Carancho

Javier de Viana


Cuento


A Hilario Percibal.


Muy pocas personas conocen su verdadero nombre; yo creo que él mismo lo ha olvidado á fuerza de sentirse llamar desde hace cerca de medio siglo, «Carancho», el negro Carancho y nada más.

Porque Carancho hace mucho tiempo que es viejo, El cuerpo enorme, alto y ancho se conserva siempre erguido, pero los ojos, color borra de vino denuncian una montonera de años y, por otra parte, las motas están casi blancas, cosa que en un negro indica la proximidad de la centuria.

Así y todo, Carancho continúa fuerte, capaz de voltear con cuatro hachazos un coronilla de veinte postes y de quebrarle la «carretilla», de un «seco», al bagual más cogotudo.

Carancho vive y ha vivido siempre allá por Cerro Largo, cerca de la frontera, y probablemente nació allí, aunque él no lo sabe, como tampoco sabe quiénes fueron sus padres. Si alguien se lo pregunta, responde invariablemente:

—No mi acuerdo; cuando nací era muy botija; pero carculo que debo haber nacido en un bañao, de algún güevo guacho de ñandusá farrista, porque á pesar de haber rodao por tuito el país, como si juese taba ’e chancho, en tuavía no he tropezao con un pariente.

—Los parientes son los peores, cuando la familia es larga—filosofó uno, cierta vez; y el negro respondió:

—La mía es como cola ’e perdiz.

Cuando era joven, Carancho tuvo sus veleidades revolucionarias, y como casi todos los negros, se hizo blanco. De sus campañas le quedaron dos cosas: la fama de muy guapo y un profundo disgusto por el oficio.

El solía decir:

—Como siempre tuve una juerza ’é toro, con cada lanzazo hacía un dijunto, y me cansé de trabajar pa los cuervos, los caranchos y los chimangos!...

—¿Como cuanta gente habrá muerto Carancho?...

A quien le interrogó de esa manera, el negro respondió mirándolo severamente:

—Hay tres cosas que no se deben contar nunca: las muertes que se hecho en la guerra, las onzas que se han perdido en la carpeta y las copas que se han chupao en la pulpería!...

Carancho tenía un campito en Cerro Largo, cerca de la frontera. Allí, solitario, cuidaba sus vacas, sus ovejas, sus caballos y cultivaba su chacra. Desde que pobló allí, varias revoluciones soplaron, más ó menos apamperadas, sobre el país. Nadie pudo conseguir que volviera á ceñirse la divisa.

—El primer cordero de mi señal que carnié,—respondía,—lo asé en un fogón hecho con los pedazos de mí lanza dé urunday... '

Y así, invariablemente, se negó siempre á reanudar las aventuras revolucionarias. El viejo grito de «¡Carne gorda y aire puro!» no le entusiasmaba ya. Al contrario, le hacía mal efecto. ¡Quién sabe qué luz misteriosa había penetrado en su cerebro simiesco por la abertura que le hizo en el cráneo el formidable hachazo con que lo acostó en el Sauce un dragón colorado!...

Si los revolucionarios no conseguían arrancarlo, los gubernistas lo respetaban siempre.

Es más: cuando el departamento quedaba sin policías, entregado á la saña perversa del malevaje, Carancho «juntaba á los suyos»,—veintitantos diablos de su calaña,—y se constituía en guardián de vidas y haciendas.

¡Y ay de los delincuentes que llegasen á caer en sus manos!... Su justicia era sumaria y sin clemencia. Durante una de las últimas revueltas políticas, varios bandidos sorprendieron á cuatro paisanos que regresaban de vender una tropa de vacunos en el Brasil. Luego de haberlos desvalijado, les obligaron á cavar una zanja que poco después les servía de sepultura.

Carancho, enterado del crimen, se movió rápidamente y consiguió dar caza á los victimarios, á quienes condujo, amarrados á conciencia, hasta el sitio del delito. Les impuso que destapasen la zanja, los hizo degollar y los arrojó á podrirse en compañía de sus víctimas.

Justicia hecha, se fué al pueblo, se presentó al encargado de la jefatura y dio cuenta de lo pasado.

—En las puntas del Zapallar, á media legua de la estancia del portugués, van á encontrar la zanja con los dijuntos,—dijo.

Y disponiéndose á retirarse, agregó:

—Los seis de arriba son los bandidos; los troperos están abajo.

Y Carancho, erguido el cuerpo enorme, salió con la serenidad y la solemnidad de un justiciero.


Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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