglo.

En nuestro concepto, este enigmático personaje es una especie de plagiario del cristianismo. La imitacion parece ser una costumbre constante entre los samaritanos. De la misma manera que habian imitado siempre el judaismo de Jerusalem, estos sectarios copiaron tambien del cristianismo, hicieron sus especulaciones teosóficas y su cábala. Pero Simon ¿fué un imitador respetable á quien no se pueda calificar de prestidigitador inmoral y ridículo, que explotaba en su favor una doctrina formada de trozos recogidos aquí y allá? Hé aquí lo que probablemente se ignorará siempre. Simon ocupaba en la historia una posicion muy falsa; marcha sobre una cuerda tirante donde no es permitida oscilacion alguna; en este punto no hay más que elegir entre una caida ridícula ó un éxito maravilloso.

Todavía nos ocuparemos más de Simon y veremos si las leyendas durante su permanencia en Roma que al mismo se refieren, tienen alguna verosimilitud. Lo cierto es que la secta simoniana duró hasta el siglo III; que tuvo dos iglesias en Antioquía, y tal vez hasta en Roma mismo; que Menandro de Caparetea y Clobio continuaron la doctrina de Simon, ó mejor imitaron su papel de teurgo, con un recuerdo más ó menos vivo de Jesús y de sus apóstoles. Simon y sus discípulos fueron muy estimados entre sus correligionarios. Las sectas del mismo género, paralelas al cristianismo, y más ó menos impregnadas de gnosticismo, no cesaron de producirse entre los samaritanos hasta su destruccion por Justiniano. El destino de este pequeño grupo fué sufrir las consecuencias de todo lo que pasaba á su alrededor, sin producir nada completamente original.

En cuanto á los cristianos, la memoria de Simon de Gitton les era aborrecible. Esos prestigios, que tanto se parecían a los suyos, les irritaban, y haber alcanzado el éxito de los apóstoles fué el más imperdonable de los crímenes. Pretendióse que los prodigios de Simon y de sus discípulos eran obra del diablo y se denigró al teósofo samaritano con el nombre de Mágico, que los fieles tomaban en muy mal sentido. Toda la leyenda cristiana de Simon revelaba una cólera reconcentrada: se le atribuyeron las máximas del quietismo y los excesos que se suponen ser su consecuencia; se le consideró como padre de todo error, como el primer heresiarca: se contaron sus aventuras ridículas, sus hechos con referencia á Pedro, y se atribuyó á otro motivo distinto el impulso que le llevó hácia el cristianismo. Tan preocupados estaban con su nombre, que creian leerle al través de las páginas donde no estaba escrito. El simbolismo de que ha revestido sus ideas fué interpretado de la manera más grotesca. La Helena que él identificaba con la primera inteligencia, se consideró como una mujer pública que habia comprado en el mercado de Tiro: su nombre, en fin, se colocó al lado del de Judas y se tomó como sinónimo de antiapóstol, última injuria y palabra proverbial para designar un impostor de profesion, un adversario de la verdad que quisiera presentarse con misterio. Este fué el primer enemigo del cristianismo, ó mejor dicho, el primer personaje que el cristianismo trató como enemigo, no escaseándose los piadosos fraudes ni calumnias para disfamarle. La crítica no puede, en este caso, revindicarle porque le faltan los documentos auténticos y contradictorios; lo único que puede hacer es retratarle tal como aparece en las tradiciones poniendo en relieve el estilo despreciativo que en ellas se nota.

Á lo menos no debe acusarse al teurgo samaritano de una imitacion que acaso no hiciera. En una reseña del historiador Josefo, un mágico judío llamado Simon, nacido en Chipre, desempeñaba por parte del procurador Félix el papel de proxeneto. Las circunstancias de esta reseña no convienen con Simon de Gitton y no debe hacérsele responsable de los hechos de un personaje que solo puede tener de comun con él su nombre, que llevaban entonces millares de hombres, ni de la pretension de hacer obras sobrenaturales que tenia entonces una multitud de sus contemporáneos.

XVI

Marcha general de las misiones cristianas.


Año 45


Hemos visto á Bernabé partir de Antioquía para remitir á los fieles de Jerusalem la colecta de sus hermanos de Siria. Le hemos visto presenciar alguno de los disturbios que la persecucion de Herodes Agrippa I causó á la Iglesia de Jerusalem; volvamos con él á Antioquía, donde parece haberse concentrado en este momento toda la actividad creadora de la secta.

Bernabé llevó consigo á un celoso colaborador: este era su primo Juan Márcos, el discípulo querido de Pedro, el hijo de aquella María en casa de la cual el primero de los apóstoles deseaba permanecer. Sin duda, tomando este nuevo colaborador, pensaba ya en la grande empresa á la cual iba á asociarle. Tal vez preveia las divisiones que la misma obra suscitaria, y tenia cuidado de tomar por compañero un hombre que sabia era el brazo derecho de Pedro, es decir, del apóstol que en los asuntos generales tendria mayor autoridad.

Esta empresa no fué más que una série de grandes misiones que debian partir de Antioquía, teniendo por programa la conversion del mundo entero. Como todas las grandes resoluciones que se tomaban en la Iglesia, fué tambien atribuida aquella al Espíritu Santo. Se creyó ser obra de un llamamiento especial, de una eleccion sobrenatural, que se supuso haber sido comunicada á la Iglesia de Antioquía mientras ayunaba y oraba. Tal vez alguno de los profetas de la Iglesia, Menahem ó Lucio, en uno de sus accesos de glosolalia pronunció algunas palabras de las cuales pudo deducirse que Pablo y Bernabé estaban predestinados á esta mision. En cuanto á Pablo, estaba convencido que Dios le habia elegido desde el vientre de su madre para la obra á la cual iba á consagrarse enteramente.

Los dos apóstoles se agregaron á título de subordinado para secundarles en la parte material de su empresa, al Juan Márcos que Bernabé habia llevado consigo á Jerusalem. Cuando terminaron los preparativos, hubo ayunos y oraciones, y se impusieron las manos á los dos apóstoles para indicar que la mision era conferida por la misma Iglesia; se les recomendó á la gracia de Dios y partieron. ¿Por qué lado se dirigieron? ¿Qué mundo iban á evangelizar? Esto es lo que importa saber.

Todas las grandes misiones cristianas primitivas, se dirigieron hácia el oeste, ó en otros términos, tomaron por teatro ó cuadro el imperio Romano. Si se exceptúa alguna pequeña parte del territorio de los Arsácidas, comprendido entre el Éufrates y el Tigris, el imperio de los Partos no tuvo durante el primer siglo misiones cristianas. El Tigris fué por el Oriente una barrera que el cristianismo solo traspasó en las Sasanidas. Dos grandes causas, el Mediterráneo y el imperio Romano, determinaron este hecho capital.

El Mediterráneo era hacia mil años el gran camino por donde habian cruzado todas las civilizaciones y todas las ideas. Los romanos habian ahuyentado de él la piratería, convirtiéndole en una magnífica via de comunicacion. Una numerosa marina de cabotaje hacia más fáciles los viajes por la costa de este gran lago. La seguridad relativa que ofrecian los caminos del imperio, las garantías que se encontraban en los poderes públicos, la difusion de los judíos sobre todo el litoral del Mediterráneo, el uso de la lengua griega en toda la parte oriental de este mar, la unidad de civilizacion que los griegos tenian con los romanos, hicieron del mapa del imperio el mapa mismo de los países reservados á las misiones cristianas y destinados á ser cristianos. El orbis romano llegó á ser el orbis cristiano, y en este sentido puede afirmarse que los fundadores del imperio fueron tambien los fundadores de la monarquía cristiana, ó al menos diseñaron sus contornos. Toda provincia conquistada por el imperio romano, era una provincia conquistada al cristianismo. Cuando uno se figura á los apóstoles ante una Asia Menor, una Grecia, una Italia dividida en cien pequeñas repúblicas, una Galia, una España, un África ó un Egipto denominadas por antiguas instituciones nacionales, no se puede esperar un buen éxito y mucho menos que haya podido nacer el proyecto. La union del imperio era la condicion prévia de todo proselitismo religioso, haciéndose superior de las nacionalidades. El imperio lo comprendió en el siglo XIV y se hizo cristiano: vió que el cristianismo era la religion que él habia creado sin saberlo, la religion limitada por sus fronteras, identificada con él, capaz de procurarle una segunda vida. La Iglesia por su parte se hizo romana y se ha conservado hasta nuestros dias como un recuerdo del imperio. Decid á Pablo que Claudio será su primer auxiliar; decid á Claudio que aquel judío que parte de Antioquía va á fundar la parte más sólida del edificio imperial, y asombrareis al uno y al otro, y sin embargo, esto fué una verdad.

De todos los países extraños á la Judea, el primero donde se estableció el cristianismo fué naturalmente en Syria. Los naturales de Palestina y el gran número de judíos establecidos en aquella comarca, hacian inevitable este hecho. Chipre, el Asia Menor, la Macedonia, la Grecia y la Italia, fueron visitadas por los hombres apostólicos con algunos años de intervalo. El Mediodía de la Galia, la España, y la costa de África, aunque se evangelizaron bien pronto, fueron los últimos puntos que invadió el cristianismo.

Lo propio sucedió en Egipto. El Egipto no figura apenas en la historia apostólica; parece que los misioneros apostólicos le vuelven sistemáticamente la espalda. Este país, que á partir del siglo III, se convierte en teatro de los acontecimientos más importantes de la historia de la religion, fué entonces un atraso para el cristianismo. Apolo es el único doctor cristiano salido de la escuela de la Alejandría, y aun éste aprendió el cristianismo en sus viajes. Es necesario atribuir la causa de este notable fenómeno á las pocas relaciones que existian entre los judíos de Egipto y los de Palestina, y sobre todo al hecho de que el Egipto judío tuvo bajo cierto aspecto su especial desarrollo religioso. El Egipto tenia á Philon y los terapeutas, este era su cristianismo, el cual le dispensaba de escuchar al otro con atencion. En cuanto al Egipto pagano, poseia instituciones religiosas más sólidas que las del paganismo greco-romano; la religion egipciaca estaba todavía en toda su fuerza y cercano el momento en que iban á bautizarse los enormes templos de Esneh, y de Ombos, en los cuales la esperanza de tener en el pequeño Cesarion un último rey Ptolomeo, ó un Mesías nacional, hacia salir como de la tierra los santuarios de Dendera, y de Hermontis, comparables á las más bellas obras faraónicas. El cristianismo se establecia por todas partes sobre las ruinas del sentimiento nacional y de los cultos locales. La degradacion de las almas era rara en Egipto, y hacia raras las aspiraciones que abrieron al cristianismo tan fáciles caminos.

Un relámpago que parte de la Syria, ilumina casi simultáneamente las tres grandes penínsulas del Asia Menor, de Grecia y de Italia, y que bien pronto seguido de un segundo reflejo abraza casi todas las costas del Mediterráneo, hé aquí lo que fué la primera aparicion del cristianismo: la marcha de las naves apostólicas es casi siempre la misma. La predicacion cristiana parece seguir una huella anterior que no es otra que la de la emigracion judía. Como un contagio que teniendo su foco en el fondo del Mediterráneo, aparece de repente sobre cierto número de puntos del litoral, donde se comunica por una correspondencia secreta, el cristianismo tuvo sus puertos de arribada designados en cierto modo de antemano. Estos puertos se reconocian casi todos por las colonias judías; una sinagoga precedió, en general, al establecimiento de la Iglesia: diríase que era una cadena eléctrica por cuya extension la idea nueva corria de una manera casi instantánea.

En efecto, despues de ciento cincuenta años el judaismo extendido por el Oriente y Egipto, habia tomado su vuelo hácia el Occidente. Cirene, Chipre, el Asia Menor, ciertas poblaciones de Macedonia y de Grecia, y la Italia tenian juderías importantes. Los judíos daban el primer ejemplo de este género de patriotismo que los Partos, los Armenios, y hasta cierto punto los Griegos modernos debian mostrar más tarde; patriotismo extremadamente enérgico porque no se refiere á un determinado suelo; patriotismo de comerciantes extendidos por todas partes, reconociéndose por todo como hermanos; patriotismo que no conduce á formar estados compactos, pero sí pequeñas comunidades autónomas en el seno de los demás Estados. Estos judíos dispersos unidos estrechamente entre sí, constituyen en las poblaciones, congregaciones casi independientes, teniendo sus magistrados y consejos. En ciertas poblaciones tenian su etnarca ó alabarca, revestido de derechos casi soberanos. Habitaban barrios separados y fuera de la jurisdiccion ordinaria, muy despreciados de todo el mundo, pero donde reinaba la felicidad. Eran más pobres que ricos, pues no habia llegado aún la época de las grandes fortunas judías que empezaron en España bajo los Visigodos. El acaparamiento de los negocios por los judíos fué el efecto de la incapacidad administrativa de los bárbaros, de la repugnancia que inspiró á la Iglesia la ciencia del dinero y de sus ideas superficiales sobre el préstamo á interés. En el imperio romano nada hay semejante, pues cuando el judío no poseia riquezas, era muy pobre, ya que no era aficionado á la agricultura. En todo caso sabia sufrir muy bien la pobreza, pero lo que sabia más aún era aunar la preocupacion religiosa más exaltada con la más rara habilidad comercial. Las excentricidades teológicas no excluyen en manera alguna el buen sentido en los negocios. En Inglaterra, en América, en Rusia, los sectarios más entusiastas (irvingianos, santos de los últimos dias, raskolniks) son buenos comerciantes.

La propiedad de la vida judía piadosamente practicada ha sido siempre la de producir mucha alegría y cordialidad. En aquel pequeño mundo todos se amaban; se amaba hasta el mismo pasado; las ceremonias religiosas iban adquiriendo poco á poco nueva vida. Habia alguna analogía con las distintas comunidades que existen todavía en las grandes ciudades turcas, como por ejemplo la griega, armenia, y judía, de Esmirna, reducidas cofradías donde se conoce todo el mundo, donde todos viven juntos y conspiran juntos. En estas pequeñas repúblicas, las cuestiones religiosas dominan siempre á las cuestiones políticas, ó más bien aquellas suplen y completan á estas. Una herejía es en ellas un asunto de Estado; un cisma tiene siempre por orígen una cuestion de personas. Los romanos, salvo raras excepciones, no penetraban jamás en aquellos círculos reservados. Las sinagogas promulgaban decretos, daban honores, y hacian las veces de verdaderas municipalidades. Era grande la influencia de estas corporaciones: en Alejandría llegó á ser de primer órden, y dominó todo el recinto interior de la ciudad. En Roma eran numerosos los judíos, y constituian un apoyo que nadie desdeñaba. Ciceron presenta como un acto de valor haber intentado resistirse á los mismos judíos. César les favoreció y les encontró fieles; Tiberio para contenerles tomó las más enérgicas medidas; Calígula, cuyo reinado fué para ellos nefasto en Oriente, les concedió permiso para asociarse, en Roma. Claudio que les favorecia en Judea, se vió obligado á echarles de la ciudad. Encontrábaseles por todas partes y podia decirse de ellos como de los griegos, que vencidos, habian impuesto sus leyes á los vencedores.

Las disposiciones de las poblaciones indígenas hácia estos extranjeros eran muy diversas. Por una parte el sentimiento de repulsion y antipatía que producian los judíos por su espíritu de aislamiento constante, por su carácter rencoroso, y por sus hábitos insociables, se manifestaban de una manera decisiva donde eran más numerosos y estaban más organizados. Cuando libres, eran realmente séres privilegiados porque gozaban de ciertos beneficios de la sociedad, sin sufrir sus gravámenes. Algunos charlatanes explotaban el sentimiento de curiosidad que inspiraba su culto, y bajo el pretexto de explicar sus secretos cometian toda clase de pillerías. Algunos folletos violentos y satíricos, como el de Apion, de los cuales los escritores profanos han dado frecuentemente reseñas, circulaban sirviendo de alimento para excitar la cólera del público pagano. Los judíos parecen haber sido en general séres mezquinos, que de todo se quejaban. Veíase en ellos á una sociedad secreta, mal intencionada para el resto de los hombres, cuyos miembros se vendian á cualquier precio en detrimento de los otros. Sus costumbres, su aversion á ciertos alimentos, su dejadez, su falta de distincion, el mal olor que exhalaban, sus escrúpulos religiosos, sus minuciosidades en la observancia del sábado, se consideraban como ridiculeces. Una vez introducido en la sociedad, el judío por una consecuencia natural, no tenia cuidado alguno en parecer fino. Por eso se les encontraba por todas partes con sus trajes sucios, aire tosco, andar fatigado, cara pálida, ojos enfermizos, y cierta expresion de beatitud, formando sus mujeres grupo á parte, con sus hijas, sus paquetes de mercancías y sus canastos que constituian todo su mobiliario. En las poblaciones ejercian los tráficos más despreciables: mendigos, ropavejeros, ó vendedores de fósforos. Despreciábase injustamente su ley y su historia. Tan pronto se les creia supersticiosos, y crueles; como ateos, ó contentadores de los dioses. Su aversion hácia las imágenes era una prueba de su impiedad. La circuncision sobre todo ofrecia asunto para las interminables burlas que se les dirigian.

Pero estos juicios superficiales no eran los de todos; los judíos tenian tantos amigos como detractores; su formalidad, sus buenas costumbres, la sencillez de su culto gustaban á mucha gente. Veíase en ellos algo de superior. Organizábase una vasta propaganda monoteista y mosaica; y una especie de torbellino poderoso se iba formando al rededor de aquel pequeño pueblo. El pobre judío de Trastévere, que salia por la mañana con sus mercancías, entraba con frecuencia por la noche enriquecido con las limosnas procedentes de manos piadosas. Sobre todo las mujeres iban en grupos á buscar á estos misioneros. Juvenal califica de vicio la inclinacion de las damas de aquella época hácia la religion judía y las critica por esto. Las que se habian convertido aseguraban que eran completamente felices pero el antiguo espíritu helénico y romano resistia enérgicamente; el desprecio y el ódio hácia los judíos se revela en todos los hombres ilustrados tales como Ciceron, Horacio, Séneca, Juvenal, Tácito, Quintiliano y Suetonio. Por el contrario, aquella enorme masa de poblaciones mezcladas que el imperio habia sometido, á las cuales era extraño el espíritu romano y la sabiduría helénica, corrian en tropel hácia una sociedad en que encontraban ejemplos interesantes de concordia, de caridad, de socorros mútuos, de simpatía, de aficion al trabajo y de altiva pobreza. La mendicidad, que fué más tarde enteramente cristiana, era entonces completamente judía. El mendigo de profesion, formado por su madre, se presentaba á la imaginacion de los poetas de aquel tiempo como un judío.

La exencion de ciertas cargas civiles y en particular de la milicia hacia en cierto modo envidiable la suerte de los judíos. El Estado entonces pedia muchos sacrificios y daba pocas alegrías morales; todo estaba frio y desanimado y la vida tan triste en el seno del paganismo, adquiria todo su encanto en la tibia atmósfera de la sinagoga y de la iglesia. Allí, sin embargo, no se encontraba libertad puesto que los correligionarios se espiaban sin cesar los unos á los otros; pero aunque la vida interior de estas pequeñas comunidades fuese muy agitada, se gozaba infinitamente: nadie las abandonaba y no habia apóstatas. El pobre estaba contento en ellas; miraba sin envidia la riqueza y con la tranquilidad de una buena conciencia. El sentimiento verdaderamente democrático de la locura mundana, de la vanidad de las riquezas y de las grandezas profanas, expresábase allí claramente. Se ha comprendido poco el mundo pagano y se le ha juzgado con demasiada severidad; la civilizacion romana se ha presentado como foco de todas las inmoralidades y de vicios odiosos, de la misma manera que un obrero de nuestros tiempos, imbuido en las doctrinas socialistas, se representa á los aristócratas bajo los más negros colores. Pero allí habia animacion, alegría é interés, como sucede hoy dia en las más pobres sinagogas de Polonia y de Galitzia. La falta de elegancia y delicadeza en las costumbres se compensaba por un agradable espíritu de familia y de honradez patriarcal. En la sociedad elevada, por el contrario, el egoismo y el aislamiento de las almas habian dado su último fruto.

La parábola de Zacarías se realizaba: el mundo iba á cogerse de los vestidos de los judíos para decirles: «Llevadnos á Jerusalem.» No habia poblacion grande donde no se celebrara el sábado, el ayuno y las demás ceremonias del judaismo. Josefo se atreve á invitar á los que duden á que consideren el estado de su patria y hasta su propia casa, y vean si no se encuentra en ellas la confirmacion de lo que dice. La presencia en Roma y cerca del emperador de varios miembros de la familia de los Herodes, los cuales practicaban su culto delante de todo el mundo, contribuia mucho á esta publicidad. El sábado, se imponia como una necesidad á las clases menesterosas en los barrios donde habia judíos. Su obstinada resistencia en no abrir las tiendas en semejante dia obligaba á los vecinos á modificar sus costumbres, y á esto se debe sin duda que en Salónica se observe el sábado aún en la actualidad, tanto más cuanto que la poblacion judía es allí demasiado numerosa y rica para dejar de imponer la ley y regular el dia del descanso cerrando sus despachos.

Así como el judío, á quien con frecuencia acompañaba, el sirio era un instrumento activo de la conquista del Occidente por el Oriente; se le confundia con frecuencia, y Ciceron creia haber encontrado el retrato comun á entrambos, llamándoles naciones nacidas para la esclavitud. Esto era lo que les aseguraba el porvenir, ya que el porvenir era entonces de los esclavos. El carácter del sirio se distinguia principalmente por su volubilidad, su ligereza, y el despejo superficial de su espíritu. La naturaleza siria es como una imágen fugitiva en las nubes del cielo; por momentos suele trazar ciertas líneas con gracia, pero estas líneas, no llegan á formar jamás un dibujo completo. En la sombra, á la pálida luz de una lámpara, la mujer siria, cubierta con sus velos, con sus miradas vagas y languidez infinita, produce alguna ilusion; pero al analizar esta belleza todo se evapora, todo es ficticio.

Lo único que la raza siria tiene de agradable, es el niño de cinco ó seis años; en la raza griega, por el contrario, el niño es inferior al jóven adulto, y éste inferior al anciano. La inteligencia siria halaga por su prontitud y ligereza; pero le falta fijeza, solidez; es como ese vino de oro del Líbano, que causa un transporte agradable pero del cual nos cansamos pronto. Los verdaderos dones de Dios deben tener algo á la vez de delicados y de fuertes, de embriagadores y de durables. La Grecia es hoy más apreciada que nunca y lo será cada dia más y más.

Muchos emigrados sirios á quienes el deseo de hacer fortuna llevaba al Occidente estaban más ó menos unidos al judaismo, y los que no, permanecian fieles al culto de su ciudad, es decir, al recuerdo de algun templo dedicado á un Júpiter local, que era generalmente su Dios supremo, á quien daban algun título particular. Esto era en el fondo una especie de monoteismo que los sirios encubrian con el culto de sus extraños dioses.

Comparados con las personalidades divinas completamente distintas entre sí que ofrecia el politeismo griego y romano, los dioses de que se trata, en su mayor parte sinónimos del Sol, eran casi hermanos del Dios único. Semejantes á ciertas melopeas enervantes, los cultos sirios podian parecer menos áridos, más expresivos que el culto griego, y las mujeres de Siria la observaban con cierta exaltacion y voluptuosidad. Estas mujeres fueron en todo tiempo séres extraños que fluctuaban entre el demonio y Dios, entre la santa y poseida; la santa de virtudes severas, de heróicos sacrificios y de firme resolucion, pertenece á otras razas y otros climas; la santa de imaginacion ardiente, de arrebatos absolutos y de súbitos amores, es la santa de Siria. La poseida de nuestra edad media es la esclava de Satanás por su humillacion ó sus pecados; la poseida de Siria es la loca por idealismo, la mujer que se siente herida en sus sentimientos, que se venga con frenesí ó se encierra en el mutismo que no espera para curarse más que una palabra dulce ó una dulce mirada. Trasportadas al mundo occidental, estas Sirias adquirian influencia, algunas veces por malas artes de mujer, y otras por cierta superioridad moral y una verdadera disposicion. Esto se vió ciento cincuenta años despues, cuando los personajes más importantes de Roma se casaron con Sirias, las cuales tomaron un gran ascendiente en los asuntos públicos. La mujer musulmana de nuestros dias, especie de comadre chillona, estúpidamente fanática, que no existiendo sino para el mal, es incapaz de virtud alguna, no debe hacernos olvidar á las Julia Domna, á las Julia Mæsa, Julia Mamæa y Julia Soemia, que introdujeron en Roma, en punto á religion, una tolerancia y unas tendencias místicas desconocidas hasta entonces. Lo más notable es, que la dinastía siria se mostró favorable al cristianismo, y que Mameo, y más tarde el emperador Felipe el Árabe, se consideraron como cristianos. En los siglos III y IV, el cristianismo fué por excelencia la religion de Siria; despues de Palestina, Siria fué la que tuvo más parte en la fundacion de aquel.

En Roma sobre todo, y durante el primer siglo, fué donde el sirio comenzó á desplegar su infatigable actividad: dedicado á los más humildes oficios, tales como lacayo, mozo de cuerda, cochero etc., el Syrus entraba por todas partes, introduciendo consigo la lengua y las costumbres de su país. No tenia la altivez ni los conocimientos filosóficos de los Europeos, y mucho menos su vigor, pues débil de cuerpo, pálido, atacado con frecuencia por la fiebre, sin observar método en las horas de comer y dormir, como hacen nuestras robustas razas, alimentándose solo de cebollas y otros vegetales, y dedicando muy pocas horas al sueño, el Sirio moria jóven y estaba generalmente enfermo. Sus cualidades dominantes eran la humildad, la dulzura, la afabilidad, poca solidez de espíritu y no muy buen sentido, excepto cuando se trataba de sus negocios; pero en cambio era muy ardiente, aunque algo afeminado. Como el Sirio no ha tomado nunca parte en la vida política, tiene una aptitud especial para todos los asuntos religiosos, y bien puede decirse que ese pobre Maronita, afeminado, humilde y andrajoso, ha llevado á cabo la más grande de las revoluciones. Su antecesor, el Syrus de Roma, fué el que mostró más celo para llevar la buena nueva á los afligidos; todos los años iban á Grecia, á Italia y á la Galia, colonias enteras de estos Sirios impulsados por su aficion natural á los pequeños negocios, y era fácil reconocerles en los buques por sus numerosas familias, que siempre les seguian, siendo de notar en aquellas, sus hermosos niños, sus jóvenes madres, de aspecto infantil, siempre risueñas y sumisas al lado de sus esposos. Las cabezas que se destacan en estos tranquilos cuadros de familia, son poco acentuadas, no pueden compararse con las de Arquímedes, de Platon, ó de Fidias; pero en cambio, el mercader Sirio al llegar á Roma, es un hombre bueno y misericordioso, caritativo con sus compatriotas y amante de los pobres; habla con los esclavos y les indica un asilo donde estos infelices, reducidos por la dureza de los Romanos al más desconsolador aislamiento, puedan encontrar alivio y consuelo. Las razas griegas y latinas, razas de señores, que han nacido para lo grande, no saben sacar partido de tan humilde posicion; el esclavo de estas razas pasaba su vida en la insubordinacion y el deseo de hacer mal; el esclavo ideal de la antigüedad tiene todos los defectos imaginables; es goloso, embustero, malo y enemigo natural de su dueño, y con esto, probaba en cierto modo su nobleza, protestando contra una ley opuesta á la naturaleza. El buen Sirio no protestaba; aceptaba su ignominia, y á fin de sacar el mejor partido posible, captábase la buena voluntad de su amo, se atrevia á hablarle y procuraba complacer á su señora. Este gran agente de la democracia iba así deshaciendo malla por malla la red de la civilizacion antigua; las viejas sociedades, fundadas sobre el desprecio, sobre la desigualdad de las razas, sobre el valor militar, estaban perdidas para siempre. La debilidad y la humillacion, van á ser una ventaja para el perfeccionamiento de la virtud; la nobleza romana y la sabiduría griega, lucharán aún tres siglos; á Tácito le parecerá bien deportar á millares de esos infelices; si interissent, vile damnum! y la aristocracia romana se irritará, llevando á mal tengan sus dioses y sus instituciones. Está sin embargo escrito de antemano quién ha de alcanzar la victoria; será el Sirio, el pobre hombre que ama á sus semejantes, que comparte con ellos lo que tiene y que se asocia con ellos; la aristocracia romana tiene que perecer por su impiedad.

Para explicarnos la revolucion que va á realizarse, es necesario darnos cuenta del estado político, social, moral, intelectual y religioso del país donde el proselitismo judío habia abierto surcos que debia cubrir la predicacion cristiana. Espero que este estudio demostrará evidentemente que la conversion del mundo á las ideas judías y cristianas, era inevitable, y que no es de extrañar más que una cosa: que esa conversion se haya verificado con tanta lentitud y tan tarde.

XVII

Estado del mundo hácia mediados del primer siglo.


Año 45


El estado político del mundo era de los más tristes: toda la autoridad se hallaba concentrada en Roma y en las legiones, y allí tenian lugar las escenas más vergonzosas y degradantes que puedan imaginarse. La aristocracia romana que habia conquistado el mundo y que al fin se quedó sola al frente de los negocios públicos bajo los Césares, se entregaba á una saturnal de crímenes, la más desenfrenada que pueda recordar el género humano. César y Augusto comprendieron perfectamente al establecer el principado las necesidades de su época; el mundo era tan mezquino bajo el punto de vista político, que no era posible ningun otro gobierno, y desde que Roma habia conquistado provincias sin número, la antigua constitucion fundada sobre el privilegio de familias patricias, especie de tories obstinados y malévolos, no podia subsistir. Pero Augusto habia faltado á todos los deberes del verdadero político, confiando el porvenir á la casualidad. Sin reglas fijas de adopcion, sin ley electoral, sin límites constitucionales, el cesarismo era como un peso colosal en el puente de un navío sin lastre. Hacíanse inevitables las más terribles sacudidas: tres veces en un siglo, bajo Calígula, Neron y Domiciano, recayó en manos de hombres execrables y extravagantes el más grande poder que haya existido jamás, y de ahí la série de horrores que casi excedieron á los cometidos por los mónstruos de las dinastías mongolas.

Entre esos fatales soberanos, se vé uno reducido casi á dispensar un Tiberio, que no fué completamente malo sino hácia el fin de su vida, y á un Claudio, que solo fué extravagante y se dejó guiar de malos consejos: Roma llegó á ser una escuela de corrupcion y crueldad, mas es preciso añadir que el mal venia sobre todo de Oriente, de esos cortesanos de baja estofa, de esos hombres infames que el Egipto y la Siria enviaban á Roma, donde aprovechándose de la opresion que ejercian los verdaderos romanos, creíanse todos poderosos al lado de los bribones que gobernaban. Las más extravagantes ignominias del imperio, tales como la apoteosis del emperador y su divinizacion cuando aún vivia, procedian del Oriente y sobre todo de Egipto, que era entonces uno de los países más corrompidos del Universo.

En efecto el verdadero espíritu romano dominaba aún: la nobleza romana estaba muy lejos de extinguirse; el orgullo y la virtud se conservaban todavía en algunas familias que subieron al poder con Nerva, contribuyendo al esplendor del siglo del que Tácito ha sido tan elocuente intérprete. No se debia desesperar de una época en que iban á producirse hombres tan rectos como Quintiliano, Plinio el Jóven, y Tácito; el desbordamiento de la superficie no alcanzó al gran fondo de honradez de la buena sociedad romana; algunas familias ofrecian aún ejemplos de abnegacion, de órden de concordia y sólida virtud, y aún se encontraban admirables esposas y hermanas. ¿Puede darse caso más sublime que el de aquella jóven y casta Octavia, hija de Claudia, esposa de Neron, que conservándose pura al través de todas infamias, fué muerta á los veinte y dos años sin haber experimentado jamás un momento de alegría? Las mujeres calificadas en las inscripciones de castissimæ, univiræ no son raras: muchas esposas acompañaron á sus maridos al destierro; otras compartieron su noble muerte; conservábase la antigua sencillez romana; era esmerada la educacion de los hijos, y las más nobles mujeres trabajaban en toda clase de labores. Los cuidados del tocador eran casi desconocidos en algunas familias.

Los excelentes hombres de Estado, que por decirlo así, salieron de la tierra en tiempo de Trajano, no se improvisaron, habian servido en los reinados anteriores, solo que tuvieron poca influencia para ponerse en pugna con los favoritos del emperador. Tambien bajo Neron ocuparon los más elevados cargos hombres de gran valía, pero con aquellos malos emperadores no era dable cambiar la marcha general de los negocios ni los principios del Estado. El imperio no obstante lejos de haber entrado en el período de la decadencia, ostentábase en toda la fuerza de la más robusta juventud; la decadencia no debia venir hasta doscientos años más tarde, y ¡cosa extraña! con soberanos mucho mejores. Bajo el punto de vista político, la situacion era análoga á la de Francia, que careciendo desde la Revolucion de una regla constantemente seguida en la sucesion de los poderes, puede atravesar críticos períodos sin que su organizacion interior y su fuerza nacional se resientan demasiado. Bajo el punto de vista moral, se puede comparar el tiempo de que hablamos con el siglo XVIII, época que se creeria del todo corrompida si se la juzgase por las memorias, la literatura manuscrita y las colecciones de anécdotas, y en que sin embargo ciertas familias son tan austeras en sus costumbres.

La filosofía haciendo alianza con las familias romanas más honradas se resistia noblemente; la escuela estóica producia personajes notables como Cremucio Cordo, Trásea, Arria, Helvidio Prisco, Anneo Cornuto y Musonio Rufo, maestros admirables de aristocrática virtud. La rigidez y exageraciones de aquella escuela provenian de la horrible crueldad del gobierno de los Césares; el sentimiento perpétuo del hombre de bien era endurecerse en los suplicios y prepararse á la muerte. Lucano, con mal gusto, Persio, con un talento superior, expresaban los más altos sentimientos de un alma grande; Séneca el Filósofo, Plinio el Viejo y Papirio Fabiano, eran modelo de ciencia y filosofía. Habia hombres sabios, pero con frecuencia no les quedaba más recurso que morir; los miembros más innobles de la humanidad dominaban á veces la situacion; el vértigo de la crueldad más refinada se desbordaba en ciertas ocasiones, convirtiendo á Roma en un verdadero infierno.

Aquel gobierno, tan notablemente desigual en Roma, era mucho mejor en las provincias donde se notaban poco las sacudidas que conmovian la capital. Á pesar de sus defectos, la administracion romana valia más que las monarquías y las repúblicas suprimidas por la conquista; la época de las municipalidades soberanas habia pasado hacia siglos, pues los pequeños Estados fueron destruyéndose á sí mismos por su egoismo, su ignorancia y su envidia. La antigua vida griega, reducida á continuas luchas, no satisfacia ya á nadie, pues si bien fué en un tiempo deliciosa, aquel brillante olimpo formado de una democracia de semidioses, habia perdido su frescura y lozanía convirtiéndose en un conjunto seco, insignificante, vano y superficial. Esto es lo que constituyó la legitimidad de la dominacion macedoniana y luego de la administracion romana: el imperio no conocia los efectos de la centralizacion, y hasta el tiempo de Diocleciano dejó á las provincias y á las ciudades mucha libertad. En Palestina, en Siria, en el Asia Menor, en la pequeña Armenia y en la Tracia, existian bajo la proteccion de Roma reinos casi independientes que no fueron un peligro desde Calígula, sino porque no se tuvo cuidado de observar con ellos las reglas trazadas por la grande y profunda política de Augusto. Las ciudades libres, que eran muy numerosas, se gobernaban segun sus leyes, disponiendo del poder legislativo y de todas las magistraturas de un Estado autónomo, y hasta el siglo tercero los decretos municipales se expedian con la siguiente fórmula: El senado y el pueblo. Los teatros no servian solo para recrearse en la escena, sino que eran focos de política y de movimiento; la mayor parte de las ciudades podian considerarse por varios conceptos como pequeñas repúblicas, y no habian perdido sino el derecho de declararse la guerra, derecho funesto que habia convertido el mundo en un campo de batalla. Los beneficios del pueblo romano hácia la humanidad, constituian el tema de aduladoras declamaciones que no carecian sin embargo de sinceridad. El culto de la «paz romana», la idea de una gran democracia, organizada bajo la tutela de Roma, constituian el fondo de todos los pensamientos y discusiones, y un orador griego desplegó una vasta erudicion para probar que la gloria de Roma, debia ser acogida por todas las ramas de la raza Helénica, como una especie de patrimonio comun. Por lo que hace á la Siria, al Asia Menor y al Egipto, puede decirse que la conquista romana no destruyó su libertad, porque estos países estaban muertos hacia mucho tiempo para la vida política ó no la habian conocido nunca.

En suma, á pesar de las exacciones de los gobernadores, y las violencias inseparables de un gobierno absoluto, el mundo no habia sido nunca tan feliz como hasta entonces bajo muchos conceptos. Era tan ventajosa una administracion que procediese de un centro lejano, que aun las rapiñas de los pretores de los últimos tiempos de la república no bastaron para hacerla odiosa.

Por otra parte, la ley Julia, habia limitado mucho los abusos y las concusiones; las locuras ó crueldades del emperador, exceptuando á Neron, no contagiaron sino á la aristocracia romana y á la camarilla del príncipe, y jamás vivieron más á gusto los hombres que no querian ocuparse de la política. Las repúblicas de la antigüedad, en que cada uno se veia obligado á ocuparse de las disensiones de los partidos, no eran nada convenientes para la vida tranquila, pues á cada momento se encontraba uno comprometido ó proscripto; pero la época de que vamos hablando era la más á propósito para el proselitismo ó las rivalidades de la dinastía. Los atentados contra la libertad provenian de un resto de independencia en las provincias, más bien que de la administracion romana. Ya hemos tenido y tendremos aún ocasion de demostrar esto en nuestra historia.

En aquellos países donde no existian hacia siglos las necesidades políticas y que solo se veian privadas del derecho de desgarrarse en continuas guerras, el imperio fué una era de prosperidad y bienestar como jamás se ha conocido, y aun puede decirse de libertad. Por una parte, llegó á ser posible la libertad del comercio y de la industria, de que no tenian idea las repúblicas griegas; por otra, la libertad del pensamiento se estableció bajo un nuevo régimen; libertad que puede aplicar mejor un rey ó un príncipe, que no la gente ignorante y envidiosa, y que no tuvieron las antiguas repúblicas. Los griegos hicieron sin esto grandes cosas merced á su incomparable genio, pero no debe olvidarse que Atenas tenia su inquisicion. El inquisidor era el arconte-rey; el santo oficio el pórtico real, de donde salian las acusaciones de «impiedad,» por cierto muy numerosas. No solo los delitos filosóficos, tales como negar á Dios ó á la Providencia, sino tambien los más insignificantes atentados contra los cultos, la predicacion de las religiones extranjeras y las más pueriles infracciones contra la escrupulosa legislacion de los misterios, eran crímenes que llevaban consigo la muerte. Los dioses que Aristófanes ridiculizaba en la escena, mataban algunas veces, y la prueba es que quitaron la vida á Sócrates y que Alcibiades estuvo á punto de perder la suya. Anaxágoras, Protágoras, Teodoro el Ateo, Diágoras de Melos, Pródico de Céos, Estilpon, Aristóteles, Theophrasto, Aspasia y Eurípides, se vieron tambien perseguidos. La libertad de pensar fué en suma el fruto de las soberanías salidas de la conquista macedoniana; los Atales y Ptolomeos fueron los primeros que facilitaron á los hombres pensadores las ventajas que nunca les ofrecieran las antiguas repúblicas; el imperio romano seguia la misma tradicion; y si es cierto que bajo él se cometió contra los filósofos más de un acto arbitrario, esto era debido á que se ocupaban de política. Inútilmente se buscaria en la coleccion de las leyes romanas anteriores á Constantino, un texto contra la libertad de pensar; y en la historia de los emperadores, un proceso de doctrina abstracta; no se molestó á ningun sabio, y hombres que la edad media hubiese quemado, tales como Galeno, Luciano y Plotino, vivieron tranquilos protegidos por la ley. El imperio inauguró tal período de libertad en este sentido, que destruyó la soberanía absoluta de la familia, de la sociedad y de la tribu, reemplazando todas estas con la del Estado. Ahora bien, un poder absoluto es tanto más vejatorio cuanto que se ejerce en un círculo más limitado; las repúblicas antiguas y el feudalismo, tiranizaron al individuo mucho más que el Estado, y si bien es cierto que el imperio romano persiguió sin tregua en ciertas épocas al cristianismo, al menos no le contuvo en su carrera, lo cual no hubiera sucedido seguramente con las repúblicas. Á no ser por la opresion de la autoridad romana, el judaismo hubiera bastado para ahogarle; los magistrados romanos fueron los que impidieron á los fariseos matar al cristianismo.

Elevadas ideas de fraternidad universal, hijas en su mayor parte del estoicismo, y una especie de sentimiento humanitario, eran el fruto del régimen menos limitado y de la educacion menos exclusiva á que se sometia al individuo. Soñábase con una nueva era y nuevos mundos: la riqueza pública era grande y á pesar de la imperfeccion de las doctrinas económicas de la época, habia poca miseria; las costumbres no eran lo que se cree con frecuencia, si bien es cierto que en Roma reinaba el vicio con un cinismo repugnante, siendo principalmente los espectáculos un foco de espantosa corrupcion. Ciertos países como el Egipto habian descendido tambien al último grado de abyeccion; pero hallábase en la mayor parte de las provincias una clase media, modelo de bondad, de fé conyugal, de virtud doméstica y de honradez. ¿Existe en alguna parte un ideal de la vida de familia, más encantador que el que Plutarco nos ha dejado? ¡Qué buena fé, qué dulzura de costumbres, qué castidad y amable sencillez! Queronea no era seguramente el único punto donde fuese tan ejemplar é inocente la vida.

Por lo demás, las costumbres, aun fuera de Roma, tenian algo de crueles, ya por efecto de las costumbres antiguas tan sanguinarias en todas partes, ó bien por la influencia especial de la dureza romana; pero ya se iba progresando en este punto. ¿Qué sentimiento dulce y puro, qué impresion de melancólica ternura no hallaron bajo la pluma de Virgilio ó de Tíbulo su expresion más delicada? El mundo iba perdiendo su dureza y su primitivo rigor, adquiriendo en cambio sensibilidad y buenos sentimientos; las máximas humanitarias se propagaban por todas partes; el estoicismo predicaba por do quiera la igualdad, y la idea abstracta de los derechos del hombre; la mujer, gracias al sistema dotal del derecho romano, iba siendo cada vez más dueña de sí misma, y los preceptos acerca del modo de tratar á los esclavos se elevaban. Séneca comia con los suyos; el esclavo no es ya ese sér grotesco y malo que la comedia latina introduce para excitar la risa, y que Caton recomienda sea tratado como una bestia de carga. Ahora los tiempos han cambiado mucho: el esclavo es moralmente igual á su amo; se admite que sea capaz de tener virtud, fidelidad y abnegacion, y da pruebas de ello; las preocupaciones sobre la nobleza de nacimiento desaparecen, estableciéndose leyes muy humanas y equitativas aun en tiempos de los emperadores más malos. Tiberio, que era un hábil hacendista, fundó bajo excelentes bases un establecimiento de crédito.

Neron introdujo en el sistema de los impuestos, hasta entonces inícuo y bárbaro, perfeccionamientos que envidiaria nuestra época; y por último, el progreso de la legislacion era notable por más que la pena de muerte se prodigara aún estúpidamente. El amor al pobre, la simpatía hácia todos, y la caridad, constituian las principales virtudes.

El teatro era uno de los escándalos más insoportables para las gentes honradas, y una de las primeras causas que excitaron la antipatía de los judíos y de los judaizantes de toda especie contra la civilizacion profana de la época. Parecíales el teatro una cloaca inmunda donde se desarrollaban todos los vicios, y en tanto que en las primeras filas se aplaudia frenéticamente, los espectadores de las gradas no podian menos de dar á conocer su repugnancia. En las provincias tenian lugar las luchas de gladiadores, pero inspiraban cierta aversion, y los países helénicos que las reprobaban, continuaron celebrando con más frecuencia los antiguos ejercicios griegos; los juegos sangrientos tuvieron siempre en Oriente un carácter romano muy pronunciado, y dícese que habiendo querido los atenienses, por emulacion contra los corintios, imitar estos juegos bárbaros, levantóse un filósofo y pidió que se derribase el altar de la Piedad. El horror al teatro, al estadio y al gimnasio, es decir, á los sitios públicos, y á todo lo que constituia esencialmente una vida griega y romana, fué por estas razones uno de los sentimientos más profundos de los cristianos, y uno de los que produjeron consecuencias de más importancia. La civilizacion antigua era una civilizacion pública; las cosas pasaban al aire libre ante los ciudadanos reunidos, sucedia lo contrario que en nuestras sociedades donde la vida es privada y todo se hace de puertas adentro. El teatro habia heredado del ágora y del forum; el anatema lanzado sobre el teatro cayó sobre toda la sociedad; establecióse una rivalidad profunda entre la Iglesia por una parte y los juegos públicos por la otra, y expulsados de estos el esclavo, se refugió en el templo. No me he sentado nunca en aquellas solitarias arenas, que son siempre los restos mejor conservados de una ciudad antigua, sin haber visto mentalmente la lucha de dos mundos; aquí el hombre honrado, medio cristiano, sentado en la última grada de un teatro y tapándose el rostro para ocultar su vergüenza é indignacion, y allí un filósofo levantándose de pronto para echar en cara á la multitud su bajeza. Estos ejemplos eran raros en el primer siglo, mas no obstante, las protestas iban produciendo su efecto y el teatro empezaba á ser muy mal visto.

La legislacion y las reglas administrativas del imperio eran todavía un verdadero caos: el despotismo central, las franquicias municipales y provinciales, el capricho de los gobernadores, y las violencias de las comunidades independientes chocaban entre sí de una manera extraña, pero la libertad religiosa dominaba estos conflictos, si bien la perfecta administracion unitaria que se estableció desde Trajano, habia de ser mucho más fatal para el culto naciente que el estado irregular desordenado y sin rigurosa política del tiempo de los Césares.

Las instituciones benéficas, fundadas bajo el principio de que el Estado tiene deberes paternales para con sus miembros, no se desarrollaron en grande escala sino desde Nerva y Trajano, aun cuando se encuentran algunos vestigios de aquellas en el siglo primero, puesto que ya se facilitaban socorros á los niños y alimento á los indigentes, y se tomaban precauciones para asegurar el abastecimiento, facilitándose tambien bonos de pan que permitian comprar el trigo á un precio reducido. Todos los emperadores, sin excepcion, demostraron la mayor solicitud en aquellas cuestiones, secundarias si se quiere, pero que en ciertas épocas se anteponen á las demás. En la remota antigüedad, puede decirse que el mundo no necesitaba caridad; pues siendo entonces jóven y valiente hacíase inútil el hospital; la buena y sencilla moral homérica, segun la que, el huésped y el mendigo vienen de parte de Júpiter, es la moral de los robustos y alegres adolescentes. En su edad clásica, la Grecia anunció las más exquisitas máximas de piedad, de humanidad y beneficencia para que desapareciese la inquietud social ó la melancolía, y en aquella época el hombre disfrutaba aún de felicidad y salud. Respecto á las instituciones de socorros mútuos, los griegos las tuvieron mucho antes que los romanos; bien es verdad que de aquella cruel nobleza que ejerció durante la república tan indigna opresion, no salió nunca ninguna disposicion liberal ó benévola. En aquel tiempo las colosales fortunas de la aristocracia, el lujo, las grandes aglomeraciones de hombres en ciertos puntos, y sobre todo la dureza de corazon particular de los Romanos, y su aversion á la piedad, dieron orígen al «pauperismo»; y mientras las complacencias de ciertos emperadores hácia la canalla de Roma no hacia más que agravar el mal, los tesserae frumentariae estimulaban el vicio y la ociosidad, en vez de buscar un remedio para la miseria. En esto, como en otras muchas cosas, el Oriente tenia sobre el mundo occidental una superioridad real y efectiva; los judíos poseian verdaderas instituciones caritativas; parece que los templos de Egipto habian tenido algunas veces una caja para los pobres; la casa de reclusos y reclusas del Serapeo de Menfis, era tambien en cierto modo un establecimiento de caridad, y en fin, puede decirse que la crísis terrible que atravesaba la capital del Imperio, se dejaba sentir poco en los países lejanos, donde la vida era más tranquila. Roma merecia por muchos conceptos que se la acusara de haber envenenado la tierra, comparándola con una cortesana que habia escandalizado al mundo con su inmoralidad. La provincia valia más que Roma, ó más bien, los elementos impuros que de todas partes afluian á la gran ciudad, habíanla convertido en un foco infecto donde se ahogaban las antiguas virtudes romanas, mientras las buenas semillas se iban desarrollando muy lentamente.

El estado intelectual de las diversas partes del Imperio era asimismo muy poco satisfactorio: bajo este punto de vista reinaba una verdadera decadencia. Cultivar el talento, no es tan independiente de las circunstancias políticas como lo es cultivar la moral privada: Marco Aurelio fué ciertamente un hombre más de bien que todos los antiguos filósofos griegos, y sin embargo sus nociones positivas sobre las variedades del universo son inferiores á las de Aristóteles y Epicuro, pues cree por momentos en los Dioses, en los sueños y en los presagios, figurándose que los primeros son personajes completos y distintos. En la época romana, hubo en el mundo un progreso de moralidad á la vez que un período de decadencia científica: decadencia muy notable particularmente entre Tiberio y Nerva. El genio griego, con una originalidad, una fuerza, una riqueza á que nada igualó jamás, habia creado hacia siglos la enciclopedia racional y la disciplina normal del espíritu, movimiento maravilloso, que datando de Thales y de las primeras escuelas de Jonia, (seiscientos años antes de Jesucristo), se detuvo en su carrera hácia el año 120 antes de Jesucristo. Los últimos personajes de estos últimos cinco siglos en que tanto brilló el genio, Apolonio, Eratóstenes, Aristarco, Heron, Arquímedes, Heppareo, Crisipo, Carnéades y Panecio, habian muerto sin dejar sucesores, y no veo sino Posidonio y algunos astrónomos que continúan aún las antiguas tradiciones de Alejandría, de Rodas y de Pérgamo. La Grecia, tan hábil para crear, no supo establecer, á pesar de su ciencia y de su filosofía, una enseñanza popular como remedio contra las supersticiones, y poseyendo en su seno admirables institutos científicos, el Egipto, el Asia Menor y la Grecia, dejábanse dominar por las más absurdas creencias. Ahora bien, cuando la ciencia no llega á dominar á la supersticion, la supersticion ahoga á la ciencia; entre estas dos fuerzas opuestas el duelo es á muerte.

Al adoptar Italia la ciencia griega, supo por un momento darle nueva expresion: Lucrecio dió el modelo del gran poema filosófico, á la vez himno y blasfemia inspirando á un tiempo la serenidad y la desesperacion, penetrada de ese sentimiento profundo del destino humano que siempre faltó á los griegos, los cuales como verdaderos niños que eran, tomaban la vida tan alegremente que nunca pensaron en maldecir á los Dioses, ni juzgaron á la naturaleza injusta y pérfida hácia el hombre. Los filósofos latinos se entregaron á más graves reflexiones, pero así como la Grecia, Roma no supo sacar de la ciencia la base de una educacion popular. En tanto que Ciceron perfeccionaba con exquisito tacto las ideas que tomara de los Helenos, mientras que Lucrecio escribia su asombroso poema, mientras que Horacio confesaba á Augusto su franca incredulidad, y que Ovidio, uno de los poetas más galanes de la época, criticaba á guisa de elegante libertino las fábulas más respetables; y por último, en tanto que los grandes históricos deducian las consecuencias prácticas de la filosofía griega, dábase crédito á las más locas quimeras, y la fé en lo maravilloso no reconocia límites. En ninguna época se ocuparon más de las profecías y de los prodigios: el bello deismo ecléctico de Ciceron, continuado y perfeccionado por Séneca, era la creencia de un escaso número de inteligencias elevadas que no ejercieron accion alguna en su siglo.

El imperio, hasta Vespasiano, no tuvo nada que pudiera llamarse instruccion pública; lo que hubo más tarde en este género se limitó á simples conocimientos gramaticales, y bien pronto reinó un período de general decadencia. En las últimas épocas del gobierno republicano y en el reinado de Augusto brilló como nunca la literatura, pero despues de la muerte del gran emperador, la decadencia es rápida ó mejor dicho súbita. La sociedad inteligente y culta de los Cicerones, de los Áticos, de los Césares, de los Mecenas, de los Agrippas y de los Poliones, habia desaparecido cual fantástica vision, si bien es cierto que aún quedaban hombres ilustrados, hombres entendidos en la ciencia de su época, que ocupaban elevadas posiciones sociales, tales como los Sénecas y la sociedad literaria de que eran el centro y en la cual se contaban Lucilio, Galion y Plinio. El cuerpo del derecho romano, que es la filosofía misma en código, y la aplicacion en la práctica del racionalismo griego, continuaban su magestuoso progreso y las grandes familias romanas habian conservado un fondo de religion y los más nobles sentimientos, inspirándoles horror las supersticiones. Los geógrafos Estrabon y Pomponio Mela, el médico y enciclopedista Celso, el botánico Dioscórides y el jurisconsulto Sempronio Próculo, eran cabezas muy bien organizadas, pero estas podian considerarse como excepciones, y fuera de algunos hombres de reconocida ilustracion, hallábase el mundo sumido en la más completa ignorancia de las leyes de la naturaleza. La credulidad era una enfermedad general; los conocimientos literarios se reducian á una retórica hueca que nada enseñaba, y la direccion esencialmente moral y práctica que la filosofía habia tomado, oponíase á las grandes especulaciones. Los conocimientos humanos, si se exceptúa la geografía, no adelantaban nada. El hombre instruido por aficion reemplazaba al sabio creador, y el supremo defecto de los romanos influia fatalmente en todas las cosas. Aquel pueblo, tan grande para el imperio, era secundario por el espíritu; los romanos más instruidos, tales como Lucrecio, Vitruvio, Celso, Plinio y Séneca, á pesar de sus conocimientos positivos, podian considerarse como discípulos de los griegos. Roma no tuvo nunca ninguna gran escuela científica; el charlatanismo reinaba sin oposicion, y por último la literatura latina que seguramente tuvo períodos admirables, floreció poco tiempo y no salió del mundo occidental.

Felizmente la Grecia conservó su genio; el prodigioso brillo del poder de los romanos la habia deslumbrado y aturdido, pero no aniquilado, y dentro de cincuenta años habrá reconquistado el mundo, será de nuevo la reina de todos los que piensan y podrá sentarse en el trono con los Antoninos. Por ahora la Grecia se halla entregada á una de sus horas de abandono y de cansancio; el genio es raro y la ciencia original é inferior á lo que habia sido en los siglos precedentes la escuela de Alejandría, que hacia dos siglos habia entrado en el período de decadencia, aun cuando en la época de César poseia á Sosígenes, ha enmudecido completamente.

Así pues desde la muerte de Augusto hasta el advenimiento de Trajano, nos encontramos con un período de abatimiento momentáneo para el espíritu humano; el mundo antiguo estaba muy lejos de haber dicho su última palabra de despedida, pero las pruebas crueles por que atravesaba privábanle de voz y corazon. Luego vienen dias mejores, y libre el espíritu del régimen desconsolador de los Césares, adquiere nueva vida: Epicteto, Plutarco, Dion Crisóstomo, Quintiliano, Tácito, Plinio el Jóven, Juvenal, Rufo de Éfeso, Areteo, Galeno, Ptolomeo, Hipsicles, Theon y Luciano, reprodujeron los más hermosos dias de la Grecia; no de esa Grecia inimitable que solo ha existido una vez para desesperacion y encanto de los que aman lo bello, sino de otra, que confundiendo sus dones con los del espíritu romano, producirá frutos nuevos llenos de originalidad.

Por lo general se tenia muy mal gusto; los grandes escritores griegos escaseaban, y los latinos que conocemos, á excepcion del satírico Persio, son medianos y sin genio, pues la declamacion lo echaba todo á perder. El principio por el cual juzgaba el público las obras del entendimiento era poco más ó menos el mismo que en nuestra época; buscábanse tan solo los golpes de efecto; la palabra no era ya la expresion sencilla del pensamiento, ni consistia la elegancia de la frase en su perfecta proporcion con la idea que se queria expresar; cultivábase la palabra por sí misma, y el objeto de un autor al escribir era demostrar su talento. Apreciábase la excelencia de un recitado ó lectura pública por el número de palabras aplaudidas, y olvidábase completamente el gran principio segun el cual, en puntos de arte todo debe servir para el adorno, siendo malo lo que se busca para él expresamente. En resúmen, puede decirse que era aquella una época literaria, si se atiende á que todos hablaban de elocuencia ó de buen estilo, aunque en el fondo todos escribian mal; no habia un solo orador, pues los buenos oradores y escritores, son gentes que no hacen un oficio de lo uno ni de lo otro. En el teatro, absorbia la atencion el primer actor; suprimíanse muchas piezas para no recitar sino los trozos de gran efecto que eran las cantica; el espíritu de la literatura era un «diletantismo» que dominaba hasta á los mismos emperadores, una necia vanidad que excitaba á todos á probar que tenian talento, y de ahí las insustanciales é interminables «Teseidas,» los dramas compuestos para ser leidos en sociedad y toda esa vana ostentacion poética que no puede compararse sino con las epopeyas y las tragedias clásicas de hace sesenta años.

Los mismos estoicos no pudieron evitar el contagio, ó al menos no supieron, antes de Epicteto y Marco Aurelio, hallar bellas formas para revestir sus doctrinas. Las tragedias de Séneca son monumentos verdaderamente extraños donde se expresan los más elevados sentimientos con el tono de un charlatanismo literario por demás fatigoso, indicio á la vez de un progreso moral y de una irremediable decadencia en el buen gusto. Lo mismo podemos decir de Lucano: la tension de alma, efecto natural de una situacion eminentemente trágica, se expresaba por un género pomposo en que el único objeto era brillar por hermosas sentencias, y sucedia en esto algo semejante á lo que pasó cuando la revolucion; es decir, que la crísis más fuerte no daba lugar sino á una literatura llena de formas retóricas y golpes de efecto para la declamacion. Mas es preciso no detenerse en esto: los pensamientos nuevos se expresan á veces con muchas pretensiones; el estilo de Séneca es sóbrio, sencillo y puro comparado con el de San Agustin, pero nosotros perdonamos á éste su estilo á veces detestable, y sus conceptos insípidos, por sus buenos sentimientos.

De todos modos, aquella educacion noble y distinguida por muchos conceptos, no llegaba hasta el pueblo, lo cual podia haber sido en cierto modo inconveniente si el pueblo hubiera contado con un alimento religioso análogo al que recibe en la Iglesia la clase más despreciable de nuestra sociedad. Pero en todos los puntos del imperio cuidábanse por lo general muy poco de la religion, pues Roma creyó oportuno por ciertas razones dejar en pié los antiguos cultos, no modificándolos sino en lo que tenian de inhumano ó injurioso para los demás, y extendiendo sobre todos una especie de barniz oficial que les hacia asemejarse unos á otros, formando un solo conjunto. Desgraciadamente, los cultos antiguos, de orígen muy diverso, participaban de un carácter comun que consistia en serles imposible establecer la enseñanza teológica, introduciendo una moral aplicada, una predicacion edificante, un ministerio pastoral verdaderamente beneficioso para el pueblo. El templo pagano no era de ningun modo lo que fueron en sus buenos tiempos la Sinagoga y la Iglesia; es decir, la casa comun, la escuela, el hospicio, el retiro donde el pobre va á buscar un refugio; era una cosa fria que de nada servia y donde no se aprendia nada. Quizá era el culto romano el menos malo aún de los que se observaban, pues considerábase la pureza del corazon y del cuerpo como una parte de la religion. Por su gravedad, su decencia y su austeridad, era este culto, prescindiendo de algunas farsas que solo se ven en nuestro Carnaval, superior á las extrañas y ridículas ceremonias que introducian secretamente algunas personas dominadas por manías orientales. El empeño que tenian los patricios romanos en distinguir «la religion,» es decir, su propio culto, de la supersticion, es decir, de los cultos extranjeros, nos parece sin embargo bastante pueril. Todos los cultos paganos eran esencialmente supersticiosos: el campesino que en nuestros dias echa una moneda en la caja de una capilla milagrosa, que invoca á tal ó cual santo para que cuide de sus bueyes ó de sus caballos, ó que bebe de cierta agua para determinadas enfermedades, es en esto pagano; casi todas nuestras supersticiones son restos de una religion anterior al cristianismo, que este no ha podido desarraigar completamente; y si se quisiera buscar en nuestros dias la imágen del paganismo, fácil seria encontrarla en algun pueblecillo perdido ó en las más lejanas campiñas.

No teniendo por guardianes más que una tradicion popular y vacilante, y sacristanes interesados, los cultos paganos no pueden menos de degenerar en adulacion. Augusto, aunque con mucha reserva, aceptó que se le adorase en vida en las provincias; Tiberio, permitió que se juzgara á su vista en el ignoble concurso de las ciudades de Asia, que se disputaban el honor de elevarle un templo; las extravagantes impiedades de Calígula no produjeron ninguna reaccion, y fuera del judaismo, no se encontró un solo sacerdote que resistiera á semejantes locuras. Salidos en su mayor parte de un culto primitivo de las fuerzas naturales, diez veces transformados por toda clase de mezcolanzas y por la imaginacion de los pueblos, los cultos paganos se limitaban por su pasado, y no se podia sacar de ellos lo que no tuvieron nunca, es decir, el deismo y la edificacion. Los Padres de la Iglesia nos hacen sonreir cuando ponen de relieve las maldades de Saturno como padre de familia, y de Júpiter como marido, pues ciertamente era mucho más ridículo aún considerar á este último, es decir, á la atmósfera, como un dios moral que ordena, recompensa y castiga. En un mundo que aspiraba á poseer un catecismo, ¿qué podia hacerse con un culto como el de Venus, nacido de una necesidad social, en las primeras navegaciones fenicias en el Mediterráneo, pero que fué luego con el tiempo un ultraje contra lo que se consideraba la esencia de la religion?

Por todas partes, en efecto, manifestábase enérgicamente la necesidad de una religion monoteista, dando por base á la moral prescripciones divinas, y así viene una época en que las religiones naturalistas reducidas á puras niñadas, á prácticas de hechiceras, no pueden satisfacer á sociedades en que la humanidad quiere una religion moral filosófica. El budismo y el zoroastrismo, satisfacieron esta necesidad en la India y en la Persia; con el orfismo y los misterios, se trató de obtener el mismo resultado en el mundo griego, sin conseguirlo de una manera durable, y en la época de que hablamos, enunciábase el problema para el conjunto del mundo con una especie de unanimidad solemne y de imperiosa grandeza.

Cierto es que la Grecia hacia una excepcion en este punto: el helenismo se usaba mucho menos que las demás religiones del Imperio, pero Plutarco lo observaba en su pequeña villa de Beocia, donde vivió tranquilo, feliz y contento como un niño, con su conciencia religiosa satisfecha, y sin dar nunca la menor señal de inquietud, de pena ó de malestar. Pero solo el espíritu era capaz de una calma tan infantil: siempre satisfecha de sí misma, orgullosa de su pasado y de aquella brillante mitología de la que poseia todos los santos lugares, Grecia no participaba de los tormentos interiores que trabajaban al resto del mundo, y entregada á sí misma, no llamó al cristianismo, quiso prescindir de él y pensó hacer alguna cosa mejor. Esto era debido á su eterna juventud, á su patriotismo, á esa alegría que ha caracterizado siempre al verdadero heleno, y la cual es causa de que aún hoy sea el griego extraño á las amargas tribulaciones que nos minan. El helenismo, pues, se halló así en disposicion de crear un renacimiento que no hubiera podido intentar siquiera ningun otro de los cultos del imperio. En los siglos II, III y IV de nuestra era, se continuará el helenismo en religion organizada, por una especie de fusion entre la mitología y la filosofía griegas, y con sus filósofos taumaturgos, sus antiguos sabios convertidos en profetas, y sus leyendas de Pitágoras y de Apolonio, hará al cristianismo una competencia, que no por ser impotente fué el obstáculo menos peligroso que la religion de Jesús encontró en su camino.

Sin embargo, esto no se intentó aún en tiempo de los Césares, pues los primeros filósofos que ensayaron una especie de alianza entre la filosofía y el paganismo, Eufrates de Tiro, Apolonio de Tiana y Plutarco, son del fin del siglo. No conocemos bien á Eufrates de Tiro: la leyenda ha disfrazado de tal modo la trama de la biografía verdadera de Apolonio, que no se sabe si contarle entre los sabios, entre los fundadores religiosos, ó entre los charlatanes; en cuanto á Plutarco, menos que un pensador, ó un innovador, es un espíritu moderado que quiere poner de acuerdo á todo el mundo, haciendo que la filosofía sea tímida y la religion medio razonable; no hay nada en él de Porfirio ni de Juliano; los ensayos de exégesis alegórica de los estoicos son muy pobres; los misterios como los de Baco, con los cuales se enseñaba la inmortalidad del alma bajo graciosos símbolos, se limitan á ciertos países y no han extendido su influencia. La incredulidad en la religion oficial era general en la clase ilustrada; los hombres políticos que más afectaban sostener el culto del Estado se burlaban de él con muy buenas palabras, proclamando abiertamente la inmoral idea de que las fábulas religiosas no son buenas sino para el pueblo y deben ser conservadas por él; precaucion inútil porque la fé de aquel era ya muy vacilante.

Cierto es que á partir del advenimiento de Tiberio, se nota una sensible reaccion religiosa, pues parece que el mundo se espanta de la incredulidad de los tiempos de César y de Augusto; condena la desgraciada tentativa de Juliano, y todas las supersticiones se rehabilitan por razon de Estado. Valerio Máximo da el primer caso de un escritor de baja esfera convirtiéndose en auxiliar de los teólogos, en una pluma venal ó manchada que se pone al servicio de la religion: pero los cultos extranjeros son los que más se aprovechan de este cambio; la reaccion formal en favor del culto griego ó romano no se producirá sino en el siglo segundo. Ahora las clases á quienes domina la inquietud religiosa se vuelven hácia los cultos que vienen de Oriente; Isis y Serapis se ven más favorecidos que nunca; los impostores de toda especie, taumaturgos y mágicos se aprovechan de esta necesidad, y como sucede comunmente en las épocas y en los países, en que la religion del Estado es débil, pululan por todas partes. Recuérdense los tipos reales ó ficticios de Apolonio de Tiana, de Alejandro de Abonutico, de Peregrino, de Simon de Gitton. Estos mismos errores y estas quimeras eran como una oracion de la tierra, como los ensayos infructuosos de un mundo que trata de mejorarse y no consigue á veces en sus esfuerzos convulsivos sino producir monstruosas creaciones que se legan luego al olvido.

En una palabra, la mitad del siglo primero es una de las peores épocas de la Historia antigua; la sociedad griega y romana se muestra en un período de decadencia en lo que precede y muy atrasada para el porvenir; pero la grandeza misma de la crísis indicaba alguna forma extraña y secreta. La vida parecia haber perdido sus móviles, los suicidios se multiplicaban; jamás habia ofrecido el mundo una lucha semejante entre el bien y el mal; era este un despotismo temible que ponia al mundo entre las manos de hombres atroces y locos; era la corrupcion de las costumbres que resultaba de haber introducido en Roma los vicios de Oriente; era en fin la ausencia de una religion buena y de una formal instruccion pública. El bien era, por una parte, la filosofía combatiendo á pecho descubierto contra los tiranos, desafiando á los mónstruos, y proscrita tres ó cuatro veces en medio siglo (bajo Neron, Vespasiano y Domiciano); y por otra, los esfuerzos de la virtud popular, las legítimas aspiraciones á un estado religioso mejor, aquella tendencia hácia las cofradías y los cultos monoteistas, aquella rehabilitacion en fin del pobre, que se produjeron principalmente bajo el amparo del judaismo y del cristianismo. Estas dos grandes protestas estaban muy lejos de ponerse de acuerdo, pues el partido filosófico y el cristiano no se conocian, é ignoraban de tal modo sus comunes esfuerzos que al llegar al poder el partido filosófico, por el advenimiento de Nerva, perjudicó al cristianismo lejos de favorecerle. Á decir verdad, el objeto de los cristianos era mucho más radical: los estoicos, dueños del Imperio, le reformaron, presidiendo los cien años más hermosos de la Historia de la humanidad; mientras que los cristianos, dueños del Imperio á partir de Constantino, acabaron de arruinarle. El heroismo de los unos no debe hacer olvidar el de los otros: el cristianismo tan injusto con las virtudes paganas, se consagró á rebajar á los que habian combatido los mismos enemigos que él. En la resistencia que opuso la filosofía en el primer siglo, hubo tanta grandeza como en la del cristianismo; pero ¡qué desigual fué la recompensa por una parte y otra! El mártir que derribó con el pié los ídolos tiene su leyenda: ¿por qué Annacus Cornutus, que declaró ante Neron que los libros de éste no podrian nunca competir con los de Crisipo; por qué Elvidio Prisco que dijo cara á cara á Vespasiano: «á tí te toca matarme y á mí morir»; por qué Demetrio el Cínico que contestó á Neron irritado: «me amenazais con la muerte, pero la naturaleza os amenaza»; por qué todos esos no tienen su imágen entre los héroes populares á quienes todos aman y saludan? ¿Dispone acaso la humanidad de tantas fuerzas contra el vicio y la abyeccion que sea permitido á cada escuela de virtud rechazar el auxilio de las otras, sosteniendo que ella sola tiene el derecho de ser valerosa y resignada?

XVIII

Legislacion religiosa de aquel tiempo.


Año 45


En el primer siglo, aunque se mostraba hostil el Imperio á las innovaciones religiosas que provenian de Oriente, no las combatia todavía de un modo constante. Sosteníase débilmente el principio de la religion de Estado; y bajo la república se proscribieron repetidas veces los ritos extranjeros, particularmente los de Sabazius, Isis y Serapis; pero todo fué inútil, porque el pueblo se sentia atraido hácia aquellos cultos por una inclinacion irresistible. Cuando en el año de Roma 535, se decretó la demolicion del templo de Isis y de Serapis, no se encontró ni un solo obrero que quisiera poner manos á la obra, y vióse precisado el cónsul á romper á hachazos la puerta; claro está que no bastaba ya para el pueblo el culto latino; y supónese, no sin razon, que si César restableció los cultos de Isis y de Serapis, fué para halagar los instintos populares.

Con la profunda y liberal instruccion que le caracterizaba, aquel grande hombre se mostró favorable á una completa libertad de conciencia. Augusto fué más apegado á la religion nacional. Era tal su antipatía por los cultos orientales, que prohibió hasta la propagacion de las ceremonias egipcias en Italia; pero quiso que cada culto, y particularmente el judío, fuera dueño de sí mismo interiormente. Eximió á los judíos de todo lo que hubiera podido herir su conciencia, especialmente de toda accion civil el dia del sábado, que ellos celebran. Algunas personas de su séquito mostraban menos tolerancia, y de buena gana le hubieran convertido en un perseguidor religioso para servir al culto latino; empero, parece que no hubo de ceder á aquellos consejos funestos; y aún pretende Josefo, á quien se sospecha exagerado en este punto, que hizo donacion de vasos sagrados al templo de Jerusalem.

Tiberio fué el primero que sentó con fijeza el principio de la religion de Estado, y tomó sérias precauciones contra la propaganda judía y oriental. Ha de tenerse presente que el emperador era «gran pontífice», y que protegiendo el viejo culto romano, parecia cumplir un deber de su incumbencia. Calígula revocó los edictos de Tiberio; pero su locura no le permitia ser consecuente en sus obras. Claudio parece haber imitado la política de Augusto. Fortificó en Roma el culto latino, mostróse preocupado de los progresos que hacian las religiones extranjeras, fué riguroso con los judíos, y persiguió con encarnizamiento á las cofradías; usando, por lo contrario, la benevolencia con los indígenas en Judea. El favor de que gozaron en Roma los Agrippa bajo estos dos últimos reinados aseguraba á sus correligionarios poderosa proteccion, salvo el caso en que la policía de Roma reclamara medidas de seguridad.

En cuanto á Neron, ocupóse poco en religion. Sus actos odiosos con los cristianos, fueron actos de ferocidad, y no disposiciones legislativas; pues los ejemplos de persecucion que se citan en la sociedad romana de aquel tiempo, emanan más bien de la autoridad de la familia que de la autoridad pública; y aun así no se observaban semejantes ejemplos sino en las casas nobles de Roma, que conservaban las antiguas tradiciones. Las provincias gozaban de plena libertad para practicar su culto, con la única condicion de no ultrajar á los de los otros países. Los provinciales disfrutaban del mismo derecho en Roma, con tal que no dieran escándalo. Las dos únicas religiones que combatió el Imperio en el primer siglo, el druidismo y el judaismo, eran como fortalezas donde se defendian nacionalidades. Todo el mundo estaba convencido de que la profesion del judaismo implicaba el desprecio de las leyes civiles y la indiferencia por la prosperidad del Estado; pues en tanto que el judaismo se circunscribia á no ser más que una simple religion individual, no se le perseguia. Los rigores contra el culto de Serapis procedieron tal vez del carácter monoteista que presentaba, y que hacia le confundieran ya con el culto judío y con el cristiano.

Ninguna ley terminante prohibia pues, en tiempo de los apóstoles, la profesion de las religiones monoteistas; y si estas fueron siempre vigiladas hasta el advenimiento de los emperadores sirios, únicamente desde Trajano se vió al imperio perseguirlas sistemáticamente como intolerantes, é implicando la negacion del Estado. En suma, la única cosa á la cual haya declarado la guerra el imperio romano, en materia de religion, es la teocracia. Su principio era el del Estado laico; no admitiendo que una religion pudiera tener en grado alguno consecuencias civiles ó políticas; y sobre todo no consintiendo en el Estado ninguna asociacion con independencia del mismo Estado. Este último punto es muy esencial; porque ha de considerarse, verdaderamente, como la raíz de todas las persecuciones.

La ley relativa á las cofradías, mucho más que la intolerancia religiosa, fué la causa fatal de las violencias que deshonraron los reinados de los mejores soberanos.

En materia de asociacion, igualmente que en todas las cosas buenas y delicadas, tuvieron los países griegos la prioridad sobre los Romanos. Las eranas ó thiasas griegas de Atenas, de Rodas y de las islas del Archipiélago fueron hermosas sociedades de socorros mútuos, de crédito, de seguros en casos de incendio, de piedad y de placeres honestos. Cada erana grababa sobre columnas sus decisiones, tenia sus archivos y su caja comun, que se llenaba con donativos voluntarios y con las cuotas de los sócios. Juntábanse los eranistas ó thiasitas para celebrar ciertas festividades, y reuníanse en banquetes, donde reinaba la mayor cordialidad. El sócio que se viera apurado de dinero, tenia la facultad de sacarlo de la caja, á título de empréstito en calidad de reintegro. Las mujeres formaban parte de aquellas eranas, y tenian su presidenta especial (proeranistia). Las juntas que celebraban eran absolutamente secretas; un reglamento severo mantenia en ellas el órden, y se efectuaban, segun parece, en jardines cerrados, rodeados de pórticos ó de pequeñas construcciones, en cuyo centro se ostentaba el altar de los sacrificios. Por último, cada congregacion tenia un cuerpo de dignatarios, nombrados por sorteo que se hacia anualmente (clerotas), á usanza de las antiguas democracias griegas, de donde el «clero» cristiano ha tomado tal vez su nombre. El presidente era el único elegido. Estos funcionarios oficiales sometian á un exámen al nuevo electo, debiendo certificar que era «santo, piadoso y bueno». Hubo en aquellas pequeñas cofradías, durante los dos ó tres siglos que precedieron á nuestra era, un movimiento casi tan variado como el que produjo en la edad media tantas órdenes religiosas. Contáronse en la isla de Rodas solamente, hasta diez y nueve; llevando muchas de ellas los nombres de sus fundadores y reformadores. Alguna de aquellas thiasas, particularmente las de Baco, profesaban elevadas doctrinas, y trataban de consolar á los hombres bien intencionados. Si todavía subsistia en el mundo griego un resto de amor, de piedad y de moral religiosa, era debido á la libertad de tales cultos privados. Estos competian con la religion oficial, cuyo abandono hacíase de dia en dia más notable.

Empero, las asociaciones de igual género tropezaban con mayores obstáculos en Roma sin que por eso disminuyera su prestigio entre las clases desheredadas. Los principios de la política romana respecto á las cofradías se promulgaron por la vez primera bajo la república (186 años antes de J.-C.), con motivo de las bacanales. Por aficion natural, eran muy propensos los Romanos á las asociaciones, particularmente á las religiosas; pero estas congregaciones, en cierto modo permanentes, disgustaban á los patricios, conservadores de los poderes públicos, quienes á impulso de la mezquina y árida idea que de la vida concibieran, no admitian como grupos sociales más que la familia y el Estado. Tomáronse las precauciones más minuciosas para conseguir su intento: necesidad de autorizacion prévia, limitacion del número de asistentes, prohibicion de que tuvieran un magister sacrorum permanente y de que constituyeran mediante suscripciones un fondo comun. La misma solicitud se manifestó repetidas veces en la historia del imperio, y el arsenal de las leyes contenia textos para todas las represiones. Empero dependia de la autoridad el hacer ó no aplicacion de ellas. En cuanto á los cultos proscritos, reaparecian frecuentemente muy pocos años despues de su proscripcion. Por otra parte, la emigracion extranjera, sobre todo la de los Sirios, renovaba incesantemente el fondo con que se alimentaban las creencias que en vano trataban de extirpar.

Admírase uno de ver hasta qué grado preocupaba á los hombres más pensadores un tema tan secundario en apariencia. Una de las preferentes atenciones de César y de Augusto fué la de impedir la formacion de nuevos colegios y destruir los que ya estaban establecidos. Un decreto expedido, segun parece, bajo el reinado de Augusto trató de definir fijamente los límites del derecho de reunion y de asociacion. Esos límites eran muy reducidos; pues los colegios habian de ser únicamente funerarios. No les era permitido reunirse sino una vez al mes, y no podian ocuparse más que en dar sepultura á los miembros difuntos, no debiendo salirse bajo ningun pretexto del círculo de sus atribuciones. Sobrepuja á toda ponderacion el encarnizamiento del imperio, pues á consecuencia de su idea exagerada respecto al Estado, pretendia aislar al individuo, destruir todo lazo moral entre los hombres, y combatir un deseo legítimo de los pobres, el de apiñarse unos contra otros en un asilo reducido para tener así más calor. Ciertamente que en la antigua Grecia era muy tiránica la ciudad; pero proporcionaba tantos placeres en cambio de su despotismo, de tal modo deslumbraba con sus luces y con su gloria, que nadie pensaba en quejarse. Morian contentos por ella, y sufrian sin rebelarse sus más injustos caprichos. En cuanto al Imperio romano, era demasiado vasto para considerarlo como patria. Ofrecia á todos grandes ventajas materiales; pero no proporcionaba cosa alguna que mereciera afecto; así que la inaguantable tristeza compañera de semejante existencia parecia peor que la muerte.

Por eso, y á pesar de todos los esfuerzos que hicieron los hombres políticos, tomaron tan inmenso desarrollo las cofradías. Sucedió exactamente una cosa análoga á lo que á nuestras cofradías de la edad media, con su Santo patron y sus comidas en gremio. Cuidábanse las grandes familias de su nombre, de la patria y de la tradicion; pero los humildes, la gente de pocos recursos no tenian más cuidado que el del Collegium, por el cual se afanaban. Todos los textos nos representan esos collegia ó cœtus como formados de esclavos, veteranos, y gente pobre tenuiores. Reinaba la igualdad entre los hombres libres, los libertos y las personas serviles, siendo numerosas las mujeres. Á riesgo de mil vejaciones, y á pesar de las severas penas que á veces se imponian, aspiraban muchos á ser miembros de uno de esas collegia, donde vivian unidos por lazos de agradable confraternidad, se disfrutaba de los socorros mútuos y se contraian afectos que se conservaban despues de la muerte. El sitio de reunion, ó schola collegii, tenia comunmente un tetrástilo (pórtico de cuatro fachadas) donde se publicaba en carteles el reglamento del colegio, al lado del dios protector, y un triclinium para los banquetes de la corporacion reunida. Estos eran, en efecto, vivamente deseados; celebrábanse en las fiestas patronales y en los aniversarios de ciertos cofrades que habian hecho fundaciones. Cada cual llevaba allí su regalo; y uno de los cofrades, por turno, suministraba los accesorios de la comida; á saber, los manteles, la vajilla para la mesa, el pan, el vino, las sardinas y el agua caliente. El esclavo que acababa de libertarse habia de obsequiar á sus camaradas con una ánfora de buen vino. Una dulce alegría animaba el festin; y era cosa expresamente convenida que no habia de tratarse de asunto alguno relativo al colegio; para que nada pudiera turbar el cuarto de hora de regocijo y de descanso que aquellas pobres gentes se proporcionaban. Todo acto de turbulencia ó toda palabra desagradable eran castigados con una multa.

Si hubiera uno de atenerse á las apariencias, creeria que aquellos colegios no eran más que asociaciones de entierro mútuo. Empero, eso solo hubiera bastado para darle un carácter moral. En la época romana, como en nuestro tiempo y en todas las épocas en que la religion se halla sin fuerzas, la piedad de las tumbas era casi la única que el pueblo conservaba. Complacíanse en pensar que no serian arrojados á los fosos comunes, que el colegio haria el gasto de los funerales, y que los cofrades que hubieran ido á pié hasta la pira, recibirian un pequeño honorario de veinte céntimos. Los esclavos, especialmente, necesitaban creer que si su amo hiciera arrojar su cuerpo al foso comun, no faltarian allí algunos amigos para hacerles «funerales imaginarios.» El hombre pobre echaba todos los meses dos cuartos en el cepillo á ese uso destinado, para proporcionarse despues de su muerte una urnita en un columbarium, con una lápida de mármol en que estuviera grabado su nombre. Como la sepultura entre los romanos, estaba íntimamente ligada con los sacra gentilicia ó ritos de familia, tenia suma importancia, contrayendo las personas que se enterraban juntas una especie de fraternidad íntima y de parentesco.

Hé aquí por qué, durante largo tiempo, se presentó el cristianismo en Roma como una especie de collegium fúnebre y por qué los primeros santuarios cristianos fueron las tumbas de los mártires. Si no hubiera sido más que eso el cristianismo, no hubiese provocado tantos rigores; pero era tambien otra cosa; tenia un fondo ó caja de comunidad; jactábase de constituir una poblacion completa; y se creia asegurado de que habia de dominar en el porvenir. Cuando se entra un sábado por la noche en el recinto de una iglesia griega en Turquía, en la de Santa Photini, en Esmirna, por ejemplo, le extraña á uno el poderío de esas religiones de comité, en el seno de una sociedad perseguidora ó malévola. Ese hacinamiento irregular de construcciones (iglesia, presbiterio, escuelas, cárcel,) esos fieles que van y vienen en medio de su poblacion cerrada, esas tumbas nuevamente abiertas en las cuales arde una lámpara, ese olor cadavérico, esa atmósfera húmeda, ese murmullo de oraciones, esas invocaciones para pedir limosna, todo ello forma un conjunto lánguido, que á veces á un extranjero podrá parecerle insulso, pero que debe ser muy grato y suave para el afiliado.

Las sociedades, que estaban ya provistas de una autorizacion especial, gozaban en Roma de todos los derechos de personas civiles; pero no se concedia esa autorizacion sino con infinitas condiciones, desde el momento en que las sociedades tenian una caja ó fondo de comunidad, ó se trataba de otra cosa que de hacerse enterrar. El pretexto de la religion ó de cumplir votos en comunidad, estaba previsto y formalmente señalado entre las circunstancias que daban á una reunion el carácter de delito; y este no era otro que el de lesa majestad, al menos para el individuo que habia provocado la reunion. Claudio llegó hasta mandar cerrar las tabernas en que se reunian los cofrades, así como tambien las hosterías donde la gente pobre encontraba por poco precio agua caliente y carne del puchero. Trajano y los mejores emperadores romanos vieron con desconfianza todas las asociaciones. La extrema humildad de las personas era una cualidad esencial para que se les concediera el derecho de reunion; y aun así no se les otorgaba sino con muchas condiciones. Los legistas que constituyeron el derecho romano, tan eminentes como jurisconsultos, mostraron hasta dónde llegaba su ignorancia de la naturaleza humana persiguiendo de todos modos, hasta con la amenaza de muerte, y restringiendo con toda clase de precauciones odiosas ó pueriles, una eterna necesidad del alma. Á semejanza de los autores de nuestro «Código civil,» miraban la vida con mortal frialdad, como si esta consistiese solo en divertirse por órden superior, en comer su pedazo de pan y en disfrutar del placer segun la clase y rango. El castigo de las sociedades que se abandonan á este sistema falso y limitado, es primeramente el fastidio, y despues el triunfo violento de los partidos religiosos. El hombre no consentirá jamás en respirar ese aire glacial; necesita el hogar tranquilo, la cofradía donde los buenos mueren y viven juntos; nuestras grandes sociedades abstractas no son bastantes para satisfacer todos los instintos de sociabilidad que hay en el hombre; dejadle que ocupe su corazon con alguna cosa, que busque su consuelo donde pueda encontrarle, que busque los hermanos que necesite, que dé cabida en su alma á los más tiernos vínculos. La fria mano del Estado no debe intervenir en ese reino del alma que es el reino de la libertad; la vida y la alegría no renacerán en el mundo hasta que haya desaparecido nuestra desconfianza hácia los collegia, esa triste herencia del derecho romano. Formar una asociacion fuera del Estado, sin destruir á éste, es la cuestion capital del porvenir; la ley futura sobre las asociaciones decidirá si la sociedad moderna ha de sufrir ó no la suerte de la antigua. Un ejemplo debe bastar: el Imperio romano habia enlazado su destino con la ley sobre los cœtus illiciti y los illicita collegia; los cristianos y los bárbaros, terminando con esto la obra de la conciencia humana, destruyeron la ley, y el Imperio se hundió con ella.

El mundo griego y romano, mundo laico, mundo profano, que no sabia lo que es un sacerdote, que no tenia ni ley divina, ni libro revelado, tocaba aquí con problemas que no le era posible resolver. Añadamos á esto que si hubiese tenido sacerdotes, una teología severa, una religion vigorosamente organizada, no habria creado el Estado laico, ni inaugurado tampoco la idea de una sociedad racional, de una sociedad fundada sobre las simples necesidades de la humanidad y sobre las relaciones naturales de los individuos. La inferioridad religiosa de los griegos y de los romanos era la consecuencia de su superioridad política é intelectual; la superioridad religiosa del pueblo judío, por el contrario, ha sido la causa de su inferioridad política y filosófica; el judaismo y el cristianismo primitivo contenian la negacion ó más bien la tutela del Estado civil, y así como el islamismo, establecieron la sociedad sobre la religion. Cuando se toman las cosas humanas por este lado, se fundan grandes proselitismos universales, se tienen Apóstoles que corren de un extremo á otro del mundo para convertirlo; pero no se fundan instituciones políticas, una independencia nacional, una dinastía, un código, un pueblo.

XIX

Porvenir de las misiones.


Año 45


Tal era el mundo que los misioneros cristianos se encargaron de convertir; y bien podemos ver que semejante empresa no fué una locura, ni tampoco el llevarla á cabo un milagro. El mundo carecia moralmente de muchos cosas que la nueva religion le podia facilitar de una manera admirable; las costumbres se dulcificaban; queríase un culto más puro; y las nociones sobre los derechos del hombre y las ideas acerca de los amejoramientos sociales iban ganando terreno por todas partes. La credulidad, por otro lado, era extremada, el número de personas instruidas muy escaso, y si ante semejante sociedad se hubiesen presentado ardientes apóstoles, judíos, es decir, monoteistas, discípulos de Jesús, penetrados de la más dulce predicacion moral que jamás pudiera oirse, no hay para que dudar que se les hubiera escuchado. Los sueños é ilusiones que contiene su enseñanza, no serán un obstáculo para que obtengan buen éxito; el número de los que no creen en lo sobrenatural y en el milagro es muy corto; si son humildes y pobres tanto mejor, porque la humanidad en el punto que se halla, no puede salvarse sino por un esfuerzo del pueblo. Las antiguas religiones paganas no son reformables; el Estado romano es lo que será siempre el Estado; es decir, una cosa rígida, seca, y dura; en ese mundo que parece por falta de amor, el porvenir es de aquel que toque la fibra sensible de la piedad popular. El liberalismo griego y la antigua gravedad romana son impotentes para conseguirlo.

La fundacion del cristianismo es bajo este punto de vista la obra más grande que han hecho jamás los hombres del pueblo, y muy pronto quizás, los hombres y mujeres de la alta nobleza romana, se afiliarán á la Iglesia. Desde fines del primer siglo, Flavio Clemente y Flavia Domitila nos muestran casi al cristianismo penetrando en el palacio de los Césares. Á partir de los primeros Antoninos, cuéntanse personas ricas en la comunidad, y á fines del segundo siglo algunos de los personajes más considerables del Imperio, si bien en general todos ó casi todos eran humildes. En las iglesias más antiguas, así como en Galilea al rededor de Jesús no habia nobles ni poderosos: ahora bien en esas grandes creaciones, la primera hora es la decisiva; la gloria de las religiones pertenece por completo á sus fundadores, pues aquellas, en efecto, se reducen á una cuestion de fé; creer es una cosa vulgar; la obra maestra es saber inspirar la fé.

Cuando uno trata de figurarse aquellos maravillosos orígenes, se le representan por lo regular las cosas segun el modelo de nuestra época, lo cual induce á graves errores. El hombre del pueblo, en el primer siglo de nuestra era, sobre todo en los países griegos y orientales, no se asemejaba en nada de lo que es hoy; la educacion no levantaba entonces en las clases una barrera tan inespugnable como ahora, y aquellas razas del Mediterráneo, si se exceptúan las poblaciones de Lacio, las cuales habian desaparecido ó perdido toda su importancia desde que el imperio romano habia llegado á ser la cosa de los pueblos vencidos al conquistar el mundo, aquellas razas, digo, eran menos sólidas que las nuestras, pero más vivas, más espirituales, más idealistas. El pesado materialismo, esa cosa triste y apagada, efecto de nuestros climas y legado fatal de la edad media, que da á nuestros pobres un aspecto tan desconsolador, no era el defecto de los de aquella época. Sin embargo, aun cuando fuesen muy ignorantes y crédulos, no lo eran más que los ricos poderosos, y no hay que representarse el establecimiento del cristianismo como análogo á lo que seria entre nosotros un movimiento que, partiendo de las clases populares, acabara (cosa imposible á nuestros ojos,) por obtener el asentimiento de los hombres instruidos. Los fundadores del cristianismo pertenecian al pueblo en el sentido de que iban mal vestidos, vivian sencillamente y hablaban mal, ó más bien solo se proponian expresar sus ideas con vivacidad; mas en punto á inteligencia no eran inferiores sino á un corto número de hombres que aún quedaban de la gran sociedad de César y de Augusto. Comparados con los principales filósofos que enlazaban el siglo de Augusto con el de los Antoninos, los primeros cristianos podian considerarse como espíritus pobres, mas comparados con la masa de los súbditos del Imperio eran ilustrados. Tratábaseles á veces de pensadores libres; el grito del populacho contra ellos era «¡Muerte á los Ateos!» y esto no es de extrañar si se atiende á que el mundo hacia espantosos progresos en punto á supersticion. Las dos primeras capitales del cristianismo de los gentiles, Antioquía y Éfeso, eran las dos ciudades del Imperio más dadas á las creencias sobrenaturales, los siglos segundo y tercero llevaron hasta la demencia el espíritu de lo maravilloso y de la credulidad.

El cristianismo nació fuera del mundo oficial, mas no era precisamente inferior á él: solo en apariencia y segun las preocupaciones mundanas, eran los discípulos de Jesús unas pobres gentes. El hombre mundano ama lo que es orgulloso y fuerte; habla con dureza al humilde; entiende que el honor consiste en no dejarse insultar, y desprecia en fin al que se reconoce débil, que lo sufre todo, que cede su túnica y presenta el rostro para recibir un bofeton. Aquí está el error, pues el débil á quien desprecia es superior por lo general; la virtud reside en los que obedecen (sirvientes, obreros, soldados, etc.,) más bien que en los que mandan y gozan; y esto está casi en el órden, puesto que mandar y disfrutar, lejos de contribuir á la virtud, ofrece una dificultad para ser virtuoso.

Jesús comprendió maravillosamente que en el seno del pueblo se halla la resignacion y abnegacion que salva al mundo. Hé ahí porque proclamó felices á los pobres, juzgando que á ellos les era más fácil que á los otros ser buenos; los cristianos primitivos fueron por esencia pobres; «pobres» se les llamó y aun cuando el cristiano fuese rico en los siglos segundo y tercero, en punto á espíritu se le podia considerar como un tenuior y se salvó gracias á la ley sobre los collegia tenuiorum. No eran ciertamente todos los cristianos esclavos y gentes de baja condicion, mas el equivalente social de un cristiano era un esclavo, y lo mismo se decia de aquel que de este, reconociéndose en ambos las mismas virtudes de bondad, humildad, resignacion y dulzura. Todos los autores paganos opinan unánimemente de este modo; todos sin excepcion reconocen en el cristiano los rasgos del carácter servil, la indiferencia hácia las grandes cuestiones y ese aire triste y contrito, esa aversion hácia los juegos, los teatros, los gimnasios y los baños, característica en ellos.

En una palabra, los paganos eran el mundo, no los cristianos: estos constituian un pequeño grupo separado, aborrecido del mundo, que ellos por su parte encontraban malo procurando «conservarse inmaculados del mundo». El ideal del cristianismo será lo contrario del ideal mundano; al perfecto cristiano le gustarán las objeciones; tendrá las virtudes del pobre, del hombre sencillo, de aquel que no trata de hacerse valer, mas no carecerá tampoco de los defectos de sus virtudes, pues considerará vanas y frívolas muchas cosas que no lo son, declarándose enemigo de la belleza. Un sistema en que la Venus de Milo no aparece sino como un ídolo, es un sistema falso ó al menos parcial, pues la belleza vale casi tanto como lo bueno y lo verdadero. Con semejantes ideas, es en todo caso inevitable una decadencia en el arte, pues el cristiano no querrá ni edificar, ni esculpir, ni dibujar; será demasiado idealista, y le importará poco saber, porque la curiosidad le parece una cosa vana. Confundiendo la gran voluptuosidad del alma, que es uno de los modos de tocar lo infinito, con el placer vulgar, no querrá disfrutar porque es demasiado virtuoso.

Desde ahora se presenta otra ley que debe dominar en esta historia; el establecimiento del cristianismo corresponde á la supresion de la vida política en el mundo del Mediterráneo; el cristianismo nace y se extiende en una época en que ya no hay patria; si alguna cosa falta á los fundadores de la Iglesia, es el patriotismo. No son cosmopolitas porque todo planeta es para ellos un lugar de destierro; son idealistas en el sentido más absoluto. La patria es un compuesto del cuerpo y del alma; esta última, constituye los recuerdos, las costumbres, las leyendas, las desgracias, las esperanzas y los sentimientos comunes; el cuerpo, es el suelo, la raza, el idioma, las montañas, los rios, los productos característicos, y en tal caso, nadie prescindió tanto de todo esto como los verdaderos cristianos. Ellos no tomaron cariño á la Judea, y al cabo de algunos años olvidaron la Galilea completamente; la gloria de Grecia y de Roma solo les inspiró indiferencia; los países en que el cristianismo se estableció desde luego, es decir, la Siria, Chipre y el Asia Menor, no se acordaron ya de la época en que fueron libres; en Grecia y Roma dominaba aún el sentimiento nacional, pero en esta última el patriotismo residia en el ejército y en algunas familias, mientras que en la primera el cristianismo no fructifica sino en Corinto, ciudad que desde su destruccion por Mummio y su reconstruccion por César, era un conjunto de gente de todas clases. Los verdaderos países griegos, entonces como hoy, muy poseidos por el recuerdo de su pasado, se prestaron muy poco á la nueva predicacion y fueron siempre medianamente cristianos. Por el contrario, aquellos países mudos, alegres, voluptuosos, tales como el Asia y la Siria, países de placer, de costumbres libres y de abandono, acostumbrados á recibir de extraños la vida y el gobierno, no tenian nada á que renunciar tratándose de orgullo y tradiciones. Las más antiguas metrópolis del cristianismo, como Antioquía, Éfeso, Tesalónica, Corinto y Roma, fueron ciudades comunes, si así puede decirse, ciudades semejantes á la moderna Alejandría, donde afluian todas las razas, y donde la union entre el hombre y el suelo, que es lo que constituye la nacionalidad, era absolutamente nula.

La importancia que se da á las cuestiones sociales está en sentido inverso á las preocupaciones políticas: el socialismo adquiere la superioridad, cuando el patriotismo se debilita; el cristianismo fué la explosion de las ideas sociales y religiosas, que debia esperarse desde el momento en que Augusto puso fin á las luchas políticas. Culto universal, como el islamismo, el cristianismo será en el fondo el enemigo de las nacionalidades, y serán necesarios muchos siglos y muchos cismas para que lleguen á formarse iglesias nacionales con una religion que fuese desde luego la negacion de toda patria terrestre, que naciere en una época en que no hubiera en el mundo ni ciudad ni ciudadanos. Es indudable que las antiguas y severas repúblicas de Italia y de Grecia como un veneno mortal habian rechazado estas iglesias para el Estado.

Y esta es una de las causas que contribuyen á la grandeza del culto nuevo: la humanidad es cosa diversa, cambiante, agitada por deseos contradictorios; grande es la patria y santos son los héroes de Maraton, de las Termópilas, de Valmy y de Fleurus; pero la patria no está aquí abajo, porque uno es hombre é hijo de Dios antes que francés ó aleman.

El reino de Dios, sueño eterno que no se arrancará del corazon del hombre, es la protesta contra lo que el patriotismo tiene de exclusivo; el pensamiento de una organizacion de la humanidad para su dicha más grande y su amejoramiento moral, es cristiano y legítimo; el Estado no sabe ni puede saber más que una cosa: organizar el egoismo, y esto no es indiferente, porque el egoismo es el más poderoso y el más perceptible de los móviles de la humanidad. Pero esto no basta: los gobiernos que suponen que el hombre solo tiene instintos de egoismo, se equivocan de medio á medio, porque la abnegacion es tan natural como el egoismo para los hijos de las grandes razas; la organizacion de la abnegacion es la religion, y no se espere pues prescindir de esta última ni de sus asociaciones, porque el progreso de las sociedades modernas, hará que esta necesidad sea cada vez más imperiosa.

Hé ahí de qué modo esos relatos de extraños sucesos pueden encerrar para nosotros una gran enseñanza, pero es preciso no detenerse en ciertos rasgos que por la diferencia de épocas puedan parecer extravagantes. Cuando se trata de creencias populares hay siempre una inmensa desproporcion entre la grandeza del objeto ideal que prosigue la fé y la pequeñez de las circunstancias materiales que inducen á creer. De ahí la particularidad que en la historia religiosa, los detalles extraños y los actos que se asemejan á la locura, puedan mezclarse con lo que hay de más sublime. El fraile que inventó la santa ampolla ha sido uno de los fundadores del reino de Francia: ¿quién no querria borrar de la vida de Jesús el episodio de los demoniacos de Gergesia? Ningun hombre de sangre fria ha hecho nunca lo que hicieron Francisco de Asís, Juana de Arco, Pedro el Ermitaño, é Ignacio de Loyola; nada es más relativo que la palabra locura aplicada al pasado del espíritu de la humanidad; y si se siguieran las ideas extendidas en nuestros dias, no hay profeta, ni apóstol, ni santo, que no se hubiese visto encerrado. La conciencia humana es poco estable en las épocas en que la reflexion no ha avanzado mucho y cuando es tal el estado del alma, se llega insensiblemente del bien al mal y del mal al bien, dando lugar á que lo bello se convierta, en feo ó vice-versa. No hay justicia posible para lo pasado si no se admite este principio. Un mismo soplo divino penetra en toda la historia y forma una union admirable; pero la variedad de combinaciones que pueden producir las facultades humanas es infinita. Los apóstoles difieren menos de nosotros que los fundadores del budismo, los cuales, sin embargo, se aproximaban más á nosotros por el idioma, y probablemente por la raza. Nuestro siglo ha visto movimientos religiosos tan extraordinarios como los de otras épocas, movimientos que han provocado tanto entusiasmo como los anteriores, que cuentan ya relativamente, mayor número de mártires, y cuyo porvenir es aún incierto.

No hablo de los Mormones, secta por ciertos conceptos tan estúpida y abyecta, que se le resiste á uno creer en ella formalmente, por más que sea instructivo ver en pleno siglo XIX á millares de hombres de nuestra raza vivir creyendo en los milagros y en las maravillas en que tienen una fé ciega y que segun dicen han visto y tocado. Ya contamos con toda una literatura para demostrar el acuerdo que existe entre el mormonismo y la ciencia, pero lo más admirable es, que esta religion, fundada en necedades é imposturas, ha sabido llevar á cabo prodigios de paciencia y abnegacion, y dentro de quinientos años, habrá doctores que probarán su divinidad por las maravillas de su establecimiento. El babismo en Persia, ha sido un fenómeno notable por otro estilo: un hombre pacífico y sin pretension alguna, una especie de Spinoza, modesto y piadoso, se ha visto casi á pesar suyo, elevado al rango de taumaturgo, de encarnacion divina, llegando á ser el jefe de una secta numerosa, ardiente y fanática, que estuvo á punto de producir una revolucion semejante á la de Islam. Millares de mártires recibieron por él la muerte con la mayor alegría; el dia de la matanza de los babis en Teheran, no tiene acaso igual en la historia del mundo, pues segun dice un narrador, testigo ocular, «vióse en dicho dia en las calles y bazares de Teheran, un espectáculo que la poblacion no olvidará acaso nunca. Aún hoy dia, cuando se habla de aquella catástrofe, puede comprenderse cuánta fué la admiracion mezclada de horror que experimentó la multitud, y que los años no han disminuido. Vióse avanzar entre los verdugos una porcion de niños y mujeres con las carnes del cuerpo desgarradas y llevando sujetas alrededor de éste mechas encendidas cuya llama les abrasaba la piel; las víctimas, que iban atadas con cuerdas, recibian continuos latigazos, mas á pesar de esto, niños y mujeres avanzaban entonando un versículo que decia: «En verdad venimos de Dios y volvemos á él» y elevábanse sus voces sonoras en medio del silencio de la multitud. Cuando uno de los condenados caia al suelo hacíanle levantar á fuerza de golpes, y entonces, por agotadas que estuviesen las fuerzas de la víctima á causa de la pérdida de sangre que corria de sus heridas, poníase á bailar gritando con creciente entusiasmo: «En verdad que somos de Dios y volvemos á él.» Algunos niños caian muertos sobre el camino, y los verdugos cogian sus cuerpos y los arrojaban á los piés de los padres y de sus hermanos, que pisaban orgullosamente aquellos cadáveres sin lanzarles siquiera una mirada. Al llegar al lugar de la ejecucion se propuso á las víctimas que abjurasen: á un verdugo se le ocurrió decir á un padre que si no cedia iba á cortar el cuello á sus dos hijos sobre su mismo pecho; los dos muchachos, de los cuales el mayor tendria catorce años, enrojecidos con su propia sangre, y calcinadas las carnes, escuchaban friamente el diálogo: el padre contestó tendiéndose en el suelo que estaba dispuesto, y entonces el mayor de sus hijos, reclamando con instancia su derecho de primogenitura, pidió que le degollase antes á él. Por último se acabó todo: las sombras de la noche cubrieron una masa informe de carne humana; las cabezas estaban atadas á los postes del cadalso y los perros de los arrabales se dirigian en bandadas hácia aquel punto.»

Esto ocurria en 1852: la secta de Mazdak, en tiempo de Cosroes Nouschirvan, se ahogó en un baño de sangre semejante; la abnegacion absoluta es para las almas sencillas el más exquisito de los goces y una especie de necesidad; en la ejecucion de los Babis, algunas personas que eran de la secta, corrian á denunciarse á sí mismas deseosas de obtener la muerte y el martirio. ¡Es tan dulce para el hombre sufrir por alguna cosa, que muchas veces la indiferencia del mártir basta para hacer creer! Un discípulo que fué compañero de suplicio de Bab, hallándose suspendido al lado da éste en las murallas de Tabriz, esperando la muerte, no decia más que estas palabras: «¿Estais contento de mí, maestro?»

Las personas que suponen milagroso ó quimérico lo que en la historia excede á los cálculos de un buen sentido vulgar, no podrán seguramente explicarse tales hechos. La condicion fundamental de la crítica, es saber comprender los estados diversos del espíritu humano; la fé absoluta es para nosotros una cosa completamente extraña; y fuera de las ciencias positivas, de una seguridad en cierto modo material, toda opinion no es á nuestros ojos más que una probabilidad que implica una parte de verdad y una parte de error; esta última puede ser tan pequeña como se quiera, pero no se reduce nunca á cero cuando se trata de cosas morales sobre una cuestion de arte, lenguaje, forma literaria ó personas. Esta, sin embargo, no es la manera de ver de los espíritus pobres y obstinados, tal como los Orientales; los ojos de esas gentes no son como los nuestros; son una especie de ojos de esmalte como los de los personajes que figuran en los mosaicos con su mirada fija y que no saben ver sino una sola cosa á la vez, cosa que al fin les preocupa, se apodera de ellos, é impidiéndoles que sean dueños de creer ó de no creer, no les permite reflexionar. Cuando se profesa una opinion de este modo, se deja uno matar por ella: el mártir es en religion lo que el hombre de partido en política: no ha habido muchos mártires inteligentes; los confesores del tiempo de Diocleciano debian ser, despues de la paz de la Iglesia, personajes impertinentes é imperiosos, pues nunca es uno tolerante cuando cree que siempre tiene razon y que los otros no la tienen nunca.

Los grandes entusiasmos religiosos, que son la consecuencia de fijarse demasiado en las cosas, se convierten así en enigmas para un siglo como el nuestro, en que el rigor de las convicciones se ha debilitado mucho. Entre nosotros, el hombre sincero modifica sin cesar sus opiniones; en primer lugar, porque el mundo cambia, y en segundo porque el apreciador cambia tambien. Nosotros creemos varias cosas á la vez; amamos la justicia y la verdad y por ellas expondriamos nuestra vida, pero no admitimos que lo justo y lo verdadero sean solo del dominio de una secta ó de un partido. Somos buenos franceses, mas reconocemos que los alemanes y los ingleses son superiores por muchos conceptos, lo cual no se hace en las épocas y en los países en que cada cual es de su comunion, de su raza, de su escuela política. Hé aquí por qué todas las grandes creaciones religiosas se han producido en sociedades cuyo espíritu general era más ó menos análogo al del Oriente. Hasta aquí, en efecto, la fé absoluta es la única que ha conseguido imponerse á las demás. Una buena criada de Lyon, llamada Blandine, que se hizo matar por su fé, hace mil setecientos años, y un brutal jefe de banda, llamado Clovis, que creyó conveniente, hace catorce siglos, convertirse al catolicismo, son los que nos imponen aún la ley.

¿Quién no se ha detenido al recorrer nuestras antiguas ciudades, ahora modernas, al pié de los gigantescos monumentos de la fé de las edades antiguas? Todo se ha renovado ya en ellos; no queda un solo vestigio de las costumbres de otros tiempos; solo permanece en pié la catedral, un poco mutilada acaso por la mano del hombre, pero profundamente arraigada en el suelo; ¡Mole sua stat! Su masa es su derecho. Ha resistido al diluvio que todo lo destruyó á su alrededor; ni uno solo de los hombres de otra época que fuera á visitar los sitios donde vivió, podria encontrar su casa; solo el cuervo que hizo su nido en las alturas del edificio sagrado no ha visto destruir su morada, ¡Extraña prescripcion! Aquellos honrados mártires, aquellos rudos convertidos, aquellos piratas que construyeron iglesias, nos dominan todavía. Somos cristianos porque ellos quisieron serlo; así como en política solo las fundaciones bárbaras son duraderas, en religion las afirmaciones espontáneas, y si me atrevo á decirlo, fanáticas, son contagiosas. Y esto consiste en que las religiones son obras enteramente populares; su éxito no depende sino de las pruebas más ó menos buenas que producen de su divinidad; su éxito está en proporcion de lo que dicen al corazon del pueblo.

¿Se sigue acaso de aquí que la religion esté destinada á disminuir poco á poco y á desaparecer como los errores populares sobre la mágia, la brujería y los espíritus? Seguramente no: la religion no es un error popular; es una gran verdad de instinto entrevista y expresada por el pueblo. Todos los símbolos que sirven para dar una forma al sentimiento religioso son incompletos, y su destino es ser rechazados unos despues de otros; pero nada es más falso que el sueño ó la ilusion de varias personas, que tratando de concebir la humanidad perfecta, la conciben sin religion. Debe decirse lo inverso. La China, que es una humanidad inferior, no tiene apenas religion: supongamos por el contrario un planeta habitado por una humanidad cuya fuerza intelectual, moral y física, sea doble que la de la humanidad terrestre, y tendremos que la primera seria cuando menos dos veces más religiosa que la nuestra; y digo cuando menos, porque es probable que el aumento de facultades religiosas tuviese lugar en una progresion más rápida que el aumento de la capacidad intelectual, y no se haria segun la simple proporcion directa. Supongamos una humanidad diez veces más fuerte que la nuestra; esa seria infinitamente más religiosa, y aún es probable, que en semejante grado de sublimidad, desprendido de toda preocupacion material y de todo egoismo, dotado de un tacto perfecto y de un gusto divinamente delicado, viendo la bajeza y el vacío de todo lo que no es lo verdadero, lo bueno ó lo bello, el hombre seria únicamente religioso, y estaria continuamente sumido en una perpétua adoracion, pasando de éxtasis en éxtasis, naciendo, viviendo y muriendo en un torrente de voluptuosidad. El egoismo, en efecto, que da la medida de la inferioridad de los séres, decrece segun se aleja de lo animal; un ser perfecto no seria ya egoista, sino religioso; el progreso pues tendrá por efecto engrandecer la religion, y no destruirla ó disminuirla.

Pero tiempo es ya de volver á los tres misioneros, Pablo, Bernabé y Juan Márcos, que hemos dejado en el momento que salian de Antioquía por la puerta que conduce á Seleucia. En mi tercer libro trataré de seguir las huellas de esos mensajeros de buenas nuevas por tierra y por mar, lo mismo en la calma que en la tormenta, así en los buenos como en los malos dias. Ya me urge referir la historia de esa epopeya sin igual, recorrer esos caminos infinitos del Asia y de Europa, á lo largo de los cuales sembraron el grano del Evangelio, y tengo en fin deseos de surcar esas ondas que ellos atravesaran tantas veces en situaciones diversas. La gran odisea cristiana va á comenzar; ya la barca apostólica ha desplegado sus velas, y sopla la brisa que no aspira sino á llevar en sus alas las palabras de Jesús.


Publicado el 29 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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