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Disgustado por aquella inconveniente afición al oropel, su marido le decía con frecuencia:
—Cariño, la que no puede comprar joyas verdaderas no debe lucir más adornos que la belleza y la gracia, que son las mejores joyas.
Pero ella, sonriendo dulcemente, contestaba:
—¿Qué quieres? Me gusta, es un vicio. Ya sé que tienes razón; pero no puedo contenerme, no puedo. ¡Me gustan mucho las joyas!
Y hacía rodar entre sus dedos los collares de supuestas perlas; hacía brillar, deslumbradores, los cristales tallados, mientras repetía:
—Observa qué bien hechos están; parecen finos.
Él sonreía diciendo:
—Tienes gustos de gitana.
Algunas veces, por la noche, mientras estaban solos junto a la chimenea, sobre la mesita donde tomaban el té, colocaba ella la caja de tafilete donde guardaba la "pacotilla", según la expresión de Lantín, y examinaba las joyas con atención, apasionándose como si gozase un placer secreto y profundo. Se obstinaba en ponerle un collar a su marido para echarse a reír y exclamar:
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Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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