LA HONDA Y LA PÚRPURA

LA EPOPEYA DE LOS HONDEROS MALLORQUINES

GASPAR MELIÁ OLIVER


HONDEROS, BRONCE, MALLORCA


                                                                          

 

Dedicado a Cati , mi amante esposa, mi amiga, mi compañera… 

 

 

                                                                                                     RESEÑA

 

En la época talaiótica, desde el momento en que parece imperar una cultura eminentemente militar, es evidente que se cuenta con una cultura impuesta por dirigentes fuertes, mucho más que de los patriarcas de una cultura agrícola. Es decir, que cuando surge un caudillo militar, éste habría de imponerse. Debía vivir forzosamente en las mejores construcciones del poblado, cercano a los templos, quizás en la parte noble del poblado, y en cambio las gentes ordinarias debían vivir dentro y fuera del poblado, en viviendas que más bien podríamos llamar cabañas a muchas de ellas.

 

Mallorca aparecería a nuestros ojos como una federación de minúsculos reinos y su sociedad, una sociedad feudal. Tal vez uno de ellos sería hegemónico y poseería una vaga supremacía sobre los otros. Este Señor principal tendría por vasallos a los otros jefes de tribu o de clan en los que delegaría su autoridad aunque con un cierto grado de autonomía...

 

                                                                              BARTOLOMÉ ENSEÑAT ESTRANY

                                                                                “Historia primitiva de Mallorca”

 

 

                                                                                                        PROLOGO

Al pisar por primera vez el recinto ciclópeo de los Closos de C,an Gayá , cuya situación domina la rada de Portocolóm, tuve la escalofriante sensación de sentirme atrapado entre dos tiempos . Por una parte los ancestros que allí habitan me retenían y susurraban al espíritu historias de un pasado remoto que para mí resultaba ampliamente desconocido a pesar de mi condición de indígena, y , por otro lado, el tiempo presente , que transcurría inmutable en forma de un continuo y ruidoso tráfico de vehículos que pasaban por la cercana carretera, que me atraía como un imán para tragarme en su bulliciosa vorágine. Sorprendido y algo ofuscado por los sentimientos que turbaban mi espíritu, me deshice como pude del abrazo del pasado que, turbulento, me hablaba y volví, temeroso y apresurado a la carretera, respirando ansiosamente del presente.

Contemplé algo estupefacto, desde la distancia, aquel reducto compuesto de semienterradas rocas ciclópeas que la paciencia de la arqueología estaba desenterrando del pasado, y me sorprendí a mi mismo prometiéndoles a los ancestros volver a escucharles en otra oportunidad,  con el espíritu más abierto, más sereno y acariciado por la ligera brisa del levante.

No mucho tiempo después cumplí mi promesa, y, con la mente abierta de par en par,  junto a las grandes piedras que conforman la Naveta principal del poblado,  presentí de improviso la paciencia, el valor y la grandeza de los hombres, mujeres y niños que habían trabajado y habitado entre sus muros. Algo de lo que mi espíritu presintió está humildemente reflejado en las páginas que siguen.

El autor

 

Palma de Mallorca a 10 de Febrero del año 2005

 

                                                                                                 INTRODUCCIÓN

 

La guerra comenzó en el año 525 a. C., cuando al faraón Ahmose II lo sucedió su hijo Psamético III.

 

 Cambises había preparado la marcha de su ejército a través del desierto del Sinaí con la ayuda de tribus árabes, que le prepararon depósitos de agua, esenciales para cruzar el desierto.

 

En la decisiva batalla de Pelusio, los persas derrotaron a los egipcios.

 

Después de un largo asedio, Menfis cayó derrotada por los ejércitos de Cambises y apresado el Faraón Psamético III

 

El rey persa hizo presenciar al depuesto y encadenado faraón cómo su hija era humillada al ser enviada a buscar agua al Nilo como una sirvienta y posteriormente esclavizada. Su hijo fue igualmente obligado a desfilar encadenado junto a otros dos mil prisioneros de la nobleza, a quienes habían colocado un freno en la boca, como si fueran reses, antes de ser ejecutados.

 

Psamético III,  fue tratado según una costumbre persa que respetaba y utilizaba para sus propios fines imperiales a los hijos de los reyes derrotados (puesto que la guerra la habían comenzado los persas contra su padre Amasis II). Por ello fue llevado en cadenas junto a Cambises, donde al principio se lo trató bien.

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Solo gracias a los dioses Sekem, el médico real, pudo escapar a la dramática purga de los persas contra los súbditos del derrotado rey egipcio.

 

Después de un tiempo, Sekem tuvo noticias de que Psamético III  había tramado una rebelión contra Cambises y que fue descubierto y ejecutado forzándole a beber la sangre del sagrado toro Apis hasta morir.

 

Fue entonces cuando Sekem, que había sobrevivido escondido, se sintió desligado de todo compromiso profesional y personal que le mantenía anclado en Menfis por lealtad a la depuesta casa real, llegando a la conclusión de que, para intentar sobrevivir a la barbarie persa, tenía que escapar del malogrado país de Egipto que vivía, ahora, sus horas más bajas.

 

Durante la preparación de su huida (habia decidido llegar a Tarsis como punto conocido más alejado de Egipto), contempló la partida de los 50.000 hombres que conformaban el ejército que Cambises envió para someter al Oráculo de Amón ubicado en el oasis de Siwa y del que nunca más se supo, suponiéndose que cuando habían atravesado la mitad del desierto que separa el oasis del valle del Nilo, una tormenta de Arena sorprendió a sus hombres, sepultándolos para siempre

 

Convenció a un pescador de le ribera del Nilo, a cambio de un brazalete de oro, para que a través del brazo canópico del río le trasladara al puerto de Náucratis, (‘La que gobierna barcos’) situada al sur-este de la ciudad de Alejandría y que desde Pasamético I fue cedido a los griegos que fundaron allí un emporio comercial.

 

Náucratis fue la primera colonia comercial establecida en Egipto por los griegos y muchos de los primeros habitantes de la ciudad fueron mercenarios griegos que servían hasta entonces en la vecina fortaleza egipcia de Daphnae, en el extremo oriental del Delta.

 

 Náucratis fue durante un tiempo el único puerto autorizado del delta del río Nilo, por lo que los navegantes del mar Mediterráneo forzosamente debían pasar por él antes de internarse hacia el interior de Egipto.

 

Sekem comprendía intuitivamente que con la invasión persa esta situación privilegiada no duraría mucho tiempo por lo que rápidamente aceleró los contactos que le permitirían, con la ayuda de sus dioses, embarcar hacia Tiro desde donde intentaría negociar con el patrón de algún barco fenicio para emprender un periplo a través del mar que le alejara lo máximo posible del descabellado caos que había roto todas las tradiciones a las que el respetaba.

 

Decidió ser cauto y se dejó ver en repetidas ocasiones orando en el templo principal de la ciudad llamado Helenio  (recinto sagrado dedicado "a los dioses de los griegos") para que la gente se familiarizara con su presencia y no levantar sospechas, al tiempo que observaba los movimientos del puerto y la mejor opción para embarcar hacia Tiro.

 

El médico egipcio no tuvo, sorprendentemente, ningún problema para encontrar quien le aceptara en su barco para tan usual travesía comercial, y pronto ante sus ojos se perfiló la silueta imponente de las murallas que rodeaban por completo la ciudadela emplazada sobre una isla que la separaba del continente unos 750 metros,

 

Tal como había escuchado de boca de marinos griegos, pudo comprobar que Tiro era “de perfecta hermosura” y abundaba en “riquezas de todo género”. Su enorme flota surcaba el mar hacia lugares remotos. Llegó a ser “muy gloriosa en el corazón del alta mar”, y con sus “cosas valiosas” hizo “ricos a los reyes de la tierra”. Tal era en el siglo VII A.C. la importancia de Tiro, ciudad fenicia enclavada en el extremo oriental del Mediterráneo.

 

Sus habitantes fueron  los primeros en observar la relación entre la Luna y las mareas, así como en aplicar la astronomía a la navegación. De ahí que la gran distancia entre Tiro y Tarsis (España) no representara ningún obstáculo para ellos

 

Por aquellos días, la lejana Tarsis era un gran mercado para Tiro, tal vez la principal fuente de la riqueza que poseyó durante parte de su historia. España tenía ricos yacimientos de plata, hierro, estaño y otros metales con los que los fenicios comerciaban a todo lo largo del Mediterráneo….

 

 

                                                     

                                                                                             Capitulo Primero

 

“En mis sueños los he visto elevarse, soberbios, sobre los primeros escalones del tiempo”

 

Sekem , apodado “el egipcio” por su procedencia, contemplaba como el “portador del fuego” entregaba ceremoniosamente a Lecir “el valeroso” la brasa ardiente celosamente custodiada en el protector envoltorio de hueso y cuero durante la larga noche del crudo invierno isleño.

 

 Aunque aquellas gentes indígenas entendían, sobradamente, del arte de encender el fuego con las chispas desprendidas del pedernal, conservaban la antigua tradición y oficio de conservar perpetuamente encendida la llama que antiguamente recogían, temerosamente agradecidos a los dioses, del ardiente tronco del árbol herido por el rayo.

 

Lecir “el valeroso” puso la brasa sobre la seca hojarasca amontonada y pronto crepitaron las llamas de una alegre fogata que esparcían su fulgor iluminando, fantasmagóricamente, las ciclópeas paredes del poblado talayótico del clan del “Halcón”.

 

 El calor desprendido por la hoguera confortaba los ateridos miembros del “ egipcio “ que recordó, en un momento de ensoñación, la manera en que, esclavizado por los fenicios,  unió su destino al de los moradores de aquel pétreo  poblado situado al sur-este de la mayor de las islas Gimnesias (Mallorca), y que tan alejado estaba de su culta Memfis.

 

Sekem había comenzado su largo periplo por el mar Mediterráneo a partir de la capital fenicia Tiro. Había pactado su pasaje, en duro regateo, con Patros el capitán fenicio conocido por todos por su gran avaricia y embarcado en su gran nave de transporte  que viajaba pesada y lentamente en la habitual forma de navegación costera, comerciando de puerto en puerto hasta llegar a su destino final en Tarsis, la ciudad de Gadir.

 

La medicina egipcia era altamente apreciada en todo el mundo conocido, y Sekem impartía su arte de sanar los enfermos en todos los lugares donde recalaba la nave fenicia. Tal era el reconocimiento de los pacientes a sus servicios que  había ido atesorando en su equipaje  gran cantidad de oro producto de su exitoso trabajo.

 

 Antes de emprender el regreso a Tiro, tras encomendarse los marineros fenicios a sus dioses y haber limpiado y perfilado de nuevo los grandes ojos en forma de amuleto Udjat que portaba la proa de la nave con el fin protector de no perderse entre las inmensidades del  mar, Patros , seducido por noticias que circulaban por el ambiente portuario, y guiado por su inveterada ambición decidió aventurarse hacia un rumbo  peligrosamente desconocido.

 

 La pesada nave había partido de Gadir con un rumbo que la llevaría hacia fuera de las Columnas de Heracles. Fueros impulsados durante cuatro días por un generoso viento hasta llegar a interceptar la ruta migratoria del preciado cerdo de mar (atún gigante) que abundaban en aquellas aguas.

 

Los fenicios llamaban, familiarmente, cerdos de mar a los grandes atunes por el hecho de que de estos se aprovechaba casi todo tal como de los cerdos verdaderos.

 

Había observado como eran arponeados, con gran profusión de sangre, los grandes túnidos, y como eran debidamente manipulados por los marineros fenicios, cortándoles la cabeza y eliminadas sus vísceras, eran finalmente adobados en sal muera e introducidos en grandes ánforas que , una vez selladas, eran arranchadas en la bodega de la gran nave fenicia.

 

Satisfecho Patros del provecho que había sacado de la peligrosa incursión en aquellos procelosos mares, había dado orden de tomar la derrota que les devolvería a las Columnas de Heracles y , una vez llegados al mar conocido , enfilar el rumbo de vuelta a Tiro sin olvidarse de pasar por las islas Gimnesias en su perpetuo deambular, comerciando allí donde  recalaban...

 

La cantidad de oro acumulada en las arcas del capitán de la nave era ya considerable, y Patros hubiera podido pasar por alto, sin pena ni gloria,  el comercio con aquellos altivos y peligrosos clanes isleños, pero su avaricia sin límites no le permitía tal despilfarro.

 

Su codicia le llevó a urdir el plan de apoderarse de todos los bienes, tan honradamente atesorados por el médico egipcio,  al que decidió matar ante las costas de la isla mayor.

 

Su perversa mente le impulsó, sin embargo, a considerar más provechoso el esclavizar al egipcio y venderlo como cara mercancía a los clanes isleños tan necesitados de mano de obra para construir sus imponentes murallas de piedra.

 

Como era habitual, la nave fenicia había fondeado, para su seguridad, algo lejos de la orilla de la estrecha cala.

 

Entre la bruma del amanecer, el egipcio, fuertemente maniatado, había sido instalado en una canoa y, conjuntamente con diversos enseres y ánforas de vino, depositado en la playa como objeto de comercio.

 

 Había visto como la canoa fenicia se apartaba rápidamente de la costa en dirección a la gran nave, como si sus tripulantes temieran ser objeto de un ataque o víctimas de algún indefinido peligro.

 

Pasado un tiempo, que a Sekem le pareció eterno,  había visto comparecer a los pobladores de la isla que, desconfiados, rodeaban los objetos de comercio depositados en la arena y, temeroso, se prosternó ante ellos.

 

Sentía,  más que veía, como era fijamente observado por aquellos hombres y, muy especialmente, por un altivo guerrero que empuñaba una afilada lanza de madera endurecida al fuego.

 

Conocedor de las terribles costumbres hispanas para con los prisioneros a los que se les utilizaba como ofrenda a los dioses cortándoles las manos y colgando de un garfio la  diestra, temió gravemente por su vida en aquellos primeros momentos.

 

 Satisfechos al fin los guerreros con las mercancías expuestas en la arena, el egipcio fue conducido por el guerrero de la lanza en dirección al cercano poblado amurallado con grandes piedras, mientras, los hombres que le acompañaban, cargaban con el resto de las mercancías.

 

Al llegar al poblado le dejaron maniatado ante la gran torre como desentendiéndose de él. Sekem se sentó  en el suelo mientras era rodeado por numerosos chiquillos que le contemplaban con visible curiosidad, mientras, los hombres se reunían en la larga sala hipóstila con forma de nave en acalorada discusión.

 

Tras no muy larga deliberación se dirigieron varios hombres a una edificación que se alzaba lateralmente a la naveta y que debía ser un almacén, pues salieron de ella, cargados con unos fardos de pieles de toro, unos cuantos cestos que contenían sal y otros repletos con pequeñas caracolas de mar vivas con las que los fenicios fabricaban el tinte de la púrpura roja , tapadas con algas frescas para alargar su supervivencia, en dirección a la playa.

 

Allí, sobre la arena, fueron depositados los objetos de intercambio que aquellos hombres habían considerado como justo pago por las mercancías recibidas de los mercaderes fenicios, quienes, protegidos por la distancia de seguridad, observaban desde su nave todos los movimientos de los indígenas.

 

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Sus secos ladridos llamaban a Numara ”la que viene de lejos” como cada mañana.

 

 La hembra de foca monje se acercaba, juguetona, a la orilla de la gran ensenada por donde solía pasear la mujer y la llamaba hasta que esta acudía a juguetear con ella.

 

 En los meses postreros del último invierno, como en una especie de milagro, la huidiza foca, que siempre estaba con su manada en las cuevas de los acantilados, se había acercado a la espléndida joven  que paseaba junto a las gélidas aguas de la gran ensenada, dándole un gran susto con sus ladridos.

 

Se mantenía a corta distancia de ella mostrándole unos caninos altamente desarrollados que la mantenían petrificada y sin atreverse a mover en ninguna dirección, hasta que pasado el susto inicial y recuperada la sangre fría, Numara pudo observar que los festivos movimientos de las aletas de la foca nada tenían de amenazadores.

 

De repente la foca se sumergió y al rato volvió a emerger llevando en su boca una gran escupiña que llevó hasta la mujer con signos evidentes de entregársela . Soltaba la escupiña delante de Numara y, al no cogerla ésta, la foca la recogía de nuevo volviendo a sumergirse, y depositándola otra vez delante de ella.

 

Al fin, perdido el miedo al simpático animal, Numara aceptó el regalo del gran bivalvo, lo abrió con su puñal y lo sorbió con deleite ante la alegría de la foca que batió las aletas como si aplaudiera.

 

La foca ladraba como un perro y tenía algo de mal aliento, pero era simpática como ella sola, y sin más, se aceptaron mutuamente quedando allí sellada la gran amistad entre las dos féminas que a partir de aquel momento compartieron amigablemente sus juegos.

 

La  joven le puso a la foca el nombre de “Pelusa”, y ésta, agradecida por las caricias de la joven, compartía con ella los moluscos, aunque no así los pescados de los que era una solitaria y gran devoradora. Numara  tenía el convencimiento de que la foca escogía para ella los mejores bivalvos de la ensenada.

 

Aquella bella mujer  había sido acogida por el poblado del “Halcón” cuando fue rescatada, mientras luchaba por su vida, del naufragio de una nave griega que zozobró, precisamente , frente a la gran ensenada.

 

La nave, procedente de la isla de Ibosim *(isla de los pinos- Ibiza) , no había podido evitar el fatal desenlace, ya que la furia de las grandes olas la lanzó contra las afiladas rocas de la embocadura de la gran rada cuando intentaba refugiarse de la monstruosa tormenta.

 

 Aquel providencial naufragio había evitado toda una vida de esclavitud a la joven mujer, ya que ésta había sido raptada por un marino griego cuando paseaba por la orilla de la playa en su lejana isla.

 

Aunque su corazón sangraba por la forzada separación de su familia , estaba sumamente agradecida a los jerarcas del clan del “Halcón” por su familiar acogida y por toda la amistad y el respeto que le profesaban todos sus integrantes.

 

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En su fuero interno, el egipcio, sintió un gran alivio cuando se dio cuenta de que era objeto de intercambio por la modalidad del trueque. Pensó para sus adentros, que no se paga por un prisionero al que hay que matar...o así quería creerlo para sus adentros.

 

Había comprendido buena parte de lo que hablaban entre ellos, ya que usaban la lengua griega madre de todas las lenguas,  que él dominaba ampliamente, y no había podido escuchar nada que pudiera intranquilizarle de forma inmediata. Sin embargo, volvió a temer por su vida cuando el fornido guerrero se dirigió hacia él con un puñal de bronce en la mano diestra ; pero, ante su sorpresa, el arma solo fue utilizada para cortar las ligaduras que aprisionaban sus manos a la espalda y también las que ataban sus piernas en corto para que no escapara. Una vez liberado , el guerrero le habló :

 

_ Me llamo Lecir apodado “el valeroso” y tú eres mi esclavo, pues te he cambiado por mis mas apreciadas pieles de toro –  El guerrero paró de hablar , creyendo que el prisionero no lo entendía  - ¿Has comprendido mis palabras?.

 

El prisionero asintió con la cabeza y le contestó al guerrero

 

_ Me llamo Sekem y soy egipcio, de profesión “hombre de los que sufren” (médico), y no he nacido para ser esclavo, te ruego que me mates antes de padecer este injusto castigo.

 

Lecir lo miró fijamente, nada se entreveía de lo que pensaba, pero su rostro denotaba nobleza y altivez irreductible. Sin darse por aludido le contestó con una pregunta.

 

_ ¿Por qué te han dejado en la arena los fenicios?-Preguntó , con curiosidad , el guerrero - ¿Acaso les robaste o te enfrentaste a ellos?.

 

_ Mi profesión de Sun-Nu (“hombre de los que sufren”) está dedicada a la curación de los males y no al arte de la guerra, soy pacífico y me rijo por la ley de la verdad de nuestra diosa de la justicia Maat - Explicó el egipcio - Por esto te digo, en verdad, que fui expoliado de mis bienes y hábilmente convertido en materia de trueque por tus pieles, así se libraron de mí y  doblaron su ganancia por mis bienes en oro y por mi precio de esclavo...

 

_ Somos un pueblo noble que no se permite obtener bienes de la mentira, y siempre pagamos un precio justo por los objetos de trueque - Dijo el guerrero dudando – Lo mejor sería dar por terminado este asunto y ponerte a trabajar con los otros esclavos en el reforzamiento de la muralla del perímetro del poblado, pero algo me dice que estás diciendo la verdad... ¿Eres en verdad un “hombre de los que sufren”?...¿Cómo puedes demostrarlo?.

 

_ He dicho la verdad en  todo, soy un Sun-Nu (médico) y soy  tratado como esclavo por la avaricia de Patros, el capitán de la nave fenicia. A bordo de la nave está mi equipaje con los instrumentos que utilizaba para la curación de los males... pero esto está ya muy lejos...- Dijo Sekem con tristeza

 

_Será justo el comprobar si de tu boca salen las palabras de la verdad por si debo cortarte las manos y lazarte al barranco en ofrenda a mis dioses de la fuerza y el poder por mentiroso.

 

Lecir “el valeroso” miró decididamente hacia la arena donde los fenicios recogían y colocaban apresuradamente en la canoa las pieles, la sal y las caracolas de la púrpura  .Estaban a un centenar de metros de su posición.

 

El guerrero deshizo lentamente la honda de largo alcance que llevaba anudada en torno a la cintura y escogió del zurrón que llevaba colgado al costado un mediano proyectil de piedra que colocó en la cazoleta de la honda... Ruidosamente, la volteó por tres veces a la altura de la vista y lanzó con furia el proyectil en dirección a la línea de flotación de la canoa fenicia varada en la arena que, del impacto, casi se partió por la mitad.

 

Dos grandes agujeros se apreciaban en  la madera de los costados de la pequeña nave.

 Cuando Sekem  empezó a tomar conciencia de las intenciones del guerrero, éste, junto con unos veinte hombres, ya se dirigía, amenazador, hacia los asustados fenicios de la arena...Entre ellos estaba el tembloroso capitán de la nave...

 

Como se notaba en su cara que era un vulgar ladrón, un mezquino déspota, pero, se irguió desafiante ante los guerreros isleños y les gritó nerviosamente...

 

_¡Ayeee gimnetas¡ ¡Por Astarté que esto no es lo acostumbrado en unas buenas relaciones comerciales¡, que mal he perpetrado contra vosotros para que me amenacéis a mí y a mi tripulación... Me habéis pagado miserablemente mis preciosas mercancías y ahora me amenazáis con vuestras armas. ¿Qué más queréis de nosotros?.

 

Lecir “el valeroso” miró con desprecio al avaro y trémulo marino y le tendió una trampa...

 

_ Pasaré por alto que has despreciado mis mejores pieles de toro y que has considerado mezquino el pago con la sal tan trabajosamente elaborada y transportada por mi pueblo, así como el diario esfuerzo de nuestras mujeres para reunir la gran cantidad de caracoles del mar con que os hemos pagado, mas que sobradamente, las cuatro baratijas y un mediocre esclavo sin fuerza para trabajar, y como soy justo y hoy me siento generoso, perdonaré tu vida y la de tus hombres a cambio de que completes la oferta de trueque con el equipaje que portaba el esclavo, así que manda un hombre a nado hacia tu barco y que vuelva con él.

 

El capitán fenicio quería hablar para dar instrucciones a su hombre, pero ante la amenaza de la daga de bronce del fornido hondero, se limitó a señalar con la cabeza a uno de sus hombres en dirección al barco, el cual empezó a adentrarse en el agua de la dorada playa en dirección a la gran nave fenicia . Al rato, saltó otra vez por la borda al mar trayendo consigo a la playa un saco que contenía unas ropas, unas sandalias y un envoltorio de piel conteniendo instrumental quirúrgico confeccionado en cobre y que el hondero examinó con curiosidad.

 

Había diversos frascos conteniendo pociones medicinales y una buena cantidad de instrumentos cortantes de extraña forma que servirían a un cirujano para sus intervenciones.

 

El hondero comprendió entonces que el  egipcio no le había mentido, y que éste era objeto de la traición del fenicio...

 

_Voy a respetar mi palabra de conservar vuestras vidas, sin embargo no volveréis a ver vuestra ciudad del otro lado del mar, ya que me habéis engañado, dándome como objeto de trueque a un hombre libre al que traicionasteis, robasteis y esclavizasteis injustamente y que había pagado con su oro vuestro transporte – Continuó Lecir- Por otra parte, al equipaje del egipcio le falta el oro que le robasteis...

 

Aterrorizado el fenicio y viéndose sometido a la esclavitud de por vida jugó su última baza intentando matar al hondero con una daga que llevaba escondida en la faja del cinto, y a punto estuvo de conseguirlo antes de morir degollado por el arma de Lecir “el valeroso”,  solo falló por escasos centímetros del corazón ya que su daga se hundió en la parte superior del pecho del hondero.

 

Lecir resulto mal herido cayendo de rodillas en la arena,  mientras, los restantes fenicios de la tripulación eran rápidamente sometidos y maniatados, pasando a formar parte del contingente de esclavos del poblado del “Halcón”.

 

Lecir “el valeroso” fue llevado al poblado por sus hombres y depositado en un camastro justo delante de la gran torre de fortificación del poblado. Estaba consciente todavía y sangraba abundantemente por la herida incisa de la daga fenicia...

 

_Traed al egipcio – Ordenó Lecir- entregadle sus pertenencias y dejadle libre, esta es mi decisión.

 

El egipcio fue llevado ante el yaciente guerrero que iba palideciendo a medida que la hemorragia le afectaba.

 

_ Eres libre, ya que las palabras de la verdad han sido pronunciadas por tus labios, te respeto y deseo que mi pueblo también lo haga cuando yo muera...

 

El  “hombre de los que sufren” se agachó observando la grave herida, la palpó cuidadosamente y levantándose dijo...

 

_ Te doy  gracias por tu justo gesto, y ahora te ruego me permitas intentar curar tu herida, ya que conozco su tratamiento.

 

Lecir, entre la bruma de la inconsciencia, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y murmuró desfallecido.

 

_Que así sea... - Y se desmayó ante la aterrorizada mirada de la bella mujer que se había acercado a su lado y que miraba con mirada lastimera hacia el portal de la gran torre en la que había hecho aparición Catlo, apodado “el que conoce”, el que detentaba la jerarquía político-religiosa del clan del “Halcón”.

 

Tara, la esposa del guerrero, sabía que nada se podía intentar por parte del extranjero a favor de Lecir, si el jerarca no lo aprobaba y se prosternó ante el suplicándole su aprobación...

 

_ Te ruego gran conductor del pueblo del “Halcón” que permitas que el extranjero intente curar a mi hombre. Antes de entrar en la oscuridad, Lecir ha aceptado que así sea , pero nada puede hacerse sin tu sabia dirección...¡ Ho gran Catlo¡ , ¡Te lo ruego por los dioses que rigen los destinos de la isla ¡.

 

Catlo “el que conoce”, asintió gravemente ante la petición de la afligida mujer.

 

_ Apruebo que el extranjero aplique su ciencia a nuestro mejor guerrero, pero éste debe saber que, si muere en sus manos, su vida finalizará con la de Lecir – Se dirigió a Sekem - ¿Aceptas mis condiciones extranjero?...

 

Morir ahora y no tener que soportar la infame condición de esclavo de por vida, era hartamente preferible para Sekem, que con gran dignidad contestó al jerarca.

 

_ Acepto tus condiciones, pues prefiero morir joven practicando el arte de la curación por la que he jurado dedicación ante mis dioses, que morir algo más viejo como esclavo arando tus campos – Continuó el egipcio -  Necesito la miel de tus abejas para desinfectar la herida y que me dejes escoger entre tus hombres al que tenga poder sobre el flujo de la sangre...

_ Así sea pues - Sentenció Catlo - Que venga Nut “el que no teme a las abejas” y se ponga a tu disposición. Y en cuanto a lo otro que solicitas, escoge el que tu arte te indique de entre mis hombres – Catlo continuó amenazador - Si no curas a nuestro guerrero serás lanzado por el acantilado en ofrenda a Mars, y si lo curas quedarás al albur de lo que decida sobre ti Lecir, ya que por tu causa se encuentra en esta dolorosa condición...

 

Sekem , sin prestar ya más atención a las circunstancias externas,  únicamente se sentía impulsado a poner en práctica su arte de la curación para intentar sanar, por todos los medios a su alcance , al doliente guerrero que tenía postrado ante él.

 

 Recorrió con presteza el círculo de hombres, mujeres y niños que rodeaban al herido, percibiendo con sus afinados sentidos la aptitud de los que tenían poder hemostático sobre el flujo de la sangre.

La mejor elección posible  recayó sobre un delgado chiquillo que dijo llamarse Nut apodado “el joven”, hijo del “que no teme a las abejas”, al que Sekem cogió de la mano y acercó rápidamente al guerrero herido.

 

_ Pon tus manos cerca de la herida – Apresuró Sekem - y no las quites hasta que la sangre deje de brotar.

 

El asustado chiquillo obedeció, tembloroso, las órdenes del que “es de los que sufren”, y ante el asombro de los que les rodeaban, la sangre dejó de manar casi al instante.

 

Mientras tanto Nut “el que no teme a las abejas” trajo un vaso lleno de la mejor de su  miel , y el médico pidió a la esposa del guerrero que trajera pan enmohecido y algo de carne fresca de cordero mientras untaba la herida con copiosa cantidad del dorado producto.

 

Una vez que estuvo debidamente desinfectada la herida, la cosió con un fino hilo de lino que llevaba en el envoltorio de herramientas quirúrgicas, cubriendo posteriormente la  herida con una capa de pan enmohecido y , finalmente ,  con la carne magra de cordero que le había traído presurosa la mujer del guerrero.

 

 Después se encomendó a Inmothep, su dios de la salud del cuerpo, y mandó que trasladaran a Lecir “el valeroso” al interior de su morada donde se acuclilló a su lado a la larga espera de la evolución del herido.

 

 Su sensibilidad le permitía intuir que la gran capacidad de energía latente en el guerrero era de tal magnitud, que le permitiría sobrevivir sin muchos problemas. Pero, una vez pasada la urgencia, su mente volvía a indagar, sombriamente, sobre el futuro que le depararía el destino junto a aquel pueblo extraño de guerreros algo primitivos de los que desconocía su comportamiento para con los extranjeros


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Durante los días siguientes en los que el enfermo deliraba entre la fiebre y la inconsciencia , en los escasos momentos que se permitía dejar solo al guerrero herido, Sekem paseaba por el poblado construido y fortificado con inmensas piedras colocadas una sobre la otra sin ningún tipo de argamasa.

 

 Nadie se atrevió nunca a importunarle, aunque él no intentó, bajo ningún pretexto, el alejarse fuera de la muralla circular que rodeaba el poblado, a sabiendas que un  certero tiro de honda habría acabado con su vida al instante, en el mejor de los casos.

 

Al décimo día, Sekem, después de revisar la herida del guerrero, había salido de los aposentos de Lecir y estaba sentado bajo la sombra de un acebuche cercano contemplando como un grupo de mujeres aprendía, de los nuevos esclavos fenicios, a fabricar trampas flotantes para pescar las caracolas de las que se extraía, pacientemente, el tinte del color púrpura que había hecho famosos y ricos a los comerciantes fenicios en todo el mundo conocido.

 

El egipcio recordaba vividamente algunas de las murallas de Tiro construidas con los caparazones de aquellas caracolas, tal era la enorme cantidad necesaria para conseguir procesar el famoso tinte que daba color a todas las vestimentas reales y aristocráticas de la época.

 Los esclavos fenicios, trenzaban largos mimbres conformando una especie de nasas a las que , posteriormente,  adosaban corcho de alcornoque en su base para que flotaran.

 

Después, eran colgadas de las nasas largas cuerdas repartidas a su alrededor, y ensartaban en ellas, a una distancia regular, una especie de cascabeles hechos de hueso. Por último, cubrían de algas frescas, a modo de camuflaje, las nasas flotantes.

 

Al parecer las caracolas sentían una franca curiosidad por las sonoras cuerdas que descendían hasta el fondo, y subían indefectiblemente por ellas hasta la nasa que, por su hábil construcción  ya no las dejaba escapar, quedando aprisionadas en ella.

 

 Hasta aquel momento estas caracolas habían sido siempre recogidas trabajosamente por las mujeres del poblado que se sumergían a pulmón libre hasta el fondo de la gran rada, siendo ayudadas en superficie por odres hinchados a modo de flotador , por lo que aquel adelanto las ayudó grandemente en su diaria labor .

 

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En estas estaba cuando, Tara, la esposa de Lecir, salió de su morada corriendo hacia él apresuradamente.

 

_ Lecir ha vencido a la oscuridad y pregunta por ti, “hombre de los que sufren”.

 

Dando gracias a Inmothep, el egipcio se apresuró a regresar hacia la morada donde reposaba el guerrero. Estaba ya sentado en el camastro y, aunque débil, mostraba ya un saludable color en el rostro.

 

_ Tienes buen aspecto guerrero- Le dijo Sekem, observando atentamente al enfermo - y puesto que tu herida ya sanada ha supuesto la unión de mi destino personal a la decisión que tomes sobre mi destino, te ruego dispongas...

 

La curtida faz del guerrero se alegró de repente...

 

_ Dispongo pues, que tu destino sea el de ser mi hermano de sangre y totalmente libre. Te ruego que mientras estés entre nosotros impartas tu arte de sanar entre nuestro pueblo bajo la supervisión del sumo sacerdote y jerarca Catlo “el que conoce”. 

 

Sekem , el “hombre de los que sufren”, apretó fuertemente el brazo amistoso que le ofrecía Lecir “el valeroso” y en su alta sensibilidad intuyó la gran carga de amistad que había nacido entre los dos ,  por largos años, si este era el designio de los dioses...

 

_ Así sea – Rubricó el egipcio, indicando a Tara, la mujer de Lecir, que le ayudara a levantarlo y llevarlo al exterior de la morada.

 

Allí, bajo el esplendido sol isleño,  le estaba esperando, sonriente, el poblado entero con el gran jerarca Catlo al frente. Sin aclamación alguna, fueron depositando con gran respeto sus modestas ofrendas a los pies del gran jefe guerrero del poblado del “Halcón”.

 

 Lecir iba agradeciendo con una sonrisa e inclinaciones de su cabeza los gestos de reconocimiento de los habitantes del poblado, al tiempo que Tara recogía los presentes y lanzaba miradas de agradecimiento al egipcio...

 

Ahora, Sekem, sentado a la lumbre de la fogata, recordaba apaciblemente todos estos acontecimientos que habían marcado su  destino en aquella bella y misteriosa isla.

 

 

                                                                                         Capitulo segundo

 

La gran piara de cerdos negros pacía mansamente bajo las encinas que rodeaban el poblado del “Halcón” y la yunta de bueyes tiraba lentamente del primitivo arado con punta de bronce que hendía trabajosamente el suelo de labranza, mientras, el campesino, entonaba un canto no falto, sin embargo, de extrañas armonías.

 

 Los pastores volvían de apacentar sus rebaños de cabras y  las encerraban en los establos hasta la noche siguiente en que volverían a llevarlas a los pastos, mientras, unas mujeres daban de comer a los mulos del gran corral exterior del poblado.

 

Aquella fría mañana se iba calentando poco a poco por efecto de los flamígeros rayos del deslumbrante sol que lucía en aquel día de invierno, dando un regalo de vida a los hombres y bestias que alumbraba.

 

Había llegado la hora de la merienda matinal y se estaba repitiendo la diaria ceremonia de colgar los paquetes de comida en las partes más inaccesibles del viejo árbol  situado al fondo del poblado. Las madres  colgaban, afanosas, los distintos envoltorios de piel de conejo que contenían la pitanza para sus vástagos que, sonrientes algunos y apesadumbrados los otros, aprestaban sus pequeñas hondas para intentar ganarse la comida a cambio de acertarla con los disparos de sus armas.

 

Aparentemente cruel, dicho método servía para acelerar hasta lo indecible la necesaria destreza en el uso de la mortífera  honda . Algunos rapaces, los más certeros, descabalgaban expeditivamente su comida de las altas ramas, unos pocos, tardaban algo más, pero resultaba casi genética la armonía entre el hombre balear y su arma, así que ninguno se quedaba al fin sin su comida.

 

 Pero aquella mañana uno de ellos ya lloraba, casi extenuado, por el esfuerzo de multitud de lanzamientos con resultados imprecisos. Se trataba de Nut “el joven”, hijo del “que no teme a las abejas”, el que tenia el don de contener las hemorragias...

 

Sekem, se dirigió hacia el abatido chiquillo. No hacía falta preguntar cuál era el paquete de su comida, ya que éste colgaba en solitario de la alta rama del árbol . Cogió al niño en volandas y lo sentó en su regazo donde éste se anegó en lágrimas... El egipcio lo tranquilizó de inmediato magnetizándolo con su mano libre extendida sobre la cabeza y le susurró al oído...

 

_ Debes serenarte antes de poder acertar en el blanco, debes demostrarme que eres un hombre, a mí y a todos los pobladores de “Halcón”, pero, sobre todo, debes demostrártelo a ti mismo... ¡ Ahora respira hondo y apréstate a acertar¡, estoy seguro que lo lograrás...

 

Reconfortado por el egipcio, Nut “el joven” volteó la honda por centésima vez en aquella fría, pero luminosa mañana, y su proyectil acertó de lleno en el paquete de comida que cayó del árbol cual fruta madura.

 

El chiquillo, sonriente fue corriendo al encuentro de la comida que devoró golosamente ante la complaciente mirada de Sekem y de Lecir, que se había acercado a la escena del pequeño drama apoyado en un largo bastón de acebuche.

 

_ Realmente detentas  mágicos poderes , amigo Sekem - Dijo el guerrero - He visto las maravillas que has obrado con este chico y me has impresionado gratamente.

 

_ Nada poseo salvo mi ciencia, ¡el chico si que tiene un verdadero don de los dioses ¡, ya que posee el poder de contener las hemorragias con su sola presencia - Dijo el egipcio, y continuó, mirando en dirección al niño que seguía devorando su merienda - Él fue el que detuvo el flujo imparable de tu herida, por lo que quisiera pedirte que lo pongas bajo mi protección y así podría ayudar a tu pueblo mucho mejor que con su endeble honda .

 

_ Así sea, amigo Sekem, que quede bajo tu protección y aprenda tu arte en beneficio del pueblo del “Halcón” – Continuó  alejándose en dirección a la gran torre que presidía el centro del poblado diciendo – Ahora debo ir a tratar con Catlo “el que conoce”, lo que debemos hacer con la nave fenicia que hemos apresado a estos mentirosos fenicios .

 

Sekem, “ el hombre de los que sufren” , acarició afectuosamente la pelambrera de Nut “el joven” que le miraba entre temeroso y esperanzado, pero  con reverencia.

 

_ Has dejado de padecer hambre por no acertar con la honda, amiguito, ahora la sufrirás si no aprendes diligentemente mis enseñanzas, y seré más duro que tu madre con la exigencia – Dijo seriamente el egipcio al temeroso chiquillo, aunque en el tono de su voz se notaba que su bondad no le permitiría tal desatino- Ahora, vamos a comenzar visitando a tus padres para darles la buena nueva y pedir su bendición...

 

Los padres de Nut “el joven” se sintieron grandemente honrados por la decisión de Lecir “el valeroso” de poner al niño bajo la protección de aquel extranjero que aplicaba la ciencia de ayudar a los que sufren .

 

Sekem les explicó que su hijo, al margen de tenerlo a su servicio por el valioso don que poseía de  aplacar las hemorragias, le ayudaría a recolectar las hierbas medicinales que él le indicaría, y le enseñaría a confeccionar fármacos que guardarían en una farmacia improvisada en la morada de Lecir donde él tenía su cobijo. El niño viviría con Sekem, hasta que con el tiempo le fuera cedida una morada propia, si esta era la decisión de Catlo “el que conoce”.

 

Nut “el que no teme a las abejas”,altamente agradecido al egipcio, le prometió abundante provisión de miel para la farmacia , la mejor que hubieran probado labios humanos y que solo guardaba para las ofrendas especiales a los dioses del poder, la potencia y la fuerza.

 

La siguiente enseñanza con que el egipcio “gratificó” al sorprendido ayudante fue la de raparle la pelambrera de la cabeza dejándosela tan lisa como la suya .Esto no gustó mucho  al joven neófito, pero al final,  se rindió a la evidencia y dejó de resistirse.

 

Tenía la ilusión de que le habría dejado algo de pelo, pero, cuando se vio reflejado en el agua del odre  comprobó con enfado que su cabeza era tan calva como la de su maestro. Pero no habían acabado los sustos por aquel día, ya que, prontamente, se vio desnudado , fuertemente frotado y limpiado en un abundante baño al que le sometió Sekem, que le dejó  de un rosado color que nunca antes había lucido en sus carnes.

 

 Por último Sekem confeccionó con  piel de cerdo curtida unas finas sandalias que calzó en los desnudos pies del niño que brincaba feliz por el espléndido regalo de su maestro.

 

_ Ahora, a trabajar – Dijo Sekem- Vamos a recoger hierbas medicinales en el bosque que circunda el poblado . Si es posible las recogeremos con la raíz intacta, para que tu padre las siembre y cuide en la tierra fértil que hay detrás de su morada, así siempre dispondremos de ellas cuando nos sea imposible desplazarnos a buscarlas.

 

Nadie se interpuso a su decisión de salir del poblado. A la salida, junto a la  dorada arena de la playa, toparon con los dos jefes del poblado, Lecir “el valeroso”el que detentaba el deber de la defensa y Catlo “el que conoce” el que detentaba el deber de organizar y velar por el bienestar de su pueblo, tanto en la forma material como ante los dioses de la isla.

 

El egipcio se asombraba de aquella dualidad de poder tan respetuosa e igualitaria entre el poder militar y el social que regía en aquella sociedad, aparentemente más atrasada que la de donde el provenía y en donde el poder supremo lo detentaba el faraón, pero al parecer el respeto entre los dos hombres que no intentaban sobreponer su poder el uno sobre el otro daba como resultado una sociedad gobernada magníficamente y una organización social espléndida donde los individuos trabajaban para la colectividad general y los dos jerarcas reconocían su poder como un deber hacia el bienestar del clan.

 

_ Te saludo a ti Catlo y a ti Lecir – Dijo el egipcio al cruzase con los dos hombres que contemplaban la nave fenicia, fondeada frente a la arena- He decidido ir a buscar especies vegetales medicinales con mi nuevo ayudante - Nut sonrió débilmente pasándose las manos por su calva, al tiempo que caminaba alegremente un paso por detrás de su maestro en señal de respeto.

 

_ Que los dioses os acompañen en vuestro empeño – Dijo Catlo “el que conoce”- hemos decidido saquear la nave fenicia y desmontarla totalmente,  para después,  construir una nave más ligera y veloz que esta barriguda y lenta barcaza de transporte.- Y añadió con tono divertido - Tu ciencia es efectiva egipcio, pero sumamente lenta, hemos perdido un tiempo precioso con la herida de Lecir . Los fenicios pronto se darán cuenta de la falta de su nave y mandarán su flota de guerra para vengarse, será mejor que nos apresuremos a quitar los rastros de su paso por el poblado del “Halcón” ya que nuestra mejor baza es que ninguno de los fenicios escapó para dar la alarma.

 

_ Nada temo de estos fenicios salvo sus arte en la traición – Dijo Lecir - son mas peligrosos que un escorpión furioso, pero si deciden enfrentársenos a cara descubierta serán pasto de buitres - Y añadió decidido – Ahora vamos a ocuparnos de descargar la nave de todos sus productos y después la embarrancaremos en la arena para proceder a su desguace.

 

_ Espero que no te esfuerces más que lo que tu herida reciente pueda soportar-Dijo alegremente Sekem - pero espero que sea lo suficiente como para recuperar mi oro que está en  las bodegas de la nave.

 

_Nuestro pueblo es justo – Dijo seriamente Catlo dando el brazo a Sekem - Y dispongo que tomarás parte en el  reparto de los bienes confiscados a los fenicios. Que vuestra recogida de vegetales sea fructífera – Y añadió- Gracias por devolverme sano a nuestro mejor guerrero, estaremos siempre en deuda contigo.

 

Sekem saludó con una inclinación de su calva cabeza , y seguido de su ayudante continuó su camino entre la espesura del encinar que rodeaba el poblado. Pasaron rápidamente ante las colmenas del padre de Nut “el joven” y se demoraron largas horas en su selectiva búsqueda de especies curativas de las que encontraron en abundancia.

 

 El chiquillo escuchaba atentamente las instrucciones y enseñanzas del egipcio, que prontamente se dio cuenta de que su sensibilidad no le había engañado sobre la aptitud del chiquillo,  ya que eran tales sus ganas de aprender que llegó casi a agobiarle con sus preguntas.

 

_Cada cosa en su momento – Llegó a decir el agobiado egipcio - Ahora guarda silencio de una vez hasta llegar al poblado. Por todos los dioses de Egipto que tus palabras ya suenan en mis oídos como el zumbido de las abejas de tu padre.- Nut “el joven” obedeció rápidamente   la orden de su maestro, pero solo por unos breves momentos... antes de empezar a preguntar de nuevo...

 

Así pasaron toda la mañana y parte de la tarde hasta que Sekem tuvo hambre y, la grata sorpresa fue,  que su ayudante cazó con un hábil tiro de honda corta un formidable conejo de los muchos que se habían cruzado con ellos por los senderos que recorrían.

 

Pronto brilló la hoguera trabajosamente encendida con las chispas del pedernal sobre la paja seca que portaba el chiquillo en la  bolsa que invariablemente colgaba del costado de todos los hombres del poblado y en que portaban los pétreos proyectiles de las tres hondas que, siempre a mano, parecían formar parte del adorno de su cuerpo .

 

Un estupendo aroma de carne a la brasa se extendió por los alrededores del claro donde descansaban  del arduo trabajo de la recogida... Al terminar con la inmejorable carne de aquel gran conejo, Sekem, ya de un envidiable buen humor, explicó a Nut “el joven”, una a una, las aplicaciones básicas de las plantas recogidas aquel día, después descansó un rato adormecido por la comida y el cansancio.

 

Al atardecer, volvieron hacia el poblado satisfechos con la recolección de plantas medicinales vivas que transportaban dificultosamente, a cuatro manos, en el capazo de piel. Volvieron a pasar apresuradamente ante las zumbantes abejas de los panales del padre de Nut “el joven” y enfilaron hacia la entrada oeste del poblado del “Halcón”.

 

Aunque las grandes piedras con las que estaba construida la pétrea muralla impresionaban a cualquiera, Sekem  consideró el poblado fortificado, en aquel primer día de verdadera libertad, como altamente acogedor. Pronto llegaron a la morada de Nut ”el que no teme a las abejas” y descargaron sus doloridas espaldas del peso del capazo de hierbas. El chiquillo fue a buscar a su padre y el egipcio le relató sus intenciones de formar un pequeño huerto con las mismas.

 

_ Me sentiría muy honrado si pudiera contar con tu ayuda, amigo Nut – Le solicitó Sekem - Considero de vital importancia  para la salud del poblado del “Halcón” el contar con abundante provisión de fármacos en todo momento, aunque por distintas causas no se pueda acceder al bosque de encinas  a recogerlas, y he pensado que tú podrías ayudarme en esta noble labor, lo que redundará en beneficio de la futura posición social de tu hijo ante los habitantes de tu pueblo, ya que la magia, aunque es muy importante para la curación, no es completa sin la administración de recetas medicinales . Te pido respetuosamente que consideres mi petición en bien de todos y de tu hijo en especial.

 

Nut “el que no teme a las abejas”, no dudó ni por un solo momento y aceptó calurosamente la proposición del egipcio. Ante la alegría desbordante de su hijo y con la ayuda de su mujer comenzaron a preparar la porción de huerto necesaria para la siembra de las matas con cepellón que había aportado la batida del día en el bosque.

 

 Satisfecho el egipcio, se dirigió hacia la arena de la playa para seguir de cerca los trabajos de los guerreros con la nave fenicia.

 

Para su sorpresa ya no divisó la nave frente a la orilla, solo restaban, hincadas en la arena, una gran cantidad de ánforas de diferentes capacidades y tamaños distribuidas en filas seleccionadas de acuerdo a sus características, que eran transportadas cuidadosamente por un grupo de hombres hasta la torre central del poblado a través de la entrada del Este.

 

 Sekem  escaló por el roquedal en dirección Norte y allí pudo contemplar la nave fenicia situada al fondo de un gran puerto natural que mostraba , a su derecha, una sola entrada desde el mar a través de un largo corredor que después se ensanchaba en forma de grandiosa herradura.

 

 Allí, al fondo, los guerreros y sus esclavos fenicios ya estaban quitando el mástil a la nave y desmontaban las primeras tablas de la cubierta . Sekem, caminando a  paso ligero, tardó casi media hora en llegar allí donde estaban trabajando los hombres, con Lecir al frente , dirigiendo los trabajos.

 

_ En verdad que os habéis apresurado en la labor, amigo mío. Estoy maravillado por esta magnífica ensenada que ofrece abrigo a vuestros trabajos . Es un sitio realmente espléndido y calmado para poder estructurar la futura nave de guerra , sin embargo no entiendo como solo con un carpintero podréis realizar tal obra.

 

_ Como se nota , en verdad, que eres un extranjero desconocedor de cómo funciona nuestro aislado mundo – Sonrió Lecir orgullosamente - Pronto verás llegar a esta ensenada una gran cantidad de carpinteros de oficio procedentes de los poblados cercanos . Los artesanos de la madera tienen aquí larga tradición y conocimiento de la construcción de naves ligeras y, en breve plazo,  podrás comprobarlo personalmente.

 

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Sekem, pasadas dos lunas, pudo comprobar la realidad de lo que le había augurado el jefe de los guerreros  . Con la sola excepción de los artesanos carpinteros del  gran poblado del “Cuervo” que, extrañamente, no habían atendido la llamada solidaria, numerosos artesanos de la madera de distintos poblados habían acudido a la llamada de Catlo.

 

La nueva trirreme de guerra, a falta de instalar de nuevo el mástil principal, ya flotaba en las plácidas aguas del fondo de la gran ensenada.

 

Trabajaban afanosamente de día y de noche por turnos de laboriosos artesanos que, al finalizar su labor, dormían en cabañas construidas con ramas de pino en forma de sombrajos, mientras que , para su sustento, eran regularmente suministrados de carne, verduras y leche por los guerreros del poblado.

 

El pescado fresco era suministrado por las dos grandes almadías, unidas por fuertes cabos, que pescaban de noche a la luz fantasmagórica de la hoguera encendida sobre una de ellas, mientras que desde la otra, se arponeaba a los  peces atraídos por la luz que se desprendía de la gran fogata flotante.

 

El egipcio en la placidez de las frías noches invernales de la isla, contemplaba sentado sobre las rocas, el lento desplazamiento fantasmal de las dos almadías, y no dejaba de maravillarse cada vez que un gran pez era certeramente arponeado por aquellas bravas mujeres del poblado del “Halcón”encargadas de la pesca

 

. Verdaderamente, Sekem ,  no dejaba de sorprenderse por la serenidad y seguridad que demostraban aquellos seres, en apariencia faltos de una anciana civilización altamente estructurada en lo político y en lo social que les respaldara y garantizara el seguro devenir a que el estaba acostumbrado en el milenario Egipto, aun estando sometida su nación a la constante presión de pueblos extranjeros  y defendidos con muchos más medios bélicos que los que contaban aquellos habitantes de la Gimnesia Mayor.

 

Había podido observar detenidamente la abundante carga requisada a la nave fenicia . Una gran cantidad de ánforas de vino, ricas telas de púrpura, estaño en gran cantidad, marfil y exóticos perfumes...Además de los “cerdos de mar” que había visto arponear en las lejanas aguas pasadas las Columnas de Hércules, el oro en gran profusión y un gran número de mortíferas espadas ibéricas identificadas como falcatas, todo ello conseguido por el continuo comercio del navío fenicio.

También estaban, en cantidad de siete, unas grandes ánforas con Garum, una exquisita salsa fenicia confeccionada a partir de hierbas aromáticas y restos de pescado, puestos en capas de salazón, de la cual destilaba el líquido que constituía la carísima y estimada salsa que en ciertos ambientes aristocráticos, de más al oriente, se había convertido en imprescindible.

 

Para el egipcio, que conocía la receta de su fabricación, constituía un mejunje despreciable. Había visto fabricarlo en grandes recipientes con las vísceras de una larga lista de pescados y mariscos, morenas, caballas, atún, sepia, calamar, ostras, almejas, gambas y congrios a los cuales se añadía sal en forma generosa y hierbas aromáticas. A continuación se ponían pescados pequeños, morralla, anchoas, sardinas y júreles. Toda esta mezcla en capas bien saladas se dejaba secar al sol removiéndolo con frecuencia. Una vez seco, por el calor del sol , de la masa fermentada escurría un líquido que conformaba la salsa del Garum que , mezclada con vino, vinagre, aceite e incluso con agua, servía para aliñar otros manjares.

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El día del reparto, Sekem aceptó reverentemente su parte del botín, incluido el maldito Garum que fue regalado inmediatamente al satisfecho Nut “el joven” para que lo entregara a sus padres en pago por su solicitud hacia el huertecillo de hierbas medicinales.

 

Se había realizado una gran fiesta alrededor de la gran hoguera que crepitaba alegremente frente a la torre central del poblado.

 

Entre extraños cánticos y pasos de baile habían pasado largas horas de entretenimiento hasta llegar al éxtasis .

 

En este momento álgido del festejo fue cuando Catlo “el que conoce” procedió, ayudado por gran cantidad de guerreros, a distribuir entre los pobladores la preciada carga del navío fenicio.

 

Se produjo un hecho curioso que llamó mucho la atención  del egipcio, ya que Catlo, no hizo distinciones entre las mercaderías que repartía a partes iguales para cada uno de ellos, fuera adulto, joven o niño . Una vez aceptadas las regalías por parte del pueblo y haber bailado otra de sus extrañas danzas en círculo , a los pies de Catlo, fueron depositadas las telas color púrpura que les habían sido repartidas a cada una de las familias del poblado, ya que , en señal de suprema jerarquía, solo era apropiado que las vistiera el jerarca espiritual del clan, quien aceptó la ofrenda con una gran reverencia hacia todos los presentes.

 

  ¡Que extraño respeto animaba las relaciones entre aquellas gentes¡.

 

 Sin embargo, le tocó a Sekem una sorprendente excepción, pues fue obsequiado por Catlo “el que conoce” con la totalidad del oro que transportaba la nave fenicia , además de un gran espejo de cobre altamente bruñido y con una gran cantidad de recipientes de  fina cerámica griega donde poder guardar sus fármacos.

 

 Pero el honor más grande, según aquellos guerreros , le fue atribuido por Lecir “el valeroso” al entregarle ceremoniosamente una de las apreciadas espadas de doble filo requisadas a los fenicios ,  para que tuviera el honor , si llegara la ocasión , de luchar por la gente de su poblado, dándole el rango de igual entre los guerreros del clan del ”Halcón”.

 

Sekem se emocionó ante esta gran deferencia y prosternado prometió, agradecido , poner su brazo y  oficio a favor de aquel pueblo.

 

 Formando parte del botín fenicio había una generosa cantidad de molinos  para moler manualmente el grano que se repartieron entre las familias . También había un molino grande , en forma de gran falo, que fue instalado, para su empleo comunitario , al lado de la explanada central del poblado ya que su muela podía ser accionada por un asno a manera de noria.

 

Así, grandemente,  se vio de enriquecido el poblado del “Halcón”, y así de enormes serían los necesarios esfuerzos futuros para defender tal riqueza, presintió instintivamente el agradecido egipcio.

 

Al día siguiente, Nut “el joven” se prosternó ante su maestro en petición de un gran favor :

 

_ Maestro, te pido que me dejes tener a nuestro lado a mi perro. No es que no me encuentre bien contigo pero, alejado de mi familia, me sentiré más seguro si me dejas tener a “Torac” en nuestra compañía. Te prometo, a cambio ,  mi protección con la honda y la nada despreciable fuerza y lealtad de mi perro en los momentos de peligro que puedan acecharnos en los tiempos venideros.

 

Aunque, como era preceptivo , el maestro se mostró ceñudo ante su ayudante, la visión de Torac, un perro de guarda negro tendido en el suelo como si se prosternara  y la seriedad y candidez del chiquillo, llenaron de ternura al “hombre de los que sufren” que sentenció.

 

_ Es mi voluntad que tu perro pase a formar parte de nuestra pequeña familia y espero su fidelidad al igual que la tuya en los momentos de peligro que puedan acecharnos, pero no deberá pasar nunca al interior de la farmacia ya que puede echarnos a perder las fórmulas que contienen los tarros. Deberás construir una morada para “Torac” fuera de la nuestra para protegerle del frío y el mal tiempo..

 

El contento del niño fue grande , y Sekem se permitió una leve sonrisa cuando el perro, alegrado por la actitud del niño, le lamió amistosamente las manos al egipcio .

 

 El circulo de las amistades se fortalecía en torno a la bondad de Sekem y el respeto de los pobladores del “Halcón” crecía en fuerza y espontaneidad a medida que sus prodigiosas dotes de sanación se iban dispensando entre ellos .

 

 

                                                                                                   Capitulo tercero

 

 

Desgraciadamente , el esclavo fenicio había conseguido escapar , a pesar de estar seriamente herido en un brazo por la certera piedra de un hondero.

 

Manejando diestramente la pequeña vela , el malherido fenicio, después de echar por la borda a la mujer del poblado a la que acompañaba a colocar trampas flotantes para pescar  caracolas , había logrado hacerse a mar abierto con el ligero bote que se utilizaba para este menester.

 

 El segundo fenicio que, en otro bote, había intentado la misma maniobra , había sido certeramente degollado por la mujer que le acompañaba con el fin de aprender a utilizar la novedosa arte de pesca.

 

La nave de guerra todavía no estaba lista para navegar y la destreza del marinero fenicio así como el respeto por la gran tormenta que se presagiaba en el horizonte, hicieron desistir a los honderos de iniciar una persecución de resultados altamente improbables y peligrosa en extremo.

 

 Hicieron bien, pues a poco, se organizó un gran temporal con grandes vientos y violento oleaje. Se encomendaron a sus dioses de la fuerza y del poder poniéndose a buen resguardo del temporal en la fortificada “Halcón” y cuando la calma imperó de nuevo , aceleraron , en todo lo posible ,  la construcción de su estilizada nave de guerra.

 

 Si no eran escuchados por los dioses, el fenicio daría la voz de alarma entre los suyos, y estos no tardarían en preparar un ataque de revancha que, invariablemente lanzaban, para recordar a los que se atrevían a atacar a sus mercaderes que éstos estaban protegidos por una segura venganza en caso de producirse el pillaje.

 

Ahora, todo dependía de la suerte que proveyeran los dioses con el fugitivo marinero fenicio. A ellos solo les incumbía el mantener la serenidad y proveer de los mismos esfuerzos que siempre habían desplegado en  defensa de su clan .

 

 

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Había vivido más de cuatro años en los fondos abismales desde que solo medía dos centímetros, y ahora ya era un ejemplar adulto de calamar gigante que había crecido aproximadamente a razón de un centímetro por día , por lo que ya medía unos diecisiete metros de largo y poseía un gran cuerpo con un peso  de ochocientos kilos sobrados.

 

 Llegaba el momento en que necesitaría aparearse, cosa que haría una sola vez en su vida, para después morir y desaparecer.

 

Era un fascinante animal que se deslizaba veloz y ligeramente por los fríos fondos a los que no llegaba la luz del sol, sin embargo, sus grandes ojos que tenían el tamaño de la cabeza de una persona veían perfectamente en aquella espantosa oscuridad. Su desarrollado cerebro contaba con la capacidad de la relación y el aprendizaje.

 

Aquel día había comido gran cantidad de pulpos y algún pez que no había podido escapar al latigazo de sus larguísimos tentáculos. Su metabolismo había fabricado e inyectado a su gran cuerpo gran cantidad de amoníaco, lo cual le resultaba altamente beneficioso en su capacidad de flotación. Nada temía salvo la presencia de los feroces cachalotes que eran sus únicos depredadores.

 

Toda la naturaleza se desarrollaba normalmente durante aquel día, hasta que, de repente, una fuerte erupción marina cercana al  calamar gigante esparció una gran nube de gas azufroso y empezó a vomitar lava candente.

 

El gran calamar, a pesar de su fría inteligencia, se aterró y huyó despavorido del lugar a toda la velocidad que le permitía el ritmo de sus tres corazones, atravesó las Columnas de Heracles hacia un mar menos profundo y , aunque avanzaba pegado casi a la capa del fondo marino, a sus grandes ojos llegaba una claridad cegadora que le molestaba grandemente.

 

Impulsó infatigablemente su cuerpo fusiforme hasta que llegó a una zona rocosa de mayor profundidad, pero que contaba con gran cantidad de caza para satisfacer su hambriento estómago .

 

 El monstruoso calamar ,  al revés del común de los animales, no quemaba grasas, si no que consumía las proteínas de sus propios músculos por lo que, en el esfuerzo de la huida, había gastado gran cantidad de su masa corporal, por todo lo cual, sintiéndose ya más tranquilo, se dedicó a ingerir las proteínas procedentes de los abundantes moradores de su nuevo hábitat. En cuanto a la molesta luz, su cerebro era consciente de los ciclos de luz y oscuridad, por lo que adaptaría su actividad a los mismos.

 

 

El lugar donde había establecido su territorio de caza el gran calamar no distaba mucho del talud rocoso de la Isla de las Cabras y su instinto, una vez establecidas las pautas y prioridades de alimentación, le volvía a marcar insistentemente la necesidad de aparearse ofuscando su cerebro poco a poco ya que su ciclo de vida era de solo unos cinco años.

 

 

 

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Pasado un tiempo , frente a la gran ensenada que albergaba las actividades del clan del “Halcón”, se situaba una formación de tres largas y majestuosas trirremes fenicias dispuestas a vengar con sangre y fuego la afrenta recibida por sus mercaderes.

Habían recibido la noticia de boca del exhausto marino que habían recogido en alta mar cuando buscaban abrigo en la rada de la Isla de las Cabras. Allí habían vivaqueado durante los últimos dos meses del invierno, y al comienzo de la luminosa primavera, habían zarpado hacia la dirección indicada por el naufrago desatando la operación de represalia de la que nadie debía escapar para bien del imperio fenicio.

 

_ Los dioses han querido probarnos, quieren saber si continuamos con el mismo valor, o si por el contrario nos hemos vuelto lloriqueantes plañideras – Arengó Lecir a sus honderos  – Los fenicios probaran el golpe mortífero de nuestras piedras, las piedras de esta isla que tanto amamos y que servirán de ariete para doblegar sus defensas. Según la costumbre, si vencemos en un combate de invasión, no habrá compasión para con los que caigan en nuestras manos, ya que el favor de los dioses debe ser agradecido de inmediato con la sangre del invasor, y los que de nosotros muramos en combate, seremos enterrados como grandes guerreros y nuestros restos presentados a los dioses que les darán eterna morada entre ellos

 

El griterío envalentonado de sus hombres coincidió con la ofrenda a los dioses que propició Catlo desde la gran torre acabando con la vida del último fenicio que quedaba esclavizado en el poblado, al que decapitó con un fuerte mandoble de falcata. La sangre del prisionero regó las ofrendas de trigo y cebada a la que  prendió fuego en ofrenda a los dioses del poder y la fuerza así como al dios de la guerra Mars implorando su asistencia en defensa de los honderos y el acierto de los destructivos trallazos de sus hondas.

 

 Catlo “el que conoce” estudió las entrañas del fenicio sacrificado para entender los presagios y lo que intuyó de su pormenorizado examen le indicó el favor de los dioses, por lo que se prosternó ante ellos en acción de gracias.

 

Frente a la gran torre y bajo un gran sombrajo, Sekem y Nut “el joven “, habían dispuesto un nutrido grupo de lechos y un túmulo para las operaciones quirúrgicas y dispuesto todo el instrumental de que disponían, así como de la farmacopea adecuada a la curación de las heridas de guerra. El gran perro de guarda no se separaba de ellos , y su fiel presencia constituía un alivio y una seguridad para los dos sanitarios.

 

Nut “el joven” dentro del natural temor que inspira todo combate , se  comportaba como un hombre, y pensaba que estaba bien el saber que hacer ante la emergencia del ataque.

 

 A diferencia de la ignorante costumbre de dejar a los enfermos y heridos a la vera del camino por si alguien pudiera saber lo que hacer con respecto a la enfermedad que les aquejaba , Sekem le enseñaba los medios de como luchar contra ella y contra las heridas con una gran previsión y adelanto para intentar librar a los dolientes de las garras de la muerte.

 

 

Esta había sido la gran lección que había recibido de aquel extraño maestro .En vez de entregar a la muerte al enfermo por ignorancia, le había mostrado que existían  muchas formas de enfrentarla abiertamente en tan duro combate como el que estaba a punto de librarse ante la dorada arena.

 

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Lecir “el valeroso”,desenrollaba instintivamente la honda de larga distancia que llevaba atada a la cintura . Aquella formación, casi perfecta, de naves fenicias que se acercaban a la costa de la isla mayor de las Gimnesias con la intención de vengar la desaparición de la nave de comercio saqueada, para nada impresionaba al bravo y rudo maestro del lanzamiento.

 

El y sus compañeros de clan, apostados en gran número a lo largo de la playa, comenzaron a voltear las hondas cargadas con pesados proyectiles  cubiertos de inscripciones dirigidas, en ruego, a los dioses implorando su ayuda en la batalla.

 

Los honderos se enfrentaban al combate totalmente desnudos  y untados copiosamente sus cuerpos con aceite mezclado con manteca de cerdo. Su aspecto era verdaderamente aterrador...

 

Los brazos que volteaban las hondas fueron levantando su posición hasta la altura de la vista y realmente, el zumbido conjunto de aquellas hondas, impresionaba al más valiente de los observadores...

 

 Lecir “el valeroso” enarboló su tritón , y lo hizo sonar con un largo y profundo bramido , que prontamente fue secundado por el enérgico acompañamiento del son de todos los tritones que portaban cada uno de los isleños.

 

El bramido conjunto indicando el comienzo de la batalla amedrentó a los fenicios de las naves tanto como envalentonó a los guerreros isleños, tensos como arcos, por el son encoraginador de los grandes tritones.

 

Los baleares se encontraban todavía fuera del campo de acción de los arcos fenicios que ya preparaban su mortífera carga  a bordo de las flamantes naves cuando  comenzaron a lanzar sus pétreos proyectiles en dirección a la línea de flotación de las trirremes...

 

Increíblemente, los golpes provocados por las piedras en  las gruesas maderas del costillamen, comenzaron a producir serias brechas que amenazaban con inundar las naves si estas no retrocedían en el acto. La más cercana de las naves  fenicias, afectada ya seriamente en su estructura, comenzaba a hundirse a pocos metros de la playa, mientras su cubierta era barrida por proyectiles más ligeros  que, sin misericordia, hendían las corazas y destrozaban, más que herían, los cuerpos de sus tripulantes.

 

Lentamente, ante el estupor de las tripulaciones de las otras dos naves fenicias, la primera embarcación fue hundiéndose hasta tocar el arenoso fondo...

 

Algunos tripulantes saltaron al agua para huir nadando hacia las naves más cercanas de su flota, pero fueron inmisericordemente cazados por las certeras piedras que vomitaban las hondas de los baleares que ya avanzaban enarbolando fieramente sus lanzas y espadas hacia los restos de la nave hundida donde pasaron a cuchillo, tras breve lucha, a los guerreros de cubierta y a los aterrorizados remeros que fueron presa fácil de  los enfurecidos gimnetas .

 

Después comenzó el pillaje bajo la protección de los honderos que patrullaban la playa, manteniendo a raya los distintos intentos de acercamiento del resto de naves fenicias que, impotentes, asistían al horrible espectáculo...

 

Conscientes, los fenicios, de que ya no debía quedar vivo ninguno de los tripulantes de la desgraciada nave, y para impedir la victoria total de los baleares, cargaron sus grandes ballestas de combate con flechas incendiarias, que lanzaron en dirección a su perdida nave, la cual comenzó a arder rápidamente dejando inconcluso el pillaje a que era sometida por los honderos .

 

Las dos restantes trirremes  fenicias navegaron ante la costa en círculos ,a  la distancia de seguridad,  como perros rabiosos. Se notaba en su indeciso ir y venir ante el poblado de los honderos que la ira y las ganas de venganza no les dejaban darse por vencidos ya que la antigua pérdida se había duplicado. La afrenta de aquellos guerreros era tan grande que nublaba su entereza.

 

Después de parlamentar largamente los dos comandantes de las naves fenicias, establecieron una táctica que, supuestamente ,  les permitiría dividir a los honderos.

 

 Uno de los dos navíos enfiló su proa hacia la boca de la gran ensenada en pos de utilizar la táctica del desembarco para sorprender al poblado por la espalda y entablar combate cuerpo a cuerpo con los honderos en la creencia de que estos no moverían su situación para no dejar desprotegido el poblado del ataque de la otra nave que , decididamente ,  fijó su rumbo  hacia la dorada arena  en donde se consumía  ya del todo la primera nave de su flotilla de guerra , victima de aquellos malditos honderos .

 

Lecir “el valeroso” , ante la nueva situación que se presentaba ,   emitió con su tritón un largo bramido de guerra con sones entrecortados.

 

La nave que se dirigía hacia la boca de la ensenada fue atacada con proyectiles incendiarios cuando se encontraba en el centro de la angosta entrada .

 

Sus velas fueron pasto de las llamas y  quedaron a merced de la fuerte embestida de la nave de guerra de los baleares que a toda velocidad les enfiló con su agudo espolón para acto seguido lanzarse sus guerreros al abordaje.

 

 La lucha fue encarnizada ya que todos los contendientes sabían que luchaban por su vida sin ninguna posibilidad de perdón o redención por la esclavitud. La gran vía de agua fue haciendo mella en la flotabilidad de la embarcación fenicia y sus aterrorizados marinos pasados por las armas a degüello.

 

La tercera nave se había apostado fuera del alcance de las hondas a la espera de ver aparecer los soldados de la nave que había entrado a la ensenada por detrás de los honderos de la playa, pero tal hecho tardaba en producirse.

 

 Cuando se percataron de la posibilidad de que la nave que había penetrado por la angosta bocana de la gran rada pudiera haber sufrido una emboscada ,  ya fue demasiado tarde,  pues,  por delante de ellos,  se extendía una multitud de botes ligeros que se acercaban hacia sus amuras procedentes de la playa, mientras que por su popa aparecía la estilizada nave de guerra de los isleños, en boga de ariete, cortándoles la retirada .

 

La gran andanada de piedras procedente de los botes ligeros doblegó a más de la mitad de los marinos de la nave, mientras que el resto, aterrorizados, intentaban situar la trirreme fuera de la trayectoria del afilado espolón de la nave de los honderos.

 

No lo consiguieron . La rapidez de aquella nave de guerra ligera era muy superior a la fenicia y el gran boquete que le produjo al costado hizo escorar rápidamente la gran trirreme. Los remeros isleños retrocedieron  remando y  alejando su nave del destrozado costado enemigo .

 

La inundada trirreme fenicia se hundió lentamente dejando a sus ocupantes , inermes , en el agua donde fueron prontamente reducidos desde los botes ligeros...

 

Los honderos habían sufrido pocas bajas . Había entre ellos  seis fallecidos y unos diez heridos, seis  de ellos por herida incisa de espada y cuatro por herida de flecha, mientras que los fenicios vencidos y muertos sumaban más de doscientos...

 

El profundo son de los tritones anunció, con su fiero bramido, la victoria sobre el enemigo fenicio . Ahora empezaba el trabajo para Sekem y Nut el joven, quienes fueron organizando su hospital de campaña al aire libre instalando a los guerreros heridos en los camastros, desde donde eran llevados al túmulo de operaciones del egipcio, el cual se aplicaba con ardor a la sutura y la operación de sacar las flechas de las carnes de aquellos valientes.

 

La miel y los ungüentos preparados con anterioridad  restañaron las heridas y la carne fresca de cordero y el pan enmohecido cubrió las heridas , a modo de antibiótico, tal como enseñaba la medicina de Egipto... Solo falleció  un guerrero muy mal herido que ya había llegado moribundo a las manos del “hombre de los que sufren” , y Nut “el joven” , que era amigo del fallecido ,  lloró desconsoladamente, desmoralizado por aquella muerte  .

 

_ No somos dioses - Le consoló el egipcio apoyando suavemente sus manos en los hombros del chiquillo que se había enfrentado de cerca a la muerte por primera vez - Deberás aprender que solo somos los servidores de su voluntad . En verdad te digo , que ahora no es el momento de llorar por los caídos en combate ,  sino el de alegrarse por los que hemos salvado de las garras de la muerte.

 

Catlo y Lecir acudieron prontamente al improvisado hospital para reconfortar a los heridos y consolar a las familias de los fallecidos en combate. Después agradecieron el esfuerzo a Sekem y a su ayudante Nut “el joven” proveyendo gran cantidad de alimentos para los heridos, así como de la voluntariosa ayuda prestada por las mujeres del poblado que aliviaron la carga al esforzado egipcio y su fiel ayudante.

 

A la noche, el “hombre de los que sufren” y Nut “el joven “ ,  fueron ceremoniosamente invitados a la mesa del banquete que presidía Catlo “el que conoce”,  quien , en nombre de todo el clan del “Halcón” , dio gracias a los dioses del poblado por la gran suerte de contar con los servicios  de aquel extranjero que tanto bien había derramado sobre sus moradores, y le fue entregado al egipcio un cetro de bronce que le proponía como igual en la jerarquía junto con Catlo y Lecir.

                                  

Sekem, en justa correspondencia a tanto honor, entregó un escarabeo egipcio a Catlo “el que conoce” para que lo utilizara  como sello personal y así formalizar sus futuros pactos comerciales y edictos  de justicia aplicándolo en las tablillas de arcilla que se  utilizaban  para ello.

 

Al ser un objeto de gran prestigio, Catlo se sintió profundamente halagado , y a partir de aquel momento utilizó el exótico sello del escarabeo en todas las transacciones y edictos que requirieran su sello de conformidad.

 

A Lecir “el valeroso” le entregó una gran honda, construida por el mismo con fino esparto,  bajo las indicaciones de Nut “el joven” .

 

A su fiel ayudante , Sekem lo obsequió con un precioso amuleto de la vida “ankh” y posteriormente , el niño ,  fue agasajado calurosa y respetuosamente  por todos los muchachos del poblado , los mismos que anteriormente se reían de él por su endeblez con la honda .

 

 Nut ”el joven”  no cabía en sí de orgullo, y esta muestra de respeto por parte de sus compañeros fue el mejor regalo que se podía ofrecer al chiquillo.

 

Algo más tarde y como colofón,  al joven Nut , le fue permitido el prender fuego con una antorcha a la gran pira funeraria de los guerreros fenicios caídos en la batalla como ofrenda a los dioses.

 

 Sus padres lloraban de emoción por el honor concedido a su hijo y solicitaron a los dioses larga vida para sus gobernantes. Después se inició la  gran danza circular que duró largamente hasta llegar al éxtasis .

 

 Al llegar la madrugada, las cenizas funerarias de los enemigos fueron  barridas por la crecida de las olas de la playa...

 

 

                                                                                           Capitulo cuarto

 

 

A la mañana siguiente, los guerreros fallecidos en combate fueron transportados , fuera del poblado,  hasta la explanada de la descarnación , para que allí fuera separada la carne de los huesos y sus espíritus  volaran hacia el éter junto con los buitres negros cuando sus cuerpos fueran devorados por ellos.

 Y pasado este trance, el sumo sacerdote Catlo, en actitud reverente , seleccionó el cráneo y los huesos largos de cada uno, siendo los  huesos cortos atados en forma de hatillo para depositarlos por separado en la cámara funeraria del hipogeo * , pues tal era la costumbre funeraria imperante.

 

Después, cuando este piadoso trabajo hubo concluido , se celebraron las honras fúnebres por los fallecidos entre llantos y grandes muestras de dolor.

 

Con todos los habitantes del clan del “Halcón” reunidos frente al hipogeo , y  a la luz de múltiples antorchas,  Catlo “el que conoce”, revestido de su sagrada túnica de color púrpura, fue enumerando las cualidades y las acciones de cada uno de los fallecidos en beneficio del poblado y presentándolos , por sus nombres y apodos , a los dioses para que su alma fuera aceptada en su recorrido eterno hacia la nueva reencarnación.

 

 Después fue depositando,  uno a uno, los huesos largos y el cráneo de los guerreros a lo largo de los túmulos superiores del hipogeo, dejando a sus pies los hatillos de huesos cortos.

 

Cuando todo estuvo realizado, la alargada cámara sepulcral fue sellada con la gran piedra de la entrada  y todo el pueblo se prosternó en agradecimiento póstumo a los que habían entregado su vida para la defensa del clan del “Halcón”.

 

Al amanecer del día siguiente, el sumo sacerdote propició una hecatombe de cabras de pastoreo en ofrenda a los dioses y su carne fue repartida a los pobladores como  alimento  para el tiempo de luto.

 

Parte de esta carne y otros objetos pertenecientes al ajuar de los guerreros fueron depositados en la antecámara  del hipogeo introducidos en bellas cerámicas de culto para que sirvieran de alimento durante el gran viaje y para que sus útiles mas queridos en vida, no fueran echados de menos por los fallecidos durante su tránsito al más allá. Cada uno de los objetos fue depositado nombrando en voz alta, por el sumo sacerdote, el nombre de cada difunto, al tiempo que rogaba a sus almas que no volvieran al poblado en forma de fantasmas a atormentar a los vivos.

 

En este tiempo, fueron debidamente compensados los artesanos de los otros poblados que habían colaborado con el clan del “Halcón” en la remodelación de la nave y que habían tardado en irse a sus hogares para poder reparar los desperfectos producidos por el combate en la misma.

 

 Se despidieron largamente con gran profusión de abrazos y petición de recuerdos a los conocidos y familiares que vivían en los poblados  de procedencia . 

 

Cargados con gran cantidad de regalos para los jerarcas de sus clanes, fueron marchando hacia sus referencias ,  y con ellos la memoria de las gestas de aquel bravo grupo de guerreros que serían narradas y largamente recordadas para la posteridad por todas las tribus de la isla.


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Habían pasado muchos días de profundo duelo en el poblado talaiótico cuando, una mañana, el profundo son del tritón de Catlo “el que conoce”, llamó a reunión a Lecir “el valeroso” y a Sekem “el que es de los que sufren” que se reunieron prestamente en la gran naveta hipóstila .

 

Fuera de ella se reunieron, expectantes , todos los guerreros del poblado. En el ambiente se presentía el nerviosismo y la intranquilidad que imprime la acción...

 

Habían llegado noticias del exterior de que los fenicios se habían asentado en un islote cercano a la costa * , más al sur de la isla, situado en el punto más cercano a la Isla de las Cabras, donde se habían establecido para comerciar, desde allí , con los isleños.

 

La cercanía del islote con distintas playas de los alrededores , les permitía a los comerciantes fenicios , una base segura , alejada a una distancia cómoda del litoral desde donde poder establecer su singular manera de mercadeo con los poblados adyacentes .

 

 Sin embargo, los jerarcas de “Halcón”, aunque resentidos por el ataque fenicio, nada tenían que oponer al normal comercio con el exterior siempre que se desarrollara dentro de la total equidad y justicia .

 

Pero había una sospecha sobre la oportunidad de este asentamiento en el islote por parte de los mercaderes fenicios, y esta era que estaban allí , más que para comerciar, para robar la sal de las cercanas salinas .

 

 La sal que ellos empleaban como parte importante en el pago de las mercancías , y que si ésta era obtenida de balde por los mercaderes fenicios , tendrían que compensar el pago de sus mercancías de importación con otros objetos de trueque mucho más difíciles de obtener por todos los clanes isleños.

 

Estaba totalmente claro que, si se permitía que los fenicios llevaran a cabo sus planes,  se verían más empobrecidos a cada día que pasara en  que les fuera expoliado libremente el precioso bien de la sal.

 

Tras larga deliberación , se decidió alistar una expedición por mar hacia las salinas naturales del sur , para allí , establecer la veracidad de la información y en su caso establecer contacto con los fenicios para definir, si era necesario por la fuerza, las limitaciones de su presencia en la isla,  que consistía únicamente en el libre comercio de artículos de importación inexistentes en ella.

 

De esto a permitirles instalar una factoría para robarles subrepticiamente la sal, consideraban que existía un gran paso que no debía ser permitido dar a los fenicios en ningún caso , y que de  producirse tal agravio , éste se tendría que saldar con el derramamiento de mucha sangre.

 

Para asegurarse el éxito en la empresa , y no  dejar desprotegido el poblado frente a cualquier ataque procedente del exterior, decidieron mandar , con anterioridad,  emisarios con regalos y telas tintadas del color de la sagrada púrpura para obsequiar el jerarca  Rop “el fuerte” del gran poblado del “Cuervo”, que estaba situado más cerca de las salinas.

Los tres emisarios pedirían el apoyo del clan del “Cuervo” rogándole , a su jerarca ,  la presencia por tierra de sus guerreros en apoyo a la misión marítima que desencadenaría el clan del “Halcón” , y así poder hacer prevalecer su superioridad ante las posibles represalias de los fenicios si estas se produjeran.

Pero,  pasado un tiempo más que prudencial, no regresaba ninguno de los tres emisarios.

De improviso , un atardecer apareció, aguantándose de mala manera sobre el lomo de un mulo, uno de los tres guerreros enviados en embajada al poblado del “Cuervo”, al que era fácilmente perceptible, por lo ensangrentado y malherido, que habían torturado cruelmente , estando a punto de fallecer  por la pérdida de sangre.

 

Rápidamente fue descabalgado de la montura y puesto al cuidado de Sekem quien hizo todo lo posible para recuperar al moribundo guerrero de las garras de la muerte.

Con ayuda de Nut “el joven” lo pusieron tendido en un camastro, a la sombra , y le dieron de beber agua con miel y algo de sal, al tiempo que lo lavaban y restañaban sus heridas con ungüentos.

 

Era del todo evidente que aquel guerrero había sufrido mucho por las torturas soportadas , ya que le tuvieron que entablillar un brazo roto e inmovilizar una rodilla destrozada por golpes de maza. La fiebre había hecho aparición y deliraba, pero, gracias a los constantes cuidados ,  a los tres días salió de su estado de sopor y aun en medio de la agonía pudo por fin contar lo acontecido.

 

 En sus últimos momentos de vida contó a Catlo y a Lecir, en presencia de Sekem, que cuando habían llegado a las cercanías del gran poblado del “Cuervo” habían sido hechos prisioneros  por los guerreros del jerarca  y llevados a rastras a su presencia. Este, se había burlado de sus protestas ante el trato que les otorgaba como dignos embajadores del poblado del “Halcón” y como hermanos de raza .

Rop , sin atender sus razones ,  había decretado cruelmente su tortura y muerte como enemigos de su clan.

Durante su cautiverio, a la espera de ser ejecutados, se habían enterado de las pretensiones de Rop “el fuerte”, que quería convertirse en emperador de todo el archipiélago y de su obsesiva pretensión de someter a todos los poblados de las islas Gimnesias bajo su yugo, para después caer , con un gran ejercito , sobre la pequeña isla de Ibosim *  vendida a los intereses fenicios y reconquistarla para su creciente imperio.

 

Para ello había urdido una falsa alianza con los fenicios, protegiendo sus asentamientos del islote ocupado por los mismos ,  permitiendo además el libre expolio de las salinas dejando así salvaguardado su poblado de posibles incursiones de piratas de los que los fenicios les protegerían como pago de su interesada alianza durante el tiempo que el y sus guerreros estuvieran en campaña bélica contra los clanes que se rebelaran a sus designios.

 

Envidioso Rop “el fuerte” de las gestas del poblado del “Halcón” y sabedor de la independiente postura y  altivez  de Catlo “el que conoce” y de la férrea lealtad de Lecir “el valeroso” para con él ,  ya había declarado, de antemano, la guerra a este clan .

 

Rop “el fuerte” era consciente de que serían indoblegables a sus pretensiones de conquista, aunque no quería que se enteraran de ello hasta que sintieran sus cráneos masacrados por los disparos de sus hondas y sus gargantas degolladas por el fino filo de sus armas.

 

 Había decidido entrar a sangre y fuego en “Halcón” y provocar una gran hecatombe humana, matando hasta el último de los moradores del altivo poblado  para escarmiento de todos los demás clanes de la isla .

 

Más tarde caería sobre la Gimnesia menor precedido de su fama de gran guerrero, dominando a sus gentes bajo el yugo de su tiranía .

 

Después crearía una gran flota de naves para caer en la isla de Ibosim (Ibiza) sobre sus ilusos aliados fenicios y su oro,   ¡ El oro que Rop no despreciaba ¡, ¡El oro como moneda y como símbolo de poder ¡, ¡ El oro que él impondría en las islas como forma de pago¡ . Desechando , para siempre , la anticuada costumbre del trueque de objetos. Esto le permitiría atesorar una gran fortuna personal que no debería repartir con ninguno de sus futuros súbditos a los cuales impondría pesados tributos de vasallaje.

 

Todos los presentes quedaron consternados por las terribles noticias que les traía su guerrero que, en un descuido de sus guardianes, error que estos habían pagado con su vida, había conseguido huir del poblado del “Cuervo” antes de ser ejecutado junto a sus compañeros de embajada.

 

A pesar de los esfuerzos de Sekem para mantenerlo con vida, el guerrero entregó su último aliento a los dioses de las tinieblas .

 

_ Pueden suceder dos cosas – Dijo Catlo”el que conoce” – La primera, que a la vista de que es posible que nos crea enterados de sus intenciones desista de atacarnos y espere mejor ocasión para encontrarnos desprevenidos. La segunda que crea que no conocemos sus intenciones e intente atacarnos en breve aprovechando el factor sorpresa.

 

_ Solo los dioses saben lo que va a acontecer – Dijo Lecir – Debemos estar preparados para lo peor, ¿Qué piensas egipcio?.

 

_ Sin ánimo de ofender vuestras costumbres funerarias – Dijo Sekem – pienso que la descarnación del cuerpo de este guerrero fallecido, podría producirse algo más lejos de lo normal, lo más cercano posible al poblado de este aprendiz de tirano, ya que en mi pagano entender  tanto da que lo descarnen los buitres negros en la explanada habitual como allí donde nos sería de gran utilidad  para hacer creer a Rop “el fuerte” que a muerto antes de tener posibilidad de descubrirnos sus intenciones. Con ello ganaremos un tiempo precioso para preparar nuestra defensa.

 

_ Así sea – Decretó Catlo “el que conoce”- Este guerrero hará un doble servicio a su pueblo, y tendrá el gran honor de defendernos aun después de haber cruzado el umbral de las tinieblas. Más tarde, si sobrevivimos al combate, recogeremos sus despojos para  enterrarlos dignamente.

 

A la noche, el guerrero fallecido fue cargado a lomos del mulo que lo había traído al  poblado del “Halcón” y llevado sigilosamente durante toda una jornada de marcha hasta las cercanías del poblado del “Cuervo”.

 

 Se le acostó en el tronco de un árbol y se ató a su lado el mulo en la esperanza de hacer creer a los enemigos que el guerrero había muerto en aquel lugar por no poder resistir las heridas. Borraron las huellas lo mejor que supieron, a lo que contribuyó el fuerte viento imperante . Los buitres, que ya no tardarían en darse cuenta del botín, darían aviso de su presencia a muchos kilómetros de distancia, echo que sin duda no pasaría desapercibido a los guerreros del clan del “Cuervo”.

 

Los hombres del “Halcón” destacados para la misión , se retiraron prestamente hacia su territorio, donde, por orden de Catlo, comenzaron, de forma ordenada, al desalojo inmediato del poblado marchando en dirección  a la gran  montaña de roca que presidía el valle.

 

 Desde allí resultaría mucho más fácil el defenderse de los ataques de las hordas de Rop “el fuerte”, al tiempo que estarían algo más cercanos a las moradas de los dioses y de su necesaria  protección. 

 

Mujeres, niños, viejos, ganado y pertenencias fueron transportados, a lomos de los fuertes mulos de los que el poblado contaba en razonable cantidad,  hacia el amenazador roquedal.

 

Aquel baluarte rocoso impresionaría, sin duda, al más feroz enemigo, pero para el clan del “Halcón” constituía una segunda morada y representaba una garantía de supervivencia nada despreciable que era utilizada regularmente desde los más remotos tiempos cuando se sentían amenazados por las circunstancias adversas.

 

Nada perturbaba el ánimo de aquellas gentes . Alegremente soportaban los avatares del camino pedregoso, seguros de sí mismos y de que lo que acontecía estaba escrito en la estela de los dioses.

 

Fueron construidas nuevas colmenas en las alturas y Nut “el que no teme a las abejas” localizó nuevos enjambres que colocó en ellas, reanudándose la producción del indispensable oro de los dioses .Sekem y su ayudante ,  ayudados por dos valerosas burritas , hicieron incontables viajes hacia la gran montaña de roca transportando sus preciados medicamentos y bienes. Construyeron chozas con los troncos del abundante pinar que rodeaba la gran mole pétrea y pronto el humo de las fogatas indicaba la nueva posición del poblado del “Halcón” bajo la protección de los cercanos dioses que habitaban en las alturas.

 

Catlo “el que conoce” propició el sacrificio de un toro para rogar a los dioses su buena acogida y después, en compañía de Lecir “el valeroso” se dedicó a supervisar los dispositivos de defensa y guardia alrededor de la gran explanada de roca . Allí, al fondo del valle, se entreveía el antiguo poblado y la gran playa a la derecha de la entrada a la gran ensenada , donde reposaba placidamente la nave reconstruida.

 

 La habían anclado en el centro de la gran rada y los botes ligeros habían sido escondidos en la espesura del pinar y debidamente camuflados bajo gran cantidad de pinaza.

 

Muy lejos de abandonar sus planes anteriores, tan solo contemplaban como sus futuros objetivos se doblaban en cantidad, lo que les obligaba a aplazar pacientemente la acción y a planificar las prioridades concienzudamente.

 

_ Tengo el presentimiento de que no tardarán muchos días en atacarnos – Dijo Lecir a los dos hombres reunidos alrededor de la fogata – Y he tenido una idea que hará servir  a nuestra nueva nave como cebo para desviar momentáneamente la atención del enemigo sobre nuestra posición . Si los dioses nos son propicios, morirán muchos de ellos y este hecho podría equilibrar la cantidad de guerreros de los dos poblados. Así solo prevalecerá nuestra destreza contra la suya y venceremos sin duda a este depravado reyezuelo.

 

Lecir les fue explicando, serenamente, sus planes de batalla basándose en las distintas posibilidades de actuación del enemigo y haciendo distintos dibujos sobre el polvo para aseverar sus explicaciones .

 

 Mientras , las fantasmagóricas llamas de las hogueras alumbraban y daban su calor a los pobladores de aquella estrellada y fría noche en el macizo rocoso. Los animales domésticos rebullían en sus corrales y por momentos parecían ponerse nerviosos, pero después se apaciguaban  por el grito amable del pastor  que los exhortaba al descanso.

 

 Torac el gran perro y Nut “el joven” descansaban juntos bajo la enramada de la choza de Sekem . El niño abrazado al gran lomo del perro en la total confianza de que éste le defendería de cualquier enemigo , aun a costa de su vida.

 

 

 

                                                                                             Capítulo quinto

 


Rop “el fuerte “, sentado en su trono de piedra, contemplaba distraídamente la lucha entre dos de sus guerreros que ponían a prueba su musculatura en feroz combate, que más parecía un enfrentamiento a muerte que un ejercicio de entrenamiento.

 

La vida de sus súbditos tenía poco valor para él, había hecho despeñar como a esclavos a los distraídos guardianes que tenían la misión de retener a los tres embajadores del poblado del “Halcón” y prohibido las honras fúnebres por ellos.

 

Ante la consternación del sumo sacerdote, que se había atrevido a contradecirlo con sus arengas sobre la furia de los dioses, éste fue degollado cruelmente por Rop.

 

Él era el nuevo dios, suya era la furia, muertas las tradiciones funerarias y las obligaciones con los otros dioses. Él impondría su ley y nuevas costumbres a todos aquellos pusilánimes  que le rodeaban , y gobernaría con mano de hierro todo un imperio que no pararía de crecer hasta el infinito.

 

Estaba el jerarca embebido en estos pensamientos cuando se le acercó Tasis, su fiel jefe  militar, en quien tenía depositada toda su confianza. A cambio de su fidelidad Rop dejaba que se sumiera en excesos crueles con las esclavas que caían en manos de los guerreros del “Cuervo” y dejaba que repartiera personalmente los bienes procedentes del expolio, siendo la parte que les correspondía del botín exageradamente mayor en cantidad y calidad que las repartidas a los demás pobladores.

 

_ Han llegado buenas noticias de nuestras patrullas sobre el embajador del “Halcón” que se nos escapó. Al parecer no pudo llegar a informar a Catlo ya que murió antes de llegar a su presencia. Han encontrado su cuerpo junto al asno que nos robó para su fuga a mitad del camino entre los dos poblados . Los buitres ya habían dado debida cuenta de gran parte de su cuerpo, pero por su atuendo, ha sido fácilmente reconocible por nuestros guerreros – Dijo Tasis con una aviesa sonrisa - Espero que esta noticia te complazca gran Rop.

 

_ En efecto, me complace y alegra mi ánimo saber que, con la sorpresa, nuestra victoria sobre estos rebeldes será más completa y con muchas menos bajas entre tus hombres para poder reducirlos – Continuó al tiempo que engullía golosamente unos granos de uva – No es que me importen las bajas, pero necesito tener un gran ejército de guerreros para poder conseguir mis planes entre los que figuras tú como gran protegido mío para controlar las islas que anexionaremos a mi imperio. A cambio de ello te dejaré que atesores grandes riquezas y que te desahogues  en tus excesos con todas las esclavas que desees.

 

_ Gracias, gran Rop por tu confianza en mí – Dijo Tasis con ojos lujuriosos – No te defraudaré y pondré mi brazo a la mayor grandeza de tu nuevo imperio.

 

Con su voz terrible y el gesto amenazador, mirándole fijamente a los ojos con una mirada que hizo temblar al guerrero, el jerarca dispuso:

 

_ Más te vale el hacer honor a este razonamiento ya que los que se opongan a mis designios serán cruelmente eliminados y sus huesos pisoteados y esparcidos a los cuatro vientos sin posibilidad de reencarnación en el más allá – Escanció vino en dos copas y ofreció una de ellas al guerrero – Ahora bebe conmigo para sellar nuestra alianza, después prepara la expedición contra estos engreídos del poblado del “Halcón” y ve a destruirlos sin compasión . Siembra sus campos de sal y destruye hasta las piedras de su gran muralla . Quiero ver las cabezas de sus jefes a mis pies prontamente. No fracases, pues en ello va tu vida , y si vences, encontrarás el honor y la gran  riqueza a mi lado.

 

Los dos hombres bebieron por el magnífico futuro del gran imperio del “Cuervo” y por el éxito en la misión que llevaría la devastación al poblado del “Halcón” para ejemplo de los otros posibles clanes rebeldes al imperio.

 


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Aquella mañana, Catlo “el que conoce” , decidió que era necesario establecer contacto con los dioses para sondear los augurios de futuro para su pueblo.

Debía trasladarse a la gran cueva de los signos para entrar en estado cataléptico a través de la ingesta del fruto de la amapola y conocer así los designios de los altísimos.

 

El alto y fornido Lecir rogó a Sekem que lo acompañara al peligroso viaje místico por si fueran necesarios sus dotes de sanación, ya que la ingesta de la pócima era altamente peligrosa, y ante el inmediato peligro que corría el pueblo del “Halcón” no se podían permitir la pérdida del sumo sacerdote que tan brillantemente dirigía los avatares políticos del poblado.

 

La cueva de los signos estaba situada a dos días de camino de la gran formación pétrea que albergaba ahora a los hombres del “Halcón”, y la ruta ,  expuesta al peligro de que fueran apresados por los guerreros del poblado del “Cuervo” por lo que el ayudante de Sekem le rogó que le dejara acompañarlo para defenderlo de cualquier adversidad.

 

 El egipcio se negó a ello aduciendo que el joven debía quedarse para atender a los habitantes del poblado, pero ante la insistencia de Nut “el joven” aceptó, para tranquilizar a su joven ayudante, que Torac, el gran perro de guarda, los acompañase como protección.

 

A lomos de grandes mulos los dos hombres, acompañados por el fiel guardián, partieron en busca de los augurios en dirección al oeste de la isla , debidamente armados con las falcatas de doble filo.

El tiempo se mostraba sumamente húmedo y el sendero pedregoso altamente resbaladizo, Torac daba incansables batidas por delante y alrededor de las monturas de los dos hombres en estado de perpetua vigilancia, y Sekem no dejó de agradecer para sus adentros la previsión de su ayudante por aquella medida preventiva.

No hubo que lamentar ninguna emboscada durante los dos días casi completos que duró el viaje a la gran cueva, ni ningún accidente se produjo sobre el resbaladizo sendero.

 

De pronto, la gran entrada de la cueva apareció ante ellos . Era como una gran boca abierta en la falla pétrea y los dos hombres descabalgaron de sus cansadas monturas atándolas a unos arbustos cercanos a la entrada de la gruta . La alta falla inclinada protegía de la lluvia la entrada y pudieron, por fin, hombres y bestias calentarse a la lumbre de la gran hoguera que Catlo encendió nada más llegar , mientras Torac establecía su particular guardia  sobre el pequeño campamento..

 

Reconfortados por el calor de las llamas comieron  bellotas de las encinas circundantes e higos secos que llevaban del poblado, así como abundantes setas que recolectaron por los alrededores. Aquel frugal refrigerio le pareció miel de los dioses al egipcio que estaba hambriento y friolero.

 

 Al fin el silencioso Catlo habló.

 

_ Aquí, amigo Sekem, han venido todos nuestros ancestros a danzar para los dioses invocando su ayuda para la caza de las bestias y la abundante pesca – Catlo señaló un gran montón de extrañas calaveras de animales con cuernos que el egipcio creyó identificar con una raza de antílope (Miotragus) * que había justo en la entrada de la gran cueva  -  Sin duda ellos lo tuvieron más fácil que nosotros para conseguir la carne de estos animales ya desaparecidos - Catlo hizo una larga pausa y empezó a preparar una cazoleta de barro con un agujero central y otro lateral que empezó a rellenar de semillas de amapola secas - Los cazaban con un simple golpe de maza según se cuenta en las noches de las gestas de los ancestros que celebramos en el poblado al principio del tiempo del Frío . Los cazaron hasta que no quedó ninguno . Ahora yo vengo a pedirles una ayuda diferente y espero fervientemente que no me destruyan por mi insolencia.

 

Entraron en la gran cueva , y a la luz de la gran antorcha que portaba Sekem pudieron contemplar las pinturas de las paredes que representaban a la extinguida criatura, a un  cazador y a un sumo sacerdote danzando a los dioses. Sobrecogido por las impactantes imágenes, el egipcio comprendió su sentido mágico y presintió los largos siglos de comunión con los dioses que albergaba cada centímetro de roca y el magnetismo imperante en el aire húmedo y límpido de aquel santuario natural.

 

_ Ahora voy a hablar con los dioses para pedirles ayuda en la caza – dijo Catlo acercando la cazoleta de semillas a la antorcha al tiempo que masticaba una porción de las mismas – Será, sin duda, una caza más difícil que la de esta criatura desaparecida en la bruma del tiempo, una caza más peligrosa en forma de enemigo humano. Te pido que me dejes a solas en la oscuridad de esta cueva hasta mañana al amanecer, si al cabo de este tiempo no he salido, entra a buscarme por el bien del “Halcón”.

 

Sekem, impresionado por la gravedad del sumo sacerdote, le propició una inclinación de respeto y dejó a Catlo sentado sobre una gran piedra aspirando el humo de la cazoleta profundamente.

 

Al rato, desde la entrada de la gruta, entrevió danzar su silueta entre las sombras ,  y escuchó sus  conjuros invocando la presencia de los dioses, después se hizo el silencio y el egipcio lanzó mas leña al fuego de la fogata, jugueteó un poco con el fiel perro y se dispuso a pasar la noche en vela acompañando en espíritu  a  Catlo “el que conoce”.

 

 

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Arcros , el sumo sacerdote del santuario de la Potencia , el Poder y la Fuerza , estaba triste por los hechos acaecidos en su templo. Había tenido que decretar la lapidación de su nieta la sacerdotisa vidente Nuredduna por traidora a los dioses al haber dejado escapar a un esclavo griego del grupo que le había sido confiado para sacrificar en hecatombe de ofrenda a los mismos. Ahora oraba frente a las cabezas de toro que representaban todo lo que los humanos son incapaces de poseer eternamente y que solo los dioses pueden retener aun con el transcurso del tiempo.

 

Había sido implacable, aun muy a pesar suyo,  dictando la sentencia . Aunque el hecho se había producido por el amor surgido entre su nieta y el esclavo dotado por sus dioses de una gran belleza y un gran sentido de la interpretación musical y que había hechizado con sus cánticos a la joven sacerdotisa.

 

Los sacrificios a los dioses eran imprescindibles para aplacarlos y obtener su favor, además de ser la razón de la propia existencia del santuario y de su orden sacerdotal.

 

 Recordaba como en las honras funerarias por el espíritu de su nieta, había depositado amorosa y secretamente , a los pies de sus frágiles huesos, la lira con que el griego había cantado extraños cantos en una lengua que ellos desconocían, por lo que no era extraño que se hubiera deslizado algún encantamiento en ellos que hubiera precipitado los dolorosos hechos que llevaron a la muerte por lapidación de la niña mujer.

 

El ruido de los pasos de uno de los sacerdotes interrumpió sus tristes recuerdos y sus rezos.

 

_ Perdona mi interrupción, sumo sacerdote, pero acaba de llegar un enviado en embajada desde el poblado del “Cuervo”, y quiere hablar contigo con urgencia.

 

El sumo sacerdote Arcros se prosternó ante las efigies de los dioses de la Potencia, el Poder y la Fuerza representadas por tres estilizadas cabezas de toro salvaje , y salió a las afueras del templo donde le estaba esperando un arrogante Tasis, general de Rob “el fuerte” jerarca del poblado del “Cuervo”.

 

_ Larga vida, sumo sacerdote – dijo Tasis, imperiosamente , sin desmontar del enorme mulo que le había llevado al santuario- Vengo con un mensaje para el santuario de mi señor Rop “el fuerte” , y creo que te convendrá atenderlo debidamente.

 

_ Desmonta y ven a mi morada- dijo Arcros sin dar muestras de estar impresionado ni inquieto por la llegada de aquel guerrero- Una vez allí escucharé lo que tengas que decirme en nombre de tu señor.

 

Con mirada despectiva el guerrero bajó del asno y caminó junto al sumo sacerdote. Al entrar en la morada se sentó desgarbadamente y despreciando la copa de vino que le era ofrecida miró fijamente al anciano y le habló.

 

_ Mi señor Rop  “el fuerte” quiere empezar la gran lucha para unificar todos los poblados del archipiélago, empezando por esta isla , y terminando en la infame Ebusus rendida a los intereses fenicios para crear así el imperio del “Cuervo “ – dejó caer sus palabras lentamente esperando una reacción del anciano, pero este permanecía impávido, así que continuó  - Para emprender tan ardua tarea necesitamos el apoyo religioso de tu santuario, pues si esto sucede, la voluntad de muchos clanes se doblegará sin lucha en el convencimiento de que los dioses están de nuestra parte. No creas que el arrasar los poblados que sea necesario afecte nuestra conciencia, pero es necesario formar una gran coalición para someter las otras islas al nuevo imperio. Rop “el fuerte” te ofrece la oportunidad de apoyar nuestra política a partir del momento en que comencemos la primera batalla de escarmiento que irá en contra de estos miserables arrogantes del poblado del “Halcón”, que creen ser los depositarios de las tradiciones y la moral de la isla. Cuando los nuevos modos y maneras de mi señor se impongan se creará un nuevo orden en el cual solo cabrá su hegemonía política y el culto al único santuario que dejará en pié , que será el tuyo , si nos apoyas voluntariamente.¿Qué dices a ello anciano?.

 

Arcros comprendió que si se negaba , aquel guerrero iba a matarlo a él y a sus sacerdotes, para después sustituirlos por otros que fueran del talante del incipiente tirano. Tuvo la tentación de negarse, pero desistió al ver que los dedos del guerrero rozaban la espada y  observar en su cruel mirada que habría deseado tener una excusa para masacrar a su indefensa comunidad.

 

_ No me desagrada la idea que me expones de incrementar el poder de mi santuario- dijo el sumo sacerdote intentando ganar tiempo para pensar- Siempre e acariciado la idea de que una sola comunidad juntase sus sacrificios en múltiples hecatombes a nuestros potentes dioses para así obtener más beneficios y protección de los mismos.

 

_ Entonces, ¿aceptas a nuestro señor del poblado del “Cuervo” como emperador de los designios del archipiélago?-Preguntó Tasis apretando decididamente la empuñadura de su espada.

 

_ Acepto sus condiciones – dijo el anciano en un susurro – Invocaré la protección de los dioses a su proyecto en beneficio de todos los pueblos del archipiélago.

 

_ Que así sea – Dijo Tasis con una aviesa sonrisa - Como primera misión deberás mandar un asesino al poblado del “Halcón”, alguien que no despierte sospechas y que pueda confundirse con sus gentes. Aunque soy plenamente consciente de la superioridad de mis guerreros, no voy a despreciar una ayuda de retaguardia que invalide a Catlo para asegurarme una rápida victoria.

 

 El anciano asintió pensativo y Tasis se levantó para irse diciendo amenazadoramente...

 

_Mándame un emisario cuando hayas infiltrado a nuestro hombre en su poblado y recuerda que la traición a tu palabra empeñada al imperio del “Cuervo” la pagarás con tu vida , y junto a la tuya , todas las vidas de tus monjes.

 

El anciano sacerdote, apesadumbrado por la gran carga que habían puesto sobre sus cansadas espaldas, supo de  la gran falta que le hacía en estos momentos la videncia de los augurios de su querida nieta Nuredduna, y pensó en que las deidades habían empezado a vengarse por la afrenta de su muerte. Sintiéndose como si se deslizara vertiginosamente por una gran pendiente hacia el abismo pensó que ahora debería ocuparse de otra muerte inicua y ya entrevió el futuro de su espíritu destrozado por las furias del laberinto de los dioses.


 

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Amanecía ya decididamente sobre el campamento de Sekem, y cuando ya estaba pensando en entrar a la gruta para asistir a Catlo, éste apareció por la entrada, etéreo y con la faz blanquecina y se paró para recibir en sus carnes la caricia de los primeros rayos del sol. El egipcio respetó su silencio y al rato fue a acogerlo y dándole el soporte de su brazo lo acompañó lentamente hasta la cercanía de la acogedora hoguera.

 

Al rato, como traspuesto, habló Catlo, en un susurro mientras el perro gemía a sus pies.

 

_ Los dioses han hablado y he visto los signos de un futuro de grandes avatares para nuestro pueblo de los que saldrá victorioso al final de los sufrimientos y del gran éxodo, un final que ya me estará vetado a mí pues ya reposaré en el valle de las sombras. Pereceré en la batalla entre el mortal abrazo de la gran bestia venida de más allá de las columnas de Hércules, pero la gloria final será para “Halcón” en la batalla de la gran tormenta. Después reinara un largo tiempo de paz... - y continuó traspuesto el sumo sacerdote- He solicitado más palabras de futuro a los dioses exigiendo más precio por mi vida y me han contestado que el agua subterránea permanece invisible en medio de la tierra y así también el poder guerrero del pueblo se oculta invisible en sus multitudes. Cada campesino se convierte en guerrero y al término de la guerra retorna a su puesto junto al arado. Debo crear un lazo invisible con toda la gente del poblado que haga que el pueblo se sienta albergado como el agua subterránea en la tierra ya que solo así, unidos ante el destino, será posible conducir la guerra victoriosamente.

 

Impresionado por la serenidad de aquel gigante, el egipcio le dio de beber una pócima reconstituyente que devolvió poco a poco el color de la sangre al rostro del sumo sacerdote que pareció salir de un mal sueño y una vez hubieron comido un frugal desayuno partieron hacia su destino sobre sus grandes mulos con Torac en perpetua vigilancia.

 

Durante el camino el pensativo Catlo dijo a Sekem en confidencia.

 

_ Entiendo de esta revelación que deberé poner en pié de guerra a todo el poblado, mujeres, niños y ancianos. Todos serán necesarios para exorcizar el mal, incluso la entrega de mi vida en la batalla, pero esto ya estaba decidido cuando vine a importunar a los dioses en la gran gruta, ellos siempre exigen un precio para desvelar sus futuros designios. – Y continuó - Te pido, amigo egipcio, que no comuniques a nadie lo que has podido ver y oír, pues te harás partícipe de mi destino y deberás compartirlo forzosamente, cuando creo firmemente, que tu ayuda como “hombre de los que sufren” es más preciosa para “Halcón” que el que mueras conmigo.

 

Sekem asintió silenciosamente y con el vello erizado continuó la marcha junto a Catlo “el que conoce”. Comprendió totalmente el significado de este apodo con que era nombrado el sumo sacerdote y entrevió la gran responsabilidad que pesaba sobre las espaldas de aquel gran hombre, por esto, lo quiso como a un hermano desde el fondo de su corazón.

 

                                                                                                     Capítulo sexto

 

 

Los días que faltó la presencia de Catlo y de Sekem se hicieron extremadamente largos para Nut “el joven”. Ansiaba verlos aparecer por el sendero con su amigo el perro Torac viniendo hacia él como una flecha meneando el rabo alegremente . Pasó largas horas contemplando la lejanía pensando en su maestro al que no solo respetaba sino que quería tal como el hijo a un padre. Nut se dijo a si mismo que tenía una gran suerte, la de contar con dos padres y sonrió ante el desolado sendero.

 

El día anterior había llegado al poblado el herrero errante que ofrecía sus servicios de fundición y arreglo de armas y herramientas de un poblado a otro. Viajaba  normalmente con toda su familia y sus moldes y crisoles en una pesada carreta tirada por un buey y una vez cubiertas las necesidades del poblado marchaba a otro en que fueran necesarias sus habilidades, que siempre eran bien recibidas pues las herramientas se gastaban y las espadas se mellaban y perdían su filo así como la necesidad de cascos de bronce para los guerreros, que aunque, normalmente , se presentaban en batalla desnudos , algunos  lo llevaban  en honor al dios Mars de la guerra que en sus imágenes se presentaba desnudo y ataviado de casco.

 

Nut “el joven”, se entretenía mirando como el herrero  sus ayudantes montaban el horno de fundición y preparaba los moldes para confeccionar puntas de flecha y hojas de lanza de las que el guerrero Lecir “el valeroso” le había encargado una cierta cantidad en previsión de los enfrentamientos con los guerreros del poblado del “Cuervo” que él tenía la intuición de que no tardarían en producirse. El herrero preparaba el horno metalúrgico para fundir el cobre que después mezclaría con la cantidad adecuada del metal llamado estaño para producir la aleación llamada bronce(de cada cien partes de cobre diez partes de estaño), mucho más dura y mortífera que los otros metales por separado.

El herrero tendría, así mismo, que reparar las hoces y las puntas de los arados desgastadas, por lo que le esperaban unas largas jornadas de duro trabajo en el   “Halcón”.

 

Extrañamente, aquel artesano metalúrgico, iba acompañado únicamente por dos ayudantes y no le acompañaba ninguna mujer ni chiquillo como siempre normalmente ocurría. Ante las sospechas de Lecir, este le contestó que habían dejado su familia en un poblado más lejano a la zona de peligro para no exponerlos a los riesgos de un posible combate ya que los rumores sobre esta posibilidad se habían extendido como el rayo por toda la isla ante los movimientos de situación del poblado del “Halcón”.

 

Lecir tuvo que dar por buena esta explicación,  pues era del todo evidente que la nueva ubicación de su poblado en la nueva posición estratégica era forzada y aunque no habían hecho trascender los motivos, era del todo clarificador y lógico que si no se esperaba una situación de peligro, no hubiera sido necesario el haberse trasladado a la  elevada explanada rocosa.

 

Lecir decidió vigilar de cerca al herrero y sus ayudantes,  pues era de necesidad no dejar descuidada ninguna circunstancia que pudiera conllevar un peligro interno añadido al seguro ataque que se desencadenaría desde el poblado del “Cuervo”, pero era de vital importancia  el conocer con antelación tal eventualidad y estableció patrullas de guerreros a larga distancia del poblado para avistar con gran anticipación a los enemigos. Los hizo llevar consigo varias palomas mensajeras adiestradas en pequeñas jaulas de transporte para que alertaran del peligro al poblado en caso de avistar el enemigo.

El trabajo del herrero era de suma importancia para el poblado por sus preparativos bélicos, y era de agradecer que, aún a sabiendas del peligro que corrían , estuvieran trabajando afanosamente en sus copiosos moldes y crisoles en beneficio del pueblo del “Halcón”, pero la preocupada faz del artesano que se entreveía en todo momento bajo la negrura del hollín que tiznaba su rostro , inquietaba al gran maestro del lanzamiento.

 

 Mientras, entre grandes chispas y humaredas, los ayudantes ayudados de grandes bolsas de piel que aprisionaban alternativamente bajo sus pies con el peso de sus cuerpos , inyectaban gran cantidad de aire forzado al interior del horno metalúrgico que iba obteniendo gradualmente las altas temperaturas necesarias para la fundición del metal.

 

Nut “el joven”, no era el único que suspiraba por la vuelta del “hombre de los que sufren”. La esbelta Numara, la amiga de la gran foca monje a la que graciosamente llamaba “Pelusa”, esperaba esperanzada la vuelta del apuesto egipcio.

 

Lo había estado contemplando atentamente muchas veces cuando, sentado en las rocas bajo la luz de la luna, contemplaba las almadías ardientes que arponeaban los grandes peces en la gran ensenada, y cuando, afanoso y preocupado, intentaba salvar las vidas de sus compañeros del poblado heridos en el combate. Había admirado de lejos la gran delicadeza y ternura que prodigaba en el cuidado de todos los enfermos del poblado.

 

En su interior había nacido un nuevo sentimiento, desconocido por ella hasta aquel momento, y que la aterró en un principio para después, como un furioso oleaje,  convertirse en una gran pasión conocida por el nombre de  amor.

 

Se lo contó a su amiga la foca y esta había aplaudido con sus aletas como siempre hacía para alegrarla cuando la veía taciturna. Ella lo interpretó como un buen augurio aunque estaba segura que el simpático animal no podría entender nunca sus profundos sentimientos de humano, pero de todas formas le contaba a Pelusa sus más recónditos sentimientos mientras la foca, sumamente atenta, movía graciosamente sus grandes bigotes y ladraba como asintiendo a las largas charlas que le dedicaba Numara.

 

Ahora, lejos de la costa y de su gran amiga “Pelusa”, sufría por la ausencia de ella y del “hombre de los que sufren”. Pero valiente , como todas las mujeres del poblado, había tomado la decisión firme de conseguir el amor de aquel extranjero tan extraordinario que había logrado tan fácilmente, por su gran categoría humana, obtener los más altos honores por parte de los jerarcas del poblado del “Halcón”, si es que este lograba regresar de la peligrosa misión de contactar con los dioses emprendida con Catlo.

 

Por todo ello, rogó a los dioses por su regreso sano y salvo. Mientras, en la gran ensenada “Pelusa” la seguía llamando a diario con sus secos ladridos, esperaba un rato por si ella aparecía en la orilla, y al no suceder , se zambullía de nuevo para repetir la misma acción al día siguiente.

 

Al sexto día de ausencia, los dos hombres fueron divisados en la lejanía adelantados por el gran perro de guarda que daba incansables batidas a su alrededor, y la alegría fue grande en el poblado cuando bramó el tritón anunciando la llegada de Catlo y Sekem sanos y salvos.

 

Se preparó una gran fiesta de recibimiento y las llamas de las grandes fogatas acariciaban las carnes de los toros puestos a asar en su honor. Numara, la bella joven, se acicaló con una flor en su pelo y se preparó para bailar la gran danza circular prometiéndose valor para acercarse al gran hombre de sus sueños que había regresado con la ayuda de sus ruegos a los dioses que habían escuchado sus cuitas. Bailaría para ellos y para él como nunca lo había hecho en su vida.

 

 

 

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Era casi noche cerrada cuando el monje procedente del gran santuario que albergaba el culto al Poder, la Potencia y la Fuerza encarnada en las cabezas de toro llegó al portal del poblado del “Cuervo”. Ya había sido interceptado hacía largo tiempo por los guerreros de las patrullas externas que merodeaban fuera del poblado, y ante su identificación había sido conducido hasta la entrada del majestuoso poblado pétreo. En su apresuramiento cayó de rodillas en la charca de excrementos de los cerdos y quedó olorosamente marcado por el incidente.

 

Rápidamente fue llevado a presencia de Tasis que lo miró con sus ojos febriles de alcohol y de fiero sexo, consumado con la esclava que estaba acurrucada en el lecho con grandes signos de terror en su rostro. Tasis la echó de la morada con un gesto de hastío.

 

_ ¿Qué noticias me traes, monje? - Dijo escuetamente el guerrero tomando un gran trago de vino de la copa que sostenía en las manos y arrugando la nariz ante el espantoso hedor que se desprendía de las piernas del monje.

 

_ Vengo a comunicarte que el sumo sacerdote ya ha infiltrado en el poblado enemigo al asesino encubierto, y que este actuará cuando el momento sea conveniente en contra de Catlo.- El monje hizo una pausa observando la monstruosa cara de satisfacción que ponía el guerrero ebrio, después continuó- El sumo sacerdote quiere que sepas que se ha asegurado la acción  dejando secuestrados en el santuario a los hijos y la mujer del asesino infiltrado bajo la amenaza de matarlos si este no cumple fielmente la misión. Por otra parte me pide que té informe que la ubicación del poblado enemigo ha variado, y ahora están posicionados en el gran roquedal defensivo situado a espaldas de la anterior situación.

 

_ Dile al sumo sacerdote que el poder de su santuario será tan grande como el poder político del imperio del “Cuervo” y que mi confianza en él ha crecido grandemente con esta misión. Ahora vete de mi presencia, apestoso monje, y otra vez lávate bien antes de acudir a mi presencia o te degollaré antes de que hables.

 

A la mañana siguiente, mareado todavía por los efectos de la gran borrachera de la noche anterior, dispuso la marcha de los guerreros sobre el enemigo estudiando la estrategia con sus capitanes. Después informó al tirano de sus preparativos y pidió su bendición para la partida.

 

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Y empezó la gran fiesta del recibimiento de Catlo “el que conoce”. La luna llena lucía esplendorosamente en aquella fría noche de primavera iluminando con su luz espectral la gran explanada del roquedal donde se había establecido el poblado del “Halcón”, claridad reforzada por las llamas de más de un centenar de antorchas que expandían su agradable olor a resina por todos los alrededores inflamando las pituitarias y exaltando el ambiente festivo de aquella reunión alrededor del gran jerarca que, revestido de sus mejores galas purpúreas y con un gran pectoral labrado de plomo sobre su musculoso pecho, presidía la reunión masiva de todos los habitantes del poblado.

 

Cuando el gran Catlo “el que conoce” se levantó con la intención de hablar a su pueblo, se hizo un gran silencio entre todas las gentes. Sekem y Lecir le flanqueaban a derecha e izquierda, y todos le miraron expectantes.

 

_ Amigos míos – Empezó Catlo – Los dioses se han dignado a hablarme con signos amistosos para nuestro clan . Los trabajos serán grandes para vencer a nuestros enemigos, pero estos no gozan del favor de los dioses y serán finalmente vencidos para su oprobio, barridos de la faz de la isla, y sus cadáveres descuartizados por las bestias.

 

Catlo continuó entre el silencio de los presentes - Algunos de los que aquí estamos en esta noche de las antorchas, pereceremos en las batallas que deberemos librar para que nuestro pueblo pueda gozar del largo tiempo de paz que los augurios de los dioses me han profetizado y que seguirá ineludiblemente a estos tiempos de zozobra que nos aguardan. Pero ninguna preocupación debe embargar nuestro ánimo ya que después de entrar en el valle de las sombras seguirá , con toda seguridad, para los que hayan luchado de acuerdo con los designios de los dioses, la gran ceremonia de la renovación y los trabajos de  otras vidas que recorrer  siempre en beneficio de los que nos rodean. Ahora comamos esta carne ceremonial del toro para que nos beneficie con su fuerza, poder y potencia a semejanza de los dioses que están del lado de nuestro pueblo y bebamos el vino requisado a los fenicios que trajeron a nuestro lado al benéfico “hombre de los que sufren” como señal de alianza entre los altísimos y el clan del “Halcón”.

 

La gran cena comenzó y Numara, que en la danza se identificaba con la diosa Luna, rodeada de varios guerreros que danzaban a su alrededor haciendo entrechocar rítmicamente con las manos unas toscas maderas, se desplazaba entre ellos deslizándose etéreamente con una gracia felina ejecutando una ancestral danza guerrera  que representaba las fases de la luna, todo ello, en petición de la protección y los poderes de las fuerzas de la naturaleza

 

Sekem seguía con atención los grandes saltos de los guerreros que danzaban frente a la mujer que se deslizaba con las manos en actitud oferente y que nunca daba la espalda a los mismos... Allí, al fondo, manejados por un solo guerrero ,  sonaba vibrantemente la flauta y redoblaba rítmicamente el tamboril de piel, mientras Numara se mostraba a los guerreros danzantes de frente (Luna llena), de repente giraba noventa grados enseñando solo la mitad de su figura (Cuarto menguante). Al igual que la luna en el cielo Numara iba describiendo una curva y al final de la misma giraba ciento ochenta grados y mostraba su otra mitad (Cuarto creciente) y así una y otra vez hasta doce que representaban las doce vueltas que da la luna alrededor de la tierra durante el año y que daba el punto de finalización de la danza.

 

 Fue tal la belleza de aquella representación y tal la magia que se desprendía de la bella joven, que el egipcio quedó totalmente arrobado por ella, mientras los dioses sonreían  desde la luna bendiciendo las peticiones de Numara.

 

                                                                                                       Capítulo séptimo

 

Aparentaba que el tiempo se había ralentizado y los días sucedían a las noches sin ninguna clase de sobresalto que indicara alguna variación de la situación.

 

 En el poblado se sucedía el ir y venir de las patrullas de relevo en la tenaz vigilancia que el jefe guerrero había establecido.

 

Lecir había ido perfilando la estrategia a seguir en caso de ataque al poblado y había establecido turnos de entrenamiento de los guerreros a diario en la gran explanada.

 

 Había dado la orden concreta a las patrullas de que fueran soltando regularmente las palomas sin ninguna señal si no había novedad y en caso de avistamiento del enemigo debía ser atada a la pata de la paloma una cinta de color púrpura como indicación del cercano peligro.

 

Por el momento llegaban regularmente las palomas sin ninguna clase de aviso de peligro, por lo que Catlo estableció un entrenamiento diario para las mujeres en el lanzamiento de la lanza y en el manejo de la honda. Algunas practicaban en el lanzamiento de dagas contra el tronco de un gran árbol, y pronto quedo demostrado que  aquellas féminas no solo no eran débiles mujeres sino un inestimable elemento militar a tener en cuenta para la defensa del poblado cuando llegara el momento.

 

Tara, la bella y orgullosa mujer de Lecir “ el valeroso”, demostró ser digna de la saga de su guerrero y demostró dotes de liderazgo entre las mujeres del poblado que la obedecían sin dudas ni reticencias y, en breves semanas, quedó constituida la escuadra de luchadoras del “Halcón” dispuestas a defenderse hasta morir matando. Sus dagas acertaban al tronco, sus lanzas tenían una trayectoria lejana y temible y un pequeño grupo de ellas dominaba la honda mediana tan bien como podría hacerlo un guerrero.

 

 Lecir y Sekem tuvieron que convenir que había sido un gran acierto de Catlo su proposición de entrenar a fondo a aquellas valientes muchachas, y Lecir entregó espadas y arcos de fuerte acebuche a las mujeres más altas a las que entrenó personalmente en los manejos y arte del tiro. Ellas serían las encargadas de defender los niños y los ancianos del poblado cuando éste entrara en batalla en una última y desesperada línea de defensa y en caso de perdida total matar a los mismos antes de caer en la vil esclavitud.

 

Por su parte Tara convenció a Catlo de la necesidad de conseguir provisiones de pescado fresco y moluscos por lo que se estableció una avanzadilla formada por mujeres armadas , acompañadas de unos pocos guerreros , para bajar hasta la gran ensenada cercana al antiguo poblado para conseguir estas provisiones y Sekem consideró que sería de provecho para su farmacia  acompañarlas para recoger del huertecillo de Nut “el que no teme las abejas” hierbas medicinales para su farmacopea. Por lo que formó parte de las expediciones desde el primer momento.

Numara “la que viene de lejos” formaba parte de la primera expedición y Catlo “el que conoce” sensible a todo lo que se cocía a su alrededor en la cocina de los dioses, aprobó con una beatífica sonrisa la petición de Sekem de acompañar la expedición de las mujeres exigiéndole, como precaución que llevara una espada, cuyo porte y peso molestaba en extremo al “hombre de los que sufren”, pero que tuvo que aceptar para conseguir la aprobación del jerarca que le pidió también que no se fueran nunca juntos Sekem y Nut “el joven” para no dejar desprotegido el poblado de asistencia sanitaria en todo momento.

 

La alegría de “Pelusa”, la foca monje, fue mayúscula cuando avistó la fila de mujeres que se acercaba a la arena de la gran ensenada  entre las que esperaba que figurara su amiga Numara. Se separó rápidamente de su manada y se acercó ansiosa a la arena desde donde empezó a llamarla con sus secos ladridos, y cuando la vio que se acercaba presurosa a ella, se zambulló en busca de un gran bivalvo con el que obsequió a su amiga humana.

 

Numara la acarició profusamente y después se zambulló con ella entre las todavía frescas aguas de final de primavera, pero hacía un día espléndido y le apetecía el nadar. En sus constantes juegos en el agua llegaron hasta la gran embarcación que estaba anclada en el centro de la gran ensenada y ella se subió a la nave y desde allí se zambullía repetidas veces entre el contento de su amiga marina que no dejaba de aplaudir con sus grandes aletas delanteras al tiempo que jugueteaba con ella una y otra vez de forma incansable. Después, la mujer se asió a su lomo, amarrándose al cuello de Pelusa y le habló al oído contándole sus amores humanos y la foca la trajo dulcemente hasta la arena de la gran ensenada mientras contemplaba fijamente al encandilado Sekem que había estado contemplando emocionado la idílica escena de la gran amistad entre la mujer y el  mamífero.

 

“Pelusa” observaba fijamente a Sekem moviendo graciosamente sus grandes bigotes como si evaluara al candidato que compartiría su amor con Numara y este tras vencer su timidez entró en el agua hasta las rodillas y acarició la gran cabeza del animal . “Pelusa” ladró alegremente y aplaudió como signo de aceptación de un nuevo amigo y se sumergió al instante para volver con una gran escupiña que ofreció, como siempre hacía con sus favoritos, al maravillado Sekem.

 

Sobraban las palabras y la decidida Numara se acercó al “hombre de los que sufren” poniéndole una mano sobre el hombro. Sekem se estremeció con el contacto sobre su piel como si hubiera recibido una descarga, pero después miró en lo profundo de aquellos grandes ojos negros y supo que aquel era su destino y el comienzo de un gran amor, un amor que le estaba esperando en el tiempo y el espacio eterno sobre el bendito suelo de aquella maravillosa isla que gozaba del favor de los dioses.

 

 Numara le besó tiernamente en los labios, y los dos amantes, cómplices para siempre, juntaron sus manos camino del huertecillo donde Nut “el que no teme las abejas” había plantado los esquejes que le había traído Sekem para cubrir las necesidades de su farmacia y allí en la gran choza del apicultor, rodeados del zumbido de las abejas y del agradable aroma de las flores primaverales, consumaron el  acto de amor más dulce que Sekem jamás hubiera imaginado.

 

Después, Numara “la que viene de lejos”, le contó la historia de su vida al “hombre de los que sufren” y este le contó los trabajos a que le había sometido su movida existencia y agradeció en voz alta a sus dioses el gran regalo del amor de aquella altiva y bella mujer que le acunaba entre sus amorosos brazos.

 

Algo más tarde ella le contó, divertida y para darle celos, la curiosa costumbre de los baleares en los cuales la mujer que se casaba debía satisfacer sexualmente a todos los hombres asistentes a la boda, obligatoriamente y  bajo pena de expulsión del poblado.

 

 Sekem se quedó boquiabierto y escandalizado y demostró unos celos irreprimibles, sacando de su cinto la espada juró solemnemente que nadie le pondría la mano encima a Numara y esta, algo asustada ante la fuerte reacción del egipcio,  le tranquilizó diciéndole que ella, posiblemente no tendría la obligación de hacerlo pues no pertenecía de nacimiento al poblado del “Halcón”.

 

El egipcio no las tenía todas consigo y cuando, de vuelta al poblado, se encontró con Catlo le pidió clemencia para Numara y comprensión para con sus personales costumbres para librarle de aquel oprobio, a lo que Catlo, serio,  pero con la risa que se lo comía por dentro, dio solemnemente su aprobación eximiéndola de tal obligación, por lo demás, desde hacía largo tiempo obsoleta y por lo tanto absolutamente ”voluntaria” - Dijo con retintín - por parte de  la mujer cuando se casaba.

 

Sekem, rabiando, miró los pícaros ojos de Numara que le contemplaban divertidamente traviesos y la persiguió por todo el poblado corriendo hasta que la alcanzó para abrazarla tiernamente entre las alegres risas de todos los pobladores de “Halcón” que se congratularon enormemente al conocer la noticia de aquel nuevo amor que había surgido bajo aquel cielo espléndido que cubría sus vidas.

 

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La ceremonia nupcial fue sencillamente encantadora. Sobre el altar de piedra levantado sobre la parte más elevada de la explanada del gran roquedal , el sumo sacerdote Catlo propició los sacrificios correspondientes a los dioses en petición de protección y larga vida para aquel nuevo amor que se sometía a sus designios.

 

 Sekem y la bella Numara vestidos con sus mejores galas, juntas las manos en promesa de gratitud por el amor que se profesaban el uno al otro recibieron la felicitación  y los regalos que iban depositando a sus pies las familias representadas por las mujeres de cada una de ellas. Después fueron invitados a un ágape de carne de cerdo y pescado fresco que Tara y sus guerreras habían confeccionado para la gran ocasión, y todas suspiraban, algo envidiosas, por la gran suerte de Numara que había conseguido el afecto de aquel hombre extraordinario que los dioses habían depositado en la arena de la playa a manera de esclavo.

 

Sekem, mientras se inclinaba ante los numerosos guerreros que particularmente le felicitaban meditaba sobre la amorosa esclavitud que había abrazado, pero entendió que ésta tenía las más dulces cadenas que hubiera podido soñar a través de su movida existencia, y se sintió inmensamente feliz. Contempló ,complacido, como Torac, el gran perro de guarda, había sido obsequiado con una gran cantidad de huesos que golosamente devoraba con presteza y saludó desde lejos a su feliz ayudante que compartía el ágape junto a sus padres.

 

Al final de la fiesta Sekem y Numara fueron a visitar al “portador del fuego” ,  al que por su disciplinado celo habían encargado, mientras durara el peligro, de la guardia perpetua de la morada de las palomas mensajeras. Le saludaron y le entregaron una gran cantidad de comida y bebida procedente del ágape para que pudiera celebrar allí arriba la fiesta del enlace como lo habían hecho los demás pobladores del “Halcón” , y cuando estaban recibiendo los parabienes del hombre guardián del sagrado fuego, al palomar llegó rauda una paloma que portaba atada a una pata una larga cinta de color púrpura.

 

Sekem, conocedor del significado de aquella cinta púrpura atada a la pata de la paloma miró con consternación y tristeza en el fondo de aquellos maravillosos ojos negros de Numara, pero solo vio en ellos amor, resolución y valentía ante las pruebas que tendría que pasar su reciente unión . Entonces Sekem ,“el hombre de los que sufren”, abrazó a su esposa con gran ternura y sintió un gran orgullo por ser el elegido de aquella brava mujer.

 

 Después bajaron con la cinta púrpura en las manos en dirección a los dos jerarcas que, como si ya supieran de la llegada del aviso de la patrulla, les estaban esperando a pié firme en el centro de la gran explanada con cara seria. Numara y Sekem les hicieron entrega de la cinta púrpura y los cuatro se fundieron en un fuerte abrazo de hermandad deseándose mutuamente suerte en la próxima batalla que se avecinaba. A continuación y, con la autorización de Catlo, ya solo restallaron en los oídos de la recién casada pareja las secas órdenes militares de Lecir “el valeroso” convocando a sus guerreros...

 

 

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Soplaba un fuerte viento de levante y amanecía ya cuando la primera avanzadilla  del “Halcón”, mezcla de guerreros y mujeres en número de quince, llegaban al antiguo poblado y se distribuían según los planes detallados por Lecir “el valeroso”.

 

 Las cinco mujeres, entre las que se contaba a Tara y Numara nadaron, ayudadas por la simpática foca “Pelusa” hasta la  nave anclada en el centro de la gran ensenada y después de revisar el estado de las velas y los aparejos, los dispusieron para poder salir a escape de la gran ensenada, pero dejándolos como si la nave estuviera solitaria sin ningún tripulante a bordo ya que una vez todo aprestado se camuflaron debidamente con su armamento dispuesto.

 

Ocho guerreros se camuflaron entre las ramas que cubrían los botes ligeros portando gran provisión de proyectiles para sus hondas y con los remos y las pequeñas velas preparadas para entrar en acción en el momento oportuno. Mientras los dos guerreros restantes, provistos de antorchas y piedras de pedernal para encender fuego se apostaron con la espalda al fuerte viento de levante alejados unos centenares de metros del pétreo poblado abandonado emboscados en el gran pinar que lo rodeaba y justo en los flancos del sendero que debían recorrer los guerreros enemigos que vendrían desde Poniente.

 

Ya era media mañana cuando el ejército de guerreros del poblado del “Cuervo” apareció por el sendero que conducía al poblado del “Halcón” cercano a la gran ensenada. No aparentaban tomar demasiadas precauciones, pues desde el gran roquedal, habían procurado encender grandes hogueras para dar muestras inequívocas al enemigo de que su situación era aquella y no la del antiguo poblado.

 

 Los hombres del “Cuervo” se dividieron en dos columnas, la primera y menos numerosa, con unos ochenta guerreros, se dirigió hacia el poblado de la ensenada y la otra, con Tasis al frente, empezó la ascensión hacia el gran roquedal en número de unos doscientos guerreros.

 

“Halcón” solo contaba con ciento cincuenta pobladores contando ancianos, mujeres y niños por lo que la evidente superioridad del “Cuervo” era manifiesta en aquel  comienzo de las hostilidades que, desde aquel preciso momento, se  desarrollaron vertiginosamente 

 

Lecir había dispuesto unos puestos de avanzadilla a manera de guerrilla que hostigaba al gran ejército que se dirigía al roquedal y que, a lomos de los potentes mulos, iban castigando con sus hondas a la larga fila de guerreros que ascendía trabajosamente hacia las alturas que dominaba la gran formación rocosa donde se refugiaba el pueblo del “Halcón” para, una vez hostigada la cabecera enemiga, retirarse rápidamente a dos posiciones mas arriba, mientras que, una segunda avanzadilla esperaba a los enfurecidos guerreros del “Cuervo” para repetir la misma acción y retirarse, a lomos de los bravos mulos, hacia posiciones más elevadas relevándose con la otra avanzadilla.

 

La primera horda del naciente imperio del “Cuervo” lo tenía, aparentemente, mucho más fácil , ya que su misión consistía en saquear el antiguo poblado del “Halcón” y apoderarse de la gran nave abandonada en el centro de la gran ensenada.

 

Incendiar las grandes chozas de los alrededores del amurallado poblado le dio alas a su insana locura, y pisotear los cultivos de los moradores de Halcón les satisfizo grandemente en sus ansias de destrucción, pero la gran presa era la nave y al no encontrar ningún bote ligero para acercarse a ella, gran cantidad de guerreros se lanzaron al agua para nadar  en busca del indefenso botín.

 

Además, pensaban que los que lograran llegar a la gran nave, sólo tendrían que aparejarla para llevarla a las costas de su poblado, dejando la ardua batalla del gran roquedal a los otros guerreros de su ejército. Al final muchos, casi todos,  se lanzaron al mar en frenética carrera para llegar al botín.

 

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la orilla y lo suficientemente cerca de la nave comenzaron a sentir martirizadas sus carnes por los certeros disparos de las féminas que habían dejado de lado su camuflaje bajo la cubierta de la embarcación.

 

Mientras una de las mujeres cortaba de un certero tajo de su espada la cuerda del ancla que varaba la nave, otra de ellas desplegaba la vela que pronto se hinchó con el fuerte viento de levante mientras Tara, en el gobernalle de pesadas espadillas, dirigía la embarcación hacia la embocadura de la gran ensenada huyendo fácilmente del asedio de los nadadores que se quedaron aullando fieramente de rabia, chapoteando en el centro de la gran ensenada y viendo como su presa se les escapaba a toda vela .

 

Pero no había terminado allí todavía su cúmulo de desgracias,  ya que la flotilla de canoas ligeras a cargo de los guerreros les rodeó, acabando con casi todos ellos sin piedad. Los pocos que pudieron volver a nado a la orilla se juntaron con los que habían quedado allí  y ya solo sumaban treinta guerreros.

 

 Las aguas de la gran ensenada se habían teñido del color púrpura de la sangre de cincuenta guerreros del “Cuervo” que flotaban entre dos aguas heridos mortalmente, mientras, las pequeñas embarcaciones volvían a la orilla más lejana de la arena del poblado y sus guerreros se perdían entre la espesura del pinar lejos de la venganza de los lejanos enemigos que aullaban rabiosos por la fatal encerrona de que habían sido víctimas.

 

 Cuando se retiraron en busca de la retaguardia de su ejército que marchaba hacia la gran explanada y no bien se hubieron internado en el gran pinar, se vieron sorprendidos por un voraz incendio provocado por los dos guerreros emboscados de “Halcón” que avanzaba a gran velocidad a sus espaldas empujado por el fuerte viento de levante, y muchos de ellos perecieron entre las monstruosas llamas que avanzaban a una velocidad superior a su despavorida carrera.

 

Los guerreros del imperio del cuervo que subían por la empinada y pedregosa ladera observaron con horror el voraz incendio que se había declarado a su retaguardia y que ascendía por la ladera por la que ellos trepaban con rapidez inusitada, por lo que redoblaron sus esfuerzos para continuar la ascensión hacia el poblado enemigo.

 

 Tasis hostigaba con su látigo a los aterrados guerreros que se quedaban paralizados entre los dos fuegos. De repente los disparos de hostigamiento cesaron como por encanto, lo que dio un ligero respiro a los guerreros del “Cuervo” que pudieron avanzar hasta la base del roquedal ya casi sin aliento.

 

No bien hubieron llegado allí, fueron casi sepultados por la avalancha de grandes piedras provocada por los defensores de la fortificada explanada, y los guerreros que se salvaron de ella tuvieron que  enfrentarse a Lecir “el valeroso” que, a la vista de la precaria situación en que se encontraba el enemigo, salió a su encuentro a campo descubierto entablándose una feroz contienda.

 

Las terribles falcatas de doble filo que manejaban los guerreros del “Halcón” dieron espeluznante cuenta de los despavoridos guerreros de Tasis , quien logró escapar con unos treinta de ellos en desesperada fuga hacia las terribles cenizas del voraz incendio que ya se estaba alejando hacia poniente.

 

 Pronto los grandes buitres negros fueron los dueños y señores del gran campo de batalla, mientras, la nave de guerra propia, volvía indemne al centro de la gran ensenada gobernada por la diestra mano de Tara.

 

 

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Mientras tanto en la gran explanada Catlo “el que conoce” mantenía la disciplina entre  los defensores de la última línea, observando desde la gran atalaya del roquedal como se desarrollaba la batalla a los pies de la gran muralla  natural.

 

Su gran humanidad y el color púrpura de su túnica conformaban un gran blanco sobre el que el puñal del asesino infiltrado no podía errar en su mortal trayectoria.

 

El alma del potencial asesino se debatía, sin embargo, en una gran batalla interna. Por una parte estaba la certeza absoluta de que si no cumplía con el mandato del sumo sacerdote su familia moriría cruelmente lapidada bajo las órdenes del sumo sacerdote Arcros que la mantenía prisionera como rehén para obligarlo a cometer el vil asesinato y, por la otra , su sentido de la justicia que luchaba en su interior por impedir que cometiera esta afrenta  en contra de aquel pueblo del que emanaba tanta bondad, rectitud, y hermandad.

 

Por designio de los dioses, ganó la batalla su sentido de la justicia, y aunque tenía totalmente a su merced al jerarca, no lo atacó y ni siquiera hizo el ademán de hacerlo.

 

 Sabedor de la gran humanidad de Catlo “el que conoce”, se acercó a él cuando el signo de la batalla estaba decidido y ya no requería de toda la atención del sumo sacerdote.Le contó cual era su misión encubierta ordenada por Arcros, sumo sacerdote del santuario del Poder, la Potencia y la Fuerza... Confesándole que se había sentido incapaz de realizar el crimen a pesar de que su mujer y sus cinco hijos perecerían a manos de los sacerdotes adoradores del toro por el gran respeto que le inspiraba el conjunto espiritual que “Halcón” representaba a sus ojos de humilde artesano con alma.

 

Catlo, admirado por la franqueza del herrero, le abrazó al tiempo que le prometía intentar salvar a su familia. Más tarde, hablaría con Lecir y Sekem sobre el asunto, después de haber pasado a ver los heridos que estaban al cuidado de Sekem y su ayudante al que apoyaban valientemente las mujeres  de la última fila de defensa y que casi se desmayaban ante la visión de las espantosas heridas de los guerreros.

 

Nut “el joven” ejercía su gran poder hemostático sobre las grandes hemorragias, lo que daba tiempo al “hombre de los que sufren” de suturar las grandes heridas lavadas y limpiadas lo mejor posible por las mujeres que ayudaban a los dos sanitarios y pronto quedo claro que los dioses habían sido extremadamente clementes con “Halcón” pues sus bajas eran sensiblemente inferiores a las esperadas.

 

Cuando se reunieron todos los supervivientes en la gran explanada y fue efectuado el recuento solo faltaron seis guerreros de “Halcón” en contra de los dos centenares largos de enemigos caídos en la gran batalla del roquedal. Catlo y Lecir estuvieron de acuerdo en que , difícilmente,  el poblado del “Cuervo” se resarciría rápidamente de tal descalabro, por lo que decidieron volver a desplazar su clan al antiguo poblado cercano al querido mar.

 

Lecir y Sekem abrazados a sus valientes esposas Tara y Numara en torno a una gran hoguera,  se contaban las anécdotas de lo sucedido en cada misión en la que habían participado  cuando Catlo, que venía de supervisar los preparativos para la marcha que se produciría en el próximo amanecer, se sentó junto a ellos saludándolos sonriente.

 

_ Amigos míos – Dijo Catlo pensativo – me veo obligado a pediros que penséis en la forma mejor y más rápida en que podamos recuperar el favor de los dioses toro para “Halcón” ya que Arcros , su sumo sacerdote, aliado con Rop “el fuerte”, ostenta el poder religioso en contra nuestra. Por otra parte – Continuó Catlo- entiendo que deberíamos intentar liberar a la familia del herrero que el sumo sacerdote  mantiene secuestrada, y todo ello, tan rápidamente, que nuestra acción tiene que ser más veloz que la expansión de la noticia de nuestra victoria sobre El “Cuervo”, ya que si en el santuario se enteran de ello, los matarán sin demora.

 

Todos estuvieron de acuerdo en la premura de la acción y aportaron ideas y estrategias para lograr recuperar el favor de los dioses y salvar las vidas amenazadas

 

                                                                                              Capítulo octavo

 

El sudoroso emisario del poblado del “Halcón” que, bajo el abrasador sol de aquel tórrido verano , había cabalgado a lomos del esforzado y potente mulo hasta la casi total extenuación,  ya entreveía, en la lejanía, la pétrea presencia del santuario del Poder, la Potencia y la Fuerza .

 

Llegó a las puertas del santuario del Toro, situado en el centro de la isla , cuando el sol ya recorría su último tramo antes de ocultarse tras la gran cordillera de poniente. Iba ceñido con túnica negra, lo que indicaba que había gran luto en su poblado.

 

Sentado Arcros en el trono de piedra situado en el  pórtico del santuario, rodeado de sus sacerdotes que habían celebrado los ritos del atardecer, vio como conducían a su presencia al emisario que se declaró procedente de “Halcón” y portador de malas noticias.

 

_Habla, emisario- Dijo secamente Arcros, mirando al enviado con ojos desconfiados.

 

Y el emisario,  comunicó al gran sacerdote que venía de la gran tribulación, pues a causa de un funesto ataque del que había sido objeto su clan por parte de un numeroso ejército enemigo procedente del poblado del “Cuervo”, habían perdido a casi todos sus guerreros y, aunque al final habían salido victoriosos por la inesperada  ayuda de un gran incendio, provocado seguramente por los dioses, su poblado había quedado casi totalmente aniquilado  y fallecido su sumo sacerdote Catlo “el que conoce”, degollado por la daga de un asesino desconocido.

 

_ El motivo de mi embajada, es primero, para pedirte ayuda para que tus oráculos desvelen la identidad del asesino que debe recibir su justo castigo por el gran sacrilegio, y en segundo lugar, para pedirte permiso para que Catlo sea sepultado en el gran recinto sagrado del gran Norte destinado a la inhumación de los grandes hombres, tal como creemos se merece el cuerpo de nuestro amado sumo sacerdote.

 Por otra parte, quería comunicarte que nuestro jefe de lucha , Lecir ”el valeroso” está muy malherido trás haberse batido valientemente con el enemigo, por lo que si a muerto cuando llegue al poblado, te ruego, ¡Ho gran Arcros¡ , permitas que nuestro principal guerrero también sea inhumado junto a Catlo.

 

Por la mente de Arcros pasó, como un relámpago, la visión de la gran batalla librada en “Halcón” y entrevió manifiestamente la gran derrota del ejercito del “Cuervo”y su retirada entre el humo y las grandes llamas del incendiado pinar y, en su percepción, pudo sentir la tensión del momento en que Catlo estaba a punto de ser asesinado por la espalda, pero aquí se terminaba la visión del pasado.

 

Había envejecido demasiado para intuir con claridad las visiones en su gastada mente y su nieta , la vidente Nuredduna,  ya no podía ayudarlo desde el más allá, pero dedujo que el mensajero decía la verdad por las visiones incompletas que había entrevisto.

 

Arcros hizo sus cábalas mentales y decidió que lo mejor sería acogerse a  la neutralidad.

 

Por una parte había cumplido los deseos de Rop “el fuerte” dejando fuera de combate a la cúpula jerárquica de “Halcón”, y por la otra ,  comprendía cuan difícilmente, el tirano, podría resarcirse de la gran pérdida de efectivos de su ejército en aquella brutal batalla en la que, por ende, el clan del “Halcón”, aunque fuertemente tocado, no había sido eliminado de la faz de la tierra. Personalmente, Arcros, solo temía a los enemigos que seguían con vida.

 

Aquel enviado demostraba con su respeto y solicitud que para nada recelaban en el clan del “Halcón” sobre su contubernio con el gran tirano del “Cuervo”, por lo que decidió quedar, ante los ojos del emisario, como inocentemente neutral, y habló.

 

_ Es del todo grato a este viejo sumo sacerdote el autorizar las exequias en la gran Necrópolis del Norte, tanto para él sumo sacerdote Catlo, como para el gran guerrero  Lecir, del que a lo largo de los años e oído contar grandes gestas militares. Decreto un gran luto en el Santuario del Toro durante veinte días en que los oficios y sacrificios serán en ruego a los dioses por el gran tránsito de Catlo a las moradas de eternidad. – Continuó como pensativo - Y en cuanto a mis augurios sobre la identidad del asesino, tengo que confesarte que solo puedo ofrecerte las deducciones de sospecha que puedan ofrecerme los hechos que me cuentes.

 

_ Estoy a tu disposición para el interrogatorio que quieras proponerme- Dijo el emisario humildemente.

 

_ ¿Tenía Catlo enemigos cercanos entre los hombres del “Halcón” ?- Preguntó Arcros

 

_ No, que yo sepa – Contestó Lecir- Catlo contaba con el amor de un pueblo que le adoraba por su gran justeza y equilibrio. No creo que sea un asesino del poblado...

 

_ Tu mismo has llegado a la conclusión de que debe ser un ente exterior el que haya consumado el vil asesinato, por lo que debo pedirte si algún artesano externo, carpintero, herrero o alfarero había llegado a tu poblado antes del gran combate.

 

 

_ El único artesano llegado al poblado últimamente fue el herrero con dos jóvenes ayudantes- Dijo pensativamente el emisario.

 

Arcros, dio un teatral respingo levantándose de su trono de piedra, y preguntó vivamente...

 

_ ¿Acaso viajaba sin familia este herrero?

 

_ Nos extrañó que tal sucediera, pero no le dimos mayor importancia- Contestó pensativo el emisario.

 

_ Pues ten la seguridad de que este artesano es el asesino de Catlo y por ello acabad con su vida - Aseguró Arcros, y añadió con teatral rabia - Y debéis hacerlo porque, además, también ha jugado con mi bondad, pues dejó a su familia en mi pobre santuario que les ha tenido que alimentar a sus expensas. En la seguridad de que el asesino ha sido el herrero, las cabezas de su familia rodarán en expiación a la cólera de los dioses... Ahora, puedes irte mensajero - Dijo, con un gesto de perentoria despedida, el sumo sacerdote Arcros.

 

_ No sin que me acompañe la familia del herrero, maldito mentiroso.  – Gritó el emisario, que no era otro que Lecir, ya totalmente seguro de que el sumo sacerdote Arcros era el culpable del complot urdido contra Catlo- Ahora ordena que suelten a la mujer y los cinco hijos del herrero inmediatamente o tañerán las campanas del averno en tu honor...

 

Lecir se adelantó hacia el gran sacerdote y le puso el filo de la espada en el cuello.

 

 Los sacerdotes guerreros del séquito de Arcros que habían intentado reaccionar tuvieron que pararse ante la amenaza del emisario en la persona de su sumo sacerdote, quien hizo una señal con la cabeza indicando a sus hombres que obedecieran al emisario y soltaran a la familia del herrero que, asustada y temerosa, montó en los mulos de los sacerdotes comenzando a marchar en dirección  a la salida del santuario.

 

Cuando estos estuvieron a salvo, la cabeza del sumo sacerdote Arcros fue cercenada de un solo tajo por el fuerte brazo de Lecir. Los sacerdotes guerreros, rabiando por la muerte de su sumo sacerdote atacaron en masa al guerrero, pero cuando cuatro de ellos mordieron el polvo heridos por la espada, los monjes restantes huyeron en tropel , aterrorizados...

 

Al rato, y con Lecir “el valeroso”cubriendo la retaguardia , las grandes y estilizadas cabezas de toro fabricadas en fino bronce bruñido, eran transportadas a lomos de los mulos del santuario en dirección a su nueva ubicación en “Halcón”, juntamente con toda la familia del noble herrero .

 

Sobre el  pórtico del desolado santuario ya se habían posado dos grandes buitres negros dispuestos a cumplir con su macabro ritual...

 

 

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Como las  obreras de Nut”el que no teme las abejas”, así de laboriosos se mostraban los tozudos pobladores de “Halcón”. La reconstrucción de los estragos causados por el ejército del imperio del “Cuervo” se llevaba a buen ritmo . El pétreo poblado, de construcción ciclópea, no había podido ser destruido más que en sus estructuras hechas con madera que fue rápidamente sustituida por los pobladores ,  con el artesano carpintero al frente  realizando las tareas más especializadas .

 

Sekem y su ayudante atendían solícitamente a los heridos que ya reposaban bajo los grandes sombrajos de ramas de pino que habían hecho reconstruir justo al lado de la sala hipóstila cuando, veloz como una flecha, Torac , el gran perro de guarda, salió disparado hacia la entrada norte del poblado ladrando alegremente...

 

Pronto fue visible la larga fila de grandes mulos que encabezaba Lecir “el valeroso”que enfiló la entrada norte del poblado del “Halcón”, y no paró hasta llegar frente a la gran torre donde moraba Catlo “el que conoce”...

 

La llegada de la caravana de mulos produjo un gran revuelo en el poblado, y la valiente Tara, con lágrimas en los ojos fue presurosa a abrazarse a su valiente guerrero quien había asumido todo el peso de la operación de rescate de la familia del herrero, el cual, loco de alegría se abrazaba a su mujer e hijos, totalmente incrédulo por verlos , de nuevo, vivos e ilesos .

 

El herrero se prosternó ante Lecir en acto de gratitud y prometió ante los dioses dejar de ser un artesano errante en busca de negocio de poblado en poblado, pues prefería ser pobre en “Halcón” cubriendo las pocas necesidades del poblado en medio de una gente tan noble como aquella, que rico fuera de aquellas acogedoras murallas.

 

Mientras, el gran Catlo había hecho acto de presencia en la entrada de la gran torre y, emocionado, bajó velozmente hacia los mulos que portaban las cabezas de toro, que con gran unción y respeto descargó personalmente  para proceder, ayudado por el feliz herrero, a colgarlas sobre la pétrea pared de su morada.

 

Cuando la sagrada labor hubo concluido, Catlo revestido con sus mejores ropajes de color púrpura, ofició los ritos de desagravio a los dioses toro , propiciando una gran hecatombe de cabras y cerdos hasta que el perfume de la sangre sacrificada llegó a los altísimos que dieron su reconocimiento a “Halcón” con un gran eclipse de luna que dejó petrificados a sus moradores, los cuales, bajo la pronta orden del sumo sacerdote, hicieron sonar los grandes  tritones de combate hasta que todo el brillo de la gran luna llena fue recuperado después del lánguido paso de la gran sombra en una sonora escena que erizaba el vello al más valiente de los guerreros.

 

La bella Numara se abrazaba al sobrecogido Sekem, aterrorizada por la terrible escena y por el gran clamor de los tritones, mientras, su amada luna recobraba lentamente todo su brillo.

 

Al cabo,  Catlo “el que conoce”, hizo su interpretación de los acontecimientos acaecidos con el gran eclipse lunar y dirigiéndose al pueblo reunido dijo:

 

_ Los dioses han hablado por boca de la gran sombra y me han revelado que están de acuerdo con la justicia administrada a manos de nuestro pueblo contra la inmoral orden sacerdotal que oficiaba los ritos en el gran santuario del Poder, la Potencia y la Fuerza...

 

_Han aceptado la sangre de los sacrificios ofrecidos...Pero, con la transitoriedad de la gran sombra sobre la diosa Luna, han querido revelarnos que la estancia de las efigies del sagrado Toro solo deben estar con nosotros el tiempo necesario para reconfortarnos con su poder y para prepararnos para la  batalla contra la gran maldad  que todavía espera en el tiempo , y que llevará al clan del “Halcón” hacia una gran victoria que hará  transformar a nuestro pueblo en el garante de la paz de nuestro gran territorio - El gran Catlo continuó- Aprovechemos la confianza de los dioses en nuestro pueblo y honrémosles cumplidamente creando entre nosotros una noble casta sacerdotal digna de servir al Toro en su anterior santuario donde sus efigies deberán ser honoríficamente devueltas.

 

Todo el pueblo del “Halcón” se prosternó ante las efigies de los Toros en silenciosa plegaria de protección para las duras pruebas que anunciaba su sumo sacerdote Catlo apodado “el que conoce”.

 

 

                                                                                                            ----------------------------------------

 

 

Los molinos de moler grano ya volvían a cumplir con su necesaria y habitual función a manos de las animosas mujeres del poblado, los viejos panales de Nut “el que no teme  las abejas”  habían sido debidamente restaurados y los ojos del apicultor se emocionaban viendo como las presurosas obreras recogían su preciada carga de polen para transformarla en el oro de los dioses.

 

Los artesanos retiraron de las playas todos los restos de naufragio de la batalla con las tres naves fenicias de combate  y fue cercenado el palo de la que fue hundida en la gran ensenada ,  ya que sobresalía del agua como un muñón .

 

Se confiaba así en la impunidad del poblado ya que no habían dejado supervivientes que pudieran avisar de la gran perdida, fiando en que los fenicios creyeran que sus potentes trirremes habían desaparecido en medio de algún terrible temporal de los que subrepticiamente se desataban en aquel traicionero mar.

 

Los niños volvían a entrenar su puntería con la honda en su diario combate por el desayuno colgado del gran árbol del fondo del poblado por sus amantes madres y , por las noches , se contaban los recientes avatares que habían acaecido en armoniosa búsqueda del refuerzo de la memoria colectiva para que sus gestas fueran debidamente recordadas por las generaciones futuras.

 

La  pared pétrea donde las efigies de los dioses Toro estaban expuestas era venerada, a diario por los pobladores de “Halcón”. Con su sumo sacerdote Catlo al frente , oficiando los ritos sagrados del atardecer en agradecimiento a otro día pasado bajo aquel noble cielo y sobre aquella generosa tierra en paz y prosperidad.

 

Nut”el joven”, cuando terminaba la labor diaria de ayudante de Sekem, quedaba extasiado mirando con qué cariño y reverencia el herrero, ayudado por sus hijos salvados de la gran carnicería, bruñían reverentemente el fino bronce con que estaban construidas las efigies de Toro, a las que consideraban como benefactoras directas de su familia. Este hecho no pasó inadvertido a Catlo “el que conoce” y, una vez pasado un tiempo en que tuvo oportunidad de consultar con los dioses su conveniencia y tras convenirlo con Lecir y Sekem, habló con el herrero.

 

_ El amor con que tratas a los dioses de La Potencia, el Poder y la Fuerza así como tu honestidad te traen la recompensa de la petición del poblado del “Halcón” en súplica para que aceptes  convertirte en el sumo sacerdote de su santuario.

 

_ Nada me haría más feliz, pero no es, a mi entender, un pobre artesano del metal , que viene de otra casta más humilde que la tuya, el indicado para cubrir este sagrado puesto.

 

_ Tu humildad te enaltece y te da el carisma necesario para ello, amigo herrero -Dijo emocionado Catlo – Lo cual me da fuerzas para insistir ante ti, en nombre de todos nosotros, para que  al frente de toda tu familia aceptes ser el gran pontífice del santuario del Toro.

 

_ Así sea – Aceptó humildemente el herrero - Pediré a los dioses protección para “Halcón” todos los días de mi vida, pues todo lo debo a este pueblo y a ti gran Catlo. Te ruego me enseñes las preces del culto durante el tiempo que esté todavía con vosotros.

 

_ Gracias te doy sumo sacerdote Vatus, llamado a partir de ahora “el preclaro”, por darme el honor de compartir contigo los sacrificios venideros- Dijo Catlo al tiempo que le entregaba una gran pieza de tela del color sagrado de la púrpura – Te ruego que te vistas con el ropaje sagrado para poder comunicarlo al pueblo que se beneficiará con tu respeto y amor hacia los dioses.

 

Y, ante la gran torre pétrea, bajo la fiera y ciega mirada de los estilizados toros que representaban a los dioses de la Potencia, el Poder y la Fuerza, en un gran altar de piedra viva instalada por los guerreros de “Halcón”, los dos Sumos sacerdotes oficiaron los ritos del atardecer a los dioses ayudados por los trémulos monjes neófitos que fueron proponiendo sus ofrendas personales en petición de reconocimiento y ninguno fue rechazado, pues los grillos siguieron con su monótono y tranquilizador canto, la naturaleza no mostró ningún signo contrariado y las llamas de las antorchas continuaron hieráticas iluminando la gran ceremonia de iniciación... Que transformó al herrero y su familia en el sumo sacerdote Vatus “el preclaro” y a sus hijos en los monjes de los ritos sagrados bajo el emocionado beneplácito de todos los pobladores de “Halcón”.

 

Los emisarios, portadores de la buena nueva, fueron enviados a todos los poblados de la isla con la misión de comunicarla, y portaban para ello tablillas de arcilla con el edicto sellado por el escarabeo egipcio del gran Catlo...

 


 

                                                                                               Capitulo noveno

 


La llegada de los vencidos al poblado del “Cuervo” fue fría y mal acogida a pesar del lastimoso estado de Tasis y sus guerreros que, al margen de las espantosas heridas recibidas en combate presentaban serias quemaduras en las epidermis producidas por su retirada entre los humeantes rescoldos y cenizas del gran incendio.

 

Los guerreros fueron atendidos como siempre por sus mujeres y con los pobres medios sanitarios con que contaba aquel reducto humano que no tenía la gran suerte de contar con los servicios de ningún “hombre de los que sufren” como si lo había en el poblado que habían querido pasar, con tan escasa fortuna,  a sangre y fuego.

 

Tasis, mal herido y rendido por el largo trayecto realizado a pié desde el campo de batalla, se prosternó ante Rop “el fuerte” en petición de clemencia por haber fracasado en la empresa que le habían confiado.

 

La bota de Rop “el fuerte” le pisó la humillada cabeza con tanta fuerza que le rompió la nariz que reventó en un gran torrente de sangre.

 

_ Te dije que tu vida sería el precio de tu fracaso y, como fracasado has vuelto ante mí debo ser consecuente con mis palabras – Hizo una seña a los guerreros que le rodeaban -Prendedlo y despeñad a este cobarde por el gran acantilado. Deberías haber muerto en la batalla por la grandeza de nuestro imperio, ¿cómo te atreves  a presentarte vivo ante mí suplicando como una débil mujerzuela?  .

 

_ Piedad gran jerarca – Suplicó Tasis con el rostro ensangrentado.

 

_ No hay piedad para los vencidos en mi poblado - Y añadió imperante – ¡ Cumplid mi sentencia ahora mismo ¡.

 

Sin esperar ni que se encomendara a los dioses, Tasis fue despeñado por el gran acantilado y su cuerpo quedó destrozado entre las rocas para más tarde, ser retirado por la marea creciente y pasar a ser pasto de los peces... La última visión que tuvo del mundo el guerrero antes de morir fueron dos naves cartaginesas fondeadas no muy lejos del acantilado, después, avanzó hacia la eterna oscuridad...

           

 

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Rop , el jerarca del clan del “Cuervo” , había mandado por mar emisarios a los griegos Foceos instalados en Emporión para ofrecerles, a cambio de ayuda militar que le permitiera imponerse como emperador en el archipiélago,  la hegemonía comercial en todas las islas de su soñado imperio del “Cuervo”.

 

Los griegos foceos, sin embargo, únicamente contaban en aquella oportunidad con tres de sus más ligeras naves de guerra llamadas penteconteras, impulsadas a remo y, al margen de que preferían consolidar , en aquellos momentos , sus situaciones comerciales ya adquiridas, no contaban con los medios adecuados para aceptar la aventura ya que sus trirremes habían sido convocadas a proteger Alalia, su enclave mayor en Córcega..

 

La negativa de ayuda por parte de los foceos, había llevado a Rop “el fuerte” a intentar buscar sus alianzas con el naciente imperio de los cartagineses que, ante la decadencia de Tiro, la capital fenicia, que había caído bajo la hegemonía de los asirios, soñaban con extender su imperio por toda la zona dominada hasta ahora por los fenicios...

 

Aquel tiempo, 500 años antes de la nueva era, se mostraba altamente inestable y revolucionado por los nacientes grandes intereses comerciales impulsados por la navegación a distancia que había sido dominada, hasta el momento, por los incansables mercaderes fenicios de Tiro.

 

                                                                                                   ----------------------------------------

 

 

Orientándose siempre por la estrella fenicia (Osa mayor) la ligera nave enviada por el poblado del “Cuervo” arribó a las costas de Cartago donde, recibida por dos potentes naves cartaginesas de guerra y haber declarado sus intenciones de amistosa embajada de parte de Rop “el fuerte” de la Gimnesia Mayor, fue escoltada hacia el puerto circular interior que protegía la enorme flota de guerra de aquellos fenicios escindidos de Tiro, guiados por grandes ansias de expandir su imperio por todo el mundo conocido.

 

Acreón, el capitán de la nave del “Cuervo” maniobró, admirado, por el canal de entrada a través de la gran muralla dominada por varias imponentes torres de defensa , que conducía hacia el abrigado y monumental puerto militar interior al que los cartagineses llamaban Cothon.

 

 A sus asombrados ojos se ofrecía un abrigo circular con capacidad de acogida de mas de doscientas naves de guerra, dominado en la parte central por un islote ocupado por el estado mayor de la flota cartaginesa.

 

Este puerto, abrigado de miradas indiscretas, estaba dedicado en su totalidad a la flota de guerra y estaba unido al muelle comercial , que era de forma rectangular, por otro canal lateral . En aquellos momentos , aquel puerto comercial ,  estaba ocupado por mas de un centenar de naves de cabotaje, por lo  que el conjunto portuario conformaba un espectacular escenario rodeado de la ciudad baja y dominado por la gran ciudadela fortificada de Byrsa(piel de toro) que, majestuosa, ocupaba la cúspide de la colina que se superponía a la gran ciudad de Cartago.

 

Escoltados por un pelotón de soldados cartagineses, Acreón y dos de sus guerreros ascendían por las tortuosas calles de la populosa ciudad alta hacia la fortificada ciudadela. Iba contemplando el marino balear la grandiosidad de la ciudad y el esplendor de su triple muralla que la fortificaba. Observó como a su derecha existía una gran área rural sembrada de cereales, totalmente cercada y protegida por las murallas y que  le dijeron que se denominaba Megara.

Con un escalofrío pasaron por delante del Tofet, templo donde aquellas gentes dedicaban a su dios Ba´al- Hammon  los supremos sacrificios de todos sus varones primogénitos,  para aplacar su furia y renovar su poder de beneficiar a los habitantes de Cartago.

Su destino final, fue el frío palacio de la fortaleza de Byrsa donde les esperaba Magón, el legendario rey cartaginés, creador de la dinastía con su mismo nombre.

 

El serpenteante camino de la imponente fortaleza estaba rodeado de pinos, aromos, laureles y grandes olivares y su altura sobre la zona portuaria no era menos de setecientos metros.

 

Allí, prosternado ante el poderoso monarca, Acreón, el embajador del poblado del “Cuervo”, solicitó la ayuda de los cartagineses para acabar con los opositores a los designios de Rop “el fuerte”, a cambio, ofrecía total protección y servidumbre en todo el archipiélago al ventajoso comercio fenicio con todos los poblados del imperio del “Cuervo”, así como acceso directo y sin restricciones a la sal del gran salobrar natural del sur.

 

Magón, seguro y sobrado de su poder militar, no pudo menos que sonreírse ante la propuesta de aquel sátrapa de las Gimnesias que ofrecía protección a su gran poderío. Estaba a punto, en un rapto de ira, de hacer ejecutar a aquel orgulloso alfeñique cuando se fijó en que iba acompañado de aquellos dos musculosos guerreros. Conocedor Magón, de la fama bélica de los honderos baleares aplazó, momentáneamente, su decisión de empalar al embajador...

 

_ Sin duda – Dijo, sarcástico, el rey Magón - es bueno el contar con un aliado fiel para proteger y fomentar las transacciones comerciales. La calidad y cantidad de la sal que produce vuestro salobrar natural son conocidas por nuestros mercaderes y deberán ser objetos de nuestra atención futura, sin embargo, ahora, lo que más me interesa es el reclutamiento de mercenarios de reconocido valor, por lo que sí tus hombres demuestran ante mí la fama que les precede, quizás podamos llegar a un acuerdo si a tus ofertas de protección añades un escuadrón de honderos.

 

Sudando como un descosido por la cierta sensación de inminente peligro que se respiraba en el ambiente, el capitán gimneta aceptó la sugerencia del rey Magón, y ordenó a sus guerreros que hicieran una demostración de su puntería con la honda.

 

Y fue tan certera su puntería a larga distancia y tan grande el destrozo producido por los grandes proyectiles pétreos lanzados por aquellos guerreros contra los blancos humanos, compuestos por numerosos reos de muerte, como grata la impresión del rey ante la idea de lo mucho que ganaría su ejercito con unos centenares de aquellos honderos. Por lo que el trato fue sellado por Magón que accedió a mandar a uno de sus hombres de confianza para evaluar sobre el terreno los beneficios ofrecidos por Rop “el fuerte” y la posibilidad del reclutamiento de guerreros para nutrir sus tropas de choque.

 

Magón ordenó que dos de sus trirremes fueran aparejadas para cruzar el mar, en embajada de su reino y dio carta libre al capitán gimneta y a sus guerreros para que circularan libremente por Cartago y disfrutaran de sus carreras de cuadrigas a las que los cartagineses eran grandes aficionados y del lenocinio imperante en aquella ciudad sin moral  donde las rameras gozaban de gran prestigio y respeto.

 

Pasado el tiempo necesario para los preparativos, del gran muelle militar, partió la ligera nave embajadora del “Cuervo” acompañada de dos grandes trirremes púnicas en dirección a las costas de la Gimnesia mayor, orientadas por la Estrella Fenicia y protegidas por los grandes ojos pintados en la proa de las naves que ven y sortean en la oscuridad los peligros.

 

Allí, en la distancia se difuminaba la visión de la gran ciudad fundada por Elisa, la viuda fugitiva, la legendaria Dido, hija de Belo monarca de Tiro, llorando por el destierro de su perdido reino, después de haber navegado por el mediterráneo acompañada de unos pocos fieles y setenta rameras recogidas en su largo periplo marítimo.

 

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Rop “el fuerte” fue altamente obsequioso con sus visitantes, y no tuvo ningún inconveniente con el pacto sellado por su embajador en cuanto a las tropas mercenarias solicitadas por el jerarca Magón. .

 

 En su calenturienta mente no veía como habría podido inventar un mejor medio para quitarse de encima a los personajes más molestos de su imperio, cuando este fuera creado, con la ayuda de aquella terrible potencia extranjera.

 

Mandó que mostraran al embajador cartaginés las salinas donde los artesanos fenicios obraban su labor de expolio de la sal con total impunidad protegidos por guerreros del “Cuervo”, y el islote  donde se había construido un gran almacén para poner a buen recaudo las mercancías fenicias, que después eran vendidas , en provechoso comercio, a los poblados indígenas que rodeaban la gran playa que presidía desde su bocana el islote.

 

También se habían construido, en la pequeña isla , abrigados muelles para fondear con seguridad tanto al norte como al sur del islote en caso de vientos contrarios de cualquier dirección.

 

Contó al embajador cartaginés la pobre impresión que le habían causado los foceos, aquellos griegos a los que había pedido una protección que no le habían dado por tener que defender Alalia, allá en Córcega, con sus trirremes de un enemigo indefinido y que habían fundado enclaves en la cercana península hispana dominada por el imperio de Tartesos de los que se habían hecho aliados.  El embajador escuchaba aquella información con un raro brillo en los ojos, para después dejar caer, irónicamente, estas palabras.

 

_Todos los pueblos que has nombrado, serán barridos por la gran ola cartaginesa  de la   que, en tu gran visión de estadista, te has aliado. Te comunico que e visto con agrado lo que haces para garantizar nuestro libre comercio, y así se lo comunicaré a mi rey.

Los habitantes de Cartago tenemos grandes empresas por delante en busca de la expansión de nuestro imperio, por lo que te aseguro que en el transcurso de nuestras empresas , desviaremos hacia vuestras costas el suficiente número de efectivos para destrozar a este pequeño reducto de impertinentes guerreros que impide que comience tu hegemonía en el archipiélago - Continuó el cartaginés - Te dejaré tus honderos en prenda para que comiences tus campañas de conquista pero, no olvides que cuando te hayamos ayudado a vencer a tus enemigos de “Halcón”, vendrán con nosotros doscientos de ellos que puedes reclutar entre los pueblos que te anexiones a partir de ahora.

 

_ ¿Y cuando vendrá vuestra ayuda? - Preguntó, ansioso, Rop “el fuerte” – Necesitaré poco tiempo para reunir tus honderos mercenarios .

 

_ Pronto – Contestó sibilinamente el embajador - muy pronto...

 

A la mañana siguiente las dos naves  emprendieron el regreso a Cartago impulsadas por el fuerte viento favorable del embate que sopla en las islas cuando el sol ya calienta la atmósfera y trae al olfato el fino olor de los pinos mediterráneos...

 

                                                                                             Capítulo décimo

 

Mientras tanto en Alalia, su principal enclave en Córcega, los griegos foceos reunieron una gran flota de naves de guerra.

 

Las noticias que llegaban de sus espías en Cartago y en Etruria distaban mucho de ser tranquilizadoras. Acababan de establecer colonias en Córcega y Cerdeña, además de las que ya mantenían en Sicilia. Esto intranquilizó tanto a los cartagineses como a los etruscos que temían que los griegos pudieran llegar a monopolizar el comercio marítimo en la zona.

 

 La supremacía en el comercio debería ser dilucidada por las armas ya que Cartago, en coalición con Etruria, quería dejar la impronta de su imperio principalmente en la parte occidental del Mediterráneo y que incluía la mítica Tartesos, mientras que los etruscos ambicionaban dominar la parte oriental comerciando libremente , sin imposiciones de la talasocracia griega, desde el Ródano, pasando por la isla de Elba  de donde extraían su mineral de hierro y sus exquisitos vinos, hasta toda la Itálica.

 

Los griegos focenses, conscientes de su supremacía marítima de guerra, y que tan lejos les había llevado en sus avances comerciales y fundación de ciudades, decidieron plantar cara al naciente imperio cartaginés.

 

Y allí, en aquellas límpidas aguas del mar Tirreno, procedentes de todos sus asentamientos, habían reunido una majestuosa flota de sesenta trirremes dispuestas a dejar claro ante el mundo quien podía ser la nación dominante en aquellas aguas expandiendo su comercio y amasando grandes fortunas , imponiendo su talasocracia..

 

                                                                                                   ----------------------------------------

 

 

Mientras tanto en “Halcón”, adonde la vida transcurría placidamente como si el tiempo se hubiera congelado y donde los hombres, en su pequeño universo, cumplían fielmente con el destino marcado por los dioses, Catlo “el que conoce” había ordenado a los artesanos la construcción de dos naves de guerra iguales a la que ya tenían , y que tan buen resultado había dado en su maniobrabilidad y potencia de combate.

 

Fue un día de gran ceremonia y regocijo cuando fueron abarloadas las tres naves de la flota del “Halcón” para ser bautizadas con los nombres que les acompañarían para siempre en sus singladuras .“Valerosa” fue nombrada la primera, “Guardiana” nominada la segunda y “Cazadora” la tercera.

 

Las tres ligeras embarcaciones estaban debidamente armadas y aparejadas en disposición de zarpar en cualquier momento.

 

Entre las tres naves, podían embarcar toda la gente que componía el clan y por lo tanto servirían en caso de necesidad para unir los sinos de toda la tribu del “Halcón” alrededor de un mismo destino.

 

La luna volvía a lucir en toda su plenitud cuando se pronunció el gran juramento ante los dioses Toro. Todos los pobladores se juramentaron a seguir un mismo camino y a compartir un mismo destino con sus jerarcas al frente. Tanto si había que luchar hasta la muerte por el poblado como si se debiera entablar una mortal lucha en el mar, guerreros, ancianos, mujeres y niños compartirían la lucha, el martirio o la supervivencia todos juntos.

 

También, sin excepción, abrazados unos a otros danzaron entre lágrimas de fraternidad su danza circular a los sones de la melodiosa flauta y el rítmico tamboril que el pastor mayor del poblado hacía tañer, sin pausa, con sones ancestrales.

 

Sekem, emocionado y ceñido a la bella Numara, danzaba con ellos la atávica danza sintiéndose totalmente integrado en aquella tribu guerrera que unía su destino con aquel juramento sellado por el Sumo sacerdote Vatus “el preclaro” , con el sacrificio de una gran hecatombe de cabras y cerdos en honor a los dioses Toro que habían presidido, con su presencia en el poblado, tan sagrado compromiso.

 

Danzaron hasta llegar al éxtasis , y hasta que las estrellas comenzaron a palidecer por la claridad incipiente del amanecer.

 

El tritón del hombre “guardián del fuego” rompió el silencio de la madrugada con su profundo son, y todo el poblado , reunido junto a la arena, contempló, aturdido por su magnitud, el paso en la lejanía de una gran flota de unas sesenta naves de guerra cartaginesas que navegaban  en dirección norte...

 

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Partieron de las costas de Etruria sesenta naves de guerra que, a la altura de Cerdeña, se juntaron a la flota de Cartago conformándose la gran flota de la coalición Cartaginesa-Etrusca que se adentró en el Mar Tirreno, hacia el norte, con destino a Alalia, donde sabían que se habían concentrado las naves de guerra griegas.

 

Y al comienzo del atardecer empezó la gran batalla naval. En doble número de naves luchaba la coalición etrusca-cartaginesa ,  y con sesenta avezadas y terribles trirremes peleaban los foceos.

 

 Infinidad de lamentos, gritos de furia y de muerte, sangre y fuego acarreó el feroz encuentro entre los poderosos navíos

 

Nadie podía predecir cual sería el resultado final de la contienda, pues los griegos se multiplicaban en la batalla, y sus trirremes resultaron ser más ligeras en la maniobra que las naves de la coalición.

 

Cuando abatió la tarde y llegó la cerrada oscuridad, el resultado de la batalla naval era incierta y los contendientes griegos supervivientes, perdida la visibilidad diurna emprendieron derrotas que les separaron de la contienda.

 

Los albores del amanecer reflejaron los terribles resultados de la batalla, quedaban a flote unas veinte naves de la coalición etrusco-cartaginesa con grandes desperfectos en su arboladura. Los lamentos de los heridos se oían desde la costa corsa, pero de la imperante talasocracia griega ya no quedaba más que un lejano recuerdo de su anterior hegemonía.

 

Los habitantes de Alalia fueron pasados a sangre y fuego por los restos vengativos de la flota de la coalición y fue acordada la partición de los territorios de las islas de Córcega y de Cerdeña, la primera isla fue para los Etruscos y la segunda  la tomaron los Cartagineses.

 

 

 

                                                                                                Capitulo once

 

 

Las maltrechas naves supervivientes de la gran batalla de Alalia fueron reparadas en el puerto corso, y una vez rehechas sus tripulaciones del esfuerzo bélico y asegurado su aprovisionamiento, conquistaron fácilmente , los cartagineses ,  la indefensa Cerdeña donde fundaron asentamientos para el comercio fenicio-cartaginés, y como primera acción arrancaron todas las cepas de los viñedos para impedir la dura competencia que la malvasía de Cerdeña habría representado para las exportaciones de sus vinos en previsión de si volvían a perder la plaza a manos de otros conquistadores.

 

Y allí, en la fortaleza de Byrsa, la familia Magónida diseñó las líneas maestras sobre las que se debía sustentar la expansión de su imperio, comenzando así el tiempo en la historia  que ocuparía Cartago, por derecho propio, durante largas centurias.

 

Fue el principio del fin del imperio de Tartesos ya que a partir de estos momentos posteriores a la batalla de Alalia el acceso de los griegos y los etruscos hacia este emporio comercial situado en Iberia fue monopolizado por Cartago que  se esforzó en reforzar los enclaves fenicios transformándolos de simples puertos comerciales en los verdaderos puntales de su imperio.

 

Gobernar únicamente sobre ruinas y muerte no entraba en sus planes, pues el imperio de Cartago, tal como el de sus antecesores los fenicios de Tiro y Sidón se basaría en el comercio que le acarrearía las riquezas necesarias para continuar su expansión. El comercio únicamente se realiza entre vivos, por lo que una vez establecidos los acuerdos de delimitación de territorios convenidos con los etruscos, y frenada la talasocracia griega que, a duras penas, mantenía unos asentamientos en Sicilia , volvieron sobre sus antiguos pasos comerciales, salvaguardados, como siempre, por la atenta vigilancia armada de su flota de guerra.

 

Y  entonces fue cuando acordaron consolidar definitivamente su presencia en las islas Gimnesias, y acrecentar el poder de su ejército con la inclusión en su seno de los mercenarios baleares armados con sus terribles y certeras hondas.

 

Recordaron la grotesca oferta de protección de aquel patético reyezuelo del poblado del “Cuervo” y su promesa de reunir un escuadrón de honderos mercenarios para ponerlos a su disposición con la única condición de dejarle expedito el camino de su megalomanía arrasando un pequeño poblado llamado “Halcón” que significaba un gran obstáculo para sus proyectos, pero no para el poderoso imperio de Cartago.

 

Como, ante todo, predominaba en ellos su instinto comercial, los cartagineses decidieron que sería más recomendable a sus intereses el contar con los honderos mercenarios de una forma totalmente voluntaria, además de contar con el camino allanado para saquear impunemente las riquezas salinas de la Gimnesia Mayor y comerciar provechosamente con sus gentes, que  tener que distraerse de sus grandes planes expansivos con unas molestas luchas innecesarias por lo que, de la gran flota que enviaron a Gadir para consolidar sus posiciones frente a Tarsis, escindieron, a medio camino, diez naves fuertemente armadas que recogerían a los mercenarios y después pasarían a sangre y fuego el incomodo poblado del “Halcón”.

 


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Habían sido injustamente maltratados y algunos, a la menor objeción, ejecutados sumariamente. Los hombres que habían acompañado al ajusticiado Tasis en su campaña contra  “Halcón” habían caído en desgracia ante el tirano del poblado del “Cuervo”.

 

Fueron obligados a ofrecerse “voluntarios” para la horda de mercenarios que debía acompañar a los cartagineses en sus campañas bélicas, y puestos como ejemplo para convencer de la bondad de este oficio a los guerreros de los poblados vecinos, hasta que reclutaron el número de doscientos hombres, a los que habían prometido grandes riquezas en especie, incluidas mujeres exóticas, que traerían de vuelta a sus poblados cuando terminaran sus campañas.

 

A medida que los guerreros, atraídos por las promesas de los emisarios del “Cuervo”, iban llegando al poblado, eran rápidamente desarmados y, perdida su libertad,  puestos bajo la custodia de guardianes que impedían su vuelta atrás en la decisión tomada.

 

Cuando la escuadra de  naves cartaginesas fue avistada en el horizonte dirigiéndose a la costa fue cuando, desesperados, dos de los antiguos guerreros de Tasis, conocedores de todos los recovecos de su poblado, intentaron, con éxito, la fuga del reducto donde los tenían prisioneros.

 

A lomos de un mulo, robado en las cuadras del “Cuervo”, se adentraron en la espesura del pinar y avanzaron  lo más rápidamente que pudieron hacia las posiciones del “Halcón” donde se entregaron a los hombres de Lecir”el valeroso” y fueron llevados a presencia del sumo sacerdote Catlo “el que conoce”.

 

Un ramalazo de frío cruzó el espinazo de Catlo cuando, solo con verlos, intuyó que los  días de paz llegaban a su fin y que las jornadas de pesar para su poblado comenzarían nada más escuchar las palabras de aquellos dos desertores que, prosternados ante él, pedían su audiencia.

 

_ Habladme de los motivos que os han traído a nuestro poblado guerreros- dijo secamente Catlo – Intuyo, por vuestra apresurada llegada, que nada bueno puedo esperar que salga de vuestros labios.

 

Le contaron, de nuevo, de la megalomanía de Rop”el fuerte”en su intención de erigirse en emperador del archipiélago y de cómo habían sido tratados con infamia desde su derrota.

 

Avisaron de la inminencia del ataque de las naves cartaginesas contra el poblado del “Halcón” y de la imposibilidad de vencerlos con los medios con que contaban para defenderse, por lo cual aconsejaban que fuera desalojado el poblado o, en su caso, que se prepararan a morir tras desigual batalla con los numerosos efectivos con que contaban las fuerzas enemigas aliadas con el “Cuervo”. Por último, ponían su vida en manos de lo que decidiera “Halcón” pues sabían de la justicia que imperaba tras sus sagrados muros.

 

_ Vuestras vidas serán salvaguardadas por el clan del “Halcón” , ya que vuestro aviso servirá para darle una ligera oportunidad de supervivencia y nunca mordemos la mano del que nos la tiende con ayuda – Continuó Catlo – Deberéis jurar ante los dioses Toro vuestra fidelidad a nuestro pueblo y poner vuestra destreza con las armas a su servicio , ahora podéis salir de mi presencia.

 

A la declaración de los dos guerreros habían asistido Lecir, Vatus y Sekem que, con caras crispadas por la tensión del momento, contemplaban a Catlo esperando su juicio crítico de la peligrosa situación de emergencia en la que se encontraban tan repentinamente.

 

_ Recuerda amigo Sekem los augurios de los dioses en la gran caverna de los signos y sus indicaciones del gran éxodo de “Halcón”.- Dijo el sumo sacerdote Catlo - pero, recuerda también que, con la misma verdad que se ha producido la primera parte de sus designios, la gran victoria de “Halcón” contra sus enemigos, por poderosos que estos sean y por mucho que sea el terror que sus grandes medios impriman en nuestros corazones, está esperando, con la misma certeza, entre la bruma del tiempo .

 

_ Mi destino está unido al vuestro amigos míos - Dijo emocionado el egipcio- os acompañaré hasta donde los dioses me lo permitan y me den fuerzas.

 

_ Gracias amigo Sekem por tu lealtad ante las pruebas a que nos vemos sometidos, pero te declaramos hombre libre cuando te recogimos en “Halcón”- Dijo Catlo - y te autorizo a que tú y tu esposa Numara corráis con vuestro destino libremente.

 

_ Y con toda libertad elijo acompañaros en vuestra suerte – dijo firmemente Sekem – Se que mis servicios os serán necesarios en el futuro próximo – Y añadió sonriente - Además, no quiero perderme la danza de la victoria que mi bella Numara bailará para “Halcón” el día que volvamos a estas queridas murallas...

 

Catlo”el que conoce” se inclinó ante el egipcio y después, emocionado, se dirigió a Vatus “el preclaro” dándole un gran abrazo.

 

_ Amigo mío, ha llegado el momento de tu partida hacia el santuario del Toro, para que allí cumplas tu promesa de rogar por nuestro destino a diario, ya que nos hará falta.

 

_ No dudes que así será, maestro – dijo Vatus devolviéndole el abrazo- gracias por confiar en mi y en mi familia amigos...

 

Vatus “el preclaro” salió de la sala hipóstila en dirección a la gran torre para comenzar a preparar el viaje sagrado de los dioses Toro, dando órdenes precisas a su familia.

 

Mientras, Catlo, hablaba serenamente con Lecir “el valeroso” sobre la estrategia a seguir para iniciar el éxodo del pueblo del “Halcón” y encontrar alianzas que les permitieran recuperar el camino perdido por las ambiciones execrables del tirano del “Cuervo”.

Y después de un largo rodeo, adentráronse mar adentro para impedir que desde la costa se pudiera ver el rumbo que tomaran más allá  del horizonte. Después las tres naves enfilaron sus proas en dirección a la isla del viento.

 

Allí donde la vegetación crece alargada en dirección al sur por la intensidad del casi permanente viento que no es apaciguado por ninguna cordillera de alturas protectoras.

 

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 La misteriosa Gimnesia menor, en principio no debía ser hostil a la llegada amistosa del pueblo del “Halcón” en su forzado éxodo huyendo de los cartagineses, pero la prudencia les marcó el permanecer sobre el islote central del gran puerto natural cercano al poblado principal de la isla.

 

Pronto llegaron noticias de los pobladores en forma de emisarios que, en un pequeño bote, se acercaron a la nave Guardiana, buque insignia de la flota del “Halcón”.

 

 El bote se quedó a una cierta distancia prudencial de la proa de la nave a la espera de parlamentar.

 

Catlo “el que conoce” había prohibido a bordo de sus naves cualquier actitud que pudiera ser interpretada como agresiva para los emisarios de la isla del viento.

 

Pronto fue botado al agua un bote desde la “Guardiana” al que subieron Lecir y Catlo llevando en sus manos regalos como ofrenda a los moradores del poblado de Los obeliscos y las mesas pétreas.

 

El ritual de las conversaciones con aquellos pobladores de la isla del viento seguía unos ritmos lentos marcados por su suma sacerdotisa Pursa que, sumamente recelosa con los recién llegados, no quería tomar ninguna decisión hasta que los astros no convergieran sobre sus correctas posiciones astronómicas medidas con toda precisión a través de la alineación con su monumental mesa megalítica.

 

Por lo que amistosa, pero fríamente,  fueron autorizados ,mientras tanto, a fondear en  una cala cercana cuyos acantilados estaban socavados por multitud de cuevas funerarias.

 

 Y por ello, el pueblo del “Halcón” habitó, largos días, entre los muertos y fue custodiado por los ancestros de aquel pueblo.

 

Se mostraron sumamente considerados con aquel entorno sagrado , ni siquiera alzaban la voz, y los chiquillos, no celebraban sus juegos con el griterío habitual, dando muestras de general respeto.

 

Catlo, en su economía de guerra, ofrecía la vida y la sangre de los animales que sacrificaban a los dioses y a los ancestros que allí habitaban, pero luego la carne en vez de ser incinerada, era consumida por las tripulaciones, ya que nada podían desperdiciar, pues no sabían el resultado de sus suplicas a los jerarcas de aquel pueblo al que habían pedido ayuda.

 

En las tres naves viajaba todo el pueblo del “Halcón”, unidos sus destinos en una única dirección, y nadie se excluía de la condición de combatiente, jerarcas, guerreros, niños, ancianos y mujeres formaban un solo ejército, grandemente temible por el hecho de que defendían el único bien que les quedaba que era su vida , además de su supervivencia como pueblo.

 

Y Sekem, ante los pétreos acantilados de los ancestros, recordó las palabras de Catlo ante la cueva de los signos: “Cada campesino se convierte en soldado y al término de la guerra vuelve junto a su arado”, y en un estremecimiento conoció que la voluntad de los dioses se estaba cumpliendo, por ello abrazó confiadamente a Numara entre sus brazos y acarició amablemente la cabeza de Nut “el joven”, su inseparable ayudante.

 

 Comprendió entonces la grandeza de “Halcón”, un pueblo que nada esperaba del mañana salvo permanecer unidos tal como ayer. Un pueblo en que todos dependían de cada uno y cada uno dependía de todos.

 

Embargado por la quietud de las aguas límpidas y tranquilas de aquella cala de los ancestros, admiró la entereza y la valentía de aquel clan, y entendió que en aquella serenidad imperante estaba contenida la esencia de la vida . Luego, se sosegó escuchando las esquilas de sus ganados desembarcados que pastaban por los prados cercanos a la orilla con sus pastores a su alrededor tranquilizándolos.

 

 

                                                                                                 Capítulo doce

 

 

No obtuvieron de forma rápida la respuesta favorable que esperaban para poder desembarcar. Crator “el mayor”, había muerto  misteriosamente entre grandes sufrimientos, y había una nueva jerarquía en el poblado del “Perro” que no debía ser favorable a sus ruegos, pues los días pasaban sin que les comunicaran su determinación.

 

 El gran jerarca del poblado del “Perro” había sucumbido por la gran magia de Pursa ,la sacerdotisa, que había obtenido fortuitamente sus jugos vitales, semen, saliva y sangre cuando había seducido al jerarca con su gran belleza con el fin de quitarle su poder.

 

 Después había puesto en conocimiento de Crator que tenía su vida en sus manos, y echado al fuego, en su aterrada presencia, el tubo de caña que contenía su semilla de vida.

 

El jerarca había agonizado entre grandes gemidos y convulsiones como si, en verdad, su cuerpo se estuviera consumiendo en el fuego de la hoguera. Después, la sacerdotisa había comunicado al pueblo del “Perro” que su jerarca había muerto de un gran mal desconocido que habían traído a su pueblo los exilados del poblado del “Halcón”.

 

Pursa, la sacerdotisa, se erigió en sucesora directa de Crator “el mayor” y, en asamblea con sus jefes guerreros estableció la estrategia para acabar con aquel pueblo maldito fondeado en sus naves en la cercana cala de los ancestros.

 

Debían apresarlos a todos, pero totalmente desprevenidos y fuera de sus naves para evitar su huida. Solo con la muerte en sacrificio de todos ellos y la exterminación completa de sus rebaños podía conjurarse que el gran mal que portaban se extendiera entre los pobladores del “Perro”.

 

También decretó el luto por el jerarca muerto y ordenó el traslado de su cuerpo, que ya presentaba el envaramiento de los difuntos, a la explanada de la descarnación para que, con la colaboración de los buitres negros, la carne se separara de los huesos que después serían inhumados en la gran naveta real, tal como correspondía a un jefe de la talla de Crator.

 

La embajada del “Perro” llegó solemnemente hasta la orilla de la cala de los ancestros, y amablemente invitó a desembarcar a todo el poblado del “Halcón” a tierra firme, haciendo ceremoniosamente entrega simbólica a Catlo “el que conoce” de pan , leche y sal en ofrenda de bienvenida.

 

Debían entrar en el poblado del “Perro” totalmente desarmados como muestra de son de paz, mostrar sus respetos a la gran Pursa y jurarle vasallaje. Después podrían recoger sus armas y enseres para integrarse en el poblado en la zona que la gran jerarca ya tenía determinada para su asentamiento.

 

Aunque desconfiando grandemente de las intenciones de aquella gente, pero confiando plenamente en la guía de los dioses, el pueblo del “Halcón” avanzó en masa y con sus jerarcas al frente hacia el poblado del “Perro” donde fueron rodeados por los guerreros de Pursa y apresados rápidamente por ellos.

 

La gran jerarca Pursa no dudó en declararlos impuros y portadores del gran mal , sentenciándolos a morir en una gran hecatombe cuando las estrellas decretaran sus designios alineándose sobre la gran mesa pétrea del  santuario del poblado.

 

Fueron maniatados y llevados a un gran cercado de largos espinos cercano a la explanada de la descarnación donde Crator”el mayor” estaba colocado sobre un gran túmulo de piedra para que su cuerpo fuera devorado por los buitres negros que no tardarían en hacer su aparición reclamando su macabro festín.

 

Para extrañeza de Sekem “el hombre de los que sufren”, los buitres tardaban en bajar de las alturas un tiempo que le pareció anormal. Daban grandes círculos sobre la explanada de la descarnación, pero permanecían en el aire como si desconfiaran de su presa. Algunos se decidieron a bajar, pero permanecían posados sobre las ramas de los árboles cercanos sin aproximarse al cadáver.

 

Ningún hedor se desprendía del cuerpo del jerarca aunque ya hacía dos días que su vida se había extinguido y un día más que su cuerpo estaba expuesto al sol justiciero de la isla.

 

Sekem, comenzó a sospechar que aquel jerarca guerrero no estaba muerto, sino que presentaba un raro estado vital que, en sus estudios de medicina, se denominaba como cataléptico. Cuando analizó el comportamiento de los buitres y la ausencia de hedor hacia el envarado cuerpo de Crator, un vago sentimiento de esperanza cruzó por su mente y comunicó a  Lecir y a Catlo sus pensamientos.

 

_ Amigos míos, por lo que sé de mis antiguos maestros de medicina, este hombre que yace en la explanada de la descarnación no está muerto, sino que sufre de un estado que se llama catalepsia de la cual posiblemente podría sacarlo si contara con los medios adecuados. Fijaos en que no hiede ni es devorado por los buitres por el momento ya que estos intuyen que su presa no está muerta...

 

Lecir y Catlo tuvieron que convenir en que los síntomas de descomposición no se estaban produciendo y comprendieron que el comportamiento receloso de los hambrientos buitres no era el normal, aunque estos iban estrechando el cerco paulatinamente.

 

_ Entiendo por lo que nos dices- Dijo Catlo - que de alguna manera podrías sacar de su estado de difunto al cuerpo de Crator y devolverlo a la vida. Esto, aunque no entra en mi entendimiento que sea posible, sería nuestra salvación, ya que la fama de justo de este hombre es conocida en todas las islas, pero para nuestra desgracia no a podido darnos su acogida.

 

_ Así es, creo firmemente que este hombre solo está profundamente magnetizado por algún motivo de magia negra - Afirmó Sekem - Daría mi mano derecha si su estado no es el que yo pronostico.

 

_ Pero,¿ cuales son tus necesidades para poder sacarlo de su estado de muerte? -Preguntó Lecir, totalmente incrédulo...

 

_ Necesito el pez que da sacudidas - Dijo Sekem, pensando en el gran siluro del Nilo - pero aquí no podemos conseguirlo. ¿ Existe acaso en vuestro mar algún pez que produzca espasmos al tocarlo ?...

 

_ Si existe, y se llama raya - Intervino Numara - Es peligroso tocarla mientras sigue viva ya que produce fuertes sacudidas dolorosas a quien se atreve a tocarlo por descuido. He pescado muchas, en las arenas cercanas a “Halcón”, con las redes del poblado.

 

_ ¿ Serías capaz de pescar una de viva para poder intentar despertar a Crator?- Preguntó ansioso Sekem

 

_Si pudiera llegar a nuestros barcos por la noche y tender las redes en la arena de la cala de los ancestros, sería muy posible que pudiera traerte un ejemplar vivo, pero será muy arriesgado por la vigilancia a que nos someten- contestó Numara.

 

_ Te ruego que lo intentes con todo tu corazón para dar una oportunidad a nuestro pueblo –  Le pidió Catlo.

 

_ Tus deseos son una orden placentera para mi gran Catlo – Contestó valientemente Numara

 

A partir de aquel momento todos los esfuerzos estuvieron dirigidos a librar a Sekem y a Numara de las ligaduras que les apresaban las extremidades, y al llegar la noche, ya libres, se deslizaron por entre las sombras , sigilosamente, en pos de la gran raya que da sacudidas

 

Contaban con la ventaja de la superstición que afectaba  a los guardianes que, desobedeciendo las órdenes de Pursa, se alejaban de ellos cuanto podían en tanto que eran portadores del gran mal, tanto como confiaban de que los ancestros no hicieran nada por impedir que el “hombre de los que sufren” junto con su valiente mujer subieran a la nave “Guardiana” para recoger las redes que tenderían a lo largo de la estrecha cala.

 

A bordo del ligero bote iban calando las redes que recogían, ansiosamente, pasada una hora. El resultado de la pesca era sumamente fructífero en cuanto que la riqueza piscícola de aquellas aguas era portentosa, pero no pescaron la raya que precisaba Sekem hasta bien entrada la madrugada.

 

Dieron gracias a los dioses y se besaron con amor, después cogiendo la raya con dos palos secos la metieron en un odre medio lleno de agua de mar y comenzaron el peligroso regreso al reducto cercano a la explanada de la descarnación.

 

Faltaba muy poco para que empezara a amanecer cuando Sekem, algo herido por los largos espinos del cercado, se acercó arrastrándose sigilosamente hasta el túmulo de piedra donde reposaba el cuerpo de Crator y, haciendo verdaderos equilibrios, sacó del odre con los palos a la resbaladiza raya que depositó sobre el pecho del jerarca.

 

Una gran sacudida se produjo en el cuerpo del supuesto difunto que entre espasmos despertó de su letargo dando un aterrorizador grito.

 

Los expectantes pobladores de “Halcón”, acurrucados en su reducto rodeado de espinos, estaban extremadamente horripilados por la fantasmagórica escena protagonizada por su amigo egipcio, pero mantenían el silencio de sus bocas con el vello erizado.

 

Los guardianes creyeron ver un fantasma cuando repararon incorporado al difunto  Crator,  y huyeron dando grandes alaridos en dirección a su poblado, escandalizando con sus gritos a los dormidos moradores del clan del “Perro”-

 

 Mientras tanto, Sekem acompañado de Lecir y Catlo tranquilizaban y daban masaje a los ateridos músculos del jerarca rescatado de entre los muertos por la gran magia del egipcio.

 

Reponíase rápidamente el jerarca y puesto en antecedentes  de lo sucedido, recordó al instante los motivos que le habían llevado a este lamentable estado de las cosas, y le brillaban extrañamente los ojos por las ansias de venganza.

 

El sol comenzaba su recorrido e iluminaba ya fielmente el entorno cuando Crator ”el mayor”respaldado por todo el pueblo del “Halcón”, ya debidamente armado, entró en el poblado del “Perro” empuñando una afilada y amenazadora falcata.

 

Los pobladores del “Perro”, sobrecogidos, se prosternaron ante él que se dirigió a la gran torre donde la infame sacerdotisa Pursa le esperaba con la cara tan pálida como la misma muerte, pero con gesto altivo y desdeñoso.

 

Llevaba un cuenco con veneno en la mano... Y gritó a Crator que se estaba acercando a ella blandiendo la espada.

 

_  ¡ Ayyeee Crator ¡, no te daré el placer de darme muerte, no merece tal honor el que viene de entre los muertos - Y empezó a levantar el cuenco hacia sus labios.

 

No llegó a beber ni una sola gota ya que una piedra diestramente lanzada con la honda por Lecir rompió el cuenco repleto del mortal veneno, y fue entonces cuando en sus ojos se dibujó el horror de la muerte pues la espada vengativa de Crator se hundió en su corazón hasta la empuñadura.

 

El cadáver de la ambiciosa sacerdotisa Pursa fue incinerado junto a la orilla de la cala de los ancestros y sus cenizas barridas por las olas en la resaca, ya que sus huesos eran indignos de ocupar un sitio entre ellos, y fue borrada su memoria de entre los vivos como si nunca hubiera existido.

 

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El pueblo del “Halcón” fue rehabilitado entre aquellas gentes por Crator “el mayor”, que les hizo comprender que si su magia era capaz de conseguir restaurar la justicia a través de las sombras de la muerte, nada malo podía proceder de aquellas buenas gentes que ningún mal portaba,  y que el único mal, había habitado en el corazón de la malvada Pursa la que ya no sería nombrada pues su memoria no era grata a los dioses.

 

Los dos jerarcas de ambos pueblos se abrazaron entre el contento de todos, y vistiendo sus mejores galas y rodeados del son de los tritones que rugían con su profundo canto presidieron la gran cena de acogida, a la luz de las antorchas, en el ancestral poblado del “Perro”.

 

Y Numara “la que viene de lejos”, bailó en honor del “hombre de los que sufren” con tanto sentimiento como nunca lo había hecho.

 

 Las lágrimas de agradecimiento de todo un pueblo hollaron las curtidas mejillas de aquellos guerreros, mujeres, niños y ancianos. Y besaron sus pies, pues le debían, de nuevo, la vida.

 

Y Crator “el mayor” le invistió de la mejor púrpura nombrándole jerarca honorario del poblado del “Perro” y le dijo que nada que le pidiera en nombre de “Halcón” le sería negado.

 

_ No he hecho más que devolver a este pueblo el mismo amor que ellos me han dado, amigo Crator –  Dijo emocionado Sekem – y deseo para el tuyo la misma felicidad de la que ellos son portadores.- Continuo el egipcio - Ellos son el pueblo elegido por los dioses para dirigir los destinos de unas islas unificadas bajo un mismo cielo, y te digo en verdad, que ser merecedores del respeto de “Halcón” y seguir sus justas empresas y tradiciones significa respetarse a uno mismo y la justicia de los Altísimos.

 

_ Amigo Crator - Intervino Catlo “el que conoce” –  No tenemos más ambición que volver a nuestro poblado en paz, pero la ambición de un tirano del clan del “Cuervo”, cuya ambición de poder no tiene límites, impide que se realice nuestro deseo. Se a aliado con los cartagineses para dejar saquear la isla de sus pobres bienes a su antojo, pero estos pobres bienes,  sin embargo, nos han permitido desarrollar un intercambio comercial favorable desde el tiempo de nuestros ancestros. No es que deseemos cortar el comercio, por otra parte tan necesario a nuestros pueblos, sino, el no permitir que se nos empobrezca a cambio de nada.

 

_ Comprendo vuestros argumentos – Dijo Crator – Decidme como puedo ayudaros con mis pobres medios, que si bien son poderosos en tierra firme, son endebles en el medio del mar ya que solo cuento con cuatro naves ligeras que, sin embargo, pongo a vuestra disposición, así como sus correspondientes tripulaciones de guerreros.

 

_ Creo que serán suficientes dos naves, y que nos dejes habitar en el lugar que decidas de tu poblado durante un tiempo para recuperar fuerzas y establecer nuestras estrategias.

- Dijo Catlo

 

_ Así sea, uniré el destino de mi pueblo al vuestro, y llegado el momento de la victoria os será reconocida vuestra supremacía moral sobre él – Decretó Crator “el mayor”, dando un abrazo al sumo sacerdote Catlo.

 

Y allí, en la sala hipóstila del poblado del “Perro”, se definieron los próximos pasos para cortar de raíz las ambiciones de Rop “el fuerte” y devolver al clan del “Halcón” a su querido poblado.

 

 

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Y los dioses, inmisericordes, queriéndose cobrar la deuda de la vida del sumo sacerdote Catlo, prepararon al gran calamar, allí, en las profundidades cercanas a la Isla de las Cabras.

 

Infundiéronle ansiedad, impaciencia y zozobra por la inutilidad de su ciclo de vida  ya cercano a su fin sin conseguir la necesaria descendencia para la perpetuación de la especie.

 

Y, acuciado por los dioses, el gran calamar buscaba con obsesiva ansiedad la hembra para conseguir tal fin.

 

Cegado casi completamente por la intensidad de la luz de aquel mar cuya poca profundidad no permitía  los sitios de abisal oscuridad, afinaba al máximo su instinto para conseguir encontrar la necesaria pareja y, sintiendo que su período vital estaba finalizando, dedicaba largo tiempo a la patrulla de aquellas aguas cazando solo lo imprescindible para su supervivencia...

 

 

 

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Las cinco naves, perfectamente pertrechadas de armas y víveres zarparon a finales del verano de la Gimnesia Menor en dirección a la pequeña Isla de las Cabras dando un gran rodeo que les alejara de la visión de las costas de la gran Gimnesia Mayor.

 

El tiempo no era bueno y las olas y las corrientes dificultaban la navegación de aquellas ligeras naves que albergaban en su seno a todo el valiente y esforzado pueblo del “Halcón”, pero ,hora a hora, se acercaban a su objetivo sin tener más zozobra que algún mal de mar entre los tripulantes poco avezados a las intranquilas aguas.

 

Sekem había aprendido mucho sobre la utilización de la constelación de la osa mayor entre los habitantes de la Gimnesia Menor  y, aunque el alejamiento de las costas hasta derroteros que discurrían fuera del avistamiento de las mismas intranquilizara grandemente a aquellas gentes, el rumbo marcado siempre coincidía con un  gran suspiro de alivio cuando se divisaban de nuevo los perfiles de los acantilados de su objetivo.

 

La nave “Guardiana” con el “Hombre de los que sufren” a bordo navegaba a la cabecera de la flotilla del clan ,  y marcaba ,con seguridad , el rumbo que seguían fielmente las otras naves.

 

Junto a Sekem, Nut “el joven” bebía de la sabiduría de su maestro y mesaba la cabeza al gran perro pastor que no se separaba de ellos ni un solo instante.

 

A una orden de Sekem había encendido la gran antorcha de popa que señalaba su posición en la noche a las otras naves que le seguían , y respiró el aire húmedo con la satisfacción de quien mantiene una gran felicidad interna ; después tuvo un escalofrío y se abrazó al talle de su maestro que, emocionado por la confianza del chiquillo, le tapó los hombros con su manto púrpura para protegerlo del frío... La verdad es que lo quería como se quiere a un hijo...

 

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Tal como tenían calculado, llegaron de noche a la Isla de las Cabras, y se mantuvieron , hasta que despuntó el alba , lejos de los rompientes que mostraban el blanco espectral de su espuma cuando chocaban violentamente contra el pié de los acantilados  . Después ,al amanecer , buscaron la entrada a la protectora rada donde anclaron las cinco naves.

 

Lecir distribuyó la guardia en los altos de los montículos que rodeaban el gran puerto natural y mandó patrullas para asegurarse de que estaban solos en la isla.

 

Una vez enterado de que ellos eran los únicos moradores de aquel solitario territorio , informó a Catlo, quien dio las pertinentes órdenes para que se estableciera el campamento en el lugar más estratégico para la posible defensa del mismo.

 

 

Se prohibió la confección de hogueras en la parte norte , para impedir que pudieran delatar su presencia a las gentes de la isla Gimnesia Mayor y , por supuesto ,  a cualquier navegante cuyo derrotero pasara cercano a la isla de las Cabras.

 

Catlo “el que conoce” observó desde la altura del monte mayor el nítido perfil de la gran isla que se perfilaba en el horizonte donde les esperaba su antiguo hogar. Suspiró profundamente apenado por el recuerdo de los augurios que le impedirían envejecer en paz en su territorio.

 

 Sabía que estaba en el punto más cercano por mar al poblado del “Cuervo”, y por esto había acordado con Lecir y Sekem, que la isla de las Cabras sería la base de operaciones para comenzar la reconquista de “Halcón”.

 

Tendrían que jugar sus bazas con astucia, pues sus fuerzas eran limitadas y su principal objetivo sería conseguir la supervivencia de la mayoría del clan , y no la innecesaria provocación de enfrentamientos directos en los cuales  pudieran perder la vida gran cantidad de guerreros. Para ello, habían concebido la arriesgada estrategia de intentar, con repetidas mascaradas, enfrentar a los fenicios con sus aliados del poblado del “Cuervo”.Deberían ser rápidos en sus acciones y sigilosos como la suave brisa , para dejar plantadas sobre el terreno falsas pistas que condujeran a los fenicios a desconfiar de los guerreros de Rop “el fuerte” y, a estos de sus aliados fenicios. La finalidad era que sé autodestruyeran.

 

                                                                                                  Capitulo 13

 


El tiempo de Otoño seguía transcurriendo en forma altamente desapacible, lo cual impulsó al esforzado pueblo del “Halcón a levantar su campamento en la Isla de las Cabras lo más confortablemente posible , a pesar de los escasos recursos disponibles en aquel salvaje y árido islote.

 

Reunidos los jerarcas alrededor de la hoguera , dispusieron la construcción de cuatro pequeñas embarcaciones que pudieran servir para acercarse rápidamente a las costas de la Gimnesia Mayor y ser fácilmente camuflabes por su escaso porte, sin embargo deberían ser más marineras que los botes normales ya que deberían atravesar sin dificultad el largo y peligroso recorrido entre islas con sus poderosas corrientes.

 

El tiempo transcurrió lentamente mientras se preparaban para llevar a cabo sus arriesgados planes . Los dioses quisieron que ninguna nave extranjera intentara recalar en la abrigada rada durante aquellos meses que necesitaron para construir las embarcaciones de asalto , las cuales iban tomando forma con cada golpe de hacha del  artesano carpintero , ayudado por todos los guerreros .

 

 Mientras tanto , las esforzadas mujeres del clan preparaban las velas y los aparejos con que deberían  ser dotadas aquellas rápidas embarcaciones de asalto , y los niños  afilaron las falcatas y recogieron afilados proyectiles para las hondas , en los que los ancianos grababan  ancestrales signos dirigidos a los dioses para conquistar su favor en la batalla.

 

Trenzaron largas cuerdas con el basto esparto recogido de las numerosas plantas que tapizaban el árido paisaje del islote, mientras los niños, siempre ajenos a la tragedia ,                                                                                                                                                                                                                                                     jugueteaban con las alargadas lagartijas que poblaban  en gran cantidad aquellos parajes.

 

Aquellas largas cuerdas deberían servir para que una de las grandes naves arrastrara a los botes de asalto hasta la cercanía de las costas enemigas durante la noche y dejarlas  lo mas cercanamente posible a sus objetivos, para después volver a la rada de la isla de las Cabras antes del amanecer.

 

Cuando llegó la próxima luna nueva y era difícil el que les vieran desde la costa, los cuatro botes de asalto fueron remolcados por la nave “Guardiana” hasta las cercanías del islote que servía de almacén a los fenicios ,  y una vez soltados de sus amarras dos de ellos y sus tripulaciones, con Lecir “el valeroso” al frente, levantaron las velas y se dirigieron veloces hacia su objetivo .

 

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 El perfil de una gran embarcación de carga amarrada a sotavento del pequeño islote se iba dibujando entre la espantosa oscuridad a medida que las embarcaciones de los guerreros del “Halcón” se acercaban silenciosamente a la  rocosa costa de la pequeña isla escogida por los fenicios para instalar su base de comercio y expolio.

 

Mientras tanto, la “Guardiana” remolcó los dos botes restantes hasta las inmediaciones de las salinas dejando libres las otras dos embarcaciones de asalto con Catlo “el que conoce” al mando, quien, después de levantar las velas puso rumbo a la playa situada a espaldas del gran salobrar natural.

 

Cumplida exitosamente su misión , la nave “Guardiana” emprendió velozmente el regreso a la isla de las Cabras donde llegó cuando el alba empezaba a clarear y lo hacía, premonitoriamente , con el rojo de la abundante sangre que se estaba derramando para la redención del exilado pueblo del “Halcón”.

 

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Fueron inmisericordemente pasados a cuchillo por Lecir y sus hombres todos los tripulantes de la nave fenicia que dormían confiados en sus literas , y los que descansaban en la casamata almacén en tierra, ajenos a la silenciosa escaramuza, no se dieron cuenta de lo que pasaba en la nave fondeada  y siguieron durmiendo arropados en  sus sueños de expolio y riqueza .

 

Cuidaron de dejar señales evidentes de que habían sido guerreros baleares los que habían perpetrado el robo de la nave fenicia de su habitual embarcadero.

 

Después fue sigilosamente desamarrada la gran nave fenicia ,  y llevada a embarrancar en la playa donde Catlo ya los estaba esperando con los cadáveres de los guardianes del salobrar destacados allí por el jerarca del “Cuervo” para proteger el vil expolio se la sal .

 

Fueron subidos algunos cadáveres a la nave y colocados en situación de aparentar que habían sucumbido en encarnizado combate con los fenicios y otros tendidos en la playa junto a cuerpos fenicios en la misma forma.

 

Cuando todo se hubo consumado , el alba ya empezaba a clarear y la flotilla de cuatro naves fue conducida urgentemente por sus hombres a resguardo del bosquecillo del final de la larga playa y sus arboladuras debidamente camufladas con ramas de pino con la esperanza de no ser vistos hasta que llegara la siguiente noche.

 

Confusa sería, en sobremanera, la interpretación que por ambos bandos se dio al enfrentamiento en que sus interpretes callaban , mudos por la muerte .

 

Esta confusión era, precisamente, la que habían pretendido crear , adrede , los guerreros de “Halcón”.

 

Sin embargo , fue suficiente  para desestabilizar la ya escasa confianza y crédito con que contaba entre los fenicios el enloquecido jerarca del “Cuervo”.

 

 Cuando la flota de diez naves fenicias allegó a las costas del poblado, Rop “el fuerte”, sin mediar ningún juicio de valor , fue cruelmente empalado en el centro del poblado por los vengativos marinos de la flota magónida .

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Sin embargo, los fenicios , a pesar de su salvaje acción de represalia , no dejaron de sospechar sobre la posible implicación de “Halcón” en los hechos acontecidos y, puestos a investigar, no tardaron en llegar a la conclusión de que no muy lejos de allí operaban fuerzas ocultas que había que descubrir y eliminar de raíz.

 

Establecieron  frecuentes patrullas de reconocimiento, y sus naves no tardaron en detectar que había señales inequívocas de actividad en la Isla de las Cabras , por lo que se dispusieron a dar caza a sus molestos moradores.

 

No tardaron demasiado en entrar en acción, acicateados los fenicios por las ansias de represalia y haciendo caso omiso a las señales de un mar embravecido y un cielo encapotado alimentado generosamente por un vientecillo tormentoso procedente del Este ,  del que solo quisieron ver la dirección que les empujaba, viento en popa, hacia la ansiada venganza.

 

Pronto los electrizantes tritones de guerra sonaron en las escarpaduras de la Isla de las Cabras avisando a los jerarcas de “Halcón” sobre la amenazante presencia de la flota fenicia compuesta por diez naves en formación de combate que se acercaban con la intención inequívoca de entablar batalla .

 

Catlo, Lecir y Sekem, contemplaron desde las alturas la gran formación enemiga y tomaron la valiente decisión de salir a mar abierto con sus ligeras naves, donde tendrían, al menos,  una oportunidad de combate y de fuga, cosa que no tendrían en tierra, donde, por la superioridad numérica de sus enemigos serían , sin duda , exterminadas todas las generaciones de “Halcón”.

 

Con el tiempo justo para embarcar a todos los habitantes del campamento en las ligeras naves y con el viento de través salieron a mar abierto las cinco naves que conformaban la flotilla de “Halcón” y quedaron desperdigadas frente a la cerrada formación fenicia que con el viento de popa avanzaba amenazadora hacia sus enemigos.

 

Fácilmente maniobrables por el viento a favor las naves fenicias se separaron de dos a dos en contra de cada una de las naves de los baleares que maniobraban de través con el viento en contra. Ningún terror ni ningún síntoma de desfallecimiento atenazaba los corazones de aquellos valientes guerreros, la lucha por la supervivencia encorajinaba el ánimo de guerreros, mujeres, niños y ancianos.

 

La imponente humanidad de Catlo, investido de su túnica púrpura, falcata en mano encaramado al bauprés de la nave “Cazadora” daba ánimos a todos los guerreros baleares con su sola contemplación, mientras, en la nave “Valerosa” el aguerrido Lecir subido al bauprés de la misma tocaba a combate su gran tritón, y pronto, desde todas las naves baleares se aunó el electrizante bramido de los mismos, sonando, atronadores, a coraje y a muerte.

 

Algo más al Sur , en la Nave “Guardiana” Sekem había entregado el mando militar a Numara mientras , el y su ayudante preparaban su instrumental y sitio para los heridos en un lugar apropiado bajo cubierta. Nut , su ayudante , aunque algo pálido , demostraba un temple digno de las enseñanzas de su maestro y Torac , el gran perro de guarda, montaba , como siempre , amenazadora guardia a su lado.

 

Las dos flotillas avanzaban hacia un inexorable enfrentamiento , y aunque se había convenido que las naves de voluntarios de la  Gimnesia Menor quedaran en segundo plano y se dieran a la fuga cuando se entablara la desigual batalla , los enardecidos guerreros del gran jerarca aparentaban estar más ansiosos de entrar en combate que los propios vengativos fenicios , y ajustaban sus velas de forma constante para obtener la máxima velocidad de sus naves cuyos amenazadores espolones sobresalían entre las ondas de la mar gruesa desatada cuando estaban en la cresta de las olas , y era tal su destreza y ansias de combate que adelantaban sensiblemente a las tres naves de “Halcón”.

 

Entonces, la gran tormenta arreció hasta extremos que solo los que conocen el Mediterráneo son capaces de concebir , y Catlo “el que conoce”, desde su nave, oró fervientemente a los dioses arrodillado sobre la insegura cubierta :

 

¡ Ho dioses misericordiosos ¡ , de vuestra gran benevolencia solicitamos que  se aplaque este tiempo enloquecido contra el que tenemos que pelear. Concedednos buen tiempo para la batalla. Escuchadnos con clemencia  para que así podamos conseguir la victoria sobre nuestros enemigos ,  y obtener una paz duradera para nuestro pueblo.

 

Y los dioses, escucharon por última vez las oraciones de Catlo, y crearon junto a la formación de naves fenicias un gran tornado que, en forma de monstruosa tromba marina, arrasó la gran formación de trirremes fenicias y se alejó mar adentro dejando milagrosamente indemnes las naves del clan del “Halcón”.

 

Y en aquellos precisos momentos, inmisericordes, los dioses cobraron su deuda de vida con Catlo , apodado “el que conoce”, y excitaron en el  gran calamar de las profundidades sus instintos para la continuidad de su especie. Engañaron su nublado entendimiento y su atrofiada vista , y le hicieron confundir la nave “Cazadora” en la que navegaba el jerarca con la ansiada pareja con la que realizar la copula para procrear.

 

Y el gran monstruo, ansiosamente, respondió desde las profundidades al poderoso estímulo . Se abalanzó sobre la nave y sus grandes tentáculos se aferraron a ella, siendo que uno de ellos aplastó al jerarca de “Halcón”, y, aunque los guerreros de su tripulación cortaron prontamente el gran tentáculo, nada se pudo hacer para salvar su vida, quedando tendido, inerme, sobra la cubierta de la nave que, aunque a punto de zozobrar resistió el abrazo mortal del monstruoso calamar quien, al rato, creyendo cumplida la misión de perpetuar su especie, en medio de un mar de semen, aflojó sus tentáculos y se sumergió al abismo para morir en paz.

 

Grande fue la consternación en las naves baleares, y mayor el luto por la pérdida de su jerarca Catlo que embargó los sentimientos de todas aquellas buenas gentes. La flota de la tristeza llegó a las costas del poblado del “Halcón” con su fúnebre legado, sabiendo todos, que este era el precio  pagado a los dioses por su libertad.

 


 

                                                                                                 Capítulo 14

 

Sekem aplicó al jerarca muerto todos sus conocimientos sobre la conservación de los cuerpos, heredados de la milenaria tradición egipcia. Explicó a todos los pobladores de “Halcón” que su gran jerarca merecía ser tratado con la técnica de preservación , para que pudiera llegar su cuerpo completo al hipogeo que le correspondía por su rango en la gran necrópolis del norte donde sabía que eran inhumados los restos de los grandes hombres.

 

Después de revelar a sus amigos la deuda de vida que mantenía Catlo con los dioses , les pidió emocionado que su memoria fuera transmitida a todas las generaciones venideras y les manifestó que sería impropio del rango de Catlo “el que conoce” el que se fuera descomponiendo durante los días que  tardarían en transportarlo a hombros hasta la gran necrópolis, ya que convenía a todos los pobladores del clan del “Halcón” que fuera entregado a los dioses con toda su gran humanidad carnal, para que estos le reconocieran sin ninguna duda y dieran la deuda por saldada.

 

A las ruinas del antiguo poblado que había sido arrasado por los fenicios, y que ahora debería ser reconstruido de nuevo por sus moradores, llegó a los pocos días la comitiva de los Toros sagrados procedente del santuario central de la isla  con Vatus el sumo sacerdote al frente. Las efigies de los dioses toro fueron colocadas en su antiguo lugar de culto , sobre las paredes circulares de la gran torre y después “el preclaro”, muy emocionado, se abrazó al cuerpo momificado de Catlo y lloró amargamente.

 

Los moradores de “Halcón” , a la solicitud de Lecir “el valeroso”, recompusieron en pocas horas el techado de la gran torre con trocos , ramas y pieles, y la morada fue ofrecida al sumo sacerdote Vatus y su familia para que residieran allí hasta que se iniciara su regreso al templo de donde procedían .

 

Al atardecer, a la luz de las antorchas, el sumo sacerdote elevó su cántico funerario hacia el cielo y ofició las plegarias por el espíritu del gran conductor difunto. Los guerreros, las mujeres, los niños y los viejos se untaron todo el cuerpo con el aceite que utilizaban en el combate con sus enemigos uncidos como para ofrecer sus vidas junto a la de su gran jerarca si los dioses así se lo exigían.

 

Ninguna gran hecatombe fue ofrecida a los dioses por falta de victimas después del errante destino a que había sido abocado el gran pueblo del “Halcón”, solo la gran victima , la mayor ofrenda que podían ofrecer , su gran jerarca y sus vidas fueron ofrendadas a los mismos . Y el sumo sacerdote Vatus sacrificó personalmente con su espada al último cordero que restaba con vida y estudió sus entrañas con suma atención , después lo puso entre las llamas de la hoguera ceremonial para ofrendarlo a los inmisericordes dioses... Poco después el cielo se llenó de infinidad de estrellas fugaces procedentes de las Perseidas y Vatus lo estimó como un signo de redención  para el clan del “Halcón” y así habló al valiente pueblo:

 

_ Los dioses , a través de las entrañas del cordero sacrificado han hablado , y con sus signos han confirmado su decisión de dejar por largo tiempo a nuestro poblado entre los brazos de la paz para que se desarrolle , prospere y crezca con la misma abundancia de los trazos de luz que nos ha sido dado contemplar en el cielo esta noche. La deuda de vida que mantenían con el gran Catlo ha sido saldada y se dan por satisfechos. Ahora , reposemos sin miedo al futuro que se muestra bondadoso gracias al gran sacrificio de nuestro jerarca y a vuestra lealtad mostrada ante los dioses con el ofrecimiento de vuestras vidas. Mañana por la mañana emprenderemos el camino hacia la gran necrópolis del norte para trasladar los restos del gran Catlo a su morada de reposo eterno. Ahora , haced sonar los tritones de combate por penúltima vez en honor a vuestro gran conductor perecido por el bien general de su amado pueblo.

 

Los tritones de combate atronaron la noche con el fúnebre y encorajinador bramido  que nunca dejaba de impresionar al “hombre de los que sufren” , quien , abrazado a Numara con un brazo y con el otro a su discípulo Nut “el joven” emprendió el camino hacia su morada lentamente y con el ánimo entristecido.

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Al alba se inició la larga caminata hacia la gran necrópolis del norte para conducir los restos mortales del gran Catlo “el que conoce” hacia el hipogeo reservado a los hombres de su talla , a los que son recordados por largas generaciones y cuyas gestas son transmitidas de padres a hijos durante las largas horas alrededor del fuego en que se robustecen los lazos que unen a la tribu con etéreos ligamientos, sin embargo,  más fuertes que el bronce en que están construidas las bruñidas efigies de los dioses Toro.

 

En los numerosos poblados que cruzaron en su ruta hacia el norte eran recibidos con grandes muestras de respeto , ya que las gestas de los pobladores del “Halcón” eran conocidas desde el uno al otro confín de la isla , y  para confirmar los hechos , el guardián del fuego se quedaba en cada poblado para agradecer los víveres con que era abastecida gratuitamente la comitiva fúnebre y para testificar los relatos de sus hazañas contestando a las numerosas preguntas de los pobladores de cada reducto.

 

Sin embargo , no marchaba en pos de la comitiva sin haber pedido a cada jerarca un pacto de reconocimiento de la hegemonía  de “Halcón”, representada ahora por Lecir “el valeroso”, y esta le fue reconocida , de buen grado, por todos los jerarcas de los poblados que cruzaban, ya que los fondos éticos y de justicia con que aquel pueblo regía sus destinos merecía la clara aprobación de todos.

 

El portador del fuego iba entregando a Lecir cada cetro de mando que le era entregado en reconocimiento de su hegemonía moral sobre cada pueblo que cruzaban y este , les iba entregando , como símbolo de compromiso , un trocito del  manto púrpura que envolvía el cuerpo embalsamado de Catlo , en reconocimiento de su vasallaje y en garantía de que “Halcón” permanecería a su lado en franca protección contra sus enemigos en caso de confrontación.

 

Al cabo de tres días de marcha llegaron a la gran necrópolis del norte , y Vatus ofició la ceremonia del enterramiento en un hipogeo circular donde fue depositado el cuerpo del jerarca fallecido entre el son de batalla de los grandes tritones de combate. Allí , frente al mar que le había mesado en su juventud y que al final  le arrebató la existencia , reposó la gran humanidad de Catlo mientras su espíritu transitaba  en camino hacia la eternidad.

 

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De vuelta a su poblado , Lecir fue investido con la púrpura de la jerarquía e insistió , vanamente , en que Sekem aceptara ser el sustituto de Catlo , pero este no aceptó, pues así de grande era el respeto que sentía por su memoria.

 

Aceptó , sin embargo , regir por un tiempo los destinos del poblado del “Cuervo” al que marchó , junto con Numara,  para pacificarlo y hacer de él un digno punto de comercio de la sal para la prosperidad de todos los pobladores de la isla. Su clara habilidad para la diplomacia contendría la agresividad fenicia y permitiría tender de nuevo los puentes a un comercio justo.

 

Dejó a un orgulloso Nut “el joven” al frente de la salud de los pobladores de “Halcón” no sin recordarle que estaba a su disposición para los casos graves a que pudiera enfrentarse el ayudante.

 

Durante días estuvo recordándole ininterrumpidamente cuanto creyó necesario para consolidar los conocimientos del muchacho, al tiempo que reponían ungüentos y pócimas para la farmacia y ejercían la  medicina con los enfermos que se presentaban a su morada.

 

Llegó la hora de marchar del poblado y Lecir , junto a todos los pobladores de “Halcón”, despidió a Sekem y Numara que embarcaron en uno de los dos navíos de los guerreros de la Isla del viento y , juntamente con el otro de escolta , partieron hacia las sureñas costas del poblado del “Cuervo”.  Los dos barcos iban cargados de regalos para el pueblo que había sido su refugio , allá al otro lado del horizonte , allí donde habían sido acogidos y protegidos por el jerarca rescatado de entre los muertos merced a la magia de Sekem y cuyos guerreros prestaron un último servicio al nuevo gobernante del poblado del “Cuervo” al actuar de fuerza de choque en su desembarco y su entrada pacífica en el gran poblado.

 

Ningún enfrentamiento se produjo a su llegada ni posteriormente. Los habitantes del poblado del “Cuervo” aceptaron aliviados el permanecer bajo la égida de Sekem, quien gobernaría el poblado en representación de “Halcón” hasta que de su seno surgiera un líder justo a quien entregar el cetro de mando...

 

Después , pacificado el gran poblado , dedícose a lo que más le gustaba , a ejercer su profesión de “ hombre de los que sufren” y a dejarse querer por su hermosa Numara...

 

La gran foca monje había seguido la estela de los barcos en que viajaban sus amigos ,y “Pelusa” había cambiado de playa para regocijo de todos y sus secos ladridos demostraban la felicidad de haberlos recuperado para el tiempo que los dioses dispusieran.

 

Era  aquella , una hermosa tierra para vivir y para morir...pensaba el egipcio , observando  el entrenamiento de la merienda  con que las madres , invariablemente , sometían a  diario a sus vástagos , situando el paquete de la comida en lo más alto del castigado árbol...

 

 Ociosamente contemplaba Sekem la diaria escena, buscando, quizás de forma inconsciente , a otro muchacho sin la necesaria destreza para acertar en el paquete de su merienda...

 

 

                                                                                                   FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Publicado el 13 de noviembre de 2018 por Gaspar Meliá Oliver.
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