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  Carta, Artículo.
110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 254 KB.
21 de septiembre de 2016.


Fragmento de Cartas desde mi Celda

El inglés se durmió también, pero se durmió grave y dignamente, sin mover pie ni mano, como si á pesar del letargo que le embargaba tuviese la conciencia de su posición. El aya comenzó á cabecear un poco, acabando por bajar el velo de su capota oscura y dormirse en estilo semiserio. Quedamos, pues, desvelados, como las vírgenes prudentes de la parábola, tan sólo la joven y yo. A decir verdad, yo también me hubiera rendido al peso del aturdimiento y á las fatigas de la vigilia si hubiese tenido la seguridad de mantenerme en mi sueño en una actitud, si no tan grave como la del inmóvil gentleman, al menos no tan grotesca como la del buen regidor aragonés, que ora dejándose caer la gorra en una cabezada, ora roncando como un órgano ó balbuceando palabras ininteligibles, ofrecía el espectáculo más chistoso que imaginarse puede. Para despabilarme un poco resolví dirigir la palabra á la joven; pero por una parte temía cometer una indiscreción, mientras por otra, y no era esto lo menos para permanecer callado, no sabía cómo empezar. Entonces volví los ojos, que había tenido clavados en ella con alguna insistencia, y me entretuve en ver pasar á través de los cristales, y sobre una faja de terreno oscuro y monótono, ya las blancas nubes de humo y de chispas que se quedaban al paso de la locomotora rozando la tierra y como suspendidas é inmóviles, ya los palos del telégrafo, que parecían perseguirse y querer alcanzarse unos á otros lanzados á una carrera fantástica. No obstante, la aproximación de aquella mujer hermosa que yo sentía aún sin mirarla, el roce de su falda de seda, que tocaba á mis pies y crujía á cada uno de sus movimientos, el sopor vertiginoso del incesante ruido, la languidez del cansancio, la misteriosa embriaguez de las altas horas de la noche, que pesan de una manera tan particular sobre el espíritu, comenzaron á influir en mi imaginación, ya sobrexcitada extrañamente.


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