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Cuento


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  Cuento.
43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 146 KB.
5 de febrero de 2017.


Fragmento de La Vida Privada

Esta ambigüedad brotaba, supongo, del hecho inexplicado de que el mero sonido de su nombre y aspecto de su persona, la general expectación que suscitaba, tuvieran un tinte tan romántico y tan anormal. La experiencia de su urbanidad se daba siempre después; la prefiguración, la leyenda palidecían entonces frente a la realidad. Yo recuerdo que aquella noche la realidad me pareció suprema. El hombre más apuesto de su tiempo, más guapo que nunca, era, sentado entre nosotros, como un director suave que controlase con armonioso juego de brazos una orquesta todavía un poco tosca. Dirigía la conversación con ademanes tan irresistibles como vagos; se sentía que sin él no habría tenido nada que se pudiera llamar tono. Eso era esencialmente lo que lord Mellifont aportaba a toda ocasión —lo que aportaba sobre todo a la vida pública inglesa. Él la impregnaba, la coloreaba, la embellecía, y sin él habría carecido, hablando en términos relativos, de vocabulario. Desde luego no habría tenido estilo, porque estilo era lo que tenía en la persona de lord Mellifont. Él era un estilo. Nuevamente tuve esa impresión mientras en la salle-á-manger del pequeño hostal suizo nos resignábamos a la inevitable ternera. Comparada con su gran clase— digamos entre paréntesis que no se la comparaba mucho, —la charla de Clare Vawdrey hacía pensar en la distancia que va del reportero al bardo. Era interesante observar el choque de personalidades, que cada noche hacía esperar tantas cosas. Pero no había colisión: todo quedaba amortiguado y minimizado al tacto de lord Mellifont. Era elemental para él dar con la solución de un problema tal actuando de anfitrión, asumiendo responsabilidades que llevaban aparejado el sacrificio. Cierto era que él jamás había sido el invitado; era el anfitrión, el mecenas, el moderador en todas las mesas. Si había algún defecto en sus modales— y esto lo digo en voz baja, —era el de tener un poco más de arte del que posiblemente pudiera requerir ninguna conjunción, ni aun la más complicada. De cualquier manera, uno se hacía sus reflexiones viendo cómo el cumplido aristócrata manejaba el caso, y cómo el sólido hombre de letras ni sospechaba que el caso —y menos aún él como parte del mismo— estuviera siendo objeto de manejo. Lord Mellifont gastaba tesoros de tacto, y Clare Vawdrey jamás se lo barruntó.

La Vida Privada

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