Redburn

Herman Melville


Novela


Redburn
I. De cómo el gusto por el mar nació y creció en Wellingborough Redburn
II. Redburn deja su hogar
III. Llega a la ciudad
IV. De cómo vendió su carabina
V. Compra su equipo de marinero y, en un día lluvioso y triste, opta por alojarse a bordo
VI. Es iniciado en la labor de limpiar la pocilga y engrasar el palo mayor
VII. Se hace a la mar, y se siente muy mal
VIII. Lo asignan a la guardia de babor, se marea y relata otras de sus vivencias
IX. Los marineros se muestran un poco más sociables y Redburn conversa con ellos
X. Se asusta mucho, los marineros se burlan de él y se siente triste y desamparado
XI. Ayuda a fregar la cubierta, y luego va a desayunar
XII. Ofrece una descripción de uno de sus camaradas llamado Jackson
XIII. Pasa un buen día en el mar y empieza a gustarle, pero cambia de opinión
XIV. Considera la idea de hacer una visita de cumplido al Capitán en su camarote
XV. El triste estado de su guardarropa
XVI. Lo mandan en plena noche a largar el sosobre mayor
XVII. El cocinero y el despensero
XVIII. Se esfuerza por perfeccionar su espíritu y da noticia de un tal Blunt y su Libro de los sueños
XIX. Nos libramos de milagro
XX. Lo ponen a tañer la campana de niebla y ve una manada de mastodontes marinos
XXI. Un ballenero y un tripulante de un barco de guerra
XXII. El Higlander pasa junto a los restos de un naufragio
XXIII. Un enigmático pasajero de camarote y una joven misteriosa
XXIV. Aprende a trepar por el aparejo como un mono de feria
XXV. Los enseres del Alcázar
XXVI. Un marinero debe saber de todo
XXVII. Vislumbra Irlanda y llega por fin a Liverpool
XXVIII. Va a cenar a la pensión del Clíper de Baltimore
XXIX. Redburn diserta respetuosamente sobre el futuro de los marineros
XXX. Redburn se pasma y emboba con unas viejas guías de viaje extranjeras
XXXI. Da un prosaico paseo por la ciudad en compañía de su vieja y prosaica guía de viaje
XXXII. Los muelles
XXXIII. Las barcazas de sal y los barcos de emigrantes alemanes
XXXIV. El Irrawaddy
XXXV. Galeras, un bergantín de la costa de Guinea y una capilla flotante
XXXVI. La antigua Iglesia de San Nicolás y la casa de los muertos
XXXVII. Lo que vio Redburn en el pasaje Lancelot
XXXVIII. Los mendigos del muro
XXXIX. Las callejas de la ciudad
XL. Carteles, joyeros ambulantes, caballos de tiro y barcos de vapor
XLI. Redburn vagabundea de aquí para allá
XLII. Su aventura con el anciano y malhumorado caballero
XLIII. Da un delicioso paseo por el campo y conoce a tres adorables hechiceras
XLIV. Redburn presenta al joven Harry Bolton a la favorable consideración del lector
XLV. Harry Bolton rapta a Redburn y se lo lleva a Londres
XLVI. Una noche misteriosa en Londres
XLVII. De vuelta a casa
XLVIII. Un cadáver viviente
XLIX. Carlo
L. Harry Bolton en alta mar
LI. Los emigrantes
LII. La cocina de los emigrantes
LIII. Horacios y curiacios
LIV. Un excelente tabaco de clavo y de cola de cerdo
LV. El último episodio de la carrera de Jackson
LVI. Redburn y Harry intercambian confidencias al abrigo de la lancha del barco
LVII. Casi una hambruna
LVIII. Pese a no haber llegado todavía a puerto, el Highlander deja atrás a muchos pasajeros
LIX. El final de Jackson
LX. Por fin en casa
LXI. Del brazo por el puerto
LXII. Lo último que supe de Harry Bolton

Este libro está dedicado
a mi hermano pequeño
Thomas Melville
marinero en ruta a la China.

I. De cómo el gusto por el mar nació y creció en Wellingborough Redburn

—Wellingborough, ya que tienes intención de embarcarte, ¿por qué no te llevas mi chaqueta de caza?; es justo lo que necesitas… Llévatela, te ahorrarás tener que comprar una. Ya lo verás, es muy caliente; tiene los faldones largos, duros botones de cuerno y muchos bolsillos.

Así, con toda la bondad y sencillez de su corazón, me habló mi hermano mayor la víspera de mi partida hacia el puerto.

Y, Wellingborough —añadió—, ya que ambos andamos cortos de dinero, y te hace falta un equipo, y no tengo nada que darte, puedes llevarte también mi carabina y venderla en Nueva York por lo que te den. No, llévatela, a mí ya no me sirve; no me queda pólvora para cargarla.

Por aquel entonces yo no era más que un muchacho. No mucho tiempo antes mi madre se había trasladado desde Nueva York a un agradable pueblo junto al río Hudson, donde vivíamos muy tranquilos en una casita. Varios amargos desengaños en ciertos planes que había proyectado y la necesidad de hacer algo para ganarme la vida, unidos a mi natural disposición aventurera, habían conspirado en mi interior para enviarme al mar como marinero.

Llevaba varios meses leyendo con detenimiento periódicos atrasados neoyorquinos y estudiando encandilado las largas columnas de noticias marítimas, que ejercían un extraño y romántico encanto sobre mí. Una y otra vez, devoraba anuncios como el siguiente:


DESTINO: BREMEN

El bergantín Leda, forrado y remachado con cobre, tras haber casi completado su estiba, zarpará rumbo al puerto arriba mencionado el martes 20 de mayo.
Para cuestiones de carga o pasaje preguntar a bordo en el muelle de Coenties.
 

Cada una de las palabras de un anuncio como

Fin del extracto del texto

Publicado el 22 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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