Las Encantadas

Herman Melville


Viajes



Primer bosquejo

Las islas en general

—Eso no puede ser —dijo el barquero–
A menos que sin saberlo, por un acaso, estemos predestinados
Pues esas mismas islas que surgen de vez en cuando,
Que no son tierra firme, no tienen punto fijo,
Sino que flotan de aquí para allí
Por el ancho mar; por esto son llamadas
Las Islas Errantes; por esto evítalas
Pues a menudo han hundido a muchos navegantes
En el más mortal peligro y en desesperado trance;
Pues cualquiera que una vez haya puesto
Allí su pie nunca puede recobrarlo
Y se queda eternamente desorientado e inseguro.

Oscura, lúgubre, sombría como tumba voraz,
Que reclama todavía carroñas y osamentas;
Sobre la cual se posa la lechuza espeluznante
Para dejar oír su nota funesta que para siempre apaña
De su guarida a todas las otras aves, más alegres,
mientras en torno suyo espectros errantes gimen o aúllan.

Tome veinticinco cúmulos de ceniza desparramados aquí y allá en un terreno baldío de las afueras de la ciudad; imagine algunos de ellos engrandecidos al tamaño de montañas y que el mar sea la parte baldía y tendrá entonces una idea adecuada del aspecto general de las Islas Encantadas. Se trata más bien de un grupo de volcanes extinguidos que de islas; con un aspecto similar al que tendría el mundo después de una guerra punitiva.

Hay que preguntarse si en cuanto a desolación, algún otro sitio yermo de la tierra pueda proporcionar algo semejante a este grupo. Cementerios abandonados de otros tiempos o viejas ciudades en ruinas constituyen espectáculos ya bastante melancólicos, pero como todo lo que en algún momento ha estado vinculado a la humanidad, aún despiertan en nosotros cierto afecto, por muy tristes que sean. De modo que incluso el Mar Muerto, por más que genere a veces otras emociones, no deja de provocar en el peregrino alguno de sus sentimientos meno

Fin del extracto del texto

Publicado el 22 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
Leído 46 veces.