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Decimos: ¡Es abominable su pan! Y nos acordamos y todo de Carón, que arrancaba de la boca de los difuntos el óbolo para pagar el escote de la barca.
Dadle un salario por su jornada, y ya no codiciará muertos “pasados”, muertos de veinticuatro horas. Vestidle una blusa limpia, larga, y os parecerá un albañil. Que se cubra con gorra galoneada, de uniforme, y se trocará en un empleado, en un mozo de bibliotecas. Es el sepulturero de las grandes necrópolis modernas. Oficinas municipales: los cadáveres son legajos; los sepultureros, ordenanzas. Ya tiene plural. Y nuestro sepulturero ha de ser uno. Aunque sus cualidades de malaventura se hallen en los otros, es uno el hombre de los silencios, el que oye todos sus pasos en la resonancia de las tumbas y todos los latidos de su sangre, de su única vida, en la desolación. Nos complacemos en su repugnancia y horror. No penetrando ni coincidiendo en la idea de la muerte, nos organizamos el espectáculo de los muertos. Y el sepulturero es obra de nosotros. Y queremos mirarla para maldecirla.
5 págs. / 10 minutos.
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Publicado el 13 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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