Ion

Eurípides


Teatro, Tragedia, Tragedia griega



Argumento

Enamorado Apolo de Creúsa, hija de Erecteo, rey de Atenas, logró a la fuerza la satisfacción de su deseo arrastrándola a la gruta de Macra, sita en la Acrópolis, en donde después dio a luz el fruto de esta unión, exponiéndolo allí mismo con ciertas señales para ocultar su deshonra; Apolo rogó entonces a Hermes que lo llevase a su templo de Delfos, en donde lo adoptó la Pitia, criándolo como si fuera suyo y destinandolo más tarde al servicio del dios, cuyos tesoros guardaba.

Creúsa, mientras tanto, se había desposado con Juto, hijo de Helén, famoso guerrero auxiliar de los atenienses, con quienes venció a los calcodóntidas de la Eubea, recibiendo, en premio la mano de aquella; mas como no tuviesen hijos que heredaran su cetro y sus riquezas, fueron a Delfos a consultar el oráculo y a rogar a Apolo que se los concediese. El dios respondió a Juto que reconociera como tal al primero que encontrare al salir del templo; y siendo el primero el hijo adoptivo de la Pitia, que lo era realmente de Apolo y Creúsa, Juto lo miró como suyo, y quiso solemnizar tan deseado hallazgo con banquetes suntuosos, a los cuales fueron invitados todos los amigos del hijo hallado, llamado Ion por su padre. Creúsa, sin embargo, sabedora de la respuesta del oráculo, que daba un descendiente a su esposo, dejándola a ella huérfana, resolvió envenenarlo aconsejada de su pedagogo, y al efecto encargó a este que sirviese a los convidados, y que al escanciarles el vino vertiese en la copa de Ion una gota letal de la sangre de Medusa, que Atenea había dado a uno de sus abuelos. El pedagogo obedeció sus órdenes, y ya estaba Ion a punto de apurar la fatal copa, cuando oyó cierto ruido de mal agüero, y la derramó, ofreciendo su libación a la tierra. Casualmente había penetrado en el tabernáculo del festín una bandada de palomas, las cuales bebieron del líquido que habían vertido los convidados, muriendo presa de agudas convulsiones la que gustó del vino de Ion. Este se apoderó entonces del pedagogo, que tan oficiosamente le había asistido en el banquete, y haciéndole confesar su delito, supo la tentativa de envenenamiento de Creúsa, a quien acusó ante la asamblea de próceres de Delfos, los cuales la condenaron a ser precipitada desde las rocas de Delfos. Creúsa, que supo la suerte que le aguardaba, se refugió en el ara de Apolo, asilo seguro y sacrosanto.

Ion se presentó, no obstante, con satélites armados para prenderla, y cuando estaban a punto de arrancarla de allí a viva fuerza, acude la Pitia, que le entrega el cestillo en que lo trajo Hermes, y las prendas que contenía. Al verlas Creúsa, deja el ara y las reconoce como suyas y a Ion como a fruto de su unión con Apolo. Grande fue, pues, la alegría de ambos, y, para colmarla, se aparece Atenea profetizando a Ion las glorias reservadas a su nombre y a sus hijos.

Desde luego se comprende que esta obra dramática de Eurípides no es propiamente una tragedia, sino lo que hoy se apellida un drama entre los críticos modernos, en su acepción más estricta. Fundado, como tantos otros, en una ἀναγνώρισις, o reconocimiento de un hijo, es notable en más de un concepto por lo perfecto del plan, por los caracteres de los personajes, y por las bellezas particulares que encierra, hijas del buen gusto y del talento dramático del poeta. Es lástima, sin duda, que Juto sea engañado a un tiempo por Apolo, por Creúsa, su esposa, y por Ion, cuando, según nuestras ideas, nada tenga de lisonjero el papel que se le hace representar. Adviértase, no obstante, que los griegos no pensaban en este particular como nosotros, y que en más de una ocasión, y en las mismas tragedias de Eurípides (véase el Heracles Furioso), los mortales se muestran muy complacidos de compartir con un inmortal el lecho en que descansa su esposa. Lo peor es que el antojo libidinoso de un dios sea causa de la violación de una doncella, de la separación de la madre y del hijo, y de las consecuencias que trae. Tampoco parece laudable el propósito de Creúsa de envenenar a Ion, y el de este de arrancar a su madre del ara, cuando tan religioso se muestra en todo el poema, y a pesar de las violentas y poderosas pasiones que mueven a ambos. Así y todo, no puede negarse que el carácter de este último, su piedad y mansedumbre, sus apacibles costumbres y santa vida, la resignación con que sufre su suerte, su deseo de averiguar quiénes fueran sus padres, el sentimiento que le aqueja cuando se ve obligado a dejar el servicio del dios para heredar una corona, y su respeto a Juto y a Creúsa cuando los reconoce como a sus padres, nos interesan en alto grado, revelándonos en sus distintas fases la pureza de su alma y los dulces afectos que la alientan. Cuando se queja de la conducta de Apolo, lo hace con dolor y como contra su voluntad, y cuando duda de la veracidad de su madre, procura siempre expresar sus recelos y sospechas sin ofenderla. También es raro, conocidas las tendencias filosóficas y antipoliteístas de Eurípides, que, encontrando ocasión tan propicia para explanarlas, se contente con hacer algunas indicaciones o envolverlas en el fondo del argumento. En general, la poesía de esta composición es fácil, amena y esencialmente helénica, brillando en algunos cantos del coro con vivísima luz e imponderable armonía. A nuestro juicio, la escena más bella es la del reconocimiento de Creúsa e Ion.

En cuanto a la época de su representación, únicamente debemos decir que nada se sabe de positivo, y que las conjeturas en que se apoyan para indicarla, así Hermann como Théob. Fix y otros, no dejan de ser, al menos en nuestro concepto, simples presunciones individuales que distan mucho de convencernos. En efecto; conocido el amor con que los atenienses y sus poetas hablan siempre de su ciudad, de sus fundadores y de los progenitores de su raza; sabido el intolerante exclusivismo con que miraban a los extranjeros y la tradición popular en este pueblo, que se tenía por autóctono o indígena, no daremos gran peso a las alusiones que se han creído percibir a la época en que la distribución entre las ciudadanos de cierta cantidad de granos, traídos de la Eubea, produjo alguna recrudescencia contra los que no disfrutaban de los derechos de ciudadanía, haciendo emigrar a muchos millares de ellos. ¿Por qué razón apoyarnos en tan frágiles indicios cuando es poco lo que se dice a favor de la autoctonía de los atenienses, poco también y a la ligera lo que se increpa a los extranjeros, nada odioso el papel que Juto representa, y, por último, cuando en otras tragedias de Eurípides se dice tanto o más contra ellos? Hacer gala de erudición a costa de la sana lógica no nos parece razonable. Lo mismo decimos de otra presunción, según la cual debió representarse hacia la Olimp. 97, 4 (478 años antes de Jesucristo), porque se ha creído ver otra alusión en las palabras del protagonista de la tragedia al coro describiéndole los cuadros que adornan el pórtico del templo de Apolo, y al presente que los atenienses hicieron a este dios, construyendo a sus expensas un nuevo pórtico, poco después de la victoria que ganó Formión a los lacedemonios. Lo primero que se ha de probar es que el pórtico descripto por Ion y el edificado por los atenienses en la época mencionada son uno mismo, lo cual dista mucho de ser fácil, y mientras esto no se haga, tal indicación no deja de ser una de las infinitas visiones de arqueólogos y eruditos, muchas veces los poetas fantásticos de la Historia.

Personajes

Hermes.
Ion, hijo de Apolo y de Creúsa.
Coro de esclavas de Creúsa.
Creúsa, reina de Atenas.
Juto, su esposo.
Un anciano, pedagogo de Creúsa.
Una esclava de Creúsa.
La Pitia o sacerdotisa de Apolo.
Atenea.


La acción es en Delfos, ante el templo de Apolo.

Ion

Se ve el vestíbulo del templo, y delante del pórtico las estatuas de Febo y Artemisa. En el tímpano del frontón, esculpidas y pintadas, las luchas de Heracles y la Hidra y la de Belerofonte y la Quimera, y en el muro la batalla de los Gigantes.


HERMES (saliendo del bosquecillo contiguo):
Atlas, que sustenta en sus férreos hombros el cielo, antigua mansión de los inmortales, engendró en una diosa a Maya, mi madre; yo soy, pues, Hermes, servidor de Zeus, el más poderoso de todos los dioses. He venido a esta tierra de Delfos, en donde Febo, en el centro de nuestro globo, anuncia siempre a los hombres lo presente y lo futuro. Hay una ciudad griega, no innoble, llamada como Palas, la de la dorada lanza, en donde Febo poseyó por fuerza a Creúsa, la hija de Erecteo, en el lugar llamado Macra por los soberanos del Ática, rocas septentrionales situadas bajo la ciudadela. Ignorándolo su padre (que así plugo al dios), llevó la carga de su vientre y a su tiempo dio a luz un niño en su palacio, y lo llevó a la misma gruta en donde fue concebido, exponiéndolo a la muerte en un cestillo redondo, según costumbre de sus antepasados, y de Erictonio, el hijo de la Tierra; y la hija de Zeus, para defenderlo, envió allí dos dragones y lo dio a guardar a las hijas de Aglauro. En recuerdo de este suceso, los erecteidas crían a sus hijos ceñidos de serpientes doradas. Pero Creúsa, suponiendo que moriría, lo adornó con sus mismas galas. Mi hermano Febo me rogó entonces así: «Ve, ¡oh hermano!, a la ínclita Atenas, en donde habita un pueblo indígena, a la ciudad de Palas, que tú conoces, y sacando al niño recién nacido de la gruta, en el mismo cesto que lo contiene y sin tocar a sus envolturas, tráelo a mi fatídico templo de Delfos, y déjalo a la entrada. Yo cuidaré de lo demás, porque has de saber que es mi hijo». Y yo, queriendo hacer este favor a mi hermano Apolo, me apoderé del cesto entretejido, y dejé al niño a la entrada de este templo, abierto el redondo cestillo, para que se viese. Y cuando el sol subía dando vueltas, entró la sacerdotisa y, al mirar al niño, se quedó sorprendida, creyendo que alguna joven de Delfos había sido bastante osada para exponer en la mansión divina el fruto de su vientre. Quiso primero arrojarlo de allí; pero se compadeció de él y no fue tan cruel, porque el dios protegía al niño, y no consintió que lo echasen. Y adoptándolo lo crio, e ignora que su padre es Febo, y cuál haya sido su madre, y nada más sabe. Mientras fue niño vivió de las ofrendas, y vagaba jugando; cuando llegó a ser hombre, los de Delfos lo hicieron guardián de las riquezas del dios y su fiel cuestor, y en el templo ha llevado hasta ahora santa vida. Entonces se casó su madre Creúsa con Juto, a consecuencia de la guerra que estalló entre los atenienses y los calcodóntidas, habitantes de la tierra eubeica, que concluyó Juto con la fuerza de las armas, aunque no indígena, pero que era, sin embargo, oriundo de la Acaya y descendiente de Eolo, hijo de Zeus. Mucho tiempo llevan de matrimonio, y hasta ahora no han engendrado hijos, y por esta causa han venido a consultar el oráculo de Apolo, deseosos de tenerlos. Y Apolo lo ha dispuesto así, y no a ciegas, según se cree; y cuando entre en el templo, dará a Juto su hijo, y le dirá que es de él, para que sea reconocido por Creúsa a su vuelta al hogar materno, y permanezca oculta su unión con Apolo, y obtenga su hijo la herencia que le corresponde. Cuidará de que los griegos le llamen Ion, fundador de la región asiática. Pero entraré en este templo laurífero para saber lo que hay resuelto acerca del niño. Aquí veo al hijo de Apolo que sale a limpiar la puerta con ramas de laurel, y yo, el primero de los dioses, lo llamo Ion desde ahora. (Ocúltase en el bosquecillo de laurel).

ION (que sale del templo):
Ya el sol pasea por la tierra este carro esplendente de cuatro caballos, y los astros huyen por el aire de su fuego a refugiarse en el seno de la sagrada noche; las cumbres inaccesibles del Parnaso brillan a la vista de los hombres, alumbradas por las ruedas, que traen el día, y el humo de la seca mirra llena el templo de Febo; la délfica sacerdotisa se sienta en el santo trípode, cantando a los griegos los oráculos que Apolo inspira. Id, pues, ministros del delfín Febo, a las ondas argentadas de Castalia, y, lavándoos en sus puras aguas, volved al templo y guardad religioso silencio para que vuestra lengua anuncie favorables presagios a los que vienen a consultar el oráculo. Nosotros, cumpliendo con el deber que acatamos desde niños, purificaremos el vestíbulo del templo de Apolo con ramas de laurel y guirnaldas entretejidas, y humedeceremos el suelo con nuestras líquidas gotas, y ahuyentaremos con nuestras saetas las bandadas de aves que ofenden a los sagrados presentes, porque siendo hijo de padres desconocidos, venero solo a la mansión divina de Febo, en donde me he criado.

Estrofa. — Bellísimo laurel que barres el arca del templo de Febo, recién cortado de jardines inmortales, en donde bullen aguas sagradas de perenne corriente, y hojas, también sagradas, de mirto, con que purifico cada día este santo suelo, así que el sol extiende sus ligeras y brillantes alas. ¡Oh Peán, Peán bienaventurado, bienaventurado seas, oh hijo de Leto!

Antístrofa. — ¡Oh Febo! Sírvote y cuido de tu morada fatídica; honroso ministerio es para mí trabajar por los dioses inmortales, no por los mortales, y no me molesta cumplir tan gloriosos deberes. Febo es el padre que me engendró; yo lo alabaré por haberme criado, y este templo, en donde habita y me dispensa sus dones, hará para mí las veces de padre. ¡Oh Peán, Peán bienaventurado, bienaventurado seas, oh hijo de Leto!; pero acabaré de barrer con el laurel, y regaré la tierra con el agua de los dorados vasos que corre de la fuente Castalia, derramando sus frescas ondas, ya que duermo en casto lecho. ¡Ojalá que nunca deje el servicio de Febo, o que, si lo abandono, sea con buena suerte! ¡Ea..., ea!

Estrofa 2.ª — Ya vienen, ya dejan las aves su morada del Parnaso. Os anuncio que no os acerquéis a las almenas ni a este templo, rico en oro. Te alcanzarán mis saetas, ¡oh mensajera de Zeus!, que con tu fuerte y corvo pico vences a las demás aves. He aquí este otro cisne que se dirige hacia los atrios. ¿No moverás hacia otro lado tus pies rojos? No te libertará de mis saetas la melodiosa cítara de Febo. Pasa a todo vuelo; entra en la laguna de Delos; derramaré tu sangre e interrumpiré tus cantos suaves si no obedeces.

Antístrofa 2.ª — ¡Hola, hola! ¿Cuál es esta nueva ave que llega? ¿Hará bajo sus almenas el nido de leña y paja para sus hijuelos? La alejará de aquí el silbido de las flechas. ¿No obedecerás? Vete; procrea tus hijos en los remolinos del Alfeo, o en la selva istmia, y no ofendas los presentes y el templo de Febo. Temo, no obstante, mataros, porque anunciáis a los mortales las órdenes de los dioses; pero no faltaré a mis deberes ni dejaré de venerar nunca a los que me criaron. (El coro de mujeres de Atenas, servidoras de Creúsa, dividido en dos semicoros, aparece en la escena).

PRIMER SEMICORO (ante el pórtico):
Ni en la divina Atenas hay tan bellas columnatas en templos de los dioses, ni en el de Apolo Agieo; luz bella y resplandeciente brilla en ambas fachadas de la morada de Loxias, hijo de Leto.

SEGUNDO SEMICORO (mirando las pinturas del frontón):
Mira esta pintura, que representa al hijo de Zeus, dando muerte con su dorada y corva espada a la hidra Lernea; mírala, amiga, con tus ojos.

PRIMER SEMICORO:
Ya la veo. Y otro, junto a él, levanta la ardiente antorcha. ¿Quién es? ¿Es el escudero Yolao, el representado en mis labores mujeriles, el que acompañó en sus trabajos al hijo de Zeus?

SEGUNDO SEMICORO:
Pero mira al otro cabalgando en caballo alado, que mata a la robusta fiera de tres cuerpos, que arroja llamas. (Los dos semicoros penetran en la columnata del pórtico).

PRIMER SEMICORO:
Hacia todas partes miro y contemplo en los muros de piedra la batalla de los Gigantes.

SEGUNDO SEMICORO:
La admiramos, ¡oh amigas!...

PRIMER SEMICORO:
¿Ves a aquella que vuelve su gorgóneo escudo contra Encélado?

SEGUNDO SEMICORO:
Veo a Palas, mi diosa.

PRIMER SEMICORO:
¿Cómo, pues? ¿Ves el ardiente rayo impetuoso que lanzan las manos de Zeus, que hieren desde lejos?

EL SEMICORO:
Ya lo veo; abrasa con su fuego al horrible Mimas. Y Bromio o Dioniso, que da muerte a uno de los hijos de la Tierra con sus débiles férulas, coronadas de yedra. (Júntanse los dos semicoros.)

EL CORO (a Ion, que está a la puerta del templo):
A ti digo, que estás a la puerta del templo, ¿pueden mis blancos pies pisar sus umbrales y entrar?

ION:
No es lícito, ¡oh extranjeras!

EL CORO:
¿Ni oiré de tu boca palabra alguna?

ION:
¿Qué quieres oír?

EL CORO:
¿Es verdad que el templo de Febo está en el centro de la Tierra?

ION:
Sí, adornado de guirnaldas y cerca las Gorgonas.

EL CORO:
Así dice también la fama.

ION:
Si delante del templo derramasteis sangre, y deseáis saber algo de Febo, entrad en los atrios; pero si no habéis sacrificado ovejas, no penetréis en la nave.

EL CORO:
Ya sé lo que debo hacer: no desobedeceremos las órdenes del dios, y se deleitarán nuestros ojos examinando por el templo.

ION:
Observad lo que sea lícito.

EL CORO:
Mis señores me dieron licencia para ver esa mansión del dios.

ION:
¿A qué familia servís?

EL CORO:
En donde Palas habita se criaron mis dueños. (Llega Creúsa). Pregunta a mi señora, que es esta que ves aquí.

ION:
Noble eres, en verdad; es dulce tu belleza, sin duda como tus costumbres, quienquiera que seas, ¡oh mujer! Fácil es decidir con solo ver a la mayor parte de los hombres, si su prosapia es ilustre. ¿Qué es eso? Me sorprende que cierres tus ojos y que las lágrimas surquen tus nobles mejillas, aunque has contemplado el santo oráculo de Apolo. ¿Cuál es la causa de tu tristeza, ¡oh mujer!? Cuando se alegran todos los que miran el templo del dios, lloran tus ojos.

CREÚSA:
No es extraño, ¡oh extranjero!, como dices, que te sorprendan mis lágrimas; yo, al ver este templo de Apolo, he evocado antiguas memorias, y mi alma vaga ahora en mi hogar, aunque esté presente mi cuerpo. (Aparte). ¡Oh mujeres desdichadas! ¡Oh injustos dioses! ¿Y qué hemos de hacer? ¿En dónde buscaremos nuestros soberanos y nuestros jueces si nos injurian y nos pierden?

ION:
¿Por qué te afliges, ¡oh mujer!, por causas que nos está vedado investigar?

CREÚSA:
Por nada; aflojé ya el arco; en cuanto a lo demás, me callo, y te ruego que no te cuides más de ello.

ION:
Pero ¿quién eres?, ¿de dónde has venido?, ¿cuál es tu patria?, ¿cuál el nombre que he de darte?

CREÚSA:
Creúsa es mi nombre, y Erecteo mi padre; mi patria es la ciudad de los atenienses.

ION:
Ilustre, ¡oh mujer!, es la ciudad que habitas, y nobles los padres que te educaron. Yo te respeto.

CREÚSA:
En cuanto a eso, somos felices, ¡oh extranjero!; no en otras cosas.

ION:
Por los dioses te ruego; ¿es acaso cierto, como la fama cuenta entre los hombres...?

CREÚSA:
¿Qué preguntas, extranjero? Deseo saberlo bien.

ION:
¿Nació acaso de la Tierra el abuelo de tu padre?

CREÚSA:
Sí, Erictonio; pero de nada me sirve la alteza de mi linaje.

ION:
¿Y se lo llevó Atenea?

CREÚSA:
En sus manos virginales, aunque no fuese su madre.

ION:
¿Y lo entregó como suele representarlo la pintura?

CREÚSA:
A las hijas de Cécrope, para que lo guardasen, no para sanar sus ojos.

ION:
Oí decir que las vírgenes abrieron el cofrecillo de la diosa.

CREÚSA:
Y por eso murieron, llenando de sangre las piedras.

ION:
Vamos, y ¿qué hay de verdad en esto? ¿Ese rumor es cierto o no?

CREÚSA:
¿Qué preguntas? No me molesta este descanso.

ION:
¿Mató tu padre Erecteo a tus hermanas?

CREÚSA:
Siendo vírgenes, osó sacrificarlas por la patria.

ION:
¿Y cómo te salvaste tú sola?

CREÚSA:
Tenía pocos años, y estaba en los brazos de mi madre.

ION:
¿Y es verdad que se abrió la tierra y se tragó a tu padre?

CREÚSA:
Perdiéronle las heridas que le hizo el tridente de Poseidón.

ION:
¿Y se llama Macra el lugar en donde ocurrió esa catástrofe?

CREÚSA:
¿Por qué me interrogas así? ¡Qué recuerdo traes a mi memoria!

ION:
Pitio y sus resplandores lo honran.

CREÚSA:
Hónralo, y no debía honrarlo; ¡ojalá que nunca lo hubiese visto!

ION:
¿Cómo, pues? ¿Lo aborreces tú, siendo tan grato al dios?

CREÚSA:
De ninguna manera; tengo noticia de cierta afrenta que se cometió en esa gruta.

ION:
¿Qué ateniense se casó contigo, ¡oh mujer!?

CREÚSA:
No fue ciudadano, sino un extranjero advenedizo.

ION:
¿Quién? ¿Sin duda algún noble?

CREÚSA:
Juto, que desciende de Eolo y de Zeus.

ION:
¿Pero cómo logró tu mano siendo extranjero y tú indígena?

CREÚSA:
Hay una región, llamada la Eubea, próxima a Atenas.

ION:
Y la mar, según dicen, las separa.

CREÚSA:
La sometió guerreando con los hijos de Cécrope.

ION:
¿Vino como auxiliar, y se casó después contigo?

CREÚSA:
Sí; tal fue el premio que ganó en la guerra; tal su bélica dote.

ION:
¿Has venido sola a consultar el oráculo, o en compañía de tu esposo?

CREÚSA:
Con él; pero fue hace poco a la cueva sagrada de Trofonio.

ION:
¿A verla, o a consultar al oráculo?

CREÚSA:
Deseoso de oír la misma respuesta de él y de Febo.

ION:
¿Vinisteis en demanda de frutos de la tierra, o de hijos?

CREÚSA:
No los tenemos, aunque hace mucho tiempo que estamos casados.

ION:
¿Y nunca diste a luz a ninguno? ¿Ninguno tienes?

CREÚSA:
Febo sabe que soy estéril.

ION:
¡Oh desventurada! Aunque feliz en todo, no lo eres en esto.

CREÚSA:
Pero ¿quién eres tú? ¡Cómo me place llamar dichosa a tu madre!

ION:
Soy y me apellidan siervo del dios, ¡oh mujer!

CREÚSA:
¿Ofrenda de alguna ciudad, o comprado para su servicio?

ION:
Solo sé que me llaman servidor de Febo.

CREÚSA:
Yo también, ¡oh extranjero!, te compadezco ahora.

ION:
Ignoro quién me diera a luz, y cuál sea mi padre.

CREÚSA:
¿Habitas en este mismo templo, o en tu casa?

ION:
Todo el templo del dios es mío, y duermo en donde me sorprende el sueño.

CREÚSA:
¿Viniste niño a él, o ya adolescente?

ION:
Los que deben saberlo dicen que no hablaba.

CREÚSA:
¿Y cuál de las mujeres délficas te alimentó con su leche?

ION:
Nunca conocí nodriza; pero a la que me crio...

CREÚSA:
¿Cuál fue, ¡oh desventurado!? ¡Cómo, llena de aflicción, encuentro otros también afligidos!

ION:
A la sacerdotisa de Febo la miro como a madre.

CREÚSA:
Y cuando llegaste a la edad viril, ¿cómo vivías?

ION:
Con las ofrendas de los altares y los dones de los peregrinos, que nos visitaban con frecuencia.

CREÚSA:
¡Madre desdichada, quien quiera que sea!

ION:
Acaso he sido fruto de algún amor culpable.

CREÚSA:
¿Y cuentas con otros recursos? Buenos son tus vestidos.

ION:
Gracias a las ofrendas del dios a quien sirvo.

CREÚSA:
¿No has intentado averiguar quiénes pueden ser tus padres?

ION:
No tengo el más leve indicio que me guíe, ¡oh mujer!

CREÚSA:
¡Ay! Alguna otra madre hay semejante a la tuya.

ION:
¿Cuál? Si su infortunio es igual al mío, ambos nos alegraremos.

CREÚSA:
Es la que me obliga a adelantarme ahora a mi esposo.

ION:
¿Y con qué objeto? Yo la serviré, ¡oh mujer!

CREÚSA:
Con deseo de que un oráculo de Febo explique cierto misterio.

ION:
Habla; yo cuidaré de lo demás.

CREÚSA:
Oye, pues; pero tengo vergüenza.

ION:
Entonces nada conseguirás; la vergüenza es deidad negligente.

CREÚSA:
Cierta amiga mía dice que la poseyó Febo.

ION:
¿Febo a una mortal? No lo digas, ¡oh extranjera!

CREÚSA:
Y que del dios tuvo un hijo, ignorándolo el padre de la desdichada.

ION:
De ningún modo; se avergüenza de su falta, obra de algún hombre.

CREÚSA:
Ella lo niega, y cometió después un delito deplorable.

ION:
¿Qué hizo, si se desposó con un dios?

CREÚSA:
Expuso al hijo que parió.

ION:
¿Y en dónde está ese expósito? ¿Ve acaso la luz?

CREÚSA:
Nadie lo sabe; tal es mi consulta al oráculo.

ION:
Si, pues, no existe, ¿cómo pereció?

CREÚSA:
Créese que las fieras mataron al desventurado.

ION:
¿Y en qué se fundan para pensar así?

CREÚSA:
Cuando volvió al lugar en que lo expuso, no lo encontró.

ION:
¿Había cerca rastro de sangre?

CREÚSA:
Lo niega, aunque examinó el suelo con cuidado.

ION:
¿Cuánto tiempo hará que desapareció ese niño?

CREÚSA:
Tendría tu misma edad si viviera.

ION:
Injusto fue con ella el dios. ¡Pobre madre!

CREÚSA:
Y después no tuvo más hijos.

ION:
¿Lo habrá arrebatado Febo para criarlo?

CREÚSA:
No obra justamente si él solo disfruta de un goce que debiera ser común a ambos.

ION:
¡Ay de mí! ¡Parecida es su desgracia a la mía!

CREÚSA:
Creo que tú también, ¡oh extranjero!, suspiras por una madre mísera.

ION:
No me recuerdes un dolor ya olvidado.

CREÚSA:
Me callaré; pero prepárate a responder a mis preguntas.

ION:
¿Sabes acaso lo que más debe afligirte de todo eso?

CREÚSA:
¿Deja de ser todo igualmente aflictivo?

ION:
¿Cómo es posible que el dios revele lo que desea ocultar?

CREÚSA:
Sin duda lo hará, si el trípode en que se sienta sirve a toda la Grecia.

ION:
Se avergonzará; no se lo preguntes.

CREÚSA:
Y mientras tanto sufre la víctima de esa desgracia.

ION:
No hay quien te vaticine lo que deseas. Convicto de un crimen en su mismo templo, con razón castigará al que te declare sus oráculos. Aléjate, mujer, que no se ha de preguntar al dios lo que le ofenda. Porque sería el colmo de la demencia obligar a los inmortales a decir lo que no quieren, ya sacrificando ovejas en sus aras, ya observando las aves. Vanos son los bienes que logramos, ¡oh mujer!, cuando a la fuerza y contra su voluntad los arrancamos de los dioses, y solo nos aprovechan los que voluntariamente nos conceden.

EL CORO:
Muchas y diversas son las calamidades humanas, muchos los hombres que las sufren; casi nunca conseguirán en vida felicidad perpetua.

CREÚSA:
¡Oh Febo!, ni antes fuiste justo, ni ahora lo eres con la amiga ausente, a quien defiendo. Ni salvaste a su hijo cuando debías, ni siendo adivino responderás a su madre, que por él te pregunta para que le labre un sepulcro si ya no existe, y si vive para abrazarlo al fin. Pero es menester dejarlo si el dios me prohíbe saberlo. Yo, ¡oh extranjero!, veo acercarse a mi noble esposo Juto, que viene de la gruta de Trofonio; cállalo todo en su presencia, no sufra alguna afrenta por tratar de estos misterios y el vulgo los sepa, no como nosotros podríamos explicárselos. Amarga es la suerte de la mujer, y nos odian los hombres sin distinguir las buenas de las malas; ¡tanta es nuestra desventura!

JUTO (que llega de la gruta de Trofonio):
Que el dios reciba mi primer saludo, y tú también, ¡oh esposa! ¿Te inquietaba acaso mi tardanza?

CREÚSA:
Nada de eso; has llegado a tiempo para evitarlo: dime el oráculo que has oído en la gruta de Trofonio y el medio de lograr algún fruto de nuestra unión.

JUTO:
No quiso anticiparse al oráculo del dios; solo dijo que ni tú ni yo volveríamos a nuestra patria sin hijos, después de consultar a Apolo.

CREÚSA:
¡Oh venerable madre de Febo!, que nuestra venida redunde en nuestro bien y que seamos más afortunados que antes con tu hijo.

JUTO:
Así sea. ¿Pero cuál es el profeta del dios?

ION:
Yo solo cuido de la parte exterior del templo, y de la interior otros, que se sientan cerca del trípode, ¡oh extranjero!, notables de Delfos, elegidos por la suerte.

JUTO:
Bien; ya estoy enterado de cuanto deseaba saber. Entraré, porque, según oigo, ya se sacrificó la víctima que los extranjeros deben inmolar a la entrada; quiero, en este funesto día, oír los oráculos del dios. Tú, mujer, toma las ramas de laurel y suplica ante las aras para que desde aquí, según me han profetizado, lleve a mi patria feliz prole. (Entra en el templo).

CREÚSA:
Así sea, así sea. Si al menos quiere ahora Apolo enmendar sus anteriores yerros, aunque no nos favorezca cuanto puede, acogeré solícita sus órdenes, que al fin es dios. (Retírase hacia la ciudad).

ION:
¿Por qué esta extranjera siempre habla a Febo en términos enigmáticos y parece reconvenirle por lo bajo o por afecto a la que le encarga consultarlo, o callando algo que le conviene? Pero ¿por qué siento esta inquietud por la hija de Erecteo, cuando nada me interesa? Iré con estos vasos de oro, y llenaré de agua los destinados a las aspersiones. Paréceme, sin embargo, que no es justo Apolo si abandona a las vírgenes a quienes posee a la fuerza, y deja morir a los hijos que en ellas engendra. No seas así, sino practica la virtud, ya que eres nuestro soberano. Si alguno delinque, los dioses le castigan. ¿Cómo, pues, vosotros, que dais leyes a los mortales, seréis los primeros en despreciarlas? Y si (lo que no será, aunque mis labios osen proferirlo) imponéis graves penas a los violadores de mujeres, tú y Poseidón y Zeus, que reina en el cielo, os veréis obligados a despojar vuestros templos para pagar los estupros que cometisteis. Injustos sois abandonándoos a esos goces, sin cuidaros de nada. Ya no se deben expiar los delitos humanos si imitamos a los dioses, sino solo a nuestros maestros. (Vase).

EL CORO:
Estrofa. — Yo te invoco, ¡oh Atenea!, mi dueña, que nunca viste a Ilitía en los dolores del parto, y naciste, por obra del titán Prometeo, de la cabeza de Zeus, y a ti, ¡oh Victoria veneranda!, ven al templo Pítico volando desde los dorados tálamos del Olimpo, adonde, en su mansión divina, situada en el centro de la tierra, Febo pronuncia oráculos en el trípode tan visitado de coros; tú y la hija de Leto sois dos diosas, dos vírgenes castas, hermanas de Febo. Pedid, ¡oh doncellas!, que al antiguo linaje de Erecteo concedan oráculos explícitos larga, aunque tardía descendencia.

Antístrofa. — Firme base de la mayor felicidad es para los mortales contemplar en el hogar paterno juventud florida y brillante, bellos hijos que recibirán después de sus padres riquezas hereditarias para transmitirlas a los suyos. En la adversidad nos protegen y en la prosperidad nos llenan de alegría, y con sus armas sirven a su patria y la salvan en sus peligros. Yo prefiero educar buenos hijos a las riquezas y a los regios palacios. Odio la vida sin ellos, y reprendo a quienes la desean; con fortuna modesta vivo yo feliz en su compañía.

Epodo. — ¡Oh morada de Pan y peñasco vecino a la cavernosa Macra, en donde, formando coros y en el verde prado, delante del templo de Palas, danzan las tres hijas de Aglauro al compás, ¡oh Pan!, de tu melodiosa flauta cuando la haces sonar en tu gruta, en la cual cierta doncella desventurada dio a luz un hijo de Febo, abandonándolo a la voracidad de las aves y al sanguinario apetito de las fieras, triste prenda de amor infausto! Ni vi en tejido alguno, ni la tradición dice tampoco que fueran afortunados los hijos de los dioses.

ION:
Esclavas que cercáis los umbrales de este santo templo aguardando a vuestro señor, ¿dejó ya Juto el sagrado trípode, sabido el oráculo, o continúa ansioso de remediar allí su orfandad?

EL CORO:
Dentro está, ¡oh extranjero!; aún no ha salido; pero suenan las puertas como si saliese, y, en efecto, ya lo veo fuera del templo.

JUTO (transportado de alegría, saluda a Ion al dejar el templo):
Salve, ¡oh hijo!, que tales deben ser mis primeras palabras.

ION:
En salvo estamos; que la sabiduría os ilumine, y así nos irá bien a los dos.

JUTO:
Trae tu mano para que la bese, y tu cuerpo para que lo abrace.

ION:
¿Estás, ¡oh extranjero!, en tu juicio, o dios te hace delirar?

JUTO:
Bien sé lo que hago deseando besarte y habiéndose realizado mis votos más fervientes.

ION:
Apártate; no ajen tus manos, al tocarme, las coronas del dios.

JUTO:
Te abrazaré, y no a la fuerza, que al fin encuentro lo que más anhelo.

ION (arrancándose de los brazos de Juto):
¿No te retirarás, si no quieres que mis flechas atraviesen tu pecho?

JUTO:
¿Por qué me huyes, cuando encuentras a quien tanto amas?

ION:
No me agrada devolver el juicio a extranjeros ineptos e insensatos.

JUTO:
Mata y abrasa; asesinarás a tu padre si así lo haces.

ION:
¿Cómo has de ser mi padre? ¿No es esto ridículo?

JUTO:
De ningún modo; lo que voy a decirte te lo probará.

ION:
Pero ¿qué dices?

JUTO:
Soy tu padre, y tú mi hijo.

ION:
¿Quién lo ha asegurado?

JUTO:
Apolo, que te crio siendo tú mío.

ION:
Tú solo afirmas, no otro testigo.

JUTO:
Solo refiero el oráculo del dios después de conocido.

ION:
Te engaña algún enigma.

JUTO:
¿No oí acaso bien?

ION:
¿Cuáles fueron las palabras de Febo?

JUTO:
Que aquel que saliese a mi encuentro...

ION:
¿En dónde?

JUTO:
Al salir del templo del dios...

ION:
¿Qué le ha de suceder?

JUTO:
Es mi hijo.

ION:
¿Verdaderamente, o solo como don que te hacía?

JUTO:
Como don suyo y fruto, además, de mi matrimonio.

ION:
¿Y yo he sido el primero que encontraste al paso?

JUTO:
No otro, hijo.

ION:
Y al cabo, ¿de dónde viene esta dicha?

JUTO:
Igual es nuestra sorpresa.

ION:
Vamos, ¿cuál fue mi madre?

JUTO:
No puedo afirmarlo.

ION:
¿Ni tampoco Febo?

JUTO:
Gozoso con lo que ya sabes, no le pregunté más.

ION:
¿La tierra ha sido, pues, mi madre?

JUTO:
No engendra hijos.

ION:
¿Y cómo lo sería yo?

JUTO:
No lo sé, pero el dios lo dice.

ION:
Vaya; hablemos de otra cosa.

JUTO:
Mejor es hablar de esto, ¡oh hijo!

ION:
¿Te deslizaste acaso en algún lecho ilegítimo?

JUTO:
Quizá en la época de mis extravíos juveniles.

ION:
¿Antes de casarte con la hija de Erecteo?

JUTO:
Nunca después.

ION:
¿Me engendrarías acaso entonces?

JUTO:
Según parece, debió ser hacia ese tiempo.

ION:
Si fue así, ¿cómo vine aquí?

JUTO:
Lo ignoro.

ION:
¿Andando un trayecto tan largo?

JUTO:
Esto me hace también dudar.

ION:
¿Has estado antes en la roca Pítica?

JUTO:
Sí; para celebrar las orgías de Dioniso.

ION:
¿Y quién te dio hospitalidad?

JUTO:
El que a las doncellas de Delfos...

ION:
¿Te hizo acompañar? ¿Qué dices?

JUTO:
Sí, a las Ménades de Dioniso.

ION:
¿Sobrio o ebrio?

JUTO:
Entregado a los placeres de Dioniso.

ION:
¿Entonces, sin duda, lo engendraste?

JUTO:
Lo reveló el Destino, ¡oh hijo!

ION:
Pero ¿cómo vine a parar a este templo?

JUTO:
Quizá exponiéndote esa doncella.

ION:
Librémonos de la esclavitud.

JUTO:
Abraza ahora a tu padre, ¡oh hijo!

ION:
Conviene no desobedecer al dios.

JUTO:
Bien piensas.

ION:
¿Y que más puedo desear...

JUTO:
Ahora discurres como debes.

ION:
Que haber nacido del hijo de Zeus?

JUTO:
Tal es tu suerte.

ION:
¿Abrazaré, pues, al que me engendró?

JUTO:
Sí, obedeciendo al dios.

ION (abrazando a Juto):
Salve, pues, ¡oh padre!

JUTO:
Acepto tan dulce nombre.

ION:
Y este día...

JUTO:
También me ha hecho feliz.

ION:
¡Oh madre amada!, ¿nunca he ver tu faz? Más deseo conocerte ahora que antes, quienquiera que seas. Pero quizás hayas muerto, y no será posible.

EL CORO:
También participamos nosotros de la dicha de la familia; pero quisiera que mi señora fuese feliz con sus hijos y todos los descendientes de Erecteo.

JUTO:
Insigne favor del dios ha sido encontrarte, ¡oh hijo!, y consentir que nos juntáramos, y no menos señalado el que te hizo dándote lo que más anhelabas, cuando nada sabías. Tu razonable deseo es también el mío, ¡oh hijo!: que logres ver a tu madre, y yo a la mujer en quien te engendré. Dejémoslo, pues, al tiempo, que acaso nos lo conceda. Ahora dejarás la tierra del dios y tu incierta vida, y vendrás a Atenas dócil a los ruegos de tu padre, en donde te aguardan cetro venturoso y grandes riquezas; no sufrirás ya dos males a un tiempo, ni te llamarán villano y miserable, sino noble y opulento. ¿Callas? ¿Por qué fijas en tierra tus ojos y te abandonas a profundas meditaciones, y renunciando a tu anterior alegría inspiras a tu padre serios temores?

ION:
No es lo mismo contemplar las cosas desde lejos que tocarlas. Pláceme la fortuna de encontrarte; pero oye lo que pienso: dicen que los ilustres atenienses son indígenas, y no han venido de otro país, por cuya razón sufriré dos males, que me miren como hijo bastardo y de padre extranjero. Y así deshonrado, si valgo poco, me despreciarán, y si obtengo los cargos más elevados y quiero darme importancia, me odiará el pueblo; aborrecidos son siempre los poderosos, los buenos y los prudentes, que no acuden en tropel a tomar parte en el gobierno de la república; callarán y se reirán de mí, y me tendrán por necio, reprobando mi inquieta ambición en una ciudad tan tumultuosa; y si me confieren las mayores dignidades y llego a manejar los negocios de la república, más maligno me espiará el pueblo. Así suele suceder, ¡oh padre!: los que mandan y desempeñan los primeros puestos tienen ardentísimos rivales. Y cuando yo, extranjero, penetre en un palacio que no es el mío, y viva con una mujer que no tiene hijos, heredera de tu anterior desdicha, y cuyas esperanzas se verán ahora frustradas, no podrá mirarme con buenos ojos; y ¿cómo, con razón, no ha de aborrecerme, cuando me siente a tu lado y ella se vea huérfana? Y ¿cómo no ha de contemplar a tu hijo con dolor? ¿Y si después me desprecias por ella, o me honras más de lo justo, y siembras en tu palacio la discordia? ¡Cuánto linaje de muertes y letales venenos no han empleado las mujeres para librarse de sus maridos! Además, me compadezco de tu esposa, ¡oh padre!, que envejece sin descendencia, no mereciéndolo, cuando tanta es su nobleza. En vano me celebras lo que vale reinar, grato en la apariencia, pero triste en realidad; ¿cómo ha de disfrutar de ventura, cómo ha de ser feliz el que arrastra la vida siempre receloso, esperando que le den muerte violenta? Más quisiera vivir contento como simple ciudadano, que ser el primero y gozar en compañía de malos amigos, mientras odio a los buenos temiendo que me asesinen. Acaso digas que el oro triunfa de todo y que es dulce nadar en la opulencia. No me place oír los vanos rumores del vulgo y atesorar riquezas, ni sufrir trabajos. Tóqueme en suerte grata medianía para vivir tranquilo. Oye ahora, ¡oh padre!, los bienes que aquí poseo: el primero es el descanso, tan amado de los mortales; pocos cuidados me inquietan; ningún criminal me estorbará el paso, que no es tolerable cederlo a los que valen menos que nosotros. Pasaba mi vida orando a los dioses o hablando con los hombres, y servía a los alegres, no a los llorosos. Cuando despedía a unos extranjeros, otros venían, y amable y nuevo era yo para ellos, como ellos para mí. El respeto a la ley y mi índole bondadosa me han conservado justo ante el dios, la mayor dicha entre los hombres, aunque lo sean sin quererlo. Habiendo reflexionado en todo esto, ¡oh padre!, prefiero lo que aquí tengo a lo que allí me espera. Déjame, pues, que viva a mi gusto, que igual es el deleite de los que nadan en la opulencia y el de los que se contentan con poco.

EL CORO:
Bien has dicho, si los que amo aprueban tus palabras y son felices.

JUTO:
No hables más así, y no desprecies la ocasión que te ofrece la fortuna. Ya que te he encontrado, ¡oh hijo!, quiero celebrarlo, y sentados a la mesa en público banquete y con sacrificios festejaré tu natalicio, ya que antes no lo he hecho. Y ahora gozaré en el convite como si llevase algún huésped a mi palacio; en este concepto vendrás conmigo a visitar el Ática, más bien que como hijo. Ya que soy dichoso, no quiero afligir a mi esposa, recordándole su esterilidad. Cuando se presente favorable coyuntura, le rogaré que consienta en que yo te deje el cetro de mi reino. Y te llamo Ion, nombre adecuado a tu suerte, porque fuiste el primero que encontré al salir del templo. Convoca, pues, a tus amigos, e invítalos a este sacrificio y grato banquete, y despídete de ellos, puesto que abandonarás la ciudad de Delfos. Os ordeno, esclavas, que nada de esto digáis, que la muerte os aguarda si lo participáis a mi esposa.

ION:
Iré; solo falta a mi ventura que encuentre, ¡oh padre!, a la madre que me dio a luz, porque de otro modo será triste nuestra vida; y si algo podemos desear es que sea ateniense, para que pueda hablar libremente. Porque si algún extranjero llega a una ciudad en que no los hay, aun cuando sea ciudadano en el nombre, es servil su lengua y no tiene suficiente libertad para hablar. (Vanse los dos).

EL CORO:
Estrofa. — Presumo que ha de haber lágrimas y luto y lamentos cuando sepa mi señora que su marido tiene un hijo hermoso, y ella es estéril y huérfana. ¿Qué oráculo has pronunciado, ¡oh hijo!, profeta de Leto? ¿De dónde vino este adolescente, criado en tu templo? ¿Cuál fue su madre? No me satisfacen tus palabras, no encubran algún engaño. No puedo adivinar cuál será el término de todo esto. Maravilloso es Apolo, y prodigios son estos, sí, si son propicios. Algún fraude, algún siniestro artificio creo descubrir en este niño de sangre extranjera. ¿Quién no pensará como yo?

Antístrofa. — ¿Diremos a mi señora, ¡oh amigas!, lo que ha sucedido aquí, declarándole cuanto ha hecho su marido, en quien confiaba, y de cuyas esperanzas participó siempre la desdichada? Los males la acabarán cuando llegare a la cara vejez, mientras él es dichoso; su marido desprecia a los que la aman, mientras que él, mísero extranjero, fue admitido en nuestra familia y le sonrió la suerte, y no se contentó con ella. Muera, muera el que engañó a mi señora, y que la alegre llama no consuma nunca la libación que ofrezca a los dioses. Sabrá, en cuanto de mí depende...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
amiga del reino.

Epodo. — Ya el hijo y el padre, de reciente data, vienen al banquete que se prepara en las cumbres del Parnaso, de encrespados peñascos que se pierden en el aire, y en donde Dioniso, agitando antorchas ardientes, danza con ligereza, acompañado de las Bacantes que vagan durante la noche. Que nunca vaya este niño a mi ciudad; muera en sus floridos años, y mi patria no gemirá justamente víctima de esta irrupción extranjera. Bástale Erecteo, nuestro antiguo rey.

CREÚSA (que vuelve con su anciano pedagogo):
¡Oh anciano, ayo de Erecteo, mi difunto padre!; anímate a llegarte al oráculo del dios, para que te regocijes conmigo si el rey Apolo ha declarado que tendré hijos. Dulce es la felicidad en compañía de los que amamos; al contrario, si nos sucede algún infortunio (lo que Dios no permita), es dulce también mirar los ojos de un hombre benévolo. Yo, aunque reina, te respeto como a un padre, de igual manera que tú respetaste al mío en otro tiempo.

EL PEDAGOGO:
¡Oh hija! Dignas son las costumbres de tus ilustres antepasados, y no deshonrarás con ellas a tus viejos progenitores, hijos de la tierra. Llévame, llévame al templo y sírveme de guía; molesto es para mí llegar hasta el oráculo; ayúdame, y que tú seas quien me asista en las enfermedades en mi vejez.

CREÚSA (sosteniéndolo):
Sígueme, y mira por dónde andas.

EL PEDAGOGO:
Vamos; tardos son mis pasos, vivo mi ánimo.

CREÚSA:
Cuidado con esa senda; apóyate con firmeza en el báculo.

EL PEDAGOGO:
Ciego es también mi báculo, que mi vista de poco sirve ya.

CREÚSA:
Bien me parece lo que dices, pero no te dejes dominar del cansancio.

EL PEDAGOGO:
No es ese mi deseo; poro no está en mi mano adquirir lo que me falta.

CREÚSA (al llegar arriba):
¡Oh mujeres!, fieles esclavas que me ayudáis con vuestras lanzaderas a tejer mis telas, ¿qué sabe mi marido de nuestros hijos, única causa de su venida? Hablad, si son alegres vuestras nuevas; no diréis que soy una dueña ingrata.

EL CORO:
¡Ay de mí, oh Fortuna!

EL PEDAGOGO:
No es de buen agüero tu exordio.

EL CORO:
¡Ay de mí, desventurada!

EL PEDAGOGO:
¿Me harán acaso infeliz los oráculos de mis señores?

EL CORO:
Paciencia; ¿qué hemos de hacer cuando nos amenacen de muerte?

CREÚSA:
¿Qué significa esto? ¿Qué les infunde miedo?

EL CORO:
¿Hablaremos, o nos callaremos? ¿Qué hacemos?

CREÚSA:
Hablad; sin duda sabéis algo siniestro que me interesa.

EL CORO:
Lo diremos, pues, aunque perezcamos dos veces. No tomarás en tus brazos a tus hijos, ¡oh señora!, ni los alimentarán tus pechos.

CREÚSA (horrorizada en extremo):
¡Ay de mí! ¡Que yo muera!

EL PEDAGOGO (consolándola):
¡Hija!

CREÚSA:
¡Cuán desdichada soy! ¡Grande es mi infortunio, intolerable el dolor que sufro, oh, amigas!

EL PEDAGOGO:
Perecimos, hija mía.

CREÚSA:
¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay de mí! ¡Dolor agudo ha penetrado en mi corazón!

EL PEDAGOGO:
No solloces todavía...

CREÚSA:
Deplorable es nuestra suerte.

EL PEDAGOGO:
Hasta no saber...

CREÚSA:
¿Qué nueva?

EL PEDAGOGO:
Si mi dueño es tan desventurado como tú, o tú sola la infeliz.

EL CORO:
Diole Apolo un hijo, ¡oh anciano!; él solo es venturoso.

CREÚSA:
Lo que has dicho, lo que has dicho pone el colmo a mi pena y a mi extrema aflicción.

EL PEDAGOGO:
Ese hijo de que has hablado, ¿ha de nacer, o, según el oráculo, ha nacido ya?

EL CORO:
Febo le ha devuelto uno, que vivía, ya en la pubertad; presente estuve yo.

CREÚSA:
¿Que dices? Infausto, infausto, inaudito es lo que me cuentas.

EL PEDAGOGO:
Y también para mí. Acábame de decir más claramente el oráculo, y quién es ese hijo.

EL CORO:
El dios declaró que era el primero que encontrase al salir del templo.

CREÚSA (sollozando):
¡Ay, ay de mí! ¡Pero yo he de vivir sin hijos, sin hijos he de vivir, y solitaria y sin ellos habitaré en mi palacio!

EL PEDAGOGO:
¿Y a quién aludió el oráculo? ¿Con quién tropezó el marido de esta desdichada? ¿Cómo, en dónde lo vio?

EL CORO:
¿Te acuerdas, ¡oh señora amada!, del joven que cuidaba de este templo? Ese es su hijo.

CREÚSA:
¡Ojalá que yo vuele por el húmedo aire, lejos de la Grecia, hasta llegar a los luceros vespertinos: que tan grande es mi dolor, ¡ay!, que tan grande es mi dolor!

EL PEDAGOGO:
¿Y qué nombre le puso su padre? ¿Lo sabéis, o también lo ignoráis?

EL CORO:
Ion, por ser el primero que encontró.

EL PEDAGOGO:
¿Y quién es su madre?

EL CORO:
No puedo decírtelo; pero el esposo de esta, sin que ella lo sepa, para decírtelo todo, ¡oh anciano!, ha ido a sacrificar en acción de gracias, por el hallazgo de su hijo y por la hospitalidad que le dio, a los sagrados tabernáculos y a celebrar con él un banquete.

EL PEDAGOGO:
Tu esposo nos hace traición, ¡oh señora!, y, como tú, lo deploro. Estamos llenos de oprobio, y nos arrojarán del palacio de Erecteo; no me inspira el odio a tu marido, sino el afecto que te profeso, porque habiéndose casado contigo, aunque solo era en la ciudad un extranjero intruso, y habitado en tu palacio y poseído todo tu patrimonio, engendró hijos en otra mujer. Yo te explicaré lo que ha hecho sin tu consentimiento: cuando supo que eras estéril, no contento ya con que fuese igual vuestra desgracia, compartió el lecho de alguna esclava, de quien tuvo a ese niño; lo alejó de ella, dándolo a educar en Delfos, y sin obstáculo ha crecido ocultamente en el templo del dios. Ya hombre, te persuadió que vinieras aquí pretextando que no tenías hijos tú; el dios no te ha engañado; él sí, criando hace tiempo al suyo y tramando tales engaños; si se averiguaban, los atribuiría a Apolo; si permanecían ignorados, se aprovecharía de ellos para darle el reino de Atenas. Tranquilo forjó, pues, el nuevo nombre de Ion, por haber sido el que encontró al salir del templo. ¡Ay de mí! ¡Cómo he aborrecido siempre a los malvados que maquinan injusticias o iniquidades y después las engalanan artificiosamente! Prefiero un amigo sencillo y bueno a otro más sagaz si es malo. Y sufrirás el colmo de los males si un hombre oscuro, hijo de madre incierta, de una esclava cualquiera, ha de mandar en tu palacio. Más tolerable sería que habiendo nacido de noble ciudadana, te hubiese persuadido, viéndote sin descendencia, que lo adoptaras, llevándolo a tu palacio; y si te desagradaba, contraer nuevo himeneo con alguna de las nietas de Eolo. Deber tuyo es, pues, ahora, acometer alguna hazaña mujeril, o empuñando el acero, o armándole alguna celada, o matando con veneno a tu marido y a tu hijo antes que ellos lo hagan contigo. Y si no lo intentas, perderás la vida, que cuando dos enemigos viven bajo un mismo techo, amenaza grave peligro al uno o al otro. Yo te ayudaré, y nos presentaremos en el festín, mataremos juntos a su hijo, y pagaré así a mis dueños cuanto han gastado en sustentarme, y moriré o viviré con ellos. Solo el nombre de esclavo es deshonroso, que en todo lo demás, ningún siervo, siendo bueno, vale menos que los hombres libres.

EL CORO:
Y yo, dueña querida, quiero compartir contigo esta desdicha, y morir o vivir sin oprobio.

CREÚSA (que de repente sale de un doloroso estupor):
¡Oh alma mía! ¿Cómo he de callar? Y por otra parte, ¿cómo publicar mis ignoradas aventuras amorosas desoyendo los consejos del pudor? Ya, ¿qué obstáculo me lo impide? ¿Con quién rivalizaré en virtud? ¿No es un traidor mi marido? Usúrpanme mi palacio, quédome sin hijos, y se desvanecieron esperanzas que ya no puedo abrigar, a pesar de mis deseos, callando mis amores, callando mi deplorable pasado. Pero no; por el solio estrellado de Zeus, por la diosa que habita en mis peñascos y por la sagrada orilla de la pantanosa laguna Tritónide, no ocultaré mi falta, y me consolaré abriendo mi pecho. Lágrimas destilan mis pupilas, y duélese mi corazón, víctima de las asechanzas de los dioses y los hombres, cuya ingrata traición a mi lecho probará mi esfuerzo.

Proodo o canto preliminar. — ¡Oh tú!, que acompañas tu canto con la cítara de siete cuerdas, que en sus rústicos e inanimados cuernos haces oír los suaves himnos de las Musas; tu crimen, ¡oh hijo de Leto!, por mí será publicado.

Estrofa. — Brillaba tu cabellera y me buscaste cuando yo cogía en mi falda bellas flores que emulaban el esplendor del sol, y, sujetando mis blancas manos, sin pudor me llevaste, ¡oh dios enamorado!, a la gruta que me sirvió de lecho, a pesar de los gritos con que llamaba a mi madre, cediendo a sus deshonestos deseos.

Antístrofa. — Doite a luz un hijo, ¡oh desventurada!, y temerosa de mi madre arrojelo a tu gruta, en donde en mísero maridaje te uniste a esta desdichada. ¡Ay de mí, ay de mí!, y ya murió el infortunado, sirviendo de pasto a las aves y despedazado por ellas, mientras tú, tañendo la cítara, cantas himnos. ¡Hola! A ti me dirijo, ¡oh hijo de Leto!, que por suerte pronuncias tus oráculos a todos en dorado asiento y en el centro de la tierra, y a tus oídos llegarán estas voces.

Epodo. — ¡Ay de ti, punible estuprador!, que en tu templo das un hijo a mi marido, no habiendo recibido antes de él beneficio alguno; mi hijo y el tuyo, que nada sabe, perece arrebatado por las aves, perdidas las fajas en que lo envolvió su madre. Delos te odia, y las ramas de laurel y la palma de suelto follaje, bajo la cual Leto le dio a luz en parto venerando, fruto de su unión con Zeus.

EL CORO:
¡Ay de mí! Gran cúmulo de males nos amenaza, capaz de arrancar lágrimas a los más indiferentes.

EL PEDAGOGO:
¡Oh hija!, no me canso de mirar tu rostro hasta perder el juicio. Cuando apuraba la amarga copa de estos infortunios, tus palabras, como nueva ola que me arroja de la popa, otra vez me acomete y trueca los males presentes en otros más graves. ¿Qué dices? ¿De qué crimen acusas a Febo? ¿Auguras haber dado vida a un hijo? ¿En qué parte de la ciudad expusiste ese parto de tu vientre, grato a las fieras? Repítelo, explícate.

CREÚSA:
Respeto me infundes, ¡oh anciano!; pero lo declararé, no obstante.

EL PEDAGOGO:
Sí, que honroso es llorar con los amigos.

CREÚSA:
Oye, pues: ¿sabes en dónde está la gruta septentrional de la roca de Cécrope, que llamamos Macra?

EL PEDAGOGO:
Sí, allí se ve el templo de Pan, cerca del ara.

CREÚSA:
Pues en ese paraje luchamos tan tristemente.

EL PEDAGOGO:
¿Cómo? ¡Cuántas lágrimas me haces derramar!

CREÚSA:
Contra mi voluntad tuve con Febo infausto ayuntamiento.

EL PEDAGOGO:
¡Oh hija! ¿Es esto acaso lo que yo sospechaba?

CREÚSA:
Lo ignoro; pero si dices verdad, la confirmaré.

EL PEDAGOGO:
¿Cuando ocultamente te quejabas de enfermedad misteriosa?

CREÚSA:
Así era; y ahora confieso mi desventura.

EL PEDAGOGO:
¿Y cómo ocultaste después tus nupcias con Apolo?

CREÚSA:
Di a luz el fruto de nuestro amor; óyeme con paciencia, anciano.

EL PEDAGOGO:
¿En dónde? ¿Quién te ayudó en tu parto? ¿Acaso tú sola sufriste sus dolores?

CREÚSA:
Sola en la gruta, en donde celebré mi himeneo.

EL PEDAGOGO:
¿Y en dónde está ese niño, para que no vivas sin hijos?

CREÚSA:
Murió, ¡oh anciano!, habiendo sido expuesto a las fieras.

EL PEDAGOGO:
¿Murió? ¿Y osó Apolo abandonarlo?

CREÚSA:
No quiso socorrerlo; críase en el palacio de Hades.

EL PEDAGOGO:
¿Y quién lo expuso? ¿No serías tú, sin duda?

CREÚSA:
Yo, en una noche oscura, envuelto en sus pañales.

EL PEDAGOGO:
¿Y nadie lo supo?

CREÚSA:
Tan solo mi desdicha, tan solo el misterio.

EL PEDAGOGO:
¿Y cómo osaste dejar a tu hijo en la gruta?

CREÚSA:
¿Cómo? Después de exhalar tristes quejas.

EL PEDAGOGO:
¡Qué horror! ¡Oh, tú, corazón de hierro, que a tanto te atreviste, y aún más cruel el dios!

CREÚSA:
¡Si hubieses visto al niño extendiendo hacia mí sus manecitas!

EL PEDAGOGO:
¿Porque tenía hambre, o para que lo tomases en tus brazos?

CREÚSA:
Por gustar la leche de mis pechos, que no lo alimentaron, víctima de mi injusticia.

EL PEDAGOGO:
¿Y cuál fue tu objeto al exponer a tu hijo?

CREÚSA:
Creí que el dios lo salvaría por ser también suyo.

EL PEDAGOGO:
¡Qué furiosa borrasca azota a tu familia!

CREÚSA:
¿Por qué lloras ocultando tu cabeza, ¡oh anciano!?

EL PEDAGOGO:
Pensando en tu aflicción y en la que sentirá tu padre.

CREÚSA:
Tal es la suerte reservada a los mortales; nada hay constante en ellos.

EL PEDAGOGO:
Dejémonos ya de lamentos, ¡oh hija!

CREÚSA:
¿Y que haré? Desdicha grande es la irresolución.

EL PEDAGOGO:
Véngate del dios, que te injurió primero.

CREÚSA:
¿Y cómo yo, simple mortal, venceré a deidades más poderosas?

EL PEDAGOGO:
Incendia el venerando templo de Febo.

CREÚSA:
Tengo miedo; bastantes males me atormentan.

EL PEDAGOGO:
Mata, pues, a tu marido, que esto es posible.

CREÚSA:
Me acuerdo de nuestra unión, cuando era bueno.

EL PEDAGOGO:
Mata, al menos, al niño, que nació para tu daño.

CREÚSA:
¿Cómo? ¡Si pudiera! ¡Cuánto lo anhelo!

EL PEDAGOGO:
Arma a tus satélites, que llevan espada.

CREÚSA:
Pronta estoy; pero ¿adónde iremos?

EL PEDAGOGO:
A los sagrados tabernáculos, en donde celebra el banquete, con sus amigos.

CREÚSA:
Hazaña es asesinar, y los esclavos valen poco.

EL PEDAGOGO:
¡Ay de mí! Tu ánimo desfallece. Vamos, decídete.

CREÚSA:
Dolorosa y eficaz es la venganza que medito.

EL PEDAGOGO:
Lo mismo te serviré.

CREÚSA:
Oye, pues: ¿te acuerdas de la batalla de los gigantes?

EL PEDAGOGO:
Sí, la trabaron en Flegra con los dioses.

CREÚSA:
Allí la tierra dio a luz a la Gorgona, monstruo horrible.

EL PEDAGOGO:
¿Para auxiliar a sus hijos y combatir con los dioses?

CREÚSA:
Sí, y la mató Palas, hija de Zeus.

EL PEDAGOGO:
¿Y cuál era su forma, espantosa sin duda?

CREÚSA:
Armado estaba su pecho de víboras entrelazadas.

EL PEDAGOGO:
¿No es esta la misma tradición que oí en otro tiempo?

CREÚSA:
Atenea ostenta la piel de ella en su seno.

EL PEDAGOGO:
¿No la llaman la Égida, atributo de Palas?

CREÚSA:
Así la nombraron cuando peleó a favor de los dioses.

EL PEDAGOGO:
¿Y cómo, ¡oh hija!, ofenderá a tus enemigos?

CREÚSA:
Conociste, sin duda, a Erictonio, ¡oh anciano! ¿No es así?

EL PEDAGOGO:
¿El primero de tus antepasados que dio a luz la tierra?

CREÚSA:
A poco de nacer le concedió Palas...

EL PEDAGOGO:
¿Qué? Parece que temes hablar.

CREÚSA:
Dos gotas de sangre de la Gorgona.

EL PEDAGOGO:
¿Y qué efecto harán en los hombres?

CREÚSA:
Una da la muerte, otra cura las enfermedades.

EL PEDAGOGO:
¿Y las suspendió del cuerpo del niño?

CREÚSA:
Con ligaduras doradas; él las dio a mi padre.

EL PEDAGOGO:
¿Y a su muerte las heredaste?

CREÚSA:
Así fue, y las traigo ocultas en mi mano.

EL PEDAGOGO:
¿Y de dónde proviene este doble presente de la diosa?

CREÚSA:
Es la sangre que derramó la vena cava.

EL PEDAGOGO:
¿Y para qué sirve? ¿Cuál es su virtud?

CREÚSA:
Ahuyenta las enfermedades e infunde nueva vida.

EL PEDAGOGO:
¿Y cuál dijiste que era el efecto de la otra?

CREÚSA:
Mata, porque es veneno de los dragones de la Gorgona.

EL PEDAGOGO:
¿Y están juntas las dos, o separadas?

CREÚSA:
Separadas; la buena no se mezcla con la mala.

EL PEDAGOGO:
¡Oh hija muy amada!, posees cuanto necesitas.

CREÚSA:
Así morirá a tus manos el hijo de Juto.

EL PEDAGOGO:
¿En dónde y cómo? Manda tú, y yo obedeceré.

CREÚSA:
En Atenas, cuando habite en mi palacio.

EL PEDAGOGO:
No has dicho bien; hace poco reprobaste mi consejo.

CREÚSA:
¿Cómo? ¿No tienes confianza en mi proyecto?

EL PEDAGOGO:
Se creerá que tú misma has envenenado al hijo de Juto, aunque su muerte no sea obra tuya.

CREÚSA:
Bien está; dicen que las madrastras aborrecen a los hijastros.

EL PEDAGOGO:
Mátalo, pues, aquí, en donde negarás el crimen.

CREÚSA:
De antemano saboreo ya este deleite.

EL PEDAGOGO:
Y ocultarás a tu esposo lo que él quiere callarte.

CREÚSA:
¿Sabes lo que has de hacer? Después que recibas de mi mano este antiguo vaso dorado, presente de Palas, irás adonde mi marido sacrifica a escondidas, y cuando acaben de cenar y vayan a ofrecer libaciones a los dioses, ocultándolo bajo tu vestido, derrámalo en la copa del joven, pero solo en la suya, no en todas, para que la beba el futuro señor de mi palacio, que si llega a humedecer su garanta, nunca irá a la ínclita Atenas, y se quedará aquí.

EL PEDAGOGO:
Vete ahora tú a las habitaciones destinadas a los peregrinos, que yo haré cuanto me has ordenado. ¡Vamos, pies trémulos, manteneos firmes a pesar de mis años y encaminaos hacia el enemigo, como ordena mi dueña, y dadle muerte, y librad el palacio de su presencia! Buena es la piedad cuando la fortuna se muestra propicia; pero ninguna ley prohíbe que hagamos daño a nuestros enemigos. (Retíranse los dos en dirección opuesta).

EL CORO:
Estrofa. — ¡Oh Trivia!, hija de Ceres, que presides a los crímenes nocturnos; lleva también de día a feliz término el que ha de perpetrar esta copa mortífera, como desea mi venerable, mi venerable señora, y que beba estas gotas de la garganta de Medusa, hija de la Tierra, el que intenta penetrar en el palacio de los hijos de Erecteo; que ningún otro de distinto linaje domine en mi ciudad, excepto los nobles Erecteidas.

Antístrofa. — Pero si se frustra el asesinato que osa mi dueña y pasa la ocasión de cometerlo, y se desvanece su esperanza, o herirá su pecho afilada cuchilla, o ceñirá un lazo su cuello, y acabando sus dolores, vivirá con otra forma. Mientras exista, no verán sus ojos, brillantes luceros, que dominen en su morada señores extranjeros, siendo ella de noble estirpe.

Estrofa. — Me avergozaré, por el dios que alaban los cantos, si, junto a las fuentes de Calícoro, y al celebrarse con antorchas las Vigésimas, hemos de contemplar a Ion vigilando durante la noche, cuando los coros conmueven el aire a la luz del cielo estrellado y de la Luna, y las cincuenta hijas de Nereo danzan en la mar y en el fondo de los ríos perennes en honor de Perséfone, la de corona de oro, y de su madre veneranda, si allí quiere reinar un vagabundo, esclavo de Febo, y disfrutar de riquezas que otros ganaron.

Antístrofa. — Vosotros los que satirizáis a las mujeres en vuestros versos y reveláis en vuestros himnos nuestras faltas conyugales y nuestros amores adulterinos e impíos, observad cuán superior es nuestra piedad al desordenado apetito de los hombres. Componed, pues, contra ellos y mis adulterios vuestras mordaces canciones. Juto, descendiente de Zeus, ha probado su ingratitud, puesto que participando de la desgracia de mi dueña y no teniendo hijos de ella, los buscó en otras, y ha logrado uno espurio.

EL CRIADO:
¿En dónde estará, ¡oh mujeres!, mi señora, la ínclita hija de Erecteo? He corrido toda la ciudad sin poder encontrarla.

EL CORO:
¿Qué sucede, ¡oh consiervo!, que te trae tan azorado? ¿Cuál es tu mensaje?

EL CRIADO:
Nos persiguen, y los magistrados de Delfos la precipitarán desde una roca si la hallan.

EL CORO:
¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¿Se ha averiguado acaso que maquinábamos la muerte de ese joven?

EL CRIADO:
Me has entendido, y no serás la última que lo pague.

EL CORO:
¿Y cómo se ha descubierto ese crimen misterioso?

EL CRIADO:
El dios, no queriendo contaminarse, ha hecho triunfar la justicia.

EL CORO:
¿Cómo? Suplicándote te ruego que lo digas; cuando te hayamos oído, si nos conviene morir, moriremos de mejor grado, o viviremos si preferimos ver la luz del sol.

EL CRIADO:
Después que se ausentó Juto, el marido de Creúsa, conocido el oráculo del dios, en compañía de su hijo, para llevarlo al banquete y al sacrificio que a los dioses preparaba, se dirigió adonde brilla el fuego dionisíaco para que la sangre de las víctimas regase ambas cumbres en acción de gracias por tan feliz hallazgo, hablándole así: «Quédate tú aquí, ¡oh hijo!, para levantar muchos tabernáculos, ayudado de trabajadores. Cuando yo sacrifique a los dioses que presiden al nacimiento, invita, si tardo, a los amigos que han de acompañarnos». Y se alejó llevándose los novillos. El adolescente levantó con cuidado los pilares del tabernáculo, huyendo de los rayos del sol de mediodía y de poniente, y midió un espacio rectangular de 100 pies de largo por cada lado, cuya superficie era de 10.000 pies cuadrados, según dicen los peritos, para convidar a todo el pueblo de Delfos. Y con los sagrados tapices del tesoro cerró sus costados, que era una maravilla. Primero colocó en el techo uno, trofeo de la derrota de las Amazonas, don que ofreció al dios Heracles, el hijo de Zeus. Tales eran los asuntos que sus tejidos representaban: el cielo convocando a las estrellas en los aires; el Sol guiando a sus caballos poco antes de su ocaso, llevando en pos el brillante lucero vespertino, y la Noche, de negras vestiduras, rigiendo su carro de dos caballos, rodeada de espléndidos luminares. Las Pléyades y Orión con su espada hendían el firmamento, y encima la Osa, envolviéndose en su cola de oro, y opuesta al polo; más alta, resplandecía la Luna llena, que divide los meses; las Híades, señal muy conocida de los navegantes, y la rosada Aurora ahuyentando a los astros. Añadió en los costados otros tapices de bárbaros dibujos, como de naves enemigas de los griegos, bien armadas de remos y de hombres semifieras, y de cacerías a caballo, y de ciervos y feroces leones ya encadenados. Inmediato a la puerta estaba Cécrope, envolviéndose en espirales, junto a sus hijas, ofrenda de algún ateniense. Después que trajeron los vasos de oro, un heraldo, sobre las puntas de los pies, invitó al banquete a todos los ciudadanos que quisiesen asistir. Llena la copa, se adornaron de coronas y gustaron deleitosos manjares. A la mitad del festín se adelantó hasta la mesa un anciano, y excitó gran risa entre los convidados, sirviéndoles oficiosamente. De las urnas les ofrecía agua para lavarse, y los perfumaba con mirra, y a todos presentaba doradas copas, encargándose él solo de este ministerio. Cuando sonaron las flautas y circuló la copa común, dijo el anciano: «Tiempo es ya de llevarse las copas pequeñas de vino y traer los vasos grandes, para que más pronto la alegría penetre en los ánimos de todos». Entonces trajeron vasos cincelados de oro y plata. Él, tomando uno de los más bellos, como para congraciarse con su nuevo señor, se lo dio lleno, echando en el vino un veneno activo que, según dicen, le había dado su señora para que el nuevo hijo dejase de ver la luz, sin excitar sospechas; pero cuando este tenía en su mano la libación, como los demás, uno de los servidores profirió una palabra de mal agüero, y como criado en el templo y entre sabios adivinos, pudo apreciar su valor y mandó que le llenasen otra copa, y derramó la primera en honor de la Tierra, y ordenó a todos que lo imitaran. Reinó entonces el silencio, y volvimos a verter en los vasos sagrados agua y vino biblino. Al mismo tiempo penetró en la tienda una bandada de ligeras palomas, que vivían seguras en el templo de Apolo. Y después que derramaron el vino...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
sedientas bebieron de él, y lo tragaron con sus cuellos cubiertos de pluma. Y las demás apuraron sin peligro la libación divina; pero la que se posó en la tierra, en el lugar en donde el hijo recién hallado vertió la suya, y sació allí su sed, comenzó a temblar y a estremecerse toda, y, como si gimiera, arrulló confusamente; todos los convidados quedaron maravillados contemplando sus sufrimientos, y murió presa de convulsiones y se estiraron sus pies purpúreos. Entonces, el hijo declarado por el oráculo, arrollando su manto y descubriendo sus hombros y su brazo, exclamó así: «¿Quién ha intentado envenenarme? Dilo, anciano; tú has sido, y de tu mano recibí la copa». Y cogiéndolo de sus viejos brazos, comenzó a interrogarle, para que no se le escapase, siendo tan manifiesto su delito. Descubriose, pues, y a la fuerza declaró el crimen de Creúsa y su propósito de envenenarlo. El joven designado por el oráculo salió entonces presuroso al frente de sus compañeros, y habiendo buscado a los próceres de esta ciudad de Apolo, Pitia les dijo: «¡Oh santa tierra!, la mujer extranjera, hija de Erecteo, ha intentado envenenarme». Enterados los notables de Delfos, decretaron unánimes que mi señora fuese precipitada desde la roca, por haber osado dar muerte a un varón tan santo y cometer este crimen en el templo. Todos los ciudadanos persiguen ahora a la que emprendió anhelosa tan malhadada peregrinación, pues deseando que Febo le conceda hijos, perderá su vida juntamente con la esperanza de tenerlos.

EL CORO:
No hay medio de que yo, infortunada, evite mi suerte; todo se sabe, todo se sabe por la muerte de la paloma al beber la libación compuesta del jugo de los racimos de Dioniso, y de las gotas del activo veneno de las víboras; inevitable es el sacrificio mortífero, la calamidad que amenaza a mi vida y el suplicio de mi dueña, despeñada desde la roca. ¿Cómo huiré volando, o me refugiaré en tenebrosas cavernas, para librarme de las piedras que han de darme la muerte, o llevada por los ligeros cascos de los caballos uncidos a la cuadriga, o en la popa de alguna nave? No es posible ocultarme, a no ser que algún dios quiera salvarnos. ¿Qué sufrimientos, ¡oh desdichada señora!, te esperan? ¿Por ventura seremos víctimas nosotras del mal que intentamos hacer a otros, como exige la justicia?

CREÚSA (que llega azorada):
Búscanme, ¡oh esclavas!, para darme funesta muerte, condenada por los sufragios délficos; dispuesta estoy a sufrir el suplicio.

EL CORO:
Conocemos tus desdichas, ¡oh infortunada!, y la pena que te aguarda.

CREÚSA:
¿Adónde huiré, pues? Con trabajo he podido escaparme del edificio en que estaba, huyendo de mi ruina, y callada llego aquí burlando a mis enemigos.

EL CORO:
¿Adónde mejor que al ara?

CREÚSA:
¿Pero de qué me servirá?

EL CORO:
No es lícito matar al suplicante.

CREÚSA:
Pero la ley lo manda.

EL CORO:
Si hubieses caído en sus manos...

CREÚSA:
Ya vienen mis crueles ejecutores con las espadas desenvainadas.

EL CORO:
Siéntate, pues, junto al ara. Porque si ahí mueres, tus verdugos expiarán tu muerte; menester es sufrir resignados nuestro destino.

ION (con séquito de guerreros):
¡Oh padre Céfiro de faz taurina! ¿Cómo engendraste esta víbora o dragón, y de cuyos ojos brota letal llama? Todo lo osa, y no es menos cruel que el veneno de las Gorgonas con que quiso matarme. Apoderaos de ella para que sus rizos, no humedecidos por las libaciones, sean desgarrados por los peñascos del Parnaso, desde los cuales será precipitada. Fortuna tuve antes de llegar a Atenas y caer bajo la férula de mi madrastra, pues entre mis compañeros he podido conocer tu malevolencia y el odio que me profesas. Es seguro que al pisar tu palacio me hubieras lanzado a la morada de Hades. Pero ni el ara ni el templo de Apolo te salvarán. Yo y mi madre somos más dignos de lástima que tú, pues aunque no la conozca invoco su nombre con frecuencia. Contemplad a esta mujer malvada, maestra de engaños, que se sienta trémula junto al ara del dios, como si no hubiese de expiar su delito.

CREÚSA:
Ordénote que no me mates, en mi propio nombre y en el del dios, junto a cuya ara estamos.

ION:
¿Qué tienes tú de común con Febo?

CREÚSA:
Consagro a este dios mi cuerpo.

ION:
Y, sin embargo, intentabas envenenarme cuando yo era suyo.

CREÚSA:
No suyo, sino de tu padre.

ION:
Pero me adoptó por hijo y ha sido conmigo un verdadero padre.

CREÚSA:
Eras antes servidor de Apolo; ahora yo, y tú no.

ION:
Impía es tu consagración, y piadosa fue la mía.

CREÚSA:
Pero quise matarte porque eras enemigo de mi familia.

ION:
No fui armado a tu país.

CREÚSA:
Sí, sin duda alguna; e incendiabas además el palacio de Erecteo.

ION:
¿Con qué teas incendiarias, o con qué otro linaje de fuego?

CREÚSA:
Arrebatándome mis bienes, habías de poseerlos contra mi voluntad.

ION:
Sí, mi padre me cedía el país que ganó con sus armas.

CREÚSA:
¿Qué derecho podían tener los descendientes de Eolo a la ciudad de Palas?

ION:
Con sus armas la salvó, no con vanas palabras.

CREÚSA:
El auxiliar no es poseedor del país que socorre.

ION:
¿Luego querías matarme para no temer nada en adelante?

CREÚSA:
Para no morir si tú perecías antes.

ION:
Me odias porque mi padre me encontró, y tú no tienes hijos.

CREÚSA:
¿Tú usurparás acaso la herencia de los huérfanos de ellos?

ION:
¿Pues qué, no había de heredar parte de los de mi padre?

CREÚSA:
Solo una lanza y un escudo; he aquí tu patrimonio.

ION:
Deja el ara y el templo consagrado al dios.

CREÚSA:
Aconseja a tu madre en dondequiera que esté.

ION:
¿Pero no serás castigada por haber intentado envenenarme?

CREÚSA:
Sí, si te atreves a hacerlo en este templo.

ION:
¿Y por qué te agrada morir entre las guirnaldas de Febo?

CREÚSA:
Así padecerá alguno que nos hizo sufrir.

ION:
¡Válganme los dioses! Lastimoso es que Apolo no estableciese leyes justas y prudentes para los hombres; los criminales no debían refugiarse en el ara, sino ser lanzados de ella; ni es honroso acercarse a los dioses con las manos manchadas, y solo los justos debían acogerse a los lugares consagrados si se los hacía injusticia, y nunca consentir que disfrutaran del mismo privilegio el sacrílego y el delincuente.

LA PITIA (que sale del templo):
Detente, hijo mío; yo, la sacerdotisa de Febo, acabo de dejar mi sagrado asiento, y vengo aquí encargada de la custodia del antiguo trípode, elegida entre todas las mujeres délficas.

ION:
Salve, madre amada, aunque no me dieras a luz.

LA PITIA:
Pero llámame madre tuya, que este nombre no me desagrada.

ION:
¿Has sabido que esta mujer quería darme muerte con malas artes?

LA PITIA:
Sí, y tú pecas también y eres cruel.

ION:
¿No debo acaso castigar a mis asesinos?

LA PITIA:
Las madrastras odian siempre a sus hijastros.

ION:
Y nosotros a nuestras madrastras, cuando intentan ofendernos.

LA PITIA:
Déjate de esto; al abandonar el templo para encaminarte a tu patria...

ION:
¿Qué he de hacer, obediente a tus consejos?

LA PITIA:
Vete puro a Atenas, y con auspicios favorables.

ION:
Puro es, sin duda, el que se venga de sus enemigos.

LA PITIA:
No lo hagas tú así; oye lo que voy a decirte.

ION:
Habla, que tus palabras serán benévolas.

LA PITIA:
¿Ves este cestillo que traigo debajo de los brazos?

ION:
Veo un viejo cesto, ceñido de larga banda.

LA PITIA:
Tal fue tu cuna, que te acogió al nacer.

ION:
¿Qué dices? Nuevo es para mí esto.

LA PITIA:
Oculto lo tenía; pero ahora lo descubro.

ION:
¿Por qué lo has callado tanto tiempo?

LA PITIA:
Quiso el dios que le sirvieses en su templo.

ION:
¿Y ya no? ¿Cómo puedo saberlo?

LA PITIA:
Obra suya es tu reconocimiento por Juto, y señal de que consiente que abandones este país.

ION:
¿Lo guardaste porque te lo ordenó, o por qué motivo?

LA PITIA:
Me dio a entender Apolo...

ION:
¿Qué? Acaba.

LA PITIA:
Que reservase hasta ahora este hallazgo.

ION:
¿Y en qué puede servirme o perjudicarme?

LA PITIA:
También contiene las fajas que te ceñían.

ION:
Quizá me den alguna luz para buscar a mi madre.

LA PITIA:
Cuando el dios lo quiere, nunca antes.

ION:
¡Oh fausto día!

LA PITIA:
Acéptalo, pues, y busca con diligencia a tu madre. Recorre todo el Asia y los confines de la Europa. Te crié por orden del dios, ¡oh hijo!, y te devuelvo lo que le plugo confiarme en deposito, sin que ningún mortal me lo mandase; pero no puedo adivinar el objeto que se propuso. Nadie sabía que yo lo poseyese, ni en dónde lo guardaba. Y adiós; te amo como una madre. Así, averigua cuanto antes si alguna mujer de Delfos, después de darte a luz, te expuso en este templo, o si ha sido otra griega. Febo y yo, que lo sabíamos, te lo anunciamos. (Entra en el templo).

ION:
¡Ay, ay de mí! ¡Cómo derraman mis ojos copiosas lágrimas, pensando en mi madre, que se casó clandestinamente y me vendió a hurtadillas! Y no me dio su pecho, antes bien vivía como un esclavo en el templo del dios. Bueno ha sido él conmigo, y mala mi suerte, que me privó de los cuidados de una madre amantísima, cuando debí gozar de sus abrazos, plácido deleite de la vida. ¡Desventurada también la que me dio el ser, ya que su infortunio fue igual al mío, careciendo de los goces que ofrecen los hijos! Y ahora, cuando reciba este cesto, me lo llevaré como presente de Apolo, para buscar vanamente lo que deseo encontrar. Si me concibió alguna sierva, peor es hallarla. ¡Oh Febo!, yo lo consagro a tu templo. Pero ¿qué hago? ¿Me rebelaré contra la voluntad del dios, que me suministra esos indicios para hallar a mi madre? Abriremos el cestillo y acometeremos la empresa, que nunca podrá triunfar de mi destino. ¡Oh sagrada banda! ¿Por qué has estado oculta, y vosotras, fajas que me ceñisteis? Ved cómo este redondo cestillo no ha sufrido en su cubierta injuria ninguna del tiempo, sin duda por obra del dios, ni tampoco sus mimbres, y eso que larga es la fecha de tal tesoro.

CREÚSA:
¿Qué inesperado objeto contemplo?

ION:
Calla; bien sabes que antes fuiste reservada hasta el exceso.

CREÚSA:
No puedo callar ahora; no me lo aconsejes; veo el cesto que sirvió para exponerte, ¡oh hijo!, en tus más tiernos años, en la gruta de Cécrope y en las peñascosas bóvedas de Macra. Abandonaré, pues, esta ara, aunque haya de morir.

ION (a los de su séquito):
Prendedla; por decreto de Febo deja precipitadamente el ara en que se ha refugiado; sujetadla.

CREÚSA (que se apodera mirentras tanto del cesto):
¿Todavía persistís en matarme? A la fuerza retendré este cesto y a ti y a cuanto contiene.

ION:
¿No es esto intolerable? Fingido es lo que hace.

CREÚSA:
No; ya tus amigos encontraron a quien aman.

ION:
¿Me amas acaso, y querías ha poco envenenarme?

CREÚSA:
Eres mi hijo, prenda la más cara de los padres.

ION:
No recurras a tales artificios; fácilmente te los probaré.

CREÚSA:
Pruébalo, hijo; ese es mi mayor deseo.

ION:
¿Está vacío este cesto, o contiene alguna cosa?

CREÚSA:
Los vestidos con que te expuse.

ION:
¿Y dirás cuáles son antes de pasar adelante?

CREÚSA:
Y si no lo acierto, moriré gustosa.

ION:
Dilo, que es algo extraña tu confianza.

CREÚSA:
Mirad la tela que tejí en mi juventud.

ION:
¿Cuál? Muchas clases de tela tejen las jóvenes.

CREÚSA:
No está bien acabada, y se conoce que era inexperta la lanzadera que la tejió.

ION:
¿Y qué representa? Ahora no podrás engañarme.

CREÚSA:
A la Gorgona, figurada con el estambre del manto.

ION:
¡Oh Zeus, qué destino es el mío!

CREÚSA:
Y su cabeza, a modo de égida, está coronada de serpientes.

ION (que enseña la tela):
Vedla; esta es la tela y las fajas que hemos encontrado.

CREÚSA (examinándola):
¡Oh, paños, antigua obra de mis manos virginales!

ION:
¿Hay alguna señal además, o basta lo dicho?

CREÚSA:
Dos brillantes dragones de oro macizo, ofrenda a Atenea, destinados a guardar niños, en recuerdo del viejo Erictonio.

ION:
Mas ¿para qué sirven estas alhajas de oro? Dímelo.

CREÚSA:
Para adornar el cuello del recién nacido, ¡oh hijo!

ION:
Aquí está, en efecto; deseo que me reveles la tercera señal.

CREÚSA:
Púsete entonces una corona de olivas, primera que plantó Atenea en la ciudadela, la cual, si existe, no pierde nunca el verdor de sus hojas, porque es inmortal.

ION:
¡Oh madre muy querida!, contento miro tus ojos gozosos y beso tus mejillas.

CREÚSA:
¡Hijo mío!, luz más grata a una madre que la del sol (con perdón sea dicho de él); en mis brazos te estrecho encontrándote cuando menos lo esperaba y cuando creía que habitabas con los manes debajo de la Tierra, en el reino de Perséfone.

ION:
¡Oh madre amada!, en tus brazos me ves; vivo cuando me creías muerto.

CREÚSA:
¡Cuán grande es mi alegría! ¿Qué diré, cómo la expresaré, llenando los espacios del aire resplandeciente? ¿A quién debo este gozo inesperado? ¿A quién esta dicha?

ION:
¡Oh madre!, todo lo hubiese pensado, menos que yo era tu hijo.

CREÚSA:
Todavía tiemblo de miedo.

ION:
Temes acaso perderme, cuando me estrechas en tus brazos.

CREÚSA:
Ya no lo esperaba. ¿Cómo, ¡oh mujer! (a la Pitia), vino este niño a tus manos? ¿Quién le trajo al templo de Apolo?

ION:
Orden divina; seamos felices desde ahora con los dones de la fortuna, antes tan adversa.

CREÚSA:
¡Oh hijo!, no viniste al mundo sin lágrimas, ni te arrancaron sin lamentos del pecho de tu madre; pero en este instante disfruta de dulcísimo deleite respirando cerca de tus mejillas.

ION:
Al recordar mi destino, recuerdas también el tuyo.

CREÚSA:
Ya no soy huérfana, ya no carezco de hijos; ya mi linaje será respetado, y mi país tendrá rey, y Erecteo se rejuvenece, y mi estirpe, hija de la Tierra, no quedará envuelta en oscuras tinieblas y verá otra vez las antorchas del sol.

ION:
¡Oh madre!, que mi padre participe también de este deleite.

CREÚSA:
¿Qué palabras pronuncias? ¡Cómo, cómo me reconoces!

ION:
¿Qué has dicho?

CREÚSA:
¡Otro, otro fue tu padre!

ION:
¡Ay de mí! ¿Sin haber contraído himeneo diste la vida a un bastardo?

CREÚSA:
Ni antorchas ni danzas celebraron el mío, ¡oh hijo!, cuyo fruto fuiste.

ION:
¡Ay, ay de mí! Innoble es mi nacimiento, ¡oh madre! ¿Quién me engendró?

CREÚSA:
Sábelo la que dio muerte a la Gorgona...

ION:
¿Por qué te expresas así?

CREÚSA:
La que habita en mis peñascos y plantó la oliva en la roca.

ION:
No te entiendo, no te entiendo; no puedo adivinar el sentido de tus palabras.

CREÚSA:
En el monte frecuentado por ruiseñores con Febo...

ION:
¿Qué dices de Febo?

CREÚSA:
Me uní en furtivo lecho.

ION:
Explícate, que me es grato y placentero.

CREÚSA:
Y en la décima revolución del mes te di a luz ocultamente, y fue tu padre Febo.

ION:
¡Cuánto me place lo que dices, si es verdad!

CREÚSA:
Mis manos virginales te envolvieron en estas telas, obra de mi lanzadera. No te acerqué a mi pecho, ni te alimentó mi leche maternal, ni mis manos te lavaron, sino que te expuse a la muerte en una gruta desierta, para que te despedazaran las garras de las aves.

ION:
¡Oh madre!, cruel fue tu resolución.

CREÚSA:
Vencida por el miedo, te entregué a la muerte, ¡oh hijo!, aunque lo hice contra mi voluntad.

ION:
¡Y estuviste a punto de perecer a mis manos impías!

CREÚSA:
Deplorable, ¡ay de mí!, fue todo aquello; deplorable también esto; juguete somos de penas y placeres, y pronto cambió el viento; sea constante el aura propicia que ahora sopla, después de tantos males, ¡oh hijo!

EL CORO:
Ningún mortal, en vista de lo que nos sucede, debe extrañar nada.

ION:
¡Oh, Fortuna, que todo lo trastornas, y haces a unos desdichados y a otros felices!; en mortal peligro estuvimos de matar a nuestra madre y de sufrir nosotros mismos muerte indigna. ¡Ay de mí! ¿Por ventura nada nos enseñan cada día las brillantes revoluciones del Sol? Deseado hallazgo es el tuyo, ¡oh madre!, y no me quejaré de mi linaje; lo demás debes tú saberlo. Acércate, quiero hablarte al oído, y dejemos eso envuelto en las tinieblas. Cuida, madre mía, de no achacar al dios tu falta, como suele suceder a las vírgenes, y guárdate, deseosa por mi causa de evitar tu deshonra, de afirmar falsamente que fue mi padre Febo.

CREÚSA:
No; por la Victoria que acompañó a Atenea al socorrer en su carro a Zeus contra los hijos de la Tierra, ningún mortal es tu padre, ¡oh hijo!, sino el rey Apolo, que te conservó.

ION:
¿Cómo, pues, da un hijo a otro, y dice que me engendró Juto?

CREÚSA:
No dijo que te engendrara Juto, sino que, siendo suyo, te entregó a Juto; como amigo le ofrece su hijo, para que él lo herede.

ION:
Con razón me inquietas, ¡oh madre!, si será veraz el dios, o si vaticina erradamente.

CREÚSA:
Oye lo que me ocurre, ¡oh hijo!: Apolo, deseoso de protegerte, te hace miembro de su noble familia; pero si dices que eres su hijo, no serás nunca su heredero ni llevarás su nombre. ¿Cómo había de ser así, cuando oculté yo misma ese himeneo y quise matarte en secreto? Él te socorrió y te da ahora otro padre.

ION:
No me satisfacen tus razones; entraré, pues, en el templo y preguntaré a Febo si he nacido de padre mortal, o de él mismo. (Cuando va a entrar en el templo, se aparece Atenea en resplandeciente carro). ¿Qué es esto? ¿Qué deidad muestra su faz brillante como el sol sobre el sagrado templo? Huyamos, madre; no miremos a los dioses cuando no conviene verlos.

ATENEA (a Ion):
No huyáis, que no soy vuestra enemiga, sino la que os ama, y también a Atenas. Yo soy Palas, que me llamo como vuestra ciudad, y vengo aquí ligera a ruego de Apolo, que no osa presentarse, arrepentido de su falta. Nos envía para deciros que Creúsa te dio a luz y Apolo fue tu padre, haciéndote adoptar por los que no te engendraron, para que pertenezcas a nobilísima familia. Ya que todo se sabe claramente, disipó la borrasca que te amenazaba, temiendo que murieses a manos de tu madre, o ella a las tuyas. Deseaba el rey Apolo callarlo y declarar a Atenas que Creúsa era tu madre, y tú hijo de ambos. Para que se cumpla el oráculo y terminar mi misión, os diré el motivo que me obligó a uncir al carro mis caballos; ve, ¡oh Creúsa!, con tu hijo a la tierra de Cécrope y colócalo en el trono, porque es justo que reine en mi país el descendiente de Erecteo. Será famoso en la Grecia; cuatro ramas brotarán de este tronco, que darán tu nombre al territorio y a las tribus que habitan en mi alcázar. Geleón será el primero; a esta tribu seguirán las de los Hopletes, Argades y Egícores, del mismo nombre de mi égida, que formarán la cuarta. Cuando llegue la época fijada por el destino, sus descendientes fundarán las ciudades insulares de las Cícladas y colonizarán las orillas de la mar, principal nervio de un estado, y poblarán los campos de ambos continentes, así del Asia como de Europa; y perpetuando el nombre de Ion, serán famosos los jonios. Pero Juto y tú tendréis otros hijos; a saber: Doro, estirpe de los preclaros dorios, y Aqueo, en el país de Pélope, que dominará en la costa del mar, cerca de Río, y será padre de un pueblo insigne, que se llamará como él. (A Creúsa). Muchos beneficios debes a Apolo; primeramente te libró en tu parto de dolores, para que tus amigos no lo sospecharan, y después que diste a luz este hijo y lo fajaste, ordenó a Hermes que lo trajese aquí en sus brazos, y lo educó y le conservó la vida. Calla, pues, ahora, y no digas que es tu hijo, para que Juto, engañado, se deleite, y tú, mujer, puedas gozar tranquila de su compañía. Y sed felices, que os prometo suerte venturosa y alivio en vuestros malos.

ION:
¡Oh Palas!, hija de Zeus Máximo, no incrédulo te escucho, que convencido estoy ya de ser hijo de Apolo y de Creúsa, y aun antes no era para mí increíble.

CREÚSA:
Óyeme ahora: alabo a Febo, aunque no lo hiciera antes, porque me ha devuelto el hijo que despreció en otro tiempo. Bendigo, pues, ahora las puertas de este santuario y los oráculos del dios, hasta aquí adversos. De buen grado oprimirán ya mis manos las argollas de estas puertas, y las saludaré con amor.

ATENEA:
Celebro que honres al dios, variando de parecer; hasta cierto punto podrá ser tarda la voluntad divina, pero se cumplirá al fin siempre.

CREÚSA:
¡Oh hijo!, vamos a nuestra patria.

ATENEA:
Andad, y yo os seguiré.

ION:
Digna patrona, en verdad, de nuestro viaje.

CREÚSA:
Y amante de nuestra ciudad.

ATENEA:
Y siéntate en el antiguo trono.

CREÚSA:
¡Bien inestimable para mí!

EL CORO:
Adiós, Apolo, hijo de Zeus y de Leto; nunca desconfíe el desdichado si honra a los dioses. Al fin, los buenos obtienen justa recompensa, que los malos nunca serán felices.


Publicado el 13 de julio de 2025 por Edu Robsy.
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