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Cuento.
5 págs. / 10 minutos / 133 KB.
28 de enero de 2021.
—¿Lloráis también vosotras?
—¡Ay, tiita mía —gimió la doncella dorada como el ámbar—, es que imagino que me sucede a mí, y se me aprieta el corazón!... ¡Hablaba aquel hombre con un fuego!... ¿Y tenía de veras tantos años?
«Tres llevaba de casada —prosiguió la señora— y pasaba la hermosa mujer los días contando los de los dos años siguientes como si fueran los azabaches de su rosario. ¡Cuántas veces!... Y una tarde de septiembre, tarde de oro como esta, la madre penetró gozosamente en la estancia de la esposa casi pidiéndole albricias como se usaba en lo antiguo... La hija se levantó palideciendo y trémula: ¿Sería él?... No; no era él, sino un enviado suyo, un compatriota que regresaba y le traía dones y obsequios preciosos. Entró el mensajero. Viéndolo, sintió ella los dulces rubores de la esposa al conocer el tálamo. "¡Por qué, Dios mío, si era otro, otro!". Joven, blanco, rubio, el llegado parecía un príncipe de conseja, que viniese a librarla del penoso encantamiento de su doncellez... Hablábale del ausente, y a ella le parecía que decía de sí mismo. Prometía que el marido vendría antes de dos años; y la virgen se preguntaba en voluptuoso deliquio: "¡Alma mía! ¿No vino ya el amado?". Mientras estuvo este hombre en la ciudad, ella cuidó de su atavío, tuvo alegría y bendijo la vida... Pero el Príncipe partió, y entonces apuró la esposa el vaso de hiel del adiós a la felicidad, deshecho como una niebla. Ya sola, ya triste, se preguntó si había pecado, si cometió adulterio en su corazón. ¡Casada y amante sin saber aún del amor legítimo ni del prohibido! Y lloraba más de tristeza que de arrepentimiento. Pero como, según dijo un filósofo que yo he leído, "nada se adhiere al corazón que haga siempre llorar o siempre amar", fue la esposa mitigándose de su lacería y luego pasó al goce por el anuncio del pronto arribo del marido. Faltaba un mes. Y ella y sus padres fueron a un puerto de Andalucía para recibirle... Extenuada de ansiedad, pisó el muelle la desventurada mujer. Todos los encendidos requiebros de las cartas acudían entonces a su alma. "¡Oh, nuestro lecho será de sándalo y florido; y allí, tus besos más sabrosos y dulces que el vino y que la miel!". Y ella gustaba sus mismos labios y desfallecía anticipándose fingidamente la dicha.