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Apenas terminaba de hablar cuando se llevaron todas las velas de cera, y también la de sebo. La señora en persona la cogió con su delicada mano y la llevó a la cocina, donde había un chiquillo con un cesto, que llenaron de patatas y unas pocas manzanas. Todo lo dio la buena señora al rapazuelo.
—Ahí tienes también una luz, amiguito —dijo—. Tu madre vela hasta altas horas de la noche, siempre trabajando; tal vez le preste servicio.
La hija de la casa estaba también allí, y al oír las palabras «hasta altas horas de la noche», dijo muy alborozada:
—Yo también estaré levantada hasta muy tarde. Tenemos baile, y llevaré los grandes lazos colorados.
¡Cómo brillaba su carita! Daba gusto mirarla. Ninguna vela de cera es capaz de brillar como dos ojos infantiles.
«¡Qué emocionante!», pensó la vela de sebo—. Nunca lo olvidaré; seguramente no volveré a ver una cosa parecida.
La metieron en la cesta, debajo de la tapa, y el niño se marchó con ella.
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Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.
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