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Púsose al muerto sobre unas angarillas y se ofrecieron a llevar las angarillas de la muerte aquellos mismos andaluces altivos que por todo el oro del mundo no se hubiesen prestado a llevar la silla de mano de un rico.
No pueden aquellos que no lo han presenciado formarse una idea del desesperado e inmenso dolor de la infeliz que vio entrar por sus puertas el sangriento y yerto cadáver de aquel que siempre entró en su casa como una protección y un amparo, como un objeto de culto y de cariño. La desgraciada viuda, que estaba criando, tuvo un retroceso y derrame de leche; sus pechos quedaron exhaustos, la madre y la niña perecían; la primera, de resultas de una espantosa enfermedad; la segunda, de necesidad.
Vosotros, los habitantes de las ciudades, no sabéis cuán grande y expansiva es la caridad en los campesinos y cuán verdadero hacen aquel bello refrán de que más hace el que quiere que el que puede. No hubo una sola mujer en el pueblo que estuviese criando que no viniese a dar el pecho a la pobre criatura, para la cual se habían secado las fuentes de vida que le señalara la naturaleza. La niña fue criada a traguitos, según la expresión consagrada para indicar esta clase de crianza, y como generalmente todas las lugareñas son sanas, se hacen robustas estas crías de muchas amas. Verdad es que tan pronto toman leche de una recién parida, tan pronto la de una mujer que cría a pesar de tener su hijo dos años y correr tras de su padre, pero no le hace, medran, y si lo extrañáis os responde que Dios hace la costa.
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Publicado el 6 de julio de 2025 por Edu Robsy.
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