O Uno u Otro

Horacio Quiroga


Cuento


—¿Por qué no te enamoras de nosotras?

Zum Felde miró atentamente uno tras otro a los cuatro dominós que habiéndolo notado solo, acababan de sentarse en el sofá, compadecidos de su aislamiento. Zum Felde colocó su silla frente a ellas. Pero como hubiera respondido que posiblemente no sabía qué hacer, un dominó concluía de lanzar aquella pregunta con afectuosa pereza. Bajo el medio antifaz corría en línea fraternal la misma enigmática sonrisa.

—Son muchas —repuso él pacíficamente.

—¡Oh, no esperamos tanta dicha de ti!

—No podría de otro modo. ¿Cómo adivinar a la que luego ha de gustarme?

—¿Es decir, la más linda de nosotras?

—… que no eres tú, ¿cierto?

—Cierto; soy muy fea, Zum… Felde.

—No, no eres fea, aunque alargues tanto mi apellido. Pero creo…

—… ¿te refieres a mí? —observó dulcemente otra. Zum Felde la miró en los ojos.

—¿Eres linda, de veras?

—No sé… Zum Felde. Realmente no sé… Pero creo que de mí te enamorarías tú.

—¿Y tú no de mí, amor?

—No; de ti, yo —repuso otra lánguida voz.

Zum Felde se sonrió, recorriendo rápidamente con la mirada, garganta, boca y ojos.

—Hum…

—¿Por qué hum, Zum Felde?

—Por esto. Tengo un cierto miedo a las aventuras de corazón mezcladas con antifaz. Y si ustedes entendieran un poco de amor, me atrevería a contarles por qué. ¿Cuento?

Los dominós se miraron fugazmente.

—Yo entiendo un poquito, Zum Felde…

—Yo tengo vaga idea…

—Yo otra, Zum Felde…

Faltaba una.

—¿Y tú?

—Yo también un poquito, Zum Felde…

—Entonces cuento. Hace dos años, yo cortejaba a una señorita muy mona que parecía bastante inclinada a gustar de mí. Había hablado poco con ella, de modo que no conocía bien mi voz. Esto es muy importante para la historia. En vísperas de carnaval tuve que ir a Mendoza por asuntos comerciales, pensando —es decir, estaba seguro permanecer allá un mes. Eso me era tanto más duro cuanto que confiaba en el carnaval para definir mi situación con ella. Aunque tenía motivos para creer que me quería, en una palabra, ustedes saben que no es prudente alejarse de una muchacha muy festejada, en comienzo de amor. Con todo, hallé ocasión, antes de irme, de hablar con ella y comunicarle mi desastrosa ausencia. Y me fui, muy confiado.

»Pero resultó que el hombre que vendía su viñedo cambiaba en un todo de idea, y tras una serie de telegramas con la casa, tuve que volver a la semana de haberme ido.

»Supe que esa misma noche la cuñada de mi futura novia daba una tertulia de amplio disfraz, y se me ocurrió enseguida de ir disfrazado y probar su cariño.

»Así lo hice. La observé durante una hora conversar, bailar con aire bastante aburrido y gran satisfacción mía. Al fin me acerqué a ella; respondió sin placer ninguno, supondrán bien, a las cuatro o cinco zonceras que le decía la máscara. Al principio había temido que me conociera por la voz; pero estaba tan segura de que yo me encontraba en Mendoza recorriendo viñedos, que no tuvo la menor desconfianza. A más, ustedes saben que el antifaz completo cambia mucho el timbre de voz.

»Muy pronto, sin embargo, dejé las bromas de lado e insistí en que bailara conmigo. Como realmente me gustaba mucho, no tenía que esforzarme en ser galante. Poco a poco fue perdiendo la desconfianza que le producía el disfraz, y comenzó a hallarse más a gusto a mi lado. Al fin accedió, si no a bailar, por lo menos a pasear un momento conmigo.

»Pero el momento fue bastante largo. Durante él la cortejé con todo el cariño que pude. Ella se reía a ratos, y aunque mirando sin cesar a uno y otro lado de la sala, no perdía una sola palabra mía. A la media hora me dejó. Pero cuando más tarde volví a invitarla, vi, por su afectación en no verme cruzar la sala hacia ella, que me esperaba.

—¿Estás seguro, Zum… Felde?

—Mucho. En dos palabras: cuando por tercera vez paseamos, tuve la convicción de que yo le gustaba. Es decir, que le gustaba la persona enmascarada que le hacía el amor; no yo, porque yo estaba en Mendoza. Desde entonces no la he visto más. Y aquí tienen ustedes por qué desconfío de combinaciones de antifaz y amor. ¿Les interesa la historia?

Ni un dominó se movió; las bocas conservaban su persistente sonrisa.

—Sí, bastante —respondió al rato una voz—. ¿Es decir que tuviste celos de ti mismo?

—No, de mí no; del otro.

—¡Pero eras tú! Si ella te había querido a ti, porque eras tú, con el segundo amor al otro, que eras tú mismo, te probaba bien que te quería a ti solo.

—Muy bien dicho, pero ése es un razonamiento de mujer. Un hombre lo hace también, pero no lo acepta. Y después de todo —concluyó mirándolas tranquilo— ninguna de ustedes es ella, ¿creo?

Las cuatro sonrisas se acentuaron ligeramente.

—Sospechamos que no, Zum Felde…

Éste decidiose a abandonar el cuarteto, pues tenía deseos de fumar.

—¿Sabes lo único cierto de tu amor? —dijo una voz, al levantarse Zum Felde—. Que tú no la querías.

—¡Al contrario! —se rió él—. Porque la quería tuve celos y me retiré. Si no, hubiera proseguido alegremente la aventura.


Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
Leído 126 veces.