—Póngase esto.
—¿Esto qué…? —preguntó Francisco, con los ojos cerrados.
— Las gafas de protección.
Francisco extendió una mano.
—¿Y son seguras?, preguntó Francisco, no atreviéndose a estirar una mano.
—¿Seguras? Claro— Estas lentes están fabricadas con cristal inactínico, número 14, y cuentan con el certificado ISO 12312-2. Hasta sirven para observar eclipses. Póngaselas que ya vamos a subir, pues Él nos ha autorizado.
—¿Cuándo, que no oí nada?
—Cuando se abrieron las nubes.
—Ah —dijo Francisco. Después se puso las gafas y siguió al ángel hasta un ascensor, a metros de donde estaban parados, hecho enteramente de cristal, y que por eso mismo no lo había visto en todo el tiempo que pasó junto al ángel.
Mientras subían, Francisco se preguntaba sobre qué misterios le aguardaban cuando estuviera cara a cara con el Creador, por decirlo de alguna manera, ya que la entidad celeste le había aclarado que Dios era luz, esa luz cegadora. No recordaba haberse mandado ninguna macana tan grande como para que Dios, que debía tener la agenda apretada, se molestara en requerir su presencia delante de Él; por otro lado, tampoco poseía en su haber ninguna buena acción que mereciera una entrevista exclusiva con el Creador. Y por mucho que le insistió al ángel para que le adelantara algo, aunque sea, el otro se mantuvo inflexible, limitándose a decir que «en boca cerrada no entran moscas».
Este texto no ha recibido aún ninguna valoración.
176 libros publicados.