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Entre los enigmas que ofrece á los ojos de sus contemporáneos la vida de Desplein, hemos escogido uno de los más interesantes, porque su solución se encontrará al final del relato, vengándole de ciertas acusaciones.
De todos los discípulos que Desplein tuvo en el hospital, Horacio Bianchon fué uno de aquellos con quien más simpatizó. Antes de ser interno en el hospital, Horacio Bianchon era un estudiante de medicina, que se albergaba en una miserable casa de huéspedes del barrio latino, conocida con el nombre de la casa Vauquer. Este pobre joven sufría allí los ataques de esa ardiente miseria, especie de crisol de donde los grandes talentos deben salir puros é incorruptibles, como diamantes que pueden ser sometidos á todos los choques sin romperse.
Expuestos al fuego violento de sus pasiones desencadenadas, estos hombres adquieren la probidad más inalterable y contraen el hábito de las luchas que esperan al genio con el trabajo constante con que han procurado cercar sus apetitos engañados. Horacio era un joven recto, incapaz de tergiversar una palabra en las cuestiones de honor, que se iba siempre sin rodeos al asunto y que lo mismo estaba dispuesto por sus amigos á empeñar la capa, que á sacrificarles sus días y sus noches; Horacio era, en una palabra, uno de esos amigos que no se preocu-pan por lo que reciben á cambio de lo que entregan, seguros de percibir á su vez más de lo que dan. La mayor parte de sus amigos sentían por él ese respeto que inspira la virtud sin énfasis, y algunos de ellos temían su censura. Pero Horacio desplegaba estas cualidades sin ostentación. Ni puritano ni sermoneador, juraba con gracia cuando daba un consejo y acudía con gusto á una juerga cuando la ocasión se presentaba. Buen compañero, franco y leal, no como un marino, pues el marino de hoy es un astuto diplomático, sino como honrado joven que nada tiene que ocultar de su vida, Bianchor marchaba siempre risueño y con la frente muy alta.
21 págs. / 37 minutos.
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Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.
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