Voto compensatorio. Redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista
Voto compensatorio. Redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista
Francisco Tomás Gonzales Cabañas
franciscotgc@hotmail.com
Índice
Introducción.....................................................................................5
Primera
Parte...................................................................................11
Segunda Parte...................................................................................45
A modo de Introducción
El presente texto se divide en dos partes que bien podrían ser leídas desde su individualidad, pese a que conforman el todo de la obra. Transitaremos de lo general a lo particular, como planteo metodológico, sin embargo, en primer orden, responderemos esa pregunta obligada, acerca “desde el lugar en el que se plantean las cosas”, que es ni más ni menos toda la primera parte de la que hacíamos mención. Sí bien se podría entender, como de una extensión inusitada, creemos indispensable el dejar en claro que el ámbito desde el cuál se realiza un enfoque teórico debe quedar absolutamente aséptico tanto de suspicacias como de interpretaciones para que no se enlode o contamine lo que se pretende transmitir. Independientemente de lo que se pueda interpretar, queremos consignar que no fortuitamente, las palabras aquí vertidas que llevaran a una determinada significación, se realizan desde un lugar en el mundo, desde un lugar geográfico, que busca ser un lugar filosófico, a esta aporía es a la que nos enfrentaremos en el primer tramo, y mediante la que podemos mencionar como síntesis, que sin adherir obcecadamente y sin pertenecer orgánicamente, no podemos dejar de soslayar, que queramos o no, que coincidamos o no, nuestras palabras salen de una Latinoamérica, que desde hace unas décadas se piensa en relación a su occidente, por un lado “descubridor” por otro sincrético y por otro invasor.
Orillaremos lo que se estableció como filosofía Latinoamericana, o de la liberación, no sólo por lo anteriormente mencionado, sino porque nuestra propuesta, no casualmente, posee una clara opción, un planteo de perspectiva, que arranca, que se inicia desde la plataforma del “pobre” que para los que forman parte del espacio o movimiento filosófico del que estamos hablando y del que somos originarios, al menos geográficamente, es un concepto basal y neurálgico.
Para nosotros es más que nada aquel ausentado por el estado, pero tampoco podemos de tener nuestro contexto, y él mismo, nos trasunta, nos trasvasa, proponemos lo que plantemos desde nuestro arrabal sudamericano, pretendiendo re diseñar el contrato social, para hacerlo más asequible, más democrático.
Como si esto fuese poco, en otras de las grandes definiciones conceptuales, a las que arriban los hacedores de esta corriente, de la que creemos ser parte, por esa casualidad causal, valga el oxímoron, a partir de uno de sus fundadores u hombres más conspicuos, Horacio Cerutti Guldberg, que plantea el terreno de esa liberación, desde lo filosófico, pero partiendo del ámbito político o habitándolo.
Estimamos que en nuestros tiempos modernos, en relación a la política, o lo político, el ciudadano percibe que para ser atendido, contemplado, amparado, escuchado, contenido, devuelto en esa cesión de derechos que ha hecho, para que hayan edificado esas letras muertas que dan en llamar leyes, normativas y que supuestamente conformarían o conforman la base de un estado de derecho y de una comunidad democrática, tiene enfrente, y no como aliados, como servidores, a la clase política, presta a mutilar las expectativas y las posibilidades del hombre común, por la lógica de que el estado omnipresente para pocos es la contracara obligada del estado ausente para muchos. De aquí es la necesidad de una compensación, o del surgimiento, desde esa opción del que no tiene, del que no es contemplado que hago uso de un voto (el momento electoral como eje simbólico de lo democrático) compensatorio.
Desde hace décadas que tanto la ciencia política, como el enfoque de lo político desde lo filosófico, se debe o debe, resignificar el contrato social, redefinir el principio de igualdad, y acotar el significante extenso y polisémico de lo de democrático, para consignarle un valor diferente, sobre todo para aquellos que el estado los tiene para la obligación sin velar por sus derechos, para que en la jornada electoral, a estos invisibilizados se los empodere con el valor de cinco (5) a cada uno de sus votos, dignificándolos para sacarlos del estado de víctimas que impone el prebendedarismo, la compra de votos o los bolsones de mercadería (una práctica muy extendida en Latinoamérica) que en definitiva carcome y deslegitima la democracia actual que se pretende, como finalidad restaurar el contrato social y reconstruir el principio de igualdad de acuerdo a categorías aún no transitadas.
Podríamos realizar una arqueología del concepto democracia, en definitiva algo en lo que ocupan tiempo y hojas, destacados autores de todo el campo de humanidades, sin embargo, a los efectos de no generar un texto árido y estrictamente académico, cumpliendo con nuestra metodología de transitar de lo universal a lo particular, destacaremos el término de lo democrático, de acuerdo a como lo conciben los autores contemporáneos y más destacados por el sistema editorial y mediático especializado que los sitúa como actuales luminarias del pensar.
Nos encontramos con Tzvetan Todorov en su libro “Los enemigos íntimos de la democracia” en donde desde el título mismo escogido ya nos plantea, la situación problemática o amenazante en la que se encuentra nuestro sistema de democrático, aspectos que irá detallando y pormenorizando capítulo a capítulo en su obra, que por las razones expuestas, no la trabajamos como cita textual (nos interesa el referenciar la integralidad del texto, el pensamiento vivo y sintetizado como expresión) sin embargo y como elemento a distinguir, el pensador búlgaro, partiendo de Malthus, también hace referencia a la necesidad de resituar o resignificar el principio de igualdad, señalando que es de imposible cumplimiento, dado que no alcanzarían los recursos del mundo para que todos comiéramos como debemos comer, por tanto lo democrático se sostiene en la expectativa, de que esto mismo ocurra alguna vez, y esta concepción, lo hubo de expresar, sobre todo en diferentes entrevistas periodísticas, Jacques Derrida, definiendo lo democrático como aquello que siempre está por cumplirse pero que no sucede nunca, y esa expectativa, es la que debemos revitalizar, empoderando a quiénes tienen por generaciones el estado ausente, en sus casas, en sus trabajos, en lo cotidiano de sus vidas y que perversamente se les dice que valen igual que cualquier otro, y en tiempos de elección se le pone un precio, mediante dinero o mercadería, para torcerles la voluntad.
Si bien no es su especialidad en el campo de las humanidades, otro de los pensadores más destacados por el sistema intelectual, Slavoj Zizek, en sus artículos diseminados ante situaciones políticas complejas, desparrama su interpretación de lo moderno, considerando necesaria la “extensión” de lo democrático (también como Todorov, desde el título de sus textos plantea como concibe y en qué situación concibe la cuestión política, por ejemplo “La democracia es el enemigo”) claro que las concepciones neomarxistas, comienzan a aparecer, y de allí como para no caer en tópicos densamente trillados, pues necesariamente deberíamos recaer en Marx, es que dimensionamos lo democrático, como aquello que trasunta o que arropa, que contempla, develándolo, o sosteniéndolo, al poder, como término, como palabra, como totalidad. De esta manera también lo contempla, la llamada “Escuela Italiana” con exponentes de la talla, de Marramao, Espósito o Agamben , que independientemente de sus respectivas líneas filosóficas de las que parten, no dejan de iniciar el camino de sus consideraciones desde la necesidad de reconstrucción, o desandamiento de lo democrático, del tránsito hacia otras aguas del mismo. Hablamos en el inicio de no hacer una arqueología de lo terminológico, y sí alguien lo hizo fue Michel Foucault, que determina que el poder sigue estando o anidando en aquella representación por la galería, que requiere el formalismo de un contrato social pero que no puede ser redefinido, pues no determina lo que es necesariamente democrático hoy. Es decir, el poder está y no está en la democracia, ni siquiera por un fallo de esta como sistema, sino por definición lógica de lo que es el poder, sin embargo en este juego, quién cree detentar ese manejo del poder, la clase política, aun sabiendo que por más que tenga las validaciones legítimas de lo democrático, debe seguir haciéndole creer a las masas que representa, que tiene ese poder, que detrás de la democracia, está el poder, por más que sepa que no es así. En este punto, debemos cuidarnos, nuevamente de no continuar la ramificación que el tema nos propone en sí mismo, tan solo haremos una mención genérica, pues consideramos importante al menos el subrayado. Nos encontramos ante “la mentira” en la política, lo no cierto o no válido, que se plantea, necesariamente como lo opuesto y que sí no es bien manejado, termina percudiendo el sistema de lo democrático. Es decir sí la mentira, o la situación de no verdad, se descubre, por la masa ante el manejo de su dirigencia, la que padece en términos generales es la democracia (las grandes revueltas o protestas modernas, se generan a partir de este incordio, cuando se descubre, devela, de aquí la importancia de lo mediático, de lo mentiroso, corrupto de los políticos y la política) pero apartándonos de esto, avanzaremos acerca de esta situación de naturalidad que le consignamos a esa mentira o no verdad como condición necesaria y suficiente para la existencia de lo democrático.
La legitimidad, surge como producto, como resultante, entre el juego, perversamente natural del encantamiento (concepto tomado de la catedrática de la Sorbona Florencia Di Rocco en su texto académico "Las manzanas doradas del jardín de las Hespérides", en donde se deduce esta necesidad consustancial de encantar, seducir, convencer, de la que necesariamente parten algunos políticos o la política, independientemente que luego esto se reconvierta o se transforme en otra cosa) con la incertidumbre (la razón o principio del mal, como revisión significativa de la ausencia del bien o lo contrario de lo bueno) de tal coerción, la legitimidad se nutre, es hija de la necesidad de que todo un pueblo crea lo imposible de que un gobernante le pueda dar la tranquilidad de que habite una comunidad en donde todos los problemas estén resueltos o ni siquiera se presenten.
Finalmente, la representatividad que genera lo democrático o lo subyacente de esto mismo, en donde no reside, necesariamente o sempiternamente el poder, para validarse, para legitimarse, disputa el juego entre encantamiento e incertidumbre y de allí es que obtenemos, ya como miembros de una comunidad, procesos democráticos más válidos, más aceptados que otros que incluso fenecen en estas mismas crisis, a las que arriban por no resolver acertada o atinadamente lo arriba mencionado. Aquí es donde consideramos que nuestras democracias modernas, necesitan lo que planteamos, a los efectos de que se relegitimen y sigan siendo válidas para las mayorías, independientemente de los conflictos que necesariamente deban atravesar.
Concluido el aspecto más genérico, o este proemio, o a modo de introito, iniciamos la primera parte de Voto compensatorio, una redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista.
Primera Parte
La posibilidad de una filosofía latinoamericana, africana o no europea.
Consideramos que la vinculación, o más convenientemente expresado, el sincretismo, de ambos conceptos (Filosofía y Latinoamérica o cualquier otro patronímico o gentilicio) para elucubrar en claustros educativos, la categoría de Filosofía Latinoamericana, no es más que un ejercicio literario, poesía académica, material exquisito, en ciertos casos exótico y en otros necesario para reafirmar, contra fácticamente, el dominio conceptual de lo occidental, o de su desprendimiento el eurocentrismo, o el lationamericanismo como mera reacción, que justifica aquello.
Partiendo de una de las aporías más decisivas de la historia de la humanidad, del discernimiento entre lo uno y lo múltiple, para el develamiento, interpretación, invención, deconstrucción, o cualquier término, por el cual hayan surgido las más diversas corrientes de pensamiento (que no dejan de ser conversaciones, concatenadas con el fin, de dialogar de manera intergeneracional y corriendo lo sucedáneo del tiempo) nos encomendamos a la encomiable empresa, jactancia intelectual mediante, de invalidar la categoría de Filosofía Latinoamericana, no sólo desde la perspectiva etimológica, histórica y en definitiva discursiva, sino demostrando, bajo la lógica del razonamiento, arriba señalado como uno de los puntos neurálgicos del juego de conceptos de las primeras y las últimas causas, validando por ello, las infinitas filosofías que existirían, dentro de esa delimitación Latinoamericana, como decena de casos puntuales de que supuestas subcategorías o no existen en cuanto tales, es decir como formando parte de un categorial que los englobe, que los enmarque (no podría nadie determinar, su lazo de vinculación o pertenencia, nadie que no se pretenda dominante, como por contraposición o reacción, ante ese predominio de la filosofía occidental, o filosofía a secas, que per se, refiere a todas las filosofías, desde ese imperialismo intelectual, paradójicamente del que nacería ese gran concepto de filosofía latinoamericana) o existen en forma múltiple, en todas las manifestaciones que así se pretendan y que mediante el uso de la semántica así lo señalen.
La multiplicidad de filosofías dentro de lo que geográficamente se considera Latinoamérica (como todas las delimitaciones categoriales, surgidas desde los preceptos de la conquista, como más luego del sincretismo, violencia mediante) invalidan la posibilidad de la unidad pretendida por el alma académica, que obviamente, actúa por instituciones y usinas de poder, que son generadas desde aquel imperialismo intelectual, que se pretende, con la arrogancia del que plantea las reglas de la discursividad, como los únicos aptos para determinar cuáles son los límites del pensamiento, en el caso de que este tenga límites, claro está.
Advertir que en verdad estamos en presencia, de un fenómeno de perspectiva, de pensamiento, o de como queramos llamar, que pese a ser conquistado, en otros sentidos, no ha dejado de pensar, bajo sus propios términos, tan interesantes, que alguna vez, podríamos caer en cuenta, que nuestro occidente en crisis lo precisa, como maná del cielo, pero que para esto debemos prescindir de sus formulismos, y por sobre todo de sus métodos y rigores, viciados de una significación que obliga al ocultamiento de lo pensable o filosofable que podríamos encontrar muros afuero de lo europeo u occidental.
La filosofía latinoamericana no debe circunscribirse a aquellas reflexiones que solamente tienen como objeto el mundo cultural, ético, político, religioso, socioeconómico, etc., de los países de esta parte de América, aunque algunos autores con argumentos válidos también así la conciben. Por supuesto que de algún modo tienen que aflorar tales problemas en el ideario de cualquier filósofo de esta región con suficiente dosis de autenticidad. Pero el hecho de que aborde estos temas no le otorga ya licencia de conducción para las vías de la universalidad. (Guadarrama González, 2008, p. 3)
Consideramos que más allá de la necesidad “Latinoamericana, Africana o Asiática” de reafirmar sus procesos de pensamiento, sus prioridades y por qué no con ello, la revisión de su historia con los elementos condicionares y por sobre todo vejatorios, bajo la auto-asignación o el bautismo de sus corrientes, es una necesidad eurocéntrica que exista otro que prenda emular, tomar de suyo, o ser parte, sin el estigma de víctima, de la que siempre, por otro lado ese occidente intruso, se ha adueñado bajo el término del universalismo.
Finalmente y como para no adentrarnos en lo que podría significar el momento más intenso o formalmente establecido o nominalizado, en lo concerniente a la filosofía Latinoamericana, que es ni más ni menos, como veremos más adelante la filosofía de la liberación, en el manual de Horacio Cerutti, La filosofía de la liberación latinoamericana en donde lo arriba mencionado se describe como una polémica cruzada y argumentada en textos y ponencia, por parte de Leopoldo Zea y Augusto Salazar Bondy, coincidiremos con la siguientes cita:
Ajenas a todo fundamentalismo, las fundaciones de la filosofía latinoamericana nos revelan que no se trata de enunciar principios que enclaustren la esencia de Latinoamérica en unas formas excluyentes, sino de ejercer la razón, en sus múltiples dimensiones intelectuales, emocionales y estéticas, con el fin de comprender pluralistamente nuestro múltiple mundo cultural e histórico, y desde allí avanzar a una relación constructiva con otras civilizaciones. Si como ha señalado acertadamente Guillermo Hoyos, ‘filosofía latinoamericana significa uso crítico de la razón’, creo que con el mismo derecho podemos enunciar la recíproca y sostener que el uso público de la razón entre nosotros y de cara al diálogo con otras experiencias culturales significa filosofía latinoamericana (Dussel, Mendieta & Bohórquez, 2009, p. 261).
Superado el obstáculo terminológico o metodológico, para asumir o no, una denominación acerca de una filosofía “patronímica”, para que la misma sea aceptada en los reductos o claustros del saber, descontamos de la necesidad de la misma, en un sentido estrictamente político (también veremos más adelante, que tanto por el Eurocentrismo, Hegel, como Cerutti hablan, el primero de libertad política para el desarrollo filosófico, y el segundo el desarrollo de la filosofía de la liberación como una filosofía política) sobre todo en los supra organismos internacionales, que regulan el derecho internacional público y privado, el contratismo social a escala universal por llamarlo de alguna manera.
Neologismos, contradictorios en sí mismos, que surgen para acendrar la necesidad de la existencia de organismos internacionales que planteen la generalidad de lo humano, a través de la fundamentación del logos, como razón (valga la redundancia) fundante de lo jurídico y lo ético, que dan razón de ser a tales instituciones que se pronuncian cada tanto en documentos ceñidos, como expresiones de deseo, bajo términos categoriales provenientes de las academias que determinan la razón en sí en que deberíamos entendernos todos los seres humanos, la necesidad por tanto que la explicación o aseveración de las primeras y últimas causas, es decir la filosofía como concepto y en su ulterioridad, como piedra basal de imposiciones dialécticas que luego se transforman en imperativos de poder fáctico, existan en lugares, como Latinoamérica y África, como condición necesaria para la imposición de modelos de organización social (colectivos, por ende políticos) como de formas de vida (individuales, por ende, existenciales) cuando en verdad en la manifestación, sincretismo violento mediante, sus expresiones filosóficas (en caso de que las hubiere entendida desde el categorial de la filosofía del logos “occidentecentrista”) surgen desde manifestaciones poéticas o artísticas-danzantes. Organismos internacionales que regulan lo político, lo económico-comercial, lo vivencial (salud, expresión-comunicación, etc.) amparados en la declaración de los derechos universales del hombre, acotados en sus maniobras fácticas o prácticas, por tanto que solamente condicionan desde lo teórico o teorético, por la autodeterminación de los pueblos, encuentran en el logos occidental, dialógico o que dialoga, de un tiempo a esta parte, con el oriente, adormecido o aletargado por el opio de la razón instrumental impuesta por aquel occidente en los periodos de conquista, no han resuelto este dilema trascendental que vincula dos continentes, dos expresiones de ser ante el mundo; la latinoamericana y la africana. Si bien, son dos procesos disimiles y en estadios diferentes, a través del relato filosófico, de la filosofía como discurso validante o validador para que se dispongan, supuestos derechos universales que en verdad, jerarquizan la relación entre clases distintas de hombres, que no son como las corrientes europeas de pensamiento nos quisieron hacer entender (dominantes y dominados, opresores y oprimidos) sino más que bien, son los que vivencian la existencia, desde los límites del lenguaje, de esa construcción iniciada con los primeros filósofos griegos, a diferencia de quienes lo vivencian desde la expresión poética, fundante de las aseveraciones estipuladas más luego en esos “logos” fundante, imperantes y condicionadores.
La noción de universalidad aplicada a lo estricta o particularmente filosófico, se lo debemos a Hegel (1970), uno de los alemanes eminentes, que sí nos permite la digresión, no pueden eludir el haber conformado esa “conciencia alemana” que convalidaría con los votos, años luego, el horror plasmado con el régimen social y político más siniestro de la historia moderna. Su consideración acerca de esa universalidad la anatematiza, escindiendo, apartando, colocando en una cámara de gas, a regiones enteras del globo, precisamente a todo un continente: Lo que por África propiamente entendemos es la carencia de historia y lo que todavía se halla del todo confundido con el espíritu natural, y lo que aquí debería ser mostrado como propio tan solo del umbral de la historia universal… Al sabernos ya desembarazados, de eso nos hallamos en el escenario auténtico de la historia universal. Podríamos extendernos en otros pasajes de la obra mencionada, en donde se realizan apreciaciones antropológicas, que orillan claramente lo proverbialmente discriminador y xenófobo, de todas maneras, es más interesante, detenernos en esta construcción teórica de lo universal; desde ya que esta consideración, proviene de la herencia inoculado por el poder del claustro, que dispuso que la primera historia de la “ciencia de la verdad” sea el Libro I de la Metafísica de Aristóteles, como sabemos se podrían seguir escribiendo obras completa del Aristotelismo en Hegel, desde la continuidad que hizo el teutón de los principios de tesis y antítesis propuesto por el estagirita como corolario simbólico de la síntesis, complementada por aquel, por ejemplo, que profundiza nuestra autor citado, desterrando de las fronteras de lo filosófico también a América: “El nombre de nuevo mundo proviene del hecho de que América y Australia no han sido conocidas hasta hace poco por los europeos…este mundo es nuevo no solamente relativamente, sino absolutamente” (Hegel, 1997, p. 170). Los americanos viven como niños, que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique `pensamiento y fines elevados. Las debilidades del carácter americano han sido la causa de que se hayan llevado a América negros, para trabajos duros.
Finalmente y como si le cupiese algún tipo de duda a como consideraba la universalidad filosófica, nuestro autor lo deja expresamente narrado: “En Occidente estamos en el verdadero suelo de la filosofía; allí tenemos que someter a consideración dos grandes formas, distinguir dos grandes períodos, a saber: 1) la filosofía griega, y 2) la filosofía germánica” (Hegel, 1984, pp.211)
El mundo Americano que fuera descubierto, en virtud más por la intervención del azar como necesidad y de los caprichos de la aventura, que de los progresos de una ciencia, supuestamente siempre en ciernes y brindando la posibilidad de extender la fronteras de lo humano (podríamos afirmar que un maridaje indisoluble, lo constituyen occidente y la técnica que van a la postre, en una suerte de carrera, alocada, hacia una finalidad que no presenta metas precisas, ni mucho menos naturales, sino que se impostan como espejismos que sostienen aquella unión ficta) funda la nueva territorialidad bajo el imperativo categórico de lo educativo y lo político. Debemos, nuevamente desandar, lo que nos deja la herencia, la tradición o los cánones academicistas y a su vez, no por ello, caer en ese exotismo que esa misma academia lo tolera o acepta como excepción a la regla y que definen como multiculturalismo. Es decir, no podemos, no debemos, poner o citar a un hermano originario, autóctono o primitivo, que por tradición oral, haya recibido de sus ancestros, el ritual que de acuerdo a sus concepciones del mundo lo acercaban al hombre con la eternidad, esto sólo sería un apartado menor, en un curso en una facultad europea de filosofía o antropología, la verdad correría por lo que quedó asentado, muchas veces por manos barbáricas (precisamente este término, es una muestra cabal de cómo ha entendido siempre lo europeo lo ajeno y lo propio, bárbaros eran considerados los que habitaban fuera de la Roma imperial, el correrse de ese límite ya los hacia pertenecer a un submundo peyorativo) casi siempre manchadas de sangre, contaminadas por el hedor de lo peor de la condición humana, o lo que simplemente se entiende, o se trata como historial formal u occidentalmente aceptada.
No podemos apartar la mirada de los procesos de conquista, llevados a cabo siglos atrás, en nombre de la razón iluminada por la esperanza de la religiosidad e impulsada por la avidez de recursos, de extensión y expansión en ese mismo sentido “occidental” o de ese logos occidental, sin embargo, no queremos que la circunscripción de la temática, nos haga, salirnos de eje, de lo que planteamos, más allá de esta cuestión que bien podría ser entendida como meramente historicista.
Independientemente de los millones de litros de sangre derramadas para que, desde la pluma, podamos expresar esto mismo, como una nimiedad en el presente capítulo de lo humano, lo cierto es que deberán ser otros, más allá de los que ya han sido, quienes consignen estos actos despreciables con la vida y con la humanidad, entendida, precisa y paradojalmente, bajo categoriales, pura y exclusivamente occidentales, dada que nuestra intencionalidad discurre por dejar en claro que pese tamaños actos de sujeción, esa misma conquista entronizada en cuerpo y alma mediante la violencia, ha hecho, que dos continentes, conquistados, puedan ser sometidos filosóficamente, es decir desde la esencia misma de la identidad de sus respectivos pueblos que forman unidades políticas en donde habitan y habitaron millones de personas a lo largo de siglos.
Para dejar aún más claro el planteo, referimos que pese a la imposición, a la ocupación y a la dominación en todos los órdenes y durante siglos, no se ha podido obtener por parte de ese occidente dominador, el alma, el espíritu, la esencia, o en el más griego y por ende occidental de los conceptos, la ousía de, los pueblos latinoamericanos y africanos.
En un segundo paso, consignamos que si bien ambos procesos, se encuentran ante un mismo cuadro de situación, es decir el referido, no obstante ello, vivencian, desde un inicio, reacciones o modos de ser ante el mundo, ante esa imposición que los modifica desde el encuentro entre las civilizaciones, sus respuestas o manifestaciones, de formas muy diferentes, muy disimiles que son el origen de que hasta el momento muy pocos hayan reparado que en verdad se trata de situaciones que nacen y perecerán de forma igual o muy parecida.
Encontraremos finalmente que por intermedio de lo considerado desde ese occidente centrista, conquistador o modelador o impulsor de referencias obligadas, lo filosófico anida en ambos continentes en expresiones sensoriales o más vinculados a lo emocional, que lo tradicional u originario del logos racional (valga la redundancia) tanto en lo poético como en lo festivo-musical, asimismo encontraremos vinculaciones desde lo mitológico, como en lo religioso.
Es imperioso afirmar que el proceso de coloniaje, dependencia o el férreo establecimiento del imperativo categórico de pensar como condición sine qua non, bajo la égida o la férula de conceptos eurocentristas, se da por intermedio de los supra-categoriales, dentro del campo disciplinar y académico de lo filosófico, de “Dios y Marx”. Ambas acepciones actúan como inicio o fin y por ende inmiscuidas en el desarrollo, de los pensamientos o tratamientos del logos o filosofía, sobre todo en Latinoamérica. Sin pecar de historicistas, la mitad del ágora latinoamericanista, obedece, cual dogma libre de raciocinio, a la existencia-presencia, del dios, establecido, conceptualmente, y bajo rigor espartano, por la compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas, que extendieron la existencia del todopoderoso, más allá de la divinidad, sedimentándolo a lo largo de los siglos de la historia del pensamiento, como fuente de toda razón, entronizándolo como motor inmóvil o punto de partida inexcusable para quién se preciara, no ya de católico o cristiano, si no de partícipe de la historia de occidente, un occidente, proverbialmente europeo, que explicara por el apropiamiento de ese logos o de esa razón, lo que necesariamente debería ser creído, por la necesidad ínsita de asirse a algo que fuera, al menos un poco más que la orfandad, inexplicable y nauseosa (previamente temblorosa) que precisamente, resurge o renace como reacción, histórica-política-dialéctica, por intermedio de un proyecto filosófico-materialista, ateo, por sobre todas las cosas. En relación a la obra de la compañía de Jesús, analizada desde una perspectiva de poder, refirió Napoleón Bonaparte:
Los Jesuitas son una organización Militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no el mero abad de un monasterio. Y el objetivo de esta organización es Poder - Poder en su más despótico ejercicio - Poder absoluto, universal, Poder para controlar al mundo bajo la voluntad de un sólo hombre (El Papa Negro, Superior General de los Jesuitas) El Jesuitismo es el más absoluto de los despotismo - y, a la vez, es la más grandioso y enorme de los abusos. (“Infonom.com”)
Esta batalla, esta disputa que bien pudo haberse desatado no ya en una facultad, sino en un aula determinada de la misma (conviniendo o recordando en verdad, que la “universitas” o el concepto educativo fue instalado también merced de la compañía de los jesuitas), se libra en los extensos terrenos de continentes, en donde lo occidental o europeo, ya hizo mella a través del eufemismo del “sincretismo” que en verdad ha sido conquista a sangre y fuego, imposición categórica, que necesariamente repelió cualquier tipo de manifestación dialógica.
Queremos subrayar o no dejar de mencionar un caso específico que bien podría iluminar lo que estamos señalando, en cuanto a cómo sigue operando esa clausura occidental, como ese sometimiento arquetípico (la mayoría de los habitantes del nuevo mundo, son descendientes directos de mestizos, son productos genéticos del entrecruzamiento entre conquistadores y conquistados) continúa socavando la posibilidad de enfocar lo que ha ocurrido, desde otra óptica o perspectiva.
Para aquellos que con toda lógica y razón, eurocentrista, puedan esgrimir que la vinculación África-Latinoamérica (desconociendo los millones de litros de sangre derramada y el sistema esclavista que sustentó el modelo económico-político-social de la conquista) es más que forzada, le brindaremos una muestra clara, que se produjo en una cultura precolombina, que fue arropada por el poder jesuita y esa interpretación que algunos, como Leopoldo Lugones, en su obra “El imperio Jesuita”, caracterizo como “comunismo teocrático”.
Los Guaraníes, fueron una cultura (quedan vestigios o reductos de las mismas muy apocados en todo sentido) que habitaron el Litoral Argentino y la actual República del Paraguay, el sentido del mal, antes de la llegada de los conquistadores, no estaba vinculado a un interpretación religiosa, tal como lo implementaron luego los Europeos.
Los guaraníes forman una comunidad de iguales donde principia el altruismo y la distribución de los productos de subsistencia, de acuerdo a las necesidades de cada cual. Así es como se reparten lo producido en las cosechas y lo que obtienen de la caza, de la pesca y de los frutos recolectados (García, 2014, p. 19)
Escribía el Padre Andrés en sus apuntes y agregaba:
Para ellos no existe la propiedad de la tierra, se la considera un bien común al cual todos tienen la obligación de cultivar y la equidad de repartir los bienes producidos; diferencia fundamental con el sistema de los conquistadores españoles que reclamaban el derecho de la propiedad privada para apropiarse de los espacios que les apetecen y, como no cultivan la tierra con sus propias manos, necesitan de vasallos para que lo hagan; nada mejor-entonces-que utilizar a los indígenas domesticados para estos menesteres (García, 2014, p. 19).
Existe una figura clave, en esta cosmovisión, una suerte de personaje mitológico o legendario, llamado “El Pombero”, una especie de duende, de conformación física, extraña (con pies con dos talones, exageradamente bajo y con un miembro viril desproporcionado) al que le atribuían embarazos no deseados y actuaba u oficiaba como temor simbólico ante los niños, o a los que quisieran infligir la ley (es decir usando esa imagen de niños o de irresponsables a los irreverentes) de por ejemplo, no salir al espacio de fuera de las aldeas, en horarios no aceptados (luego del mediodía y antes de la tarde, en la siesta, espacio que actualmente en donde habitaron los Guaraníes, se corta aún hoy, la actividad laboral y comercial y se duerme) lo sorprendente, es que esa voz, tal como expresan estudiosos a continuación, posee una base Africanista.
“Para Marily Morales Segovia se originaría en la voz africana “Pomba” que identifica a un demonio femenino propio de la cultura que trajeron a estas tierras los negros esclavos de África hacia principios del siglo XVIII”. (Poder Ejecutivo de la Provincia de Corrientes, 1988, p. 25).
Tampoco queremos sobreabundar de argumentación, pero existen religiones o cultos enteros que reflejan este sincretismo forzado, este sincretismo del dolor, o del sometimiento, entre África y Latinoamérica, un ejemplo claro, es el “Umbanda” y sus ramificaciones, por obviedad no extenderemos su más que obvia vinculación entre lo señalado, como condición necesaria y suficiente para lo expresado.
Todos los hijos de aquella circunstancia, generaciones posteriores al latrocinio, ven y sienten correr en sus venas, la sangre en copula de la sinrazón que no ha dejado víctimas ni victimarios, pero que sin embargo ha dejado un modelo claro de cómo pensar el mundo y desde que lugar incluso.
‘Si la historia la escriben los vencedores’ frase atribuida a George Orwell, la frase conceptual se completa con “existe otra historia de los vencidos”, tal como si fuese un estandarte de un ejército de vencedores morales, de melancólicos o románticos revisionistas, que mediante un gran esfuerzo investigativo e intelectual, se empeñan en relatar modificaciones a esa gran historia oficial, a la que suelen torcer, mediante modificaciones menores, logrando gestas apocadas que reinan en el ámbito simbólico.
Simplemente para cerrar la mención de lo Guaraní, lo canónico siempre dio por sentado o lo transmitió como verdad inexpugnable, que el proceso vivido por esta cultura, fue de alguna manera una salvación, una gracia en sus vidas, un hecho fortuito que obedecía en realidad a los indescifrables designios de un dios que lo así lo quiso.
Entre 1537 y 1616 se registraron veinticinco rebeliones de los indios Guaraní contra la invasión de la dominación española. No querer trabajar para los españoles y al mismo tiempo reafirmar sus tradiciones religiosas amenazadas, fueron las dos principales causas. El levantamiento del cacique Oberá en la región de Guarambaré, por el año de 1579 es un caso paradigmático de lo que fueron muchos de los movimientos de liberación Guaraní (Bartomeu Meliá, 1986, p. 30-40).
Como podremos ver en la siguiente cita, vamos cumplimentando uno de los preceptos de lo que se da en llamar la filosofía de la Liberación, sin que hayamos optado o no por pertenecer o coincidir con la misma, pero de esto se trata precisamente el pensar desde los lugares arquetípicos, despresurizándonos de elementos que podrían desnaturalizar nuestro razonamiento, desde el lugar en el mundo, en donde si se quiere fuimos arrojados.
La filosofía de la liberación, ya iniciada por Mariátegui en sus reflexiones sobre el indigenismo, debe desarrollar un discurso filosófico sobre la naturaleza del amerindio, sobre su pensamiento mítico-racional, sobre su lugar en la historia posterior a la conquista. Como hecho ético debería propugnar por un desagravio histórico del indio americano en 1992: cinco siglos de dominación, genocidio y muerte. Sin embargo allí están y reclaman sus tierras, su dignidad, su libertad, su autonomía política y cultural. ¿No sería esta una ocasión propicia para avanzar filosóficamente estos temas de la filosofía de la historia americana (Enrique Dussel, s.f.)
Claro que la espada y el crucifijo solo podían hacer una parte, la razón instrumental, debía seguir sirviéndose del pupitre, del sistema de control que disponía lo educativo para luego, generar trabajadores en serie, dándole un sentido técnico, de progreso, de interpretación del mundo, de finalidad burda y absurda, que no es ni más ni menos que la occidentalidad, brutal y empequeñecedora de la cuestión humana, dinamitadora del alma, amputadora del espíritu y ocultadora del ser.
El circulo hermético por donde hacían transitar ese conocimiento, esa piedra filosofal, entendida como tesoro escondido o a esconderse o a develar (esto es muy medieval, y se puede observar claramente en textos, llevados al séptimo arte como película, hablamos de “En el nombre de la rosa” de Umberto Eco, fue necesariamente el ámbito de esos claustros, que desde la definición misma establecía que el ingreso no era para solamente el que deseara, sino que se constituía en un riguroso círculo cerrado, en donde la circulación de ese conocimiento, o de ese logos occidental, estaba al alcance de muy pocos, que cumplieran las prerrogativas, disciplinares de obediencia debida y rigor metodológico. Esta trampa en donde cayeron los buscadores de la verdad, de asirse más en lo cómo debía ser buscado, lo que nunca estuvo oculto, salvo para estos que siempre lo observaron como una cosa, como un instrumento o como un medio y no como lo que es, siendo, estando allí, desocultándose en el ocultamiento de la tozudez de pretenderlo asequible. Daremos un ejemplo de como la tradición que surge de Aristóteles. “El tema que desde hace mucho tiempo, ahora y siempre, se ha buscado y ha planteado renovadas dificultades, ¿Qué es el ente?, viene a ser, ¿Qué es la ousía?” (Aristoteles, trad. en 1986, p. 285).
Generará luego un “rigor mortis” en cuanto a la posibilidad de entender de lo que se trata, sin que se pueda salir de un camino, enfatizado y determinado casi fanáticamente, por un conjunto de reglas, o un corset o molde que impide el poder generarse perspectivas más allá de lo estipulado por quiénes se creyeron de un momento a otro los único capaces de establecer las reglas de juego del conocimiento, como sí el abordar él mismo, los debiera tener, más aún en forma expresa y específica, como estos, enajenados de libertada, así lo dispusieron.
Supongamos, para no zaherir lo metodológicamente aceptado, que tal y como en su momento, utilizó Hans Kramer (Platón y los Fundamentos de la Metafísica) para sostener en sus conceptos que el filósofo Griego aleccionaba en su academia a los discípulos, de un modo diferente a lo que escribía en sus diálogos que nos han sido legados, como tesoros proverbiales de la filosofía y de la humanidad y de las que sí tenemos los registros editados por todos conocidos, lo que llamó teorías no escritas pudiésemos tener acceso a las mismas, o al menos imaginarnos de que pudo haberse tratado aquello, sin embargo el sólo hecho de plantear esto mismo, ya es un paso en falso para el rigor metodológico que en las aulas anula el pensamiento y abre el automatismo de la obediencia, del hombre seriado o en serie. Nada que no pueda ser comprobado o documentado, merecería atención del gueto académico, la imaginación o la proyección, como elemento distintivo y particular de lo humano no tiene lugar en el pupitre. Nosotros no somos ajenos al fenómeno humano, ni tampoco pretendemos ser otra cosa, de cómo hemos arribado, ni mucho menos podemos avergonzarnos de nuestra condición ni impostar o clausurarnos la posibilidad de creer que lo humano no sólo ha transitado, por eso que desde algún lugar de la soberbia más proverbial, llaman “lo comprobable” por tanto dejaremos expresado la posibilidad de que haya surgido esa voz de la humanidad que se sostuvo, hasta este momento, en donde estaríamos rompiendo el hechizo o cambiando la situación hasta ahora dada, para que a esta experiencia puedan conocerla, quienes acceden al conocimiento, sola y únicamente a través de la lectura, por ello, de la necesidad, de transcribir lo que quizá existió y nunca fue volcado al papel.
A mediados del siglo XX, un antropólogo Alemán, JCR, bosquejo en su cátedra en la universidad de Friburgo, los apuntes de esta civilización, hasta ahora, desconocida o poco conocida. Los textos del mencionado, fueron perdidos en su totalidad, producto de la barbárica quema de bibliotecas y libros, ejecutada por el latrocinio nazi que azotó la humanidad algunos años, los siguientes párrafos sobrevivieron el exterminio, mediante un alumno anónimo que recopilo, informalmente, lo que a continuación se transcribe:
En medio de los humedales sudamericanos, al parecer existió una civilización, o una aldea, que desarrollo una organización social y política muy peculiar y que de acuerdo a los registros existentes, tanto a nivel etnológico como antropológico, no guardo similitudes o correlatividades, con las culturas amerindias, conocidas y estudiadas después. Damos cuenta de la misma, mediante el descubrimiento de un papiro que los especialistas se lo adjudican a Platón, en lo que sería el hallazgo de un nuevo diálogo del filósofo que versa acerca de los gobiernos más virtuosos y en donde se mencionan los casos de Atlantis y de los Gentereí. Como todos sabemos el primer caso, ha sido históricamente materia de búsqueda e investigación furtiva, más no así esta segunda civilización que habría tenido un vínculo estrecho con Atlantis, transformándose ambas, para Platón en los modelos políticos ideales, perfectos o a imitar. Platón nos cuenta de la siguiente manera la información que posee acerca de los Gentereí.
Fedón: Y tú qué crees Sócrates, acerca del mejor gobierno posible, acaso, luego de los mismos ¿no han concluido todos de una forma trágica?
Sócrates: Es que sólo conozco dos.
Fedón: Atlantis y ¿el otro?
Sócrates: Los Gentereí.
Fedón: Nunca escuche hablar.
Sócrates: ¿Quieres ahora?
Fedón: Encantado.
Sócrates: Teniendo como virtud máxima el conocer tanto sus límites como sus virtudes, estos hombres de estatura inferior a la promedio y de color del barro próximo al río que habitaban, sabían muy dentro de sí que no necesitaban demasiado esfuerzo como para alimentarse y subsistir, por tal gracia de la naturaleza, que ellos la entendían como una bendición de las divinidades, desarrollaron también una fortaleza interior, que los hacía en circunstancias de peligro, no solo no temerle a la muerte, sino desearla, como tributo o acto sacrificial ante esas deidades.
Fedón: Cobardes para vivir y valientes para morir…
Sócrates: Así lo podríamos decir Fedón, sigo: El mayor deseo de ellos, era el estar bien considerados por el resto de la comunidad, de su aldea, mostrarse con algún atuendo en el que pudieron haber pasado meses de confección incluso, sobretodo en una festividad a principios del estío, una suerte de bacanales, en donde con disfraces, colgando piedras, imitando a las aves, con plumas, acompañados de cantos y estertores, desfilaban por toda la aldea, siempre siguiendo esa búsqueda, la aceptación, visual, estética y social del otro.
Fedón: Mejor parecer que ser…
Sócrates: Me parece que te estas adelantando unos siglos, pero sí lo quieres ver de esa manera Fedón…continúo: Regidos por una organización social muy simple pero no por ella poco efectiva, habían logrado determinar bajo un sistema un poco más complejo de que entandamos tal vez, quiénes participaban de la cosa pública y quiénes no. Si bien no suscribían a un sistema definido o explícito de castas, los gentereí propiamente dichos, eran gobernados, por los “Ahiteba”. Si bien estos eran naturalmente gentereí, cuando asumían el rol de gobernantes, dejaban de serlo e ingresaban en este estadio superior, asimismo con el paso del tiempo, y como muchos “Ahiteba” lograban traspasarse el poder filialmente, no fueron pocos los que, confusa o equívocamente, querían imponer estos parámetros de vínculos sanguíneos, cuando en verdad, se trataba de otra cosa.
Fedón: Más vale cola de león que cabeza de ratón…
Sócrates: No existía en aquella comunidad valor supremo que el de la obediencia que se le debía a los de la clase gobernante, pero una obediencia con parte de admiración, estimulada por la referencia de querer ser parte de la misma, no por la imposición del rigor del terror, sino porque los “Ahiteba” eran como una suerte de semidioses, que desde la mortalidad del común, habían ingresado a tal selecto grupo, para ese afuera, todo se hacía ver como posible, por más que no lo fuera, por eso era decisivo que no estuviese explícito que tal condición podía ser transferida o heredada por vínculos sanguíneos. La única condición como para tener la posibilidad de ser un semidios gobernante, era la de obedecer primero, y desear ser parte luego, por más que en ese mientras tanto se sufrieran las peores injusticias o vejaciones.
Fedón: ¿Engañaron a todos algún tiempo, a algunos todo tiempo pero no a todos durante todo el tiempo?
Sócrates: Al parecer los Gentereí habitaban las extensiones de la naturaleza, reinaban en los humedales, también eran conocidos como los del bosque, los Ahiteba se nuclearon en una suerte de castillos o grandes construcciones, en donde bajo grandes pórticos, abrían y cerraban las compuertas de la fortificación, creyéndose los custodios de la aldea, con el derecho de tener la tranquilidad de espíritu de no verse sobresaltados por los rugidos del tiempo o los peligros de las alimañas.
Fedón: ¿Los del bosque no podían ingresar?
Sócrates: Sí claro que sí, pero sólo cuando eran autorizados o llamados a cumplir algún tipo de servicio, de actividad o de tarea. No eran pocos los del bosque, que incluso pasaban más horas dentro del castillo que fuera, al punto que fueron llamados, tanto por unos como otros como “chimbos”. Limpiaban, cocinaban, enseñaban, curaban, contaban, divertían y hasta participaban de grandes comilonas y de orgías de los “Ahíteba”. Siempre volvían al bosque, no tenían dentro de sí, ese permiso para quedarse en otro lugar, tampoco lo deseaban, salvo en caso que desde la gobernancia se decidiera que alguno de ellos fuera parte de la clase gobernante; los chimbos eran muy bien vistos por los gentereí comunes, que escuchaban, sin desear tampoco, como a pasos suyos y en nombre de mejorar las condiciones de vida de ellos, se vivía tan distinto y tan bien.
Fedón: No entiendo como tantos podían aceptar vivir de forma tan diferente sin que se suscitaran problemas, ¿no es acaso el sentido de igualdad, o al menos de oportunidades, una característica del ser humano, más allá de la cultura a la que pertenezca?
Sócrates: Te pido que pienses, o recrees esto que te narro, desde el lugar en el que estamos, desde todo un sistema en donde todo funcionaba bajo estos principios y en donde todas las variables que puedas imaginarte se ajustaban para el mismo ángulo. Toda la información surgía desde el mismo lugar, se distribuía con los mismos métodos y con los mismos hombres, consabidamente orquestados por los Ahiteba. En medio del humedal tenían un ágora, un espacio, el más grande construido hasta entonces, para representaciones teatrales, para espectáculos y para comunicar las novedades de la aldea, ninguno de los gentereí los usaba sin quebrantar lo dispuesto previamente por los de la clase gobernante, quiénes elegían desde los juglares hasta las vestimentas que estos tenían que usar para comunicar lo que ellos querían que se comunicara.
Fedón: ¿Cómo lograban esa unidad interna ante tanta diferencia notoria? Perdona que sea insistente…
Sócrates: Dispusieron un corte o antinomias que no tenían con ver con su condición social o política, desde lo estético, lo comunicacional y lo deportivo. En esas fiestas tradicionales que te mencione, desfilaban dos ejércitos, en ambos, participaban Ahiteba como Gentereí, por tanto, la disputa no se daba entre la clase gobernante y los gobernados, sino entre estos ejércitos creados ad hoc, recreados por intermedio de relatos o de fábulas, por lo general vinculados con el reino de la naturaleza, confrontaciones entre animales, entre cantos de pájaros o sonidos de truenos y de rayos. Otro tanto lograron hacer con los que comunicaban las novedades de la aldea, incentivaban disputas o confrontaciones entre juglares de supuesta fama, que leían los mandatos escritos por la clase gobernante, y en esos mismos libretos supuestamente criticaban el estado de cosas, cuando en verdad lo que hacían era legitimarlo, validarlo a través de la risa, hacerlo más cotidianamente aceptable y tolerable. En el barro de esa disputa de ídolos de lodo, los gentereí pasaban sus días, cuando no amonestados por los dictados de los profetas que también eran parte fundante de los Ahiteba, que azuzaban el posible castigo de los dioses, en caso de que algunos, por alguna extraña razón, osara decir que no al estado de cosas, desobedecer, caminar por la cornisa denunciatoria y vindicativa. Como instancia final de este sistema inercial de control, los curadores, sanadores o chamanes de la salud, tenían la potestad de declararlos insanos a quienes no toleraran lo establecido, para ellos, cada cierto tiempo prudencial, partía un navío, río adentro, llevando a los afectados a tierras desconocidas, como una suerte de exilio obligado o de viaje final, en donde podrían continuar con sus vidas enfermas pero lejos de la aldea en donde las cosas funcionaban tal como lo establecido.
Fedón: ¿Pero qué tipo de gobierno adoptaron?
Sócrates: Esta es otra de las particularidades, si observamos todo esto diremos que eran manejados por una oligarquía, pero no, cada tiempo normado, asistían a elecciones en donde todos tenían la posibilidad de participar, o al menos, así lo decían sus leyes. No existían límites para que se postularan tanto los que vivían adentro o afuera, Ahiteba, Chimbos o Gentereí. Por supuesto que esto era una escenificación, una impostación más te diría, la más excelsa. Quiénes se postularan, debían estar avalados, apoyados o acompañados por un ejército o núcleo de hombres de más de 30, inscribirse en una suerte de catálogo, y una corte de jueces, determinaba sí los inscriptos cumplían tanto con el requisito numérico, como también no contar con impugnaciones por parte de curadores, chamanes o profetas, si alguno de estos dictaminaba que en la lista de candidatos aparecía quién atravesara ausencia de salud o mal espiritual la postulación caía automáticamente. El segundo paso era la elección propiamente dicha, en donde convengamos, se postulaban, como vimos, quiénes el sistema aprobaba, filtro fino mediante, que a la luz pública no mostraba su poder censor, sí bien todos asistían al voto, mediante el ingreso a un habitáculo especialmente diseñado al costado de la plaza pública, y marcaba con un punto en la lista de candidatos, lo cierto es que para que cada uno de los votantes, marcara o hiciera su voto, el método más común como para convencerlo era mediante la entrega de un obsequio o regalo momentos antes del sufragio. El valor del objeto dependía de acuerdo del votante, sí al que le tocaba votar necesitaba más elementos para vestimenta o no había tenido una buena cosecha, los candidatos, que por lo general y como imaginarás, en casi la totalidad de los casos, iban por mantener el poder, le obsequiaban lo que este precisaba. Según cuenta uno de los filósofos de los del bosque, del que al parecer han quedado muy pocos registros de sus obras, se ha llegado a prometer a un votante acaudalado y sin necesidades inmediatas el obsequio de que soñaría lo que deseara, pues desde hace tiempo era atormentado por pesadillas de las que no se podía desprender, y el nivel de promesas de los que pretendían mantener el poder llegaba a tal extremos de la señalada promesa.
Fedón: Pero si esta comunidad ha sido tan exitosa para sí, ¿Qué ha sucedido con ella?
Sócrates: Esa es otra historia Fedón, más divertida que esta, pero no siempre lo divertido nos lleva a entender, a comprender, a conocer por qué han sucedido las cosas, por ello era imprescindible que conocieras primero esta parte.
Sí bien el hallazgo de este diálogo platónico es una gran novedad para el mundo de las ciencias espirituales, lamentablemente, nosotros avocados a la investigación de esta cultura nos quedamos con el deseo de continuar leyendo lo que el filósofo supo acerca de la misma, un tesoro preciado que debe estar en algún papiro oculto en el mar Muerto o en el Egeo, de todas maneras no es óbice para que continuemos con lo que tenemos hasta el momento, que no es poco, ni mucho menos, nos permita trazar la existencia de estos prohombres que son parte constitutiva de nuestros antepasados.
Este ejercicio hipotético que acabamos de trazar, nunca dejará de pasar tal estadio, y probablemente no se le brinde ningún tipo de consideración academicista que al menos pretenda situarla dentro del ámbito de lo admisible. De hecho, como observamos, esto no comprobado, se asienta de igual manera en tradiciones occidentales, en lo filosóficamente aceptado como el predecesor inmediato del fundador de la filosofía como ciencia, en un formato que bien podría corresponder a un diálogo de Platón.
Preguntamos ¿Qué significa la seriedad del intelectual? ¿Está dada sólo por un riguroso aparato crítico y abundantes citas en lenguaje original? La única seriedad que queremos y buscamos porque no tenemos es la del compromiso con el hombre latinoamericano con su ser y su verdad (Cerutti, 2005, p. 299)
A esto es lo que reacciona, o lo que en verdad se va gestando ante tanta predeterminación, o arbitrariedad, en un ámbito en donde supuestamente se pregonara lo contrario, tal como el claustro universitario. La institución de características perversas, al alentar vientos libertinos que no dejaba circular dentro de sus propios edificios de estilos medievales, se vio asediada por la necesidad de una mayor apertura, aumento de población y cambios de paradigma, que a nivel político-filosófico se coronan con la llegada del Marxismo, como antídoto, como reacción, como mecanismo de defensa, ante la asolación de la híper-presencia de un dios que en verdad, fuera de la universidad, en verdad estaba ausente en todos los lugares y momentos.
El Marxismo irrumpe, además, como el espacio de esa libertad ausente, pero apuntando esa ausencia libertaria de las fábricas, desde el núcleo básico del sistema económico y político, se auto enviste de solución salvífica, pero desde el presidio de máxima seguridad del claustro. La única forma de que esto precisamente no se notara, que siguiera oculto, era que precisamente, naciera como dogma que apuntara a la realización de las libertades (podríamos volver a Hegel, cuando estipula que lo filosófico, sólo puede darse en el ámbito de la libertad política, de todas maneras es una obviedad crasa, que toda la historia es nada más que el dialogo intergeneracional entre un puñado de hombres europeos, avalado, promocionado y sostenido por otro grupo un poco más cuantioso de seguidores o aduladores) posibilitándole a ese proletario que se librara de las esposas del sistema productivo, claro que esta formulación, originada en ese laboratorio con cláusulas aún más atentatorias de las libertades más básicas, nunca sería visto desde esta perspectiva, ese dispositivo de encapsular lo que pueda ser dicho y entendido como verdad, debía salir de algún presidio, por más que discutiera otros sitios de encerramiento de la libertad.
El traslado al ámbito intelectual latinoamericano de algunas de las polémicas que desde los años cuarenta y cincuenta se venían produciendo en el seno del llamado «marxismo occidental» —contrapuesto al marxismo-leninismo emanado del bloque soviético— sobre algunos temas filosóficos, éticos y estéticos, conmovieron cada vez más el ambiente en el que se desarrollaría el marxismo en América Latina. Por otra parte, el auge que tomaron las posiciones filosóficas críticas del marxismo en diverso grado, unas veces para tratar de permearlo como el existencialismo sartriano y otras para sustituirlo como la filosofía de corte neopositivista, la analítica, el neotomismo, etc., dieron lugar a que el marxismo se situara en mayor medida en el centro del debate intelectual y se expresase de diversas formas como en el caso de su interpretación como filosofía de la praxis desarrollada por el destacado pensador hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez (Guadarrama González, 2008, p. 35).
El terreno por sobre seguro, por más que sean senderos de bosque (como lo metaforizo otro reconocido, por el gueto, o continuador del diálogo intergeneracional que se da en llamar filosofía, pensador alemán) debe atenerse, necesariamente, para sus consideraciones, sus finalidades hipostasiadas, a lo escrito, a lo académicamente aceptado, jamás puede estar navegando en un éter no comprobado como una tradición oral, en lo indeterminado de una danza, de un ritual, de un contemplar un amanecer, consustanciado en el ser ahí, desde lo que se es, con la pachamama o con la madre naturaleza. De allí, la necesidad que tuvimos en traer a colación la hipótesis del posible diálogo platónico no comprobado, la necesidad de verdad, de esa verdad ciencista occidental (que nunca pudo arrojar ni un ápice de luz ante el fenómeno más trascedente de lo humano, que es, ¿qué ocurre y porque ocurre la finitud o la muerte?) no tolera, no acepta, no asimila, no absorbe nada que no sea tal como dispusieron sus reglas antediluvianas.
África y Latinoamericana, sin embargo, colonizados, conquistados por ese occidente reglado y reglamentador, no sólo que vieron imposibilitadas sus posibilidades de que se conocieran sus distintas formas de relacionarse con las primeras y últimas cuestiones de lo humano, sino que tuvieron que deconstruir, decodificar, lo impuesto, asimilarlo y reconvertirlo a su interpretación y con ello reescribir lo que se les había dado, o impuesto como lo que debiera ser.
Quien llama a los pueblos africanos “no desarrollados” o “subdesarrollados” está empleando una terminología eurocéntrica que el africano mismo no es capaz de comprender. Un africano no planifica el futuro y, no porque sea particularmente pusilánime ante la realidad por venir, sino porque no concibe que el tiempo tenga esa medida. El centro de atracción de la medida del tiempo es el Zamani, en donde pululan cantidad de mitos explicativos del origen del mundo, del ser humano, del silencio de los dioses ante el hombre, de la llegada de los humanos a la tierra de los antepasados. El sentido yace en el Zamani.
Como observamos a continuación, las problemáticas, más allá incluso de las barreras idiomáticas y geográficas (recordamos de todas maneras, que de acuerdo al proceso conocido como “Pangea”, hubo un tiempo en que África y América del sur formaban parte del mismo bloque continental) no dejan de ser similares, sincréticas, independientemente incluso de aspectos etnográficos e históricos, si bien ambos continentes, formaron parte de un proceso que los tuvo igualmente de víctimas ante la irrupción y la dominación perpetrada por la razón iluminada, por los hijos o alumnos de la filosofía universal, lo cierto es que existen ciudades populosas, que históricamente han sido sincréticas (por ejemplo la Primera capital del Brasil, San Salvador de Bahía) y que desde aquellos años de fustigación, propone, en esa convivencia, en ese maridaje o consustanciación entre lo Africano y lo Americano, fenómenos o expresiones culturales que trascienden lo meramente artístico ( ya expresamos la religiosidad, el carnaval, la danza-ritual de la capoeira, o el olodum, como ya manifiesto filosófico aglutinante del orgullo de ser).
Fanón, desde el ángulo de la dependencia Africana se plantea el problema de la dependencia y el de su necesaria correlación el de la liberación de los pueblos bajo colonización. Planteamiento que transforma la vieja preocupación universal , por lo que se refiere a hombres y pueblos que han entrado en la historia bajo el signo de la dominación colonial. Así lo reconoce ahora el pensamiento, o filosofía, de la liberación, que se hace simultáneamente expresa en nuestros días en América Latina, Asia y África (Zea, s.f. p. 209).
Como expresáramos de lo que se trata en el fondo es de volver a definir de que se trata o que es lo que trata o debería tratar la filosofía.
La definición conceptual de filosofía ha sido inquietud de diversos filósofos a lo largo de la historia, dejando como resultado innumerables concepciones en diferentes contextos y épocas. Cada concepción permite darle un enfoque de acuerdo a la definición que se tenga, no existe una respuesta única y una definición exacta de lo que es filosofía, cada filósofo la caracteriza de acuerdo a sus presupuestos teóricos; es por ello que uno de los principales debates y discusiones tradicionales del ámbito filosófico es su definición. Es pertinente dedicar un espacio para conceptualizar el término filosofía. Para el presente trabajo se asume la perspectiva de que:
“La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos […] crear conceptos siempre nuevos, tal es el objeto de la filosofía. El concepto remite al filósofo como aquel que lo tiene en potencia, o que tiene su poder a su competencia, porque tiene que ser creado” (Deleuze & Guattari, 1993. p. 8 - 11).
Es decir, la tarea del filósofo es examinar, validar o invalidar los conceptos, pero su labor no termina allí, también es crear sus propios conceptos e innovar en la creación de éstos, establecer un sistema para analizar su tiempo y su cultura; por medio del concepto se analizan los acontecimientos. El filósofo no sólo se ocupa del pensar y del entendimiento, sino también de los aspectos de las diversas dimensiones del ser humano.
La filosofía no es estática, por el contrario es dinámica, se dedica a los problemas que son necesariamente cambiantes de acuerdo a la época y contexto, siendo la filosofía por medio de la creación de conceptos una actividad vital cercana al mundo, pues los conceptos no se tienen como un objeto de colección obsoleto sino que sirven en un aquí y un ahora.
La filosofía por medio de la creación de conceptos se conecta con lo creativo, lo sensible y lo crítico: con lo creativo ya que la creación es la dimensión de un pensar diferente, pues se edifican conceptos que traen consigo nuevas y diversas posibilidades de ver el mundo; con lo sensible porque desde la creación del concepto se piensan los problemas tangibles los cuales deben ser percibidos a partir de lo vivo, de lo exterior, y se requiere sensibilidad para responder a ellos; con lo crítico ya que por medio de la definición existe una mirada para observar el mundo, preguntarse por él, analizarlo, y encontrar parámetros para relacionarse con la vida. El concepto es para el filósofo como el lienzo para el artista o la melodía para el músico, el filósofo se expresa en el concepto, es su obra de arte, es su quehacer.
La creación de conceptos articula y crea conexiones con otros conceptos que se convierten en absolutos y al mismo tiempo en relativos; intenta ser universal, ser un todo y, simultáneamente, hace parte de lo particular, de lo fragmentado, de una historia. La filosofía como creación de conceptos busca encontrar nuevas maneras de pensar que conducen a nuevas maneras de relacionarse, ver, entender y escuchar el mundo. Con ello se generan encuentros para vivir otras experiencias. La creación de conceptos permite la crítica y al mismo tiempo la creatividad, es decir: “Los filósofos se pueden clasificar en edificadores (creadores) y sísmicos (críticos); en los dos casos los conceptos se convierten en movimiento y vehiculizan la creación y la crítica; la creación deviene de la crítica y la crítica deviene de la creación” (Pulido Cortés, 2009, p. 96).
La creación de conceptos se convierte en una nueva posibilidad, un acto particular y no una designación que limita la sensibilidad y la experiencia propia, no es un concepto dado, tampoco se impone, sino que es el reflejo de un acontecimiento. “Los conceptos no nos están esperando hechos y acabados, como cuerpos celestes. No hay firmamento para los conceptos. Hay que inventarlos, fabricarlos o más bien crearlos, y nada serían sin la firma de quienes los crean” (Deleuze, & Guattari, 1997, p. 11). El concepto no está hecho sino que es una invención del filósofo que se conecta con la realidad, una experiencia que convierte los conceptos en temporales y no en universales, es así como los conceptos no son dogmáticos, ni una imposición. La filosofía se encuentra con la creación, pues este encuentro permite construir nuevos pensamientos que fabrican el concepto para repensar constantemente los acontecimientos del mundo (Mariño Díaz, 2012).
En el mientras tanto de querer y no poder, o del pretender, por naturaleza, cambiar, o lo que nos fue dado, o lo que arrastramos como lo que es, como especificó Newton: la inercia de la acción continua. Si la filosofía o la reflexión filosófica, al menos sirven para ponerle palabras, a las insatisfacciones que genera el imperio de la práctica, pues al menos de tales tribulaciones, podríamos concluir que, pocos o muchos, al dedicarnos al pensar, generamos un tránsito diferente en el tiempo, ese mismo que por miles de años ha sido y es casi igual para la humanidad, ese que es, supuestamente, tan diferente para los dictadores del hacer.
Inveterada costumbre, como contradictoria y de resultados inciertos, la de poner, establecer, fijar o determinar el comienzo, el inicio, el punto de partida de la filosofía tal como la venimos entendiendo desde esa inmemorialidad del tiempo. Aporías que se bifurcan en senderos sinuosos, del que nos resulta imposible apartar nuestras pisadas, fijamos en esta exploración, el adentrarnos en la perspectiva, en el camino, sino recurrido o recurrente, de lo poético como disparador, como punto cero, agregándole la exhaustividad, probablemente irreverente de considerar el texto homérico, el primer verso, de la Ilíada como ese instante perpetuo, esa perpetuidad capturada a la luz de lo que consideramos inteligible, filosóficamente aceptable, el dial de la sintonía para este largo, como pretenciosamente sempiterno, dialogo que establecimos, con el renunciamiento expreso a una conclusión o a elementos concluyentes, pero del que no podemos o no podríamos renunciar a fijarle un principio determinado, específico, que combate ante el desparpajo omnisciente de la incertidumbre del arrojo existencial del que somos parte. Y por ende, al dinamitar ese principio formal, forzado y metodológico, y poder situarla en la poética Homérica, ¿cómo no podemos ubicarlo en la poesía o en la danza africana?, ¿quién y bajo que vara filosófica, entendida esta como lo argumentados, podrá decirlo que no lo es lo que constituye una filosofía menor en relación a otra, que sólo varía en diferentes concatenaciones de palabras.
Los elementos fundamentales de la función profética parecen ser los mismos en todas partes. En cualquier sitio el don de la poesía es inseparable de la inspiración divina. En todas partes la inspiración lleva consigo conocimiento – del pasado en forma de historia y genealogía; o de lo que no sabemos del presente, comúnmente en forma de información científica, o del futuro, en forma de profecías en sentido estricto. Su conocimiento siempre se acompaña con música, vocal o instrumental. La música en todas partes del medio de comunicación con los espíritus. Invariablemente encontramos que el poeta y vidente atribuye a su inspiración al contacto con poderes sobrenaturales y cuando lanza sus profecías, su ánimo se ve exaltado y se aleja del que tiene en su existencia normal. Generalmente encontramos en todas partes un procedimiento reconocido por el medio del cual se provoca el estado profético cuando se desea. Las elevadas pretensiones del poeta y vidente se admiten universalmente, y el mismo alcanza una posición social privilegiada donde quiera que se encuentre (F.M. p. 120-123).
Ese amanecer intelectual de un occidente en donde atardece por necesidad, sedimentó el giro eurocéntrico, pues en Latinoamérica (como espacio no geográfico, sino más bien conceptual, en donde abrevó el continente Africano, básicamente por el tráfico de esclavos) la reacción ante esa opresión, enmascarada en el dios de quiénes impusieron las reglas, sociales, educativas, morales, y religiosas, se dio necesaria e imperiosamente por intermedio del marxismo.
Como podremos observar se dio, y como decíamos, por intermedio de una reescritura, o resignificación, de ese concepto tutelador europeizante, que en ese occidente imponedor, discutía otros conceptos y categoriales con la religiosidad y con lo político, y que se tradujo en nuestras tierras como, revoluciones atestadas de armas y de violencia, pero que paradojalmente siempre recurrieron, tanto en unos como otros (es decir los que estaban a favor y los que estaban en contra) a los sectores más desposeídos, marginales y pobres.
Dos casos resultan paradigmáticos. Uno sucedió en el Perú, cuando el licenciado en filosofía Abimael Guzmán, decide, inspirado en el fundador del comunismo en su país, el intelectual José Carlos Mariátegui, crea “sendero luminoso”, que no era más que un giro literario invertido, que utilizaba el amauta , para señalar que su país debía seguir el luminoso sendero del marxismo. No casualmente el llamado forjador de la Peruanidad, exclama lo siguiente, al parecer defendiéndose de lo que parece una acusación de eurocéntrico:
No faltan quienes me suponen-replica Mariátegui-un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento que es todavía uno de los creadores de la argentinidad, fue en su época un europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino (Mariátegui, 2013).
No continuaremos la búsqueda imposible de razones en la sinrazón terrorista, que dejo un luctuoso saldo de decenas de miles de muertos a manos de “Sendero Luminoso”, pero sí es necesario volver a consignar, que tanto el hacedor de esta organización delictiva, como su involuntario inspirador (Mariátegui), se reconocían (Guzmán incluso se autoproclamaba la cuarta espada del marxismo) como Marxistas al punto de; uno ser el fundador de la expresión política del mismo y el otro su expresión en el hacer de la “revolución proletaria”, en la Latinoamericana república del Perú donde les toco nacer y decidieron vivir y hacer vivir a sus compatriotas, la interpretación que le dieron a los conceptos de un pensador profundamente europeo, cuando no específicamente germanófilo.
Años después brota de las mismas tierras latinoamericanas, esta vez algo más al norte, en México, un nuevo fenómeno, vinculado con la filosofía académica, pero que necesariamente, como en el caso de Perú, se disrumpe, se discontinúa, se sale de aquel concepto de forma como de fondo, profundamente eurocéntrico, de congeniar o ensamblar, tanto el rigor metodológico que conlleva a enclaustrar la verdad, como lo hicieron en forma plena en el medievo y el monopolio ejercido, tanto de ambos lugares del poder educativo (educadores como educandos) desde el entronizado concepto, ya movimiento ideológico del marxismo. El “brote” mexicano se denominó la insurgencia Zapatista y años luego sabríamos que el líder, Rafael Guillén, pertenecía a las filas filosóficas de la universitas, y si bien, siempre dejo en claro no ser Marxista, no tuvo eco en preconizar que no se lo catalogara de tal manera (más que nada para la prensa) con la diferencia, sobre con todo con Guzmán (que incluso se declaraba la cuarta espada del comunismo), que las propias producciones escritas de Guillén, indudablemente profusas, le valen una chance, una posibilidad de salirse de esa etiqueta autonómica, asequible a todo aquel que con el solo hecho de plantear aspectos diferentes a lo establecido es indefectiblemente catalogado como un hijo dilecto de la filas del marxismo.
Como expresábamos en relación a Guillén, podríamos afirmar que toda su obra escrita, no solo es una justificación a su “polémico hacer”, o su posición en el mundo, sino que también es un tratado completo para no ser considerado, catalogado o etiquetado como Marxista, pero para ello inevitablemente o indefectiblemente, sus considerandos han abrevado, en mayor o en menor medida en el marxismo o neo-marxismo.
Una de las falacias neoliberales consiste en decir que el crecimiento económico de las empresas trae aparejados un mejor reparto de la riqueza y un crecimiento del empleo. Pero no es así. De la misma forma en que el crecimiento del poder político de un rey no trae como consecuencia un crecimiento del poder político de los súbditos (antes al contrario), el absolutismo del capital financiero no mejora la distribución de la riqueza ni provoca mayor trabajo para la sociedad. Pobreza, desempleo y precariedad del trabajo son sus consecuencias estructurales. (“http://www.cgt.es”)
No haremos una exégesis o hermenéutica del zapatismo y su líder, acerca de cuán marxista o una conversación con el mismo, resulta de los postulados escritos, pero sí creemos necesario consignar que lo que pudo haber sido una reacción latinoamericanista (tanto Guzmán que decía tener como objetivo devolver la tierra a sus verdaderos dueños los originarios andinos, como Guillén que mutó en redactor de cuentos infantiles con profundas reminiscencias a mitos y figuras arquetípicas mayas) no fueron más que experiencias que denotaron la pretensión del salirse de postulados eurocentristas, bajo categorías y por sobre todo, bajo respuestas eurocéntricas.
Por supuesto que hemos citado estos ejemplos, sin hacer hincapié ni historicismo, de los procesos políticos (sustentados ideológicamente en lo que se dio en llamar “El marxismo”) que se dieron en Latinoamérica como en África durante el proceso mundial conocido como “Guerra fría”, pues sin ánimo de equivocarnos, probablemente estaríamos en un porcentual muy alto de vinculación, determinando que el concepto del marxismo, como respuesta al teocentrismo, se dio como una respuesta desde el ámbito de la academia, que por veleidades romántico-revolucionarias (recordar en aquellas décadas los conceptos del compromiso intelectual y de los reduccionismos como ideas movilizantes “Pidamos lo imposible” como consigna insignia) derraparon en procesos políticos de facto, pero que surgen como planteo- educativo formal que se elucubran desde las usinas de poder universitarias.
Para ponerlo en términos más claros, el erario público, que sostiene cada una de las universidades de estas partes del mundo, deja de estar presente en otros ámbitos, tan o más necesarios para la mayoría de estos pueblos, es decir, el pupitre de la universidad y el pizarrón, significa y representa una anestesia menos en un hospital, una puerta menos en una casa para una familia indigente.
Sin querer significar otra cosa de lo que afirmamos simplemente queremos preguntarnos y preguntar. ¿Cómo le ha devuelto la filosofía esta inversión a su comunidad? ¿Le ha brindado acaso un sistema político, educativo o social nuevo? O ¿Ha fomentado cierto onanismo intelectual, en donde en el mejor de los casos, como subproducto o como resultante brindó tanto a su comunidad como a la comunidad internacional, no sólo decenas de miles de tesis doctorales que duermen el sueño de los justos en libros que nadie lee, sino también doctores que colonizados en sus conceptos eurocentristas no colaboran o contribuyen para que pueda darse la posibilidad, que desde las aulas o fuera de ellas, pensemos en términos más relacionados con nuestras características y peculiaridades culturales?.
La respuesta la brinda lo que se da en llamar filosofía de la liberación, que no casualmente, se desdobla en una teología de la liberación, donde lo central y lo fundante es tal como expresara Cerruti, mediante Dussel, (actores principales y fundantes de lo filosófico en Latinoamérica) en la opción por los pobres, en una vinculación con el habitat, con lo dado, con lo originario, no sólo no invasivo e integrador, consustanciado en individuo y comunidad, sino también, libre de finalidades, para las cuales haya que respetar, a rajatabla, procedimientos metodológicos, estrictos y cercenatorios del sentido más profundo de la libertad.
La opción por el pobre, por aquel cuya ausencia de algo básico, horada, percude su condición de humano, es la síntesis, (para que los eurocéntricos nos entiendan, en términos hegelianos si lo desean) es la abreviatura, es la simbiosis, de lo que fue entendido, o mejor dicho impuesto, bajo los términos nominalizados como Dios y Marx.
Lo que puede significar, un pensar que entendamos nosotros mismos como latinoamericano, converge necesariamente en los conceptos arriba mencionados, pero interpretados necesaria y básicamente, como la opción por los pobres.
Pensar a Dios y Marx, como algo más allá de su vinculación con el otorgar respuestas al condicionamiento del pobre, es seguir sujeto a las imposiciones que esos conceptos nos traen o nos vienen, arropados o contaminados de un eurocentrismo, del cual debemos necesariamente salir, o del cual debemos desintoxicarnos, sin que ello signifique atacarlo o negarlo.
La dictadura del proletariado, la plusvalía, el sentido de culpa y el paraíso celestial, no deben ser playas en donde debamos llevar el barco de nuestros pensamientos, nuestros pasajeros hace tiempo que nos vienen indicando de la no existencia de puertos posibles, en tal eterno transitar, no son pocos, los desafíos que recurrentemente se nos presentan en alta mar, pero ninguno de los mismos lo resolveremos dirigiendo el navío a lugares inexistentes en nuestras latitudes y por ende ninguna de las cartas de navegación editadas en aquel occidente tutelador nos puede resultar decisivamente necesario, útil o mucho menos indispensable.
En Latinoamérica, esa profunda, descontaminada de la egida eurocéntrica, se filosofa, es decir se vive en armonía con el logos, al modo semejante que en África, donde el vínculo es mediante la danza (Kaumbaaa), los conceptos de Dios y Marx, no tienen nombres, o en el caso de que los tengan no son usados para dominar o controlar como en las usinas de poder intelectual que occidente llama universidades.
Finalmente y dado que el ejercicio ensayístico, y de presentaciones en Congresos y Universidades que cumplen en espíritu el mandato proverbial de lo educativo entendido como lo dispusieron los Jesuitas o escolásticos, finalizamos citando a un filósofo Europeo, muy en boga en la actualidad, con quién suscribimos en lo siguiente, explicando sin dobleces, el porqué de haber llegado a la situación actual en nuestra intensidad latinoamericana, de la búsqueda de nuestros impedimentos filosóficos propios.
Occidente no tiende a trasladar hacia el Este o hacia el sur una cultura positiva propia, sino a disolver las demás culturas para suplantarlas con un exponente de mera negatividad, es decir, la producción generalizada de su propia figura vacía... Occidente no quiere, no sabe, no puede encontrar lo otro sin simultáneamente someterlo a su propio dominio (Espósito, 2012, p. 264-268)
Es necesaria una perspectiva histórica y antropológica que ilustre, en la larga duración, las interconexiones globales en el interior de América Latina y las comunidades europeas, africanas y asiáticas. Poniendo el énfasis en la multiplicación, diferenciación y complejidad de las interconexiones globales y en cómo adoptaron diferentes formas históricas entre los siglos XVI y XX, tal vez podamos escapar del callejón sin salida epistemológico posmoderno, o de historias que con distintos lenguajes vuelven a reescribir la relación de un centro y sus periferias. Es en este sentido que la historia de América Latina puede ser reevaluada a la luz de sus interdependencias e influjos recíprocos de lo local y lo global, y donde categorías como poscolonial, ciudadanía, nacionalismo o Estado-nación se entrelacen con un proceso abierto al resto del mundo, con una historia hemisférica común que escape a los límites de las fronteras nacionales (Sandoval, s.f. p. 13).
Segunda Parte
La representación es el acto constitutivo de los sistemas democráticos. La validez del mismo, ha generado a lo largo de la historia democrática, el ir y venir en el transcurso y decurso de la misma, estableciendo la legitimidad de las definiciones de personas o de grupos de la mismas, como circunscriptas a la limitación de sus derechos como los esclavos o los vasallos, como los oprimidos, silenciados o marginados de un sistema que para legitimarse los necesita dentro, negándolos o teniéndoles entre paréntesis, en suspenso, en tiempo acotado, como sucede en la actualidad en nuestras democracias de raigambre representativa. El tiempo de validación de la representatividad, de la rúbrica institucionalizada es el momento electoral, instancia que ha sido sacralizada en las últimas décadas, producto de la irrupción “ipso facto” por parte de fuerzas del orden que impusieron a sangre y fuego un orden que ha sido más que estudiado, investigado y analizado en nuestra contemporaneidad. El teatro de operaciones en que se ha convertido un acto comicial, una jornada electoral, el día que informalmente la clase política y dirigente ha dado en llamar “la fiesta de la democracia”, pasa a ser el reducto en donde debemos trabajar a los efectos de contrarrestar la manifestación de procederes, acabadamente antidemocráticos como la prebenda, la dádiva o el usufructo de la necesidad de los representados para elegir sus representantes, interponiéndoles un condicionamiento en ese momento electivo, que no solo destierra cualquier consideración ética sino que a nuestro modo de ver, ha corroído las bases en lo que se sostuvo hasta no hace mucho el sistema representativo-democrático. Para ello proponemos un sistema nominal diferenciado entre los representantes, con la única razón, bajo el único argumento que todos aquellos ciudadanos en condiciones de votar o de elegir a sus representantes, que no han sido contemplados por ese estado, que mediante el sistema les pide la legitimidad electo-social, tengan un número nominal mayor, por ejemplo un valor similar a cinco (5) de los que sí han sido contemplado por el estado. Por ello hablamos de devolución, hacia todo un sector de los representados, invisibilizados por este. Esta invisibilización, quizá tenga dificultades en ser caracterizada o en establecer criterios únicos, objetivos e indiscutibles. Sin embargo, todo estado, tiene tanto la obligación, como el registro, de quiénes son sus ciudadanos, a quiénes no les pudo garantizar un trabajo digno, o que perciban menos que el monto mínimo de haber, o que se encuentren en un estado o situación de pobreza o de marginalidad, que cada uno de la o las oficinas burocráticas de cada gobierno de los diferentes países puede establecer con una claridad meridiana. Por tanto, la devolución de parte del poder al soberano, es que en los actos electorales, existan dos clases de votantes, los que sufraguen a tradición y el resultante del mismo se cuente en proporción nominal a uno, y los que invisibilizados por el estado, olvidados o marginados, pueden encontrar en este momento democrático-institucional, la luz, la claridad o la dignidad que les permita obtener por parte de ese estado-sistema que ahora los precisa, el reconocimiento que el sufragio de estos valga nominalmente cinco.
La representación, es un concepto filosófico por antonomasia. Tratando de alejarnos del vicio de origen de toda persona que se precie de tal, de quedarnos en lo metafísico, haremos el esfuerzo de simplemente mencionar que de esa substancia, de ese ser (no vale la pena citar textualmente en este apartado pues caeríamos en la sin-salida metafísica de la que hablábamos), nace la persona (del griego πρóσωπον prósôpon) que se ha transformado en el curso de la historia en un término filosófico que para salir del laberinto ontológico diremos que refiere a la representación del ser (en latìn persōna, máscara de actor, personaje teatral) de lo que se es, de la substancia, de lo existente o de lo que interpretamos como tal.
La humanidad por tanto se vivencia como una representación de lo que es. Sí partimos de esta premisa ontológica, difícil de rebatir será que la política, como el hacer social del hombre no tenga como estandarte conceptual (entendido este como elemento fundante o fundamental de la palabra) la acepción “representación”.
Podríamos establecer con claridad que el primer apunte teorético acerca de cómo debían plantearse las reglas del juego para el manejo de la cosa pública lo esgrimió Platón, mediante lo que ha quedado en el tiempo como su idea del “Gobierno de los filósofos”, tabicando el conocimiento como punto referencial inexpugnable para dar sentido a esa representatividad imprescindible que requería la polis. El ciudadano común (es interesante señalar que en aquella Grecia Antigua los esclavos no eran considerados ciudadanos, sí bien esto sería materia de otro análisis, bien se podría apuntar que los pobres modernos son los esclavos antiguos con la ceremonia del voto…) legaba su derecho a disponer del manejo de la cosa pública a quién demostrara ser más sabio, más cercano a la verdad en cuanto tal, de acuerdo a la concepción platónica. Es harto conocida la metáfora platónica acerca del manejo del barco o del navío cómo si fuese, el timón del mismo, el manejo del estado, y que lógicamente quién debía ejercerlo era precisamente quién más conociera en un caso conducir un barco y en el otro administrar el estado, sin embargo consideramos aún más importante el citar textualmente otro pasaje de la obra platónica en cuestión (“La República”) para dar cuenta del sentido lato del concepto representación.
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz. Que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan por estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas. Es posible salir a la luz del sol desde la cueva- en otro caso, los encadenados estarían condenados a la cautividad perpetua-, pero para ello hay que recorrer un largo y escarpado camino; cosa natural, pues si la entrada de la caverna estuviera cercana al fuego, la luz del sol que por ella penetrase haría inútil el empleo de la hoguera como medio de proyección (Platón, 1997: 322-323)
En este caso el sentido de la intermediación que existe entre lo real y la imagen de lo real, es lo que se representa como verdadero para quiénes están atados, y el que estén atados pasa a ser fundamental, pues es la noción clara de que en esa intermediación, no sólo no se obtiene lo real, sino que se cede en libertad, se otorga algo de uno, hacia un otro, obligadamente. Y la representación política, nace con esta obligatoriedad, en el que supuestamente todos los ciudadanos, poseen las mismas condiciones y posibilidades, pero sólo algunos serán representantes de otros, muchos más, representados. Una obviedad matemática que no por ello deja de ser una sentencia hacia el sentido de la libertad en su aspecto amplificado. Pues aquí encontramos otra aporía de índole filosófica, que atraviesa lo político, para la construcción de esa entidad “comunal” (en la actualidad se llama “pueblo” o “gente”), interactúa lo particular y lo general, y necesariamente (evadiéndonos, nuevamente del aspecto filosófico propiamente dicho) el individuo, o esa individualidad, hace un renunciamiento, sea aceptado por el mismo, o impuesto por la renuncia de los otros que, construyen con ese ceder múltiple, una entidad comunitaria.
Una persona es lo mismo que un actor, tanto en el escenario, como en la conversación ordinaria. Y personificar es un actuar o representarse a uno mismo o a otro. Quien representa el papel de otro se dice que asume la persona de éste o que actúa en su nombre. En este sentido usa Cicerón estas palabras cuando dice: Unus sustineo tres personas: mei, adversarii et judicis. Asumo tres personas: la mía propia, la de mi adversario y la del juez. El que actúa en nombre de otro recibe varias denominaciones, o según la variedad de ocasiones; puede actuar como representante o representativo, como lugarteniente, vicario, abogado, diputado, procurador y demás…una multitud de hombres deviene una persona cuando estos hombres son representados por un hombre o una persona; esto puede hacerse con el consentimiento de todos y cada uno de los miembros de la multitud en cuestión. Pues en la unidad del representante, y no la unidad de los representados, lo que hace a la persona una; y es el representante quien sustenta a la persona, sólo a una persona. Hablando de una multitud, la unidad no puede entenderse de otra manera… cada hombre da al representante común una autoridad que viene de cada uno en particular, y el representante es dueño de todas las acciones si le dan autoridad sin límites. En caso contrario, cuando limitan el representante en el qué y en el cómo habrá de éste de representarlos, solo será dueño de aquello en lo que se le da ha dado autorización para actuar. (Hobbes T, 1997: 134-135)
Pero que ya se consigna como tal, pues, a partir de esa entelequia que pertenece a todos los renunciantes de su propia individualidad o las que se le impone la renuncia, y a nadie a la vez, un sistema político, que necesaria y obligadamente siempre, puede y debe estar en cuestión, porque es ni más ni menos, el producto de quiénes se cercenan en sus libertades, para disfrutar con mayor, amplitud, certidumbre y tranquilidad, del resto de sus condiciones de existentes políticos o animales políticos. Precisamente quién acuño este concepto, nos señala lo que referenciábamos;
Las democracias principalmente cambian debido a la falta de escrúpulos de los demagogos; en efecto, privado, delatando a los dueños de las fortunas, favorecen su unión (pues el miedo común pone de acuerdo hasta a los más enemigos) y en público, arrastrando a la masa. Otros cambios conducen de la democracia tradicional a la más moderna; pues donde los cargos se otorgan por elección, no a partir de las rentas, y los elige el pueblo, los aspirantes, con su demagogia, llegan hasta el extremo de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes. El remedio para que esto no suceda o para que suceda menos, es que las tribus designen a los magistrados y no todo el pueblo. (Aristóteles, 1997: 146-147)
Lo consignable, es que desde el surgimiento mismo de la democracia, y de su acendramiento en la representatividad, como garantía del vínculo imposible entre lo general y lo particular, está misma, ha vivido en cuestión permanente, en análisis y reflexión, pues es ni más ni menos que la razón de ser del orden, de la armonía, de la certidumbre, en contraposición de las figuras del caos, del desequilibrio, de la incertidumbre, a los que el hombre le intenta escapar en su faz tanto individual, óntica, como en su ser social y político. Claro que la resolución de esta aporía, o su tensión permanente, es lo que nos hace debatirnos en la crítica permanente a un sistema político que valida su existencia, al estar a diario y en continúo, en cuestión:
Es una ficción considerar un conjunto de individuos la unidad de una multiplicidad de actos individuales-unidad que constituye el orden jurídico-calificándola como pueblo y avivar así la ilusión de que estos individuos constituyen el pueblo con todo su ser, mientras que ellos tan sólo pertenecen por medio de algunos de sus actos que el orden estatal protege y ordena (Kelsen, H. et al Barberis, M, 1998: 58-59).
En este punto es donde debemos soslayar, tanto los problemas teoréticos, como los prácticos, ya que de estos mismos, asimilamos las críticas propinadas que nos hicieron el otorgar la presente posición, aporte o postura, para readecuar nuestra democracia de índole representativa y obtener que se sostenga desde sus bases más genuinas y auténticas.
Como los sucesos ocurren en un tiempo muy diferente al tiempo en que se comunican y esta hipertrofia en tal vinculación, genera la idea solaz, de que los que están en el manejo del poder, pasan a resolver sus problemas más acuciantes o intrascendentes, sin resolver el problema de los más necesitan y que en teoría representan lo más granado de, tal como se entiende, en definición de preescolar o más básica de la democracia, como el mejor de los sistemas políticos conocidos, o del gobierno del pueblo, llevaremos hasta cierto límite teórico a este lugar común en donde habitamos cobijados de institucionalidad democrática. No somos antisistema, ni destituyentes, simplemente creemos como herederos de miles de años de humanidad, que lo que tenemos no es lo mejor que nos podemos dar, y pese a los innumerables problemas acuciantes, importantes y urgentes que nos define la agenda mediática, alguna vez debemos poner el acento en este vórtice desde donde se constituye la organización social que se da en llamar el gobierno del pueblo.
La gran tecnocracia encuentra una complicidad inmediata en la nueva tecnocracia de la comunicación, conjunto de profesionales del arte de comunicar que monopolizan el acceso a los instrumentos de comunicación y que, al no tener sino muy pocas cosas que comunicar, instauran el vacío de la rutina mediática en el corazón del aparato de comunicación. Los intelectuales orgánicos de la tecnocracia monopolizan el debate público en detrimento de los profesionales de la política (parlamentarios, sindicalistas, etc.) ; en detrimento de los intelectuales que están sometidos, hasta en su propio universo, a especies de golpes específicos- lo que se llaman “golpes mediáticos”-, como las encuestas periodísticas apuntan a producir clasificaciones manipuladas, o las innumerables listas de adhesiones que los periódicos publican en ocasión de los aniversarios, etc., o incluso las verdaderas campañas de prensa que apuntan a acreditar o desacreditar autores, obras o escuelas. (Bourdieu P, 1999: 194)
La variable del tiempo, es decir analizar la perspectiva de las “fatalidades” o los errores de nuestra representatividad democrática, tamizada desde nuestra contemporaneidad, es antes que una trampa dialéctica, o una coartada argumental, una necesidad intrínseca, pues llevamos miles de años, y si introdujimos la variable tiempo, también deberíamos introducir la de territorialidad (pero lamentablemente caemos en cuenta de nuestro sobrado occidentalismo y en tren de ser honestos intelectualmente, reconocemos que no podemos, al menos en el presente, analizar la perspectiva, desde otro campo que geográfico-cultural que no sea el mencionado) bajo este sistema político, por tanto no podemos hacer historicismo y destacaremos las siguientes objeciones (si usted prefiere, tardo-modernas, contemporáneas y occidentales) que se le plantean, a la representatividad política, desde conceptos fundamentales:
El poder no puede justificarse a sí mismo, porque la legitimación y la legalidad que lo hacen tolerable sancionan o bien un estado de hecho, o bien algún tipo de consenso real o hipotético del que depende la permanencia de su ejercicio. El poder no tiene una verdad en sí mismo; él es más bien el índice de las relaciones de fuerza, de la normatividad jurídica y de los procesos ideológicos que lo fundamentan (Pérez Cortes, S. et al Quesada, F, 1997: 114).
Esta visión de “Realpolitik”, nos posibilita desandar, la orilla, el cruce, la convergencia entre lo que se debate en los claustros universitarios, o en los escritorios de los intelectuales y lo que sucede en las calles, en la arena compleja de la ausencia absoluta del estado, que solo recurre, por intermedio de quiénes lo representan, a tales lugares, en los tiempos de la elección o de la jornada electoral. Esto es lo que consideramos que agrava ese lazo, milenario, que se sostiene, míticamente entre representantes y representados:
Los grandes relatos han perdido credibilidad y la sociedad se nos hace presente como indeterminación total. La condición de posibilidad de la política, en analogía con la pragmática científica, reside en fomentar la actividad diferenciadora, o de imaginación o de paralogía. Así, la única legitimación a la que puede acogerse la democracia- en sustitución del contenido universal- es la derivada de permitir jugar cada uno su juego. O lo que es lo mismo: ¿quién o que impide que cada cual pueda desarrollar su propio lenguaje? (Quesada F, 1997: 254).
Hasta aquí, consideraciones provenientes del campo teórico, que como dijimos, pueden encontrarse en este reclamo, de las condiciones de legitimidad que impone la democracia, que para el área intelectual, racional, pensante o del mundo de los claustros, se nominalizan bajos los conceptos de poder, de legalidad y todos los citados hasta el momento y los que no se citarán, sin embargo, resta contemplar, como estas palabras, se traducen en el campo de la praxis, en aquella arena solaz, en donde la política, el estado, y sus representantes, es decir los políticos, que solo representan al estado y a sus propios intereses, solo visitan, o acuden en tiempos o jornadas electorales.
En el sótano de la tardo-modernidad que nos ha tocado vivir, aún prevalecen los que se preguntan acerca de las utilidad de las ciencias del espíritu (la filosofía encabezando los cuestionamientos y comentarios socarrones y burlescos ) y de lo que podemos hacer con ellas, cómo si todo consistiera en sumar y en restar, y luego de ello, repartir, de repetir y reiterar como autómatas, como programas computarizados, condenados a la perpetuidad de ejecutar lo pre establecido, y creer que vivimos en una sociedad que nos contiene y respeta, como sujetos hacedores y partícipes de la misma, al mismo tiempo, y en una misma sintonía de legitimidad.
Las preguntas que nos someten a la incertidumbre, son tan naturales como la falta de respuestas ciertas o determinantes ante las mismas. Nadie ha elegido que nos sobrevengan, como, arbitrariamente podrían ser las inquietudes siguientes ¿qué ocurre cuando morimos, porque nacimos, que es el amor?, y todas esas sandeces en abstracto para el mundo moderno-capitalista-productivista-hipercomunicacional; seguramente sí hiciéramos una votación planetaria, ganaríamos aquellos que desearíamos haber nacido con tales interrogantes saciados, o sin que los mismos asomen. Pero de esa raíz, proviene también el temor a perder el trabajo, a ser engañados por nuestras parejas, a que se nos enferme un ser querido, a que la vida no sea tal como la pretendemos, si es que alguna vez tenemos la osadía y la seguridad de saber con plenitud cómo sería eso.
El filósofo o quién filosofa, es un dictador sin ejército o con soldados imprimibles en papel, que pretende, desea, intenta dominar al mundo bajo un antojo argumental, la política o el político sin embargo, intenta, más allá de tantas cosas, obtener el control sin que nunca lo obtenga del todo, el político puede ser un dictador, circunstancial, pero nunca reconocerá tal situación, que pretende, en lo subyacente ese dominio real, el filósofo sin embargo, es honesto desde el inicio, y muchas veces, en caso de pretender ser un filósofo en la política, reconocerá los límites de lo imposible, por más que sea tentador, de trasladar la fantasía filosófica de dominar todo en la realidad, además de su presumible preparación cultural e intelectual, pese a ello, nada garantizará un éxito en lo político, lo que sí, el filósofo tiene más elementos para hacer política, que el político para hacer filosofía, sobre todo en nuestras tierras, muy ocupado en cuestiones menores, hasta para la política misma.
De allí tan sólo, a un paso, a que las incertidumbres políticas (es decir las del día a día, las de la cotidianeidad) sólo sean resueltas por el mandamás de turno, sobrecargando sus espaldas, socavando sus energías, distrayéndolo de temas importantes y provocándole más un perjuicio que un beneficio. Ocurre que cuando estos, toman o designan colaboradores bajo la vara única del pago político (es decir por haber considero que los apoyaron cuando les fue solicitado, de acuerdo a sus criterios personalísimos de lo que significaría apoyo) o de la confiabilidad, por lo general se rodean de seres supernumerarios, que por más buenas intenciones que tengan y por más fidelidad que demuestren, sólo podrán cortar y pegar maquinalmente, aquello que le envían bajo memorándum.
Y la política es otra cosa, en algún momento al menos lo fue a nivel textual, a nivel teórico, o a nivel de deseo, o de expectación, no es ese producto enlatado creado a gusto y placer para un público determinado por el fenómeno de turno. Porque sí tan sólo fuera esto, hasta quienes por voto popular, tengan bandas o bastones (como elementos simbólicos de los que detentan poder democrático-institucional), sólo estarán cumpliendo un rol maquinal, pues en algún momento la realidad los encorsetará tan fuerte, que la respuesta que tengan que dar, estarán más que “digitadas”, premoldeadas y pre-establecidas, y cuando intenten recurrir a colaboradores, que le hagan valer el poder de la crítica, fuente inspiradora de la creatividad, sólo encontrarán más razones para entender que sólo son monigotes, o muñequitos disfrazados, en la torta del poder, del cumpleañero llamado sistema que les ha tomado la libertad a cambio de que luzcan de smoking y peinados unas ciento de noches en la platea preferencial de los que sólo están condenados a desperdigar aplausos.
Las sociedades que optan por la democracia representativa normalmente lo hacen porque valoran la capacidad de elegir libremente a cada uno de sus miembros. El régimen electoral, sea cual fuere en la latitud que se plantee, conlleva en su definición, como regla básica la protección de esa libertad de elegir (valga, más que nunca la redundancia). Existe algo paradójico, en verdad muchas paradojas, mencionaremos al menos una. Que este régimen, en muchas de sus versiones, elimine una posible opción que, a ojos de muchos ciudadanos, está cargada de significado político. Si un individuo está en condiciones de votar por un candidato entre muchos posibles o por una propuesta programática entre varias, entonces también está en condiciones de decidir si vale la pena votar en una ocasión específica. Pero en la mayoría de los casos no está permitida esta elección, es obligatorio el participar o el no hacerlo genera penalidades y en el caso de que esté aceptada la posibilidad de elegir participar o no, está mal visto no hacerlo, social y políticamente.
Mientras menos elijan (es decir ni siquiera elegir participar, ser parte de una elección) los que forman parte del contrato social, entendido este ya como una suerte de terreno confiscado a la libertad absoluta (en caso de que pueda pensarse una categoría tan abstracta), más se acrecentará el poder fáctico de quiénes sí realmente se benefician de esa ausencia de elección, que son precisamente los elegidos, como para conducir el destino de los que cada vez elijen menos, o porque están más condicionados o porque en verdad no están eligiendo nada, por más que el juego sea hacerles creer, para seguir sosteniendo el contrato, que sí elijen algo. Encontramos otro de los síntomas más evidentes de la enfermedad política de un sistema encapsulado, manejado por facciones cerradas y gregarias que en nombre de la democracia y la institucionalidad, pisotean los derechos políticos de los ciudadanos al birlarles la posibilidad de elegir, hablamos de antes de las elecciones, de la conformación de las listas, previo a las internas o primarias, siempre se elige antes bajo criterio discrecional de un poderoso, que luego del acto electoral, les validan o les son validados para seguir eligiendo, con la legitimidad democrática del voto, para escoger funcionarios y demás posibilidades de elegir decisiones de gobierno.
De un tiempo a esta parte, no existe, en términos materiales y genéricos, relación que no esté tamizada por el vínculo de los hombres con el dinero, lo que antes podría parecer una ofensa a un sistema de valor moral, hoy es moneda corriente; se cobra por atender un anciano, un niño, por dar de comer a un enfermo, por alentar un equipo de fútbol, por darle me gusta a una foto en una red social y hasta para decir que no, se cobra o se paga.
En la política, que es el arte de lo posible, y la persecución del poder es su razón de ser, sería bastante, necio, hipócrita y retardatario (peligroso en verdad para la institucionalidad) que no reconozcamos que todos van en busca de algún bien o beneficio, determinar cuál o cuáles; es el secreto, el quid de la cuestión, el mejor camino a transitar es hiperventilar o transparentar los métodos, por tanto, es aún inadmisible o entendible desde el punto de vista, de esa oscuridad o no claridad, de esa incertidumbre impostada en la que reposa y se regocija la política, que no exista un sueldo, beca o como se quiera llamar para el trabajo político (hablamos de la informalidad del que busca los votos o convencer a la ciudadanía, los llamados referentes o punteros, los que pertenecen a las organizaciones partidarias y que luego cuando sus jefes arriban al poder pueden poseer un sueldo o un dinero del estado como funcionarios sin que cumplan funciones de tales, sino simplemente como cobro político). El accionar pago del militante o hacedor de la política es el primer lazo, el primer vinculo de la individualidad a lo colectivo (substancia de lo político), la transferencia por ponerlo en término psicoanalíticos. Rentar la actividad de los colaboradores de la política, es decir antes de que cobren al llegar al poder (En ciudades medianas de Latinoamérica, esta actividad es no sólo de las mejor pagas, sino de las más populosas) o incluso más el sueldo neto y determinado de un político, sería explicitar la política, sería definirla en sus limitaciones, y esto es lo imposible, porque quienes administran los bienes del estado, no pueden dominar la posibilidad directa del manejo discrecional de los recursos, como se llama en la jerga ciudadana “el cheque en blanco” que la ciudadanía le firma a un político cuando lo vota, se corresponde con la lapicera cada vez más grande y presta a confeccionar con mayor cantidad de ceros posibles la orden de pago emitida por el soberano hacia su gobernante. Aquí es donde nuevamente surge la razón de la compensación, es decir mientras más lejos se está de las arenas del poder, más se precisa, de hacer explícito de qué manera, como y cuando, el estado debe compensar a los que olvida, necesariamente, para seguir siendo estado, conducido por esos políticos, que valiéndose de sus ciudadanos, llenan el “cheque” de ceros, pero que en algún momento, por eso se define en el tiempo de la elección, deben o devolver una parte de lo que se les ha brindado, o generar la contraprestación expresa, a los sectores más postergados, o menos visibilizado por ese estado que les debe a estos su naturaleza y su continuidad o legitimidad.
De esta manera es cómo surge, la valoración superlativa de la cantidad, del amontonamiento de voluntades, o la cosificación de la masa, que en algún momento por definición semántica, se dio en llamar “voluntad popular”.
Lo que se pensó como una disputa entre propuestas, proyectos o ideologías políticas y sociales, que fuera en busca del convencimiento o la seducción de los más, para determinar bajo que metodologías se ordenaría el contrato social, devino en una cacería, lisa y llana, despiadada y voraz, entre grupos, bandas o facciones, que como mejor argumento esgrimen la mayor capacidad para “rapiñar”, obtener o comprar voluntades circunstanciales o votos.
El sistema se acostumbró tanto a esta concepción, que los ofertados para administrar el estado, se creen dueños de esas voluntades y quiénes no lo son y lo critican, en verdad es porque desean ser también empresarios del negocio político, que ni siquiera tiene en su proceder, como excusa o culpabilidad el concepto, desarrollado por los privados, de la responsabilidad social empresaria.
Nadie tiene la propiedad de los votos (por más locura galopante que le haga creer tal cosa al afectado), es más, ninguna persona cuerda podría sentirse orgullosa de querer controlar, como si fuera un negocio agropecuario, cuanta gente lo puede acompañar con el sufragio. Al votante no se le ofrecen ni ideas, ni proyectos, ni alternativas, por tanto difícilmente las pida, sí se le ofrecen ayudas materiales, en dinero o en especies, ganará quién le engorde el bolsillo. Salvo un puñado, en realidad los candidatos (hablamos de todos, esos suplentes número catorce y sus madres o esposas), el resto vota de acuerdo al beneficio inmediato que obtenga. No existen definiciones ideológicas que distingan a partidos entre sí, mucho menos a quiénes, momentáneamente conducen los mismos. El pragmatismo de los ismos, sólo se reduce a bandas, compuestas por afinidades familiares y amistosas, que compiten entre sí y que arrean a lugartenientes pagos, para ver quién se queda con el botín en disputa y luego repartir entre los integrantes del grupo ganador. Convendría que los líderes de las facciones que se enfrentan electoralmente, se pongan un plazo en el tiempo, podría ser de 60 o 90 días, y que al llegar al mismo, pongan en una misma mesa, el dinero que consiguieron para sustentar la campaña, el triunfador sería aquel que consiguió más emolumentos. Los candidatos se eligen, de acuerdo a la cantidad de votos que dicen tener los postulantes, y que quiera creer que tienen el que hace la lista u hombre poderoso. Los generadores de este circuito saben a ciencia cierta, que todo los datos y demás se encuentran inflados, pero la clave se encuentra en sumar la mayor cantidad de dirigentes posibles, al menor costo. De allí que, finalmente la mayoría de hombres en cargos públicos, no tengan o cuenten con una miserable idea, para trabajar en serio para su ciudad, provincia o país. Si se hiciera un sondeo de la clase política, veríamos que un gran porcentaje, nunca consiguió ingresos de otras fuentes que no sean las arcas del estado, o que a nivel personal, ni siquiera pueden conducir sus hogares. Por supuesto que el análisis descarnado, no puede ser compartido en términos absolutos o definitivos y calcados, con precisión copista de la realidad, pero no dejan de ser una fotografía, una instantánea de cómo se definen las elecciones en un momento y en un lugar, en donde se precian de ser democráticos y adoradores del régimen de representatividad, sin que el mismo, amerite, por ende, ni una mínima, crítica o postulación de readecuación.
Como referimos en una elección o votación electoral, lo que está en juego es el fenómeno filosófico de la representación, debemos ahondar en aquello acerca de lo que es o lo que son los candidatos o los postulantes y que por tal cuestión plantean representar o pretenden hacerlo para las o hacia las mayorías.
Existen discursos diversos y toda una mercadotecnia en cuanto a esto, como referíamos a aquilatar voluntades, a hacerlas fundantes del sistema de acumulación, generando precisamente acumulaciones de voluntades, dado que mientras más diga representar un candidato, más sectores podrán contemplar para dirigir sus actos o discursos. No con la finalidad de seducir o convencer, sino de obtener, a como dé lugar, la voluntad o el voto. Vale decir, en tiempos de elecciones, se sabe que el candidato (de allí su nombre que lo dispone a la seducción del voto) va a lugares inimaginables y se sienta con personas y personajes variopintos (desde lúmpenes a curas) a los efectos de pretender abarcar ese todo denominado gente, soberano o votos. De allí la atracción/trampa que ejercen los medios de comunicación, que supuestamente llegan de varias formas por diversos canales, cuando en verdad, en la actualidad, solo difieren de formas, pues lo que se envía, tanto desde los candidatos, como lo que se procesa desde los medios, es lo mismo.
Candidatos, en su gran mayoría, vacíos de todo, carentes de objetivos, de discursos, impulsados por un único deseo materialista, que se les nota y los trasvasa. Pretenden con esa materialidad comprar los discursos, la toma de la cámara donde mejor se los vea, la pregunta cómplice del periodista, la crónica favorable del redactor, la actividad o el mitin en el barrio, la militancia del militante, los aplausos de seguidores pagos y que todo lo invertido le vuelva en esas jugosas dietas que lo ponen en un sitial diferente al resto, ese instante de poder en donde solo decide a quién le da siempre lo mismo, que es dinero en todas sus formas y manifestaciones.
No es necesario definir política, como el ejercicio del poder destinado a la transformación, pero los carentes de espíritu no tienen con qué hacerlo, son simples marionetas de un sistema, símiles a los agentes Smith de la trilogía del cine Matrix, copian y pegan, discursos, ideas prestadas o compradas, para repartir bienes entre personas que varían cada tanto, esa es toda la libertad que tienen y por ende que pueden ofrecer.
Se les nota, y demasiado, en sus afiches, en lo que dicen sin creer, en lo que prometen sin entender, y en lo que claman, sin verdaderamente querer, les deberíamos dar, casi como una limosna, ese supuesto poder que ellos creen tal, que en verdad son migajas materiales a repartir, dan pena , pero se los necesita como contraejemplos, como muestra de lo nocivo, del camino que no debemos seguir, por más que circunstancialmente y mediante los engaños que plantea la mercadotecnia cosechen pingues adhesiones a precio vil. Qué pena que la política aún se componga mayoritariamente de estos personajes, ilusionistas, traficantes de ilusiones, tratantes de ideologías, adalides del “cualquiercosismo” anárquico y corruptor, que sepulta personas potencialmente tan interesantes, tan dignas y útiles para la sociedad.
La política no puede ser banalizada como una oportunidad de negocios, como el agosto de un feriante, y en nombre de lo urgente, no podemos olvidar lo importante. La política, merece que la pongamos en el lugar que alguna vez tuvo o quizá mejor, tiene que estar por encima de las pillerías de acróbatas de la viveza, corremos el riesgo de dañar nuestro sistema democrático y representativo por no hacer el esfuerzo republicano de poner las cosas en su lugar, la política no tiene que estar al servicio de aves de rapiña del oportunismo, no tiene que ser en nombre de ella, que se disponga de una ulterioridad de cumplir con un plazo establecido o el respeto a rajatabla de lo que se sabe es un simple sello de goma. La política nos atraviesa por intermedio de ideas, de doctrinas, de proyectos, del ejercicio del poder, y de hombres y espacios en donde se comprenda esto mismo como la combinación perfecta entre ciencia y arte, el resto no debe quedar como anécdota de color o elemento para cambiarlo alguna vez, tenemos que ir por ello, de lo contrario estaremos cayendo en el autoritarismo de las formas que no replican o no muestran la realidad tal como es, y para vivir con miedo, condicionados o con temor a, es preferible usar la herramienta de transformación, que es la política, para cambiar, desde la política, para intentar hacer el bien o mejorar, por más incluso que no lo consigamos. Ese autoritarismo de las formas, es toda una definición en sí misma, dado que al no ser planteadas las objeciones de fondo, la letra muerta en sustancia, pero imperativa en lo normativo, se transforma en un elemento totémico, sacro, de lo democrático y lo representativo, que culmina con el número final de quién gano una elección, o un espacio de representación, y como hemos circunscripto nuestra propuesta específica en tal instancia, describiremos lo creemos que ocurre, que luego es referenciado, metafórica y míticamente, como el espacio simbólico de lo democrático-representativo en un gran número de comunidades contemporáneas y occidentales.
Se nos dice que la democracia, en el período electoral, es la manifestación por antonomasia de la libertad política, dado que cada cierto tiempo podemos elegir a quiénes nos gobiernen. Esta definición casi academicista, es una mera expresión de deseo, un anhelo romanticón ante las batallas que se libran por convencer, seducir o mejor dicho, cooptar o condicionar a los electores para que tomen o escojan una decisión. Por más que estemos en contra, lo denunciemos, combatamos o relinchemos, lo cierto es que ante una elección los guarismos cantarán que “aparato” (en el sentido más bestial y alienante del término) ha funcionado mejor y con ello, ungiremos en la impostura que nos exige esta democracia en papeles, a nuestros representantes que atesoraran la voluntad popular cosechada bajo supuestas reglas democráticas “Avant la lettre”. Las elecciones tampoco se ganan, mediante el ejercicio repetitivo de aparecer en diferentes medios, previamente pagos o que son parte de las estructuras político-económica-sociales de los mismos (incluso usan idénticos sloganes para vender candidaturas y empresas de comunicación…) de aprenderse y recitar como loros el discurso de ocasión, comprado en la consultora de turno, o de exponerse en afiches gráficos o de redes sociales. Tampoco se ganan las elecciones en los cada vez menos utilizados actos multitudinarios o de cabinas telefónicas (previo pago al contado o en especie a organizadores y asistentes), menos en la nueva versión “gimnasta” de la política de los tiempos que corren, que nuestros prohombres dan en llamar “caminatas”, en donde un par de militantes, adherentes o simpatizantes, tienen la triste tarea de levantar banderas de los partidos o sellos de ocasión, menos aún, alardeando o proponiendo proyectos, ideas o consideraciones públicas hacia lo que harán con el poder, básicamente porque saben, contundentemente que así no se ganan elecciones o la estima pública el día o la jornada electoral. Las elecciones se ganan, en esos oscuros recintos en penumbras en donde se distribuye el contante y sonante, enajenado del erario público u obtenido del privado a quién se favorece o favorecerá, en donde se aceita la maquinaria que saldrá a la búsqueda del voto a voto, a cambio de lo que sea, en su versión efectivo, bolsita, material, expectativa, ilusión, apriete o desánimo.
En esos lugares, generalmente llamado “cocina (los narcotraficantes también utilizan la misma palabra para llamar al lugar donde hacen o fabrican las drogas)” se precisa de un ábaco, una calculadora o un programa de pc, en donde se ponen los datos de cuanto se dará a quién en que momento, y luego de ello la ejecución de la planilla en los tiempos del comicio. Quién mejor distribuya tanto la materialidad como la expectativa y a su vez, el equipo que mejor coordine la implementación de lo planificado se quedará o llegará al poder, por más que suene una herida narcisista a quiénes tenemos la posibilidad de leer y pensar, y por tanto comprender que en estas instancias somos coto de caza de quiénes tienen el poder y tal como la virtud satánica de hacerle creer a la humanidad que el mal no existe, nos dicen que depende de nosotros, que la elección es la fiesta de la democracia y todo lo que endulza a nuestros oídos prestos a estos sonidos libertarios. Esto que puede sonar horrorífico, espeluznante y todos los giros poéticos que se encuadren en la descripción que haga referencia a un sistema perverso, que se jacta de ser democrático, sostenido en su lógica representativa, legitimada por el voto popular, puede aún ser más restrictiva en las libertades individuales, a expensas de ese autoritarismo de las formas, que debe avanzar incluso en la prohibición, expresa y aviesa, del deseo de ser parte de lo que ya a esa altura se constituye en una casta política, de quiénes están afuera del selecto grupo y pretendan, cayendo en esa trampa de la apertura y la amplitud democrática de, introducirse en tal cuerpo de elite que ha tomado por asalto, el dominio de la cosa pública, sacralizada por la entente-legalidad-legitimidad-representatividad, afianzada por una milenaria historia que nada tiene que ver (o mejor dicho que devino, o se deconstruyó) en lo que ocurre con lo democrático en la actualidad.
Los sistemas políticos dan cabales muestras de que son autoritarios o poco democráticos, cuando penalizan, acotan y aplastan el deseo político, habiendo pasado por triturar la responsabilidad de garantizar la participación igualando las posibilidades de competir electoralmente, los popes dirigenciales, que manejan a sus anchas kilómetros extensos de latifundios categorizados como democráticos, también son dueños de algo que pensábamos íntimo, privado y propios, nuestros deseos, anhelos y expectativas, políticas y sociales. Tal como funcionó como uno de los emblemas del feudalismo, el derecho de pernada (presunta normativa que otorgaba a los señores feudales la potestad de mantener relaciones sexuales con cualquier doncella, sierva de su feudo, que se casara con uno de sus siervos) tiene su calcada expresión en lo que la actualidad podríamos llamar, el uso de “Censura al deseo político” .Cuando hablamos del deseo, estamos adentrándonos en uno de los aspectos fundantes de la condición de sujeto, el deseo podría definirse como el combustible mediante el cual el hombre encuentra sentido, sea a corto, mediano o largo plazo, a sus acciones en un mundo que no le da explicaciones del porque ni el para qué ha venido, ni tampoco del porqué, o del cuándo se irá. Este elemento indispensable para el cuerpo y el alma del hombre, no es, como podríamos suponer a priori, de acceso libre e individual al mismo, es decir, si bien es una “sustanciación” en la que necesariamente interviene a solicitud o requerimiento de una individualidad, se conforma ese acceso mediante la interacción con lo social, en donde más temprano que tarde, esa interdependencia útil entre individuo y sociedad puede trocarse en condicionamiento expreso sobre la libertad de acción y de elección individual por sistemas o culturas opresivas o cerradas.
Para galvanizar lo trascendental que significa el deseo, vamos en busca de un pasaje de un cuento de Borges, en donde el autor refiere, desde una visión muy particular y verosímil, acerca del mismo;
El dictamen quién mira una mujer para codiciarla, ya adultero con ella en su corazón, es un consejo inequívoco de pureza. Sin embargo, son muchos los sectarios que enseñan que si no hay bajo los cielos un hombre que no haya mirado a una mujer para codiciarla, todos hemos adulterado. Ya que el deseo no es menos culpable que el acto, los justos pueden entregarse sin riesgo al ejercicio de la más desaforada lujuria (Borges L, 1995: 85).
Esta definición Borgeana de “El deseo no es menos culpable que el acto”, es lo que entienden a la perfección los popes dirigenciales y por ello, censuran, persiguen, maniatan y prohíben, como decíamos no sólo ya la posibilidad de que se participe en igualdad de condiciones en el ejercicio de la política, sino que van por lo fundante del ser, por el deseo, al que consideran, como refiere Borges, no menos culpable que el acto. Esa prohibición del deseo, la hacen explícita y manifiesta, cuando cooptan el establishment mismo y les ordenan a sus prestatarios o sus operarios que deben obturar, ocluir, obstaculizar, al que no ha pedido permiso de actuar con el consentimiento de los que se creen dueños de lo público, por estar desde tiempos inmemoriales, sin ser cuestionados ni en sus ulterioridades ni formas; cuando producto de la voracidad omnímoda con la que se comportan, cierran todos los caminos posibles a los que pueden iniciar un sendero fuera de su ejido, sobre todo, la prohibición se hace indisimulable cuando, cada tanto se encuentran con quiénes pretendiendo hacer uso de un derecho inalienable de ejercer su libertad política, fuera de este anclaje encarcelador, le dicen de frente que tienen aspiraciones políticas, entonces, sin decirles nada, a espaldas, de sotamanga, hacen de todo, por enlodarlo, ensuciarlo, matarlo civilmente, pues ellos como regentes del sistema no pueden tolerar que sin la autorización de los mismos se puedan tener siquiera pretensiones de un régimen que sólo sí en el nomenclador se presenta y dispone como democrático.
La propuesta, el remedio, el antídoto o como se lo quiera llamar, puede tener un correlato, en sentido inverso, con una suerte de “voto calificado” que en la modernidad, no se ha dado, en forma fehaciente en democracia conocida. Cierto dato histórico refiere que en el siglo XIX en Bolivia, el derecho al voto lo ejercían quiénes, entre otras condiciones tuvieran renta, ingreso o propiedades, nada muy diferente de lo que ocurría en casi todas las latitudes del mundo conocido, hasta antes de la irrupción (Siglo XX) del voto universal (en ciertas países, se lo denominada de tal manera, pese a que no se consideraba el voto a la mujer, lo que se corregiría décadas después, como por ejemplo en Argentina). Por supuesto que correlato, no significa ni similitud, ni empatía, pues de hecho, referimos nuestro más profundo rechazo manifiesto a categorizar a los ciudadanos, calificándolos de acuerdo a grados de estudios obtenidos, ingresos o cualquier predicado que se le asignen como sujetos, simplemente lo mencionados como algo que guarda alguna similitud con lo que proponemos.
En verdad la única similitud, es la de dividir el padrón electoral en los ciudadanos cuyo voto emitido, signifique para los guarismo o el resultado final, en un caso el número clásico de uno (1) y en otro, el innovador de cinco (5). Recalcamos que esta diferenciación, no es una segmentación que disponga ninguna situación diferente calidad, condición o grado de ciudadanía, responde a los únicos efectos de la jornada electoral, no otorga derechos, ni menos aún cercena o diferencia.
El aspecto conceptual que defendemos para sostener argumentalmente la propuesta, es que para aquellos que el sufragio, el voto o la emisión del mismo, en la cuenta final de la jornada electoral vale cinco (5) se debe no a lo que hicieron o dejaron de hacer individualmente, sino lo que el estado, ha dejado de hacer por ellos, que podría sintetizarse en reducirlos a la pobreza o la marginalidad. De allí que el término sea “Compensatorio”, es decir, todos los días y años en que el estado no estuvo para estos ciudadanos, estará el día de la elección, mediante la fuerza que le debe devolver para que el voto de estos, se diferencie de quiénes sí han tenido al estado en sus vidas o días más allá de una elección.
Este empoderamiento, o devolución, significará la posibilidad de que estos puedan defenderse en su dignidad, cuando sus representantes o candidatos a representarlos vayan a intentar seducirlos mediante la dádiva, la prebenda o el intento de compra directa de sus votos, haciendo uso y abuso de la situación de marginalidad a la que están sumidos, por ese mismo estado que nos lo defiende y que tiene como representantes a esos que van en busca de explotarlos en su dignidad, pidiéndoles que los voten trocándoles la decisión por algo puntual.
Esto generará que la legitimidad de la representación, se ajuste a derecho, pues aquellos que no tienen o cuentan con el estado que les debe garantizar al menos no estar en la situación de pobreza en la que se encuentran, siendo presa fácil de los extorsionadores del voto, como de la delincuencia (como salida económica o como mecanismo de defensa ante un sistema que los discrimina y repele), y de todo tipo de enfermedades que les produce el esquizoide mensaje de que son parte, pero no tienen lugar, ni oportunidad de sentirlo o vivenciarlo, readecuando a la democracia representativa en su instancia más crucial, simbólica y paradigmática, como lo es el momento de la votación o la elección.
Hacer visible, en la contundente forma, de que todos aquellos a los que nuestro sistema tiene afuera, valen como voto el número de cinco (5), nos impelerá a trabajar seriamente en generar una democracia verdaderamente inclusiva, más allá de los detalles de lo ideológico, lo partidario o lo cultural de cada pueblo que se precie de habitar y de convivir bajo un régimen en donde la representatividad, no tenga vicios de origen, o apañe situaciones históricas de desigualdad, injusticia y marginalidad, para sostener la perversa mentira de que todos en la misma proporción tenemos la misma contemplación del estado, del que sí, en este caso, sin excepción todos hemos cedido en nuestra libertada política para su conformación.
Finalmente, tal como la filosofía, a nuestro entender, se inicia desde lo poético, que se traduce en lo metafórico, en la construcción mediante palabras concatenadas que apuntan hacia un significado o sentido, creemos que durante siglos, se nos ha azuzado con la imagen monstruosa y diabólica del Leviatán, como reaseguro del horror que podría significar el pensar por fuera del contrato social tal como se estableció en aquel entonces, y desde nuestra tesitura, consideramos imprescindible, el cambiar esa imagen, rediseñarla, o mutarla, a la figura del colibrí, que en su incesante aletear nos da muestras de la libertad del hombre, de la posibilidad de habitar la incertidumbre del afuera, de los posibles y necesarios conflictos, sin que ello implique que nos tengamos que enfrentar a la terrible imagen de un ser castigador, sancionador y horadador de las libertades públicas del sujeto, por el simple hecho de existir y de demostrar, con su existencia, la posibilidad de una vida en comunidad, en donde podamos libar, nutrirnos de las bellas flores de néctar que abundan en nuestra madre naturaleza. Y en caso de situaciones complejas que se nos presenten, poder aletear y continuar vuelo, antes que petrificarnos y morir hesitados por el temor de un monstruo que nos sentencia a no vivir, ni pensar mucho menos, en la posibilidad de que algo mejor podamos encontrar en la próxima flor.
Referencias Bibliográficas
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