Un Camino y el Niño del Maíz

Gabriel Miró


Cuento


Un niño trae un costal de cañas de maíz y panojas ya granadas.

Viene por un camino calcáreo, requemado y roto. Pasa el camino revolviéndose bajo los jardines: muros con felpas fungosas; bronces y siena de los líquenes; cercados de piedra viva; tapias frescas, cantonadas de cal, subiendo, bajando; y cuelgan los rosales, las hiedras, las parras; se van asomando las higueras, que esparcen el olor de pámpano y de tronco de leche; una palmera torcida desperezándose; un naranjo redondo; arcadas de una glorieta de mirto; jarrones con cactos inmóviles; almenas de boj; un ciprés claustral como un índice que se pone en los labios de los huertos para que todo calle, menos el agua, las frondas, las abejas, los pájaros, las horas de las torres que nadan en el azul, los cánticos de los gallos, las pisadas de los caminantes, los vuelos de los palomos; todo calla menos el silencio.

Los jardines, además de sus puertas y verjas principales, tienen una puertecita íntima y humilde con su gradilla en puente diminuto sobre la cuneta del camino. Por allí sale el hortelano, y llama y aguardan los pordioseros.

El niño del maíz también se para; está abierto uno de esos postigos de los huertos, y hay niños jugando; se miran, se ríen y hacen amistad.

Este camino es de tanta belleza, que hasta los dueños de los jardines vienen, algún día, por los arriates de las tapias para verlo. Todo lo miran, lo aprueban; sonríen delicadamente, como si realizaran o consintieran una buena obra. Es una delicia ser buenos. Casi no comprenden que los demás no tengan un jardín como el suyo, con un camino como éste, desollado, ardiente y hondo entre muros frescos y tapias nítidas, deslumbrantes.

Los niños del huerto han entrado al niño del maíz. Ya se quieren mucho; el hombro del rapaz huele a soga, y su camisa, a sudor, a forraje y mazorcas de granos tiernos y blancos como los dientes del chico.

Sube un caminante por el camino. Se oye mucho tiempo sus esparteñas; se le oye pararse mirando el camino, la distancia apretada; sol; el fondo azul; en medio una nube blanca gloriosa.

Quietud de los jardines en mediodía. ¡Cómo se desea preguntarle al caminante si va muy lejos, y después verle y oírle, anda que andarás, anda que andarás!

Se han callado los niños mirándose con desconfianza.

Baja un hombre rápidamente por el camino, dejando ruido de documentos enrollados. Vuelve al pueblo y pensó: «Por aquí atravieso y ahorraré camino». De la distancia dormida como el agua de un canal romántico, se sirve ese hombre de negocios como de un atajo; hasta parece que lo abra con su prisa.

Se pelean los niños; ya no hay remedio.

El rapaz del maíz corre a la puertecita del huerto. Los otros le salen entre una vid del muro y le llaman:

—Ahora jugaremos nosotros con un elefante que se le da cuerda, y él coge con la trompa al indio y se lo sube encima.

—Y con un vapor que atraviesa él solo toda la balsa. ¡Toda la balsa!

El niño del maíz se revuelve:

—¡Y yo voy a mi casa y me comeré una panocha torrada en el horno!

Los del huerto brincan y se aúpan más, y cerrándose las orejas con los puños se ríen, gritando:

—Pero ¡como nosotros no lo hemos oído y tú sí!

Y bajan de la tapia llorando y pidiendo panoja asada, panoja asada...


Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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