El Viejo

Guy de Maupassant


Cuento


Un tibio sol de otoño se cernía sobre el patio de la hacienda, por encima de las grandes hayas de las cunetas. Bajo la hierba pelada por las vacas, la tierra, impregnada de lluvia reciente, mojada, se hundía bajo los pies produciendo un chapoteo; y los manzanos cargados de manzanas sembraban sus frutos de un verde pálido sobre el verde oscuro de los herbazales. Cuatro jóvenes terneras pacían, atadas en línea, y mugían por momentos en dirección a la casa; las aves ponían un movimiento colorido sobre el estiércol, delante del establo, y escarbaban, se removían, cacareaban, mientras que los dos gallos cantaban sin cesar, buscando gusanos para sus gallinas, a las que llamaban con un intenso cloqueo.

La barrera de madera se abrió; entró un hombre, de unos cuarenta años, pero que parecía un viejo de sesenta, arrugado, derrengado, andando con grandes pasos lentos, entorpecidos por el peso de unos grandes zuecos llenos de paja. Sus brazos, demasiado largos, le colgaban a ambos lados del cuerpo. Cuando se acercó a la casa, un perro amarillo, atado al pie de un enorme peral, junto a un barril que le servía de caseta, movió la cola, luego se puso a ladrar como muestra de alegría. El hombre gritó:

—¡Calla, Finot! —El perro se calló.

Una campesina salió de la casa. Su cuerpo huesudo, ancho y plano, se dibujaba bajo un justillo de lana que le oprimía la cintura. Una falda gris, demasiado corta, le caía hasta la mitad de las piernas, cubiertas por medias azules, y ella también llevaba zuecos llenos de paja. Un gorro blanco, que se le había puesto amarillo, cubría unos pocos cabellos pegados al cráneo, y su cara oscura, delgada, fea, sin dientes, mostraba la fisonomía salvaje y bruta que tienen con frecuencia los campesinos.

El hombre preguntó: «¿Cómo sigue?»

La mujer contestó: «El señor párroco dice que es el final, que no saldrá de esta noche.»

Y entraron los dos e

Fin del extracto del texto

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.
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