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La rueda delantera izquierda de la carroza estaba enterrada hasta la mitad, atascada en un pozo. El caballo de la derecha bufaba, el otro no, pero ambos ni se movían. Eryn, ahora con sumo cuidado, se puso de pie y avanzó hacia la carroza con movimientos lentos y calculados, sin embargo, no pudo evitar una nueva resbalada que lo sumergió en el lodo blando como chupado desde abajo. Cuando emergió el aire parecía estar hecho de múltiples risas. Agudas, graves, mezcladas a toses, catarrientas, rodeando su ser desde todos lados. Eryn desenvainó la espada y buscó con la mirada a los graciosos, fueran hombres, duendes, gnomos o enanos burlones. Pensó que debían estar muy bien escondidos entre la maleza y detrás de los árboles porque no se dejaban ver; pero quizás porque no veía a nadie fue que asoció las risas con los árboles y como resultado escuchó su voz interior decir: “El Bosque Hilarante”. Entonces las risas burlonas provenían de ellos, los árboles. No podía ser otra cosa; por algo el bosque tenía el nombre que tenía.
3 págs. / 5 minutos.
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Publicado el 5 de mayo de 2022 por Francisco A. Baldarena .
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