Descargar ePub «Dolores», de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Novela corta


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  Novela corta.
75 págs. / 2 horas, 12 minutos / 222 KB.
2 de octubre de 2021.


Fragmento de Dolores

Eran las diez y media: sólo treinta minutos faltaban para el instante señalado por los reyes para la ceremonia, cuando comenzando a satisfacer la inquieta curiosidad del gentío, se presentaron—antes que los otros—el Almirante y su esposa; saliendo en doradas literas de su morada, rodeados de una brillante comitiva. Magníficas eran las galas de doña Juana de Mendoza, aunque apropiadas a sus muchos años, y con majestuoso continente llevaba todavía el buen D. Alonso Enríquez su rico manto recamado de oro y forrado de riquísimas pieles; pero todo el fausto y la verdadera dignidad que podía notarse en aquella venerable pareja no pudieron fijar sino un momento la atención general, llamada poderosamente hacia la casa del condestable; cuyas macizas puertas se abrieron con ruido de par en par en el instante en que don Alonso y su mujer atravesaban la plaza. Digno de príncipes era ciertamente el lucido séquito que comenzó a salir precediendo a D. Alvaro, y el tumulto de espectadores tuvo necesidad de retroceder y oprimirse para dejar campo al tropel de servidores de aquel suntuoso valido; cuya carroza se dejó ver por fin, ostentando a sus dueños, resplandecientes ambos con el doble brillo de la juventud y de la dicha, que hacían parecer inútiles los otros esplendores que les prestaba la opulencia. Cuando hubieron pasado aquellos personajes y sus respectivas comitivas, todas las miradas se dirigieron únicamente hacia la casa del conde de Castro; pero nada anunciaba en ella la próxima salida de sus habitantes. Ya pisaban los otros padrinos los umbrales regios, y aun no veía aparecer la muchedumbre impaciente que llenaba la plaza, al adelantado de Castilla, que con tan inconcebible tardanza comenzaba a dar pábulo a mil suposiciones más o menos verosímiles. Nosotros—en vez de fatigar al lector con el relato de ellas—le haremos salir de dudas introduciéndole sin ceremonia en lo interior de aquel edificio, delante del cual tanto se afanaba la curiosidad, sin atinar—ni remotamente—con la simple y verdadera causa del retardo que la sorprendía e impacientaba.


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