Cantar de los Cantares

de Salomón

Fray Luis de León


Religión, poesía



Prólogo

Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro tenemos clara experiencia. Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo puede conocer en sí por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe: el ser, la vida, el gobierno della y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea propio el amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se ordenan a solo este fin, que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus grandes bienes a las criaturas, haciendo que su semejanza de Él resplandezca en todas, y midiéndose a sí a la medida de cada una de ellas para ser gozado de ellas: que, como dijimos, es obra propia y natural del amor.

Señaladamente se descubre este beneficio y amor de Dios en el hombre, al cual crio al principio a su imagen y semejanza, como otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura y usanza suya, volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por trato y conversación, como se ve claramente por todo el discurso y proceso de las Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado que pone el Espíritu Santo, a fin de que no nos extrañemos de Él que nos ama infinitamente, en conformarse con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje e imitando en sí toda la variedad de nuestro ingenio y condiciones: hace del alegre y del triste, muéstrase airado, y muéstrase arrepentido, amenaza a veces y a veces se vence por mil blanduras; no hay afición ni cualidad tan propia a nosotros y tan extraña a él en que no se transforme; y todo esto a fin de que no nos extrañemos de Él y que, o por agradecimiento, o por afición o por vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste toda nuestra felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están llenas las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas, los versos y canciones del salmista, y así mismo los consejos de la Sabiduría; y finalmente toda la vida y doctrina de Jesucristo, luz y verdad y todo el bien y esperanza nuestra.

Pues entre las otras obras y tratados divinos, uno es la Canción suavísima que Salomón, profeta y rey, compuso, en la cual, debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos: ruega y llora, y pide celos; vase como desesperado, y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que el ausencia y el temor en ellos causan, juntamente en los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó. A cuya causa la lección deste libro es dificultosa a todos y peligrosa a los mancebos, y a los que aún no están muy adelantados y muy firmes en la virtud; porque en ninguna escritura se exprimió la pasión del amor con más fuerza y sentido que en ésta; y así, acerca de los hebreos no tienen licencia para leer este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años. Del peligro no hay que tratar: la virtud y valor de Vuestra Merced nos hace bien seguros; la dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto alcanzaren mis fuerzas, que son bien pequeñas.

Cosa sabida y confesada por todos es que en estos Cantares, como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricas del mismo espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio. Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes dificultades, como luego veremos.

Porque se ha de entender que este libro en su primera origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente, y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el principio; que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión con su fuerza y con increíble presteza le arrebata la lengua y corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan el que viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes.

Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos; y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica agora; de do nace parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que agora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso tanto nos ofende y desagrada, era todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre aquella gente. Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de rey, y que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por el trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortésmente que otro ninguno.

Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después de él su declaración.

Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que hay, que son muchas, y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correa el hilo del decir, pudiéndola hacer fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras. Lo cual yo no hice por lo que he dicho, y porque entiendo ser diferente el oficio del que traslada, mayormente escrituras de tanto peso, del que las explica y declara. El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitallas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un capítulo en la declaración que se sigue. Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella quedara oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas de esta manera [ ].

Vuestra Merced recibirá en todo esto mi voluntad, que lo demás a mí no me satisface mucho, ni curo que satisfaga a otros; bástame haber cumplido con lo que se me mandó, que es lo que en todas las cosas más pretendo y deseo.

Cantar de cantares

Propiedad es de la lengua hebrea doblar así una misma palabra, cuando quiere encarecer alguna cosa o en bien o en mal. Así que decir Cantar de Cantares es lo mismo que solemos decir en castellano cantar entre cantares, es hombre entre hombres, esto es, señalado y eminente entre todos, y más excelente que otros muchos. Entendemos de esto, que mostró la riqueza de su amor y regalos el Espíritu Santo más en este Cantar que en otro alguno.

Pues dice así:

Capítulo primero

1. (ESPOSA:) Béseme de besos de su boca; que buenos [son] tus amores más que el vino.

2. Al olor de tus ungüentos buenos, [que es] ungüento derramado tu nombre; por eso las doncellas te amaron.

3. Llévame en pos de ti, correremos. Metiome el rey en sus retretes: regocijarnos hemos y alegrarnos hemos en ti, acordarnos hemos; membrársenos han tus amores más que el vino. Las dulzuras te aman.

4. Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.

5. No me miréis que soy algo morena, que mirome el sol; los hijos de mi madre porfiaron y forcejaron contra mí; pusiéronme [por] guarda de viñas. La mi viña no guardé.

6. ¡Enséñame, Amado de mi alma, dónde apacientas!, dónde sesteas al mediodía; porque seré yo como descarriada entre los ganados de tus compañeros.

7. (ESPOSO:) Si no te lo sabes, ¡oh hermosa entre las mujeres!, salte [y sigue] por las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.

8. A la yegua mía en el carro de Faraón te comparo, amiga mía.

9. Lindas [están] tus mejillas en las perlas, tu cuello en los collares.

10. Cercillos de oro te haremos esmaltados de plata.

11. (ESPOSA:) Cuando estaba el rey en su reposo, mi nardo dio su olor.

12. Manojuelo de mirra el mi amado a mí; morará entre mis pechos.

13. Racimo de Cofer mi amado a mí, de las viñas de Engedon.

14. (ESPOSO:) ¡Ay, cuán hermosa, amiga mía, cuán hermosa! Tus ojos de paloma.

15. (ESPOSA:) ¡Ay, cuán hermoso, amado mío y [también] dulce! Nuestro lecho florido.

16. Las vigas de nuestra casa de cedro, el techo de ciprés.

Declaración

1. Béseme de besos de su boca.

Ya dije que todo este libro es una égloga pastoril, en que dos enamorados, Esposo y Esposa, a manera de pastores se hablan y se responden a veces. Pues entenderemos que en este primer capítulo comienza a hablar la Esposa, que habemos de fingir que tenía a su amado ausente, y estaba de ello tan penada, que la congoja y deseo la traía muchas veces a desfallecer y desmayarse. Como parece claro por aquello que después, en el proceso de su razonamiento, dice, cuando ruega a sus compañeras que avisen al Esposo, de la enfermedad y desmayo en que está por sus amores, y por el ardiente deseo que de velle tiene. Que es efecto naturalísimo del amor, y nace de lo que se suele decir comúnmente, que el ánima del amante vive más en aquel a quien ama que en sí mismo. Por donde, cuanto el amado más se aparta y ausenta, ella, que vive en él por continuo pensamiento y afición, y le va siguiendo, tanto menos comunica con su cuerpo, y, olvidándose de él, le deja desfallecer y desampara y forceja por desatársele totalmente si le fuese posible; y no puede tan poco que, ya que no rompa las ataduras, no las enflaquezca sensiblemente; de lo cual dan muestra la amarillez del rostro, y la flaqueza del cuerpo, y desmayos del corazón, que proceden de este enajenamiento del alma. Que es también todo el fundamento de aquellas quejas de que siempre usan los aficionados, y los poetas las encarecen y suben hasta el cielo, cuando llaman a lo que aman «alma suya», y publican haberles sido robado el corazón, tiranizada su libertad, puestas a saco-mano sus entrañas. Que no es encarecimiento o manera de bien decir, sino verdad que pasa así, por la manera que tengo dicha; y así la propia medicina de esta afición, y lo que más en ella se pretende y desea es cobrar cada uno que ama su alma, que siente serle robada; la cual, porque parece tener su asiento en el aliento que se coge por la boca, de aquí es el desear tanto y deleitarse los que se aman en juntar las bocas y mezclar los alientos, como guiados por esta imaginación y deseo de restituirse en lo que les falta de su corazón, o acabar de entregarlo del todo.

Queda entendido de esto con cuánta razón la Esposa, para reparo de su alma y corazón, que le faltaba por la ausencia de su Esposo, pide para remedio sus besos, diciendo: Béseme de besos de su boca. Que es decir, «vivido he hasta agora y sustentádome con vanas esperanzas; visto he muchas promesas de su venida, y muchos mensajes recibido; mas ya el ánimo desfallece y el deseo vence; sola su presencia y el regalo de sus dulces besos es lo que me puede guarecer. Mi alma está con él y yo estoy sin ella hasta que la cobre de su graciosa boca, donde está recogida». Y no hay que pedille vergüenza en este caso, que el mirar en estos achaques es de flaqueza de aflicción: que el amor grande y verdadero rompe con todo y muéstrase tan razonable y conforme al entendimiento del que ama, que no le da lugar para imaginar que a nadie le pueda parecer otra cosa.

Dice, pues: Béseme de besos de su boca; que, atenta la propiedad de su original, se diría bien en castellano: Béseme con cualesque besos; en que da a entender lo mucho que desea la presencia de su Esposo y lo mucho en que la precia, pues para la salud de su desmayo, que es tan grande, no pide besos sin cuenta, sino cualesque besos.

Que buenos son tus amores más que el vino. Viene esto bien a propósito de su desmayo, cuyo remedio suele ser el vino. Como si imaginásemos que sus compañeras se lo ofrecían, y ella lo desecha y responde: «El verdadero y mejor vino para mi remedio, sería ver a mi Esposo». Así que, conforme a lo que se trata, la comparación hecha del vino al amor es buena; demás de que en cualquier otro caso es gentil y propia comparación, por los muchos efectos en que el uno y el otro se conforman. Natural es al vino, como se dice en los Salmos y en los Proverbios, el alegrar el corazón, el desterrar de él todo cuidado penoso, y el henchille de ricas y grandes esperanzas; hace osados, seguros, lozanos, descuidados de mirar en muchos puntos y respetos a aquellos a quien manda; que todas ellas son también propiedades del amor, como se ve por la experiencia de cada día, y se podría probar con muchos ejemplos y dichos de hombres sabios, si para ello nos diera lugar la brevedad que tenemos prometida.

Dice más adelante:

2. Al olor de tus ungüentos buenos.

Conviene a saber, volveré en mí y sanaré, que está falta o queda corta esta sentencia, como dicha de persona apasionada, enferma y que le falta el aliento.

Ungüentos buenos llama lo que en nuestra lengua decimos «aguas de olor o confecciones olorosas», que todo viene bien en el desmayo que hemos dicho, para cuyo remedio se suele usar de cosas semejantes. Así que todo es demostración y encarecimiento de lo mucho que ama y puede con ella su Esposo, porque es como si dijese: «Si yo viese a quien amo, con la fragancia de sus olores tornaría en mí». Declara cuán grande sea ésta, y por eso añade:

Que es ungüento derramado tu nombre. Derramado quiere decir, según la propiedad de la palabra hebrea a quien responde, «repartido en vasos» o «mudado de unas bujetas en otras», porque entonces se esparce más su buen olor. Tu nombre no quiere decir tu fama, como algunos entienden y como se suele entender en otros lugares, porque eso viene fuera de lo que se trata; quiere decir el nombre con que es llamado cada uno. Así que dice: «llámaste "olor esparcido"», que es decir, «es tal y trasciende tanto tu buen olor que podemos justamente llamarte, no oloroso, sino el mismo olor esparcido». Que es manera usada en la Sagrada Escritura y en otras lenguas, en la cosa de que uno es loado o vituperado ponelle nombre de ella, para mostrar que la posee en sumo grado, y no así como quiera, como parece claro acerca de San Mateo, adonde Cristo a Simón, el principal apóstol, para demostración de su firmeza y constancia le puso por nombre Cefas, que quiere decir «piedra».

Mas porque no parezca que la afición engaña a la Esposa y que no es ella sola a quien parece esto, añade luego:

Por tanto las doncellicas te aman, las cuales propiamente se pierden por todo lo que es hermoso, oloroso y gentil.

3. Llévame en pos de ti; correremos.

Puédese entender esto como cosa que está junta con la razón ya dicha, de arte que de todo ello resulte esta sentencia de la Esposa al Esposo: «Ven, y llévame en pos de ti con el olor de tus olores, que es tan grande que aficiona a todos, que seguirte he corriendo». O decir que es razón por sí distinta de todo lo arriba dicho; en la cual explica con nuevo encarecimiento el deseo que tiene de verse con su Esposo; pues estando enferma y sin fuerzas, dice que le seguirá corriendo si la quisiese llevar consigo.

Metiome el rey en sus retretes. ¡Cuán natural es esto del amor, imaginar que pasa ya lo que se desea, y tratar como de cosa hecha de lo que pide la afición! Porque dijo que si el Esposo la llamase, así se iría corriendo en pos de él, ya imagina que la lleva y la mete en su casa, donde le hace grandes regalos. Y así dice metiome, que según el uso de la lengua hebrea, aunque muestra tiempo pasado, se pone por lo que está por venir, para mostrar la certidumbre y firme esperanza que se tiene de que será. Así que meterme ha el rey. Olvidose de la persona de pastora en que hablaba, y así llámale por su nombre, que siempre el amor trae consigo estos descuidos; o por ventura, es propiedad de aquella lengua, como lo es de la nuestra, todo lo que se ama con extremado y tierno amor llamarlo así: mi Rey, mi Bien, y semejantemente.

En sus retretes, esto es, en todos sus secretos, dándome parte de todas sus cosas, que es prenda certísima del amor. Declárase esto en lo que se sigue:

Regocijarnos hemos, alegrarnos hemos en ti. En ti, esto es, juntamente contigo.

Membrársenos han tus amores, más que el vino: las dulzuras te aman. Muestra por el efecto el exceso de los regalos y placeres que ha de recibir en el retrete de su Esposo, porque dice le quedarán impresas en la memoria más que ningún otro placer ni contento. En este lugar hay diferencia entre los que escriben, así en la traslación como en la declaración de él. Y nace todo el pleito de la palabra hebrea semanéja, que yo trasladé dulzuras, lo cual propiamente suena derechezas; y aunque suena así, dicen algunos hombres doctos en aquella lengua, que cuando está junta con esta palabra yáin que significa «el vino», le da título de bueno y preciado, como si dijésemos tal que justamente y con derecho se bebe. Y tienen algunos lugares de la Escritura que ayudan a este parecer, y de aquí son diferentes los pareceres. San Jerónimo sigue el sonido de la voz, y así traslada: las derechezas o los derechos, esto es, los justos y buenos, te aman. Siguiendo esta letra quiere decir: «acordareme de tus amores, esto es, el que tú me tienes y yo te tengo, de tu trato y conversación blanda, regalada, amorosa, más que de ningún otro placer o alegría»; que todas ellas se entienden por el vino, por el alegría y placer grande que pone en los corazones de los que usan de él. Y da luego la razón que tiene de preciar en tanto los amores de su Esposo y de acordarse de ellos diciendo: «Las dulzuras o derechezas te aman, que es decir, todo lo que es bueno, dulce y apacible te cerca y te abraza; estás cercado de dulzuras y eres acabado y perfecto en todas tus cosas». La traslación de otros dice así: membrársenos han tus amores más que al vino. Más que al [vino] preciado te aman [las doncellicas]. De arte que, según esto, en diciendo membrarsenos han tus amores, se hace punto, y lo que se sigue todo es mostrar la Esposa que no es ella sola de este parecer, en querer y preciar tanto a su Esposo, pues que aficiona a todas las doncellas generalmente.

Puédese a mi juicio leer aún de otra manera, y no menos acertada, que es ésta: Membrarémonos, y poner luego punto, como se ve en su lengua original; y seguir luego: Tus amores, mejores que el vino dulce o preciado, te aman; esto es, te hacen amable; y la causa es porque son más dulces y deleitosos que la misma dulzura y deleite que, como he dicho, se declara en el vino. Y según esta manera, en la primera palabra, membrarémonos, o acordarémonos, que, al parecer, queda así desacompañada, se encierra un accidente muy dulce y muy natural en los que bien se quieren, cuando acontece verse después de alguna larga ausencia; que se cuentan el uno al otro con todo el mayor encarecimiento que saben la pena y dolor en que por esta causa han vivido. Así que la Esposa, como había dicho que se vería en el secreto de su Esposo, se alegraría y regocijaría juntamente con él, añade convenientemente lo que por orden natural de afición se sigue después del regocijo de la primera vista: Acordarnos hemos, esto es, contaremos tú a mí y yo a ti lo mucho que en esta ausencia habemos padecido; traeremos a la memoria nuestras ansias, nuestros deseos, nuestros recelos y temores.

Pues quede de aquí que esta razón, por cualquier manera que se entienda, va llena de ingenio y de gentileza y de una afición blandísima.

4. Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.

Bien se entiende del salmo 44, adonde a la letra se celebran las bodas de Salomón con la hija del rey Faraón, que es, como he dicho, la que habla aquí en persona de pastora, y en figura de la Iglesia, que era no tan hermosa en el parecer de fuera, cuanto en lo que encubría de dentro: porque allí se dice: «La hermosura de la hija del rey está en lo escondido». Pues responde agora a lo que le pudieran oponer los que la veían tan confiada del amor que le tenía su Esposo, siendo al parecer morena y no tan hermosa; que siempre en esto tiene gran recato el amor. Dice, pues: «Yo confieso que soy morena, pero en todo el resto soy hermosa y bella y digna de ser amada, porque debajo de este mi color moreno está gran belleza escondida». Lo cual cómo sea, decláralo luego por dos comparaciones:

Soy, dice, como las tiendas de Cedar, y como los tendejones de Salomón. Cedar llama a los alárabes, porque descienden de Cedar, el hijo segundo de Ismael. Que es gente movediza que no vive en ciudades, sino en el campo, mudándose en cada un año donde mejor les parece; y por eso vive siempre en tiendas hechas de cuero o de lienzo, que se pueden mudar ligeramente. Así que es la Esposa en hermosura muy otra de lo que parece, como las tiendas de los alárabes, que por defuera las tiene negras el aire y el sol a que están puestas, mas dentro de sí encierran todas las alhajas y joyas de sus dueños, que son muchas y ricas. Y como los tendejones de que suele usar en la guerra Salomón; que lo de fuera es de cuero para defensa de las aguas, mas lo de dentro es de oro y seda y hermosas bordaduras, como suelen ser los de los otros reyes.

Esto es cuanto a la letra; que según el sentido que principalmente pretende el Espíritu Santo, clara está la razón, porque la Iglesia, esto es, la compañía de los justos, y cualquiera de ellos tiene el parecer de fuera moreno y feo, por el poco caso y poca cuenta, o por mejor decir, por el grande mal tratamiento que el mundo les hace; que, al parecer, no hay cosa más desamparada, ni más pobre y abatida, que son los que tratan de bondad y virtud, como a la verdad estén queridos y favorecidos de Dios y llenos en el alma de incomparable belleza.

5. No me desdeñéis si soy morena, que mirome el sol.

Responde esto bien al natural de las mujeres, que no saben poner a paciencia todo lo que les toca en esto de la hermosura. Que según parece, bien pagada quedaba esta pequeña falta de color con las demás gracias que de sí dice la Esposa, aunque en ello no hablara más; pero como le escuece, añade diciendo y muestra que esa falta no le es así natural que no tenga remedio, sino venida acaso, por haber andado al sol, y aun eso no por culpa suya, sino forzada contra su voluntad por la porfía de sus hermanos. Y así dice:

Los hijos de mi madre porfiaron [encendidos] contra mí; pusiéronme por guarda de viñas; la mi viña no guardé. Donde dice mi viña, en el hebreo tiene doblada la fuerza, que dice [mía, remía], dando a entender cuán suya propia es, y cuanto cuidado debe tener de ella, como si dijera: «la mi querida viña o la viña de mi alma», que por tal es en la estima de las mujeres todo lo que toca a su buen parecer y gentileza. Dice que no guardó su viña porque se olvidó de sí, y de lo que tocaba a su rostro, por entender en guardar las viñas ajenas en que sus hermanos la habían ocupado por fuerza. Y no se ha de entender que esto pasó así por la hija de Faraón que habla aquí, que siendo hija de rey no es cosa verosímil ni de creer, sino presupuesta la persona que representa y a quien imita hablando, que es de pastora, la más propia y más gentil disculpa y color que podía dar a su mal color, decir que había andado en el campo al sol, forzada de sus hermanos, que, como pastores, eran gente tosca y de mal aviso.

En el sentido del espíritu es grande verdad decir que sus hermanos le hicieron esta fuerza, porque ningún género de gente es más contrario y perseguidor de la verdadera virtud que los que la profesan en solos los títulos y apariencias de fuera; y los que nos son en mayor deuda y obligación, esos las más veces experimentamos por mayores y más capitales enemigos.

6. Enséñame, ¡oh Amado de mi alma!, dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía.

Disculpada su color, torna a hablar con su Esposo, y no pudiendo sufrir más dilación, desea saber dónde está con su ganado, porque se determina de buscarle, que el verdadero amor no mira en puntillos de crianza, ni en pundonores, ni espera a ser convidado primero, antes él se convida y él se ofrece. Y aunque había llamado la Esposa al Esposo para su remedio, y no le responde, no por eso se entibia o le desdeña y hace caso de honra, antes crece de nuevo más, y pues él no viene, ella determina de ir en su busca. Y puédese entender esto en dos maneras: o que sea un mostrar al Esposo lo mucho que quisiera saber de él para seguirle, y excusarse que, si no lo hace, es por no andar vagueando perdida de monte en monte, como si dijese: «¡Ojalá yo supiera, amor mío, o tú me lo hubieras dicho, dónde estás con tu ganado, que fuera luego allá!; mas, si no lo hago, es por no andar de cabaña en cabaña preguntando por ti a los pastores». O entendamos, y esto es lo más natural, que pide al Esposo le haga saber, o por sí o por otro alguno, dónde ha de sestear al mediodía, que luego se ira allá.

Y no estorba a esto que, estando el Esposo, como presuponemos que está, ausente, ni podía oír sus ruegos de la Esposa, ni satisfacer a su voluntad; porque en el verdadero y vivo amor pasan siempre mil imposibilidades semejantes: que con la ardiente afición se ocupan así y se ciegan los sentidos, que engañándose juzgan como por posible y hacedero todo lo que se desea. Y así por una parte habla la Esposa a su Esposo como si le tuviese presente y la viese y oyese; y por otra, no sabe dónde está y ruégale que se lo diga, porque si no ella está determinada, como quiera que sea, de buscarle, en lo cual podría haber inconveniente de perderse.

Y por eso añade que porque andaré yo descarriada entre los ganados de tus compañeros. Donde decimos descarriada o descaminada, otros trasladan arrebozada, porque la palabra hebrea a quien responde, sufre lo uno y lo otro. Y decir arrebozada, es decir, mujer ramera, o deshonesta y perdida, porque éste era el traje de las tales entre aquella gente, como se entiende del capítulo 38 del Génesis, cuando Thamar, puesta en semejante hábito, hizo creer a Judá, su suegro, que era ramera.

De la una manera y de la otra hace buen sentido, porque dice: «Yo me determino de buscarte; pero no es justo que ande descaminada, y como si fuese alguna desvergonzada o deshonesta; y por tanto conviene que sepa yo dónde tú estás».

Hasta aquí ha dicho la Esposa. Agora habla el Esposo, y responde a esto postrero diciendo:

7. Si no te lo sabes, hermosa entre las mujeres, salte y sigue las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.

No puede sufrir un corazón generoso que, quien le ama pene mucho tiempo por él; y por eso le dice, entendiendo que su Esposa lo desea, que siga las huellas del ganado, que por ellas le hallará.

Si no te lo sabes: el te abunda y está de sobra. Propiedad es de la lengua hebrea, como en la nuestra decimos no sabes lo que te dices, y otras tales; y de no advertir a esto, vino que algunos trasladaron en este lugar si no te sabes o te conoces, etc., como si la Esposa no supiera de sí y preguntara por sí, lo cual, como se ve, va muy ajeno del propósito que se trata. Porque la Esposa no se desconoce a sí misma, antes se reconoce muy bien, como habemos visto, conoce ser morena y tostadilla del sol. Lo que siente es tener ausente a su Esposo, y lo que desea es saber de él, y así le ruega que se lo diga. Y a esta pregunta y ruego responde el Esposo, y dice: Si no te lo sabes, esto es, si no sabes dónde estoy.

Hermosa entre las mujeres, es decir, más hermosa que todas.

El hebreo dice otiah que es la postrera parte del pie, que en español llamamos carcañal; y, poniendo el nombre de la causa a su efecto, en este lugar valdría tanto como decir la huella, lo cual puede tener dos entendimientos: que siga el Esposo a su Esposa, o que siga la huella que hallará del ganado, que pasó ya; o que vaya en pos de sus cabritos de ella, los cuales, por la costumbre de otras veces o por el amor o instinto natural que los guía a sus madres, (habemos de entender que, como se suele hacer, habían quedado encerrados en casa y el Esposo traía las madres paciendo por el campo) la pondrían do su Esposo.

Y así añade: Y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores; que es decir te llevarán donde les lleva a ellos su amor y adonde tienen su pasto, que es lugar donde yo estoy con los demás pastores. Apacientas tus cabritos. Gentil decoro es decir cabritos, porque ordinariamente las mujeres, por ser más delicadas, no las ponen en recios trabajos: si el marido cava, ella quita las piedras; si poda, ella sarmienta; si siega, ella hacina; y así si el marido trae el ganado mayor, ella suele trae el menudo.

El sentido espiritual es decir el Esposo que siga, para hallarle, la huella del ganado, para avisar a las almas de los justos que le desean de dos cosas muy importantes: la una, que para hallar a Dios, aun en las cosas brutas y sin razón, tenemos bastante guía, que, como lo dice en el salmo 18, la grandeza y lindeza del cielo, las estrellas con sus movimientos en tal diversidad, tan concertadas y con tanta orden; los días y las noches con las mudanzas y sazones de los tiempos que siempre vienen tan a tiempo, nos dicen a voces quién sea Dios, para que no quede disculpa ninguna a nuestro descuido. La otra, que el camino para hallar a Dios y la virtud no es el que cada uno por los rincones quisiere imaginar y trazar para sí, sino el trillado ya y usado por el bienaventurado ejemplo de infinitas personas santísimas y doctísimas que nos han precedido.

8. A la yegua mía en el carro de Faraón te comparo yo, amiga mía.

Con la gentil presencia de su Esposa, concibe el Esposo nuevas llenas de amor, que le hacen dar muestra, por galanas comparaciones, de lo bien que le parece. Hermosa cosa es y llena de gentil brío una yegua blanca y bien enjaezada, cuales son las que hoy día los señores usan en los coches; pues muestra el Esposo en esto la lozanía y gallardía de ver a su Esposa. Y dice en carro de Faraón, significando por él al rey, la tierra y reino de Egipto, cuyos reyes se llaman así, que quiere decir tanto como vengadores y restauradores, que los antiguos ponían nombre a los ministros de la república, a cada uno conforme a la obra de su oficio. Pues hase de entender que en aquel tiempo eran muy preciados los carros que se hacían en Egipto, y las yeguas para ellos traídas de allá, como parece del libro tercer libro de los Reyes; y Salomón, que es el que habla aquí, como rey riquísimo, tenía en abundancia grande las mejores de todas estas cosas, porque él enviaba por ellas y el rey de Egipto se las enviaba y presentaba.

Ya otra vez he comenzado a decir (y quedará de aquí dicho para otros muchos lugares donde es menester adelante) que aunque toda esta plática que pasa entre Salomón y su Esposa, es como si pasase entre pastor y pastora, pero algunas veces se olvidan de lo que representan y hablan como quien son, como en este lugar, do dice ser suya la yegua, muestra tener coches traídos de Egipto, con gentiles yeguas que los guíen, lo cual no cabe en persona de pastor; como, al revés, otras veces digan cosas ajenas por el cabo ajenas de sus personas, y muy conformes con la afición y pasión que explican y el estilo pastoril que siguen.

9. Lindas tus mejillas en las perlas; tu cuello en los collares.

En las perlas; la palabra hebrea, que es torim, es de varia y dudosa significación. Unos dicen que significa perlas o aljófar enhilado; otros, cadenas de oro delgadas; otros, tortolicas hechas de bulto; y otros dicen que son hilos o torzales que cuelgan. Paréceme que he visto en pinturas y figuras antiguas, en el tocado de las mujeres, en el remate de la toca, si no es lo que cae sobre las orillas desde el principio de las sienes para atrás, cuelgan unos como rapacejos largos hasta la mitad algo más del carrillo. Y, según esto, podemos concertar toda esta diferencia, diciendo que éstos, las personas ricas y principales, las usaban de aljófar o perlas menudas, puestas en hilos o cadenillas delgadas de oro; y que los cabos, así de los unos como de los otros, se remataban en algunos brinquiños o piñas de oro pequeñas, hechas en forma de tortolillas o de otras cosillas semejantes; de arte que torim sea propiamente rapacejos.

Pues como si imaginásemos que la Esposa estaba tocada así, dice el Esposo: «¡Cuán lindas se descubren tus mejillas entre las perlas, y tu cuello entre los collares!»; esto es, estáte bien y hermoséate maravillosamente este traje, que es, como dijo uno en una poesía: «Un bello manto una beldad adorne». Y es esto propio de las que son hermosas, que todo cuanto se ponen les está bien, les dice como cosa nacida y hecha para su ornamento y servicio; como, al revés, las feas, mientras más se aderezan y atavían, parecen peor.

Aunque es verdad que decir en las perlas o entre las perlas da ocasión a otro sentido que, a mi juicio, viene bien a propósito, diciendo, no que la Esposa tenía algunos de estos arreos que añadiesen a su hermosura, sino que, al revés, estaba desnuda de ellos, y con todo esto, al parecer y dicho del Esposo, sin comparación estaba muy más hermosa que otra que los tuviese. Porque así, como ya dijimos, en la propiedad de la lengua original, hermosa entre las mujeres es tanto como decir más hermosa que todas las mujeres; así decir lindas tus mejillas entre las perlas, sea como si dijese «más linda que todas las perlas y aljófares que a otras hermosean, y tu cuello, sin joyeles, es más bello que todas las joyas que suelen hermosear y adornar los de las demás mujeres, esto es, tu belleza vence a otra cualquier belleza, o sea natural o ayudada con artificio».

10. Zarcillos de oro te haremos con remates de plata.

A lo que decimos responde en el original la misma palabra ya dicha; y así otros trasladan tortolillas, otros cadenillas, es lo que hemos dicho. Y promete el Esposo de mandar hacer las dichas tórtolas y dárselas a la Esposa, o porque le estaban bien, si decimos que usaba de ellas; o, si no las usaba ni tenía, por que las usase y con ellas pareciese mejor. Y viene bien en este lugar significar tórtolas esta palabra, porque es muy usado entre enamorados, en los servicios que hacen a sus amados, darles algunas cosas que tengan sombra y significación de sus afectos; unos de amor, otros de desamor y desesperación, otros de desvíos, y algunos otros de celos. Esto hácenlo escribiendo en los tales dones algunos motetes o letras que tengan el nombre de lo que ellos quieren dar a entender, o poniendo figuras o color alguno que dé a conocer lo que ellos sienten.

Pues así promete el Esposo de dar a la Esposa de aquellos torzalejos de oro en figura de tórtolas, y que tengan los remates, que es el pico y las uñas, de plata; porque demás de ser el presente hermoso con en esta hechura, da a entender el afecto del Esposo, que es un amor perfecto, puesto para siempre en una persona, como lo es el que dos tórtolas, macho y hembra, se tienen entre sí, que, como se escribe, es tan fiel que, muerto el uno, el otro se condena a perpetua viudez.

11. Cuando estaba el rey en su recostamiento, mi nardo dio su olor.

Responde la Esposa, y en caso de querer bien a su Esposo y demostrarle la afición de su corazón con todas las buenas palabras que el amor puede y sabe, no le quiere dar la ventaja; y así, al principio del amor tierno, cuenta un gran regalo que hizo a su Esposo, cuando estaba, dice, el rey en su reposo.

Cuando estaba, dice, esto es, cuando estuviere, según la propiedad hebrea que hemos dicho, el rey en su reposo. La palabra hebrea, que es mesab, quiere decir recostamiento o en derredor, que, según los doctores hebreos, en este lugar es lo mismo que convite, porque, conforme al uso antiguo, comían recostados y puestos a la redonda porque era así la forma de las mesas.

Nardo es una raíz bien olorosa que ahora se trae de la India de Portugal, de la cual escribe Plinio y Dioscórides, que es conocida y usada en las boticas. Y de ésta principalmente y de otras cosas aromáticas se solía hacer una suave y gentil confección de suave olor con que se rociaban la cabeza y manos los antiguos, que los griegos llaman nardina, y los hebreos, por el mismo nombre de la raíz, la dicen néred. Galeno hace mención de ella; y en el Evangelio de San Juan se dice que la Magdalena derramó un bote de nardo preciosísimo sobre la cabeza y cara de Jesucristo.

Juntamente con esto se ha de advertir que entre la gente hebrea se usaba rociar con este licor a los convidados, cuando eran personas ricas y principales, o a quien se deseaba y debía hacer todo regalo y servicio, por ser cosa de grande precio y estima, demás de ser muy suave y apacible. Como parece claramente en el capítulo séptimo de San Mateo, donde, defendiendo Cristo a la mujer pecadora que, puesta a sus pies, los lavó con lágrimas y los roció con este ungüento, dice al fariseo que le había convidado a comer: «Esta ha hecho lo que tú debías de hacer en ley de buena razón y costumbre, y no lo hiciste. Convidásteme, dice, y no rociaste mi cabeza con ungüento oloroso, y ésta roció mis pies». Con esto quedan claras las palabras de la Esposa, que hacen significación del gran gozo y contento que tiene en sí, por el servicio que ha de hacer a su Esposo: hizo «cuando estaba, dice, el mi rey en su banquete, yo le rocié todo con los mis olores». Y por esto dice que el nardo dio su olor, el cual entonces se siente más cuando el licor se esparce.

12. Manojuelo de mirra el mi Amado a mí, morará entre mis pechos.

Como es cosa hermosa y amada de las doncellas un ramillete de flores, o de otras cosas semejantes olorosas, que lo traen siempre en las manos y lo llegan a las narices, y por la mayor parte le esconden entre sus pechos, lugar querido y hermoso, tal dice que es para ella su Esposo, que por el grande amor que le tiene le trae siempre delante de sus ojos, puesto en sus pechos y asentado en su corazón.

Mirra es un árbol pequeño que nace en Arabia, en Egipto y Judea, el cual, hiriendo su corteza a ciertos tiempos, destila la que llamamos mirra; las hojas y flor de este árbol huelen muy bien, y de éstas habla la Esposa.

13. Racimo de Cofer mi Amado a mí.

Gran diferencia hay en averiguar qué árbol sea este que aquí se llama cofer, el cual unos trasladan cipro, como es San Jerónimo, y entiende por él un árbol llamado así, y no a la isla de Chipre, como algunos incongruentemente declaran. Otros trasladan alcanfor o alheña; otros dicen que es un cierto linaje de palma. Cierto es ser especie aromática y muy preciosa, y entre tanta diversidad, lo más probable es ser hoy el cipro árbol de olorosísimo olor, de quien hacen mención Plinio y Dioscórides, el cual crece en Palestina, en Engaddi, que es lugar junto al mar Muerto, como se lee en Josefo, donde hay las vides que llaman el bálsamo, y por esto añade en las viñas de Engaddi.

Responde el Esposo, y dice:

14. ¡Ay, cuán hermosa, Amiga mía! Tus ojos de paloma.

Todo esto es como una amorosa contienda en la cual cada uno procura de aventajarse al otro en decirle amores y requiebros. Loa, pues, la hermosura de la Esposa, que, a su parecer, era sumamente bella, y declara ser grande su belleza, usando de esta repetición de palabras, que es común en la Escritura, diciendo: Hermosa eres, Amiga mía, hermosa eres; como si dijera: Hermosa, hermosísima eres.

Y porque una gran parte de la hermosura está en los ojos, que son espejo del alma y el más noble de sus sentidos, y que ellos solos, si son feos, bastan para afear el rostro de una persona por más gentiles facciones que tenga, por eso particularmente, después de haber loado la belleza de su Esposa en general, dice de sus ojos que son como de paloma. Las que vemos por acá no los tienen muy hermosos, pero sonlo de hermosísimos las de tierra de Palestina, que, como se sabe por relaciones de mercaderes y por unas que traen de Levante, que llaman tripolinas, son muy diferentes de las nuestras, señaladamente en los ojos, porque los tienen grandes y llenos de resplandor y de un movimiento bellísimo, y de un color extraño que parece fuego vivo.

15. ¡Ay, qué hermoso, Amado mío!

Responde la Esposa y págale en la misma moneda a su Esposo, conociendo y publicando la hermosura que hay en él; y porque la belleza está asentada no solamente en la exterior muestra de la buena proporción de los miembros y escogida pintura de naturales colores, mas también y principalmente tiene su silla en el alma, y porque esta parte de la hermosura del alma se llama gracia, y se muestra de fuera y se da a entender en los movimientos de la misma ánima, como son andar, mirar, hablar, reír, cantar, y los demás, los cuales todos en lengua toscana generalmente se llaman belleza, de tal manera que sin esta la otra del cuerpo es una frialdad sin sal y sin gracia, y menos digna de ser amada que lo es una imagen, como se ve cada día; y así por esta causa la Esposa para loar perfectamente a su Esposo le dice: Y tú, hermoso.

En el hebreo está una palabra en estos dos lugares del Esposo y de la Esposa, que en latín se interpreta ecce, y es voz que en esta parte da muestra de grande afecto y regocijo del que habla; como uno que, estando contemplando la beldad de su amada, no cabe en sí ni puede detener el ímpetu de la alegría que le bulle dentro, y dice: «¡Ay, cómo eres hermosa!» u otra tal razón del impetuoso afecto; la cual no se puede pintar al vivo con la escritura, porque el dibujo de la pluma sólo llega a lo que puede trazar la lengua, la cual es casi muda cuando se pone a declarar alguna gran pasión. Y es como si dijera: «Amado mío, no eres hermoso solamente, sino también dulce, y tú no solo, sino todas tus cosas: la casa rica y hermosamente edificada, la cama florida; al fin, todo es lindo y tú más que ello».

Y en decir también nuestro lecho florido, como encubiertamente le convida a que se venga a estar con ella, que es deseo que se sigue ordenadamente después del bien que concibió de su Esposo, en decir aquellas palabras: ¡Ay, qué hermoso eres, Amado mío! El teco de ciprés las tablas o artesones que cargan sobre las vigas, que eran, según dicen, de cedro.

En el espíritu de la letra se declara el deseo de las ánimas que aman a Dios, pero son imperfectas en la virtud, porque desean traerle y gozarle en su casa y en su lecho, esto es, donde tienen su descanso y sus riquezas y su contento; mas llámalas Dios y procura sacallas de este regalo, como adelante veremos.

Capítulo segundo

1. (ESPOSA:) Yo rosa del campo y azucena de los valles.

2. (ESPOSO:) Como azucena entre espinas, así mi Amiga entre las hijas.

3. (ESPOSA:) Cual el manzano entre los árboles silvestres, así mi Amado entre los hijos; a la sombra del que deseé; senteme, y su fruta dulce a mi garganta.

4. Metiome en la cámara del vino; la bandera suya en mí [es] amor.

5. Esforzadme, rodeadme de vasos de vino; cercadme de manzanas, que enferma estoy de amor.

6. La izquierda suya debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.

7. (ESPOSO:) Conjúroos, hijas de Jerusalén, por las cabras, o por los ciervos monteses del campo, si despertáredes o velar hiciéredes a la Amada hasta que quiera.

8. (ESPOSA:) Voz de mi Amado [se oye]. Helo, veisle, viene atravancando por los montes y saltando por los collados.

9. Semejante es mi Amado a la cabra montés, o ciervecito. Helo [ya está], tras nuestra pared, acechando por las ventanas, mirando por los resquicios.

10. Habló mi Amado, y díjome: Levántate, Amiga mía, galana mía, y vente.

11. Ya ves; pasó la lluvia y el invierno fuese.

12. Los capullos de las flores se muestran en nuestra tierra; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo.

13. La higuera brota sus higos, y las pequeñas uvas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven.

14. Paloma mía, puesta en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, descubre tu vista, hazme oír la tu voz; que la tu voz dulce y la tu vista amable.

15. (ESPOSO:) Prendedme las raposas pequeñas, destruidoras de viñas, que la nuestra viña está en cierne.

16. (ESPOSA:) El Amado mío para mí, yo para él que se apacienta entre las azucenas.

17. Hasta que sople el día y las sombras huigan; tórnate, semejante, Amado mío, a la cabra, o al corzo sobre los montes de Bethel.

Declaración

Prosiguen en el principio de este capítulo el Esposo y la Esposa en su amorosa porfía de loarse el uno al otro cuanto más pueden, y después en el proceso refiere algunas cosas la Esposa, que ya en los pasados días le habían acontecido con su Esposo.

1. Yo rosa del campo.

Estas palabras están así que se pueden entender indiferentemente del uno de los dos; pero más a propósito es que las diga la Esposa, que, por ser mujer, tiene más licencia para loarse, y que vengan dependientes y hagan una sentencia con lo que acaba de decir en el fin del primer capítulo: Nuestro lecho florido y nuestra casa de ciprés. Añade: Yo rosa del campo, por que todo ello convide y persuada más a que el Esposo la ame más y acompañe y en ningún tiempo la deje.

Yo rosa del campo: la palabra hebrea es jabachélet, que, según los más doctos en aquella lengua, no es cualquiera rosa, sino una cierta especie de ellas en la color negra, pero muy hermosa y de gentil olor. Y viene bien que se compare a ésta, porque, como parece en lo que habemos dicho, la Esposa confiesa de sí que, aunque es hermosa, es morena.

Azucena de los valles. Esto dice la Esposa del Esposo, como si más claro dijese: «Yo soy rosa del campo, y tú, Esposo mío, lilio del valle». En lo cual muestra cuán bien diga la hermosura del uno con la belleza del otro, y que, como se dice de los desposados, son para en uno; como lo son la rosa y el lilio, que juntos crece la gentileza de entrambos y agradan a la vista y dan olor más que cada uno por sí. Demás que siendo entrambas rústicas flores, cuadra bien la una con la otra, que la una es rosa del campo y la otra lilio de los valles, donde la naturaleza es la hortelana, que por estar el lugar más húmedo, está más fresco y de mejor parecer.

Lo que traducimos azucena o lilio, en el hebreo está sosanot, que quiere decir flor de seis hojas. Cuál sea o cómo se llama acá no está bien averiguado, ni va mucho en ello, y de aquí es que a las veces la llamamos azucena, a las veces alhelí, o violeta.

2. Como azucena entre espinas.

Muchas veces se ve que una yerba buena crece más cercada de espinas u otras yerbas que si estuviese sola, y esto es lo que se halla por experiencia; y la razón de esto es, lo uno, por natural apetito que las plantas tienen de gozar del sol; y lo otro, que las yerbas circunstantes le hacen sombra al pie y le conservan en frescura y humedad; y de aquí viene a ser mayor su crecimiento. Demás de esto, la flor que nace entre las espinas es tanto más amada y preciada cuanto son más aborrecibles las espinas entre que nace; y de la fealdad de las unas viene a descubrirse más la hermosura de las otras. Presupuesto esto, consiente el Esposo en lo que la Esposa dice de sí misma; y añade tanto más cuanto se echa más de ver y descubre la rosa entre las espinas que entre otras cosas. Así que, en decir esto, no sólo dice ser hermosa como rosa entre otras, sino así hermosa que sola ella es rosa; porque las demás en su comparación parecen espinas.

Lo que dice entre las hijas, es como decir entre todas las doncellas, por propiedad de aquella lengua, que, cuando pone esta palabra así a solas, habla de las doncellas solas, y que cuando le añade otra, como hijas de Jerusalén, significa todas las mujeres de aquella tierra, siquiera sean casadas, siquiera sean doncellas. Pues es doncella la Esposa; y de las mujeres las doncellas tienen su hermosura más entera y más hermosa, y entre todas ellas la Esposa es la que vence.

En el espíritu de esta letra digno es de considerar que la Iglesia es rosa entre espinas, y no rosa cultivada y regalada, porque no es obra de los hortelanos del mundo, sino flor que crece y se sustenta por sola la influencia del cielo, como dice San Pablo: «Yo planté y Apolo fue el que regó; pero sólo Dios fue el que os sacó a luz y a crecimiento». Y está cercada de espinas esta rosa por la muchedumbre de las diversas sectas de infidelidad y herejías y supersticiosas creencias que en derredor de ella están, las cuales procuran ahogalla. Pero firme y segura es la promesa del Señor, y entre esos golpes, mientras mayores fueren, tanto más centelleará la luz de la verdad.

3. Como el manzano entre los árboles silvestres y campesinos.

Tan grande ventaja haces tú a los demás hombres. Hermoso árbol es un manzano lleno de hoja y cargado de fruta; y en esto la Esposa da mayor loor al Esposo del que ella había recibido; que él la comparó a la azucena, que es cosa hermosa, pero de poco o ningún fruto; y el manzano, a que ella le comparó, tiene lo uno y lo otro.

Lleva adelante esta comparación, y como suele un árbol grande y verde, con la hermosura de su fruta y frescura de sus hojas, convidar a los que le ven a reposar debajo de su sombra, deseé, dice, conviene a saber, reposar. Senteme, esto es, conseguí el fin de mi deseo.

Y su fruta dulce a mi garganta, en que se declara una posesión entera y perfecta.

Y, como en decir esto tornase a la memoria el tiempo pasado de aquellos sus primeros y más dulces amores, sigue el hilo del pensamiento y cuenta con grandes gracias y blanduras de afectos mucha parte de sus accidentes: la posesión de sí, que le dio el Esposo; cómo ella se le desmayó entre los brazos; los regalos que recibió de él, estando así desmayada, con otras cosas de grande afición, terneza y blandura. Y así dice:

4. Metiome en la cámara del vino.

Ya dijimos que en el vino se declara en la Escritura todo lo que es deleite y alegría. Así que entrar en la cámara del vino es aposentarse y gozar, no por partes, sino enteramente, de toda el alegría mayor; que, cuanto toca a la Esposa, consistía en los grandes regalos y muestras de entrañable amor que recibía de su Esposo.

Y, por tanto, añade: la bandera suya en mí, amor. Que se puede sentir en dos maneras: traer bandera, en la propiedad hebrea, como después veremos, es señalarse alguno y aventajarse en aquello de que se trata; como es señalado el alférez que la lleva entre todos los de aquel escuadrón. Y según esto quiere decir: «enriqueció al Esposo mi alma de alegría, hízola señora de un invencible contento, y esto porque en ninguna cosa quiso señalarse y aventajarse tanto como en amarme».

O digamos, y es lo mejor, que la Esposa diga o dice: «metiome en la bodega del vino y yo le seguí; que como los soldados siguen su bandera, así la bandera que a mí me lleva tras sí y a quien yo sigo es el su amor. De donde se sigue que cualquiera que no está fuera de seso de hombre, ame a quien sabe que le ama, y amándole, que se fíe de él, y fiándose, que se deje llevar sin sospecha y sin recelo por donde el otro quisiere; porque el amor siempre es puerto de la confianza, y el que es amado entiende bien que el que le ama no le lleva sino adonde le cumple para su provecho. Y eso es lo que dice la Esposa, que, sabiendo ella cómo su Esposo la amaba se dejó llevar y guiar de este amor segura; y su Rey y Esposo que la llevaba la metió en la bodega, donde le hizo particulares mercedes y beneficios, que fueron una nueva yesca para acrecentalle el amor; que cierto es que los dones y beneficios, aunque no son causa del nacimiento del verdadero amor todas las veces, a lo menos son parte de su crecimiento, y son como el mantenimiento con que se sustenta y conserva.

5. Rodeadme de vasos de vino.

La flaqueza del corazón humano no tiene fuerzas para sufrir ningún extremo de alegría o de dolor, ninguna extremada afición, siquiera esta sea de tristeza, siquiera de dolor o alegría. Pues así con el sobrado gozo que recibió con los favores de su Esposo, se desfalleció la Esposa. Y por estas palabras pidió el remedio a su desfallecimiento; en que declaró su mal con mayor gracia que si por claras palabras explicara el gozo de esta manera: «Vencido de gozo el corazón y el deseo, hállome desmayada. Esforzadme con buenos vinos y cosas olorosas para que revoque el corazón en su fuerza y torne en sí el enfermo con tales socorros». Y así, en decir esforzadme se da a entender el desfallecimiento de su fuerza, que se iba a caer, y lo que dice que está enferma, no es la enfermedad propia del cuerpo, sino una grave aflicción del ánima, que la aflige de alguna cosa y de aquí se sigue el desfallecer el cuerpo. Así declaran la palabra hebrea asisot los más doctos en aquella lengua, aunque el texto vulgar traslada flores.

Lo uno y lo otro es cosa de recreación para el que está enfermo; aunque los vasos de vidrio aquí hanse de entender llenos de vino, como lo advierten los escritores, para que con su olor y sabor tornase en sí el corazón desmayado.

6. La izquierda.

Prosigue la enamorada Esposa demandando socorros para su desmayo. El natural remedio para los que se desmayan de amores es verse juntos y asidos a los que aman y que les muestren favor y señal de amor; porque de allí les viene su trabajo, y de lo mismo les ha de venir su remedio y descanso. Y así la Esposa, estando ya caída en el desmayo, pide a su Esposo que se llegue a ella, y la sustente y ciña con sus brazos. Y no fue en esto negligente el Esposo en lo que dice la Esposa, que el Esposo, visto su desmayo, acudió luego y la tomó en sus brazos; que se hace, conforme ella pide, poniendo el brazo izquierdo debajo de la cabeza, y abrazando con el brazo derecho. Porque es natural después del desmayo seguirse el sueño, con que torna en sí y se repara la virtud cansada con la pasada lucha

7. Conjúroos.

Hemos de entender que se le adurmió en los brazos la Esposa; y él, poniéndola en el lecho mansamente guárdale el sueño, como es propio del amor; y dice que se volvió a los circunstantes, y los conjuró por lo que más quieren, que le guarden el sueño y la dejen reposar.

Estas personas a quien conjura eran las compañeras que se finge aquí traía consigo la Esposa, y éstas eran cazadoras, según parece en la conjuración que el Esposo les hace; y es muy conforme a la imaginación que se prosigue en este libro, porque de la Esposa, pastorica, las compañeras han de ser rústicas y que tengan ejercicio en el campo, como es ser pastoras y cazar. Este era uso de la tierra de Asia, principalmente hacia Tiro y en aquellas comarcas de Judea, que las vírgenes se ejercitasen en la caza; y así las requiere y juramenta el Esposo, diciendo: «Ruégoos hijas de Jerusalén, así os vaya bien en la caza, así gocéis de las ciervas y hermosas cabras monteses, que no despertéis a mi Amada, hasta que ella de suyo despierte».

Esta es comunísima costumbre de todos los buenos autores, y aun de todas las gentes, loar la felicidad o desgracia del estudio o ejercicio del otro, cuando le quieren rogar algo o le desean mal; como a uno que estudia le decimos: «Así os haga Dios un gran letrado»; y a uno que pretende dignidad: «Así os veáis un gran señor»; y al marinero: «Así os dé Dios buenos viajes»; y en esta manera en todos los demás.

8. Voz de mi Amado se oye.

Es el cuidado del amor tan grande y está también tan en vela en lo que desea, que de mil pasos lo siente, entre sueños lo oye y tras los muros lo ve. Finalmente, es de tal naturaleza el amor, que hace obras en quien reina, diversas mucho de la común experiencia de los hombres; y por esto los que no sienten tal efecto en sí no creen, o les parecen milagros o, por mejor decir, locuras, ver y oír las tales cosas en los enamorados. Y de aquí resulta que los autores que tratan de amor son mal entendidos y juzgados por algunos autores de devaneos y disparates. Por lo cual un antiguo poeta de nuestra nación, muy enamorado y muy honesto, hizo el principio de sus canciones diciendo en su lengua esta misma sentencia:


No vea mis escritos quien no es triste,
o quien no ha estado triste en tiempo alguno.


Así que las extrañas cosas que sienten, dicen y hacen los que aman, no se pueden entender de los libros de amor; de donde será forzoso que muchas cosas de este libro sean oscuras, así al expositor de él como a los demás que en el divino amor están fríos y tibios; y, por el contrario, será muy claro todo al que tuviere en sí la sentencia de esta obra, y ninguna cosa le parecerá imposible ni disparatada.

Vemos aquí que la Esposa, cansada del trabajo pasado, está durmiendo, y con todo eso, en el punto que su Esposo habla, siente su voz y la conoce sin errarla, y se avisa de su venida, diciendo: Voz de mi Amado se oye. Bien muestra en la manera de las palabras así cortadas el alboroto de su corazón. Esto pasó así, y la Esposa lo relata agora que el Esposo, con el cuidado de su enfermedad, volvió luego a ver si reposaba y hacerle compañía y, si quisiese esforzarse, a convidalla se saliese al campo, que por ser el principio de la primavera, ya está fresco y muy florido y le sería gran remedio para su tristeza y enfermedad. O digamos que fue como sueño o imaginación, que, a causa de grande amor, la Esposa se fingió a sí misma, pareciéndole que veía ya a su Esposo y le hablaba; como es cosa natural a los que aman o tratan de algún negocio avisadamente, traerles los sueños imaginaciones semejantes; pues agora, como he dicho, va refiriendo lo que entonces vio y habló medio entre sueños por las mismas palabras que he dicho. Pues dice: veisle, viene atravesando por los montes y saltando por los collados.

9. Semejante es mi Amado a la cabra montesa, o ciervecico. Helo ya está tras nuestra pared, acechando por las ventanas, mirando por los resquicios.

Propio es de los que sueñan o imaginan con desatino alguna cosa, antojárseles que ven así lo ausente y que está lejos, como lo cercano y presente, juntando cosas diferentes y de diversos tiempos, como si todo fuese un mismo negocio. Está en su lecho desmayada la Esposa, y parécele que ve a su Esposo venir volando por los montes y por los collados, como si fuese una cabra o un corzo, animales ligerísimos.

Es prestísimo Dios en dar favor a los suyos.

Veisle, ya está tras la pared, acechando por las ventanas, descubriéndose por las celosías: Todo este mostrarse, esconderse, no entrar de rondón, sino andar acechando ora por una parte, ora por otra, es natural de los muy requebrados; y son unos regalos y juegos graciosísimos del amor, que es como una prueba del mutuo amor que se tienen los amantes, lo cual se pone aquí con gran propiedad y hermosura de palabras. Así que, cuando ella lo ve por entre las puertas, él de presto se quita de allí y corre a mostrarse por las saeteras de la casa; y de allí, siendo visto, se muda a las rejas y se asoma un poco, y así de un lugar en otro, y en todos ella le sigue y alcanza con la vista. Y esto es muy común acá, cuando uno se esconde, burlando, decirle el otro: «¡Ah! Bien te veo la cabeza; veo agora los ojos por entre las puertas. ¡Oh!, que ya se ha quitado. Helo, helo allí, por la ventana asoma». Y, como hemos visto, estas cosas, aunque parecen niñerías, no lo son en los amantes, porque ellos estiman unas cosas de que los otros hacen poco caso; y las cosas en que otro se recrea o precia, a ellos dan fastidio.

Mostrándose por las ventanas. En la propiedad de su lengua se toca en estas palabras una gentil comparación, que en nuestra lengua no se siente. Donde decimos mostrándose, la palabra hebrea es mechich, que viene de chich, que es propiamente el mostrarse la flor cuando brota, o de otra manera se descubre. Pues como suelen los claveles asomar por los agujeros pequeños de los encañados que los cercan, así imagina y dice que el Esposo, más que el clavel y que la rosa bella se descubría, ya por una parte, ya por otra.

10. Hablado ha mi Amado, y díjome.

Cuenta lo que le dijo, o por mejor decir, soñó que le decía su Esposo: Levántate, Amiga mía, galana mía y vente [11.] Ya ves; pasó el invierno, cesó la lluvia, fuese. [12.] Descubre flores la tierra. Los capullos de las flores se muestran; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo. [13.] La higuera brota sus higos, y las uvas pequeñas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y vente. Y haciendo de todo una sentencia seguida, convida en este lugar a la Esposa al gozo de sus amores; y porque él anda en el campo, que es lugar para el amor mejor que otro, pídele que se salga a él, poniéndole para movella el amor que la tiene en regaladas palabras de Amiga y de galana; y la sazón del verano, que es tiempo fresco y apacible, y muy aparejado para tratar amores, y así dice: Levántate, amiga mía, galana mía, y vente. En decir levántate, se entiende que estaba acostada y indispuesta; y así le dice que se esfuerce y se salga con él para su salud a gozar de la hermosura y frescor del campo, a que tienen natural afición los corazones enamorados; que con la nueva venida del verano, estaba deleitosísimo, lo cual pinta poéticamente por apacibles rodeos y deseos.

Dice pues: Ya ves, pasó el invierno, pasó la lluvia, fuese, etc. Todas son condiciones de la primavera. El tiempo de cantar (que es el mes de marzo o abril) es venido; La voz de la tortolilla, (que es ave que suele venir con el verano, como las golondrinas) es oída en nuestro campo.

Las uvas pequeñas dan olor; esto es, están, como decimos en español, en cierne. Y haciendo de todo una sentencia seguida, será como si dijese: «Levántate, amor mío, de ahí donde estás en tu cama acostada, y vente; no tengas temor a la salida, porque el tiempo está muy gracioso; el invierno con sus vientos y sus fríos, que te pudiera fatigar, ya se fue; el verano, como se ve por todas sus señales, es ya venido; los árboles se visten de flores, las aves entonan sus músicas con nueva y más suave melodía; y la tortolica, ave peregrina, que no invierna en nuestra tierra, es venida a ella y la hemos oído cantar; la higuera brota ya sus higos, las vides tienen pámpanos y huelen a su flor; de manera que por todas las señas se descubre ya el verano; la sazón es fresca y el campo está hermoso; todas las cosas favorecen a tu venida y ayudan a nuestro amor, y parece que la naturaleza nos adereza y adorna el aposento. Por eso, levántate, Amiga mía, y vente».

14. Paloma mía, puesta en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, etc.

Todas son palabras de amor y de requiebro, que, continuando su cuento, dice la Esposa haber dicho el Esposo. Declara, pues, en esto el Esposo a la Esposa la condición de su amor, y cómo se ha de haber con él en este oficio de amarlo, y trae para ello una gentil semejanza de las palomas, cuya propiedad sabida, quedará claro este lugar.

Hanse de tal manera las palomas en su compañía que, desque una vez se hermanan dos, macho y hembra, para vivir juntas, jamás deshacen la compañía, hasta que el uno de ellos falta; y tal, que no la basta el amor y lealtad que de naturaleza le tiene, sino que también sufre muchas riñas e importunos celos del marido. Porque esta ave es la que mayores muestras de celos da, y así, en viniendo de fuera, luego hiere con el pico a su compañera, luego la riñe, y con la voz áspera da grandes indicios de su sospecha, cercándola muy azorado y arrastrando la cola por el suelo; y a todo esto ella está muy paciente, sin se mostrar áspera. Y estas aves, entre todos los animales brutos, muestran más claro el amor que se tienen ser de grande fuerza, así por el andar siempre juntos y guardarse la lealtad el uno al otro y con gran simplicidad, como por los besos que se dan y los regalos que se hacen después de pasadas aquellas iras.

Pues de esta manera misma notifica el Esposo a la Esposa que se han de haber entrambos en el amor; y así le dice: «Ven acá, compañera mía, que ya es tiempo que juntemos este dulce desposorio; sabed que yo soy palomo, y vos habéis de ser paloma; y paloma no de otro palomo, sino paloma mía y Amada mía, y yo Amado y compañero vuestro. Este amor ha de ser firme para siempre, sin que cosa alguna jamás lo disminuya; y con todo eso yo os tengo de pedir celos. Y porque, aunque haya muchas palomas en un lugar, cada par vive por sí, ni ella sabe el nido ajeno ni el palomo extraño le quita el suyo, es razón que nosotros nos apartemos a nuestra posadilla aparte. Por eso, veníos al campo, paloma mía; aquí en esta peña hay unos agujeros muy aparejados para nuestra habitación; aquí hay unas cuevas en esta barranca alta; aquí me mostraron los palominos vuestra vista, aquí os oiga yo cantar, que aquí me agradáis y en esta soledad vuestra vista me es muy bella, y vuestra voz suavísima».

Dice: Paloma en las quiebras de la piedra, porque en semejantes lugares las palomas bravas suelen hacer su asiento. Aunque en lo que dice, en los escondrijos del paredón, hay deferencia, que algunos trasladan en las vueltas del caracol. Por lo uno y por lo otro se entiende un edificio antiguo y caído, como suele haber por los campos, donde las palomas y otras aves acostumbran hacer nido.

15. Prendedme las raposas pequeñas destruidoras de las viñas; que la nuestra viña está en flor, pequeñas uvas.

Estas palabras se pueden entender, o que las diga el Esposo o que las diga la Esposa. Declarémoslas primero en persona de la Esposa, y después seguiremos el otro sentido.

Ufana, pues, la Esposa y muy regalada con los favores y dulces palabras que le acaba de decir su querido, viene en este lugar a ser movida de un afecto que es muy común a los regalados, en teniendo delante de sí a quien les ama y regala. Declararlo hemos por este ejemplo: cuando una madre estando ausente de su niño, y en viniendo luego pide por él y le llama y abraza, mostrándole aquella ternura de regalo que le tiene, lo primero que él hace es quejarse de quien le ofendió en su ausencia, y con unos graciosos puchericos relata, como puede, su injuria y pide a la madre que le vengue. Lo mismo hace una esposa o mujer casada, que mucho ama a su marido y le ha tenido ausente, que luego se regala quejándose de las desgracias que en su ausencia le han sucedido. Este afecto muestra aquí la Esposa, luego que se ve acariciada y regalada con el llamar de su Esposo, y en lo demás que le dijo. Quéjase de la cosa que más le ofende, y es que como ella tenía una viña, que arriba hemos visto, la cual preciaba mucho y veía que las viñas estaban en cierne y comenzaba a quedar limpio el agraz, tiene gran temor que las raposas se la echen a perder; y quejándose de la mala casta dañadora, demanda socorro al Esposo y a los pastores, sus compañeros, diciendo: Cazadme las raposas pequeñas.

Y en decir pequeñas, guarda bien la propiedad de la naturaleza; porque cuando las viñas están en agraz, y antes que comiencen a madurar, entonces las raposillas de las camadas se crían, y éstas hacen después muchos daños a las viñas, porque son muchas y van juntas, y como por su poca fuerza no se atreven a hacer mal y salto en los ganados pequeños, ni en las gallinas, ni en las otras cosas que los raposos viejos cazan y destruyen, vanse a las viñas, donde hay menos concurso de hombres y de perros, y ellas son menos vistas por la espesura de las hojas y pámpanos, y hacen mucho daño; y por eso pide la Esposa que las prendan y maten y esto ahora que son aún pequeñas, que será más fácil que después. Y así dice las raposas; y declarándose más, añade: las raposas pequeñas.

Porque dijo que su viña estaba en cierne, y con esto se acordó del daño y mal que, estando en tal sazón, podrían hacer en ellas las raposas; o porque como se imagina, en este intermedio, alguna corriendo le pasó por delante, parécele a la Esposa que deja el Esposo su plática y va tras la raposa diciendo a voces a sus compañeros: «¡A la raposa, a la raposa!, que son destrucción de las viñas, y la nuestra está en flor»; y como le ve ir, ruégale que se vuelva luego, diciendo

16. El Amado mío es mío, y yo soy suya, que apacienta entre las azucenas.

El Amado mío y yo a él. Es manera de llamar, como si dijese. «Amador y Amado mío, tú que apacientas entre las azucenas tu ganado hasta la tarde, vuélvete luego volando como un corzo».

Algunas palabras de éstas no carecen de oscuridad.

17. Hasta que sople el día y las sombras huyan.

Algunos entienden por esto el tiempo de la mañana, otros el mediodía; y los unos y los otros se engañan, porque así la verdad de las palabras como el propósito a que se dicen declaran el tiempo de la tarde; porque siempre, al caer del sol, se levanta un aire blando, y las sombras que al mediodía estaban como quedas, al declinar de él crecen con tan sensible movimiento, que parece que huyen. Por donde los Setenta Intérpretes dijeron bien en este lugar: Hasta que se muevan las sombras. Como también dijo el poeta, significando la misma sazón de tiempo: «Maioresque cadunt altis de montibus umbrae» (Virgilio, Égloga I).


[Y ya las sombras caen de las montañas
más largas, y convidan al sosiego]


Sobre los montes de Bether. Bether, es nombre propio de monte así llamado, o el epíteto general de todos los montes; porque Bether quiere decir división, y por la mayor parte los montes dividen entre unas y otras tierras; así que decir montes de Bether es como decir montes divididores.

Y con estas palabras tornó en sí la Esposa, y viéndose sola y conociendo su engaño, hace lo que en el capítulo siguiente prosigue, diciendo:

Capítulo tercero

1. (ESPOSA:) En el mi lecho en las noches busqué al que ama mi alma; busquele y no le hallé.

2. Levantarme he agora, y cercaré por la ciudad, por las plazas y lugares anchos, buscaré al que ama mi alma; busquele, y no le hallé.

3. Encontráronme las rondas que guardaban la ciudad. Pregunteles: ¿Visteis, por ventura, al que ama mi alma?

4. A poco que me aparté de ellas [anduve] hasta hallar al que ama mi alma. Asile, y no le dejaré hasta que le meta en la casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró.

5. Ruégoos, hijas de Jerusalén, por las cabras o por los ciervos del campo, que no despertéis ni hagáis velar el Amor hasta que quiera.

6. (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto como columna de humo, de oloroso perfume de mirra e incienso, y todos los polvos olorosos del maestro de olores?

7. Veis, el lecho de Salomón; sesenta de los más valientes de Israel están en su cerco.

8. Todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios, la espada de cada uno sobre su muslo por el temor de las noches.

9. Litera hizo para sí Salomón de los árboles del Líbano.

10. Las columnas hizo de plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas de Jerusalén.

11. Salid y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón.

Declaración

1. En el mi lecho en las noches.

Natural conocida cosa es a las mujeres desposadas que bien aman a sus esposos, que en faltándoles de noche de su casa, les viene mala sospecha, o que no les aman o que aman a otras; y algunas hay que les da tanto atrevimiento esta pasión, que les hace querer tener en todo tiempo presente al que aman, y en las noches mucho más; parte, porque como el sosiego de la noche de su natural desembaraza los sentidos de otras cosas que los distraen, ocúpase el ánima toda en el pensamiento del que ama y enciéndese más el amor; y parte porque crecen los celos pensando que se ayuda de la noche para alguna travesura; y los recelos de temer no le acontezca algún peligro de los muchos que suelen acaecer y acarrean las tinieblas. Esta pena que es mezclada de amor y celos escarba el corazón y le abrasa tanto que llega algunas veces a sacar a una pobre, flaca y temerosa mujer de su casa, que olvidando su temor y condición, de noche y a solas, ronda las calles y plazas, y no se satisface con menor diligencia. La cual pasión vehemente se declara en esta letra, además de los ejemplos que cada día se ven de esto.

Y porque, como hemos dicho, el amor bueno ni teme peligro ni para en ningún inconveniente, dice:


Levantarme he agora, y cercaré por la ciudad y plazas y por los lugares anchos buscaré al que ama mi alma. Búsquele, y no le hallé.


Lugares anchos llama a los públicos, que por el mayor concurso de gentes se edifican siempre más anchos y espaciosos que los otros. Cuenta en esto Salomón no lo que en hecho pasó por su Esposa, que no es cosa que pudo pasar, sino lo que podía acontecer, y está bien que acontezca a una persona común como una pastora perdida de amores por su pastor, cuyas palabras imita; que es una ficción muy usada entre poetas decir, como he dicho, no lo que se hace, sino lo que el afecto de que hablan pide que se haga, fingiendo para ello personas que con más encarecimiento y más al natural lo podían hacer. Y así lo hace aquí Salomón.

Levantarme he. Gran fuerza de amor es ésta, que ni la noche, ni la soledad, ni los atrevimientos de hombres perdidos, que en tales tiempos y lugares suelen tomar licencia pudo estorbar a la Esposa de que no buscase a su deseo.

Según el espíritu, se entiende de aquí el engaño de los que piensan hallar a Dios, descansando, y lo mucho a que se ha de arriesgar el que de veras le busca.

Dice:

2. Encontráronme los guardas, los guardas que rondan la ciudad.

No se espanta ni se enflaquece el amor por ningún poder humano; y el que es verdadero no trata de encubrirse de nadie, ni de buscar colores para que los otros no lo entiendan; y así la Esposa, en viendo a las rondas, les pregunta: ¿Visteis por ventura al que ama mi alma? Vense aquí dos muy grandes efectos de amor: el uno, que ya queda dicho, que no se recata de nadie ni se avergüenza de mostrar su pasión. El otro es una graciosa ceguedad que trae consigo, y es general en todo grande afecto, en pensar que con decir «¿visteis a quien amo?», estaba ya entendido por todos como por ella quién era aquel por quien preguntaba.

No dice lo que respondieron, de donde se entiende no le haber dado buen recaudo a su pregunta; porque las gentes, divertidas en varios y diversos pensamientos, como son los públicos, saben poco de esto que es amor con verdad; y porque, según la verdad del espíritu que aquí se pretende, toda la alteza del saber y prudencia humana, en cuya guarda y conservación viven los hombres, jamás alcanzaron a dar ciertas nuevas de Jesucristo.

3. A poco que me aparté de ellas anduve hasta que hallé al Amado de mi alma.

No pierde la esperanza el amor, aunque no halle nuevas de lo que busca y desea, entonces se enciende más; y así la Esposa anduvo, y halló por sí lo que no supieron mostrarle las otras gentes. Y dice que le halló a poco tiempo que se apartó de las rondas de la ciudad; que, según el espiritual sentido, es cosa de grande admiración y de considerar, que antes le había buscado mucho y no le halló, y en apartándose de las guardas y de la ciudad luego le halló. En que se entienden que en las cosas más desesperadas y cuando todo el saber e industria humana se confiesa por más rendida, está Dios más presto aparejado para nuestro favor. Y juntamente con esto se ve la razón por qué muchos buscan a Cristo muy luengamente por muchos días y con grandes trabajos no lo hallan, hallándolo otros con más brevedad; que es porque le buscan, no donde Él está y no le hallan los ostros ni quiere, sino donde ellos gustan de hallarle, sirviéndole en aquellas cosas de que ellos más gustan y les coge más en gracia, por ser conformes a sus inclinaciones y particulares juicios.

Asile, y no le dejaré hasta que le meta en casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró. No es amor el que viendo al fin de su deseo, en alcanzando la voluntad del que ama se entibia y desfallece, que el bueno y verdadero de allí crece hasta venir a su más alto y perfecto grado; lo cual se declara en la casa de la Esposa, y en la cámara de su nacimiento, esto es, reposo y perfecta posesión que trae consigo el acabado y perfecto y encendido amor. Llama a su casa, no suya, sino de su madre, y cámara de la que la engendró, imitando en esto la común manera de hablar de las doncellas, que se usa también en nuestra lengua castellana, como se ve en diversos cantares.

4. Conjúroos, hijas de Jerusalén.

Esto dice aquí la Esposa con palabras semejantes a las que el Esposo antes había dicho. Hablando de ellas entendemos que era de noche, y le traía, después de muy buscado, para que reposase en su casa, y así ruega a la gente de ella que no le quiebren el sueño.

5. ¿Quién es esta que sube?

Desde aquí hasta el fin del capítulo hablan los compañeros del Esposo, festejando con voz de admiración y de loor a los nuevos casados; que es declarar el alegría de los ciudadanos de Jerusalén, y las palabras que conforme a ello se pudieron decir, cuando la hija de Faraón entró la primera vez en la ciudad y se casó con Salomón.

Así que esto no trae mucha dependencia con lo de arriba, antes parece que Salomón aquí, respondiendo al cuento que llevaba enhilado, se pone a relatar cosas diferentes de aquellas, o ya muy pasadas, que suelen dar mucha gracia a las escrituras semejantes de ésta. Si no queremos decir que todo lo que se ha dicho hasta aquí responde al tiempo que medió entre los conciertos hasta que se celebraron las bodas de los reyes; en el cual, como suele acaecer, es de creer que hubo muchas demandas y respuestas de la una parte a la otra, muchos deseos, nuevos afectos y nuevos sentimientos, los cuales se han declarado hasta aquí por la figura y rodeos que habemos dicho y visto.

Pues dice: ¿Quién es esta que sube del desierto? Porque los había muy grandes entre Egipto, de donde venía la Esposa, y la tierra de Judea; porque se finge, como dicho es, que ella vido a su Esposo en el campo, y de allí vienen juntos, que, como después diremos, muchas veces el campo es llamado desierto.

Como columna de humo: cosa sabida es, así en la Escritura Sagrada como por las profanas, que la gente de Palestina y de sus provincias comarcanas, por la calidad de la tierra, usaban de muchos y preciosos olores. Pues compara a la Esposa a la columna de humo, que llama al humo así por la semejanza que tiene con ellas, cuando de algún perfume o de otra cosa que se queme, sube en alto seguido y derecho. Con la cual comparación no la loa tanto de bien dispuesta y de gentil cuerpo, que esto más adelante se hace copiosamente, cuanto de la fragancia y excelencia de olor que trae consigo, y que iguala al más preciado y mejor perfume. Y así dice: Como columnas de humo oloroso y oloroso perfume de mirra.

6. ¿Veis, el lecho suyo, que es el de Salomón?

Deja de decir de la Esposa, y vuelve a loar el palacio y atavíos de cama y doseles de Salomón, que es desconcierto que da mucha gracia en semejantes poesías; porque responde a la verdad de lo que acontece a los miradores de semejantes fiestas, que pasan la vista y los ojos de unas en otras cosas muy diversas, sin guardar en esto ninguna orden ni concierto; y como el gusto y sabor de mirar les desconcierta los ojos, así el alboroto del corazón alegre, cuando declara por palabras su regocijo y trae sin orden ninguna a la boca mil diferencias de cosas, por eso dice: Veis el lecho de Salomón, que es decir riquísimo y hermosísimo. Y que para muestra de grandeza y para mayor seguridad de los que en él descansan, velan junto a él mucha gente de armas, como es costumbre de reyes, y así dice:

7. Sesenta poderosos en su cerco; de los más poderosos de Israel; todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios; esto es, saben de guerra, que es decir son escogidos en fuerzas y saben de armas, y son bien proveídos de ellas y diestros en ellas para defenderse.

La espada de cada uno sobre su muslo, que es el asiento de la espada, por el temor de las noches, esto es, por los peligros que entonces suelen acontecer y se temen; para que se entiendan la mucha guarda que pone Dios en que nadie rompa el reposo de los que en él descansan.

8. Litera hizo para sí Salomón de maderas de Líbano.

9. Las columnas hizo de plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas de Jerusalén.

Pensaba decir del trono real con palabras de regocijo y admiración. Como diciendo: pues ¿qué me diréis del trono que ha edificado para sí, en quien la hermosura compite con la riqueza, que todo él es hecho de plata y oro y de púrpura, por extraña labor y manera?

Lo que dice, y en medio cubierto con amor, la palabra, rachup, quiere también decir encendido; que es decir, todo él con hermosura y riqueza encendía en amor y codiciosa afición a las hijas de Jerusalén, esto es, a todos los ciudadanos de aquel lugar, que, mirando tan rica y excelente obra, la codiciaban.

Pero toda esta belleza era menos, a la que mostraba el señor de todas estas obras en sus vestidos y disposición. Y así dice:

10. Salid y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con la corona con que le corona.

Corona significa «gracia»; en la Escritura Sagrada «reino y mando», por ser tal la insignia de los reyes. Dice que se la dio su madre, porque Bersabé, madre de Salomón, como parece en el segundo Libro de los Reyes, por su discreción y buena industria, alcanzó de David que, entre otros muchos hijos que tuvo, señalase por sucesor a Salomón en todos sus reinos y señoríos.

O corona es (y esto no me parece menos bien) todo género de atavío y traje galano y de buen parecer, y que agracia al que lo trae, como la guirnalda, que hace al que la trae en la cabeza agraciado. Como el mismo Salomón en el capítulo primero de los Proverbios, amonestando al mozo bozal a que diese atención y creyese a sus palabras, le dice que el hacello así le será «corona de gracias», conviene a saber, agraciada y hermosa para su cabeza; esto es, le estará tan bien al alma cuanto cualquiera otro traje hermoso al cuerpo, por galán y gentil que fuese. Pues cosa sabida es que el día de las bodas es el día de las galas.

Capítulo cuarto

1. (ESPOSO:) ¡Ay, qué hermosa eres, Amiga mía; ay, cuán hermosa! Tus ojos de paloma entre tus guedejas; tu cabello, como un rebaño de cabras que suben del monte Galaad.

2. Tus dientes como rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse, todas ellas con sus crías, [que] no hay machorra entre ellas.

3. Como un hilo de carmesí tus labios, y el tu hablar pulido; como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.

4. Como torre de David es tu cuello, fundada en los collados; mil escudos cuelgan de ella, todos escudos de poderosos.

5. Tus dos tetas como dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre azucenas.

6. Hasta que sople el día y las sombras huyan, voyme al monte de la mirra y al collado del incienso.

7. Toda eres, Amiga mía, hermosa, falta no hay en ti.

8. Conmigo del Líbano, Esposa, conmigo del Líbano te vendrás; y serás coronada desde la cumbre de Amaná, de la cumbre de Sanir y Hermón, de las cuevas de los leones y de los montes de las onzas.

9. Robaste mi corazón, hermana mía, Esposa; robaste mi corazón con uno de los tus ojos, en un sartal de tu cuello.

10. ¡Cuán lindos son tus amores! Más que el vino; olor de tus amores sobre todas las cosas aromáticas.

11. Panal que destila tus labios, Esposa; miel y leche está en tu lengua, y el olor de tus arreos, como el olor del incienso.

12. Huerto cercado, hermana mía, Esposa; huerto cercado, fuente sellada.

13. Tus plantas [son como] jardín de granadas con fruta de dulzuras; juncia de olor y nardo.

14. Nardo y azafrán, canela, con los demás árboles del Líbano; mirra y sándalo, con los demás preciados olores.

15. Fuente de huertos, pozo de aguas vivas y que corren del monte Líbano.

16. ¡Sus!, vuela, cierzo, y ven tú, ábrego y orea el mi huerto; y espárzanse sus olores.

Declaración

1. ¡Ay, qué hermosa te eres, Amiga mía, ay, qué hermosa!

Este capítulo no trae dependencia alguna de lo que arriba se ha dicho, porque todo él es un loor lleno de requiebro y gracia que da el Esposo a su Esposa, particularizando todas sus facciones, encareciendo la hermosura de ellas por comparaciones diversas. En que hay gran dificultad, no tanto por ser la mayor parte ajenas y extrañas de nuestro común uso y estilo, y algunas de ellas contrarias, al parecer, de todo lo que quieren declarar. Si no es, como ya dije, que en aquel tiempo y en aquella lengua todas estas cosas tenían gran primor; como en cada tiempo y en cada lengua vemos mil cosas recibidas y usadas por buenas, que en otra lengua o en otro tiempo no las tuvieran por buenas. O decir, lo que tengo por más cierto, que, como todo este canto sea espiritual, y los miembros de la Esposa que en él se loan sean varias y diferentes virtudes que hay en los hombres justos, explicadas por miembros y partes corporales, la comparación, aunque desdiga de aquello de quien se hace al parecer, dice muy bien y cuadra mucho con la hermosura del ánimo que debajo de aquellas palabras se significa.

Pues comienza el Esposo como maravillándose de la excesiva hermosura de la Esposa, y diciendo una vez y repitiendo otra, por mayor confirmación y demostración de lo que siente: ¡Ay, qué hermosa eres, Amiga mía! ¡Ay, qué hermosa! Y porque no se pueda sospechar que la afición lo ciega, ni se satisface con decillo así a bulto, desciende en particular por cada cosa, y comienza por los ojos, que son, como dicen los sabios, donde más se descubre la belleza o torpeza del ánima interior, y por donde entre las personas más se comunica y enciende la afición.

Son, dice, como de paloma tus ojos. Ya dijimos la ventaja grande que hacen las palomas de aquella tierra a las de ésta, señaladamente en esto de los ojos, y como se ve en las que llamamos tripolinas, parece que les centellean como un vivo fuego y echan de sí sensiblemente unos rayos de resplandor; y ser así los de la Esposa, es decille lo que los enamorados a las que aman dicen comúnmente: que tienen llamas en los ojos y que con su vista les abrasan el corazón.

Entre tus guedejas. En la traslación y exposición de esto hay alguna diferencia entre los intérpretes. La voz hebrea chamah, que quiere decir «cabellos o cabellera», es propiamente la parte de los cabellos que cae sobre la frente y ojos, que algunas los suelen traer postizos, y en castellano se llaman lados. San Jerónimo, no sé por qué fin, entendió por esta voz «la hermosura encubierta», y así traduce: Tus ojos de paloma, demás de lo que está encubierto; en que no solamente va diferente del común sentido de los más doctos de esta lengua, pero también en alguna manera contradice a sí mismo, que en el capítulo 47 de Isaías, donde está la misma palabra, entiende por ella «torpeza y fealdad», y así la traduce.

Como quiera que sea, lo que he dicho es lo más cierto, y ayuda a declarar con mejor gracia el bien parecer de los ojos de la Esposa mostrándose entre los cabellos (algunos de los cuales desmandados de su orden los cubrían a veces) y con su temblor, les hacían parecer que echaban centellas de sí como dos estrellas. Y siendo, como se dice ser, los hermosos ojos, matadores y alevosos, dice graciosamente el Esposo que de entre los cabellos, como si estuvieran puestos en celada, le herían con mayor fuerza y más a su salvo hacían más ciertos sus golpes.

Dice más: Tus cabellos como un rebaño de cabras. San Pablo confiesa que el cabello en la mujer es una cosa muy decente y hermosa; cierto, es una gran parte de la que el mundo llama hermosura. Y por esto el Esposo, después de los ojos, ninguna cosa trata primero que del cabello, que cuando es largo y espeso y bien rubio, es lazo y gran red para los que se ceban de semejantes cosas. Lo que es de maravillar aquí es la comparación, que al parecer es grosera y muy apartada de aquello a que se hace. Fuera acertada si dijera ser como una madeja de oro, o que competían con los rayos del sol en muchedumbre y color, como suelen hacer nuestros poetas. En esto ya he dicho lo que siento y particularmente aquí digo que si se considera, como es razón, no carece esta comparación de gracia y propiedad, habido respeto a la persona que habla y a lo que especialmente quiere loar en los cabellos de esta Esposa. El que habla es pastor, y para haber de hablar como tal no puede ser cosa más a propósito que decir de los cabellos de su amada que eran como un gran hato de cabras, puestas en la cumbre de un monte alto; mostrando en esto la muchedumbre y color de ellos, que eran negros y relucientes como lo son las cabras que pacen en aquel monte. Señaladamente digo negros, porque de aquella color eran muy preciados entre las gentes de aquella tierra y provincia, como lo son ahora en muchas partes, según que diremos después. Pues dice así: como las cabras esparcidas por la cumbre del monte Galaad le adornan y hace que parezca bien, el cual sin ellas parece un peñasco seco y pelado, así los cabellos componen y hermosean su cabeza con gentil color y muchedumbre.

Semejante es la comparación que se sigue:

2. Tus dientes, como un hato de ovejas trasquiladas, que salen de bañarse.

Esta comparación, demás de ser pastoril, y por la misma causa muy conveniente a la persona que la dice, es galana y digna, de gran significación y propiedad al propósito a que se dice. La bondad y gentileza de los dientes está en que sean debidamente menudos, blancos, iguales y bien juntos, lo cual todo se pone en esta comparación como delante de los ojos: el estar juntos y ser menudos, en decir que son como un hato de ovejas, que van así, siempre apiñadas; la blancura, porque salen de bañarse; y la igualdad, en decir que no hay enfermiza ni estéril en ellas. Basta la fealdad sola de la boca para hacer fea a una mujer, aunque todo el rostro sea hermoso y la boca fea; ninguna cosa le afea más que los malos dientes. Así que en esta parte la Esposa queda bien loada.

Donde decimos trasquiladas la palabra hebrea es kechubot, que viene de kachab, que es cortar por regla y a la iguala, y así quiere decir trasquiladas a una misma medida y regla, y del todo iguales, que declara la igualdad de los dientes que he dicho, a que se compara el estar juntos y ser menudos, en decir que son como un hato de ovejas, que van así siempre juntas y apiñadas.

De los dientes sale a los labios, que para ser hermosos han de ser delgados, y que viertan sangre, lo cual así lo uno como lo otro declaró maravillosamente diciendo:

3. Como hilo de carmesí tus labios; añade luego, y el tu hablar polido.

Lo cual viene muy natural con los labios delgados, como cosa que se sigue una de otra. Porque, según dice Aristóteles, en las reglas de conocer calidades de un hombre por sus facciones, los labios delgados son señal de hombre discreto y bien hablado, y de dulce y graciosa conversación.


Como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.


Compara las sienes, que en una mujer hermosa lo suelen ser mucho, a cacho de granada, o por mejor decir, a granada partida, por la color de sus granos, que es mezclada de un blanco y de un colorado o encarnado muy sutil, cual es la color que se ve en las sienes delicadas y hermosas, que por la sutileza de la carne y cuero que hay en aquella parte y por las venas que a esta causa se juntan, se descubren más allí que en otra parte, se tiñe lo blanco y da gran contentamiento a los que la miran.

Las sienes en hebreo se llaman rakah, que es como decir flacas y delgadas, porque lo son más que ninguna otra parte del cuerpo.

Entre sus guedejas, esto es, que se descubren y echan de ver entre los cabellos.

4. Como torre de David.

Compara el cuello de la Esposa a una torre mostrando en esto que es largo y derecho y de buen aire, que es en lo que consiste ser hermoso.

Pero hay gran diferencia en lo que se le añade, puesta en el cerro o collado, que la palabra hebrea se declara diversamente por diversos autores. Unos dicen que es «collado o lugar alto»; otros, «cosa que enseña el camino a los que pasan»; y otros dicen ser lo mismo que «cerca o barbacana», y todo aquello con que se fortalece alguna cosa. Y cierto es que se halla en esta significación en el libro de Josué, en el capítulo once, adonde se dice que Josué dejó en pie no solo las ciudades que había conquistado por fuerza de armas, pero todas aquellas que estaban bien cercadas y fortalecidas, las cuales dicen por la palabra hebrea ya dicha.

Lo que a mí me parece más acertado en este lugar, para abrazar todas estas diferencias ya dichas, es trasladar así: Tu cuello como torre de David puesta en atalaya; que es decir en lugar alto y fuerte, y que sirve de descubrir los enemigos, si vienen, y mostrar el camino a los que pasan; y por el oficio de que sirve y el sitio que tiene, de necesidad ha de ser cosa fuerte. Dice de David, que es decir de las que edificó David. Y no hace la comparación en torre edificada en llano, sino en la que está puesta en atalaya y lugar alto, porque lo está así el cuello sobre los hombros.

Mil escudos cuelgan de ella, esto es, de la torre.

Todos escudos de valientes. Que es de gente de armas que está allí de guarnición. En esto de los escudos no es menester decir que se hace comparación al cuello o alguna parte de él, sino como hizo mención de la torre, es un divertirse a contar algunas condiciones de ella, aunque no venga mucho con el propósito que espiritualmente se trata; lo que es una cosa muy usada y muy graciosa en los poetas. Si no queremos decir que los escudos colgados de la torre responden a las cadenas y collares que hermoseaban el cuello de la Esposa, así como a la torre de los escudos.

5. Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos, [que están] paciendo entre las azucenas.

No se puede decir cosa más bella ni más a propósito que comparar las tetas hermosas de la Esposa a dos cabritos mellizos, los cuales, demás de la ternura que tienen por ser cabritos y de la igualdad por ser mellizos, y demás de ser cosa linda y apacible, llena de regocijo y alegría, tienen consigo un no sé qué de travesura y buen donaire, con que llevan tras sí y roban los ojos de los que los miran, poniéndoles afición de llegarse a ellos y de tratarlos entre las manos; que todas son cosas muy convenientes y que se hallan así en los pechos hermosos a quien se comparan.

Dice que pacen entre las azucenas, porque con ser ellos lindos, así lo parecen más; y queda así más encarecida y más loada la belleza de la Esposa en esta parte.

6. Hasta que sople el día y huyan las tinieblas voyme.

Soplar el día y huir las sombras ya he dicho ser rodeo con que se declara la tarde. Pues dice ahora el Esposo que se va a tener la siesta y a pasar el día hasta la tarde entre los árboles de la mirra y del incienso, que es algún collado donde se crían semejantes plantas, que las hay muchas en aquella tierra. Y el decirle esto agora después de tantos y tan soberanos loores con que le ha loado, es convidalla abiertamente a que se vaya con él. Mas vuelve luego la afición y torna a loar las perfecciones de su Esposa, que son mudanzas muy propias de amor; y dice como en una palabra todo lo que antes había dicho por tantas y por en tan particular de toda su hermosura.

7. Falta no hay en ti.

Que aunque no lo dice por palabras, porque las de los muy aficionados siempre son cortas, dícelo con el afecto, y es como si dijese: ¿Mas cómo me apartaré de ti, Amiga mía, o cómo podré estar un punto sin tu presencia, que eres la misma belleza, y toda tú convidas y fuerzas a los que te ven a que se pierdan por ti? Por tanto, dice, vamos juntos, y si es grande atrevimiento y pido mucho en pedirte esto, tu extremada y jamás vista belleza, que basta a sacar de su seso a los hombres, me disculpa.

Demás de esto dice que nos volveremos juntos por tal y tal monte, donde verás cosas de gran contento y recreación para ti; que es aficionarla más a lo que pide con las buenas calidades del lugar, diciendo:

8. Conmigo del Líbano, Esposa, te vendrás.

Líbano aquí no es el monte así llamado, de donde se trajo la madera para el templo y casa de Salomón, de que se hace mención en los Libros de los Reyes, que este no estaba en Judea; sino es lo que en los mismos libros se llama saltus Libani, «el bosque del Líbano», llamado así por los reyes de Jerusalén, por alguna semejanza que tenía en árboles, o con alguna otra cosa, con aquel monte.

9. Robaste mi corazón, hermana mía.

También esto es a propósito de persuadille lo mismo: que se vaya con él por el amor que le tiene; y porque le es a él imposible hacer otra cosa, como aquel que está preso, y encadenado de sus amores. Que es como si dijese: «Pues yo soy tuyo más que mío, no es justo que te desdeñes de mi compañía; y si el campo y recreación con que te he convidado, no basta para que te quieras venir tras mí, sabe que yo no me puedo apartar de ti ni un solo punto, no más que de mi misma alma; la cual tienes en tu poder, porque con los ojos robaste mi corazón, y con la menor cadena de las que te adornan tu cuello, me tienes preso».

Y de aquí torna a relatar, loando y usando de comparaciones nuevas, las gracias y la hermosura de la Esposa; por el fin, ya dicho, que es demostrar que no puede ir sin ella, y obligarla así que le siga. Si no queremos imaginar y decir que salió ya y se fue con él, y así juntos y a solas y cogiendo el fruto de sus amores, encendido el Esposo, como es natural, con un nuevo y encendido y más vivo amor, y lleno de un increíble gozo, habla con mayor y más particular dulzura y regalo. Que esto experimentan cada día las almas aficionadas a Dios, que cuando por secreto e invisible amor les comunica su gracia, derretidas sus almas de amor, se requiebran con Él y se desentrañan, diciendole mil regalos y dulzuras de palabras.

Y esto viene muy bien con lo que se sigue:

10. ¡Cuán lindos son tus amores!

Que es como si junto con ellos y enterneciéndose en su amor, le dijese: «¡Hermana mía, querida y dulcísima Esposa!, más alegría me pone amarte, que es la que pone el vino a los que con más gusto le beben. Tus ungüentos y aceites, que son las algalias y los demás olores que traes contigo, vencen a todos los del mundo; en ti, y por ser tuyos, tienen un particular y aventajado olor. Tus palabras son todas miel, y tu lengua parece que anda bañada toda en leche y miel; y no es sino dulzura, gracia y suavidad todo lo que sale de tus labios. Hasta tus vestidos, demás que te están bien y adornan maravillosamente tu gentil persona, huelen tan bien y tanto, que pareces con ellos al bello monte Líbano, donde tanta frescura hay, así en la vista de las verdes y floridas plantas como en los suaves olores que el aire mezcla»; porque en aquel bosque, como hemos dicho, había plantas de grande y excelente olor. Que todo lo demás ya está declarado por lo que se ha dicho en otros lugares antes de éste.

Huerto cercado. Prosigue en su requiebro el rústico y gracioso Esposo, y aunque pastor, muestra bien la elocuencia que aprendió en las escuelas del amor. Así, con una semejanza y otra alaba la belleza extremada de su Esposa, y declara agora así enteramente y a bulto, toda su gracia, frescura y perfección, lo cual había hecho antes de agora, particularizando cada cosa por sí. Que dice que toda ella es como un jardín cerrado y guardado, lleno de mil variedades de frescas y preciosas plantas y yerbas, parte olorosas, parte sabrosas a la vista y a los demás sentidos; que es la cosa más cabal y más significante que se pudo decir en este caso, para declarar del todo el extremo de una hermosura llena de frescor y gentileza.

Y añade luego otra semejanza, diciendo que es así agradable y linda, como lo es y parece una fuente de agua pura y serena, rodeada de hermosas yerbas y guardada con todo cuidado, porque ni los animales ni otra alguna cosa la enturbie. Las cuales dos comparaciones propónelas desde el principio como en suma, y luego prosigue cada una de ellas por sí más extendidamente, diciendo:

12. Huerto cercado.

Huerto cercado, esto es, guardado de los animales, que no le dañen, y tratado con curioso cuidado; que donde no hay cerca, no se puede guardar jardín; ni menos al amor que vive sin aviso y sin recato no hay que pedille planta alguna ni raíz de virtud.

Hermana mía, Esposa, eres tú huerto cercado. Repítelo segunda vez para encarecer más la significación de lo que dice. Y fuente sellada, que es cercada con diligencia, para que nadie enturbie su claridad.

Tus plantas, esto es, las lindezas y grandezas innumerables que hay, Amiga mía, en este tu huerto que eres tú, son como jardín de granadas con frutos de dulzuras, que es decir dulces y sabrosas cuales son las granadas. Adonde también hay cipro y nardo con los demás árboles olorosos. Y pone un gran número de ellos, de arte que viene a ser un deleitoso jardín el cual pinta. Y tal dice que es su Esposa; tal su belleza y gracia; toda ella y por todas partes y en todas sus cosas, graciosa, amable y alindada, como es el jardín a que la compara; que ni hay en él parte desaprovechada ni por cultivar que no lleve algún árbol o yerba que la hermosee; ni de los árboles o yerbas que tiene, hay alguna que no sea de grande deleite y provecho, como diremos de cada una.

Que, según la verdad del espíritu, es mucho de advertir que en el justo y en la virtud están juntos provecho y deleite y alegría con todos los demás bienes, sin haber cosa que no sea de utilidad y valor; y que no sólo tiene y produce fruto que deleite el gusto y con que deleite su vista, sino también posee de hojas y olor de la buena fama con que recree y sirva al bien de su prójimo. Como lo declara maravillosamente el real profeta David en el primer salmo, adonde dice del justo que es como el árbol plantado en las corrientes de las aguas, que da fruto a su tiempo, que está siempre verde y fresco, sin secarse jamás la hoja. Y señaladamente es de advertir que todos estos árboles de que hace mención son de hermosa vista y excelente olor; por lo cual queda confundido el desatino de los que dicen que las ceremonias y obras exteriores no son necesarias con la fe, porque lo son mucho para la salud del alma del justo, con la fe que está escondida en ella y es gran disparate no hacer mucho caso de las buenas y loables obras y muestras de fuera, que son las hojas y el olor que edifica a los circunstantes.

Cipro. Dioscórides en el capítulo 41 del libro primero pone dos maneras de él: uno que se trae de la India oriental, es una raíz y semejante al jengibre, y de esto no se habla aquí. El otro, que es de quien aquí se hace mención, es un género de junco de alto dos codos, cuadrado o triangulado, que a la raíz tiene unas hojas largas y delgadas, y en lo alto hace una mazorca llena de menuda flor, y es aromático y de grandes provechos; críase junto a lagunas y lugares húmedos, y señaladamente se crían en Siria y en Cilicia, y en español llaman «juncia de olor» o «avellanado», y en latín iuncus odoratus.

Nardo; yerba es por el semejante olorosa y provechosa, de ella hay algunas diferencias; y una de ellas se da muy bien en Siria y Palestina, según dice Dioscórides. En España en algunas partes se llaman azúmbar.

Canela y cinamomo. Canela es lo que los griegos llaman casia. Galeno dice que el cinamomo tiene una suavidad de olor que no se puede explicar; y es cosa cierta que el cinamomo es una cosa más delicada en sabor y olor, y de más precio que la casia, aunque se parecen en muchas cosas; y lo uno y lo otro se trae hoy día de la India de Portugal, y según parece son diferencias de canela, mejor y más buena.

En el original hebreo, donde yo volví canela dice kaneh, que algunos trasladan calamus aromaticus, que es otra yerba diferente de la casia y del cinamomo, como parece por Dioscórides y por Plinio, que se da en Siria, semejante algo a la juncia de olor; que es más olorosa que ella, y, quebrada, no se troza, sino levanta astillas. El cinamomo que puse está en hebreo kinamón, que los doctores de la lengua dicen que es cinamomo.

Mirra tómase aquí por el árbol de donde se saca, del cual dice Plinio, es alto de cinco codos y algo espinoso, y herida su corteza destila de él una gota a quien se da el nombre del mismo árbol. Sándalo está en hebreo jalot, por donde algunos traducen áloe o acíbar, llevados del sonido de la voz; en lo cual se engañan grandísimamente, porque el acíbar no se cuenta entre los árboles, sino entre las plantas, y es una planta pequeña de un tronco y de una raíz y de las hojas gruesas, por lo cual otros traducen sándalo, que es un árbol hermoso y de buen olor y viene mejor con el intento de la Esposa que es hacer mención de todas las plantas olorosas y preciadas que suelen más hermosear un jardín muy gentil. Y así dice: Con todos los demás preciados olores.

Fuente de huertos. Había comparado el Esposo a su querida Esposa, no sólo a un lindo huerto, sino también a una pura y guardada fuente. Declara agora más esto segundo, especificando más las calidades de aquella fuente, y dice fuente de huertos; esto es, tan abundante y copiosa que de ella se saca por acequia agua para regar los huertos. Pozo de aguas vivas, esto es, no encharcado, sino que perpetuamente manan sin faltar jamás. Que corren del monte Líbano, que, como habemos dicho, es monte de grandes y lindas arboledas frescas, y muy nombrado en la Escritura; para que de esto se entienda que es muy dulce y muy delgada el agua de esta fuente de que habla, pues nace y corre por tales mineros.

Con lo cual queda pintada una fuente con todas sus buenas cualidades, de mucha agua, muy pura, muy sosegada, muy fresca y muy sabrosa, que jamás desfallece; para que de la lindeza de la fuente del jardín entendamos la extremada gentileza de la Esposa, que es como un jardín y una fuente.

16. ¡Sus, cierzo, y ven, ábrego!

Esto es un apóstrofe y vuelta poética muy graciosa, en la cual el Esposo, habiendo hecho mención y pintura de un tan hermoso jardín, como habemos visto, prosiguiendo en el mismo calor de decir, vuelve su plática a los vientos, cierzo y ábrego, pidiéndoles al uno que se vaya y no dañe y en este su lindo huerto; y al otro que venga y con su soplo templado y apacible lo recree y le mejore, y ayude a que broten las plantas que hay en él; que es bendecir a su Esposa y desear su felicidad y prosperidad. Lo cual es muy natural cuando se ve o se pinta con afición y palabras una cosa.

Según el espíritu, significa hacer Dios que cesen los tiempos ásperos y de tribulación, que encogen y como que marchitan la virtud, y enviar el temporal templado y blando de su gracia, en que las virtudes, que tienen raíces en el alma, suelen brotar en público para olor y buen ejemplo y provecho de sus próximos. Y así el Esposo, en diciendo que su Esposa es un jardín, añade y dice luego: «¡Ay! Dios me guarde el mi lindo jardín de malos vientos; y el amparo del cielo me lo favorezca, y no vea yo el rigor y el aspereza del cierzo»; que, como se ve, es un viento dañosísimo, y que por esta causa y por su demasiado rigor abrasa y quema los jardines y huertos. «Venga el ábrego, y sople en este huerto mío con airecito templado y suave, para que con el calor despierte el olor, y con el movimiento se lleve y derrame por mil partes, por manera que gocen todos de su suavidad y deleite». Y esta bendición es dicha así y muy graciosamente, por irse conforme a la naturaleza del huerto, de que se habla. Porque es regla que, cuando bendecimos o maldecimos, o aborrecemos alguna persona o cosa, la tal maldición o bendición ha de ser conforme a su oficio o naturaleza de la cosa. Conforme lo hizo David en aquella lamentación sobre la muerte de Saúl diciendo: «¡Oh montes de Gelboé!, estériles seáis sin ningún fruto ni planta; privados del beneficio del cielo, que ni rocío ni agua descienda sobre vosotros».

Capítulo quinto

1. (ESPOSA:) Venga el mi Amado a su huerto, y coma las frutas de sus manzanas delicadas.

2. (ESPOSO:) Vine a mi huerto, hermana mía, Esposa; cogí mi mirra y mis olores; comí mi panal con la miel mía; bebí el vino y la mi leche: comed, compañeros, bebed y embriagaos.

3. (ESPOSA:) Yo duermo, y el mi corazón vela. La voz de mi querido llama: Abre, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche.

4. Desnúdeme mi vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies; ¿cómo me los ensuciare?

5. Mi Amado metió la mano por el resquicio [de las puertas], y mis entrañas se estremecieron en mí.

6. Levanteme para abrir a mi Amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corre, sobre los goznes del aldaba.

7. Yo abrí a mi Amado, y mi Amado se había ido, y se había pasado, y mi ánima se me salió en el hablar de él. Busquele, y no le hallé; llamele, y no respondió.

8. Halláronme las guardas que rondan la ciudad; hiriéronme; tomáronme el mi manto, que sobre mí tenía, las guardas de los muros.

9. Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, que si halláredes a mi querido me lo hagáis saber. Que soy enferma de amor.

10. (COMPAÑERAS:) ¿Qué tiene el tu Amado más que otro amado, porque así nos conjuraste?

11. (ESPOSA:) El mi Amado, blanco y colorado; [trae bandera] entre los millares.

12. Su cabeza, oro de Tibar; sus cabellos, crespos, negros como cuervo.

13. Sus ojos, como los de paloma junto a los arroyos de las aguas, bañadas en leche junto a la llanura.

14. Sus mejillas, como eras de plantas olorosas de los olores de confección. Sus labios, violetas que destilan mirra que corre.

15. Sus manos, rollos de oro que viene de Tarsis; su vientre, blanco de Ebur cercado de zafiros.

16. Sus piernas, columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino. El su semblante, como el del Líbano, erguido como los cedros.

17. Su paladar, dulzura; y todo él, deseo. Tal es mi Amado, y tal es mi querido, hijas de Jerusalén.

18. (COMPAÑERAS:) ¿Adónde se fue el tu Amado, hermosa entre las mujeres? ¿Dónde se volvió el tu querido, y buscarle hemos contigo?

Declaración

1. Venga el mi Amado a su huerto.

Como acabó de hablar en huertos el Esposo, la Esposa, avisada de ello, acuérdase de uno que tenía su Amado, que por ventura es el mismo de que hizo la comparación arriba dicha; y ruégale que se deje ir donde van, y que se vayan allá juntos a comer de las manzanas. O, por mejor decir, porque le había hecho semejante a un hermoso huerto y deleitoso, y ella agora por estas palabras, encubiertas y honestamente, se le ofrece así y le convida a que goce de sus amores. Como si más claro dijera: «Pues vos me hicisteis semejante a un jardín bello, ¡oh amado Esposo!, y dijisteis que yo era vuestro huerto ¡Vos, venid, Esposo mío, coged, y comeréis de los buenos frutos, que en este vuestro huerto tanto os han contentado!».

A lo cual responde el Esposo, diciendo:

2. Vendré a mi huerto, Esposa mía, hermana mía.

En lo cual dice que, pues ella le convida con la posesión y con la fruta de su huerto, a él place de venir a él y hacelle suyo, que por tal le tiene, siendo él y su Esposa, una misma cosa. Y porque la nombra debajo de figura de huerto, y dice que vendrá a solazarse en ella, prosiguiendo por las mismas figuras, dice, no por las mismas palabras sencillas, sino por rodeo y señas, explicando con gentiles palabras todo lo que suele hacerse en cualquier deleitoso huerto, cuando algunas gentes se juntan en él para vacarse y tomar solaz; que no solamente cogen olorosas flores y yerbas, pero también suelen comer o merendar en él o llevan viandas y vino, y allá cogen de las frutas que hay. Por eso dice el Esposo: Comí mi panal con mi miel, como si dijera: «Yo verné prestísimo a este mi huerto, y cogeré la mirra mía con las demás flores que en él se crían; comeremos en él frutas dulcísimas, a las cuales mi Esposa me ha convidado, y panales de miel, que allá en el huerto hay, y mucha leche y mucho vino, de manea que os regocijemos mucho».

Y, como si estuviese ya en él, convida a sus compañeros los pastores que beban y se regocijen, como suelen decir los amigos que conciertan de ir a algún jardín: «Iremos allá, comeremos y regocijarnos hemos hasta embeodarnos». No porque ha de ser así, sino por un encarecimiento de lo mucho que se desean solazar. Y así dice: «Comed, compañeros, y bebed hasta que os embeodéis», como se suele decir en los convites alegres, cuando con regocijo se convidan unos a otros. Y esto para declarar el Esposo la determinación y deseo que tenía de regocijarse y deleitarse con su Esposa, que es aquí la que es señalada huerto, de quien se habla.

La palabra vine, que es del tiempo pasado, declaramos del tiempo venidero, diciendo yo vendré, y así mismo las otras comí, cogí, bebí; cogeré, comeré, beberé, porque es cosa muy usada y recibida en la Sagrada Escritura poner pasado por futuro, y futuro por pasado. Y esto se ve en todas las demás promesas que la divina palabra hace por sus profetas, para demostrar que son tan ciertas como si fuesen ya pasadas y cumplidas; y así en los Salmos las cosas que se esperan, muchas veces se dicen por tiempo pasado, como es aquello: «Mi ojo despreció a mis enemigos», por decir que los despreciará.

Ytem, diciendo leche y vino, y panales de miel, a la letra se guarda el decoro y conveniencia de la persona que habla; porque una pastora semejantes comidas usa, con el abundancia de ellas se deleita mucho, como los delicados con las soberbias comidas.

Hase de entender aquí que, dicho esto, se fue el Esposo, y vino la tarde y se pasó aquel día, y amaneció otro, y la Esposa cuenta lo que en aquella noche le había acontecido con su Esposo, que la vino a ver y llamó a su puerta y por poco que se detuvo en abrirle, se tornó a ir; que fue causa que ella saliese de su casa perdida de noche y se fuese a buscalle, lo cual todo cuenta y cada cosa en particular con extraña gracia y sentimiento.

3. Yo duermo, y mi corazón vela.

Dícese del que ama que no vive consigo más de la mitad, y que la otra mitad, que es la mejor parte de él, vive y está en la cosa amada. Porque como nuestra alma tenga dos oficios, uno de criar y conservar el cuerpo, y el otro, que es el pensar e imaginar ejercitándose en el conocimiento y contemplación de las cosas, que es el mayor y más particular o principal, cuando este oficio que es de pensar e imaginar, nunca lo emplea en sí, sino en aquella cosa a quien ama, contemplando en ella y tratando siempre de ella; solamente obra consigo las obras de su cuerpo aquello primero, que es un poco de su presencia y cuidado, cuanto es menester para tenerle en vida y sustentarle, y aun esto no todas veces enteramente. Esto así parece supuesto y simplemente, sin más filosofar en ello más, nos declara la grandeza del amor, que en este lugar muestra la Esposa diciendo: Yo duermo, y mi corazón vela. Porque dice que, aunque duerme, no duerme del todo ni toda ella reposa, porque su corazón no está en ella, sino en su Amado está siempre; que como se ha entregado al amor y servicio de su Esposo, no tiene que ver con ella en su provecho, que el uno querría huir los trabajos del amor; mas el corazón dice: yo los quiero sufrir. Dice el que ama: grave carga es ésta. Responde el corazón: llevarla tenemos. Quéjase el amante que pierde el tiempo, la vida y la esperanza; halo el corazón por bien empleado todo. Y así, cuando el cuerpo duerme y reposa, entonces está el corazón velando y negociando con las fantasmas del amor, y recibiendo y enviando mensajes. Y por eso dice: Yo duermo, y mi corazón vela; que es decir, aunque yo duerma, pero el amor de mi Esposo y el cuidado de su ausencia me tiene sobresaltada y medio despierta, y así oí fácilmente su voz.

O podemos decir que llama al Esposo su corazón, por requiebro, conforme a lo que se suele decir comúnmente. Y según esto, dice que, cuando ella reposaba, su corazón, esto es, su Esposo, estaba velando; que es un lastimarse de su trabajo y mostrar lo mucho que de él es querida. Lo cual es muy propio a Dios, cuyo amor sumo y ardientísimo con los hombres se va declarando debajo de estas figuras; que muchas veces, cuando los suyos están más olvidados de Él, entonces por su grande amor los vela y los rodea con mayor cuidado.

Voz de mi Esposo. Dice que al punto que ella despide el sueño, (el cual, por causa de traer alborotado y desasosegado el corazón, tenía ligero), llega el Esposo y llama a la puerta, cuya voz ella bien conoce, el cual decía así: Ábreme, hermana mía..., que todas son palabras llenas de regalo, y que muestran bien el amor que le traía vencido. Y en este repetir cada palabra y tantas veces, muestra bien el afecto con que la llama, para moverla a abrir aquel de quien tanto es amada.

Acabada mía. El amor no halla falta en lo que ama; así lo dice Salomón: «El amor y caridad encubre mucho la muchedumbre de los pecados»; esto es, hace que no se echen de ver los defectos del que es amado, por muchos que sean. Y a la verdad, la Esposa, de quien se habla aquí, que es la Iglesia de los justos, es en todas sus cosas acabada y perfecta, por el beneficio y gracia de la sangre de Cristo, como dice el Apóstol. Y por eso dice acabada mía; como si dijese: «por mí y por mis manos y trabajo hermoseada y perfeccionada, y vuelta así linda y hermosa como la paloma».

Y porque no puede sufrir quien ama de ver padecer a su amado, dice: Que mi cabeza llena es de rocío. Que es decir, «cata que no puedo estar fuera, que hace gran sereno, y cae grave rocío del cual traigo llena mi cabeza y cabellos». En que muestra la grande necesidad que tenía de tomar reposo, y obligar a que abra con mayor brevedad y voluntad.

Esto decía el Esposo. Mas ella, así que lo oyó y comenzó a decir entre sí con una tierna y regalada pereza:

4. Desnudeme mis vestiduras.

Que es decir: «¡Ay cuitada! Yo estaba ya desnuda, ¿y tengo de tornarme a vestir? Y los mis pies que ahora me acabo de lavar, ¿téngalos de ensuciar luego?». En lo cual se pinta un melindre muy al vivo, que es común a las mujeres, haciéndose esquivas donde no es menester; y aun muchas veces, deseando mucho una cosa, cuando la tienen a la mano fingen enfadarse de ella y que no la quieren. Había la Esposa deseado que su Esposo viniese, y dicho que no podía vivir sin él ni una hora, y rogándole que venga, y despertando con alegría a la primera voz del Esposo y al primer golpe que dio a la puerta; y agora que lo ve venido, ensoberbécese y empereza en abrirle, y hace de la delicada por hacerle penar y ganar aquella victoria más de él. Y dice, poniendo otras excusas: «Desnudeme en mi cama mi vestidura, ¿cómo me la tornaré a vestir, que estará fría? Lavéme mis pies poco ha para acostarme, ¿téngalos ahora de ensuciar poniéndolos en el suelo?». Que es gentil trueco éste; que viene el Esposo cansado y mojado, habiendo pasado por el sereno y mal rato de la noche, y ella rehúsa de sufrir por él la camisa fría. En que, como digo, muestra bien la condición y natural ingenio de su linaje, que, en lo que más aman y desean, cuando lo ven presente, cualquiera cosilla que tienen hace que lo estorbe, y hacen mil melindres y niñerías. Aunque decir esto la Esposa, no entiende que no quiere abrir a su Esposo, que esto no se sufría en un amor tan verdadero y encendido, sino, presupuesto que lo quiere y ha de hacer, muestra pesarle que no hubiese venido un poco antes, que ella estaba vestida y por lavar, para no tener agora que vestirse y desnudarse tantas veces.

5. El mi Amado metió la mano por entre el resquicio de las puertas, y mis entrañas se estremecieron en mí.

Dice agora que, como se detuviese un poco, a lo que se entiende, en tomar sus vestidos, no sufriendo dilación su Esposo, tanteó de abrir la puerta, metió la mano por entre los resquicios de ella, procurando de alcanzar el aldaba; y que ella, sintiéndola, y toda muy turbada en ver su prisa, y como causándole dolor en las entrañas de la pereza que había mostrado y de su tardanza, así como estaba, medio vestida y revuelta, acudió a abrir. Y así dice:

6. Levanteme a abrir a mi Amado, las mis manos destilaron mirra, que corre, sobre los goznes del aldaba.

Presupónese que, levantándose, tomó cualquiera botecillo de mirra, esto es, de algún precioso licor confeccionado en ella, para, en entrando recibir y recrear al Esposo con ella, que venía cansado y fatigado, como se suele hacer entre los enamorados. Que en todo, aun hasta en esto, guarda Salomón con maravilloso aviso e ingenio todas las propiedades que hay, así en palabras como en los hechos, entre dos que se quieren bien, cuales son los que en este su Cantar introduce.

Dice, pues, que con la prisa que llevaba a abrir a su Esposo, estuvo a punto de caérsele el botecillo; pero al fin se le volvió en las manos y derramó entre las manos, y sobre los goznes del aldaba que estaba abriendo.

Mirra que corre no quiere decir que corrió y se derramó sobre la aldaba, aunque fue así, como he dicho, sino es decir mirra líquida, a diferencia de la que ya está cuajada en granos, como es la que comúnmente vemos. O lo que tengo por más cierto, y más conforme al parecer de San Jerónimo y de los hebreos, es dicha excelentísima; porque la palabra hebrea hhober quiere decir corriente, y que pasa por buena por todas partes; según la propiedad de aquella lengua, es decir que es muy buena y perfecta y aprobada de todos los que la ven, conforme a lo que en nuestra lengua solemos decir de la moneda de ley, que es moneda que corre.

7. Yo abrí al mi Amado, y el mi Amado etc.

Y dice que por presto que abrió, ya el Esposo, enojado de la tardanza, se había pasado de largo.

A muy buen tiempo usa el Esposo del tanto por tanto con su Esposa, porque viendo que ella al principio no le quiso abrir, dándole casi a entender que no le había menester, él prueba a abrir la puerta; mas cuando sintió que se levantaba a abrir la puerta y que venía, quiérele pagar la burla, como si dijese: «Vos quereisme dar a entender que podéis estar sin mí; pues yo os daré a entender cómo yo puedo más sufrir sin vos que vos sin mí». Y así se ausenta, no aborreciéndola, sino castigándola y haciéndola penar un rato entre esperanzas y temores, para que esté más pronta después y para que juntamente escarmiente.

Dice, pues: Yo abrí a mi Amado, y no le hallé a la puerta, como pensaba, porque se era ya ido y pasado de largo. Bien se entiende la tristeza con que la Esposa dice estas palabras, como aquella que juntamente se halla corrida y triste de su descuido; y así parecen las palabras como de asombrada y medio fuera de sí, que la repetición de su decir que se era ido y que se había pasado denota esto.

Mi alma se me salió en el su hablar. Esto es, derritiose el alma en amor y pena, en verle ido; mas yo iré y le buscaré y le daré voces; henchiré el aire del sonido de su nombre porque me responda y venga a mí. Mas ¡ay de mí!, que procurándolo no le hallo y llamándole no me responde. Y así dice: Búsquele y no le hallé; llamele, y no me respondió. De donde se entiende la ansia con que quedaba. Y cuenta juntamente las desgracias que tras ello le acontecieron, buscando a su Esposo, que encontraron con ella las guardas que de noche guardan y rondan la ciudad; y como entre tales siempre hay capeadores y ladrones, gente traviesa y descomedida, dice que la hirieron dándole algunos golpes, como a mujer sola, y que la quitaron el manto o mantellina con que se cubría, y socorrieron a su pasión con esta buena obra. Y así dice:

8. Topáronme las rondas que rondan la ciudad, y quitáronme el manto de sobre mí (esto es, con que me cubría) las guardas de los muros.

Esto ya va dicho así, no porque aconteciese de esta manera a la hija de Faraón por esta manera que aquí habla, sino porque a la persona enamorada que aquí representa le es natural buscar con tanta ansia en todos y en semejantes tiempos a sus amores; y con el andar de noche, siempre andan juntos tales acontecimientos.

Según el espíritu, es gran verdad que todos los que con ansia buscan a Cristo y a la virtud estropiezan siempre en grandes estorbos y contradicciones; y es cosa de grande admiración que los que tienen de oficio la guarda y vela y celo del bien público, y en quien de razón había de tener todo su amparo la virtud, estos por la mayor parte la persiguen y maltratan.

9. Conjúroos, hijas de Jerusalén.

Con la mayor pena que sentía de no hallar a su Esposo, que le duele más que todo el resto, no echa mucho de ver ni se agravia del mal tratamiento que de las guardas recibía; y así, en lugar de quejarse de su mal comedimiento, o de recogerse a su casa y huir de sus manos, ruega a las vecinas de Jerusalén que la den nuevas de su amor, si le han visto, y si no que le ayuden a buscarle. Que es propio del verdadero amor crecer más y encenderse cuando más dificultades se le ofrecen y peligros se le ponen delante.

Dice más: Y le contaréis que estoy enferma de amor, conforme a lo que se suele decir comúnmente en nuestra lengua: «que parece, que me fino de amor». Y es de considerar que, aunque estaba fatigada de buscarle, y maltratada y despojada por el descomedimiento de los que la toparon, no les manda decir su congoja, ni su cansancio, ni el trabajo que ha puesto en su busca, ni los desastres sucedidos, sino lo que padece por su amor por dos causas: la una, porque esta pasión, como la mayor de todas, vencía el sentimiento de las demás y las borraba de la memoria; la otra, porque ninguna cosa podía ni era justo que pudiese con el Esposo para inducille a que volviese tanto como saber el ardiente y vivo amor de su Esposa como representalle lo que le amaba y su enfermedad. Porque no hay cosa tan eficaz, ni que pueda tanto con quien ama como saber que es amado; que siempre fue el verdadero cebo y piedra imán del amor.

Este mismo amor induce a que algunas mujeres de Jerusalén, que la oyeron, parte maravilladas de que una doncella tan bella, a tal hora, anduviese con tanta ansia buscando a su Amado, parte movidas a lástima y compasión de su ardiente deseo, le preguntan cuál sea este su Amado, por quien tanto se queja; y en qué se aventaja a los demás, que merezca el extremo que hace, buscándole a tal hora, lo cual otra no haría; creyendo, que esto nacía de grandeza de amor, o de alguna locura, o por ventura por ser el Amado merecedor de todo esto. Y así dicen:

10. ¿Qué tiene tu Amado más que otro amado, oh hermosa entre las mujeres? ¿Qué tiene tu Amado sobre otro amado, porque así nos preguntas?

Que es decir: ¿En qué se aventaja este que tú amas entre los demás mancebos y personas que pueden ser queridas? Y esto pregúntanlo por dos causas: la una como pidiéndola razón del grande y excesivo amor que se le mostraba, que era justo fuese así por alguna señal de ventaja que hiciese su Esposo entre todos a los demás hombres; lo otro, para, por las señas que diese, poderlo conocer cuando le viesen. A lo cual responde:

11. Mi amado, blanco y colorado, trae la bandera sobre los millares.

Da al principio la Esposa señas de su Esposo generalmente diciendo que es blanco y colorado; después va señalando las partes de su belleza cada una en su lugar. Dice, pues: «Sabed, hermanas mías, que el mi Amado es blanco y rojo, porque de lejos le conozcáis con la luz de estos colores, que son tan perfectos en él, que entre mil hombres se diferencia y hace raya y lleva la bandera, y por ser el primero de todos ellos la lleva».

La palabra hebrea es dagul, que significa el que lleva la bandera, y así aquí quiere decir el alférez; y con ella por semejanza puede significar todo lo que se señala en cualquiera cosa, como es señalado el alférez entre los de su escuadrón, lo cual, por la misma forma se dice en nuestra lengua. Y así San Jerónimo, atendiendo más al sentido que a la palabra, tradujo escogido entre mil. En las cuales palabras se entiende una como encubierta reprensión a las que la piden señas de su Esposo. Como si dijese: «No hay para qué os diga quién y cuál es mi Esposo, que, entre mil que esté, se echa de ver y descubre».

Pero prosigue relatando sus propiedades, porque es natural del amor deleitarse y como saborearse de traer siempre en la memoria y en la boca al que ama, por cualquiera ocasión que sea. Pues dice:

12. Su cabeza como oro de Tibar.

Esto es, su cabeza es muy gentil, redonda y bien proporcionada, como hecha de oro acendrado, sin ninguna falta ni tacha. Porque cosa es usada entre todas las lenguas para decir que cualquiera cosa es perfecta y agraciada, decir que es hecha de oro; y por esto lo dice la Esposa aquí, y no por ser rubios los cabellos, como luego veremos ser negros. Porque, en las tierras orientales y en todas las tierras calientes, tienen por galano el cabello negro, como aún hasta hoy se precian los moros. Y así añade: Sus cabellos negros, crespos como cuervo. Y, cierto, al rostro de un hombre muy blanco mejor le están los cabellos y la barba negros que los rubios, por ser colores contrarios, que el uno da luz al otro. Dice más:

13. Sus ojos como los de paloma en los arroyos de las aguas, bañadas en leche.

Ya he dicho que las palomas de aquella tierra, que agora llaman tripolinas, son de bellísimos ojos; y parécenlo mucho más con las calidades que añade luego, diciendo en los arroyos; porque, señaladamente cuando salen de bañarse, les relucen y centellean en gran manera, y los que las compran suelen con la mano mojada mojalles los ojos, y en aquel relucir y relampaguear de ellos conocen su firmeza. Y así dice la Esposa que los ojos de su Esposo son tan hermosos como los ojos de las tales palomas cuando más hermosos se les ponen, que es cuando se lavan juntos las corrientes de las aguas donde se bañan y refrescan, y cobran una particular gracia.

Bañadas en leche, esto es, blancas como la leche, que es la color que más agrada en la paloma. Reposan sobre la llenura, quise traducir así por dar lugar a todas las diferencias de sentidos, que los expositores e intérpretes imaginan aquí, cuan libre está en la lengua original, donde puntualmente se dice por las mismas palabras. Algunos entienden que llenura debe ser agua, cuales son los ríos grandes y estanques. Y de este parecer es San Jerónimo, y traslada que reposan junto a los ríos grandes y muy llenos; que es repetir sin necesidad lo mismo que acaba de decir, junto a las corrientes de las aguas. A otros les parece entender que este lleno, que se dice aquí, son vasos grandes llenos de leche. Pero es cosa muy ajena y muy torcida.

Podríase decir que, por aquella palabra mileot, que, en lo que suena, significa «llenura o henchimiento» en algunos lugares de la Escritura, por ella se explica lo que es acabado y perfecto, porque todo lo tal es lleno en su género, así que se podría decir que estar en la llenura las palomas, bañadas en leche, es decir que están del todo y perfectamente bañadas, esto es, que son perfectamente blancas, sin tener mancilla de otro color. Conforme a esto dirá la letra: Sus ojos como palomas junto a las corrientes de las aguas, que se bañan en leche, y quedan enteramente bañadas.

El sentido cierto es que la palabra hebrea que hemos dicho, significa todo aquello que, teniendo algún asiento o lugar vacío o señalado para su asiento, hinche bien tal lugar que viene medido con él, como un diamante que iguala bien en su engaste, o una paloma que hinche bien el agujero de la piedra donde hace su nido. Pues porque las palomas parecen bien en uno o en dos lugares, o junto a los arroyos donde se bañan, o puestas en el nido (como se vio arriba, donde, por mayor encarecimiento o requiebro, el Esposo llama a la Esposa paloma puesta en el agujero del paredón, esto es, en su nido), por esta causa aquí la Esposa, para encarecer los hermosos ojos del Esposo, compáralos a los de la paloma, en aquellos lugares en que están más hermosas y parecen mejor. Así dice: «Son como de palomas junto a las corrientes de las aguas, como de palomas blanquísimas, que con su gentil grandeza hinchen bien y ocupan y hacen llenos sus nidos donde reposan».

14. Las sus mejillas como hileras de yerbas aromáticas y plantas olorosas.

Por las mejillas se entiende todo el rostro, y todo lo que en español llamamos faces, el cual dice que es tan hermoso y tan bien asentado, de gentil parecer y gracia, cuanto son y parecen unas eras de yerbas y plantas aromáticas, puestas por gentil orden y criadas con cuidado y regalo; como se crían y ponen en Palestina y Oriente, donde la Esposa habla, y donde se da esta yerba más que en otra parte. Pues como son hermosas estas yerbas en igualdad y parecer, así lo es, y no menos, el agraciado rostro del Esposo; y así añade de plantas olorosas.

Dice más: Los labios como azucenas. Dioscórides, en el capítulo que trata de ellas, confiesa que hay un género de ellas coloradas como carmesí, y las cuales se entienden en este lugar ser semejantes a los labios del Esposo, que no sólo eran colorados, sino olorosos también; y por eso añade: De los cuales destila mirra que corre, esto es, fina y preciada, como habemos dicho.

Es muy digno de considerar aquí el grande artificio con que la rústica Esposa loa a su Esposo; porque los que mucho quieren encarecer una cosa alabándola y declarando sus propiedades, dejan de decir los vocablos llenos y propios, y dicen los nombres de las cosas en que más perfectamente se halla aquella calidad de lo que loan, lo cual da mayor encarecimiento y mayor gracia a lo que se dice. Como lo hace aquel gran poeta toscano que, habiendo de loar los cabellos, los llama oro, a los labios rosas o grana, a los dientes perlas, a los ojos luces, lumbres o estrellas; el cual artificio se guarda en la Escritura Sagrada más que en otra del mundo. Y así vemos que aquí la Esposa procede de esta manera; porque diciendo de los ojos que son de paloma, dice más que si dijera que eran hermosos; y las mejillas como las hileras de las plantas, las loa más que si dijera parejas e iguales y graciosas.

Y por el mismo tenor alaba las manos diciendo:

15. Las tus manos como rollos de oro, llenos de Tarsis.

En lo cual alaba la gracia y composición de ellas, por ser largas, y los dedos rollizos, tan lindos como si fuesen torneados de oro; y la piedra tarsis, que se llama así de la provincia donde se halla, es un poco entre roja y blanca, según la pinta un hebreo antiguo llamado Abenezra. Y según esto da a entender la Esposa las uñas, en que se rematan los dedos de las manos, que son un poco rojas y relucientes, como piedras preciosas de Tarsis. Y, por tanto, las manos en su hechura y con sus uñas son como rollos de oro rematados en tarsis; que diciendo aquí de las manos que son como rollos de oro, solamente habla de la hechura y gracia de ellas; que del color ya ha dicho que son blancas y coloradas cuando arriba dijo mi Esposo es blanco y colorado.

Luego dice por el mismo estilo y semejanza de hablar:

El su vientre, blanco diente adornado de zafiros. Su vientre, esto es, su pecho y sus carnes, blanco diente, esto es, marfil, que se hace de los dientes de los elefantes, que son blanquísimos; adornado de zafiros, que son piedras de gran valor, bermejas algo al parecer; que es decir, todo él es polido y así lucido y resplandeciente, como una piedra de marfil blanquísima cercada de piedras preciosas.

16. Las sus piernas, columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino.

En que se muestra la firmeza y gentil postura y proporción de ellas. Y habiendo loado a su Esposo tan en particular, como habemos dicho y visto, señalando su belleza por sus partes desde la cabeza hasta los pies, torna, como no bien satisfecha de lo dicho, ni de las señas dadas, a comprender en breves palabras lo que ha publicado, y ahora mucho más, diciendo:

El su semblante como el del Líbano. En que se muestra con harta significación la majestad, hermosura y gentil postura del Esposo; como lo es cosa bellísima y de grande demostración de majestad un monte grande y alto cual es el Líbano, de espesos y deleitosos árboles, al parecer de los que le miran de lejos. Dice más:

Erguido como cedro. En nuestro castellano, loando a uno de bien dispuesto, suelen decir dispuesto como un pino; que así el cedro como el pino son árboles altos y bien salidos. Donde decimos erguido, la palabra hebrea es bajur, que quiere decir escogido; y es propiedad de aquella lengua llamar así a los hombres altos y de buen cuerpo; porque, a la verdad, la disposición los diferencia y hace como escogidos entre los demás. Así se dice en el primero de los Reyes, el capítulo 9, del padre de Saúl, que tenía un hijo llamado Saúl que era escogido y bueno, esto es, hermoso y bien dispuesto, como de hecho lo era Saúl. Como parece en el capítulo 22, que dice: «Encontraron tus escogidos cedros entre los más altos y levantados». Así mismo, en el capítulo último del Eclesiastés, donde dice la letra vulgar: «Huélgate, date al placer, ándate a la flor del berro, mancebo, en la juventud, que presto se te pedirá cuenta estrecha», está la misma palabra bejur otéja, que es decir: huélgate, erguidillo.

En lo cual, como se ve claro, el Espíritu Santo usa de un donaire por el cabo bellísimo; que siendo su intención en aquellas palabras, usando de una artificiosa y fingida simulación y como permitiéndoles y debajo de alargarles la vanidad a los mancebos, escarnecer de su liviandad, que se andan siempre al buen tiempo y cogiendo, como dicen, la flor del berro, descordándose de lo que está por venir y les puede suceder; así que, siendo su intento del Señor reprender, mofando el desacuerdo de los mancebos y amenazallos con pena, no les llama con el nombre propio de su edad, sino llamándolos erguidos usando del nombre que declarase al natural el brío, altivez y lozanía; que es la fuente de donde nace no mirar ni curar de lo que está por venir, y aquel coger, sin rienda el fruto del deleite y el pasatiempo presente, que tanto reprende.

Pues, tornando a nuestro propósito, concluye la Esposa, finalmente diciendo:

17. El su paladar, esto es, su habla, dulzuras; esto es dulcísima y suavísima. Y todo él deseo, esto es, amable y tal que convida por todas partes a que le deseen y se pierden por él los que le ven.

Tal es mi Amado y tal es mi querido, hijas de Jerusalén; como si añadiendo dijese: por que veáis si tengo razón de buscarle y de estar ansiada en no hallarle.

Sabidas las facciones y señas por aquellas dueñas de la Esposa, y conociendo con cuán justa razón la tenía el Esposo enamorada y se atormentaba y acuitaba por su ausencia, y moviéndolas agora a compasión su tormento, con el deseo de remedialle piden de nuevo a la Esposa que, si lo sabe, les diga hacia dónde cree o imagina haberse declinado su Amado, porque se lo ayudarán a buscar.

Y así dicen:

18. ¿Adónde fue el tu Amado, bellísima entre las mujeres? ¿Hacia dónde se volvió tu Amado, y buscarle hemos contigo?

A lo cual parece que responde en lo primero del capítulo que sigue, diciendo:

Capítulo sexto

1. (ESPOSA:) El mi Amado descendió a los huertos suyos, a la tierra de los aromas, a apacentar entre los huertos y coger las flores.

2. Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí, que apacienta entre las flores.

3. (ESPOSO:) Hermosa eres, Amiga mía, como Thirsá; bella como Jerusalén, terrible como los escuadrones, sus banderas tendidas.

4. Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza; el tu cabello como las manadas de cabras que se parecen en el Galaad.

5. Tus dientes como hatajo de ovejas, que suben del lavadero, las cuales todas paren de dos en dos, y no hay estéril en ellas.

6. Tus sienes, como un casco de granada entre tu cabello.

7. Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, y las doncellas sin cuento.

8. Una es la mi paloma, la mi perfecta, única es a su madre: es la escogida a la que la parió. Viéronla las hijas, y llamáronla bienaventurada, y las reinas y las concubinas la loaron.

9. (COMPAÑERAS:) ¿Quién es esta que se descubre como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible como los escuadrones?

10. (ESPOSO:) Al huerto del nogal descendí por ver los frutos de los valles, y ver si está en ciernes la vid, y si florecen los granados.

11. (ESPOSA:) No sé; mi ánima me puso como carros de aminadab.

12. (CORO:) Torna, torna, Sunamita; torna y verte hemos.

13. ¿Qué miráis en la Sunamita, como en los coros de los ejércitos?

Declaración

1. El mi Amado descendió al su huerto.

Si de cierto sabía que estaba en el huerto su Esposo, por demás era el haberle andado a buscarle por la ciudad y en otras partes. Por lo cual estas palabras, que en el sentido parecen ciertas, se han de entender con alguna duda de haber sido dichas, como si la Esposa, respondiendo a aquellas dueñas de Jerusalén, dijese: «Buscado le he por mil partes, y pues no le hallo, sin falta debió de ir a ver su huerto, adonde suele apacentar». O digamos que ésta no es respuesta de la Esposa a la pregunta que hicieron aquellas dueñas, sino que, luego que acabó de hablarlas, se dio a buscar a su Esposo, y saliendo de la ciudad a buscalle al campo hacia el huerto suyo, que estaba en lo bajo, sintió la voz u otras señales manifiestas de su Esposo; y arrebatada de alegría, de improviso comenzó a decir: «¡Ay!, veisle aquí al mi Amado y al que me trae perdida buscándole, que al su huerto descendió». Porque ella lo buscaba en Jerusalén, que era ciudad puesta en lo alto de un monte, y en los arrabales o aldeas, que están al pie, se finge estar el huerto de esta rústica Esposa y otros de sus vecinos, como es uso. Y dice que anda entre las eras de las plantas olorosas, y que es venido a holgarse y recrearse entre los lilios y violetas. Dice:

2. Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí.

Lo cual, como ya he dicho, es forma de llamar a voces como si dijese: «¡Hola, Amado mío! ¿Oísme? ¿entendeisme?»; De donde se entiende que salió a buscallo al campo hacia el lugar a do estaba el huerto, y sintiéndole estar en él llámale como he dicho, para que le responda. A la cual voz sale el Esposo, y viendo a su Esposa, y la aflicción grande con que le busca, enciéndese en un nuevo y vivo amor, y recíbele con mayores y más encendidos regalos que antes y más encarecidos requiebros, diciendole:

3. Hermosa, hermosa eres, así como Tirsá.

Encarece grandemente los loores de su Esposa, porque en los capítulos de arriba, para loar la variedad de su gentileza y hermosura, la apoda a un huerto; y agora la hace semejante a dos ciudades, la más hermosas que había en aquella tierra, Tirsá y Jerusalén. Tirsá es nombrada una ciudad de Israel noble y populosa, donde los reyes tenían su asiento antes que se edificase Samaria. San Jerónimo, donde dice Tirsá, traslada cosa suave; y los Setenta Intérpretes ponen contento, sosiego, diciendo: Hermosa eres como el contento y deleite; y es porque miraron a la derivación y etimología del vocablo, y no lo que de hecho significa, que es aquella ciudad así dicha por el contento y descanso que daba al que la moraba, por ser su asiento y habitación de ella descansado y apacible.

Jerusalén era la más principal ciudad y la más hermosa que había en toda Palestina, y aún en toda Palestina, y aún en todo el Oriente, según sabemos por las escrituras hebreas y gentiles, tanto que David hizo un salmo loando a la letra la grandeza, beldad y fortaleza de Jerusalén.

Pues a estas dos dice el Esposo que es semejante el parecer bello y hermoso, lleno de majestad y grandeza, de la Esposa, diciendo: «Tan grande maravilla es verte cuán hermosa eres en todo y por todo, cuanto lo es ver estas dos ciudades, en las cuales la fortaleza de sus sitios, la magnificencia de sus edificios y la grandeza y hermosura de sus riquezas, la variedad de sus artes y oficios, pone gran admiración». A la verdad es muy a propósito para declarar el mucho espanto que pone al amor del Esposo la vista de su Esposa, y cuán grande y cuán incomparable y fuera de toda medida le parece su hermosura; pues, para explicar lo que sentía, no le venían a la boca menores cosas que ciudades, y ciudades tan populosas, esto es, cosas cuya hermosura consiste en ser de mucha variedad y grandeza.

Dice más: Espantable como ejército, con banderas tendidas. No espanta menos un extremo de bien, que lo que hace un extremado mal; y así para mayor encarecimiento dice a la Esposa que le pone espanto, y que así le saca de sí el excesivo extremo de su belleza que está ya a punto de romper. Que también es decir que de la misma manera que un ejército así bien ordenado lo vence todo y lo allana, sin ponérsele cosa delante que no la rinda y sujete, así ni más ni menos, no había poder, ni resistencia alguna contra la fuerza y hermosura extremada de la Esposa.

Y por esta causa añade luego:

4. Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza.

Como si levantando la mano en alto y poniéndola delante del rostro, y torciendo los ojos a otra parte, dijese: «Esposa mía; no me mires, que me robas con tus ojos y me traspasas el corazón». En lo cual habiendo el Esposo loado en suma la belleza de la Esposa, y queriendo agora loalla otra vez por sus partes, comienza lo primero de los ojos, y para loallos usa de una manera elegantísima, que no dice la hermosura de ellos, sino ruega que los aparte y los vuelva a otra parte mirando, porque le hacen fuerza. En lo cual la loa más encarecidamente que si los antepusiera a las dos más claras y relucientes estrellas del cielo.

Donde dice que me hacen fuerza, o me vencieron, hay diferencia entre los intérpretes; porque los Setenta, y San Jerónimo con ellos, traducen: Aparta tus ojos, que me hicieron volar. Otros ponen: Aparta tus ojos, que me ensoberbecieron. Y los unos y los otros traducen, no lo que hallaron en la lengua hebrea, sino lo que le pareció a cada uno que quería decir, porque daba ocasión al uno y al otro sentido el sonido y propia significación de ella, que es ésta al pie de la letra: Aparta tus ojos, que hicieron sobrepujarme. Porque la palabra hirjibuni, de que usa aquí el original, propiamente quiere decir sobrepujar. Esto a San Jerónimo le parece que sería volar, porque los que vuelan se levantan así en alto y como que se sobrepujan en cierta manera. Conforme a lo cual quiere decir el Esposo que aparte la Esposa sus ojos y no le mire, porque, viéndolos, no está en su mano no irse a ella; que arrebata y lleva tras sí el corazón, como volando, sin poder hacer otra cosa; que es requiebro usado.

Los que traducen que me hicieron ensoberbecer, tuvieron el mismo motivo de parecerles, que el ser soberbio era un sobrepujarse en alto; que conforme a esto pedía el Esposo a su Esposa que no le hiciese aquel favor de mirarle, por no desvanecerse con él.

Lo uno y lo otro fuera bien excusado, pues está claro que decir hicieron sobrepujarme es rodeo de hablar poético, que vale lo mismo que si dijera sobrepujáronme o venciéronme; y el propósito e hilo de lo que va diciendo pedía que dijese esto. Porque en esto dice: «Deseo contar otra vez de tus ojos; mas ellos son tan bellos y tan resplandecientes, y tienes en ellos tanta fuerza, que al tiempo que los miro para alaballos, contemplándolos y queriendo recoger una a una sus propiedades y sus gracias, ellos me arrebatan el sentido, y con su luz me encandilan de tal manera que, por la fuerza que el amor me hace en esto, estoy como excusado; por tanto, Esposa dulcísima, vuélvelos, no me miréis, que no puedo resistirles».

Y demandando esto el Esposo, demanda lo que no quiere, que es que su Esposa no le mire, porque es gran placer el que siente en su vista; mas con tal demanda dice más en su loor que si dijera muy por extenso todas las partes de belleza que en ellos se encierran. Y éstas son cosas que mejor se entienden que se pueden declarar.

Habiendo loado los ojos el Esposo tan altamente por este delicado artificio, enhila tras esto las otras partes del rostro, dientes, labios y mejillas, diciendo las mismas palabras que arriba dijo, porque aquellas semejanzas son tan excelentes, que no se pueden aventajar. Dice:

5. Tus dientes como hatajo de ovejas.

Esto dice por la blancura, por la igualdad de los dientes, y por el color y gracia y buen asiento de las mejillas, como vimos en el capítulo 4, donde se declara esto muy a la larga.

7. Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas.

8. Mas única es la mi paloma, la mi alindada; única es a su madre; ella escogida es a la que la parió.

Muestra el Esposo cuán excesivamente y con cuánta razón ame a su Esposa, diciendo en persona suya, como si declarase que es Salomón, rey, este pastor que aquí se representa: Sesenta son las reinas. No está la fuerza ni la prueba del amor en amar a una persona a solas sin compañía de otras; antes el verdadero amor y mayor punto de él es cuando, extendiéndose y abrazándose con muchos entre todos se señala, y se diferencia, y aventaja claramente con uno; lo cual declara bien el Esposo en estas palabras, en las cuales, queriendo bien y teniendo afición a otras mujeres, confiesa amar a su Esposa más que a todas, con un amor así particular y diferente de todas las demás, que las demás en su comparación no merecen este nombre de amor; y, aunque quiere a muchas, empero la su Esposa es de él querida por una singular manera.

Sábese del Libro de los Reyes que Salomón usó de muchas mujeres, que, según la diferencia del estado y tratamiento que tuvieron en la casa de Salomón, la Escritura les pone diferentes nombres. Las unas nombraban reinas, porque su servicio y casa era como de tales, éstas eran sesenta. Otras de ellas, que no eran tratadas con tanta ceremonia, se llamaban concubinas. Y no se ha de entender que eran mancebas, como algunos engañándose creen y piensan; antes, cerca de los hebreos, eran también mujeres legítimas, pero mujeres de esta manera, que habían sido antes y primero esclavas o criadas, y su amo las tomó por mujeres; mas no se celebraban en el casamiento las bodas por escrito, ni con las ceremonias legítimas que se usaban en el casamiento de las otras, que eran libres. Y éstas se añadían a las mujeres principales, y los hijos que de éstas concubinas nacían, no sucedían en los mayorazgos ni herencias capitales, pero podía bien el padre hacelles algunas mandas y donaciones para su sustentamiento, como parece claramente en el Génesis 25 y 35, de Cetura y Agar, mujeres de Abraham, que la Escritura llamaba allí concubinas. Pues de éstas tenía ochenta Salomón, entendiendo por este número muchas y muchas más, según el uso hebreo.

Las demás y bien queridas de Salomón hacían el tercero orden, y de éstas no había numero. Pues dice agora que, entre tanto número de mujeres, la que en amor y servicio y preeminencia se aventaja a todas es la una, que es la hija de Faraón, de quien se habla en este Cantar en persona de pastora.

8. Una, dice, es mi paloma.

Y es así, que el amor, como es unidad y no apetece otras cosas sino unidad, y así no es firme ni verdadero cuando se pone en igual grado por muchas y diferentes cosas. El que bien ama, a sola una cosa tiene particular amor. Y por esta causa, y el que quiere juntamente amar de veras y no limitar su amor a una sola cosa, debe emplear en Dios su voluntad, que es bien general que lo abraza y comprende todo; como, por el contrario, todas las criaturas son limitadas y diferentes entre sí, y a las veces unas son contrarias de otras, de arte que el querer bien a una es querer mal y aborrecer a otras.

Dice mi paloma y mi alindada, y no mi Esposa, para hacer mostrar en la manera de nombrarla, la razón que tenía de amarla con tan particular amor, y de hacelle tan grandes ventajas.

Única es a la su madre, y escogida a la que la engendró. Remeda en esto la común y vulgar manera de hablar, que es decir: «Como la hija amada es todo el regalo y amor de su madre, así es probada y querida mi Esposa, con la misma singularidad y diferencia de amor».

Viéronla las reinas. Grande y nueva cosa es reconocer y no envidiar tanto bien las demás mujeres de Salomón a la Esposa, porque lo son de su natural envidiosas todas las mujeres entre sí extremadamente; mas en las cosas muy aventajadas la envidia desfallece la envidia. Y muestra en esto el Esposo que no es afición ciega la que le mueve a querella, sino razón tan clara y de tanta fuerza, que las otras mujeres, que de su natural la habían de tener envidia, confiesan llanamente que es así, reconociéndola por tal la loan a boca llena. Y así, refiriendo las palabras de las otras mujeres, dice:

9. ¿Quién es esta que se descubre de arriba como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol?

Que, aunque son breves, son de gran loor, porque juntan tres cosas: la mañana, la luna y el sol, que son toda la alegría, y la belleza del mundo. Pues es como si dijese: «¿Quién es ésta que viene por allí mirando hacia nosotros, que no parece sino al alba cuando asoma rosada y hermosa, y es tan hermosa entre las mujeres como la luna entre las menores estrellas; antes, por mejor decir, es resplandeciente y escogida entre todas las luces, como el sol entre todas las lumbres del cielo?».

Que así como el sol es el príncipe entre todas las luces soberanas, y escogido de tal manera que todos se aprovechan y participan de su lumbre, así ésta es todo dechado de toda beldad, y la que a ella pareciere, más bella será; y, juntamente con su hermosura, tiene una majestad y gravedad que no parece sino un escuadrón que a todos pone reverencia y temor.

Y en decir escogida como el sol, alude a la gran belleza de ella y a la gran estimación en que su Esposo la tiene más que a las otras. Y es muy gentil manera de loar ésta, diciendo primero alba, que es hermosa y resplandeciente; y luego luna, que es más; y luego sol, que es lo sumo en este género. Y los artífices del bien hablar loan mucho este modo de decir, y lo llaman encarecimiento acrecentado.

10. Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos de los valles, y si florecía la vid, y si florecían los granados.

11. No sé: la mi alma se puso como los carros de los príncipes del mi pueblo.

Estas palabras los más atribuyen a la Esposa, en que respondiendo al Esposo da cuenta de cómo vino a aquel huerto donde él estaba, que llama del nogal por alguno que en él había, a ver los frutales si brotaban; y que esto lo dice por uno de dos fines: el uno, que sea como una excusa y un color de ser venida por aquella parte; que aunque en realidad de verdad la traía el amor y deseo que tenía de verse con su Esposo, pero es muy propio al natural ingenio de las mujeres dar muestras muy diferentes de sus deseos y fingirse como olvidadas de los que más buscan. Así que, como respondiendo a lo que el Esposo le pudiera preguntar de su venida, diga: «Vine a ver este mi huerto y a ver si los árboles echaban ya flor».

Pero un amor tan descubierto, según lo que hemos visto era éste, no da lugar a semejante disimulación. Y así es mejor entender que estas palabras se dicen por otro fin, que es que sepa el Esposo la causa de su cansancio de la Esposa, que, como se verá en las palabras que dice: No sé, mi alma, etc., había venido corriendo y estaba de la priesa sin fuerza y sin aliento, de lo cual juntamente da cuenta y se queja a su Esposo. Que es cosa natural, las personas que bien se quieren, y mayormente las mujeres, con lástima regalada contar luego sus cuitas. Y es como si dijese: «¡Ay, Esposo mío, tan deseado y tan bien buscado de mí! ¡Y qué cansada estoy y qué muerta de la prisa que he traído! Que luego como sentí que andábades en el huerto, en el cual hay grandes nogales, y parras y otros frutales, luego en ese punto descendí aguijando, y he venido tan presto, que no sé cómo vine ni cómo no; mas de que mi amor me aguijó tanto y me puso en el corazón tanta fuerza y ligereza, que no me parece sino que he venido en un ligerísimo carro de los que usan los principales y poderosos de mi tierra o pueblo».

Parece mejor que estas palabras, descendí al huerto, las diga el Esposo, y que en ellas corresponde a la secreta queja que verosímilmente se presupone tener su Esposa de él, por haber llegado a su puerta y llamádola y después pasádose de largo, de donde nació andar ella perdida, buscándolo. A lo cual, ganándola por la mano, responde que, como se tardó en abrirle, quiso ver el estado de su huerto entretanto y proveer a lo que fuere necesario. Y con esta disculpa del Esposo vienen muy a pelo las palabras que se siguen, a que le responde la Esposa:

11. No sé; la mi alma, etc.

Mi alma es muchas veces lo mismo que mi afición y deseo. Los carros de aminadab: entiéndese cosa ligera y que vuela corriendo; que aminadab no es nombre propio de alguna persona o lugar, como algunos piensan, mas son dos nombres que quieren decir de mi pueblo príncipe. Y esto dice porque, como en tierra de Judea había pocos caballos, toda la demás gente usaba ir cabalgando en asnos, si no eran los príncipes y poderosos de ella, que hacían traer de Egipto caballos muy buenos y muy ligeros, y andaban en carros de cuatro ruedas que traían aquellos caballos.

Pues dice: «No sé lo que ha sido, ni lo que has hecho en dejarme así, ni la causa que te movió a ello, si no fue querer ver tu huerto, o alguna otra cosa; en fin, no sé nada: esto sé, que el deseo mío y el amor entrañable que te tengo, que posee mi alma y la rige a su voluntad, me ha traído en tu busca, luego que como te sentí, volando como en posta». Y, contando esto, dícele lo que pasó con las mujeres que la acompañaban, viéndola ir con tanta presteza, que la decían:

12. Torna, torna, Solimitana.

Y no se ha de entender, como lo avisan los que tienen mejor entendimiento en estas cosas, que son las dueñas las que dicen agora estas palabras, sino hase de entender que las dijeron antes, esto es, cuando vieron que se les partía así apresuradamente; y que la Esposa las refiere agora al Esposo, contándole esto y todo lo demás que con ellas pasó.

Pues acaba de decir que se vino volando en busca del Esposo, dice que sus compañeras, viendo que se apartaba de ellas y con apresuramiento, la comenzaron a llamar y a pedilla que se volviese y no se diese tanta priesa, como que no la habían visto bien del todo, ni gozado enteramente, ni considerado bien su beldad. Y así la dicen: Tórnate, tórnate. El redoblar unas mismas palabras es propio de todo lo que se dice y pide con afición.

Solimitana es como jerosolimitana o mujer de Jerusalén, como llamamos romana a la mujer de Roma; y esto porque Jerusalén antiguamente se llamó Salem, como la Escritura la llama donde dice Melchisedech, rex Salem; y David la llama también así en el salmo 76.

Pues a este ruego de las dueñas responde la Esposa, diciendo:

14. ¿Qué miráis en la Sulimitana, en coros de escuadrones?

Lo cual se declara diferentemente. Algunos ponen demanda y respuesta; de manera que, volviéndose hacia las dueñas que la llamaban con tanta instancia, les diga: «¿Qué es lo que queréis en mí?». Responden ellas: «Miramos en ti un coro de escuadrones», esto es, una cosa que de buen parecer y tan poderosa para vencer a los que te miran y sujetarlos a tu mandato, como lo es un escuadrón puesto en concierto y ordenanza.

Lo que tengo por más acertado es hacer todo una cláusula y aún sentencia, en que diga la Esposa de esta manera: «Como me llamaron, volvime hacia ellas, las cuales, por mirarme mejor, divididas de la una y de la otra parte, se pusieron en dos hileras, como coros, yo entonces díjeles: ¿A qué me miráis así, puestas una de una banda y otras de la otra, como escuadrón que está puesto por sus hileras?». De arte que se presupone que se volvió a ellas y que se dividieron en dos partes para vella mejor. Y llámalas escuadrón porque eran muchas, y coro por estar así divididas.

Lo que cuenta habelles respondido se pone en el capítulo que se sigue, que es la mayor parte de él.

Capítulo séptimo

1. (ESPOSA:) ¡Cuán lindos son tus pasos con el calzado, hija del príncipe! Los cercos de tus muslos como ajorcas labradas de mano de oficial.

2. Tu ombligo como taza de lunas, que no está vacía; tu vientre, como montón de trigo cercado de violetas.

3. Tus dos pechos tuyos, como dos cabritos mellizos de una cabra.

4. El tu cuello como torre de marfil; tus ojos como estanques de Hesebón junto a la puerta de Barrabim; tu nariz como la torre del Líbano, que mira frontero de Damasco.

5. La cabeza tuya de sobre ti como el Carmelo, la madeja de tu cabeza como la púrpura. El rey atado en las canales.

6. ¡Cuánto te alindaste, cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!

7. Esta tu disposición semejante es a la palma, y tus pechos a los racimos. Dije: Yo subiré a la palma, y asiré sus racimos; y serán tus pechos como los racimos de la vid y el aliento de tu boca como el olor de los manzanos.

8. Y el tu paladar como vino bueno, que va mi Amado a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.

9. (ESPOSA:) Yo soy de mi Amado, y su deseo a mí.

10. (ESPOSA AL ESPOSO:) Ven, Amado mío, salgamos al campo, moremos en las granjas.

11. Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si florece la vid, si se descubre la menuda uva, si brotan los granados. Allí te daré mis amores.

12. Las mandrágoras si dan olor; que todos los dulces frutos, así los nuevos como los viejos, Amado mío, los guardé para ti.

Declaración

Cuán lindos son tus pasos. Prosigue en su cuento la Esposa, y dice a su Esposo que, como las dueñas se llegaron a que se detuviese un poco, que volvió a ellas, y ella por su ruego lo hizo, y les volvió la cara preguntándoles qué era lo que de ella querían, y la causa por que la miraban así. Ellas, como dando razón de su justa demanda y de su ardiente deseo, dice que, respondiendo, comenzaron a loar con gran particularidad y encarecimiento su gracia y gentileza, refiriendo todas sus perfecciones muy por menudo, desde la mayor hasta la menor. Lo cual debe responder a la admiración de su hermosura que pusieron, y los loores que la gente del pueblo le dio cuando, viniendo de Egipto, entró en Jerusalén la primera vez.

Pues comienza de los pies, cuya ligereza y presteza acaba de ver entonces, y va hasta la cabeza, por ir a lo mayor de lo menor, que es manera galana de loar; y así dice:

1. ¡Cuán lindos son tus pies en tu calzado, hija del príncipe!

Loan el buen aire y el movimiento, del pie bien hecho y el calzado justo, y que venía como nacido a la Esposa. Y dicho de admiración quiere decir para mostrar que eran extrañamente bellos y no así como quiera.

Hija del príncipe, es decir, princesa, que, demás de convenirle por su linaje y estado, es nombre que, en común uso, se da a todos los que loamos de alguna excelencia. Demás de esto se ha de advertir que, en este lugar, la palabra hebrea no es melech, con la cual se suelen nombrar los reyes comúnmente, sino es nadib, que los Setenta Intérpretes, no sin misterio, en su traducción la dejaron así sin trasladarla. Nadib propiamente quiere decir «generoso de corazón y liberal». Y como nosotros en la lengua española al príncipe le llamamos «príncipe», porque de hecho es principal entre los demás, como lo suena la voz, entre los hebreos se llama nadib, que es decir el noble, el liberal, el de corazón generoso, porque éstas son propias virtudes del príncipe y en que se ha de señalar entre todos.

Pues, según el origen de la palabra hebrea y según su sonido, es aquí la Esposa hija del noble, del generoso. Y juntado con esto, ser uso muy recibido en aquella lengua, que cuando quiere dar alguna virtud o vicio lo llama «hijo de ella», como es por «pacífico» «hijo de paz», o «hijo de guerra» por «belicoso»; así, según esto, ser la Esposa hija de franco y generoso es decir que lo es ella, y es llamarla noble y gallarda de corazón. Y así dirá la letra: «¡Cuán lindos son tus pasos, cuán gentiles tus pies, y con qué gracia los meneas, la del corazón gallardo y generoso!». Como si dijese que en el gentil meneo de su cuerpo mostraba bien la generosidad y gallardía de su corazón; porque esta virtud, más que ninguna otra se descubre en el movimiento y aire de todo el cuerpo.

En la verdad del Espíritu tiene gran misterio y gran verdad en llamar a todos los justos y a la Iglesia hija del Noble y del Franco, porque son hijos de Dios, no por haber nacido así, ni por merecello por sus obras, sino por sola la franqueza y liberalidad de Dios. Que puesto caso que el justo que es ya justo e hijo merece mucho con Dios, mas esto que es ser hijo, ninguno lo mereció por sí, y Cristo derramando su sangre liberalmente por nosotros y, haciéndonos gracia de ella, la alcanzó para todos.

Síguese:


El cerco de tus muslos como ajorcas muy bien labradas de mano de oficial.


Y esto dice por la espesura y macicez de las piernas, que no son flojas, sino rollizas y bien hechas y redondas; en tal manera que si hiciese un artífice una ajorca o collar de muy perfecta redondez, y se lo ciñese a las piernas, vendría muy justo, y se hincharía toda ella de carne.

Donde decimos cerco o redondez, algunos entienden conjunturas y artejos o goznes de las rodillas donde juega el muslo, y así trasladan el juego de tu muslo, etc. No quiere decir más de lo que suena, que es la redondez de los muslos y el cuerpo de ellos, que es una maciza y rolliza hermosura y de muy gentil proporción. La cual pusieron los Setenta Intérpretes con mucha propiedad y significación diciendo en griego `ruqmoi twn nmoriwn rythmoi ton morión, que es toda buena proporción y compostura de partes entre sí. Bien se descubre sobre los vestidos el grueso y buen talle de los muslos, mayormente cuando se va de prisa y contra el aire; mas lo que se sigue, no sé cómo las compañeras de la Esposa, ni de dónde, lo pudieron adivinar.

Dicen:

2. El tu ombligo como vaso de luna, que no está vacío.

Vaso de luna: es decir, hechura de luna, esto es, perfectamente redondo. Mixtura: entiéndese de vino mezclado con agua y templado.

Quiere decir: sobre estas dos hermosas columnas de tus piernas se asienta el edificio de tu persona. La primera parte de él es el ombligo y vientre tuyo, el cual está muy hermosamente proporcionado, porque o parece sino una taza tan redonda como la luna; y que esta taza está siempre llena de mixtura, que es vino aguado para beber; así, ni más ni menos, es el tu vientre redondo y bien hecho, ni flojo ni flaco, sino lleno de virtud que nunca le falta.

Y para más declarar esta loa del vientre, torna a decir: Tu vientre, como montón de trigo rodeado de violetas. Y es muy gentil apodo este, porque el montón de trigo está por todas partes redondo e igual en redondez, que en ninguna parte de él hay hoyo ni seno alguno, porque luego los granos le hinchen; y así dice ser de todas partes lleno y levantado el vientre de la Esposa. Por el ombligo, como parte, entiendo el vientre, que Aristóteles y Galeno llaman inferior, que es así redondo; la parte más alta, que toca en el estómago y se avecina del pecho, es de quien dice tu vientre, como montón de trigo cercado de violetas, que es añadir hermosura a hermosura.

Suben del vientre a los pechos, viniendo por su orden en la fábrica del cuerpo, y dicen:

3. Tus tetas como dos cabritos mellizos de una cabra.

Ya arriba dijimos de esta comparación.

Sobre los pechos se levanta el cuello, y así añaden:

4. Tu cuello como torre de marfil, que es llamarle alto, blanco, liso y bien sacado, que es todo lo bueno que ha de tener el cuello para ser hermoso.

La Iglesia, como lo enseña el Apóstol, es como un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, en el cual la diferencia de los estados y vidas hacen lo mismo que los diferentes miembros en el verdadero cuerpo. El cuello, por donde se recibe el alimento y se despide la palabra, son en la Iglesia los predicadores, que reciben el aliento del Espíritu Santo, y lo comunican por palabras a los demás. Pues los tales han de ser como torre de marfil, esto es, firmes y blancos y sin mancha ni engaño en su doctrina, que ni dejen por temor de decir rasamente lo que deben, ni obscurezcan con afeitados colores, ni con palabras enderezadas a sólo el gusto de los oyentes, la sencillez y pureza de la santa doctrina y la verdad no artificiosa del Evangelio.

Dice más:


Tus ojos estanques de Hesbón, junto a la puerta de Bathrabim.


Vese en esto que los ojos de la Esposa eran grandes, redondos y bien rasgados, llenos de sosiego y resplandor; que todas estas cualidades se muestran en un estanque lleno de agua clara y sosegada. Hesbón es una ciudad fresca de Israel, la cual ganaron los hebreos a Seón, rey de los amorreos, Números 21, 21; y estos estanques que aquí dice la letra, estaban junto a una puerta de la dicha ciudad que se llama Bathrabbim, que quiere decir «hija de muchedumbre»; y llamábase así porque, en entrando por ella, estaba luego una plaza grande y capaz de mucha gente; que, según parece de muchos lugares de la Escritura, antiguamente las plazas y las casas de consistorio, que agora están en medio de la ciudad, entonces estaban junto a las puertas de ella; y como era grande y capaz, su nombre de la plaza era Bathrabbim, que es «hija de muchedumbre». Porque los hebreos en su uso y manera de hablar, se sirven del nombre de hijo para diversas cosas, como para decir muy sabio, dicen «hijo de sabiduría», y por muy malo, dicen «hijo de maldad».

Dicen luego loándola más:


El bulto de tu cara como la torre del Líbano.


San Jerónimo y los demás declaran o trasladan aquí tu nariz; y la palabra hebrea, que es af, recibe el uno y el otro sentido, y quiere decir nariz y también toda la cara y bulto, y lo que en español decimos «faces». Y de estas dos cosas paréceme mejor que entendamos en este lugar la postrera de ellas. Porque comparar la nariz a la torre, no sé si es cosa muy conveniente; y eslo mucho, si la comparación se hace al semblante de la Esposa, levantado y hermoso y lleno de majestad y gallardía.

Si entendemos la nariz, diremos así: La tu nariz es semejante a la torre del Líbano, que mira hacia Damasco. La cual torre estaba puesta en aquel monte tan nombrado y celebrado por sus frescuras, y era muy fuerte, porque servía de atalaya en las fronteras de Damasco, que era cabeza de Siria. Así dice: Tu nariz hermosa y bien hecha, que se levanta fuera de tu graciosísimo rostro, como aquella hermosa y fuerte torre, que está asentada sobre el fresco monte del Líbano y se levanta sobre él.

5. Tu cabeza sobre ti como el monte Carmelo.

La última parte de la Esposa es la cabeza, considerando desde los pies; y llamamos en este lugar la cabeza al casco de ella, donde nacen los cabellos, y por eso la letra dice: Tu cabeza, que está sobre ti; que es decir: lo último de tu cabeza es tan hermoso y tan gentil como el monte Carmelo, que es un monte muy alto en tierra de Israel, muy bien celebrado en la Escritura por haber estado en él muchas veces Elías y Eliseo profetas.

Y para denotar cuán gentil mujer y cuán dispuesta es esta Esposa, le dicen que su cabeza sobrepuja a las otras, como la cumbre del monte Carmelo a los otros montes. La palabra hebrea karmel significa tres cosas diferentes: «espiga llena», y «grano», y el «monte» sobredicho, y así los doctores trasladan diferentemente este lugar; y aunque en cualquiera sentido tiene propiedad la comparación, pero el que habemos dicho es el mejor y el más recibido.

Añade luego:


Tus cabellos como púrpura. El rey atado en las canales.


Este es lugar oscuro y dificultoso en sí, y por la variedad de los que lo trasladan y declaran. La palabra hebrea reatim quiere decir «maderos» o «tablas delgadas y pequeñas», y de aquí significa la techumbre de algún edificio, hecho de artesones, obra morisca, compuesta de muchas piezas pequeñas. También quiere decir canales de madera, largas y estrechas, por donde suelen guiar el agua; y según esta diferencia, trasladan los unos y los otros muy diferentemente. Los primeros leen de esta manera: Tus cabellos como la púrpura o carmesí del rey, asida a los maderos o artesones; que es decir que sus cabellos de la Esposa en su lindeza y hermosura son semejantes a las flocaduras de seda y de carmesí de los doseles y tapicería real, que está colgada del techo y artesones de la casa. Otros leen de esta manera: son como la púrpura real puesta en las canales; y entienden por esto los baños donde meten los tintureros la seda o grana, cuando la tiñen, porque entonces, como más nueva, así estará más lucida y de mejor lustre.

Si se mira y guarda la propiedad de la letra hebrea, ni los unos ni los otros dicen bien, porque se ha de leer así: Los cabellos de sobre tu cabeza como púrpura, y aquí se ha de hacer punto; y añadir luego: El rey asido y preso a las canales, y que es decir colgado de los mismos cabellos por el amor y afición, los cuales se significan aquí debajo de este nombre de canales; porque en ellas el agua cuando corre se va encrespando y haciendo unos altos y bajos, muy semejantes a los que se parecen en los largos y hermosos cabellos, que sueltos con el movimiento sobre los hombros de a persona, se ondean y toman nuevos y diferentes lustres, y hace unas como aguas muy graciosas. Y esta letra, demás de ser la más propia, encarece mejor que otra ninguna la hermosura de los cabellos, que aquí se pretenden loar; porque, demás de decir que son lindos y vistosos como púrpura, que es decir mucho, como luego declararemos, dice que son un lazo y como una cadena, en que, por su inestimable belleza, está preso el rey, esto es, Salomón, su esposo.

Pues siguiendo esta letra, para mejor entendimiento de la comparación, es de advertir que la púrpura antigua, de la que agora no tenemos uso, tenía dos cosas: que era finamente bermeja y relucía desde lejos, como el carmesí que los plateros ponen sobre oro o plata. Conforme a esto, asemejan aquellas dueñas el cabello de la Esposa a la púrpura, porque debían ser castaños, que, aunque no sea perfecto rojo, tira más a ello que a otro color; porque en las tierras calientes, como son las de Asia, no se estima el cabello rubio, antes a los hombres está muy bien el negro, y a las mujeres negro o castaño o alheñado, como ellas lo suelen curar, y hoy día lo usan las moriscas. Por eso los alaban aquí de aquel color, y más por el resplandor que daban de sí; y en esto eran muy semejantes a la púrpura. Porque vemos que el color castaño, y otros que se le parecen cuando relucen, son sus luces rojas, así como las luces del amarillo tiran a blanco, y las del verde a negro. Pues dícenle aquí a la Esposa que sus cabellos son rojos un poco y relucientes, como la púrpura, y que son crespos y ondeados como canales, o regueras adonde el agua va dando vueltas. Y usan luego de un parlar común a los enamorados, diciéndole: «Y en esas vueltas de tus cabellos tienes tú atado y preso al rey y Esposo y enamorado tuyo». De los cabellos hace el amor la cuerda con que los liga, que es una muy regalada y muy graciosa y amorosa loa.

Y concluyen diciendo:

6. ¡Cuánto te alindaste! ¡Cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!

Esta es una cláusula sentenciosa que remata todo lo sobredicho, que los retóricos llaman epiphonema, y va mezclada con una gran admiración, como es natural, después de haber visto o desmenuzado por palabras alguna cosa muy buena, romper el ánimo del que lo ve y trata en otro tanto espanto y admiración.

Pues dicen aquellas dueñas: «¿Por qué es ir particularizando tus gracias? Pues es cosa que saca de juicio ver cuánto seas graciosa en todas tus cosas, tus dichos, tus obras, dulce y alindada y deleitosa, pues eres el extremo de la hermosura y de la lindeza». Y así fue remate de lo pasado el decir esto, que dio nuevo principio a lo que ya quedaba por decir, y así añaden:

Esta tu disposición, esto es, tu gallardía y bien sacada estatura, semejante es a la palma, que es árbol alto, derecho y hermoso; y tus pechos a los racimos; hanse de entender de alguna vid o parra que, estando aunada a la palma y abrazada con ella, o que trepa por el tronco arriba, dando vueltas y encaramándose con sus sarmientos; que, así como los tales racimos cuelgan y están asidos de la palma, así los dos pechos tuyos se salen afuera, y se muestran estar colgados de tu gentil estatura.

Porque es natural de la belleza acodiciar así a cualquiera que la conoce; y porque es común uso de las mujeres, cuando cuentan de alguna otra hermosa o graciosa, que les agrada mucho decir: «Va tal y tan linda, que quisiera llegarme a ella y dalla mil abrazos y mil besos», siguiendo e imitando Salomón a este efecto, añade con singular gracia y propiedad las palabras que se siguen:

7. Dije: Yo subiré a la palma y asiré tus racimos y serán tus pechos como los racimos de la vid, el aliento de tu boca como el olor de las manzanas. 8. Y el tu paladar como el vino bueno que va a mi amor a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.

Son palabras que cada una de las dueñas dice por sí, en que muestran por galana manera la codicia y afición de gozalla, que ponía la Esposa con su hermosura en ellas, y en todas las que la miraban. Que es decir: «Tan dispuesta y linda eres, como una palma. ¡Ay! ¡Quién subiese a ella hasta asirse de sus racimos altos!».

Dije: esto es, a mí y a cuantos te ven, encendidos en tu belleza, nos dice el deseo y el corazón: «¡Quién te alcanzase y gozase, así que pueda llegarse hasta ti y, recreándose entre tus brazos y dándote mil besos, coger el fruto de tu boca y pechos!». Y así dicen: Y serían, esto es, y son (pone el tiempo pasado por el presente); pues, y son tus pechos como racimo de vid, que es fresco, oloroso y apiñado y de gracioso y mediano bulto.

Y el olor de tu boca como el olor de manzanas, que es olor por extremo suave y apacible. O hagamos de todo esto una razón trabada y continuada, que diga de esta manera: «¡Ay, linda eres como una palma! Yo quiero llegarme a ella y asíreme de los sus racimos altos, y subíreme hasta la cumbre».

Y seranme los tus pechos como racimos de vid: alegrarme he y deleitarme he con ellos, tratándolos como unos frescos y apiñados racimos de uvas. Cogeré el aliento de tu boca, más olorosa que manzanas; gustaré el gusto de tu lengua y paladar, que en el deleitar, alegrar, embriagar con dulzura y afición tiene más fuerza que el vino mejor, y más gusto da a mi Amado cuando más sabor halla en él y más dulce lo siente; que bebe tanto de él que, después parla temblando los labios y desconcertadamente, como si estuviese durmiendo. Que decir esto así, es llegar hasta el cabo de todo lo que puede y suele decir un deseo semejante. Y esta es la sentencia.

En las palabras donde se compara el paladar al vino hay alguna oscuridad, porque dice así:

9. El tu paladar como vino bueno, que va a mi Amigo a las derechas; hace hablar con labios dormientes.

Que va: quiere decir, cual es el que coge o bebe el mi amigo; que es como decir en español mi vecino o fulano, palabra que no determina alguna cosa o persona cierta, y confusamente las significa a todas.

Dice que va a las derechas. La palabra hebrea es lemesarim, que quiere decir derechas, se puede entender en dos maneras: la una, es decir que se bebe a las derechas o derechamente, esto es, que contenta y da gusto y derechamente y con razón, por su bondad y excelencia; la otra, es que «ir el vino a las derechas» sea irse y entrarse, como decimos, de rondón, dulce y suavemente por la garganta, y de allí a la cabeza. Esta es forma de hablar usada en esta lengua, que corresponde y significa lo que solemos entender en la nuestra, cuando hablando del vino, que es bueno en el gusto y hace después de bebido sus obras, decimos «que se cuela sin sentir». De esta manera de decir en el mismo propósito usa Salomón en Proverbios, cap. 23, diciendo: «No mires el vino cuando se torna rojo y toma su color, y va a las derechas»; como si dijese, que como se cuela dulcemente, embeoda y hace hablar después desconcertadamente, como suelen hablar los que están vencidos del vino; que es propiedad del bueno y suave, que se bebe como si fuese agua, y puesto después en la cabeza y hecho señor de ella y de la razón, traba de la lengua y media las palabras y muda las letras y turba todo orden de buena pronunciación.


Yo soy a mi Amado, y su deseo a mí.


Estas palabras dice de sí la Esposa propiamente, de arte que, habiendo relatado al Esposo las cosas que en su loor las compañeras le dijeron, vuélvese a él agora y dícele lo que entonces les respondió, o lo que ahora está bien decirle, que es como si dijera: «Sea hermosa y linda cual os parezco, no me entremeto en eso; esto sé, que tal cual soy, soy toda de mi Amado, y él no desea ni ama otra cosa más que a mí». Que son palabras que por la coyuntura en que se dicen, esto es, cuando parece que, por ser tan soberanamente loada, de ninguna cosa se pudiera desvanecer algún tanto, y volviendo sobre sí amarse demasiadamente y juzgar que, si su Esposo la amaba, era cosa que se le debía, así que, por decirse en esta coyuntura, muestran y encarecen el excesivo amor que tenía a su Esposo, por el cual, siendo así loada, de ninguna cosa se acordó primero que de su Esposo, como diciendo: «Eso y más bien que hubiera en mí, todo es de mi Amado; todo se le debe y todo lo quiero yo para él, y lo tengo de él, y no hay que tratar de que yo quiera a otro, ni que piense nadie gozar de mí, ni lo diga, que yo toda soy y seré de mi Amado, y él es mío; y el que bien me quisiere, quiérale a él bien, que yo no soy más de lo que él quiere que sea».

Esto es según la letra, que, según el entendimiento cubierto del espíritu, es un humilde reconocimiento que el ánima santa tiene de que cuanto bien y cuanta riqueza posee es de Dios y para Dios. Y así dice: «Yo, si soy algo, por beneficio de mi Amado lo soy, y el su deseo y amor que me tiene es lo que me hermosea y enriquece».

Yo soy de mi Amado y su deseo a mí. Tres condiciones y diferencias conocemos y entendemos en el amor de dos personas: una, cuando fingen quererse bien, y viven engañándose el uno al otro con palabras y demostraciones amorosas; otra, cuando alguna de las partes ama con verdad y la parte amada muestra quererle bien responder, mas de hecho no le responde; la tercera es cuando quieren y son queridos por igual grado y medida.

De los primeros no hay que tratar, porque no es amor el suyo, sino un fingimiento y embuste, y cual hacen, así lo pagan; y aunque entrambos hagan mal y profanen la virtud, verdad y santidad del amor, cuyo nombre usurpan y cuyas propiedades remedan, estando tan lejos de sus obras, pero ninguno agravia al otro ni tiene que quejarse de su compañero, porque, en fingir entre sí y mentirse, ambos corren parejas.

El segundo estado, donde el que ama no es amado, es estado de amor, pero es estado infeliz y trabajoso más que ninguno otro de cuantos hay debajo del cielo; porque se juntan en él culpa y pena, y son todos los males en su más subido grado. La pena padece el que ama, y la culpa se comete por parte del que no responde a su amado. Y entenderse ha cuán grave sea cada uno de estos males en su corazón, si se advierte primero que el amor una persona a otra no es otra cosa sino hacer el que ama un entregamiento y una cesión de sí y de todos sus bienes en el que es amado, desposeyéndose a sí mismo, y poniendo en la posesión de esto y de toda su alma a la otra parte. Y que esto sea así, está claro, porque el amor es un aplicarse y entregarse la voluntad a lo que se ama, y la voluntad es la señora que manda y rige, y sola ella mueve y menea todo lo que está en la casa del hombre; de donde se sigue que amar es darse todo, porque es dar la voluntad, que es señora de todo. Tócase esta verdad con las manos y con la experiencia; porque vemos que el que ama de veras no vive en sí, sino en lo que ama; siempre piensa en ello y habla de ello; su voluntad es la de su amado, sin saber querer otra cosa, ni sin poder querella; que es evidente señal que no es suyo, sino ajeno, entregado ya en poder y albedrío de otro, que es la regla y el señor de su querer y entender.

Esto presupuesto, entiéndese la pena y el incomparable mal y daño que padece la parte desamada, porque se ve desposeída de sí y entregada sin remedio en el poder ajeno; y que el señor se levanta con la entrega villanamente, sin hacelle correspondencia o restitución alguna. Si es pena o no verse desposeído y despojado de su honra o hacienda el rico, ya veréis cuál y cuánto mayor será la del pobre que se ve desposeído de lo uno y de lo otro, y de sí mismo, que ver a sí mismo y a todos sus bienes en el poder ajeno. Y si pena más y es causa de mayor sentimiento la pena, que viene sin culpa, ¿qué dolor sentirá el que de buen servicio saca mal galardón, y el que sembrando amor coge fruto de desdén y aborrecimiento?

Por el contrario, por los mismos pasos se entiende lo segundo, lo mucho que peca y la gran fealdad y vileza que comete el que, siendo amado, no ama o no desengaña abiertamente al triste amante. Porque, si es culpa hurtar la capa y si es pecado tiznar la fama ajena, ¿qué será levantarse alevosamente con la posesión de todo juntamente, de la fama, de la hacienda, de la vida y del alma, y finalmente de toda una persona que nació libre, y se vendió a él para comprar con este precio parte de tu voluntad? Este se recoge el precio y se alza con él y con toda la mercaduría. Y si la verdadera caridad es noble, aun con los que no conoce, y se extiende su virtud y beneficios aun hasta los malquerientes y enemigos, ¿qué palabras encarecerán la bajeza del que paga el amor con desamor, y roba la libertad del que le sirve y se va riendo con ella, y triunfa de su mayor amigo y da en trueco y cambio de firmeza y sencillez y claridad del buen amor un cuento o un millón de engaños y de embustes, un favor fingido y recateado, un cariciar muy disimulado, un mofar y un reír muy verdadero en volviendo las espaldas, una muestra de favor muy recateado, un enfadarse luego de lo hecho, y luego agraviarse de nonada, levantar en el aire sin fundamento mil vanidades de quejas, con otros melindres y niñerías que se callan? Así que quien esto hace por más principal persona y por más generosa que sea, aunque nadie se lo diga, dígaselo ella a sí, y condénese con el testimonio de su conciencia, por muy baja y muy soez y de muy viles y torpes mañas.

Porque se ha de entender que, entre las personas, (aunque en las demás cualidades o que se adquieren por ejercicio o que vienen por causa de fortuna o que se nace con ellas), pueda haber y hay grandes y notables diferencias, pero unidas en caso de amor y voluntad, porque esta es señora y libre, así como en todo es libre, así todos en ella son iguales, sin conocer ventaja del uno al otro por de diferentes estados y condiciones que sean. Así que mi voluntad es de tanto valor como la de mi vecino, cualquiera que sea, y no se puede pagar la deuda de mi amor sino con otro amor tan bueno y tan grande. Lo cual es en tanto verdad, que aun una sola cosa que hay, que por el incomparable exceso que nos hace podía bien salir de esta cuenta, que Dios es principio de todo bien y bien sin colmo, y se iguala con nosotros en este artículo y da por bien vendido el cuanto de su voluntad por el tanto de la nuestra. Y así dice: «Yo amo a los que me aman»; y en otra parte: «El que me ama a mí, será amado de mi Padre». Y queda dicho lo mucho que le ofende el que no ama, y el miserable mal que padece el que no es amado, y la infelicidad y gran copia de males que se encierran en este estado que dijimos ser segundo.

Resta que digamos de lo tercero, donde se entiende todo esto, porque ciertamente es la más alegre y dichosa vida que en esta vida se vive, y es muy semejante y cercano retrato del cielo, donde viven las llamas del divino amor, en que, amando y siendo amados, los bienaventurados se abrasan; y es una melodía suavísima que vence toda la música artificiosa, la consonancia de dos voluntades que amorosamente se responden. Porque los que aman, como los primeros que dijimos, no son hombres; y los que aman como los segundos son, o desdichados o malos hombres; sólo para estos terceros queda la buena dicha y la buena andanza, que como dicen los sabios, consiste en tener el hombre todo el bien que quiere; el que ama y es amado, ni desea más de lo que ama, ni le falta nada de lo que desea.

De este bienaventurado amor gozaba la Esposa, y por eso dijo: Yo soy a mi Amado, y su deseo a mí.

Y, dicho esto, convídale a que salga con ella a vivir al campo, huyendo el estorbo e inquietudes de las ciudades; y porque, sin embarazo de nadie se gocen ambos y gocen de los bienes y deleites de la vida del campo, que son varios y muchos, y ella refiere algunos y así dice:

10. Ven, Amado mío; vamos al campo, pasemos las noches en las granjas.

11. Levantémonos de mañana a ver si florece la vid; que todas son cosas que dan gran gusto y recreación. Pero lo que ella más pretende es poderse gozar a solas y sin estorbos de gentes, que para los que se aman de veras es tormento a par de muerte. Y por eso dice: Allí te daré mis amores.

12. Las mandrágoras si dan olor; que todos los frutos, así viejos como nuevos guardé en mi puerta para ti.

Como si dijese: Demás de estos gustos y pasatiempos, que tendremos de gozar del campo y andar viendo cómo florecen los árboles, no nos faltarán buenos mantenimientos, dulces y sabrosas frutas, así de las frescas y recién cogidas como de las de guarda, que son riquezas de que suele abundar la vida rústica; lo cual todo, dice, yo te lo guardé y aderecé.

Capítulo octavo

1. (ESPOSA:) ¿Quién te me dará, como hermano, que mamases los pechos de mi madre? Hallarte ía fuera; besárate y ya nadie me despreciaría.

2. Cogerte ía en casa de mi madre y en la cámara de la que me parió; y enseñaríasme; daríate a beber vino adobado y del mosto de las granadas mías.

3. Su izquierda debajo de mi cabeza, y su derecha me abrazará.

4. (ESPOSO:) Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis, por qué desasosegaréis al Amada hasta que quiera?

5. (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto, llena de deleites, recostada en su Amado?

(ESPOSO:) Debajo del manzano te desperté; allí te parió la tu madre; allí estuvo de parto la que te parió.

6. Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, duros como el infierno los celos, las sus brasas [son] brasas de fuego encendido vehementísimas.

7. Muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos lo pueden anegar. Si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, como si no los preciase.

8. (ESPOSA:) Nuestra hermana pequeña y no tiene pechos; ¿qué haremos de nuestra hermana cuando se hablare de ella?

9. Si hay pared, edificaremos sobre ella un palacio de plata; si hay puerta, fortalecerémosla con tablas de cedro.

10. Yo soy muro y mis pechos como torres; entonces fui en sus ojos como aquella que halla paz.

11. Tuvo una niña Salomón en Baal-Hamón; entregó la viña a las guardas, y que cada uno traiga por el fruto de ella mil monedas de plata.

12. La viña mía, que [es] mía, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardaren su fruto.

13. (ESPOSO:) ¡Oh, tú, que estás en el huerto, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!

14. (ESPOSA:) Huye, Amado mío, y aseméjate a la cabra montés y a los ciervecitos de los montes de los olores.

Declaración

1. ¿Quién te me dará, como hermano?

Una de las cosas que hay en el verdadero amor es el crecimiento suyo, que mientras más de él se goza, más se precia y más se desea; al contrario es el amor falso y vil, que es fastidioso y pone una aborrecible hartura.

Hemos visto bien los procesos de este gentil amor, que aquí se trata; cómo al principio, la Esposa, careciendo de su Esposo, deseaba siquiera algunos besos de su boca; después de haber alcanzado la presencia y regalos suyos, deseó tenerle en el campo consigo; y ya que le tiene en el campo, gozando de él a sus solas sin que nadie le estorbase, desea agora tener más licencia de nunca se apartar de él, sino en el campo y en el pueblo andar siempre a su lado y gozar de sus besos en todo lugar y todo tiempo. Y para mostrar este deseo la Esposa y la manera como quería cumplillo, comienza como en forma de pregunta diciendo: ¿Quién me dará? La cual en la lengua hebrea es oración que decimos deseo y vale tanto como ¡ojalá pluguiese a Dios! Y así es aquello que dice Jeremías, 7: «¿Quién dará agua a mi cabeza?». Y David dice: «¿Quién me dará alas como a paloma, y volaré?».

Pues la Esposa, estando a sus solas y sin conversación de gentes, ella goza de los besos de su Esposo, y se alegra y se huelga mucho con él; mas cuando está delante de gentes, tiene vergüenza, como la suelen tener las mujeres, y dice que es gran pérdida aquella, porque siempre querría estar colgada de sus hombros del Esposo, cogiendo sus dulces besos sin descansar un punto; y que pluguiese a Dios ella pudiese tenello y tratar con él, como con un niño pequeño, hermano suyo, hijo de su madre, que aún mamase; que, como ella lo hallase en la calle, arremetería con él y le daría mil besos delante de todos cuantos allí estuviesen. Porque esto es muy usado de las mujeres con los niños, y no son notadas por esto ni tienen empacho de hacer estos regalos, y mostrarles este amor públicamente. Esta facilidad usa la Esposa tener en los besos de su Esposo y gozar de él. Y durando aún en la semejanza que ha puesto del niño, prosigue con su deseo diciendo:

2. En teniéndote yo en mi casa, con mil besos y abrazos te daría a beber vino dulce con miel y especias, y otras cosas que los antiguos usaban por que fuese más suave y menos dañoso; y esto era más género de regalo que de ordinaria bebida.

Y darte ía también arrope de granadas; porque con todas estas cosas dulces se huelgan los niños, y sus madres y hermanas tienen gran cuidado de les regalar así. Y lo que dice enseñaríasme, es como si dijese (estando todavía en la figura del niño y comenzando a hablar): «Diríasme mil cosas de las que hubieses visto y oído por la calle, y mil cantarcicos»; porque los niños todo cuanto ven y oyen, lo parlan bien o mal, como aciertan, y de esto reciben gran regocijo las madres que los crían y aman.

Conforme al espíritu, se pone aquí el grado más alto y de más subido amor que hay entre Dios y entre los justos, que es llegarle a amalle y querelle bien, así que no se recelen ya ni se recaten de ninguna cosa de las del mundo, llenos de una santa libertad que no se sujeta a las leyes de los juicios y devaneos mundanos; antes rompe con todos y hace la ley sobre todos por sí, y sale con esto, porque al fin la verdad y la razón es la que vence. Pues los que llegan a este punto y a esta perfección de gracia, que son pocos y raros, que andan ya con espíritu de verdad y santidad, y que, viven vida espiritual y fiel, viven como viven los justos, no tienen respeto a cosa alguna, sino en público y en secreto gozan de la suavidad de sus amores, los tales entonces son hermanos de Cristo e hijos perfectos de Dios, como lo manifiesta el Apóstol (ad Romanos, capítulo 8): «Los que son gobernados por el espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios». Y él mismo dice que «Cristo tiene muchos hermanos, y es el primogénito entre ellos».

Pero es de advertir que, aunque los sobredichos por el gran extremo de su amor y gracia tienen ya cobrada licencia para amar y servir a Dios a ojos vistas del mundo, sin temor de sus juicios, estos mismos sienten un particular gusto y una libertad desembarazada cuando se ven a solas con Dios, sin compañeros ni testigos. Y por esto dice que te halle fuera; lo cual en todo amor es natural: los que bien se aman, aman la soledad y aborrecen cualesquiera estorbo de la compañía y conversación. Porque el que ama y tiene presente lo que ama, tiene llena su voluntad con la posesión de todo lo que desea; y así no le queda voluntad ni deseo, ni lugar para querer ni pensar otra cosa. Y de ahí nace que todo lo que le divierta algo de aquel su amor y gozo, poniéndose delante, le es enojoso y aborrecible como la muerte. Así que en toda la amistad pasa esto así; pero señaladamente más que en otra ninguna se ve en la que se enciende entre Dios y el alma del justo. Porque así como excede sin ninguna comparación el bien que hay en Dios al que se puede hallar y desear en las criaturas, por su acabada perfección y beldad infinita, así los que por gran don suyo, enamorados de este bien, comienzan a tener gusto de él, gustan de él incomparablemente más que de otro, cuando le tienen ausente él solo es su deseo; cuando por secretos favores, se les da presente, arden en vivo fuego; y, ricos en la posesión de un bien tamaño, juzgan por desventura y mala suerte todo lo que fuera de él se les ofrece.

Y en tanto grado aman a la soledad y se molestan de todo lo que les ocupa cualquiera parte de su voluntad, por pequeña que sea, que si en estado tan bienaventurado como es el suyo se compadece haber pena o falta, no se siente otra cosa si no es la de su entendimiento y voluntad, que por su natural flaqueza y limitación quedan atrás del amor que a tan excelente amor se debe. De aquí es que los tales, por la mayor parte, se apartan de los negocios y trabajos de esta vida, huyen el trato y conversación de los hombres, desterrándose de las ciudades y aman los desiertos y los montes, y viven entre los árboles, y a solas y solos, al parecer olvidados y pobres; pero a la verdad alegres y contentos, y tanto más cuanto en vivir así están más seguros de que cosa alguna les pueda cortar el hilo de su bienaventurado pensamiento y deseo, que de continuo en el corazón les avisa, y dicen con la Esposa: ¿Quién te dará, hermano mío, criado a los pechos de mi madre, que te halle fuera?

En toda parte está Dios, y en todo lo bueno y hermoso que se nos ofrece a los ojos en el cielo y en la tierra y en todas las demás criaturas, hay un resplandor de su divinidad, que por oculto y secreto poder está presente en todas y se comunica con todas. Mas estar Dios así es estar encerrado; y lo que se ve de él, aunque por ser de él es bien perfecto, por parte de los medios, que son bien limitados y angostos, vese más imperfectamente y ámase más peligrosamente. Y por eso quiere la Esposa tenelle fuera, que es gozalle así por sí sin miedo ni tercería de nadie, ni sin ir mendigando ni como barruntando su belleza por las criaturas; y visto así cual es y cuán grande y perfecto es, llegalle así consigo y abrazalle con un nuevo y entrañable amor; metello en su casa y en lo más secreto de su alma, hasta transformarse toda en él y hacerse una misma cosa con él, como dice el Apóstol: «El que se ayunta a Dios hácese un mismo espíritu con Él». Y entonces se verá la verdad de lo que añade, y nadie me despreciará; que, como dice San Pablo, «todo lo que acá se vive es sujeto a vanidad y escarnio; pero aquel día será, que volverá por la honra de la virtud y descubrirá la gloria de los hijos de Dios».

Mas tiempo es que volvamos al hilo de nuestro propósito. Dice la Esposa:

3. Su izquierda debajo de mi cabeza, y su diestra me abrazará.

Es propio del corazón enternecido en la pasión del amor desear mucho, y viendo la imposibilidad o dificultad de su deseo, desfallece con las fuerzas y desmáyase luego. Estaba, como parece, la Esposa en el campo con su Esposo, y, aunque gozaba de él, deseaba gozarle con más libertad y sin estar obligada a recatarse de nada, como declaró en las palabras ya dichas; mas viendo que le faltaba aquella facilidad para gozar totalmente de su Amado, desmáyase con una amorosa congoja, como en semejantes afectos otras veces lo ha hecho. Y porque para todas sus pasiones tiene por único remedio a su Esposo, al tiempo de su desfallecimiento, demanda el regalado socorro del abrazo suyo, conforme a la demanda del otro desmayo, de que ya dijimos, donde declaramos esta letra, y parte de lo que se sigue. Sólo es de advertir un punto en lo que dice:

4. Conjúroos, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis y alborotaréis a la Amada hasta que quiera?

La pregunta por qué vale tanto como rogar vedando; y lo mismo quiere decir por qué despertaréis, que no despertaréis. Y tal como esto es lo del salmo: «¿Por qué te apartaste, Señor, tan lejos, por qué escondes tus faces?». Que es decir: «Señor, no te alejes, no te ausentes»; salvo que, diciéndolo por pregunta, pone más compasión, como si dijera: «¿No habéis lástima de despertarla? Dejarle dormir y pasar su desmayo, hasta que torne de suyo a volver en sí».

5. COMPAÑEROS: ¿Quién es esta que sube del desierto sustentada en su Amado?

ESPOSO: Debajo del manzano te desperté; allí te parió tu madre, allí estuvo de parto la que parió.

El primer verso es paréntesis o sentencia entretejida en las hablas de los dos, Esposo y Esposa, y son palabras de las personas que veían cómo los dos amantes se iban del campo a la ciudad, y la Esposa venía muy pegada y abrazada a su Esposo. Porque, después que ella tornó en sí del desmayo sobredicho, se finge subir a la ciudad, y ella, con más atrevimiento que antes, se iba muy junta y abrazada a su Esposo, sin tener el respeto del temor que primero tenía, y como señora ya que fuera de aquella libertad, que poco antes deseaba y pedía, como habemos dicho. Porque el amor suyo, que había ya llegado a lo sumo, le daba alientos para vencer todo esto; y parte fue aquel desmayo que tuvo. Y esta es cosa muy aguda en este caso de amor, y punto de notar mucho; que cada vez que sobre algún negocio que le daba pasión, de escándalo o de otra manera se desmaya uno y pierde el juicio, cuando torna en sí, tiene nuevo ánimo y nuevo atrevimiento en aquel negocio. Y esto es muy probado en los que han estado sin seso, que después tornan otros hombres diferentes de lo de antes; y vemos que el que enloqueció por algún caso de honra, después que torna en su libre poder, no estima aquello; y de esto hay cada día muchas experiencias. Y la causa de ello es lo que acaece por ley de naturaleza en todos los demás sentidos, que eso mismo que sienten y que apetecen naturalmente, cuando acaece, que viene a ser excesivo, los corrompe y los destruye; como vemos que una claridad muy clara ciega a las veces, y un sonido desmedido ensordece, el sentido de tocar se torna insensible con el frío o calor que es extremado. Y por la misma razón un afecto de pena o pasión, que llegó a este extremo de torcer el juicio o desmayar el corazón, deja como amortiguados los sentidos para sentir jamás cosa semejante. Así la Esposa, que poco antes se congojaba por no osar públicamente gozar de sus amores con su Esposo, de sentir mucho esta vergüenza, viene agora a no sentilla, y viene delante de todos tan asida y tan afirmada en él, que todas las otras con admiración preguntan: ¿Quién es esta que sube del desierto, tan asida y junto a su Esposo, que viene como sustentada toda sobre él?

Desierto en este lugar significa tanto como campo; porque así se ve que ellos no tornan del desierto a la ciudad, sino del campo, donde había huertas, viñas y árboles y granjas. Y también porque este vocablo desierto no siempre significa entre los hebreos lugares yermos, y que carecen de habitación y de pastos y verduras; antes muchas veces significa lugares anchos y llanos en el campo, adonde, aunque no hay tan espesas moradas de gentes, no faltan a lo menos algunas, y juntamente hay pastos y bebederos. Porque en la Escritura muchos pueblos y ciudades se cuentan estar asentadas en desierto, que quiere decir en el campo llano; y así leemos en Josué que a los del tribu de Judá les cupieron seis ciudades del desierto, y de Moisén se dice en el Éxodo que llevó el ganado de su suegro, que apacentaba, al desierto, más adentro de lo que antes estaba.


Debajo del manzano te desperté; allí te parió.


Esto es trasladado a la letra del original hebreo, que el trasunto latino dice de otra manera, así: Allí fue corrompida tu madre, allí fue violada la que te parió. El sentido a la letra de estas palabras parece ser que la Esposa, viéndose tornada en sí del desmayo pasado, y con mayor atrevimiento, comenzando a gozar de su Esposo (al cual en la mayor parte de esta Canción se pinta rústico pastor, conforme a la imaginación que el autor de ella tomó), viniendo agora con él muy junta y abrazada, acuérdase del principio de sus amores, de los cuales ella agora tan dulcemente goza; y, acordándose, cuéntalo con gran alegría. Porque una de las condiciones del amor es que a los enamorados hace de gran memoria, que sin olvidarse jamás de cosa, por pequeña y liviana que sea, siempre les parece tener delante un retablo de toda la historia de sus amores, acordándose del tiempo, del lugar y del punto de cada cosa. Y así en sus dichos y secretos usan muchas veces de las cosas pasadas para su propósito; unas veces contándolas, sin parecer que hay para qué; y otras, que se ve claro el fin de su intención. Y como la retórica de los enamorados consiste más en lo que hablan dentro de sí que en lo que por la lengua publican, muchas veces traen lo primero a la postre, y lo último al principio; como vemos en este lugar, que la Esposa dice el principio de sus amores tan al fin de la Canción, que parece que lo debía haber contado antes, si de ello quería hacer mención. Mas, como habemos dicho, en ellos no hay antes ni después en estas cosas, que todo lo tienen presente en su fantasía; y agora, embebecida en la suavidad del amor que delante tenía, pensando unas cosas y callando otras, dice otras. Lo que dice es esto: «¡Esposo mío!, que me parece que agora te desposaron conmigo; y esto era estando yo y tú debajo de un árbol en las huertas, debajo de aquel árbol que te parió tu madre».

Y allí estuvo de parto la que te parió: repite la sentencia, como suele, quiere decir: «No eres extranjero, porque de allí eres natural, y allí te parió la tu madre, y allí te desperté y encendí en mi amor; y porque este amor me ha hecho tan dichosa, gozando del bien que por él gozo, bendigo aquel día y aquella hora y el lugar donde tú me amaste». Lo cual es dicho, como otras cosas que arriba hemos dicho, conforme a lo que mejor dice y asienta y suele acontecer más comúnmente a los pastores y labradores que viven en el campo, cuyas personas y propiedades imita Salomón en este su Canto; a los cuales, así como andan lo más del tiempo en el campo, así les es muy natural en el campo el concertar sus amores los zagales con las zagalas por las florestas y arboledas, donde se topan. Esta es la sentencia de esta letra, cuanto podemos alcanzar, y va más conforme a las otras razones que, en este caso, suelen decir los enamorados.

6. Ponme como sello en tu corazón y como sello en tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, dura como el infierno, la emulación de sus carbones [son] como carbones de llamas de Dios.

7. Las muchas aguas no pueden apagar el amor y los ríos no lo pueden anegar. Y si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, los despreciaría.

El gran misterio de este lugar es muy digno de consideración; que hasta aquí mostrado ha el Esposo a la Esposa el amor que le tiene, mas no del todo abiertamente, que unas veces la regalaba antes de agora, y otras la loaba, y algunas se mostraba esquivo y airado, porque ella fuese poco a poco conociendo la falta que sin él tenía; agora, después que ella ha venido a amalle perfectamente del todo y que él siente ser así, muéstrale y dale a entender por claras palabras, sin fingimiento ni rodeos, lo mucho que le ama, como si dijera: «Agora es tiempo de avisar a esta mi Esposa de mi amor, para que no pierda ni disminuya el amor que me tiene». Y dícele estas palabras, las cuales pronuncia con grande y vehemente afecto en esta sentencia: «Ten cuenta, Esposa carísima, cuánto te amo y cuánto he penado por tus amores, y nunca me dejes de tu corazón, ni ceses de amarme, de manera que tu corazón tenga esculpida en sí mi imagen y no la de otro ninguno. Haz que yo esté en él tan firme como está la figura en el sello, que está siempre en él sin mudarse, y todo cuanto se imprime con él sale de una misma imagen; así quiero yo que en tu corazón no haya otra imagen más de la mía, ni que tus pensamientos impriman en él más de a mí, y primero le hagan pedazos que le puedan hacer mudar el retrato que en sí tiene mío. Y no sólo deseo que me traigas en tu corazón y pensamiento, mas también de fuera quiero que no mires, ni oigas otra cosa sino a tu Esposo, y que todo te parezca que soy yo y que allí estoy yo; y esto hacerlo has trayéndome siempre delante de tus ojos, como los que usan sellar sus secretos y sus escrituras, que porque nadie les hurte o falsee el sello, le traen siempre consigo en alguna sortija en la mano, de manera que siempre ven su sello, porque la parte que más presto se muestra y más a menudo vemos, son las manos. Y sabe, Esposa, que tengo razón de pedirte esto, por lo que he hecho por ti, por causa del amor tuyo que está en mi pecho, el cual es tan fuerte y me ha forzado tanto sin podello resistir, que la muerte (contra quien no se ve defensa humana) no es más fuerte que el amor que yo te tengo. Ha hecho esto mismo de mí lo que ha querido este mi amor, como la muerte hace su voluntad con los hombres, sin ser ellos parte para defenderse de ella. Deseo también, Esposa, que me ames solo, sin amar a otro; así porque mi amor lo merece, como por el tormento que reciben con los celos los que aman como yo; que te certifico que no les es menos dura y grave la imaginación celosa que la vista de la sepultura, y más fácilmente sufrirán que les digan: "En este sepulcro que está abierto te han de echar agora", que si les dijesen: "La que tú amas tiene otro amado". Por esto ten cuenta de amarme solo, así como yo solo lo merezco por el encendido amor que te tengo».

Y tornando el Esposo a hablar y recordar su amor debajo de esta figura de fuego amoroso que arde en el corazón, dice que son brasas de llamas de Dios; quiere decir, son brasas vivas y de fuerte llama. Mayor y más ardiente fuego es éste que el que acá se usa, porque el fuego de acá, con echarle un poco de agua, se amata, mas el fuego del amor vence a todas las aguas; echándole agua, arde más y se embravece más, aunque se desarramasen sobre él los ríos enteros. Así que tan fuerte es el amor, que no basta todo el poder de la tierra para lo vencer. Ni tampoco se quiere dejar vencer por dádivas ni sobornos, porque no se abate a nada de esto el amor, por su gran majestad. Así dice: «afirmo que, si el hombre se quiere rescatar del amor, cuando él cautiva a uno y le diese cuantas riquezas y haberes en su casa tiene, aunque fuese el más rico, no curaría el amor de ellas, y despreciaría al que se las ofrecía con gran desprecio y le haría servir por fuerza. De manera que el amor es un señor muy fuerte e implacable, cuando ha tomado posesión en el corazón de alguno. Pues, siendo tal mi amor contigo, justo es que tú me respondas amándome en igual fuerza y grado».

Este es el sentido. Declaremos agora algunas particularidades de la letra.

Como sello en tu brazo; quiere decir, en tu mano y dedo, donde está tu anillo, y significa por el todo la parte.

Por el vocablo infierno entendemos sepulcro. Porque así lo significa aquí y en otros lugares de la Escritura, como en aquello de Jacob (Génesis, 35): «Descenderé al infierno», que quiere decir: «Esta desgracia de la muerte de mi hijo Joseph me ha de acabar y llevar a la sepultura».

Donde dice llamas de Dios, quiere decir «vehementísimas»; como montes de Dios, quiere decir «altísimos»; cedros de Dios, «crecidísimos cedros», como aquello de David (salmo 35): «Es, Señor, tu justicia como los montes de Dios». Y de semejante manera de decir usamos los españoles y otras naciones en sublimar y engrandecer una cosa, que usamos de este nombre, divino, diciendo: «Es un hombre divino, tiene una divina elocuencia».

8. Hermana es a nos pequeña y tetas no tiene: ¿qué la haremos a nuestra hermana el día que de ella se habla?

Después que las mujeres están casadas y por su parte contentas con sus nuevos esposos, suelen acudir nuevos cuidados de remediar y poner en cobro las hermanas menores que en casa de sus padres quedan, y comienzan desde entonces a mirar por ellas y por su honra, y sus esposos las ayudan, tomando por suyo el negocio de las amadas cuñadas. Este mismo cuidado se le mueve agora a esta contentísima Esposa, y cuenta a su Esposo cómo ellos tienen una hermana tan pequeña, que aún no le han nacido los pechos, y que es hermosa, y que, por ser así, no le faltarán nuevos enamorados; y siendo como es niña y simple y sencilla no tendrá valor para recatarse y mirar por sí; por tanto que es menester mirar cómo la guardarán, y qué harán de ella, hasta que venga el tiempo de casalla; que eso es quiere decir el día que se hablará de ella.

A esto responden ellos mismos, diciendo que será bien tenella encerrada en un lugar que esté muy fuerte, y que si se ha de hacer algún edificio de paredes para ello, que sea tan fuerte, tan macizo, tan liso por de fuera como si fuera de plata que no le puedan quebrantar minándolo, ni por él trepando. Y las puertas de tal edificio, guarnezcámoslas de muy fuertes y durables tablas de cedro, para que de esta manera esté bien guardada nuestra hermana.

Estas palabras parecen ser dichas burlando, como si dijesen: «Si por vía de guarda lo habemos de hacer, hagámosle un palacio fortísimo, que no baste nadie a entrar donde ella está». Mas, en fin, dice, todo esto no es menester, y la causa es por lo que añade:

10. Yo soy muro.

Que es decir: Si yo no estuviera casada con tal Esposo como el que tengo, tuviéramos necesidad de tratar de esos negocios para la guarda de mi hermana; mas agora, estando yo tan amparada con la sombra de mi Esposo, tan honrada por su nobleza y tan acatada por su causa, yo sola basto a hacer segura a mi hermana; no hay para qué tenella encerrada de esa manera; sino traella conmigo junto a mí y abrazada a mis pechos, que no haya quien la ose a ofender; porque no hay muro tan fuerte como yo, ni hay torres tan fuertes como mis pechos y la sombra de mi seno; y esta fortaleza tengo yo desde el tiempo que comencé a agradar a mi Esposo y le parecí bien a sus ojos, y él comenzó a comunicarme su amor.

Esto es dicho siguiendo el parecer de algunos; mas a mi juicio todo este lugar se puede entender de otra manera más llana y mejor, diciendo que la Esposa, movida del natural cuidado del bien de su hermana (conforme a lo que dijimos acontece comúnmente a una doncella cuando se ve casada, desear luego el remedio de sus hermanas las demás), así que, movida de esto, pregunta a su Esposo la manera que tendrán, no en guardar ni encerrar a la pequeña hermana, sino en aderezalla y atavialla bien el día de las bodas, al tiempo de casalla, de manera que parezca bien; porque, como dicen, la pobrecilla por la edad y por su propia composición, no tenía pechos y era menudilla y de no muy buena disposición. A esto responde que el remedio será vencer la naturaleza con el arte, y cubrir el defecto natural con la gentileza y precio de los vestidos y arreos; como quien hermosea a un muro, pintándole las almenas de plata, y aforrándole una puerta con tablones y entalladuras de cedro por el mismo fin. Y diciendo y oyendo esto la Esposa, viénele a la memoria acordarse de sí y de su gentileza, y de la poca necesidad que tiene de semejantes artificios para agradar a su Esposo; y agradándose consigo misma y saboreándose consigo misma de ello, dice: Yo soy muro. Como si dijera: «Dios loado, que yo no me vi en esta necesidad de buscar artificios y afeites postizos para agradar al mi Amado; que yo sin ayuda de hermosura ajena me soy el muro y las almenas y las torres de plata, y todo lo demás que dices». Por lo cual, como he dicho, se significa toda la hermosura advenediza, y toda la gentileza añadida por arte.

Prosigue:

11. Una viña fue a Salomón en Baal-Hamon; entregó la viña a los guardas, cada uno trae por el fruto de ella mil monedas de plata.

12. La viña mía, que es a mí, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardan su fruto.

Después que las mujeres se hallan con buenos y honrados maridos, para la sustentación de su familia es necesario que entiendan en allegar y guardar la hacienda; y cuanto más honrada es y más ama a su marido, más cuenta tiene en esto, como parece claro en las parábolas o Proverbios de Salomón. Y así, luego que esta Esposa se casa tan a su contento, comienza a tener cuidado de la hacienda y esperar de haber gran provecho. Porque ella tiene una muy buena viña, como arriba la oímos decir; y como agora está favorecida con su Esposo, ella tendrá gran cuidado de la guardar hasta que se coja el fruto, y no habrá quien ose apartarla de guardar su viña, como antes hacían sus hermanos. Y así guardándola ella, como persona a quien le duele, estará más entero el fruto de la viña y rentará más. Y para decir esto, usa de un argumento entre sí de esta manera: Salomón, el rey de Jerusalén, tiene una viña en aquel lugar, que llaman Baal-Hamon, que quiere decir «señorío de muchos», como si dijésemos en el pago de muchas viñas, y esta viña arriéndala Salomón a unos hombres para que la labren y guarden, y le traigan mil monedas de plata del valor cierto de aquel tiempo por el fruto de ella, y que ellos se ganen lo demás; y de aquí concluye la Esposa que por fuerza su viña habrá de rentar más que no la de Salomón, porque la guarda ella, que es propia señora, y por la misma causa estaba mejor labrada que no la otra. Y dice: «Pues si la tuya, Salomón, te renta mil a ti, y los que la arriendan y guardan ganan por lo menos la quinta parte, que son doscientos, ¿qué me rentará a mí la mía, de quien yo tendré tanto cuidado?».

Dicho esto, habla el Esposo y dice:

13. ¡Oh, tú que estás en los huertos, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!

La viña de la Esposa no estaba muy lejos de los huertos, como podemos colegir de lo que ella en el capítulo antecedente decía, convidando a su Amado al campo: Levantarémonos de mañana, veremos las viñas y los huertos. De manera que, estando en los huertos, podría ver y guardar su viña. Y como el Esposo es pastor, conviénele andar entre día con su ganado; y así se ocupaba el uno con el pasto, y el otro en la guarda de las viñas, y en aderezar también alguna cosa del huerto, y que esto competía a la Esposa; mas como se amaban tanto, no se quisieran estar apartados uno de otro. Demás de esto suele acaecer que, cuando dos están en grande conformidad de estrecho amor, nunca faltan envidiosos que les pese de ello, porque ellos no tienen semejantes amores, o porque naturalmente son envidiosos del bien ajeno, y cualesquiera señas o cosas que ven pasar entre los buenos amantes les es enojosa y grave. Y de esto reciben gran gusto los que mucho se aman, porque no solamente con estas muestras hacen pesar a los émulos, mas acreciéntase también su amor; que parece que el atizar del contrario les enciende más el amoroso fuego de sus corazones. Esto es lo que pasa en la letra presente, que el Esposo dice a su Amada: «Cuando tú estuvieses en los huertos, guardando tus viñas, y yo anduviere por el campo, apacentando el ganado, canta alguna canción que pertenezca a nuestro amor, de manera que yo la oiga y me goce mucho por ser tu voz, que yo tanto amo; y los pastores que estuvieren escuchando revienten de envidia».

La canción que la Esposa dice para estos propósitos de mostrar el amor suyo y de su Esposo y hacer rabiar a los émulos, es la que está luego a la letra que dice:

14. Corre, Amado mío, que parezcas a la cabra montés, y al ciervecito sobre los montes de los olores.

Como si dijese: «Esposo mío, amado mío, gran deseo tengo de verte; no estés sin venir a visitar a tu Esposa; acude de cuando en cuando a verla, y cuando vinieres, no estés en el camino, sino muestra el amor que me tienes, no sólo en visitarme a menudo, sino en venir más ligero que la cabra montés, y más que el ciervecito que anda en los montes espesos, donde hay cedros, terebintos y otras plantas olorosas; porque bien sabes tú que corren con gran ligereza. No tardes en correr, amor mío verdadero, pues no puedo hallarme sin ti. Con gran presteza acude a verme».

Y podríase trovar esta canción en pocos versos, que dijese de esta manera:


Amado, pasearás los frescos montes
más presto que el cabrito
de la cabra montés y que el gamito.


La virtud siempre fue y es envidiada de muchos, y para muchas gentes no hay dolor que más les llegue al alma que ver a otros que tratan de amar y ser amados de Dios; y si pueden muy a costa suya deshacer esta santa liga, y desterrar la piedad del mundo y poner perpetuos bandos y disensión entre el divino Esposo y los hombres, y sacalle de entre los brazos, lo harían; y así lo intentan y procuran cuanto en sí es. Para contra estos le pide Dios la voz de su cantar y confesión, en que publique lo mucho que le quiere; que es un amargo y mortal tósigo para el gusto de sus envidiosos contrarios, los cuales son falsos y los sembradores de cizañas del demonio y sus bandoleros.

A esto obedece la Esposa, y el cantar de que usa para el gozo del Esposo y rabia de sus enemigos es pedille que se apresure y que venga; que es una voz secreta que, aguzada por el movimiento del Espíritu Santo, suena de continuo en los pechos y corazones de los ánimos justos y amadores de Cristo. Como lo certifica San Juan en el Apocalipsi, capítulo último, diciendo: «El Esposo y la Esposa dicen: Ven, Señor». Y poco después dice él mismo en persona suya, como uno de los más justos: «Ven presto, Señor Jesú»; la cual voz y petición es una muestra de amor muy agradable y muy preciada de Dios. Porque pedille que se apresure y venga, es pedille lo que se demanda en la oración que él nos enseñó, que santifique su nombre; que lo ponga todo debajo de su poder y de sus leyes; que reine enteramente y perfectamente en nosotros; y que vuelva por sí y por su honra, y ponga fin a los desacatos de los rebeldes contra la majestad de su nombre; que dé su asiento a la virtud y, usando de riguroso castigo, ponga en la mala reputación que merecen a los vicios y a los viciosos.

Que todas ellas son cosas que, como dicen, le atañen y pertenecen, y tiene a su cargo de hacellas al tiempo que Él sabe y tiene señalado, que es el día del juicio universal, que con particular razón suele en la Escritura Sacra llamalle día suyo, porque es el propio día de su honra y gloria. Por donde el pedille que se acelere presto y que venga, a Él le es por extremo agradable, y por el contrario les es triste y aborrecible a sus enemigos; porque en descubrir ya Cristo su luz y resplandecer enteramente por el juicio en el mundo, está el remate de todo su mando usurpado y tiranizado, y el principio de su abatimiento y mal perpetuo.

Pues este aceleramiento de la honra de Dios es el que pide en esta letra la Esposa como perfecta ya en el amor suyo; y el que cada cual de nosotros, si somos miembros de Cristo y si nos cabe parte de su divino Espíritu, debemos continuamente pedille; que le plega, aunque sea a costa de asolar las provincias y trocar los reinos y poner a fuego y sangre todo lo poblado y de trastornar el mundo, rompiendo sus más antiguas y firmes leyes, y allanando por el suelo los cerros y los montes, venir volando a deshacer las afrentas y baldones que cada día recibe su honra, y a volver por su honor, y a quien propia y solamente se debe toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Publicado el 20 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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