Lo Auténtico

Henry James


Cuento



I

Cuando la mujer del portero, que solía abrir la puerta tras sonar el timbre, anunció «un caballero; con una dama, señor», imaginé inmediatamente, como acostumbraba a ocurrirme en esa época —pues el deseo engendraba ese pensamiento— que era una pareja de modelos. Y modelos resultaron ser mis visitantes, aunque no en el sentido que yo habría preferido. Al principio, sin embargo, nada indicaba que no vinieran con la intención de hacerse un retrato. El caballero, un hombre de cincuenta años, muy alto y muy erguido, y con un bigote ligeramente canoso, vestía un abrigo gris oscuro que le sentaba admirablemente. Me fijé en los dos como profesional (no me refiero a que fuera barbero ni sastre), y el caballero me habría impresionado como una celebridad, si las celebridades me impresionaran. Desde hacía algún tiempo, estaba convencido de que una persona con mucha fachada casi nunca era, llamémoslo así, una institución pública. Una mirada a la dama me sirvió para recordar esta ley paradójica: también ella tenía un aspecto demasiado distinguido como para ser «una personalidad». Sería muy raro, además, encontrarse con dos excepciones a la regla a la vez.

Los dos permanecieron en silencio, prolongando la mirada preliminar que sugería que cada uno deseaba que el otro tuviera la oportunidad de hablar primero. Se notaba que eran tímidos. Permanecieron allí, dejando que yo me familiarizara con ellos, lo cual, como percibí más tarde, era lo más práctico que podrían haber hecho. De ese modo, su rubor resultaba útil a su propósito. Había conocido personas que sufrían antes de mencionar que deseaban algo tan vulgar como que les plasmaran en un lienzo, pero los escrúpulos de mis nuevos amigos parecían casi insuperables. No obstante, el caballero podría haber dicho: «Desearía un retrato de mi esposa», y la dama podría haber mencionado: «Desearía un retrato de mi marido». Tal vez, no eran marido y muj

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Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.
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