El Agua y la Infanta

Gabriel Miró


Cuento


Este manantial, ancho, quieto, es de una desnudez, de una pureza, de una luminosidad tan perfectas, que no parece agua, sino aire del collado, que se acostó al amor de los árboles y ya no quiere subir.

Dicen que es un agua dormida. ¡Cómo ha de estar dormida el agua que acoge sensitivamente todo lo que se le acerca, para mostrarlo, aunque no haya nadie que la mire!

Tiene la mirada abierta de día y de noche. De día la enciende y la traspasa el sol y el azul. Todas las mañanas les ofrece el agua su virginidad, desde las orillas de sus frescas vestiduras al profundo centro y a la otra ribera. Todo el tremendo sol se aprieta en una medalla de lumbre, y el manantial la mece como una hoja, y la va calando, derritiéndola y haciéndola cuerpo suyo desde la superficie al fondo. Por la tarde no tiene del sol más que un poco de fuego y de sangre.

Después, el agua se queda un momento ciega. Es un ojo de un azul helado, todo órbita vacía, inmóvil. ¿Se habrá muerto para siempre esta pobre agua? Venimos muy despacio, como si nos llegásemos de puntillas a una mujer acostada que no se la oye respirar, que no tiene color, que no mueve los párpados, y, de pronto, salen los ojos ávidos, asustados; sale toda la imagen dentro de la quietud del agua ciega. Estamos allí del todo; está todo mirándose. Nos aguardaban. El agua se ha llenado de corazón, y el corazón de esta agua era la ansiedad de nosotros.

Apagado el día, principia a recoger estrellas, que deshojan su luz cuando pasan por encima. La luna es hermana suya. Agua y luna se abrazan desnudas, inocentes y necesitadas la una de la otra para la misma belleza.

¿Es que esta agua nada más es eso? Precisamente por serlo es ella, y, fuera de este encanto, es una «cosa química»: El agua que de ella misma baja por las cuestas y corre y trajina por el mundo, no es ella, sino de ella; es como la llama prendida de otra llama, y ya no será más que lo que el cauce quiere que sea: grande, angosta, impetuosa, sosegada, según el camino. El alma del agua sólo reside en la tranquila plenitud de su origen.

Hay una senda de cipreses. Hunden su filo en el cielo del agua, dejándole una emoción de inmensidad y una sombra morada, nazarena.

Desde octubre, un madroñal del collado comienza a sentirse a sí mismo, iluminándose desde el agua con la imagen de su hoguera de fruta. Y los follajes, los troncos, la peña, la nube, el azul, el ave, todo se ve dentro, y, muchas veces, se sabe que es hermoso, porque el agua lo dice. Entonces, todo adquiere el misterio y la vida de la emoción suya. Es ya la belleza contemplada; es el concepto y la fórmula de una belleza que se produce en esa soledad como en el alma del hombre, y el agua es como una frente que ha pensado este paisaje. Paisaje junto al agua clara, desnuda; paisaje sumergido y alto, ¡cómo te tiembla y se te dobla el corazón en la faz y en las entrañas del agua!

Vienen los corderos, y la rodean, y paran de tocar las esquilas. Viene una yunta de las dreceras de cepas y de olivos. Vienen el lobo huido y la raposa, que todavía se lame sangre fresca de una madriguera. Vienen caminantes que les suenan los pies descalzos como si fuesen de piedra; leñadores con su carga y olor de bosque; vienen pájaros y enamorados...

Las ovejas, los bueyes, los mulos, entran su morro caliente. Inmóviles, sin oírseles, comienzan a sorber del agua; se la ve pasar y sumirse bajo la piel gorda del pescuezo; parece que las márgenes se asustan de quedarse enjutas, porque va acudiendo muy dócil el agua en un pliegue estremecido del viento que le dan los hoyos ávidos de la nariz de la bestia, y hace ruedos y lunas en torno de la imagen, y la bestia va tragando, tragando el dulce frío, con ojos de sueño, descansados en la delicia del paisaje del agua. En cambio, la sed de los pájaros sólo arranca unas cuentas de luz, y todavía se les caen algunos granos. Y el lobo, el mastín, la raposa, tuercen y ensortijan la lengua, más encarnada dentro de la fuente, y rompen un pedazo de espejo, haciendo un chasquido de glotonería. El leñador deja su costal en la orilla, y la verdura recibe una exaltación de gozoso color, apareciéndose crecida y tierna debajo. El caminante pone en la vera sus alforjas, y el manantial se las guarda, y él bebe, mirando aumentada su hacienda. Les reluce la boca como una hoz con sangre. A veces, toman el agua en el vaso de su mano, una mano enorme, peluda, roja, con nudos, con bultos de huesos; parece la frente de un cabrito hinchada de pezones de la cuerna. Pero los enamorados son los que más alborotan. Se miran en lo hondo del agua; beben quitándosela, y se besan multiplicadamente, y se desean en el deseo contemplado y se aman a ellos mismos, y toda la fuente, sonora y fina, se queda un rato como un desceñido cendal de la novia.

Y, cuando se apartan, todos se vuelven, desde lejos, a mirar el agua...

Y ha pasado la hija del rey por la senda de los cipreses. Todo su cortejo se precipita en la grama, entre los ramajes dormidos, y el agua resplandece y se trastorna de jubones de terciopelos, de briales de sedas, de luces de joyas, de aromas de corte, de trenzas, de tocados, de alborozos y galanías. La piel y los cabellos de las doncellas desprenden un olor frutal, y los pajes se les acercan y les sonríen con el brío de la inocencia y de la pasión campesina. Se huyen y se buscan; cantan y se embriagan de horizontes, y hasta se olvidan de la hija del rey. Ella baja de su litera para ver la fuente, que se ha quedado sola, y ve surgir, palpitando, el muro de cipreses, con sus agujas doradas de crepúsculo, y ella, la infanta, delante, lisa, descolorida, sin gana de beber del agua de su figura. Bajo sus pies, el musgo cruje íntimo y jugoso. Y ha juntado sus manos como una santa, y se queja a la fuente:

—Agua criadora, llena de gracia que nadie te quita, ¡a todos das de tu alegría menos a mí, que soy la hija del rey!

Y el agua ha temblado oyendo el elogio de su felicidad, y le dice:

—¡Ay, señora infanta, señora infanta, yo nunca puedo tener sed!

Y, escuchándola, la infanta dobla su frente, y la ve muy blanca y dolorida dentro del agua.

Le parece que la reclina en el pecho de una hermana suya...


Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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