Quince Años

Isabel Petrus


Cuento


Ella tiene quince años en esta foto. Y luego, en la misma caja de recuerdos, hay fotos de quince, dieciséis, dieciocho años: estos años que compartimos, en los que los sueños se acumulaban, hablar de ellos era hablar de todo un mundo, y nuestras ilusiones jugaban a la par con nuestras ansias.

Como digo, en esta foto, ella tiene quince años. A su lado, a mi lado, otros chicos y chicas de quince y dieciséis años miran expectantes a la cámara, como preguntándole al tiempo que será de ellos, que pasará con su vida.

Pero ella no lo pregunta. Ella se queda anclada en estos quince años que la satisfacen en este momento, y que nunca más, nunca más, se repetirán.

Porque después de esta época, la vida fue, para ella, distinta. Aquí, en sus quince años, acumula todavía la ilusión, y esto le basta. Sabe que la vida no la ha favorecido hasta este momento, con muchas cosas. Por ello, espera una compensación, y está segura de obtenerla. Qué inocente.

Pero siempre fue muy dura. Obstinada. Consecuente. Ella dejaba pasar las tardes del domingo, con el libro de la mano, repasando lecciones difíciles, mientras nosotros dábamos vueltas a la Explanada, perseguíamos al chico de ojos claros que nos enredaba el alma, y dejábamos transcurrir un tiempo difícil, a la sombra de esta dorada inocencia. Pero ella no. Ella, estudiaba, luchaba, porque estaba segura de que tarde o temprano la vida le devolvería lo que le había robado.

Recuerdo como si fuera hoy el día en que tomamos esta foto, y han pasado ya veinte años. Habíamos decidido, porque eramos ya mayores, pasar el día en Alaior, comer en Ca’n Ximenes, y disfrutar de esta estrenada libertad que nos llegaba desde hacía poco. Mi hermana Gari y yo estrenamos el mismo abrigo blanco: mi madre no se dejaba convencer todavía por aquel «somos ya mayores», y seguía empeñada en vestimos iguales, a pesar de estos dos años de diferencia que a mi me amargaban el alma: ¿cómo se puede comparar a una casi mujer de quince años (yo, por supuesto) con una enana de trece?

Pero discutir este lema era discutir la cuadratura del círculo. May no se dejaba convencer, y nosotras seguíamos, tan monas, tan iguales, a pesar de mis quejas. Y bien, en una esquina, nos dejamos cautivar para siempre por el objetivo de Miguel, que se empeñó en que posáramos para la eternidad. Y debía ser cierto. Recientemente, Jaime, mi primer amor, mi amor de aquellos tiempos, tan intenso, pero que no pasó la barrera de nuestros quince años primeros, me enseñó una copia de la misma fotografía como un trofeo, como un recuerdo amable de aquel enamoramiento que ilusionó mi adolescencia y se convirtió en mi primer desengaño.

Pero esta es una foto especialmente dolorosa, por irrepetible. Porque, aunque queramos, no hay opción. No podemos volver a hacerla. Y no son excusas estos años pasados, el paso del tiempo, lo mucho que hemos cambiado. No. Todo esto sería perfectamente superable, simpático, casi, si quisiéramos repetir la aventura de perdemos en un pueblo cercano, y revivir viejos tiempos.

Pero es imposible. Porque ella, que en esta foto tiene quince años, esta amiga del alma con la que compartimos tantas cosas, descubrió, un buen día, que la vida la había estafado, la había engañado, le había roto el alma y las esperanzas.

Y decidió que no iba con ella seguir luchando contra la marea y los pleamares de la vida. Y tomó una decisión, la más dolorosa, la más sangrante.

Una tarde, cuando nadie esperaba esta locura, emprendió el viaje a ninguna parte. Se fue ligera de equipaje, empeñada en no molestar, en no hacer ruido. Se le rompió, al mismo tiempo, el alma y la vida, a esta mujer que había sido siempre un ejemplo de sensatez, de sentido común, un caso para ponerlo como ejemplo de lo que puede la fuerza de voluntad, el esfuerzo, anteponiéndose a la desidia, al menorquín «tant me n’enfot».

Pero a nosotros, sus amigos de esta foto, todavía nos duele su abandono. Cada mes de junio, sentimos de nuevo su presencia. Y cualquier excusa es buena para recordarla, mientras la añoranza nos empaña un poco la vista, y deseamos, como nada, tenerla a nuestro lado.

Porque ella nos era, y nos es todavía, imprescindible. Sin ella, no volveremos a ser nunca el mismo sueño, la misma foto. Y, por ella nos dejamos por momentos arrebatar por la nostalgia.

Porque todos la queríamos. Porque no la habríamos dejado, de ningún modo, irse tan sola. Nuestras manos habrían sido una sola mano, nuestras fuerzas, una sola fuerza, si nos hubiese dejado adivinar lo que le doblaba el alma, y le robaba la vida.

Porque todos nosotros seguimos añorándola. Porque la seguimos queriendo. Porque era, por encima de todo, nuestra amiga. Y nosotros, sin duda, sus amigos.

Ojalá que antes de tomar esta decisión, antes de decidir acabar con todo, alguien le hubiese recordado esta foto, y aquel día, en que, sin sentar precedente, fuimos felices, todos y cada uno de nosotros.

Seguramente, le habría dado fuerza para escaparse, para dejar de lado sus pesares. Seguramente, si hubiese sabido que todos nosotros, los mismos chicos de quince años, estábamos a su lado, no le habría fallado el valor, y habría vencido a la muerte.

Pero todos nosotros somos culpables. Todos teníamos guardada, en el baúl de los recuerdos, esta única arma que podía salvarle la vida, evitar que se le rompiera, a la vez, el cuerpo y el alma aquella tarde.

Pero todos estábamos demasiado ocupados, persiguiendo nuestras particulares quimeras. Y no nos dimos cuenta. No tenemos, por ello, perdón.

Pero nosotros nos lo buscamos. Mientras perdíamos el tiempo, ella se lo llevó todo debajo del brazo, por decisión propia.

Y se llevó también nuestras últimas ilusiones, nuestras últimas expectativas. Se llevó, sin duda, la posibilidad de repetir esta foto.

Y las cincuenta, las cien, las mil fotos, en las que hoy, mujer de treinta y cinco años, querríamos verla posar. A nuestro lado. Pero esto es ya un sueño imposible, una quimera más que unir a nuestros sueños.

Aunque nunca, nunca, ella dejará de estar presente en nuestros recuerdos. Porque, por encima de todo, ella sigue siendo nuestra amiga.

La compañera con la que compartimos los sueños de los quince años. Aquellos quince años que, sin ella, nunca volverán. Aquellos quince años que, por ella, por su irremediable ausencia, nos resultan tan dolorosos en el recuerdo.


Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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