El Cíclope

Eurípides


Teatro, Drama satírico



Argumento

El famoso Odiseo, rey de Ítaca, no voluntariamente, sino arrastrado por vientos contrarios, arriba a la costa de Sicilia, en donde habitaba Polifemo, el Cíclope, consagrado en absoluto, a pesar de su origen divino, a satisfacer sus apetitos bestiales. Como gigante, necesitaba una cantidad de alimento proporcionada a su estatura, y aunque constituían su más suculenta comida ordinaria los animales domésticos, regalábase también, cuando la ocasión se presentaba, con la carne de los desventurados náufragos o extraviados que aportaban a sus dominios. Los esclavos que a la sazón le servían para atender a su ganadería y a su labranza eran Sileno y los sátiros hijos de este, que habían caído en sus manos cuando buscaban a Dioniso, su señor, en poder de unos piratas tirrenios enviados por Hera, su enemiga.

Odiseo pide a Sileno víveres y agua, estando ausente el Cíclope, y pagándole su precio; y cuando el viejo exayo del hijo de Sémele se dispone a complacerlo, por el vino del comprador y con la piadosa intención de guardarse el precio de la venta, aparece el Cíclope, que desbarata tan seductores proyectos, desoye las súplicas y exhortaciones de Odiseo, y lo destina a ser asado o cocido con sus compañeros. Y, en efecto, mata y se come a dos de ellos, accediendo solo por pura benevolencia y cortesía ciclópea, agradecido al deleite que ha recibido de su prisionero escanciándole el licor de Dioniso, a reservarlo para el último de su antropófago banquete. No queda, pues, otro recurso al héroe de Homero que matar a Polifemo, y así lo hace, embriagándolo primero e introduciendo después en su único ojo frontal un enorme tizón puntiagudo ardiendo.

Esta obra dramática de Eurípides es preciosa para nosotros, por ser la única de su especie que se conserva, por su mérito literario intrínseco, y porque nos ofrece al eminente trágico cómico consumado, y justamente en la época más brillante de su vida y en la flor de su talento. Contaba entonces el año 57 de su edad, y la representación de esta obra tuvo lugar en la olimpiada 85, y en su tercer año, 438 antes de Jesucristo.

El drama satírico, según la opinión más admitida por los eruditos dedicados a estos estudios, fue inventado como homenaje o expiación en favor de Dioniso, de cuyas fiestas habían nacido la tragedia y la comedia, aunque ni la una ni la otra conservaban de su primitivo origen sino la tradición del hecho, desfigurado y casi olvidado, hasta el extremo de afirmar los mismos atenienses que en ninguna de ellas se veía rastro o huella de su origen, aparte de la formación de las palabras que expresaban el nombre de la tragedia de τράγος, macho cabrío, animal consagrado a Dioniso, y de la época de su representación en las fiestas dionisíacas. La prueba evidente y al alcance de todos de esta verdad la hallamos en seguida en los lectores vulgares de esas composiciones, ignorantes por completo de esa relación entre el dios coronado de hiedra y las obras dramáticas griegas, si antes no han llegado a su noticia las indicaciones expuestas. Se exigió, pues, en desagravio del dios, que a las obras trágicas acompañase un drama satírico, cuyo asunto había de desenvolver una fábula o acción relativa a Dioniso, directa o indirectamente, con un coro compuesto de sátiros, de donde le vino su nombre, y sujeto, además, a ciertos límites previamente trazados en su exposición y desarrollo, a sus danzas peculiares y hasta a sus ritmos. Solamente en la mitología o en la edad heroica, a diferencia de la tragedia y de la comedia, habían de fundarse sus argumentos, y fueron entre los griegos lo que las farsas atelanas de los romanos y los entremeses entre los españoles: lo bufo y lo alegre después de lo serio y lo triste. Los escribieron y perfeccionaron todos los grandes poetas, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Pratinas, Hegemón y otros muchos.

Pero prescindiendo de su rareza, recomienda especialmente al Cíclope su valor literario intrínseco, extraordinario a nuestro juicio. Su acción, elegida, trazada y desenvuelta con naturalidad, sencillez y sobriedad dramática, tan hábil como práctica en su conjunto y en sus más ínfimos detalles; la gracia, la claridad y la aparente ligereza de sus distintas peripecias, y la variedad, la novedad y el interés escénico de las situaciones burlescas de sus distintos personajes; la mezcla de serio y de ridículo de un gusto depurado y ático que resplandece en todas sus estrofas; la diversidad de los caracteres de sus personajes, maravillosamente diseñados y sostenidos, y, por último, la poesía verdadera derramada a manos llenas en toda ella, y en particular en los cantos de los coros, obligan por necesidad a cuantos lean este drama, si poseen sentido natural para la percepción de la belleza literaria, y han aprovechado la educación consiguiente para perfeccionarla, a admirar a su autor como merece, y a confesar con justicia que su capacidad poética en lo trágico no es inferior, sino más bien al contrario, en el drama satírico titulado El Cíclope. Hasta en las groserías o indecencias que contiene, se muestra hasta cierto punto moderado, porque, comparadas con las de los poetas cómicos contemporáneos, resultan, así respecto a su número como a su calidad, pálidos y vagos reflejos del cinismo, de la desvergüenza y de la osada procacidad de esos antiguos predecesores helenos de algunos novelistas, periódicos y autores dramáticos modernos.

Personajes

Sileno, exayo de Dioniso.
Coro de sátiros, hijos de Sileno.
Odiseo, príncipe de Ítaca.
El Cíclope, Polifemo.


La acción pasa en Sicilia, delante de la caverna del Cíclope.

El Cíclope

Se ve en el teatro una caverna y su entrada, y próximo a ella un verde prado.


SILENO:
¡Oh Dioniso!, por ti soporto ahora innumerables trabajos, semejantes a los de mi florida juventud. Primero envió Hera contra mí a las Furias para que me atormentaran en tu ausencia, después que dejaste a las ninfas de los montes que te criaron; luego fui tu auxiliar, y a tu lado combatí en la lucha contra los gigantes y di muerte a Encélado, rompiendo con mi lanza el centro de su escudo. Pero, poco a poco, ¿no he soñado todo esto? No, por Zeus, que presenté a Dioniso los bélicos despojos. Pero nada de esto es comparable a mi última desdicha, cuando Hera suscitó contra ti a los piratas tirrenios para que te vendiesen en lejanas tierras, y yo lo supe y con mis hijos navegué en busca tuya, y yo mismo, empuñando el timón en la popa de la nave, al compás de los remos y sentados mis hijos en los bancos, azotamos la blanca espuma del azulado mar, ansiosos de encontrarte, ¡oh rey! Y ya cerca de Malea, un viento que soplaba del oriente combatió nuestro bajel y nos arrojó contra estos escollos del Etna, en donde habitaban los cíclopes homicidas, hijos de un solo ojo del dios marino. Esclavos somos de uno de ellos, que nos apresó; Polifemo se llama nuestro dueño, y en vez de celebrar danzas báquicas, apacentamos los rebaños del impío Cíclope. Mis hijos, muchachos ya crecidos, apacientan las ovejas en las últimas colinas; yo lleno los abrevaderos y limpio la casa, y en ella resido, y sirvo al impío Cíclope en sus nefandas cenas. Y ahora, obediente a sus órdenes, barreré la gruta con estos rastrillos de hierro, para que esté limpia a la vuelta del Cíclope, mi señor, y de las ovejas. Pero ya veo a mis hijos que se acercan apacentando los ganados. ¿Qué es esto? ¿Acaso os entregáis a vuestras ruidosas danzas, como en otro tiempo, cuando erais fieles compañeros de Dioniso en la casa de Altea y os deleitabais al son de las liras y del canto?

EL CORO:
¿Adónde caminas, ¡oh hijo de padre noble y de noble madre!? ¿Por qué vas hacia los escollos? ¿Por ventura no tienes aquí suave aura y alegre césped, y agua clara de los ríos que reposa en los abrevaderos junto a la gruta en donde balan tus corderillos? ¡Ay de ti! ¿No pacerás aquí; no pacerás aquí? ¿No en la colina llena de húmedo rocío? ¡Hola! Pronto te lanzaré una piedra. Apártate; apártate, ¡oh carnero!, vete al establo del pastor, del rústico Cíclope.

Déjame, oveja, tus tetas turgentes; entrega tus pezones a los corderillos que yacen en los lechos. Los balidos de tus hijuelos, que duermen durante el día, te llaman. ¿No volverás al fin a tu establo, abandonando los pastos herbosos bajo las rocas del Etna? Aquí no está Dioniso, aquí no hay coros ni bacantes armadas de tirsos, ni estrépito de tímpanos junto a las fuentes de agua cristalina, ni frescas gotas de vino, ni Nisa con sus ninfas.

Báquicos, báquicos versos me hace cantar Afrodita, a la cual perseguía yo ligero con las bacantes de pies blancos. ¡Oh Dioniso, oh Dioniso querido! ¿En dónde yaces solitario sacudiendo tu blonda cabellera? Yo, mientras tanto, tu servidor, soy ahora esclavo del Cíclope de un solo ojo, siervo errante cubierto con esta piel miserable de macho cabrío, lejos de ti, a quien amo.

SILENO:
Callad, ¡oh hijos!, y ordenad a los criados que traigan los rebaños a la cóncava gruta que forman estos peñascos.

EL CORO:
Andad; pero ¿a que tanta precipitación, ¡oh padre!?

SILENO:
Veo a la orilla del mar el casco de una nave griega, y a los remeros con su capitán que vienen hacia aquí y traen colgados de su cuello vasos vacíos, sin duda en busca de alimento, y las urnas del agua. ¡Oh extranjeros desdichados! ¿Quiénes son? No sabrán quién es Polifemo, nuestro señor, cuando se dirigen hacia este techo inhospitalario, arrastrados por su triste destino para servir de pasto al Cíclope que devora a los hombres. Pero callaos, y les preguntaremos de dónde vienen a las sículas rocas del Etna.

ODISEO:
¿Me diréis, ¡oh extranjeros!, en dónde encontraremos algún río para apagar nuestra sed, y alguno que quiera vender víveres a navegantes hambrientos? ¿Qué es esto? Parece que hemos arribado a la tierra de Dioniso, porque veo junto a esa gruta multitud de sátiros. Saludo al más anciano.

SILENO:
Salve, ¡oh extranjero!; di quién eres y cuál es tu patria.

ODISEO:
Odiseo, de Ítaca, rey de los cefalonios.

SILENO:
He oído hablar de cierto Odiseo, hombre locuaz, del astuto linaje de Sísifo.

ODISEO:
Yo soy, pero no me insultes.

SILENO:
¿Desde dónde venís por mar a Sicilia?

ODISEO:
Desde Troya, después de haber sufrido en ella muchos trabajos.

SILENO:
¿Cómo, pues? ¿No sabías navegar hacia tu patria?

ODISEO:
Las tempestades y los vientos me han traído aquí a la fuerza.

SILENO:
¡Hola! Tu fortuna es igual a la mía.

ODISEO:
¿Contra tu voluntad estás aquí también?

SILENO:
Por seguir a los piratas que robaron a Dioniso.

ODISEO:
Pero ¿qué país es este y quienes lo habitan?

SILENO:
El monte Etna, el más alto de Sicilia.

ODISEO:
¿Y las murallas y las torres de la ciudad?

SILENO:
No hay; en estas cumbres no habitan hombres, ¡oh extranjero!

ODISEO:
¿A quién pertenece esta región? ¿A las fieras, acaso?

SILENO:
A los cíclopes, que moran en cavernas, no en casas.

ODISEO:
¿A quién obedecen? ¿Gobierna el pueblo?

SILENO:
Son pastores nómadas; ninguno obedece a otro.

ODISEO:
¿Siembran las espigas de Deméter, o de qué viven?

SILENO:
De leche y de queso, y de la carne de sus ganados.

ODISEO:
¿Y saborean el licor de Dioniso, el suave jugo de la viña?

SILENO:
De ninguna manera; en este país son desconocidas las danzas.

ODISEO:
¿Son hospitalarios y benévolos con los extranjeros?

SILENO:
Dicen que no hay manjar tan exquisito como su carne.

ODISEO:
¿Qué dices? ¿Celebran deleitosos banquetes y devoran los hombres después de matarlos?

SILENO:
Ninguno se ha escapado hasta ahora.

ODISEO:
Y el Cíclope, ¿está en la gruta?

SILENO:
Fue al Etna a cazar fieras con sus perros.

ODISEO:
¿Podrás ayudarnos a huir de aquí?

SILENO:
No me es posible; pero pídeme otra cosa.

ODISEO:
Véndenos víveres, que no tenemos.

SILENO:
Ya te he dicho que solo hay carne.

ODISEO:
¡Dulce alivio de nuestra hambre!

SILENO:
Y queso y leche de vaca.

ODISEO:
Traedlo todo, pues, que la luz es necesaria en estos tratos.

SILENO:
Dime tú ahora: ¿cuánto piensas darme en cambio?

ODISEO:
No traigo dinero, sino néctar de Dioniso.

SILENO:
¡Dulcísima nueva! ¡Largo tiempo hace que no lo probamos!

ODISEO:
Regalo es de Marón, hijo del dios.

SILENO:
¿El que tuve en otro tiempo en mis brazos?

ODISEO:
El hijo de Dioniso, para que me entiendas mejor.

SILENO:
¿Y lo guardas en la nave, o lo traes allí?

ODISEO:
En este odre, ¡oh anciano!

SILENO:
Ni para un trago tengo.

ODISEO:
Traeremos dos veces otro tanto.

SILENO:
¡Deleitosa, gratísima fuente!

ODISEO:
¿Quieres probarlo, que es puro?

SILENO:
Así debe ser; la prueba atrae compradores.

ODISEO:
Con el odre viene también una copa.

SILENO:
Llénala, pues, y recordaré haber bebido en otro tiempo.

ODISEO:
Hela aquí.

SILENO:
¡Oh placer! ¡Qué aroma despide!

ODISEO:
¿Lo viste acaso?

SILENO:
No, por Zeus, pero lo percibo.

ODISEO:
Pruébalo, pues, y serán fondadas tus alabanzas.

SILENO:
¡Oh gozo! Dioniso me excita a bailar. ¡Ah, ah, ah!

ODISEO:
¿Qué tal sonaba al atravesar tu garganta?

SILENO:
Hasta los tuétanos ha penetrado.

ODISEO:
Te daré además dinero.

SILENO:
Bástame el odre; déjate ahora de dinero.

ODISEO:
Vengan ya los quesos o los corderillos.

SILENO:
Los traeré, sin cuidarme de mi amo; por beber una copa daría todos los rebaños de los cíclopes, y me precipitaría, por embriagarme y desarrugar mi ceño, en la mar desde la roca Léucade. El que no goza bebiendo es un insensato; así puedes disfrutar de todos los variados y dulces goces del amor, y bailar, y olvidar tus penas. ¿Y no besaré tan suave licor sin hacer caso de las necias lágrimas del Cíclope, y del único ojo que brilla en medio de su frente? (Sileno entra en la caverna).

EL CORO:
Oye, Odiseo, quisiéramos hablarte.

ODISEO:
Amigos sois; acercaos al que lo es vuestro.

EL CORO:
¿Tomasteis Troya y recobrasteis a la cautiva Helena?

ODISEO:
Y también cautivamos a toda la familia de Príamo.

EL CORO:
Y después que recobrasteis a esa tierna joven, ¿no la disfrutasteis todos, por su orden, ya que tanto le plugo casarse con distintos maridos? De la traidora hablo, que, al contemplar los calzones de variados colores y el collar de oro que adornaba la garganta de Paris, perdió el juicio y abandonó a Menelao, el mejor de los hombrecillos. Ojalá que nunca hubiese nacido mujer alguna..., a no ser para mí solo.

SILENO:
Aquí tienes, ¡oh rey Odiseo!, nuestras rústicas riquezas, corderillos que balan, y no pocos quesos de cuajada leche. Lleváoslos, pues; alejaos cuanto antes de estas cavernas, y dadme en cambio este dulce néctar de los báquicos racimos. ¡Ay de mí! El Cíclope viene; ¿qué hacemos?

ODISEO:
Perdidos somos, anciano. ¿Adónde huimos?

SILENO:
Entrad en las cavernas; quizá logréis esconderos.

ODISEO:
Peligroso es tu consejo, pues nosotros mismos nos precipitaremos en las redes.

SILENO:
No lo es; hay dentro ciertos rincones en donde podéis refugiaros.

ODISEO:
No será así; Troya se quejaría bastante si huyésemos de un solo hombre, cuando yo resistí muchas veces con mi escudo numeroso escuadrón de frigios. Si hemos de morir, será con gloria; y si vivimos, que sea después de defendernos con valor, cual cumple a nuestra antigua fama.

EL CÍCLOPE:
Detente; trae la luz. ¿Qué es esto? ¿Jugáis acaso? ¿Qué significan esas bacanales? No está aquí Dioniso, ni suenan las trompetas ni se oyen los tambores. ¿Y los corderillos recién nacidos? ¿Maman todavía y corren alrededor de sus madres? ¿Echasteis ya en las cestillas de junco la leche para los quesos? ¿Qué decís? ¿Qué respondéis? Este palo os hará llorar en breve; mirad hacia arriba, no al contrario.

EL CORO:
Observa tú cómo levantamos al cielo los ojos; veo a las estrellas y a Orión.

EL CÍCLOPE:
¿Preparasteis la comida?

EL CORO:
Sí; apresta también tus fauces.

EL CÍCLOPE:
¿Llenasteis los vasos de leche?

EL CORO:
Si quieres, puedes beberte una cuba entera.

EL CÍCLOPE:
¿Es de oveja, de vaca, o mezclada?

EL CORO:
La que más te agrade, siempre que no me tragues.

EL CÍCLOPE:
De ninguna manera, porque bailando en medio de mi vientre, me mataríais con vuestros saltos. ¡Hola! ¿Qué gente es esa que veo junto al establo? ¿Son piratas, o ladrones que han arribado? Sí, sin duda alguna; observo también corderillos de mis rebaños atados con mimbres, y entre ellos, castillos con quesos, e hinchada la frente calva de este viejo, efecto de los golpes que ha sufrido.

SILENO:
¡Ay de mí! Tales fueron, que estoy calenturiento.

EL CÍCLOPE:
¿Quién fue el agresor? ¿Quién, ¡oh anciano!, esgrimió sus puños en tu cabeza?

SILENO:
Esos, ¡oh Cíclope!, porque me opuse a que se llevaran tus bienes.

EL CÍCLOPE:
¿No sabían que yo era dios e hijo de dioses?

SILENO:
Así les dije, y sin embargo se llevaban tus corderos y comieron queso, a pesar de mi resistencia, y se disponían a apropiarse los corderos; aseguraban que te habían de atar a un madero de tres codos, y te sacarían las entrañas por el ombligo y azotarían soberbiamente tus espaldas, y después, bien sujeto, te llevarían a la nave y te venderían para mover piedras con palancas o a trabajar en un molino.

EL CÍCLOPE:
¿Conque así hablaron? ¿No cortarás pronto estacas puntiagudas y encenderás bastante leña? No tardaré en matarlos, y llenarán mi estómago, y sin ayuda de trinchante los comeré, los unos calientes, recién sacados de las ascuas, y otros bien cocidos en el puchero, cansado ya de carne montés; bastantes ciervos y leones he tragado, y hace mucho tiempo que no como carne humana.

SILENO:
Nada hay más sabroso, ¡oh señor!, que alternar con nuevos manjares los ordinarios; mucho ha que no vienen extranjeros a tu caverna.

ODISEO:
Atiende también a estos. Nosotros, deseosos de comprar víveres, vinimos a tu caverna desde nuestra nave; este nos ha vendido y entregado los corderos por una copa de vino, que apuró, reinando entre todos la mejor armonía y sin apelar a la fuerza. Nada tiene de extraño que este viejo no haya dicho palabra de verdad, porque lo has cogido in fraganti vendiendo lo tuyo.

SILENO:
¡Yo! ¡Mala muerte te lleve!

ODISEO:
Sí, si miento.

SILENO:
No, por Poseidón que te engendró, ¡oh Cíclope!; no, por Tritón el magno y por Nereo; no, por sus hijas y por Calipso, por las sagradas olas y por todos los peces te juro, ¡oh Cíclope bellísimo, oh dueñecito mío!, que nada tuyo vendí a los extranjeros; si así no fuere, que tengan mala muerte estos hijos míos que tanto amo.

EL CORO:
Oye tú; seguro estoy de haberte visto vendiendo a los extranjeros, y si es falso, que se muera mi padre; pero no seas injusto con ellos.

EL CÍCLOPE:
Mentís; más confianza me inspira Sileno que Radamanto, y declaro que es más imparcial. Pero voy a interrogaros. ¿De dónde venís? ¿Cuál es vuestra patria? ¿En qué ciudad nacisteis?

ODISEO:
Nacimos en Ítaca, y después de derribar a Ilión, vientos marinos, ¡oh Cíclope!, nos han arrojado a tus dominios.

EL CÍCLOPE:
¿Sois, acaso, de los que fueron a la ciudad de Ilión, próxima al Escamandro, a vengar el rapto de la malvada Helena?

ODISEO:
Somos, en efecto, los que sufrieron tan intolerables trabajos.

EL CÍCLOPE:
Vergonzosa empresa, en verdad, navegar a la Frigia por una mujer.

ODISEO:
Obra fue de una deidad, y así, no acuses a los mortales. Nosotros, ¡oh noble hijo del dios marino!, te suplicamos y te pedimos, a fuer de hombres libres, que no mates a tus amigos que han llegado a esta caverna, convirtiéndolos en manjar impío de tu boca, porque nosotros, ¡oh rey!, dimos a tu padre posesión de varios templos en distintos lugares de la Grecia, e inviolados continúan el santo puerto del Ténaro y las alturas inaccesibles de Malea, y el promontorio Sunio, abundante en plata, consagrado a la diosa Atenea, y los asilos Gerésteos, y no perdonamos a los frigios los graves insultos con que deshonraron a la Grecia, de cuya gloria tú también participas, puesto que griego es este rincón apartado que habitas bajo las rocas volcánicas del Etna. Ley es entre los mortales, si no te convencen mis palabras, acoger benévolos a los suplicantes que se pierden en la mar y ofrecerles presentes hospitalarios y vestidos, no clavarlos en largos asadores para llenar tu vientre y ejercitar tus mandíbulas. Bastantes griegos perecieron en la tierra de Príamo, que bebió la sangre de muchos muertos al empuje de la lanza, y muchas esposas quedaron sin maridos, y sin hijos ancianos y ancianas de blancos cabellos. Si devoras en tus crueles banquetes a algunos de mis compañeros, asándolos antes, ¿adónde nos dirigiremos? Sigue, pues, mi consejo, ¡oh Cíclope!; refrena tu voraz gula, y piadoso, no impío, recuerda que ilícitas ganancias son de ordinario gravosas.

SILENO:
Si te atienes a mi dictamen apurarás la carne de este, y si comes su lengua, ¡oh Cíclope!, serás charlatán elocuentísimo.

EL CÍCLOPE:
Las riquezas, ¡oh hombrecillo!, son la única deidad de los prudentes; todo lo demás, sonoras y vanas palabras. No me cuido de los marinos alcázares consagrados a mi padre, e inútilmente los ensalzaste en tu discurso. Tampoco temo el rayo de Zeus, ¡oh extranjero!, ni creo que sea un dios más poderoso que yo. Este rey del Olimpo, por las razones que te diré, me inquieta muy poco; cuando difunde la lluvia desde el cielo, me refugio en esta caverna en donde no penetra el agua, y saboreo una ternera asada o algún otro animal bien rollizo, y descanso en cómoda postura después de beberme una ánfora de leche, resonando mi manto con un ruido émulo de los truenos de Zeus. Cuando el tracio Bóreas arrastra nieve, me envuelvo en pieles de fieras, enciendo fuego y no me curo de nada. Necesariamente la tierra, ya quiera o no, produce hierba que engorda a mis rebaños; yo no mato para ofrecer víctimas a los dioses, sino solo para mí y para mi vientre, el principal de todos; beber y comer y satisfacer la necesidad de cada día es el Zeus de los sabios, y no afligirme por nada; me compadezco de los que establecieron leyes para civilizar al humano linaje, y no dejaré de regalarme absteniéndome de comerte. Y para que no me reconvengas, recibirás, en presente hospitalario, fuego, agua y esta caldera que contendrá tu carne hecha pedazos y la cocerá de lo lindo. Pero entrad y os acercaréis al ara del dios de la caverna, y celebraré con vosotros opíparo banquete. (Entra el Cíclope en la caverna).

ODISEO:
¡Ay, ay de mí! Ileso salí de los peligros de Troya y de la mar, y tropiezo ahora con este ser impío, de corazón inexorable. ¡Oh Palas, oh señora, hija de Zeus, socórreme, socórreme! Aguárdanme trabajos más graves que los de Troya, y más temibles riesgos. Y tú, Zeus, protector de la hospitalidad, que habitas entre los astros brillantes, mira todo esto, que si no me atiendes serás un Zeus inútil, un dios que para nada sirve. (Sigue al Cíclope).

EL CORO:
Abre, ¡oh Cíclope!, los labios de tu inmensa boca, que ya están prontos tus cocidos y asados; limpielos después de apartarlos del fuego, para que tragues y tritures con tus dientes los miembros de los extranjeros, recostado en la erizada piel de macho cabrío. Ruégote que para mí nada dejes; disfruta tú solo y llena tu vasto vientre. ¡Ojalá que yo no vea más esta caverna, ni presencie el impío sacrificio de víctimas que celebra el Cíclope del Etna, ávido de devorar las carnes de los navegantes! Cruel es el miserable que degüella a los viajeros suplicantes que se acercan a sus lares y los despedaza y traga, ya comiéndolos cocidos con sus abominables dientes, ya asando carne humana y devorándola caliente cuando la aparta del fuego.

ODISEO:
¡Oh Zeus! ¿Qué diré, testigo en esta caverna de tales horrores, increíbles y más fabulosos que reales?

EL CORO:
¿Qué hay, Odiseo? ¿Por ventura el impío Cíclope saboreó ya a tus amados compañeros?

ODISEO:
Sí; a dos que examinó y pesó con cuidado, muy rollizos por cierto.

EL CORO:
¿Quieres contarme esa desdicha, ¡oh desventurado!?

ODISEO:
Después que entramos en esta peñascosa caverna encendió fuego, arrojando al vasto hogar troncos de robusta encina, en cantidad suficiente para cargar tres carros. Preparó luego su lecho junto a él con hojas de abeto que extendió en el suelo; llenó de blanca leche de vaca, ordeñada por su mano, un vaso que contendría unas diez ánforas, y puso a su alcance una copa de hiedra de tres brazas de ancho y cuya profundidad parecía de cuatro. Arrimó al fuego una caldera de bronce llena de agua y endureció en él la punta de los asadores de espino blanco, puliendo con la hoz lo restante, y pidió vasos del Etna, para que al filo del hacha...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Hechos estos preparativos por el odioso cocinero de Hades, se apoderó de dos compañeros míos y los mató, guardando cierto orden; arrojó al uno a la caldera de bronce, y cogiendo al otro por los pies, lo machacó contra el filo de una piedra que sobresalía en la roca, le hizo saltar los sesos, y, cortando sus carnes con cruel cuchillo, asó parte al fuego, y echó la restante en la caldera, para guisarla. Yo, desventurado, derramaba abundantes lágrimas y servía al Cíclope, sin separarme de su lado. Los demás, como aves asustadas, se refugiaban, temblando, en las hendiduras de la caverna, helada su sangre de terror. Harto ya, después de haber devorado a mis compañeros, se abandonó al descanso, exhalando de sus fauces hediondo aliento. Ocurrióseme entonces, por inspiración divina, ofrecerle una copa de este vino Marón, para que lo gustase, diciéndole así: «¡Oh Cíclope, hijo del dios marino!, mira el néctar suave que te ofrezco, licor de Dioniso, extraído de las viñas de la Grecia». Aceptolo; se llenó de manjar abominable, y la apuró y la alabó de este modo, levantando la mano: «¡Oh tú el más amable de los huéspedes!; grata copa es esta para coronar mi banquete». Conocí que le había gustado y le di otra, previendo que el vino sería su mayor enemigo y el mejor medio para que expiase su delito. Empezó a cantar, bebiendo a mi ruego copa tras copa, difundiéndose el calor por sus entrañas. En este momento entona desaliñadas canciones, mientras lloran mis compañeros de navegación y repite sus lamentos la caverna. He salido, pues, con cuidado, y si quieres, nos salvaremos todos. Decid, pues, si deseáis abandonar a este monstruo inhospitalario y habitar el palacio de Dioniso en compañía de vírgenes náyades. Apruébalo tu padre, que está dentro; pero como es débil y ha percibido el aroma del vino, vacila como el ave presa con liga, pegadas sus alas a la copa; pero tú, que eres joven, sálvate conmigo y busca a Dioniso, tu antiguo amigo, bien distinto del Cíclope.

EL CORO:
¡Oh tú el más querido, ojalá que veamos este día venturoso, y huyamos del impío Cíclope! Mi larga y forzosa continencia es ya intolerable.

ODISEO:
Oye ahora cómo nos vengaremos de esa bestia feroz y nos libraremos de su servidumbre.

EL CORO:
Habla, pues; que más placer ha de infundirnos la muerte del Cíclope que si oyésemos el sonido de la cítara asiática.

ODISEO:
Trastornado su juicio con el licor báquico, quiere visitar a los cíclopes, sus hermanos, para comer con ellos.

EL CORO:
Ya comprendo: proyectas matarlo cuando atraviese solo las selvas o acaso precipitarlo desde las rocas.

ODISEO:
No es eso; astuto es mi proyecto.

EL CORO:
¿Cómo, pues? Ya antes de ahora celebró la Fama tu astucia.

ODISEO:
Quiero disuadirlo de ese banquete diciéndole que no debe compartir el vino con los cíclopes, sino regalarse solo, y cuando se duerma, vencido por el licor, cogeré cierta estaca de olivo que hay en la caverna, y afilando su extremo con mi espada, lo pondré al fuego, y cuando se encienda, lo introduciré por la frente del Cíclope y abrasaré su único ojo. Como el que traba la tablazón de una nave y mueve el taladro con las dos correas, así haré girar el tizón en el ojo brillante del Cíclope y quemaré su pupila.

EL CORO:
¡Viva, viva! Nos llena de alegría, locos nos vuelve tu invención.

ODISEO:
Y después que te embarque con tus amigos y con ese anciano en el cóncavo casco de la negra nave, con duplicados remos os alejaréis de esta tierra.

EL CORO:
¿Y no consentirás que yo lo ciegue también con el tizón, a guisa de purificación divina? Quisiera ayudarte en este atentado.

ODISEO:
Me ayudaréis, sin duda; el tizón es grande, y todos vosotros podréis manejarlo.

EL CORO:
Con gusto soportaría la carga de cien carros, siempre que vaciase el ojo del Cíclope cual nido de avispas, y le diese mala muerte.

ODISEO:
Callad ahora; ya conocéis mi proyecto. Y cuando yo lo mande, obedeced a los arquitectos, que no huiré solo abandonando a los amigos que hay dentro de la caverna. Aunque podría escaparme y ya estoy fuera de la cueva, no es justo que, siendo mis compañeros, me salve solo. (Entra de nuevo en la caverna).

PRIMER SEMICORO:
Vamos. ¿Quién será el primero? ¿Quién empuñará el segundo el tizón, e introduciéndolo por los párpados del Cíclope, perforará su ojo claro?

SEGUNDO SEMICORO:
Calla, calla. Ebrio ya el cantor discordante, y entonando una canción desapacible que aullará después, se adelanta desde su peñascosa caverna. Vamos; enseñemos a este ignorante lo que debe hacer en los banquetes. Pronto quedará completamente ciego.

EL CORO:
Bienaventurado el que se embriaga con el grato licor de la uva, tan dulce en los festines, estrechando en sus brazos a su joven amigo y guardando en su lecho bella y tierna amiga, mientras sus cabellos brillan perfumados, y canta: «¿Quién me abrirá la puerta?».

EL CÍCLOPE:
¡Hola, hola, hola! Anegado en vino, regocíjanme los banquetes, y mi vientre, como nave de carga, relleno está hasta los bordes. El risueño césped me invita a comer, en este hermoso tiempo de primavera, con mis hermanos los cíclopes. Vaya, huésped, dame, dame el odre.

EL CORO:
Bellos son sus ojos y bello todo él, ahora que sale de su morada. Ámanos él, y nosotros le correspondemos. Las antorchas te aguardan y tierna ninfa te espera en la gruta, llena de húmedo rocío. Pronto llevarás en tu cabeza corona de varios colores.

ODISEO:
Escúchame, Cíclope, que yo conozco perfectamente ese Dioniso que te di a beber.

EL CÍCLOPE:
¿Y qué dice la fama de ese dios Dioniso?

ODISEO:
Que ninguno como él alegra la vida humana.

EL CÍCLOPE:
Por eso yo le eructo tan suavemente.

ODISEO:
Tan bondadoso es; a nadie daña.

EL CÍCLOPE:
¿Y cómo, siendo dios, se complace encerrado en un odre?

ODISEO:
En todas partes contento.

EL CÍCLOPE:
Pero no parece regular que un dios se envuelva en pieles.

ODISEO:
¿Y qué, si te deleita? ¿Te ofende la piel, acaso?

EL CÍCLOPE:
Detesto el odre, pero me gusta la bebida.

ODISEO:
No te vayas, pues; bebe y alégrate, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE:
¿Pero no debo compartirla con mis hermanos?

ODISEO:
Mayor será tu dicha si solo la disfrutas.

EL CÍCLOPE:
Pero convidando a mis amigos, me lo agradecerán.

ODISEO:
Propensos son los banquetes a disputas y reyertas escandalosas.

EL CÍCLOPE:
Nos embriagaremos, y nadie osará tocarme.

ODISEO:
¡Oh amigo!, conserva ese licor en tu gruta.

EL CÍCLOPE:
Necio es el que, bien bebido, no ama los banquetes.

ODISEO:
El que, ebrio, no sale de su casa, es prudente.

EL CÍCLOPE:
¿Qué hacemos, Sileno? ¿Me aconsejas quedarme?

SILENO:
Sí. ¿Qué necesidad tienes de compañeros para beber, ¡oh Cíclope!?

EL CÍCLOPE:
Y en verdad que florido césped cubre la tierra.

SILENO:
Y grato es beber al sol. Recuéstate, pues, y descansa junto a mí.

EL CÍCLOPE:
Aquí me tienes ya; pero ¿por qué pones la copa detrás de mí?

SILENO:
No se la lleve alguno que pase.

EL CÍCLOPE:
Lo que tú quieres es empinarla a hurtadillas; ponla en medio de los dos. Tú, ¡oh huésped!, dime cómo he de llamarte.

ODISEO:
Ninguno. Pero ¿qué gracia me dispensarás para que yo te alabe?

EL CÍCLOPE:
Serás el último que devore.

ODISEO:
Egregio favor para tu huésped, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE:
¡Hola!, ¿qué haces? ¿Te bebes el vino a escondidas?

SILENO:
No; Dioniso me ha dado un ósculo, enamorado de mi gracia.

EL CÍCLOPE:
Lágrimas ha de costarte tu afición al vino, que no te ama.

SILENO:
No, por Zeus; dice que adora mi belleza.

EL CÍCLOPE:
Viértelo, y llena la copa para mí solo.

SILENO:
¿Qué tal? Veamos si está bien hecha la mezcla.

EL CÍCLOPE:
Tú me desesperas; dámela así.

SILENO:
No, por Zeus; antes veré la corona en tu cabeza, y lo probaré.

EL CÍCLOPE:
¡Copero bribón!

SILENO:
No, por Zeus; que el vinillo es exquisito. Límpiate bien las narices antes de beberlo.

EL CÍCLOPE:
Mira; limpios están mis labios y mi barba.

SILENO:
Apoya el codo con gracia; bebe después como me ves beber... y como ya no me ves.

EL CÍCLOPE:
¡Ah, ah! ¿Qué haces?

SILENO:
Suavemente me la bebí de un trago.

EL CÍCLOPE:
Tómala tú, huésped, y serás mi copero.

ODISEO:
Ya conoce mi mano la viña.

EL CÍCLOPE:
Vamos; llénala ya.

ODISEO:
Eso hago; calla ahora.

EL CÍCLOPE:
Difícil será, después de beber mucho.

ODISEO:
Aquí la tienes; no dejes una sola gota, que, apurada la copa, lo mejor es morirse.

EL CÍCLOPE:
¡Hola! Precioso don es la vid.

ODISEO:
Seguro es que si después de comer mucho bebes mucho y humedeces tu vientre, aun sin sed, sentirás sueño; pero si dejas algo, Dioniso secará tus fauces.

EL CÍCLOPE:
¡Viva, viva! ¡Casi nado! ¡Puro es este goce! Paréceme que el cielo y la tierra se mueven confundidos, y que veo el trono de Zeus y toda la corte celestial. No los besaré; las Gracias me provocan; pero contento con este Ganimedes, descansaré por las Gracias muy gustoso. Hasta cierto punto me gustan más los jóvenes que las mujeres.

SILENO:
Pero ¿soy acaso el Ganimedes de Zeus, Cíclope?

EL CÍCLOPE:
Sí, por Zeus, que yo lo arrebato del palacio de Dárdano.

SILENO:
Yo muero, ¡oh hijos! Voy a ser víctima de una desgracia indigna.

EL CÍCLOPE:
¿Rechazas a tu amante ebrio y con tanto desdén me tratas?

SILENO:
¡Ay de mí! Amargo, en verdad, será pronto para mí el vino que he bebido. (El Cíclope arrastra a Sileno a la caverna).

ODISEO:
Vamos ahora, hijos de Dioniso, mancebos generosos; ya entró en la gruta; rendido por el sueño, no tardarán sus horribles fauces en devolver la carnaza. El tizón humea ya dentro; todo está preparado, y solo nos resta abrasar el ojo del Cíclope; prueba ahora tu valor.

EL CORO:
Duros seremos como la piedra y el hierro. Entra, sin embargo, antes que mi padre sea deshonrado; aquí todos te obedecemos.

ODISEO:
¡Oh Vulcano, rey del Etna!, protégeme, y que al primer golpe abrase el ojo de tu mal vecino; y tú, Sueño, hijo de la negra Noche, socórreme con todo tu poder contra esta bestia enemiga de los dioses; después de pasar en Troya tan honrosos trabajos, no entreguéis a la muerte a estos navegantes y al mismo Odiseo por un hombre que desprecia a un tiempo al cielo y a la tierra. ¿Creeremos que es diosa la Fortuna, y superior a los demás dioses? (Entra en la caverna).

EL CORO:
Fuertes tenazas oprimirán el cuello del comedor de extranjeros, y el fuego abrasará después su brillante pupila, porque ya cubre la ceniza esta robusta rama. Venga, pues, Marón, y trastornándole el juicio con su fuego, hágale pagar su pena, y destruya el párpado del Cíclope, ya que lo ha bebido en su daño. Y yo, dejando este desierto, quiero ver al afable Dioniso, amante de la hiedra. ¿Lo conseguiré algún día?

ODISEO:
Callad, por los dioses, ¡oh fieras!; estaos quietas y no despegad los labios; ni respirar os permito, ni guiñaros los ojos, ni aun escupir siquiera; no despierte este calamitoso Cíclope antes que el fuego acabe con su ojo.

EL CORO:
Callemos, y que solo el aire atraviese nuestras fauces.

ODISEO:
Entrad ya, y coged el tizón encendido en punto.

PRIMER SEMICORO:
¿No señalarás tú por su orden los que primero han de quemar el ojo del Cíclope con esta palanca inflamada, para que todos contribuyamos al buen éxito de esta empresa?

SEGUNDO SEMICORO:
Nosotros estamos a la puerta, algo lejos, en verdad, para abrasarlo.

PRIMER SEMICORO:
Nosotros cojeamos hace poco.

SEGUNDO SEMICORO:
Algo parecido me pasa, porque en pie y todo, me acomete una convulsión, cuya causa ignoro.

PRIMER SEMICORO:
¿Y cómo, estando en pie, padecéis convulsiones?

SEGUNDO SEMICORO:
Y nuestros ojos están llenos de polvo, o de ceniza, o de otra cualquier cosa.

ODISEO:
Cobardes auxiliares son estos, y para nada sirven.

EL CORO:
¿Es cobardía acaso cuidar de nuestro pellejo y de nuestras espaldas, y oponernos a perder los dientes a fuerza de azotes? Conozco un encanto excelente de Orfeo, cuya virtud es tal, que el tizón encendido se introducirá por sí mismo en el cráneo del hijo de la Tierra que ve con un ojo solo.

ODISEO:
Aunque ya sabía hasta dónde llega tu valor, ahora no tengo la menor duda. Más vale que mis amigos me ayuden en la obra. Si nada has de hacer, aliéntanos siquiera con tus palabras.

EL CORO:
Así lo haré. En los carios confiamos. Que nuestras exhortaciones contribuyan a abrasar al Cíclope. (Odiseo entra en la caverna). ¡Ánimo, ánimo! Blandid el tizón con esfuerzo; daos prisa; quemad las cejas de la bestia que traga a los huéspedes. Devorad con el fuego, ¡oh!, abrasad al pastor de las ovejas del Etna. Taládralo; déjalo ya, no te maltrate, atormentado por el dolor.

EL CÍCLOPE:
¡Ay de mí! ¡Apagan la luz de mi ojo!

EL CORO:
¡Suave himno!; cántalo, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE:
¡Ay de mí, otra vez! ¡Cómo me ultrajan! ¡Cómo me asesinan! Pero nunca os escaparéis contentos de esta cueva, hombres que nada valéis; yo cerraré la puerta, y mis manos os atraparán.

EL CORO:
¿Qué significan esos clamores, ¡oh Cíclope!?

EL CÍCLOPE:
¡Muerto soy!

EL CORO:
Deplorable es tu estado.

EL CÍCLOPE:
Y bien mísero, además.

EL CORO:
¿Caíste ebrio en medio del fuego?

EL CÍCLOPE:
Ninguno me perdió.

EL CORO:
Luego ninguno te ha ofendido.

EL CÍCLOPE:
Ninguno cegó mi ojo.

EL CORO:
¿Luego no estás ciego?

EL CÍCLOPE:
Así lo estés tú.

EL CORO:
Pero ¿cómo no te ha cegado ninguno?

EL CÍCLOPE:
¿Te ríes? ¿En donde está Ninguno?

EL CORO:
En ninguna parte, ¡oh Cíclope!

EL CÍCLOPE:
Me perdió el huésped odioso que trastornó con su vino mi juicio; ¿lo entiendes ya?

EL CORO:
Grande es el poder del vino, y se domina con trabajo.

EL CÍCLOPE:
Por los dioses, ¿se escaparon, o están todavía en la caverna?

EL CORO:
Escondiéronse callados bajo el oscuro peñasco.

EL CÍCLOPE:
¿Hacia qué parte?

EL CORO:
A tu derecha.

EL CÍCLOPE:
¿En dónde?

EL CORO:
Junto a la misma roca. ¿Los encontraste ya?

EL CÍCLOPE:
¡Desdicha sobre desdicha! Al tropezar me he roto el cráneo.

EL CORO:
Y se escapan.

EL CÍCLOPE:
No estaban, pues, hacia aquí, como dijiste.

EL CORO:
No digo que ahí.

EL CÍCLOPE:
Pues ¿en dónde?

EL CORO:
Dan vueltas a tu alrededor por la izquierda.

EL CÍCLOPE:
¡Ay de mí! ¡Cómo se burlan! Os reís de mis males.

EL CORO:
Ya no; ahora está delante de ti.

EL CÍCLOPE:
¡Oh infame! Al fin, ¿dónde estás?

ODISEO:
Lejos de ti se halla Odiseo, bien defendido.

EL CÍCLOPE:
¿Qué dices? ¿Cambiaste de nombre? ¿No es este nuevo?

ODISEO:
Llámome Odiseo, como me puso el padre que me engendró. Justo era que expiases tus banquetes impíos; poco glorioso sería para mí haber incendiado a Troya y que no vengara en ti la muerte de mis compañeros.

EL CÍCLOPE:
¡Ay, ay de mí! Cúmplese un oráculo según el cual tú habías de cegarme al volver de Troya. Pero también predijo que serías castigado vagando largo tiempo por la mar.

ODISEO:
Llora tú ahora, que yo logré mi deseo. Me dirigiré a la ribera, y navegaré hacia el mar Sículo y hacia mi patria.

EL CÍCLOPE:
No será así; que este peñasco que he arrancado alcanzará y aplastara a ti y a tus compañeros de navegación. Subiré, pues, la colina, ciego y todo, atravesando esta caverna de dos bocas.

EL CORO:
Y nosotros navegaremos con Odiseo, y en adelante serviremos a Dioniso.


Publicado el 15 de marzo de 2018 por Edu Robsy.
Leído 17 veces.