Descargar PDF «Papá Goriot», de Honoré de Balzac

Novela


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286 págs. / 8 horas, 20 minutos / 527 KB.
1 de abril de 2017.


Fragmento de Papá Goriot

Encima de este tercer piso había un desván para tender la ropa y dos buhardillas en las que dormían un jornalero llamado Cristóbal y la gorda Silvia, la cocinera.

Además de los siete internos, la señora Vauquer tenía, alguno que otro año, ocho estudiantes de derecho o de medicina, y dos o tres hombres que vivían en el barrio y que sólo estaban abonados para la comida. La sala podía tener dieciocho personas a comer y podía admitir una veintena; pero por la mañana sólo se encontraban siete huéspedes cuya reunión ofrecía durante el desayuno el aspecto de una comida en familia. Cada cual bajaba en zapatillas, permitíase observaciones confidenciales sobre el modo de vestir o sobre el aire de los externos y sobre los acontecimientos de la noche anterior, expresándose con la confianza de la intimidad. Estos siete huéspedes eran los niños mimados de la señora Vauquer, la cual les medía con precisión de astrónomo los cuidados y las atenciones, conforme al importe de sus pensiones. Una misma consideración afectaba a esos seres reunidos por el azar. Los dos inquilinos del segundo sólo pagaban mil doscientos francos anuales. Esta pensión tan barata, que sólo se encuentra en el barrio de Saint-Marcel, entre la Bourbe y la Salpêtrière, y de la que constituía excepción la señora Couture, revela que estos huéspedes debían hallarse bajo el peso de desgracias más o menos manifiestas. Así, el espectáculo desolador que ofrecía el interior de aquella casa repetíase en el vestido de sus habituales, igualmente míseros. Los hombres llevaban levitas cuyo color habíase hecho problemático, zapatos como los que se arrojan en el rincón de los guardacantones de los barrios elegantes, vestiduras raídas. Las mujeres llevaban ropa gastada, reteñida, desteñida, viejos encajes zurcidos, guantes lustrosos por el uso. Si tal era la indumentaria, casi todas esas personas mostraban unos cuerpos sólidamente construidos, constituciones que habían resistido las tormentas de la vida, caras frías, duras, borradas como las de los escudos desmonetizados. Las bocas marchitas estaban armadas de dientes ávidos. Estos huéspedes hacían presentir dramas consumados o en acción; no esos dramas representados a la luz de las candilejas, entre telas pintadas, sino dramas vivientes y mudos, dramas helados que removían cálidamente el corazón, dramas continuos.


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