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Carta.
56 págs. / 1 hora, 38 minutos / 423 KB.
24 de mayo de 2016.
"Ahora bien, con asombrosa frecuencia tenías razón de hecho contra mí. En la conversación, esto se sobreentendía, pues casi nunca se hacía posible el diálogo entre nosotros, pero también la tenías en la realidad. No obstante, esto tampoco era muy incomprensible: todos mis pensamientos se hallaban bajo tu poderosa presión, incluso también aquellos que no coincidían con los tuyos, y especialmente éstos. Todos mis pensamientos en apariencia independientes de ti, llevaban desde el principio el peso de tu veredicto adverso; soportar esto hasta su desarrollo, completo y permanente, era casi imposible. No me refiero aquí a ninguna clase de pensamientos elevados, sino a cualquier asunto pequeño de la infancia. Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa: "Yo ví cosas mejores", o "me conmueves con tus preocupaciones", o "no tengo una cabeza tan descansada", "trata de comprar algo con eso" o "qué acontecimiento". Naturalmente, no era posible exigirte que demostraras entusiasmo por cada pequeñez infantil, ya que vivías sumido en preocupaciones y problemas. Pero no se trataba de eso. Se trataba más bien de que siempre y de hecho ocasionabas desilusiones al niño con tu espíritu de contradicción, y que este espíritu de contradicción se reforzaba incesantemente con la acumulación de material, de modo que finalmente obrabas por costumbre aun cuando alguna vez coincidieras conmigo; por último, tales decepciones del niño no eran decepciones de la vida común, sino que, como estaba de por medio tu persona, medida y patrón para todo, daban en lo más profundo. El valor, la decisión, la seguridad, la alegría a causa de esto o aquello, no subsistían hasta el fin si tú te oponías o si solamente era posible presumir esa oposición, y era posible presumirla sin lugar a dudas frente a casi todo lo que yo hiciese.
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