Libro gratis: El Banco de la Desolación
de Henry James


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Novela corta


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El Banco de la Desolación

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Fragmento de «El Banco de la Desolación»

Así pues, considerando la tensión a la que Herbert estaba sometido, no parecía importarle mucho que, por ejemplo, Nan continuara remitiendo tantas cosas a la época, como ella decía, en que entró en su vida; Herbert mantenía con gran insistencia y argumentos que ella de ninguna manera había entrado allí hasta que él no se hubo decidido por completo a prescindir de su otra amiga; lo que Kate, aquella furia sistemática, quería darle a entender claramente, era que le había traicionado con Nan; en tanto que el precioso derecho de Herbert a mantener bien alta la frente ante todo, al menos ante sí mismo, radicaba en que ella no pudiera hacer coincidir las fechas de ningún modo. Él ni siquiera había oído hablar de la existencia de su verdadera belleza (hacía sólo unas pocas semanas que Nan había regresado de Swindon, tras pasar dos años con su espantosa y exasperante tía recién fallecida; antes de aquella ausencia, era sólo una niña que pasaba inadvertida) hasta mucho tiempo después —lo juraba por su honor— de haber tratado de recuperar su libertad mediante su primera gran carta de retirada: el precioso documento que haría las delicias de un jurado británico y que, según los abogados de Miss Cookham, ofrecía a su poseedora una fortuna en perspectiva. La manera en que los secuaces habían pasado a ser «sus» secuaces (¡parecía que les hubieran apostado por ella desde el inicio de aquel juego!); el modo en que las «órdenes» salían despedidas, con un alcance gigantesco, ¡como si ella hubiera llegado con los bolsillos llenos de ellas!; la fecha de la carta, asociada a otras cosas relacionadas con ella, y la fecha de lo que para él era la primera traición de Kate: haberla visto descender del tren de Brighton con Bill Frankle aquel día que fue a la oficina de correos de la estación a protestar por el extravío de una caja que venía de Gales; aquellos eran los hechos que a él le bastaba señalar, como los había señalado —¡bien lo sabía Dios!— repetidas veces, en consideración a Nan Drury. Si no había buscado la ocasión de hacerlo ante nadie más —en los tribunales, tal como le aconsejaban— era asunto suyo, o por lo menos suyo y de Nan.


65 págs. / 1 hora, 54 minutos.
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Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.


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