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A las doce volvió el padre de la oficina, y su enojo fue violento, tanto como las diez palmadas que el mayor recibió atrás, motivos para que huyera a gritos, aplicando allí con furor sus dos manos.
—¡Lo que hay —concluyó el padre enardecido aún— es que todas estas cosas pasan cuando yo no estoy!
—¿Y qué quieres que haga? ¡Yo no puedo estar sobre ellos a cada momento! Eres injusto.
—Injusto o no, mientras yo estoy aquí, no pasa nada.
Ella no pudo menos de sonreírse.
—¡Bueno fuera! Yo no tengo tus manos.
—¡Es que no es cuestión de pegar! ¡Es cuestión de respeto!
Su mujer se encogió de hombros, con un ¡oh! de cansancio.
Almorzaron. El padre, aunque hablando con aparente distracción, no perdía de vista a los chicos, pronto a reafirmar el respeto debido. Pero los chicos tampoco perdían de vista a su padre, y comían con gran sabiduría, evitando cada cual, no obstante, mirar a sus hermanos.
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Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.
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