Cuentos de las altas horas. (Homenaje y crónica de casi un año)

G. Gómez


Poemas, El autor usa a veces el seudonimo M.H.F Arap



 

Casi el principio.

 

- ¿Tú me quieres, amor?

Y, como en un juego -¿un juego?-, tomaste mi mano.

 

- ¿Tú me quieres amor? Y, como al azar -¿un azar?-, tus ojos me amaban.

 

La noche, después de dos o tres vueltas en su aguja grande, recaló en las redes de un bolero.

 

Apagué la luz suficiente para sólo (solo) poder mirar tus ojos.

 

Nos quedamos, poco a poco, en una isla de silencio y miradas.

-Allí mismo, a nuestro lado, una montaña de humanos ni siquiera estaba-

 

Y por fin, la música, únicamente nuestra, dijo por ti y por mí, todas las palabras.

 

Como a cámara lenta, fue la primera vez, mis labios encontraron tus labios.

Tu boca fue jugosa y fresca.

 

Sentados.

Con la huella de tus dedos, fue la primera vez, encontrando cordilleras en los surcos de mis manos.

 

Como a cámara lenta, fue la primera vez, mis ojos encontraron tus ojos.

 

- ¿Tú me quieres, amor?

 

Como a cámara lenta, tu cuerpo, fue la primera vez, se enredó en mis brazos.

 

Las caricias vinieron pronto a tus suspiros de amor.

 

Y al final, la noche, que poco a poco se acababa, fue más larga que la música.

 



Tarde de güisqui y besos.

 

Has venido a verme porque yo te llamé. Te has sentado junto a mí y te miro sin saber exactamente que decir.

Sólo quiero saber quién eres, por qué eres.

 

Me has preguntado si podías besarme.

 

Y esa era la respuesta.

 

A partir de ahora monótonamente todas las preguntas, y todas las respuestas, se formulan igual.

De labio a labio.

 

Ya se quién, por qué y para qué eres.

 

 

 

Propiamente el preámbulo.

 

Enseguida supe que el día había llegado.

Por no dejarte mas tiempo sola, volé sobre las tres de la madrugada, para regresar cuanto antes.

 

Tres golpes secos sobre la puerta y un instante muy largo.

 

Sólo la oscuridad de la madrugada incipiente me permitió tu cuerpo, prometido desnudo.

 

Una tras otra, fuiste dejando las prendas que te cubrían.

 

Audazmente desnuda y entregada a dura batalla, por fin ganada, dejaste tu cuerpo reposar a mi lado.

 

Pagué el tributo que se debe al guerrero y acaricié cada rincón de tu cuerpo hasta dejarle mil heridas para recordarme al día siguiente.

 



Cuerpo encontrado.

 

He bebido el sudor desnudo de tu cuerpo. He gustado de nuevo el aroma del humo en tu boca. He sentido en mis brazos tu inmensa pequeñez.

 

Junto a tu cuerpo sin ropa, he dormido cansado.

 

En tus ojos, me he sentido nacer y morir y, sin siquiera haber sido, casi nos hemos amado, casi nos hemos perdido

  

 

 

Escondidos, tu sexo.

 

Con el valor de los amantes nuevos, hemos recorrido, uno a uno, casi todos mis lugares secretos. En el primero, un dragón guardián ha arrojado su fuego para apagar el nuestro. En el segundo, nos hemos cerrado con siete llaves.

 

Tú, yo.

 

Has dejado la ropa sobre una silla y te he acariciado con veneración de caballero andante.

 

Tu sexo, oscuro y arcano, fue el grial y el centro del mundo.

  

 

 

Todo te lo daré, si postrándote, me adoras.

 

Te he llevado a la cima del mundo. En lo más alto, he buscado el mejor trono y te he mostrado todos los campos, hasta donde la vista se pierde.

 

- Todas esas esmeraldas, todos aquellos topacios, aquel zafiro que pongo a tus pies. Y este castillo. Todo para ti, sólo para ti, si me amas.

 

Y ya en esas campiñas, que desde entonces te pertenecen, nos hemos besado. Y tus ojos, mis ojos, han manado sobre nosotros un mágico fluido de amor.

 

 

 

Amo las heridas de tu boca.

 

Cruelmente acuchillada, te he llevado en mis brazos, a tu señorío a los pies del castillo. Para enjugar las heridas, te he amparado en mi mirada y durante una tarde larga hemos apurado nuestras copas.

 

Al comienzo del regreso te he abrazado y, quizás por primera vez, he sentido que mi cuerpo se transmutaba en ti, dentro de ti.

 

Como si fuéramos ya amantes.

 

  

 

Georgivs V, D.G. Britt. Omn. Rex

 

Cabalgando con el miedo hemos hendido la campiña. Sólo para decirnos adiós.

 

En aquella extraña ciudad, no había aparentemente lugar para, al menos, hundirnos en nuestras miradas.

 

El espejo por fin sirvió para conocer la fuerza de nuestro valor. Y el valor de nuestra fuerza: Un florín.

 

Ya, bajo armadura de caballero vencedor, a la vuelta, como una exhalación, hemos vencido a los encantadores que trataron de perdernos.

 

En la noche, supimos encontrar el camino verdadero.


 


Hemos encontrado posada.

 

Arrebatado te arranqué de tu casa. De un lado a otro, de castillo en castillo, hemos llegado casi con la noche.

 

Místicamente abrazados por el rapto consentido, hemos bebido de nuevo para amparar nuestro amor, escondidos tras un zigurat disparatado.

 

Después, la tierna noche nos devolvió a nuestras prisiones.

 

 

 


Écija.

 

Apenas se habían desvanecido en el cielo los caminos trazados por las golondrinas de la tarde, hemos seguido la huella, efímera, de alguno de ellos.

 

Unidos.

 

Tú y yo, viajando por la noche de las primeras estrellas, hemos buscado un rincón donde mirarnos.

 

Abrazados, andando sólo tres pasos antes de cada beso, hemos encontrado un refugio para nuestra sed.

 

Sentado a tu lado, he bebido -nunca más de otra manera- güisqui frío en el vaso cálido de tu boca y he estrechado en mis brazos, más con la mirada, tu cuerpo.

 

Nos hemos fundido mientras en un segundo pasaban las horas.

 

Los vasos, casi llenos, quedaron sobre la mesa.

 


  

Casi cuarenta años.

 

Mientras escribo, cada segundo se desgrana lentamente. Como una caricia, suena la música que hoy te doy, la que aprendí prendido en tus ojos y que sólo tiene sentido por y para ti.

 

El tiempo parece que se hace eterno hasta que, por fin, tu voz llena la ausencia de tu mirada, la que me enseñó a amarte y en la que supe que me amabas.

 

Mis ojos, que sólo saben ya de los tuyos, se atarean en recordar para mi, cada rincón de tu cuerpo, que hubiera raptado cada día.

 

 

 

Un cuerpo para las altas horas. 

 

Cuando no me mirabas, muchas veces, he contemplado tu espalda -lo único que puedo observar sin disimulos- y me hubiera gustado acariciarla con mis besos. Y dejar en el hueco de cada vértebra la huella de mis dedos.

 

O abrazar tu cintura, para sentir contra mi, la calidez muelle de ese carne que cada día alimenta mi deseo.

 

Muchas veces, con las manos, te habría recogido el pelo, para recorrer tu cuello con mis labios con el pretexto de hablarte de amor muy cerquita del oído.

 

Cuando no me mirabas, muchas veces; en la penumbra interior de tu vestido, y través de ese ángulo descuidado de tu escote, he buscado tu pecho, apenas sujeto y oculto tras la línea blanca y rotunda de tu ropa; y me hubiera gustado reposar la mejilla en la suavidad -mil veces imaginada- de tu seno, para oír el latido acelerado por el placer de sentirme tan cerca.

 

Cuando no me mirabas, muchas veces, he seguido la fina línea de tus piernas imaginando las caricias que podría haber dejado en ellas y he recordado aquella noche que nos abrió y nos cerró las puertas del amor.

 

¿Y tu boca?

En ella, para recuperar las sensaciones olvidadas, destilé todos los besos, uno a uno, al lado de un castillo donde te ofrecí la tierra para que me amaras.

 

¡Tu boca!

-cuántos caminos hasta llegar a un beso-

para morder suavemente la pulpa de tus labios; para libar en su interior, mientras tus ojos extraen mi esencia, los te quiero aun no pronunciados.

 

Espalda, cuello, pecho, cintura, muslos, ojos, pelo, boca...

besos

 

 

 

Una esperanza para el final del tiempo

 

¡Cuantos deseos!, ¡Cuántas ilusiones!, ¡Cuánto amor!

 

Cuando el tiempo de los miedos, de tus miedos, haya por fin pasado te estaré esperando con las manos llenas de las promesas que te hice.

 

Y las cumpliré una a una.

 


 

Cuerpos heridos por la madrugada.

 

Muy temprano, por la mañana, te has levantado con el cuerpo aun herido por la larga anochecida.

Has preparado tu imprescindible taza de café y has vuelto a la cama.

 

Las hermosas historias de Luz han preparado el ambiente y bajo el hechizo azul de la piedra mágica, te has sumergido conmigo en un torbellino de palabras de amor que, experto jugador de damas al fin, dejé en tu mano cuando nadie nos miraba.

 

Muy temprano, por la mañana, cuando ya no podía soñar contigo, he arrancado a la cama lo que la noche había dejado de mi cuerpo.

Casi sonámbulo, y con la voz de Luz acariciando los rincones aun semidormidos de mi cerebro, he preparado mi desayuno.

 

El tacto suave y cálido del arcano azul -no se si de tu mano- que aun sentía, de modo instantáneo y misterioso me condujo a tu lado.

Me he dejado caer en la cama, junto a ti, y he recitado a tu oído un torbellino de palabras de amor que, experto jugador de damas al fin, dejé en tu mano cuando nadie nos miraba.


 

 

Noche eterna para odiarte.

 

A las nueve y cuarto de la noche te espero.

 

Ha pasado una hora: tus ojos se han clavado en los míos. Han pasado dos horas: una sola vez me has hablado. Han pasado tres horas: he puesto un beso en tu mejilla. Han pasado cuatro horas: te he sentido en mi sexo. Han pasado cinco horas: te has perdido. Han pasado seis horas: Sólo he poseído tu mirada. Han pasado siete horas: me has invitado a pecar. Han pasado ocho horas: me he vuelto triste a casa y apenas he dormido.

  

 

 

Una mañana para concertar una fuga.

 

Con la sola coraza de las pastillas, para poder recuperar mi cuerpo destrozado por una noche larga, ya casi no deseaba verte.

 

Pero me has llamado.

 

Ahora me has traído lo que quise anoche. Me has dado un espacio junto a ti, en tu cama, y me he sentido envuelto por tu voz enronquecida, como la mía.

 

Tú y yo somos vocación para una misma cosa.

 

¡Ay, si a la isla de Cuba se pudiera ir caminando!

 

 

 

Morir en sólo dos horas.

 

Piensa en mi. Y he partido muy lejos, quedándome contigo.

 

Y, de tanto pensar en ti, la carretera ya tiene otro nombre: el tuyo

 

Piensa en mi. Y te has marchado con mi remedio para el mal de amores entregado furtivamente.

 

Y, de tanto pensar en ti, cada segundo sufriré los celos de tu ausencia, por esa locura que te arrastra.

 

¡Sólo dos horas!

 

Un segundo es suficiente para matar. Un segundo es suficiente para morir.

 

 

 

Escrito para los insomnios de la madrugada.

 

De noche, amada, amarra tu corazón al mío; de noche, si no puedes dormir, refúgiate en mi puerto.

 

Como tú, encadenado a una columna y, quizás como tú, despierto, inventaré horas a la noche, para llevarte conmigo por las esencias del sueño.

 

Para amarte.

 

Y, entonces, comprenderás por qué las palabras no son suficientes para decir te quiero.

-¡Es tan poco el amor que cabe en un te quiero!

 

Para que duermas tranquila, ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.

 

Pero ¿quién saciará tu insomnio si no soy yo?

¿Quién, si no yo, será la mano del sueño que cierra tus ojos?

¿Quién, si no yo, cruzará la noche contigo?

 

Descansa.

 

Para que duermas tranquila, ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.

 

Y si no te llamo, a las diez de la mañana

¿quién despertará -fuente misma de la vida- tu cuerpo desnudo a las caricias deseadas?.

 

Y si no te llamo, a las diez de la mañana

¿quién llenará de azul la luz de tus ojos?

 

Para que duermas tranquila, ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.




Las espadas de la tarde.

 

Después de vencer todos los miedos, estás al fin, conmigo.

 

La tarde, entera de espera, al fin se hizo noche de amor.

Para alejarte de la locura que me hiere, que me roe hasta el último hueso del corazón.

 

Con la facilidad de la vida te has desnudado. Apenas mis manos fueron necesarias.

 

He sucumbido al vértigo de tu boca amada.

 

Tomé en mis brazos tu cuerpo ágil, no otro que el que tienes, y atravesé la puerta del amor.

 

Hasta que tu alma destiló, éxtasis de la vida, las espadas que ahora se clavan y estrangulan mi garganta.

El veneno que cada día, con placer, apuro por amarte.




Te amaré esta noche hasta derrotar las tinieblas. 

 

Mientras descansa tu sueño en mi amor, déjame atar las horas dibujando tu piel beso a beso, cincelando tu cuerpo con mi aliento.

 

Mientras descansa tu sueño en mi amor, déjame respirar la noche en el aromado calor tibio que manan los senos de tu cuerpo.

 

Así,

lentamente,

mientras el silencio de los suspiros rueda hasta la madrugada.

 

Hasta que nuestros cuerpos heridos, tributo pagado al amor, se rindan a la luz de las últimas estrellas.

 

Hasta abrir todas las puertas cerradas por la noche.

 

 


Inventar una palabra.

 

Sentado en el sillón del alba, hasta que suenen las siete horas de la luz, busco una palabra para amarte.

 

Una palabra con las letras de la sangre.

 

Una palabra que se pierda en el aliento de tu boca cada vez que te beso.

 

Una palabra, que se sacie con mi hambre de tus labios; que llene el iris de tus ojos de destellos azules

 

Una palabra para, simplemente, amarnos

 

¡Que surja del aire,

y de la noche,

y de la mañana!.

 

¡Que se levante de la tierra con el aroma que me trae esta lluvia de noviembre!

 

Que se pose en mis labios, en tus labios.

Como un beso.

 

 

 

Desde el sillón del alba.

 

Estoy sentado en este sillón desde el que tantas veces veo nacer el día.

 

Mientras pienso en ti, busco una palabra para decirte con propiedad, te amo.

Una palabra, para comulgar, con aquella devoción antigua, cada átomo de tu aliento.

 

Esperando a las diez, te imagino, aun dormida, desmadejada en tu cama, desnuda, estremeciéndote a veces por la proximidad, ya, de la mañana, mientras de tus labios entreabiertos se escapa, quizás, mi nombre.

 

Esperando a las diez, quisiera respirar el aire de tus suspiros; Apresar tus gemidos con mis besos. Devorar cada te quiero que hayas pronunciado. Ser caníbal de tus labios, de tu lengua...

 

Sentir cómo clavas tus dientes en mi boca, hasta el metal de la sangre. Cómo tus uñas dejan surcos rojos en mi espalda.

 

Y tu cuerpo, despierto al fin, será el lecho donde sembraré mis deseos.

 

 


La puerta oscura.

 

Recorrer con mis dedos todas las líneas de tu espalda y marcar tu cuello con el fuego de mi boca.

Proteger tus pechos en mis manos hasta coronarlos de dolor para el recuerdo.

Susurrar sobre tus labios gemidos de placer hasta aclarar su epidermis rosada.

Peregrinar sobre la suave piel de tus muslos hasta alcanzar la tercera puerta de tu alma.

 

Para extraer el lado más oscuro de tu sexo.

 

Para atravesar la puerta oscura,

¡quién pudiera ceñir tu tobillo con cadenas de oro!

¡Quién, con la sola voz, pudiera traerte a su lado!

 

 


Viaje a través del negro.

 

No muy segura, has cogido mi mano para acompañarme al otro lado de lo oscuro -sólo por fuera de la fortaleza, impenetrable incluso con la luz apagada-.

 

Tu sexo, objeto, era el centro de la oscuridad rota por su contorno indeciso.

Tu sexo, objeto, era el fondo del abismo

Tu sexo, objeto, era el monstruo cavernario

 

Tu sexo era el cuchillo y la piedra de los sacrificios

 

Tu sexo, era el pasado oscuro, sin amor

del que ni el amor podría hacerte salir.

 



Ofrenda máxima.

 

Sobre la piedra negra del altar de sacrificios he dejado ofrendas de voluntad para propiciar tus deseos.

 

Sobre la piedra negra del altar de sacrificios he puesto el cuerpo desnudo de mi amante y, con un pensamiento frío de obsidiana, le he arrancado mi corazón para entregártelo.

 

Sobre la piedra negra, convertido en lecho el altar de sacrificios, me he purificado en la ausencia de tu cuerpo.

 

Sobre el lecho negro, he atravesado mi cuerpo con un frío pensamiento de obsidiana, para buscar una palabra.

 

Y la palabra era muerte.

 

 

 

La soledad del extremo oscuro.

 

En el extremo oscuro del amor, donde te he buscado, solo hallé el más lejano  y vacío borde de la soledad;

donde la alegría se confunde en tristezas sin causa conocida.

Donde, el futuro, río en impotente retorno a su fuente, solo puede ser el comienzo del pasado inverso.

 

Es preciso resistir a las horas hasta que llegue la noche, para cerrar los ojos y buscar el sueño en que mueren todas las angustias.

 

Para encontrar el corazón que cree, es preciso resistir al tiempo que sólo tiene tiempo para marcar los segundos.

 

En el extremo oscuro del amor (hay?) -las- estrellas en tus ojos -me pierden las lágrimas-

 

 

 

Las tierras prohibidas

 

Mas allá del lado oscuro sólo están las tierras prohibidas

 

Tierras prohibidas:

 

La tierra prohibida de tu alma

El fondo gris de tu retina

Tu boca que sabe a tabaco y güisqui

Tus manos absortas en los surcos de mis manos

 

 

La tierra prohibida de tu sexo

El blando blanco de la piel de tu vientre

El largo camino de tus piernas

La suavidad casi siempre prohibida de tu pecho

La puerta oscura

 

 

La tierra prohibida de tu espalda

Las tres cinturas que la ciñen

El sabor amargo de ese perfume que casi nunca usas

 

Las altas horas

 

 

 

Horas blandas de una tarde de soledad.

 

Toda la tarde, desde las cinco y media, miro el reloj sin saber hasta que hora. Sin saber, si en algún momento, los anhelantes minutos de la espera se volverán malignas horas de frustración. Sin saber si debe ocuparse el trono del oficiante o el ara de las víctimas.

 

Y luego, durante las altas horas, que desesperantes se arrastran por la larga avenida del insomnio,

 

medir la soledad

 

en la llanura de tu espalda hendida, a veces, por las raíces de tu pecho,

en la casi plana esfericidad de tu vientre,

en el ángulo imperfecto de tus muslos delgados,

en la opacidad de tus ojos, antes primera puerta de tu alma

 

 


Tú me haces

 

Si me das, o me quitas,

si me deseas, o me rechazas,

si me amas, o me odias,

si eres, o si no eres,

 

tu me haces.

 

Cuando me miras y enciendes la ansiedad de recibirte, o si, opacos, tus ojos me confunden con el resto de las cosas.

 

Cuando me buscas, y cálido tu cuerpo abrazas al mío, o si en otros brazos te imagino abandonada.

 

Cuando me acoges y escuchas, o ignoras mis sufrimientos.

 

Cuando me llamas con ese acento especial que tanto amo, o si tus labios olvidan mi nombre,

 

tu me haces.

 

Lo que quiero y lo que no quiero,

lo que hago y lo que no hago,

lo que tengo y lo que no tengo,

lo que soy y lo que no soy,

 

a ti, amor, te lo debo.

  

 


Adiós.


Tu mano agitándose en alto, como una bandera, en la oscuridad brumosa de la alta noche. En tu boca una sonrisa muda y sorda, como de sueño.

 

Es la última mirada. Es la primera, de verdad, huida.

 

A partir de ahora, ya no hay altas horas, sólo madrugadas inciertas.

 

 

Me voy con la misma esperanza que no pudo ser  cristal.

 

Después de apenas un año, en la soledad del que se sabe solo

 

-tu nombre, ¡qué fácilmente se viene a mi boca!-

 

me voy con el corazón amargo,

me voy con el corazón vacío y el amor intacto.

 

Y en las manos, aún, todas las promesas que te hice para después de los miedos.

 

 

Despedida.

 

En la próxima vida,

en esta vida,

en la próxima hora,

ahora mismo,

 

si tu quieres, amor,

 

en la puerta de las reencarnaciones, te espero.

 

 

  

¿Serás posible tú,

                           

                            Amor,

 

                                        amor mío?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Publicado el 21 de noviembre de 2021 por G. Gómez.
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