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304 págs. / 8 horas, 53 minutos / 639 KB.
8 de marzo de 2017.


Fragmento de Los Bosques de Maine

A eso de mediodía llegamos al Mattawamkeag, a cincuenta y seis millas de Bangor por la ruta por la que habíamos venido, y nos alojamos en una frecuentada posada todavía sobre la carretera de Houston, donde tiene parada la diligencia. Había allí un sólido puente cubierto sobre el Mattawamkeag, construido, según dicen, hace unos diecisiete años. Comimos, y digamos de paso que en las posadas de esta ruta, incluso para el desayuno y también la cena, lo primero que se ofrece al comensal consiste en diversas clases de «platos dulces», en una hilera que se extiende de forma continua de un extremo a otro de la mesa. Creo poder decir sin equivocarme que fueron diez o doce platos de esa clase los que tuvimos allí ante nosotros dos. La explicación que dan es que, cuando salen del bosque, los leñadores tienen ansias de tartas y pasteles, y otras cosas dulces, que allí son casi desconocidas, y que aquello es la «oferta» para satisfacer tal «demanda». La oferta está siempre a la altura de la demanda, y estos hombres hambrientos se esfuerzan por sacarle el jugo a su dinero. Sin duda la existencia de vituallas estará restaurada cuando ellos lleguen a Bangor: Mattawamkeag elimina el exceso de apetito. Pues bien, uno, pasando por encima de esa primera fila de los «platos dulces», digamos que en lo posible con vulgar indiferencia filosófica, tiene que acometer lo que hay detrás, lo cual en modo alguno quiero insinuar que sea insuficiente en cantidad o calidad para proveer esta otra demanda, la de hombres, no del bosque, sino de ciudad, por carne de venado y otros fuertes platos campesinos. Después de comer fuimos paseando a la «Punta», formada por la convergencia de los dos ríos, de la que se dice fue escenario de una antigua batalla entre los indios del este y los mohawks, donde buscamos reliquias cuidadosamente, aunque los hombres de la posada nunca habían oído hablar de cosas semejantes; pero solo hallamos unas esquirlas de piedra de puntas de flecha, algunas puntas completas, una pequeña bala de plomo y varios abalorios de colores, estos últimos relacionados, tal vez, con los tiempos de los primeros comerciantes en pieles. El Mattawamkeag, aunque ancho, era en esta época un simple lecho fluvial lleno de rocas y bajíos, y apenas pude creer a mi compañero cuando me dijo que había navegado cincuenta o sesenta millas por él en una barca, a través de lejanas y todavía intocadas florestas. Mal podría un batteau encontrar abrigo actualmente en su desembocadura. Los venados y los caribúes o renos salvajes acuden allí en invierno, a la vista de la casa.

Los Bosques de Maine

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