Libro gratis: Los Intrusos
de Hector Hugh Munro "Saki"


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Cuento


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Los Intrusos

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Edición física


Fragmento de «Los Intrusos»

Ulrich se alejó en solitario de los ojeadores que había emboscado en la cima del cerro y deambuló por las empinadas pendientes en medio de la silvestre y enmarañada maleza, atisbando entre los troncos de los árboles y acechando entre las agudas tonalidades del viento y el incesante batir de la enramada alguna visión o sonido de los merodeadores. ¡Ah!, si en esta noche procelosa, en este tenebroso y solitario lugar, se encontrara con Georg Znaeym, de hombre a hombre, sin testigos..., éste era el deseo que dominaba todos sus pensamientos. Y al rodear el tronco de una enorme haya se encontró frente a frente con el hombre que buscaba.

Los dos hombres quedaron mirándose durante un prolongado y silencioso intervalo. Ambos tenían un rifle en la mano, ambos tenían odio en su corazón y, sobre todo ello, ambos tenían el homicidio en su mente. El azar los había conducido a la posibilidad de dar rienda suelta a las pasiones de toda una vida. Pero un hombre educado en los códigos de una civilización represiva no encuentra fácilmente el ánimo necesario para disparar contra su vecino a sangre fría y sin pronunciar palabra, a no mediar algún agravio contra su linaje y su honor. Y antes de que los instantes de vacilación dieran paso a la acción, un acto de violencia de la propia Naturaleza se abatió sobre ambos. Un restallante alarido de la tormenta había tenido como respuesta un furioso estallido por encima de sus cabezas y, antes de que pudieran apartarse, la masa de un haya abatida se precipitó sobre ellos. Ulrich von Gradwitz se halló tendido sobre el suelo, con un brazo inmovilizado bajo el peso de su propio cuerpo y el otro casi igualmente inutilizado por una espesa maraña de ramas ahorquilladas en tanto que ambas piernas quedaban atrapadas bajo la masa desplomada. Las fuertes botas de caza preservaron a los pies de quedar destrozados, pero, si bien las fracturas no eran tan serias como podrían haberlo sido, resultaba cuando menos evidente que no podría moverse de su actual posición hasta que no llegara alguien a rescatarlo. Las ramas habían azotado la piel de su rostro y había tenido que apartar con el movimiento de los párpados algunas gotas de sangre de sus pestañas antes de estar en condiciones de tener una visión general del desastre. A su lado, tan cerca que en circunstancias normales hubiera podido tocarlo, yacía Georg Znaeym, vivo y forcejeando pero evidentemente tan atrapado como él. Todo en derredor suyo era un nutrido naufragio de ramajes y astillas.


6 págs. / 12 minutos.
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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.


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