Traición Se Paga con Muerte

Francisco A. Baldarena


cuento



El Científico 


Fue un grito descomunal. 

 —¡¡¡Eureka!!! —estalló el científico. 

 Al fin, después de largos años de investigación e innumerables experimentos, había conseguido crear una consciencia artificial. Ahora solo le faltaba encontrarle un cuerpo. 

 —Pero, ¿masculino o femenino? —se preguntó, y se quedó pensando en eso, con una mano en el mentón y otra en la cintura. 



Los Ayudantes del Científico


Los dos hombres se mantenían alertas, dentro del automóvil estacionado frente a la plaza, que bullía de gente joven, y a cada muchacha bonita que veían sentada en los bancos o pasando, como les recomendó el jefe, uno de ellos le sacaba una fotografía. 



Las Fotografías 


El científico examinó cada fotografía con detenimiento, separándolas en dos montones: uno con el descarte, correspondiente a las muchachas que no le habían gustado, y el otro para las que sí. Después volvió a hacer una nueva clasificación, y otra, y otra, hasta que quedó solo una fotografía. 

 —Tráiganme a esta —les ordenó a los ayudantes. 



La Escogida 


La muchacha estaba sola, sentada en el mismo banco de la misma plaza donde el día anterior había estado con el novio. En ese momento estaba esperándolo. 

 Los dos hombres que se sentaron junto a ella, uno a cada lado, la sacaron de los románticos pensamientos que la mantenían alejada del entorno. La sospecha y la intención de levantarse se dieron juntas, pero uno de ellos le impidió lo último agarrándola con fuerza, pero discretamente, por un brazo. Rápidamente, el otro le pasó unas fotografías. 

 —¿Conoces a esta gente? —le preguntó. 

 Con manos temblorosas, ella examinó las fotografías donde reconoció a los padres, a la hermana mayor, a dos sobrinos adolescentes, pero cuando vio la fotografía del hermanito de tres años se largó a llorar. El que la tenía agarrada del brazo le sacó las fotografías de las manos. 

 —Si quieres que no les pase nada malo, acompáñanos sin hacer alarde y todo va a salir bien —le dijo el tipo. 

 Una vez que entraron al vehículo, uno de ellos la durmió cubriéndole boca y nariz con un pañuelo embebido en cloroformo, mientras el otro encendía el motor del automóvil. 



El Novio de la Muchacha 


El novio de la muchacha, hundido en el asiento del automóvil estacionado en una esquina de la plaza, vigilaba a su novia sentada en la plaza. Por cuenta de sus celos incontrolables, siempre andaba desconfiando de todo y de todos. El día anterior habían marcado para verse esa tarde a las cinco, pero él ya estaba en esa esquina desde las cuatro y media, porque quería cerciorarse si la novia venía sola. 

 Ya habían pasado diez minutos de las cinco, pero él todavía seguía dentro del automóvil, porque había visto pasar a un muchacho delante de su novia y echarle una mirada que a él le pareció ser más que una simple mirada. Si el muchacho volvía a pasar y mirar nuevamente a su novia, podía ir reservando un lugar en el hospital para ese mismo día, porque allá lo mandaría. Pero el muchacho no volvió a pasar, sino que llegando al otro extremo de la plaza cruzó la calle y desapareció doblando la esquina. 

 Pero… 

 —¡¡¡Maldita!!! —masculló golpeando violentamente el volante con las palmas de las manos, cuando al volver a fijarse en la novia, vio a dos tipos que llegaron junto a ella y se sentaron uno a cada lado. Quería agarrar la llave cruz y lanzarse contra los tipos, pero primero quería ver la reacción de su novia; no vaya a ser que tuviera que darle una paliza a ella también, por puta. Y en menos de un minuto, sus sospechas se hicieron realidad: los tres se levantaron y se dirigieron a un automóvil estacionado en la vereda de enfrente, donde entraron y partieron enseguida, sin darle tiempo de manotear la llave cruz. 

 Entre puteadas y maldiciones, puso el automóvil en marcha y los siguió. 



Trabajo Hecho 


Tras desnudar a la muchacha, los ayudantes del científico la tendieron sobre una camilla. Después, salieron del laboratorio, dejando al científico a solas con ella, y fueron a sentarse en el salón, donde se pusieron a ver el partido de basquetbol entre Chicago Bulls y los Lakers por televisión. 



Cerca de la Casa del Científico


El novio de la muchacha estacionó el automóvil cerca de la casa donde entró el otro automóvil. Pero estaba indeciso y no sabía qué hacer. Por un lado, quería entrar en la casa con automóvil y todo y sorprender a los tres con la mano en la masa para justificar el triple asesinato; por otro lado, temía echarlo todo a perder apareciendo antes que empezaran la farra. Con ello no solo iba a quedar en ridículo, sino que encima tendría que pagar los daños en la casa. Tenía que pensar muy bien lo que iba a hacer, pero rápido. 



El Implante 


Luego de cortar una pequeña porción de cabello de la nuca y rasurar el cuero cabelludo de la muchacha, el científico hizo una pequeña incisión retirando un centímetro cuadrado de casco craneal. Después implantó el chip con la memoria artificial en el cerebro e hizo las conexiones necesarias; tras ello cubrió el orificio con una gaza y tiras de esparadrapo. Finalmente, se quedó contemplando el cuerpo sedado sobre la camilla, o, según su propia apreciación, su creación. Porque una cosa era cierta, cuando recobrase el sentido, la muchacha sería un otro ser. 



El Entregador de Pizza 


El novio de la muchacha todavía no se había decidido ni por una cosa ni por otra, cuando vio por el retrovisor un entregador de pizza en bicicleta viniendo en su dirección. 

 Lo paró. 

 —¿Cuánto por una pizza? —le preguntó. 

 —No son para vender, es un pedido —respondió el entregador. 

 —Te doy doscientos dólares por todas las que llevas ahí —propuso el novio. 

 —No puedo hacer eso —insistió el entregador. 

 —Claro que puedes, dile a tu jefe que unos tipos te robaron. ¿Qué te parece? —insistió el novio. 

 El entregador titubeó. 

 —Piénsalo bien, te ganas doscientos y de paso no te quiebro los huesos ahora mismo, ¿hum, qué me dices? 

 El entregador sacó cuentas y concluyó que la disculpa tenía sentido, pues aquel barrio tenía mala fama, con lo que un asalto era bien probable. Además, los doscientos dólares no le vendrían nada mal, sin contar que el otro era más fuerte que él. 

 —Está bien —respondió pasándole al otro las tres pizzas del pedido. Después manoteó los billetes, se montó en la bicicleta y desapareció por donde había venido. 


10 


El Otro Ser


La muchacha por fin despertó. 

 —Hola —la saludó el científico. 

 Ella no le respondió de inmediato, sino que se lo quedó mirando, tratando de recordar quién era ese hombre que la observaba parado a su lado. 

 —Ven aquí para que veas el cuerpo que te he conseguido —le dijo el científico conduciéndola por los hombros hasta un espejo de tamaño natural cerca de ellos. 

 —¿Qué te parece? —le preguntó ahora. 

 Ella observó su cuerpo desnudo por todos los ángulos, después dijo: 

 —Me gustó. 


11 


Ringgg… Ringgg… Ringgg…


El timbre sonó tres veces seguidas. 

 Uno de los ayudantes fue a atender. Al abrir la puerta vio a un joven sosteniendo tres cajas de pizza. 

 —¡Hola! Aquí tiene su pedido —dijo el novio de la muchacha. 

 —¿Qué pedido? Nadie ha hecho ningún pedido, seguramente te has equivocado de dirección —respondió el hombre. 

 Sin embargo, la dirección que me dieron es la de aquí —insistió el novio. 

 El hombre supuso que quizás fuera su jefe el que había hecho el pedido, entonces dio de hombros y agarró las cajas. En ese instante vio algo plateado en una de las manos del muchacho. Tras el golpe en la cabeza, se desplomó como una bolsa vacía. 

 El novio agarró las cajas en el aire y, pasando por encima del caído, entró en la casa y siguió el sonido de un televisor encendido. 

 El otro ayudante estaba de espalda, mirando el partido, y así continuó después que la llave inglesa en la mano del novio de la muchacha le partió la cabeza. 


12 


Final 


El científico todavía contemplaba extasiado su creación, que a su vez se contemplaba a sí misma frente al espejo, cuando alguien abrió la puerta bruscamente. Se dio vuelta, furioso por la interrupción, pero sin tiempo a reaccionar porque el desconocido ya bajaba su mano con algo plateado contra su cabeza. 

 La muchacha, asustada, emitió un grito agudo al tiempo que se cubría los senos y el pubis con las manos. 

 —¡¡¡Perra maldita!!! ¡¡¡Y encima con un viejo!!! —gritó el novio, los ojos inyectados en sangre y la llave inglesa en alto. Ella, en claro estado de shock, apenas cerró los ojos. Entonces un golpe en la cabeza apagó sus sentidos y su cuerpo se desplomó en el piso. Pero todavía no conforme con lo que le acababa de hacer, el novio, totalmente enloquecido, continuó deshaciendo la cabeza de la novia con la llave inglesa; una, diez, cien veces, tan cegado por los celos que no veía nada, ni la gaza, ni las tiras de esparadrapo, ni el pedazo de cráneo y el chip, que salieron volando por delante de sus narices.




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Publicado el 19 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .
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