Jesucristo en Flandes

Honoré de Balzac


Cuento


A Marcelina Desbordes-Valmore

A vos, hija de Flandes, de la que
sois una de las modernas glorias,
dedico esta ingenua tradición
de vuestro país.

De Balzac.

En una época bastante indeterminada de la historia brabanzona, las comunicaciones entre la isla de Cadzant y las costas de Flandes estaban mantenidas por una barca destinada a transportar viajeros. Middelbourg, capital de la isla, más tarde tan célebre en los anales del protestantismo, contaba apenas con doscientos o trescientos hogares. La rica Ostende era un abra desconocida, flanqueada de una aldea escasamente poblada por algunos pescadores, por comerciantes pobres y por corsarios impunes. Sin embargo, la aldea de Ostende, compuesta de una veintena de casas y de trescientas cabañas, chozas o tugurios construidos con restos de navíos naufragados, disfrutaba de un gobernador, de una milicia, de horcas patibularias, de un convento y de un burgomaestre, de todos los órganos en fin de una civilización adelantada. ¿Quién reinaba entonces, en Brabante, en Flandes, en Bélgica? Sobre este punto, la tradición es muda. Confesémoslo: esta historia se resiente singularmente de lo vago, lo incierto, lo maravilloso que los oradores favoritos de las veladas flamencas se han recreado muchas veces en derramar en sus glosas, tan diversas de poesía, como contradictorias en los detalles. Relatada de época en época, repetida de hogar en hogar por los cuentistas de día y de noche, esta crónica ha recibido de cada siglo un tono diferente. Semejante a esos monumentos dispuestos según el capricho de las arquitecturas de cada época, pero cuyas masas negras y desgastadas por la acción del tiempo gustan a los poetas, causaría la desesperación de los comentadores, de los desmenuzadores y pulidores de frases y palabras, de acontecimientos y de fechas. El narrador cree en ella, como todos los espíritus supersticiosos de Flandes han creído, sin ser ni

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Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.
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