—¡Ladiate!
—¡Ay!... cuasi me descoyuntas el cuadril con la pechada!...
—¡Y por qué no das lao!...
—Lao!,.. lao!... Dende que nací nu’hago otra cosa que darles lao a tuitos, porque en la cancha e la vida se olvidaron de dejarme senda pa mí! ¡Suerte de oveja!...
Y lentamente arrastrando la pierna dolorida, escupiendo el pasto, refunfuñando reproches, Castillo se alejó; en tanto Faustino, orgulloso de su fuerte juventud triunfadora, iba a recoger admiraciones en un grupo de polleras almidonadas.
—¡Cristiano maula! —exclamó el indiecito Venancio, mirando a Castillo con profundo desprecio. Éste le oyó, se detuvo,y con la cara grande y plácida iluminada por un relámpago de coraje, dijo:
—¿Maula?... ¿Creen que de maula no le quebré la carretilla de un trompazo a ese gallito cacareador?...
—¿De prudente, entonces?...
—De escarmentao. Yo sé que dispués de concluir con ése tendría que empezar con otro y con otro, sin término, como quien cuenta estrellas. ¿Pa qué correrla sabiendo que no he'e ganar, que si me sobra caballo se me atraviesa un aujero, y que si por chiripa gano, me la ha de embrollar el juez?...
Y sin esperar respuesta, continuó alejándose aquel pobre diablo eternamente castigado por las inclemencias de la vida, cordero sin madre que no ha de mamar por más que bale, taba sin suerte que es el ñudo hacer correr!...
—¡Vida de oveja! ¡Vida de oveja! —iba mascullando mientras se alejaba en busca de un fogón abandonado donde pudiese tomar un amargo con la cebadura que otros dejaron cansada, con el agua recocida y tibia.
Allí, en cuclillas, con la pava entre las piernas, con la cabeza gacha, chupaba, chupaba el líquido insulso, sin escuchar las músicas y las risas que desparramaban por el monte las alegrías juveniles. En aquel domingo de holgorio su alma permanecía obscura y desolada. ¡Si su alma no tenía domingos!...
Culpa suya, decían.
¡Culpa suya!... ¿Culpa suya si el potro que agarraba le salía boliador?... ¿Culpa suya si el novillo que corría enderezaba para los tucutucus, tarjándole de antemano una rodada?... ¿Culpa suya si los aguaceros se desplomaban siempre durante su cuarto de guardia en las tropeadas?... ¡Culpa suya!...
No; era la suerte, no más —respondía,— la suerte que castiga lo mesmo a los animales que al cristiano... En ocasiones, un matungo sotreta cae en manos de un gringo prolijo, que lo cuida a maíz y galpón, lo ensilla los domingos para dir al tranco a la pulpería y lo deja ocioso tuita la semana; y en ocasiones un potrillo de lai, lindo de estampa, juerte pal trabajo, lijero pal camino, v’al poder de un gaucho vago que lo galopea a medio día y lo larga en noche de helada, sin tomarse siquiera el cuidao de pasarle el cuchillo por el lomo. Y aquél, ruin y fiero, está siempre gordo y pelechao, comiendo hasta hartarse, durmiendo a pierna suelta, mimao como muchacha linda y haraganeando como un perro!... Y en cambio el otro, flaco y peludo, calentao a rebenque, sangrao a espuela, se lo pasa comiendo raíces en los potreros pelaos de las pulperías y durmiendo parao en las enramadas, con la manea en las patas, con el freno en la boca, con el recao en el lomo... ¿Culpa suya, tal vez, si es el amo un hereje?...
Resignado, Castillo siguió chupando la bombilla hasta agotar el agua. Luego —¡pequeña venganza!— tiró el mate entre la ceniza y la pava sobre el fuego; ésta cayó sobre un tizón e hizo saltar una chispa que fué a quemar el pie desnudo del desgraciado.
—¡Malhaya!
—¿Se quemó, amigo? —preguntóle un viejo que pasaba.
—Si; esta pata tiene disgracia; una vez me la saqué de una rodada; otra vez me agarró un pasmo, y en Masoller me la atravesaron de un balazo...
—¿Anduvo en la última guerra?
Castillo miró con asombro a su interlocutor y dijo:
—¡Dijuro!... ¿M’iba a librar de la guerra?... Siguramente que si hubiera sido pa un baile o pa una merienda no me envitan, ¡pero pa pasar trabajo!...
—¿Con quién sirvió, con los blancos o con los coloraos?
—Al prencipio con los blancos, dispués con los coloraos.
—¿Cómo es eso, amigo?... ¿Entonces no tiene partido usted?
—¡Partido! ¡partido!... ¿Qué quiere que tenga yo? Yo soy como l’alpargata, que'no tiene lao, y lo mesmo sirve pal pie derecho que pal izquierdo!...
—¡Hay hombres asina! —exclamó con tristeza el viejo paisano.
Y Castillo asintió, agregando filosóficamente:
—¡Hay hombres asina! Hay hombres que que son como los caminos, hechos pa que tuitos los pisen!...