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Hacíalo la leprosa, gimiendo y hablando sobre la frente del niño dormido.
De súbito, una gran voz lastimera aulló en la puerta:
—¡Besándolo; está besándolo!
Y la vieja pasó atropellándose, dando clamores pavorosos.
La lazarina, con miedo de infame, de envilecida, hundiose en las sombras de un ángulo.
La placidez del huésped convirtiose en talante feroz de ira. Dio unos trancos enormes y su mano corta y peluda oprimió un hombro de su mujer.
¡Oh! ¿Estaba ciega, estaba muerta para no sentir el peso de tanta podredumbre? ¡Encima de ella; toda encima de ella!
La hermosa manera le miró espantada. Y metálicamente, felina, le acusó de su torpeza por no separársela.
Los dos se culparon con los ojos. Y sus corazones se arrepintieron de haber sido generosos con la miserable.
—¿Qué, no ha visto, qué, no ha visto? —le dijo él con angustia a Sigüenza—. ¡Ha estado sobre ella!
Sobre su hembra limpia, bella, donosa, la carne dañada, la carne inmunda.
81 págs. / 2 horas, 22 minutos.
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Publicado el 25 de julio de 2020 por Edu Robsy.
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