Adiós

Guy de Maupassant


Cuento


Los dos amigos acababan de comer. Desde la ventana del café veían el bulevar muy animado. Les acariciaban los rostros esas ráfagas tibias que circulan por las calles de Paris en las apacibles noches de verano y obligan a los transeúntes a erguir la cabeza, incitándolos a salir, a irse lejos, a cualquier parte en donde haya frondosidad, quietud, verdor... y hacen soñar en riveras inundadas por la luna, en gusanos de luz y en ruiseñores.

Uno de los dos —Enrique Simón— dijo, suspirando profundamente:

—¡Ah! Envejezco. Antes, hace años, en noches como ésta, el mundo me parecía pequeño, era yo capaz de cualquier diablura, y ahora, sólo siento desilusiones y cansancio. ¡Es muy corta la vida!

Estaba ya un poco ventrudo. Tenia una esplendorosa calva y cuarenta y cinco años, aproximadamente. Su acompañante —Pedro Carnier— algo más viejo, pero también más ágil y decidido, respondió:

—Para mi, amigo mío, la vejez llegó sin avisarme; no lo noté siquiera. Yo vivía siempre alegre; siempre fui vigoroso, divertido, emprendedor, y continúo siéndolo. Como nos miramos al espejo todos los días, no advertimos los estragos de la edad, porque su obra es lenta, incesante, acompasada, y modifica el rostro de una manera tan suave, tan continua, que resulta para cada cual imperceptible; no hay en su labor transiciones apreciables. Por eso no morimos de pena, como sin duda moriríamos advirtiendo en un instante los desmoches que sufre nuestra naturalez

Fin del extracto del texto

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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