Travesía del desierto

G. Gómez


Poema de despedida, el autor usa a veces el seudonimo M.H.F Arap



I

 

Estoy recién llegado al exilio de la soledad.

 

Traigo el equipaje bien lleno de desencantos, de lecciones mal aprendidas y misterios nunca del todo poseídos.

 

Aquí en mi habitación

-cerrada por sus cuatro lados. Ni puerta, ni ventana-

 

mientras el corazón se aposenta amedrentado en las cárceles del pecho,

mientras la garganta se desgarra en sollozos - no siempre bien contenidos -

aquí, sin moverme del  asiento, tengo todo el desierto para atravesar.

 

Y la distancia más lejana a mi lado, casi junto a mi oído: un teléfono.

 

Adiós, adiós para siempre, amor

 

 


II

 

Y ahora, por fin la soledad.

La soledad de las horas que se pierden en la tierra calma de tu sexo,

 

De verdad.

Sin ambages, ni rodeos.  Absoluta y tristemente solo.

 

No hay futuro, sólo fue el brillo imaginario de un cometa de la alta noche.

Y el pasado parece que no existió nunca; que sólo mañana es su tiempo posible.

 

Los proyectos no más que meras ilusiones.

 

Los temores sí, esos si eran ciertos.

Y el llanto amargo, también.

 



III

 

No hay otra cosa en el mundo que los números congelados de mi reloj digital y mi teléfono sin voz.

 

El resto se funde en la esfera de música donde te invoco.

Donde te evoco

 

Esperando a las diez, como tantas veces, aun me cabe la esperanza de tu despertar...

¿Quizás a las diez y media?

 

¿Podría ser a las once?...

 

Pero no, las horas pasan unas detrás de otras y el límite de las tres marca la primera cesura de un día vacío.

 

Y en todo ese tiempo, el monstruo que hiere en silencio, y con el silencio mata.  Con crueldad tantálica.

 

 

 

IV

 

Que más da desierto, que océano, que isla, o río.

 

El ciclo desesperante se repite, cada vez más lentamente:

 

Amor prohibido,

escondido,

enterrado,

desterrado.

 

Ni siquiera una fecha para amarrar nuestros recuerdos

 

Y otra vez te busco y,

como siempre,

sólo encuentro, todas las solas gentes que modelo a tu exenta forma de mujer.

 



V

 

Yo no debiera decirte esto...

 

¡Que se rompa ya el hilo que une las horas! ¡Que se rompa! .

 

¡Que sólo me queden tus palabras!, Las que sólo a ti pertenecen

Rapto, como Sabina

Corazón, amante

Claro, como la luz de tus ojos

 

¡Que bien!

 

 

 

VI

 

Ya no es el amor el motor de los tiempos eternos, ni el reductor infinitésimo de las horas.

Ya no es el amor el autor de las ausencias angustiosas.

 

¿Con qué palabras nunca pronunciadas te proteges?, ¿qué mecánica, rige ese extraño modo de amar.?

 

¿Qué me causa este temor de tu engaño?

 

¿Por qué, amor mío, será que todo es hostil?

 

¿Por qué amor, cuando no era nada me hiciste volar al centro de la vida?

 

¿Por qué, amor, me amas?

 


 

VII

 

Y de vez en cuando, en las altas horas, como en aquellos tiempos, nuestros ojos se atreven a encontrarse.

 

Y en las altas horas,

cuando ya la verdad, o el deseo, son los únicos sentimientos que se dicen, de nuevo escuchar las promesas, crípticas pero claras como el agua: tal vez mañana...

 

Y tus muslos, revoloteando en la holgura de tu falda, encandilan mis ojos, y añoro las caricias que tantas veces puse en ellos.

 

 

 

VIII

 

Ayer tu maravillosa intuición femenina, casi llegó a conocer la exacta localización de Utopía.

 

Hoy, esta noche, miraba tu figura indolente sobre la hierba

y, recordando tus besos, he fumado un cigarrillo tras otro, hasta casi perder el sabor de tu boca.

 

Mientras dormías, bajo la luna casi llena,

 

con mis manos,

con la sombra de mis manos,

te he acariciado,

 

he poseído tus pechos que tanto añoro, he recorrido el marfil de tu cuerpo insinuado,

escondido,

bajo esa sábana con la que te cubrías del fresco filo de la madrugada.

 

Incluso he jugado a unir mi boca con la tuya

a la vista de todos.

 

 

 

IX

 

Ahora que ya no me miras, ¿A dónde iran tus miradas?

 

Ahora que ya no me escuchas, ¿Qué será de mis palabras?

 

 

 

X

 

Esa ira que me impulsa a salir violentamente dando un portazo

 

es el aire de tus desaires,

 

son las preguntas que se contestan sin palabras, son las palabras que no necesitan pregunta.

 

Son esas extrañas miradas cómplices,

 

son los encuentros en los que nunca estoy,

 

es esa mano que coge la tuya para encender un cigarrillo

son, en fin, esos besos tuyos que, por olvidarte, puse en otras bocas,

 

 

 

XI

 

Ayer - una vez más- apagué, mi último cigarro, el último de los muchos que fumé para encontrar el gusto de tu boca, obstinadamente aplasté cada una de las mil brasas, mil besos, que desprendía su punta.

 

¡Ahora si, por fin, solo!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Publicado el 21 de noviembre de 2021 por G. Gómez.
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