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—¿Quieres quemar la casa? —la gritaba. Con esa lumbre hay para asar una vaca, ¡cualquiera diría que no cuesta nada el carbón!
Si cuando las muchachas se ponían a lavar, reían juntas alrededor de la artesa, y se contaban las novedades que sabían, lo tomaba con mucha formalidad y las decía riñéndolas:
—Ya habéis comenzado a chismorrear. Con, vuestra charlatanería olvidáis vuestra obligación. ¡Malas pécoras! Bien podíais apretar las manos y callar las lenguas.
Y dirigiéndose encolerizado hacia ellas, tropezó con una caldera de lejía e inundó toda la cocina.
Labraban una casa nueva enfrente de la que él habitaba y desde su ventana inspeccionaba la obra.
—Emplean una madera que no se secará nunca, decía, no gozarán de mucha salud los vecinos de esa casa: mirad cómo ponen los albañiles las piedras de lado: la argamasa no vale nada, es de casquijo y no de piedra como debe ser. Viviré lo suficiente para ver caerse esa casa encima de los que estén dentro.
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Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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