La Última Carta

Isabel Petrus


Cuento


Querido Juan:


Hoy, de repente, he amanecido un poco más valiente.

No lo creía posible. Durante mucho tiempo, me acostumbré a ser tu sombra, tu deseo, el cuerpo exacto de tu ausencia. Durante mucho tiempo, las líneas de mi cuerpo han sido, solamente, el dibujo exacto de tus huidas, la parodia de tus ausencias. Durante demasiado tiempo, he sido, solamente, lo que tú has querido, a un paso exacto entre la ilusión y el olvido.

Pero se acabó. Hoy he hecho mis maletas. He puesto en ellas, solamente, lo que más necesito: una cucharada de ilusión, toneladas de olvido, y este montón de ausencias que me has regalado últimamente. Y te he escrito ésta, mi última carta, mi último cuento, con la esperanza exacta de que no la esperes, de que te pille por sorpresa, de que tardes, como las anteriores, en leerla, para que me de tiempo para estar muy lejos.

Porque mi valor no alcanza para tanto. Igual, en el último momento, me convences. Y no quiero. Pretendo, por una vez, romper los barrotes de esta cárcel absurda en que me muevo, y volar de nuevo, sola, hacia otros rumbos, a compartir otras presencias. Fue bueno. Te juro que fue bueno mientras duró. Y podría haber durado mucho tiempo. Pero nadie se cree ya tus excusas, tus soluciones fáciles, que me mantienen atada a tus llamadas, pendiente de ti, sin solución ni remedio.

Por esto me voy. Emprendo el viaje sola, casi sin equipaje. Para mí, también, los caminos de la mar son inmensos, y las noches demasiado dulces, como para compartirlas con un sueño. Y me voy. Me voy mientras abrazo todavía tus recuerdos. Cada una de tus caricias, cada una de tus palabras. Pero ya las supero. Porque, de repente, he decidido volver a ser yo misma. Me he cansado, y espero que para siempre, de ser solamente lo que tu quieras, pendiente de tu voz, de tus ausencias. Demasiado, demasiado tiempo he vivido sólo para ti.

Hoy, de nuevo, tomaré el tren que no lleva a ninguna parte. ¿El final del recorrido? Encontrarme a mí misma, en cualquier estación, esperando sin saber que, pero sabiendo que me he recuperado, que me he reencontrado, que vuelvo a ser, conmigo, cuerpo y alma en compañía. Durante demasiado tiempo he contado los días por tus encuentros, por tus caricias, y ya llega el tiempo de volver a contar como es debido: éxitos personales, logros, presencias, que, forzosamente, no son sólo tu presencia.

Se acabó. Intenta comprenderlo. Aunque no me importa mucho si no lo haces. Tampoco te has empeñado demasiado en que yo te entendiera. Tú bordaste los encuentros, desde el principio. Marcaste las pautas, los caminos. Y yo me dejé llevar.

Y bendita fue tu presencia de entonces. Me abriste nuevas vías a la vida. Diste alas a mi imaginación, voz a mi cuerpo, y despertaste en mí anhelos como no había conocido. Muy bien hasta aquí. Pero ahora ya se el camino. Tú me enseñaste. Y ya puedo volar sola. Ahora, cogeré tus lecciones de amor, tus palabras dulces, tus ausencias. Y formaré con todo ello el mejor bagaje de quimeras. Montaré sobre él, como sobre un sueño, y emprenderé el más libre de los viajes: a solas, con mi imaginación, con mis deseos. Y tú serás ya, solamente, un recuerdo.

Te regalo, al irme, el más preciado de mis regalos: formas parte, desde ya y para siempre, de uno de mis cuentos.

Ninguno de mis amores llegó más lejos: nadie ha llegado, todavía, a llenar una novela. Y algunos, ni cuento han sido. Quédate con esto.

Al final, y desde que empecé a escribirte, yo ya me he ido. Para siempre.


Helena


Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
Leído 40 veces.