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Se descubre desde allí una vista admirable. A la derecha, el Esterel, con sus cimas puntiagudas y recortadas de las más extrañas formas; luego, el mar sin límites que se extiende hasta las costas lejanas de Italia, formando a lo lejos innumerables cabos; frente por frente de Cannes, las islas de Lerins, verdes y llanas, que parecen estar flotando, y en la última de ellas, de cara al mar abierto, un elevado y antiguo castillo de almenados muros, que parece surgir de las mismas aguas.
Finalmente, por encima de la costa verde, en la que se distingue un rosario de villas y de poblaciones blancas, rodeadas de árboles, que, vistas desde tan lejos, parecen una cantidad infinita de huevos puestos al borde de la mar, se yerguen los Alpes, cuyas cimas tenían todavía su caparazón de nieve.
No pude menos de exclamar:
—¡Qué hermoso es esto!
El solitario alzó la cabeza y dijo:
—Sí, pero cuando uno lo tiene durante todo el día delante de la vista, resulta monótono.
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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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